Celos y Misterio
No pude evitar sentirme culpable en cierta forma. Charlamos, pasamos tiempo juntos, jugamos y correteamos como si fuésemos un par de niños. Pero, tal vez dentro de poco, si no sabía utilizar las palabras correctas para rechazarlo, lo lastimaría; no quería eso.
Aquella noche, al apoyar mi cabeza en las almohadas, no pude evitar imaginarme cómo sería si lo intentáramos; cómo sería si fuésemos algo más que amigos.
Traté de recordar cada detalle de los momentos en que lo había visto después de la coronación, para comprobar si en verdad me veía más que una amiga.
Aunque no convivía mucho con los hombres, no era una tonta, y sabía que en ciertos momentos trató de coquetear conmigo.
Aunque llegáramos a confesar nuestros sentimientos, una relación entre nosotros no podía ser. Simba era el soberano de todo un reino, yo una cazadora; éramos muy distintos. Cada uno miraba hacia un camino distinto, con objetivos y metas diferentes.
Por ser rey, él tenía que asegurar su descendencia, buscar una reina; y yo no estaba preparada para tal papel.
Una relación con un monarca no debe tomarse a la ligera; si yo llegara a hacerme su pareja, tendría que estar consiente de que algún día tendría que casarme con él.
La idea de compartir mi vida con la suya y formar una sola, no me desagradaba del todo... Era un buen hombre, atento, sincero, tierno...
Me rependí de nuevo. No podía permitirme tal cosa; no podía enamorarme de él.
Decidí dejar ese asunto a un lado, y concentrarme en el presente.
Durante el entrenamiento, Sarabi nos explicó como se llevarían a cabo las pruebas para elegir a la nueva general.
El proceso para elegir a la siguiente líder, consistiría en más de una prueba.
Para saber el puntaje y desempeño de cada una, habría una tabla de posiciones; si se estaba en las primeras diez, pasarías a las pruebas finales.
Estaba decidida a participar, y luchar por lo que quería.
Aquella tarde decidí caminar por las tranquilas calles del pueblo; quería realizar algo distinto.
El mercado estaba completamente lleno; las personas caminaban de un lado a otro, mientras los vendedores promocionaban sus productos.
Aunque no era del todo necesario, decidí comprar algunas cosas.
Por ser cazadora, el palacio cubría mis necesidades más urgentes, aunque, también tenía un suelo.
Compré un par de zapatos deportivos, porque los que ya tenía había empezado a desgastarse; también compré mas corrector de maquillaje, ya que Shani lo había gastado casi todo.
Al terminar mis pequeñas y rápidas compras, volví al palacio.
La caminata fue larga, por lo que regresé un poco cansada. Sí, fue un mal día para haber llevado tacones.
En los pasillos, había solo un par de guardias, cumpliendo sus horarios de trabajo.
Me descuide por un par de segundos, y al hacerlo, me topé con Shani.
—¡Uh! Hola, Nala —me saludó, con su radiante sonrisa de siempre.
Reí por lo bajo
—Hola, Shani. ¿Vas a alguna parte? —pregunté, al darme cuenta que traía un par de libros en sus sus manos.
—No, solo iré a leer un rato en mi habitación —respondió—. ¿Qué traes en la bolsa? —preguntó, al darse de cuenta de mi improvisada bolsa de compras.
—Un par de zapatos deportivos —contesté. No le mencioné lo del corrector; eso no lo traía en la bolsa, sino en mi bolso—. Bien, iré a mi habitación. Nos vemos más tarde —anuncié, mientras empecé a avanzar por los pasillos.
—Iré contigo —dijo Shani, quien corrió un poco para caminar junto a mí—. ¿Cómo te fue en tu cita de anoche?
Sabía que preguntaría algo así.
—No fue una cita.
—Pero... ¿Te fue bien? —inquirió, con expresión maliciosa.
—Shani —le advertí.
—Es un chiste —rió.
Seguí caminando, y de nuevo la culpa llegó a mí. Sin embargo, no dejé que se quedara mucho tiempo; suspiré, y aparté los malos pensamientos de mi mente.
Continuamos caminando en silencio.
En el momento que estábamos a punto de dar la vuelta al pasillo, oí la voz de Alika y la voz de Simba, haciendo que me parara en seco.
Shani y yo nos miramos entre nosotras, como si pudiésemos leer la mente de la otra.
Nos quedamos ambas inmóviles, escuchando la conversación con atención. No dimos la vuelta al pasillo, si queríamos escuchar, ellos no tenían que vernos.
—¿Y qué te parece el próximo fin de semana? —oí decir a Alika, con voz seductora.
—No puedo. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer —respondió Simba, un poco fastidiado.
Saqué ligeramente la cabeza, con la intención de alcanzar ver algo. Simba trataba de seguir su camino, pero Alika se posicionó frente a él, impidiéndole el paso.
¿Qué pretende hacer?
La vi acercarse a su oído, y susurrarle algo que no alcance oír.
Estaban demasiado cerca para mi gusto.
Inmediatamente, Simba apartó a Alika. Sin embargo, él era un caballero, por lo que se despidió de ella con respeto, y siguió su camino.
La escena me resulto extraña y desagradable. ¿Por qué Alika estaba hablando con él? Ella no tenía porque acercársele de esa manera.
Me volví para preguntarle a Shani que opinaba al respecto, pero cuando la miré, me vio con una ceja levantada y con una expresión divertida en el rostro.
—No es lo que tú crees —me apresuré en decir.
—Sí, cómo no —dijo, sarcástica—. Los celos te delataron —soltó una risita—. Si solo lo ves como un amigo, no debería enojarte verlo con otras chicas.
Suspiré. Tenía razón.
Bien, en cualquier momento tenía que decirle a Simba que solo lo veía como un amigo, así que, no debería impedirle estar con alguien más ¿no?
Cuándo estábamos a punto de seguir nuestro camino, una voz nos detuvo.
—¡Ajá! ¡Con qué espiando! —nos acusó Timón, quien era acompañado por Pumba—. ¿A caso no te enseñaron que está mal oír conversaciones ajenas?
—Pero, Timón, nosotros también estábamos...
—Ahora no, Pumba —lo interrumpió Timón. Al parecer también estaban escuchando toda la conversación.
Torcí los ojos.
—Hola, chicos —sonreí amablemente—. ¿Qué hacen por aquí? Hace tiempo que no los veía.
—Oh, decidimos visitar a Simba —respondió Pumba—. ¿Quién es tu amiga? —preguntó con curiosidad, al notar la presencia de Shani.
—Ella es Shani —respondí con una ligera sonrisa—. Shani, ellos son Timón y Pumba; criaron a Simba —dije, volviéndome a la chica de cabello corto.
—Oh, es un gusto —respondió ella.
—Sí, sí, sí —respondió Timón, un poco desinteresado.
—Solo están siendo amables —le respondió Pumba.
—Pumba, Pumba, Pumba; ¿recuerdas lo qué pasó? ¡Ella clavó una estaca en el corazón de nuestro Hakuna Matata! —exclamó Timón, mientras me miraba un poco indignado.
Fruncí el ceño. ¿Qué trataba de decir?
Pumba suspiró exhausto.
—Eso pasó hace meses, Timón.
—Claro, ¿pero qué pasará después, Pumba? —cuestionó su amigo flacucho.
Me aclaré la garganta, para recordarles que aún no me había ido.
—De acuerdo, gran charla. Pero, Shani y yo tenemos que irnos —anuncié, amablemente.
—Bien, no hay problema en lo absoluto.
—Timón —lo reprendió su amigo de kilos de más—. Está bien, linda esperamos verte pronto.
Reí por lo bajo.
—Digo lo mismo.
Shani y yo nos despedimos, cada una a un camino diferente; al parecer cambió de opinión con eso de acompañarme a mi habitación.
Le resté importancia a la pequeña discusión de Timón y Pumba, pues aún tenía mucho que pensar con respecto a lo de Alika y Simba. A juzgar por el desinterés de él, ella solo le estaba coqueteando, así que no tenía porque preocuparme, pero sin embargo, lo hice, ¿pero por qué? Si solo quería una amistad con él, no tenía porque disgustarme verlo con alguien más.
Con alguien que no fuera yo...
Suspiré. No. No pensaría más eso.
Amaba estar en mi habitación, pues en ella, podía analizar y razonar lo que me perturbava durante él día.
Giré el picaporte de la puerta de mi cuarto, y al abrir esta, me llevé una enorme sorpresa: El espejo de mi tocador estaba completamente destrozado. Los trozos y pedazos de lo que antes era un lugar en el que podía contemplarse el reflejo, estaban esparcidos por toda esa zona. Me acerqué con lentitud y cuidado, para ver si de alguna manera podía comprender que había pasado.
No había sangre, lo que significaba que nadie se había resbalado y caído sobre este. Aquello no fue el resultado de un accidente.
Miré con más detalle el tocador. Pero entonces, levanté mi mirada.
TE HARÉ DAÑO A TI PARA HACERLE DAÑO A ÉL.
Al ver aquél mensaje escrito en la pared con algo que parecía ser sangre, me caí hacía atrás. Al darme cuenta de caí sobre los cristales, solté un grito ahogado.
Por suerte, los cristales rotos eran muy grandes, así que solo me hice unos pequeños rasguños en las manos. De haber sido más pequeños, estos se hubieran enterrado dentro de estas.
Me levanté con cuidado, y me senté en la orilla de mi cama tratando de comprender quien había podido ser capaz de hacer tal cosa.
Ni el mismo mensaje tenía sentido.
Esto, no podía tomarlo a la ligera.
Editado
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