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Capítulo 5

Tyrenna respiró hondo ante la robusta puerta que daba al estudio del Jarl.

Este era el momento. No había lugar para errores, no había lugar para vacilaciones.

Un reducido contingente de sirvientes rodeaba al Jarl cuando Tyrenna entró, dando los últimos toques a su remilgado atuendo. El caballete, el lienzo y los insumos básicos que Tyrenna iba a necesitar se encontraban ya en posición.

Ornolf le dirigió una distante mirada de disgusto antes de despedir a sus sirvientes con un par de indiferentes gestos.

—Havdall quiera que hoy sí estés preparada, muchacha.

—Estaré lista en cuanto lo esté usted, mi Jarl —repuso Tyrenna con aspereza.

Ornolf se situó en el centro de la habitación y Tyrenna ocupó el lugar detrás del caballete, enfrentándose al lienzo en blanco. Ornolf tenía la misma armadura pulida, la misma capa de piel y la misma enaltecida pose del día anterior, pero la muchacha trató de no centrarse en lo ridículo que toda esa parafernalia le parecía.

En cambio, se centró en el cuadro.

Comenzó con pinceladas amplias, inseguras, que delinearon las formas más prominentes a ocupar el lienzo. Trató de desprenderse de la silueta de Ornolf al fondo; el Jarl era un hombre prepotente y desagradable, nada de lo que Tyrenna hiciera—ningún trazo, ningún retoque—embellecería eso.

Necesitaba pintar un héroe, un líder. Y si Ornolf no podía ofrecérselo, tendría que imaginarlo.

Tyrenna vislumbró un guerrero curtido por multitud de combates, feroz como un oso de Haghan, pero aún así poseedor de la sabiduría necesaria para comandar a sus subordinados. Una efigie de honor y Verdad en sus más gloriosas expresiones, un personaje de leyenda, de las épicas canciones de los skald de antaño.

Sí... Eso comenzaba a verse mejor. La pose dejaba de lucir artificial. La armadura relucía no por la carencia de uso, sino iluminada por las huellas dejadas por la sangre de los enemigos de Verhall. La gallarda capa de piel se cernía robustamente sobre los hombros del héroe cual trofeo, un recordatorio de glorias pasadas.

El hombre en el lienzo no era Ornolf, Tyrenna lo sabía bien. Sin embargo, era uno que Ornolf habría podido ser, con las virtudes adecuadas. Un hombre en el que, quizás, aún podía convertirse.

Tyrenna se entregó totalmente a su trabajo. Dirigió ocasionales miradas al Jarl para capturar algunos de sus rasgos, pero su atención fue absorbida completamente por el cuadro. En ese estado, el tiempo parecía detenerse. Podían transcurrir horas enteras, pero Tyrenna apenas lo notaría. En ese estado, todo lo que había era ella y el cuadro, el tenue sonido del pincel acariciando el lienzo y los penetrantes y familiares olores de los pigmentos y los aceites. No se detuvo cuando sintió el hambre acuciar su estómago, ni cuando la fatiga castigó sus espalda y piernas.

El héroe que Ornolf podía ser comenzaba a tomar forma. Dejaba de ser una imaginación lejana e improbable, para convertirse en una imagen verídica, magistralmente plasmada en el lienzo por la mano de Tyrenna.

La muchacha apenas se percató de la presencia del Jarl cuando este dejó su puesto para inspeccionar su trabajo. Percibió su silueta con el rabillo del ojo, examinando el lienzo críticamente desde sus espaldas, pero prefirió no detenerse. Imaginar lo que Ornolf podría estar pensando solo hacía resurgir sus inseguridades.

—Esto... —La voz del Jarl hizo que se sobresaltara. Tyrenna respiró hondo y se obligó a girar la cabeza para observar su reacción, esperando lo peor.

Aunque Ornolf fruncía sus gruesas cejas con brío, su expresión transmitía asombro y, más importante aún, satisfacción. La mirada del Jarl pasó del lienzo a Tyrenna y viceversa, como si le costara creer lo que estaba viendo.

—Esto es lo que quería.

Tyrenna sintió una fugaz descarga de satisfacción recorrer su cuerpo. Ornolf se aproximó al retrato para examinarlo más de cerca. Aún estaba lejos de estar completo, pero ya podían apreciarse los rasgos principales, lo suficiente para emitir un primer juicio.

—Havdall me libre —exclamó el Jarl—. Si podías pintar así todo este tiempo, ¿por qué no lo hiciste desde el comienzo?

Tyrenna sonrió, no sin cierta amargura.

—Necesitaba un cambio de perspectiva, mi Jarl.

Daorn tenía razón, aunque ella odiara aceptarlo. Ornolf cruzó sus robustos brazos y señaló el retrato a medio terminar con la barbilla.

—¿Para cuándo estará terminado?

—No debería tardar más que unos cuantos días —contestó Tyrenna. Durante su frenesí de inspiración, había sentado los fundamentos del retrato. Lo único que faltaba era aplicar detalles y refinar el acabado, pero esa parte del proceso no podía apresurarse.

Ornolf asintió en entendimiento.

—Mientras esté listo para la exposición de la semana próxima, no veo problema con que te tomes tu tiempo. —El Jarl miró a Tyrenna y, por primera vez, no hubo rastro alguno de desdén en sus ojos—. Buen trabajo.

No pudo evitar sonreír como una tonta.

Luego de esa primera inspección, el Jarl se mostró bastante más cooperativo con ella, al punto de incluso permitirle dejar el palacete para almorzar, aunque las intenciones de Tyrenna eran otras.

Impulsada por un entusiasmo renovado, cruzó Elfjord tan rápido como pudo en dirección a la casa de Freydis, aunque no se sentía muy inclinada a cruzarse con su padre. Cualquier interacción con Arslan podía suponer que su mentira quedara expuesta, pero el mercader debía encontrarse fuera a esa hora del día.

Al llegar, entró sin anunciarse. Freydis y ella llevaban años siendo buenas amigas, su casa era prácticamente un segundo hogar. Tyrenna saludó de paso a Ingred, la madre de Freydis, que se encontraba ocupada reprendiendo a una de sus criadas, y enrumbó directo a los dormitorios a toda prisa.

Extrañamente, la puerta del dormitorio de Freydis se encontraba cerrada. Tyrenna frunció fugazmente las cejas, pero no se detuvo a pensar en ese detalle, sino que abrió la puerta de un decidido empujón.

—Freydis... —dijo Tyrenna entre jadeos, pero lo que encontró adentro terminó de quitarle el aliento.

Su amiga se hallaba envuelta en los fornidos brazos de un muchacho, sus rostros juntos, sus labios unidos en un apasionado beso que fue interrumpido por un chillido ahogado de la rubia.

—¡Freydis! —repitió Tyrenna, esta vez a todo pulmón, su rostro tomando color rápidamente.

Los inesperados amantes pusieron distancia entre ellos ni bien oyeron la voz de Tyrenna, pero fue demasiado tarde. Lo visto no podía dejar de verse.

—¡Rena! ¿Qué estás haciendo aquí? Pensaba que estabas con el Jarl. —Las alarmadas palabras de Freydis se atropellaron unas a las otras.

—¡Olvida al Jarl! —Tyrenna vio acusatoriamente al muchacho que aún sostenía la mano de Freydis. Era Alrik Halfdansson, hijo de un prominente Hauld de la región. Freydis llevaba meses tratando de llamar su atención.

"Se ve que al fin le ha funcionado," pensó Tyrenna.

—¡No alzes tanto la voz! —dijo Freydis entre mortificados susurros y corrió a cerrar la puerta—. Nadie sabe que Alrik está aquí.

"Lo que faltaba." Tyrenna le dirigió una mirada de desaprobación al muchacho, que contestó con una relajada sonrisa.

¿Cómo podía gustarle a Freydis? Era apuesto, sí, de rasgos varoniles y una perfecta cabellera castaña, pero era tan arrogante como un noble de Hallandr. Tyrenna aún recordaba la desalmada forma en la que había rechazado a Freydis meses atrás.

—Havdall me libre... Deberías irte, lo siento —le dijo Freydis a Alrik y se tomaron nuevamente de las manos.

—Sí. Deberías —reiteró Tyrenna, cruzándose de brazos.

El muchacho le alzó una ceja y se incorporó con altivez. Se volvió hacia Freydis y acercó su rostro al de ella hasta que sus frentes se tocaron, aunque siguió viendo a Tyrenna de reojo.

—Volveré cuando tengamos algo más de privacidad.

Los enamorados estuvieron a punto de recaer en apasionados besos, pero Tyrenna se interpuso y los obligó a acelerar la despedida. Alrik se dirigió a la ventana a regañadientes, saltó a unas cajas que había acumuladas abajo en la calle, y se perdió pronto en la distancia.

—En el nombre de Havdall, ¿qué fue eso? —exigió saber Tyrenna como una madre enfurecida.

—Solo pasó... —se defendió Freydis, tras caer sentada tristemente en el borde de la cama.

Tyrenna entornó los ojos y ladeó la cabeza, demandando una explicación.

—Estaba ayer en la tienda de mi padre cuando Aldrik y su padre llegaron. Tenían negocios que discutir, pero Alrik... —Freydis suspiró hondo, sonriendo cándidamente mientras miraba un punto indeterminado en el aire—. La manera en que me vio, Rena. Fue mágico. Pasamos juntos el resto de la tarde y prometió que nos veríamos hoy.

Tyrenna hizo una mueca. No era que no estuviera interesada en el amor; simplemente no estaba dispuesta a perder el tiempo con ninguno de los hombres de esa ciudad. Había tenido algún que otro romance tumultoso, que solo acabaron por convencerla de que no valía la pena malgastar sus energías en tremendas sandeces.

—¿Olvidas cómo te trató la última vez? —le recriminó Tyrenna, lo que pareció sacar a Freydis de su estupor romántico.

—Lo sé... ¡Pero si hubieras oído las cosas que decía! ¡No paraba de repetir lo hermosa que soy!

Tyrenna gruñó para sus adentros, observando a su amiga sentenciosamente. Con todo el barullo, no se había fijado demasiado, pero Freydis lucía... diferente. Era como si todos los defectos que Tyrenna solía encontrar en su apariencia hubieran desaparecido.

¿Qué había cambiado? ¿Podía la alegría sembrada por un naciente romance tener un efecto tan notable? Freydis se veía más que hermosa, estaba radiante. Si Alrik había visto lo mismo que Tyrenna estaba viendo, no era sorprendente que su opinión sobre ella cambiara tanto. "Aunque no quita que sea un idiota."

—Deberías estar feliz por mí —protestó Freydis.

—Sí, sí... Es solo que han estado pasando tantas cosas que mi cabeza es un lío.

Freydis acalló un suspiro y abrió mucho los ojos. Dio golpecitos con la mano al espacio en la cama junto a ella, como invitando a que Tyrenna se sentara. La pelirroja sonrió; conocía a su amiga, sabía que nunca podía resistirse al cotilleo.

Los siguientes minutos pasaron en un accidentado recuento de los acontecimientos de los últimos días, los retratos fallidos del Jarl, la frustración de Tyrenna y los problemáticos encuentros con Daorn, aunque dejó fuera los detalles más comprometedores de su última conversación con el skald.

—Gracias a Havdall todo resultó bien —dijo Freydis luego de escucharlo todo.

—Sí... —admitió Tyrenna. Se sentía bien poder sacar todo eso de su pecho, aunque ese no era el motivo por el que había visitado a Freydis tan de improviso—. ¿Sabes si Daorn está todavía en la ciudad?

—¿El hombre elegante de Hallandr? ¿El poeta?

Tyrenna asintió varias veces con la cabeza, pero no parecía que Freydis supiera mucho al respecto.

—Debe haber vuelto a la capital. ¿Por qué lo buscas?

Tyrenna lo consideró. En realidad, no estaba del todo segura de la razón. Decir que quería agradecerle por sus consejos sería una verdad a medias, pero debía reconocer que muchas de las cosas que el skald le había dicho todavía hacían eco en su memoria.

—Solo quería hablar con él —se limitó a decir. Freydis no cuestionó su respuesta.

—Aunque, ahora que lo pienso... —La rubia ladeó la cabeza, la vista alzada, como haciendo un monumental esfuerzo por recordar algo. En seguida, sus ojos azules se abrieron al máximo antes de que saliera corriendo de la habitación con una sonrisa dibujada en sus labios.

—¿A dónde vas? —exclamó Tyrenna, totalmente confundida.

Se levantó para seguir a su amiga, pero antes de que pudiera bajar las escaleras por completo, se topó con Freydis, que subía. Regresaron adentro y fue entonces que su amiga le mostró lo que había ido a buscar con tanta prisa.

—¿Qué es eso? —preguntó Tyrenna. Freydis retiró el paño que envolvía al misterioso objeto rectangular, revelando así un libro de cubierta de cuero con sofisticadas runas grabadas en dorado.

—El último libro que escribió el señor Daorn; le dejó una copia a mi padre hace semanas. Pensé que podría servirte, ya que dijiste que quieres conocer más de él.

"¿Cuándo dije eso?" pensó Tyrenna mientras fruncía el ceño, pero prefirió no refutar las ideas que su amiga se había hecho.

—¿Me lo estás dando? No creo que a tu padre le haga gracia.

—Lo recibió por cortesía, ni siquiera lo ha abierto. Así que no creo que le haga falta —insistió Freydis, encogiéndose de hombros.

Tyrenna dejó que pusiera el libro entre sus manos y apreció la delicada textura de la cubierta en sus dedos.

"Recuentos," decían las runas del título. Tras una breve hojeada, parecía ser una colección de antiguas crónicas que databan del pasado profundo de Verhall, incluso antes de la institución de la Cruzada Interminable, acompañadas de los comentarios de Daorn.

—Gracias. Lo leeré cuando tenga tiempo —dijo Tyrenna. En realidad, no era una lectora muy ávida, pero le intrigaba lo que Daorn tenía que decir sobre las crónicas de antaño. Quizás, leerlo le permitiría entender mejor las cosas que el skald le había dicho.

Freydis decantó su atención en relatar los últimos chismes de los que había tomado conocimiento. Tyrenna respondió por inercia con sonrisas o expresiones de asombro, reacciones ensayadas que había repetido cientos de veces.

Lo único en lo que podía pensar realmente era el retrato del Jarl. Estaba un paso más cerca, al fin. Ornolf no había dicho nada sobre el patrocinio, pero Tyrenna suponía que si el cuadro recibía suficientes elogios el día de la exposición, podía darlo por sentado.

¿Y, después, qué?

"La corte del Jönnungr." Daorn había insinuado que Tyrenna podía llegar ahí. ¿Tendría razón? Las numerosas posibilidades ocuparon la mente de Tyrenna como un enjambre de ruidosas avispas de las que, en verdad, no tenía intenciones de librarse.

—¿Me oyes, Rena? —dijo Freydis.

—Sí... Claro que sí —mintió Tyrenna, antes de seguir fantaseando.

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