Lo mejor que podía pasar.
Por mucho que me duchaba, me lavaba la cara, intentaba entretenerme por cualquiera de los medios; la imagen del cuerpo inerte era una representación viva de aquel momento, que se repetía una y otra vez. Como un bucle.
«Cayó con un golpe sordo en el asfalto, ahogándose con su propia saliva, era espantoso lo que le estaba pasando».
«Se llevó las manos a su cuello, tratando con todas sus fuerzas tomar una bocanada de oxígeno, pero le era imposible».
«Su cuerpo tendido en el suelo, ya sin respiración, tieso y sin vida. Sus ojos vidriosos antes relucientes yacían abiertos, exánimes y sin pruebas de algún sueño por cumplir».
No podía desprenderme de esa ocurrencia, era imposible siquiera pensar en otra cosa que no fuera esa muerte, esa inocente muerte.
Suspiré y me dejé caer en la orilla de la cama, exhausta, derrotada.
Me pasé una mano por la cara y luego por el pelo, suspirando de nuevo.
-¿Té? -preguntó una vocecita femenina.
-Largo -espeté sin ni siquiera darme la vuelta para ver quién era.
Realmente había pasado tantas cosas que no tenía tiempo de asimilarlas, mi cabeza se podía comparar incluso con un torbellino de arena -los granos de arena serían los problemas -en un desierto.
-Tendrás que aguantarme desde ahora en adelante -me tensé, ya sabía a la perfección de quién procedía esa voz.
No podía pensar bien de nuevo, quería olvidarme de todo, solo abrazarla y quedarme siempre con ella.
Cerré los ojos con fuerza y los volví a abrir, antes de que me di cuenta, una mata de pelo dorado se plantó delante de mí con esa sonrisilla que tanto conocía, esos ojos tan curiosos de color verde menta.
Seguía sin poder moverme, ordenaba a mi mente que le preguntara algo, lo que sea o al menos moverme un centímetro.
-Seré vuestra asistenta personal por órdenes de la corte, os serviré cada día, cumpliendo vuestros mandamientos; seré fiel a vos y jamás osaré hacer algo de lo que no estéis satisfecha, siempre y cuando que no esté en contra del reino...
-Ahórrate el discursito, Eyrina.
Suspiró de alivio.
≪•◦ ❈ ◦•≫
No paré de hablar durante todo el día, a lo que ella respondía monosílabos como «Ajá», «Sí»...
Aunque parecía tan profesional, yo seguía viéndola como la persona más bondadosa que jamás hubo existido.
Estuvimos hablando sobre nuestro hogar, cómo ella terminó aquí, que conoció a un chico guapísimo y de muchas cosas más.
«¿Ahora tenía a una persona sumamente responsable como asistenta personal, además de ser mi mejor amiga?»
-Creo que ya es hora de dormir, Kiara.
No pude dormir más de tres horas en toda la noche, si antes mis preocupaciones eran los granos de arena de un desierto, ahora eran diez desiertos más.
Me odiaba tanto a mí misma por ser tan inútil en todas las situaciones que tenga que tener una asistenta que escoja las decisiones por mí. Pero la parte buena era que teníamos todo el tiempo del mundo para hablar de lo que fuese.
El techo era tan sencillo que me quedaba mirándolo todo el tiempo, detestaba las cosas perfectas; como por ejemplo Eyrina, el castillo, el colchón en el que estaba tumbada...
¿De qué servía tener un armario de ropa de dos metros de alto y un metro y medio de ancho a rebosar de prendas?
¿De qué servía preparar un montón de comida? ¿Para que luego no se la coman?
Era estresante, muy estresante.
Cerré los ojos y desde ahí no supe distinguir lo que era real y lo que era ficticio.
≪•◦ ❈ ◦•≫
Me levanté más bien un poco tarde, aún soñolienta por una parte, el silencio reinaba en la estancia con la oscuridad como compañera. Las ventanas lujosas yacían cerradas, lo que era el resultado de la espesa penumbra en la que me encontraba.
Tenía los ojos medio cerrados pero aún seguía sin moverme del lecho, como si aún estuviese en estado de suspensión, simplemente me quería quedar allí y mirar a la nada.
Pasados cinco minutos entró Eyrina, que llevaba encima una bandeja de plata reluciente con el desayuno y unos papeles en la otra mano.
-Tienes un cuarto de hora para terminar de comer y vienes conmigo -me informó, decidida.
-¿Qué? -pregunté confundida.
-No me hagas repetirlo y date prisa, que no disponemos de mucho tiempo, tenemos justo el necesario -informó ella.
Me dispuse a coger la bandeja con las dos manos y ponerla en mis rodillas. Empecé a comer a pequeños bocaditos.
Cogí el periódico con una mano, arrugándolo levemente con la presión de la yema de los dedos índice y pulgar y procedí a tomar un sorbo del café que estaba de muerte.
Noticias de última hora:
Hoy, el séptimo día de luna llena del 1367, honramos a los soldados que desgraciadamente perecieron en la brutal batalla entre nuestros dos reinos favoritos. Las noticias están a rebosar de estos valientes guerreros, que serán recordados y venerados por siempre.
He de nombrar a aquellos osados que lucharon por defender a esta fortaleza hasta la muerte...
Se me paró la respiración y apreté con más fuerza el papel entre mis dedos.
Deseaba con todas mis fuerzas no ver el nombre de algún conocido, de ser así, espero que no haya una ventana de la que tirarme.
Di otro sorbo al café y un mordisco al pequeño pastelito de una montaña de ellos.
Eyrina solo se quedaba para supervisar la situación, o evitar que llegue a tirarme por una ventana.
Se sentó y me robó un pastelito de crema, terminando con la comisura de los labios manchada con el dulce.
-¿Qué pone? -demandó.
No le respondí, solo le pasé el montón de hojas con la mano temblorosa, su cara estuvo serena hasta que la terminó.
-No la has terminado de leer, ¿a que no?
Parecía una acusación, aunque real.
Tampoco es que quería terminar de leerla, aunque la curiosidad me carcomía por dentro.
Miré la bandeja, seguía llena. ¿El café? Hasta el borde. ¿Un pastel de tamaño medio? Ni empezado.
Eyrina me agarró suavemente por el codo, sacándome de la cama.
-Vamos a arreglar las pintas que llevas.
La miré con mala cara y la seguí a regañadientes.
Un vestido enorme que seguramente no cabía ni en una la silla, era el corsé más apretado que jamás me había puesto, el corpiño era de un color celeste lleno de perlas relucientes y la falda se abría como una flor, a rebosar de minúsculas bolillas que adornaban el baldón. Las mangas llegaban hasta los codos, con una ancha abertura dejaba ver las manos y la mitad de los brazos.
En la cabeza me puso una diadema con diamantes incrustados, me enrojeció las mejillas y los labios y me recogió el pelo en un moño despreocupado, dejando rizos rubios sueltos.
«Parezco una muñeca», pensé.
-Estás preciosa, pero omite cualquier rastro de desagrado y que una sonrisa esté siempre presente en tu cara.
Pues era lo primero que sentía hacia el reino pero después de todo, me vi obligada a sonreír.
Elevó un pulgar hacia arriba a causa de mi gesto.
-Ahora vas a conocer al rey.
N/a: Espero que os haya gustado y no os tiréis por una ventana. :)
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