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Quizás la traición no sabía tan bien.

-Es todo muy confuso, creo que un amigo mío está allí en peligro -comenté a una de las sirvientas en la que confiaba.

-Tal vez no deberías estasr contándomelo, o tal vez sí.

No sabía con qué intención había hecho ese comentario, pero estaba casi segura de que no me llevaría a nada bueno.

-¿Qué quiere decir con ello? ¿Acaso cree le estoy contando algo personal?-cuestioné, más bien era una pregunta retórica, como si le estuviera incitándola a probarlo.

-Deberías planteártelo a ti misma, simplemente estás aquí por pura lástima. ¿Crees que Majestad se habría enamorado de ti? -me preguntó, me contení para que no tuviera un tic en el ojo-. ¡Por favor! No eres ni bella.

Ahí sí se había pasado; una cosa era enmarcar todo lo que me faltaba y otra muy distinta era recalcar lo que ella no tenía.

-¿Está insinuando algo?

-Estoy insinuando que no deberías dejar que el poder se te suba a la cabeza, no le llegas a la realeza ni a los talones.

-No querrías acabar como Jennifer -le susurré en el oído.

-¿Jennifer? ¿Quién es esa? -preguntó con las cejas fruncidas.

Justo lo que esperaba, que sus ojos brillaran por el miedo, por el temor y por último, la curiosidad.

-No la maté de inmediato, la torturé día a día, a la misma hora, utilizando maneras de martirizar distintas, inmovilizándola, amenazándola y, por último, aconsejándola-, mentí.

Sus ojos se agradecieron y unas arrugas se formaron alrededor de su rosada boca.

A veces no hace falta contar la verdadera historia, simplemente hay que decir lo que ellos esperan escuchar de ti.

Genial, quería irse, estaba retrocediendo, sale corriendo despavorida.

La seguí con la mirada hasta que era solo una pequeña manchita al fondo del pasillo y... desapareció.

👑

Los tacones chocando contra el limpísimo suelo, un vestido nuevo de un color claro y sencillo, una diadema de esmeraldas y un collar de perlas. Perfecta. Divina.

Cada vez que pasaba por delante de un grupo de personas -sirvientes y sirvientas, cocineros y cocineras, jardineros y jardineras...- siempre tenían que susurrar, lo bastante alto para que yo supiera que su tema de conversación era yo, seguramente estaban inventándose mentiras; pero bueno, que se crean su parte preferida.

«Hazles creer que sabes lo que estás haciendo, aunque sea mentira».

«Hazles creer que sabes lo que estás haciendo, aunque sea mentira».

«Hazles creer que sabes lo que estás haciendo, aunque sea mentira».

-Señora... ¿Habéis desayunado? -me preguntó una viejecita un pelín más bajita que yo, con los canosos pelos brillantes recogidos en un moño adornado con pequeñas piedrecitas.

-Kiara -respondí-, llámeme Kiara.

-De acuerdo... Kiara -aunque se paró durante un rato para escoger la palabra adecuada, al fin lo dijo.

Hasta que no giré en redondo y me dispuse a andar en dirección opuesta, no me percaté de que no había respondido a la pregunta que me formuló, pero después de todo, no es que fuera de suma importancia.

Intentaba andar con impotencia, actuando como si estuviera segura de mí misma y no fuera una campesina que no tenía ni voz ni voto.

Mis pies me ardían, eran los tacones más incómodos que jamás me hube puesto; eran bonitos, pero eran infernales.

A la vez, era agradable estar allí, pero eso sí, no me sentía como en casa. Era una estancia totalmente diferente, algo acogedora.

«Hazles creer que sabes lo que estás haciendo, aunque sea mentira».

-Un café con leche y con mucho azúcar.

La cocinera asintió a regañadientes y empezó a cocinar lo que le había ordenado, un café con leche y con mucho azúcar.

Cuando hubo acabado, me pasó una bonita taza de porcelana humeante. Olía terriblemente bien.

Al llevar el tazón a mis labios, me quemé la lengua y estuve a punto de llamar la atención de todos, quizás con un chillido.

-Está caliente -me aconsejó justo después de haberme quemado.

-¿¡Hasta ahora lo dice!? -grité.

Magnífico, ahora sí estaba haciendo una escena, además, ya casi no sentía la lengua.

-No especificó -esa fue su excusa. Su un poco patética excusa.

-Exijo otro café de inmediato -ordené.

Fue sorprendente la manera en la que me sentí imponente, imparable, pero fue aún más sorprendente cómo me obedeció.

Me miró con mala cara y murmuró un «De acuerdo» en casi un susurro.

Cuando me lo entregó no tuve la confianza suficiente hacia su persona para llevármelo a los labios.

-Bébalo usted primero.

-No -me espetó-, suficiente hago haciéndoles caso, no actuéis como una egoísta, casi empiezo a pensar que os comportáis como los de sangre azul...

Aquella declaración me dejó atónita, ¿acaso yo me mostraba como ellos, creyéndome superior a los demás?

-Mire, vos a mí no me compare con «ellos» -hice énfasis en la palabra «ellos».

-Casi empiezo a pensar que son familia.

Hice ademán de no responder ante su comentario y esperé a que probara la templada bebida que ella misma había realizado.

Una señora cotilla -ella y todos los demás presentes- que sospechosamente observaba todo desde una distancia prudente, se acercó y allí acabó el murmullo. Parecía harta, como si hubiera estado visualizando una discusión entre dos niñas pequeñas.

Se llevó la taza de inmediato a los labios, cogiéndola entre sus delgaduchos dedos.

La cara de la cocinera palideció y casi pude leerle en el rostro cómo se formaba un «NO» en mayúsculas y bien visible, casi como si se tratara de un letrero.

«Realmente no me gustaría estar en su puesto» pensé.

Cómo esperaba, una mueca de extrañeza en su faceta, una de asco al saborearlo y los músculos de todo su cuerpo inmóviles. Ver la vida pasar ante sus ojos sería duro pero ver la vida de alguien pasar ante tus ojos lo era aún peor.

Cayó con un golpe sordo en el asfalto, ahogándose con su propia saliva, era eapantoso lo que le estaba pasando.

«Han intentado envenenarme» era lo único que pensaba en aquel momento.

Se llevó las manos a su cuello, tratando con todas sus fuerzas tomar una bocanada de oxígeno, pero le era imposible.

La cara de la "asesina" estaba casi azul, casi fantasmagórica, estaba asustada, horrorizada; no había ni una sola palabra que podría describir con certeza lo tanto que estaba temerosa, de ser en otras circunstancias, me hubiera reído en su cara. Pero estaba tan desconcertada que no creía esto real.

Su cuerpo tendido en el suelo, ya sin respiración, tieso y sin vida. Sus ojos vidriosos antes relucientes yacían abiertos, exámines y sin pruebas de algún sueño por cumplir.

No podía respirar, tenía la mente en blanco, bloqueada.

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