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Confesión Accidental

P.O.V Narradora

Habían pasado 3 meses desde que ese amor comenzó a florecer. Esa noche, habían varias nubes en el cielo, cubriendo la hermosa luz de la luna. Una brisa fresca se paseaba por aquel lugar, alborotando de manera ligera el cabello de la rubia.

Aquella pareja de jóvenes se encontraba en el campo de entrenamiento, practicando nuevas tácticas de combates.

Nala, aunque no había pasado las pruebas para ser la nueva líder de las cazadoras, no se sentía inferior, porque sabía que aquellos entrenamientos sí habían servido de algo. En las siguientes pruebas había dado más de ella, demostró su fuerza, agilidad, rapidez e inteligencia: Todo lo que debía tener una líder. Pero, aunque quedó entre las mejores, no obtuvo el puesto. Esto no la hizo sentir deprimida, aunque ser líder de las cazadoras era algo que ella anhelaba desde niña; se sentía feliz, hizo todo lo que pudo, y estaba orgullosa de su desempeño.

Aunque las pruebas ya habían finalizado hace algunos meses, Simba y Nala les agradaba entrenar juntos por las noches. Les agradaba tener la compañía del uno al otro.

—Trata de golpearme —la desafió Simba.

La rubia no lo pensó dos veces y dio un puñetazo a el rey en la mandíbula.

—¿Así? —preguntó Nala manteniendo la guardia.

—Bastante bien diría yo —contestó mientras se sobaba la mandíbula—. Pero, olvidaste algo.

—¿Qué? —preguntó Nala arqueando una ceja.

—No me rindo tan fácil —Simba trató de regresarle el golpe a Nala, pero se le hizo difícil la tarea.

Trató de patear su tobillo para hacerla caer, pero ella reaccionó rápido y esquivó la patada.

—Vaya, tiene buenos reflejos, ¿No, Pumba? —preguntó Timón mientras se sentaba en las gradas con su leal compañero.

—Sí. Continúen, imaginen que no estamos aquí —dijo Pumba mientras ponía sus brazos bajo su cabeza, quedando en una posición cómoda.

Simba y Nala se miraron de reojo y soltaron una pequeña carcajada al mismo tiempo.

—Hola, chicos —los saludó Simba—. ¿Qué los trajo hasta aquí?

—Sí, y a estás horas de la noche —intervino Nala algo preocupada, ya que le pareció extraño que Timón y Pumba no estuvieran en su hogar a esas horas.

—Nos invitaste a cenar, Simba. ¿Recuerdas? —dijo Timón alzando las manos.

—Ah, sí ya recuerdo —dijo Simba encogiéndose de hombros—. Adelántense, Nala y yo ya los alcanzamos.

—Eh... claro. Vámonos Pumba —musitó Timón poniéndose de pié mientras Pumba lo seguía.

Simba los siguió con la mirada, vigilando que esta vez no los espiaran.

Nala frunció el ceño y miró a Simba detenidamente.

—¿Por qué los corriste? —preguntó la rubia mientras se cruzaba de brazos.

Simba miró hacia ambos, lados comprobando que estuvieran solos.

—¿Les decimos? —le preguntó Simba.

Nala tomó un mechón de su cabello y comenzó a enrollarlo en uno de sus dedos.

—Ah... ¿y si esperamos? Quiero decir... ¿y si les decimos después? —preguntó la Nala en voz baja.

Simba se encogió de hombros y asintió.

Nala sonrió levemente y acarició el rostro de su amado suavemente.

—Bueno, vamos —dijo Simba haciendo una seña con la cabeza hacia el palacio.

—Sí, vamos —musitó la rubia de ojos claros comenzando su andar.

P.O.V  Nala

Las nubes que habían cubierto la luz de la luna finalmente actuaron. Esa noche la lluvia refrescaba todo. La brisa era más fuerte, y el frío comenzó a aumentar levemente.

Después de la cena subí a mi habitación. Había tenido una cena agradable. Timon y Pumba eran muy simpáticos, y se notaba que ambos apreciaban a Simba. Tenía que agradecerles en alguna ocasión por salvar su vida, si no fuera por ellos quien sabé donde estaría él...

Me senté en la orilla de mi cama y suspiré. Había sido un día bastante largo. Deka, la nueva líder de las cazadoras nos exigía demasiado. También tuve que pasar el día de hoy con Sarabi, eso no me molestaba, pero era un poco aburrido escuchar cada uno de los relatos de la historia de el reino, ya conocía varias de esas historias, sólo que ella me contaba detalles que no conocía, y como esos reyes controlaban esas situaciones. Luego tuve que ir con la costurera real, quien tomó mis medidas para hacer un "vestido de día".

Pasé mi mano por mi rostro, tratando de espantar el sueño. No podía irme a dormir aún, tenía que hacer una "tarea" que me había dejado Sarabi.

Con pesadez me levanté, y comencé a buscar en mis cajones los papeles que Sarabi me había entregado. Con un poco de torpeza los tomé y empecé a echarles un vistazo. En menos de un minuto comprendí que sólo tenía que leer un artículo. 

¿En dónde estaba el truco?

Había algo raro, era demasiado fácil.

Suspiré nuevamente, y coloque los papeles en la mesita de noche.

En ese momento escuché a alguien tocar la puerta. No pregunté quien era, pues sabía perfectamente de quien trataba.

—Adelante —contesté, mientras me sentaba en la orilla de mi cama.

Simba abrió la puerta lentamente, y entró a la habitación.

—Hola otra vez —me saludó, mientras se sentaba junto a mí.

—Hola —le saludé.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿por qué?

—No lo sé, te noto un poco extraña —murmuró, sonriendo ligeramente.

—Estoy bien, sólo estoy cansada —musité—. Vaya, está lloviendo mucho —comenté.

—Sí...

Lentamente recosté mi cabeza en su regazo. Él se extraño por aquel acto, pero no se quejó.

—¿Simba?

—¿Si? —preguntó, enrollando sus dedos en mi cabello.

—¿Cuándo le diremos a los demás? —pregunté, mirándolo a los ojos.

Él apartó la mirada. Algo le molestaba.

—Es un tema complicado —murmuró, aún con su mirada apartada.

Me incorporé. Él no quería tocar el tema al parecer.

—Si lo decimos ahora mismo todos querrán que nos casemos de inmediato —contestó, volviendo su mirada hacia mí.

Delicadamente coloque mis manos a los lados de su cara, y acaricié sus mejillas con mis pulgares.

—Es nuestra decisión, no la de ellos —dije firmemente.

—Lamento no poder conseguirte un anillo... Cuando hagamos nuestro compromiso más formal prometo conseguirte uno —dijo con un poco de entusiasmo.

Reí por lo bajo.

—Está bien, tranquilo.

Hace una semana Simba me había pedido matrimonio. Fue algo que prometimos mantener solamente entre nosotros por un tiempo. No queríamos hacer un escándalo por algo que no sucedería aún. Teníamos planeado llevar a cabo la ceremonia dentro de un año posiblemente, no queríamos casarnos aún, queríamos disfrutar de nuestro noviazgo. Además, a mí me asustaba un poco eso de ser reina.

—¿Le diremos a tu madre? —pregunté, dejando en paz sus mejillas.

—Luego... Cuando sea más formal —contestó.

Asentí.

Lentamente comenzó a acariciar mi brazo con la yema de sus dedos; al llegar a mi antebrazo se percató de mi cicatriz, la cual era el resultado de la cortada hecha en aquel ataque.  Sabía que se culparía por eso, por lo que decidí cambiar de tema.

—¿Tienes mucho trabajo mañana? —pregunté, apartando su mano de mi brazo.

—Sí, como todos los días —respondió con seriedad.

—Hace tiempo que no salimos los dos —comenté—. Sería lindo que hiciéramos algo juntos... tal vez salir al jardín —sugerí—, o simplemente salir a caminar.

Tenía la sensación de que nos estábamos distanciando. Lo veía en las horas de la comida, cuando solíamos entrenar y una que otra noche. Sabía que su trabajo lo mantenía ocupado, por lo que nunca llegue a protestar. Pero no podía negar que eso me dolía en cierta forma.

Él meditó por un momento mi propuesta, mientras mi mirada expresaba ilusión.

—Tengo varios asuntos que atender, pero trataré de hacer un espacio en mi agenda —contestó, mientras se rascaba la nuca.

—No te preocupes —murmuré—. Es que... siento que nos estamos distanciando un poco. Me gustaría que pudiéramos pasar más tiempo juntos. Pero entiendo, perfectamente que estás ocupado.

Sin pensarlo tomó mi mano y empezó a acariciarla. No hacían falta las palabras, su caricia y su mirada me dijeron todo. Quería pasar más tiempo conmigo, quería estar junto a mí, pero tenía que esperar.

Un beso rompió la corta distancia que nos separaba. Sus besos eran suaves y tiernos, y sus labios desprendían un calor indescriptible. Posé mis manos en sus hombros, mientras él me acariciaba la mejilla.

Me encantaban esos pequeños pero lindos momentos íntimos. Era rara la vez en la que podía besarle, pues no era muy apropiado hacerlo en público.

Nuestros labios comenzaron a moverse rápidamente, volviendo los besos cada vez más apasionados. Mi cuerpo disfrutaba esa sensación, quería seguir sintiendo eso, mi ser exigía cada vez más.

De un momento a otro se separó de mí.

¿Por qué te detienes?, pensé.

—Lo siento... —murmuró.

Lo miré desconcertada por unos segundos.

—Simba... ¿qué ocurre? Algo te inquieta —aventuré.

El negó con la cabeza y suspiró.

Acaricié su rostro, mostrando así mi cariño hacia él.

Él sonrió levemente. Se estaba comportando extraño, tal vez estaba cansado.

Tal vez.

—Me gustaría quedarme, pero tengo que irme —murmuró.

—Entiendo. Bueno, hasta mañana.

Besó mi mejilla y salió de la habitación.

Se fue.

Quería que se quedara, pero no podía.

Sabía que era serio, centrado y responsable. Pero tenía un lado tierno y esa era una de las razones por las que le amaba.

Esa noche su comportamiento fue extraño. Preferí no pensar más en eso.




Había sangre por todos lados. Era una escena totalmente espeluznante.

Había heridos y cuerpos tumbados por todo el lugar.
Me llevé una mano a la boca, mis ojos comenzaron a cristalizarce, sentía que me iba a quebrar en mil pedazos.

Lo único que quería era buscar ayuda, pero no sabía a quien pedírsela. Estaba sola, adolorida, arrastrándome por el piso con las pocas fuerzas que tenía.

Cuando finalmente logré doblar la esquina del pasillo, me topé con una figura que no logré identificar. Esta, sonrió maliciosamente. Quería pelear, defenderme, escupirle en su cara, decirle lo detestable que era; pero de mi boca no salió nada. No podía hablar, de mis labios solo salió un pequeño chillido.

La extraña figura me levantó del suelo. Traté de apartarme, traté de salir corriendo, pero no pude.
Esta en cuestión de segundos clavó un cuchillo en mi pecho. Solté un alarido de dolor y caí al piso.

La sangre no paraba de brotar, no podía ni moverme, era un dolor insoportable. La figura se alejó lentamente, no sin antes patear mi estomago.

Había terminado, se había acabado.

Desperté exaltada.

Otro sueño.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Mis pesadillas eran cada vez más constantes, y sabía que no podía ignorarlas. Tenía la sensación de que algo malo pasaba o mejor dicho, de que algo malo pasaría.

Mi cabello era una completa maraña, tardé un mucho tiempo deshaciendo los nudos, pero logré desenredarlo.

Ese día me apetecía salir a caminar, leer un libro, o simplemente pasar tiempo con Shani y las demás.Últimamente no hablábamos mucho y eso lo extrañaba. Solía verlas en los entrenamientos y en el comedor común, al cual asistía de vez en cuando. Estaba comenzando a extrañar aquello.

Y luego la siguiente pregunta pasó por mi mente: ¿en que momento había comenzado a distanciarme de ellas?

Ladeé la cabeza a un lado y suspire.

Me contemple en el espejo por última vez; estaba lista, para iniciar otro largo día.

Un par de horas después del desayuno, decidí ir a la sala.

Sarabi estaba sentada en el sofá, leyendo un libro mientras mantenía sus piernas cruzadas. Al percatarse de mi presencia no pudo contener la sonrisa.

—Nala, ¿vienes para más lecciones de como ser reina? —bromeó.

—En realidad solo vine a despejar la mente, pero gracias por el ofrecimiento —contesté siguiéndole el juego.

Ella sonrió y me invitó a sentarme.

Sarabi era una mujer agradable, confiable y sincera. Era fácil hablar con ella.

—¿Cómo estás? —me preguntó, dejando a un lado sus lentes de lectura.

—Oh, pues bien —sonreí—. ¿Y tú cómo has estado?

—Muy bien —respondió, manteniendo esa serenidad que siempre tenía.

—Ehh... me gusta tu brazalete —añadí. 

Ella rió por lo bajo.

—Gracias... —murmuró—. Fue un detalle de Mufasa...

—Es muy bonito... tenía buen gustó.

Ella sonrió con tristeza.

—Perdón, creo que toqué un tema que no debí...

—Tranquila —me interrumpió—, no tienes que disculparte... Sí, tenía buen gusto. Gracias a él mi vida fue más alegré, me hizo una mejor persona. Fueron los mejores años de mi vida... —su mirada expresaba ilusión, alegría y cierto grado de tristeza.

Sonreí levemente.

La forma en la que hablaba de Mufasa me hizo dar cuenta de que ambos se tenían un cariño especial.

—Qué bonito... —musité—. Debe ser muy hermoso encontrar a tu alma gemela.

Ladeó la cabeza a un lado y sonrió levemente.

—Lo es... —susurro—. Bueno... ¿cómo está todo con Simba? Si se está portando mal contigo dímelo y le daré una buena reprendida —bromeó.

No pude evitar soltar una carcajada.

—No hará falta, todo va bien —respondí. Aquella broma sin dudas me había hecho el día.

Ella soltó una risita.

—Se ve que está muy enamorado de ti —comentó mientras bebía un poco de té.

Aquel comentario me robó una sonrisa y un leve sonrojo en las mejillas. Seguramente me veía como una idiota.

Ella rió por lo bajo al notar mi reacción. 

—Con mucho gusto te ayudaré con el vestido.

Fruncí en ceño.

—¿Vestido? ¿Cuál vestido? —pregunté. Sin darme cuenta me había puesto nerviosa.

—Para la boda, por supuesto.

Abrí los ojos de par en par. ¿Simba ya le había contado lo de la propuesta? ¿por qué no me lo dijo?

Respiré hondo. Tenía que mantener la compostura.

—¿Ya te lo dijo? —pregunté.

—¿Qué cosa?

—Lo de la propuesta.

De la nada su expresión cambió. Estaba confundida.

—¿Ya te lo pidió?

La conversación había tomado otro rumbo.

—Espera, espera, espera, no entiendo. ¿Te contó lo de la propuesta o no? —pregunté nuevamente, tratando de sonar relajada.

Ella negó con la cabeza.

De repente comprendí todo. Solo estaba bromeando, y yo por lengua suelta había revelado el secreto. Me repredí a mi misma por unos segundos. 

Golpeé mi frente con la palma de mi mano.

Seguramente Simba quería ser el que le diera la noticia, pero por una metida de pata terminé diciéndole yo.

—Simba no me ha dicho nada aún. ¿En serio te lo pidió? —preguntó. Estaba emocionada, parecía que le daría un ataque de felicidad.

Pensé que se enojaría, o se sentiría ofendida por enterarse de la noticia viniendo de mí y no de su hijo. 
No había motivos para mentir, ya lo había confesado.

—Técnicamente.. —murmuré.

Me brindó el más sincero abrazó.

—Felicidades —exclamó—. Hmm... me preguntó por qué Simba no me dijo nada...

—Era un secreto entré nosotros, no queremos que el reino se enteré aún —expliqué—. Por favor... no le digas que yo te lo dije. Yo le explicaré todo.

—Tranquila, no le diré —sonrió levemente.

Suspiré aliviada.

—Gracias, Sarabi. Y por favor, que esto quede entre nosotras dos, o mejor dicho entre nosotros tres.

Me brindó una mirada cómplice y asintió.

Era una mujer confiable, definitivamente. Sabía que con ella el secreto estaba a salvo.

Sus ojos se fijaron en mi mano izquierda.

—No veo el anillo... —murmuró.

—Oh, es que no es algo formal del todo... por eso no queremos hacer un escándalo aún.

Sarabi meneó la cabeza y suspiró.

—Este muchacho... Voy a tener que enseñarlo a ser más detallista —bromeó.

Solté una risita y suspiré.

Me sentí mal por haber revelado el secreto, pero sería un asunto que arreglaría después.

—¿Ya tienen fecha? —preguntó con entusiasmo.

—No. Como ya mencioné, no es algo formal del todo.

—Está bien, lo mejor es que se tomen su tiempo.

Sin entender muy bien porque, en ese momento me di cuenta de que Simba había hecho tantas cosas por mí, y yo había hecho muy pocas por él.
Al principio de nuestra relación dudé muchas veces de lo que sentía, dudé muchas veces de él.
Quería hacerle saber que me importaba, por lo que tenía que poner más empeño en esa vida. Hacerle saber que me tomaba en serio la situación.

—Sarabi, ¿puedo pedirte un favor?

—Claro.

—Voy a necesitar más lecciones.
 


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