Ojalá...
Nunca llegué a imaginarme que echaría de menos a Ayra, mi hermana menor. La echaba muchísimo de manos a pesar de todos los gritos y mordiscos que me propinaba diariamente.
Echaba de menos con mayoritariamente a mis padres, después de todo, fueron ellos los que se esmeraron en criarme.
Las lágrimas salían a toda costa con cada pensamiento que me imaginaba.
¿Qué no volvería a ver a mi familia? Deseaba con toda mi vida que fuera una pesadilla, intentaba creerme a mi misma que era una pesadilla; una mala jugada de la vida.
¿Pero por qué parecía todo tan real? Esos ojitos nunca se molestarían en mirarme.
-Cuando esté más tranquila, os lo explicaré más detalladamente ¿De acuerdo?- no sé cómo ni cuando ni por qué, pero asentí.
De repente me sentí exhausta, cansada, agotada y mis párpados amenazaban con cerrarse.
Ya no podía llorar más, no tenía la energía suficiente para ello.
Las piernas me temblaban cada vez más y veía el mundo desde otra perspectiva. Daba vueltas y vueltas con colores llamativos y de vez en cuando se formaban objetos como flores, rostros...
Estaba delirando, estaba segura de que estaba delirando. Ahora que lo pensaba, no había comido nada durante varios días, y realmente estaba hambrienta; me sentía vacía, y no únicamente por la comida.
-Deberías dormir...- empezó con voz suave antes de que Axiel entrara por la ventana en un movimiento ágil, el pelo se le erizaba en la nuca y los gotas de sudor recorrían su rostro. Sus prendas estaban demasiado desgastadas, y ahora estaban incluso más rotas que anteriormente.
En su cuerpo yacían varias heridas, no muy grandes, únicamente superficiales. Hechas posiblemente por algún hierro o trozo de madera.
Sus respiraciones eran rápidas e irregulares, como si intentará recuperarse después de haber corrido kilómetros.
Abrió los ojos de par en par al ver al príncipe, con la espalda recta y elegante como siempre, se encontraba en esa misma habitación. Una vena palpitaba con fuerza en el lado derecho de su cuello y me pareció ver que apretaba la mandíbula con tal ímpetu que dudaba que se le podría romper algún diente.
Adriel se mostró inexpresivo a lo largo de las miradas que este le dirigía con ira; no dijo nada, en vez de eso, salió por la puerta con normalidad.
Sus pasos eran rápidos y decididos, pero no parecía tener prisas. Sus botas negras y brillantes resonaban al ponerse en contacto con el pulido suelo y el pelo se le echaba hacia atrás y, debo admitir que en ese estado parecía un príncipe malo, de esos que se saltan las leyes y deciden utilizar sus propias normas.
Sentí que alguien me arrastraba con un fuerte tirón del brazo, antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba cayéndome.
Está sensación no era extraña para mí, ya que la sentí más de una vez; sentir que el oxígeno no llega a los pulmones y que sea inútil forcejear e intentar desprenderse de ese sentimiento. A la vez, es... difícil de describir, porque sientes que estás volando, pero de una manera desagradable.
-No te vas a hacer daño, Kira, estoy aquí, no te vas a hacer daño, no lo voy a permitir...
Repetía esas palabras una y otra vez mientras me agarraba con fuerza por la espalda, olía a sangre y a hierro, el olor se me impregnaba en la nariz de golpe y sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo.
Hasta que me di cuenta de que tenía una herida en el brazo izquierdo, de la que manaba sangre brevemente, no parecía muy reciente y estaba muy poco atendida.
Al chocar contra las frías agua del río Alow, me helé por completo, simplemente veía algas, rocas, corales y peces. Se me paró la respiración.
No me di cuenta de que estábamos en el fondo marino hasta que no pude inhalar oxígeno. Luchaba y chapoteaba en el agua inútilmente, las manos que antes me sostenían se soltaron lentamente como un lazo deshaciéndose.
Oh dios mío, esto no podría estar pasando. No tenía ninguna experiencia acerca de esto y posiblemente pueda morir por mi culpa. No debería pensar eso, aún hay esperanza, o así es como me intentaba engañar a mi misma.
Intenté buscar ayuda por todos los medios, gritando socorro o moviendo las manos en el aire desesperadamente.
El líquido salado se adentró más de una vez en los ojos, haciendo que me ardan como mil demonios. El húmedo pelo se me adhería al rostro, haciéndome imposible el hecho de ver.
Cada segundo que pasaba era oro, el tiempo se iba y no regresaba, y lo más importante, menos duración de vida.
Hasta que lo vi con esa sonrisa arrogante.
Hice una mueca cargada de ironía y odio y sentí como se pensaba mi cuerpo, los dientes me dolían y, aunque el agua se encontraba helada, yo echaba fuego.
La orilla aparentaba estar a unos pocos metros de donde nos situábamos y conseguí trasladarlo hacia la tierra con un esfuerzo sobrenatural.
No podía ser, era demasiado tarde, su piel se había vuelto pálida y sin color. Dudaba que si su corazón seguiría latiendo.
Observar su cuerpo inerte, allí, en la arena, hizo que se me encogiera el corazón hasta que me dolió. Como si unas grandes manos lo apretaran cada vez con más intensidad.
En ese concreto momento me arrepentía de absolutamente todo, únicamente quería desaparecer en ese mismo instante de la faz de la Tierra. Dejar de existir, desaparecer, esfumarme como si fuera vapor.
Las piernas me temblaban, amenazando con desplomarse de un momento a otro, eran demasiadas las emociones que me embargaban por dentro, hasta casi no poder contenerlas.
Le puse una mano en la mejilla con suavidad y noté su gélida piel contra la mía y se me contrajo aún más el corazón.
Sus ropajes adquirían un tono escarlata y se pegaban a su organismo, la profunda herida del brazo descansaba llena de arena y otras piedras.
-Requiesce in pace frater, semper eris in cordibus nostris quaecunque fiunt- es lo último que le dije antes de cerrarle los párpados con el dedo índice y corazón. «Descansa en paz hermano, siempre estarás en nuestros corazones, pase lo que pase»
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