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Una tarde de chicas.

—¿Qué lees? —preguntó Eyrina.

Le enseñé la portada marcando la página con el dedo pulgar. Ella estuvo observándola durante un rato.

—Eras, sin duda, una persona muy curiosa, ¿recuerdas cuando siempre me contabas que habías aprendido algo nuevo?

Sonreí ante el vago recuerdo.

Claro que sí no fuera por mi gran curiosidad, no hubiera sabido leer, no hubiera amado la lectura, no hubiera vivido por y para las páginas.

Eso antes del… incidente.

Procedí a centrarme en las letras que estaban plasmadas en las finas hojas de papel claro.

«El vaho seguía presente en la ventana de la habitación, con las palmas de sus manos entumecidas por el frío colocadas en el cristal. Una lágrima rodó por su mejilla y cuando llegó a su mandíbula, cayó hasta su regazo.

»Ver al amor su vida partir hacia una nueva ciudad, una nueva vida. Podría seguir y olvidar lo pasado o podría intentar vivir con el dolor encogiéndole el corazón. Un simple “adiós” y sin ninguna…»

Cerré el libro de inmediato, ya había pasado la mayoría del tiempo desde que abrí el libro desde la primera página.

Al parecer, a nadie le importó tener una boca menos que alimentar, al igual que a mí me dio igual que no me hubiesen hablado.



≪•◦ ❈ ◦•≫



—Aquí definitivamente no estás segura —afirmó poniendo sus manos en sus caderas, pensativa—, quizás si ideamos un plan de seguridad máxima…

Empezaba a dudar que Eyrina fuese una radio estropeada, hablaba tanto y tan rápido que no tenía tiempo de asimilar todo. La información me venía de golpe y los gestos que ideaba me hacían girar la cabeza de un lado a otro.

—Tampoco es que sea una rosa delicada… —suspiré.

Ignoró mi comentario o quizás ni siquiera lo escuchó.

—Si lo comentamos con el rey y solicitamos la petición de instalarte en un lugar menos peligroso...

Al cabo de tres horas escuchando sucesivamente las ideas de Eyrina, solo escuchaba “blah, blah, blah” y veía como sus labios se movían.

—Oh, cariño, no me estás escuchando, ¿verdad?

—Eh…¿Yo? Claro que sí…

—Claro que no —corrigió—, estás en las nubes.

Bajé la mirada, avergonzada y, después de disculparme y avisarla, desaparecí por el pasillo, con la única misión de llegar al baño.

Me lo repetí unas diez veces pero finalmente Eyrina optó por acompañarme, después de todo, era mi asistenta personal, ¿no?

—¿Sabes lo que pasaría si te pasara algo a ti? —preguntó ella, me giré para mirarla a los ojos, esos ojos que tanto observaba—. Quiero decir, cómo actuaría el futuro heredero —se aclaró con los labios apretados.

—Hum, pues nunca se me pasó por la cabeza —mentí.

—No estoy segura, pero de lo que sí estoy segura es que no sería nada bueno.

Asentí, restándole importancia al tema.

Cuando hube salido del baño, nos dirigimos al jardín exterior, quizás para merodear por los alrededores, o simplemente para ver la bonita estancia y escuchar algún que otro pajarito.

El gran lugar estaba envuelto en una espesa hierba de un color verde brillante, la fuente de agua que se hallaba justo en el medio le hacía parecer un cuento de hadas, quizás algo más mágico. Los chorros de agua caían como suaves notas de una melodía compuesta para enamorar, caían de forma silenciosa, caían despreocupadamente.

La gran verja de un color dorado y negro destacaba contra la gran flora que se encontraba allí, al principio eran líneas de hierro pintado —o quizás de oro— pero luego acababan en unas ondulaciones y finalmente con una pequeña esfera.

Tanto dentro como fuera del palacio se encontraban docenas de logos del imperio de Zyphoria, todos sellados con plata reluciente y oro.

El cielo se empezó a tornar de colores cálidos como el naranja y el rojizo, acabando con tonos rosados y amarillentos, era la despedida del Sol y la aparición de la luna, la deseada luna.

—Un atardecer muy bonito, ¿no crees?

—Aunque esté de acuerdo contigo, te estás comportando como una adulta, viendo el lado filosófico de las cosas, como si te doliera la vida…

Con eso le saqué una carcajada, con ella aproveché para acariciar con un poco de fuerza sus costillas. Se dobló en dos, intentando escapar de mis delgaduchos dedos que le hacían cosquillas justo en el vientre.

Así acabó la tarde. Eyrina y yo. El suelo. Mirando el cielo oscureciendo.

Ese sería un resumen muy buen resumido de la tarde.

—Esas estrellas agrupadas parecen un pato —comentó ella señalando con el dedo índice el cielo lleno de pequeños puntos de luz.

—Ya empiezas a comportarte como tal… —bromeé— Pero si parece una gallina—. hice una pausa— O un gallo.

Más carcajadas.

El tiempo pasando volando.

El cielo girando en torno a nosotras.

Una nota.

Una gélida y solitaria nota nos arrebató la felicidad, más concretamente me quitó la felicidad como si simplemente hubiese sido el soplo del viento.

En menos de tres segundos, ya tenía el trozo de papel minúsculo entre mis dedos y los labios apretados en una fina línea.

—¿Es en serio? Vaya, que oportuno… —bufó Eyrina.

Decidí guardarlo hasta después, ignorando el hecho de que la curiosidad me carcomiese por dentro. Aunque estuviese hecha un manojo de nervios.

—Quien cuente todas las estrellas antes, gana —me retó ella.

—Pero Eyrina… no creo que eso vaya a ser posible…

—¡Ya! —no me dio tiempo ni a reaccionar cuando ella ya había empezado a contarlas.
Aquel era su juego favorito desde que tenía memoria, contar las estrellas aunque fuese prácticamente imposible, realmente disfrutaba cuando se concentraba cómo sus cejas se fruncían y dirigía toda su atención a enumerarlas. Una por una.

—Hay ciento setenta y ocho estrellas en total.

—Te aseguro que no.

—Te prometo que sí.


≪•◦ ❈ ◦•≫


—Eyrina, si me permites… no estoy de humor— me abrí paso, esquivándola.

—Te juro que como sea por el patético trozo de papel, lo voy a romper a pedacitos, ¿me estás escuchando?

Por supuesto que no, creí que solo estaba hablando por hablar hasta visualicé su expresión, no cabía duda de que estaba dispuesta a hacerlo.

Sus ojos parecían inquietantes, como si me estuviese advirtiendo que me quedase al margen.

Aunque era un pelín más baja de estatura que yo, sin duda alguna parecía más amenazante, a pesar de su carita bonita.

Sin embargo, saqué del escondite, la desdoblé y me propuse a leerla.









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