I. De regalos de último momento y malas noticias.
El repiqueteo de sus dedos en el mostrador contaba su impaciencia. La señorita que le atendía no se daba prisa en hacer el moño que cerraba la elegante cajita roja. ¿Cuánto se puede tardar alguien en hacer un moño? Pronto entendió que la señorita era nueva en la lujosa joyería y su gerente se acercó a ayudarle en cuanto se percató del serio semblante de su reconocido cliente.
—Disculpe por la espera, señor Min —la voz nerviosa de la gerente le sacó el intento de una sonrisa, más ya estaba retrasado. Claro, en parte era su culpa, solo a él se le ocurría llegar por un obsequio de último momento.
Después de tomar el regalo y salir de la joyería, caminó a toda prisa hasta su auto. Con suerte había conseguido un aparcamiento a solo unas cuantas tiendas delante.
El frío le golpeó en el rostro, pero su pesado abrigo lo mantenía lo suficientemente cálido como para no quejarse. Observó su reloj: cinco con treinta y seis de la tarde. Con suerte, si aceleraba a ciento veinte en la carretera, podría llegar a tiempo antes que su vuelo saliera. El camino hacia el aeropuerto no era muy complicado, pero la ventisca nevada que se había venido repentina en la ciudad, le tenía con cuidado.
Sin pensarlo más puso en marcha el motor, dejó el obsequio en el asiento trasero y se dispuso a conducir con extrema concentración. Como siempre, lo tenía todo bajo control.
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No podía controlar el clima y eso estaba sacándolo de sus casillas.
La ventisca había arreciado y tuvo que orillarse en una gasolinera del camino que también estaba llena de gente y viajeros atascados en su recorrido.
Exhaló con cansancio y apretó sus manos en el volante. Un sonido molesto le sacó de sus quejas internas. Ese molesto teléfono celular que no terminaba por entender sonaba desde la guantera del auto.
—¿Diga?
—¿Yoongi? Ah... al fin logro comunicarme contigo, la señal de los móviles está fallando demasiado.
—Te dije que no quería un estúpido teléfono, Nam. ¿Ves cómo son inútiles? Solo hacen ruido.
—Hablas como un abuelo, Yoongi. En pleno 1995 y tú sigues con tus ideas anticuadas -el aviso ruidoso e inentendible de un aeropuerto se escuchó del otro lado de la línea.
—¿Ya estás en el aeropuerto? —la ansiedad e impaciencia de Yoongi creció.
—Desde hace dos horas, como habíamos acordado. ¿Sabes? No me pagas lo suficiente para salvar tu trasero todo el tiempo. Pero, en fin, ¿ya estás en el aparcamiento? Debes caminar más de prisa, casi sale tu avión.
—Namjoon, estoy varado en una gasolinera, esperé que pasara un poco la ventisca, no podía ver nada. Los faros de tu auto son un asco.
—¿DISCULPA? No le digas nada a mi bebé, hace lo que puede. Nadie sabría que esta tormenta golpearía así.
—Bueno, tal vez si hubieras invertido en un mejor auto, como te lo dije, y no en un Honda Civic solo porque está de moda... —canturreó un poco fastidiado con la innecesaria conversación.
—Tú qué vas a saber de moda, anciano anticuado —renegó su mejor amigo siendo interrumpido por otro aviso del aeropuerto —oh, Dios mío... Yoongi, no me lo vas a creer.
—Déjame adivinar, ¿perdí mi vuelo? —pero al observar su reloj de muñeca, Yoongi observó que aún llevaba algo de buen tiempo.
—Yoongi... han cancelado los vuelos.
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Estar enojado era poco para describir el humor de Yoongi. Enfurecido, en cambio, era algo exagerado.
Sus dedos repiquetearon en el mostrador del Seven-Eleven de la gasolinera en la que aún seguía varado. Había supuesto, erróneamente, que un café podría mejorar el mal humor que tenía y, puesto que ahora conduciría durante todo su viaje, necesitaba estar despierto. Pero nuevamente se enfrentaba con personas incompetentes -dentro de sus estándares- en hacer sus trabajos pues, al parecer, el cajero estaba más dispuesto a jugar en su Game Boy que en ayudar a las personas a poner sus compras en bolsas plásticas.
Cuando al fin cobraron su café y unos pastelillos y aperitivos para el camino, se dio cuenta que no llevaba tanto efectivo consigo. Suspiró, de todos modos ya había cargado el tanque con gasolina y solo le quedaba llegar a su destino. De seguro el hotel a medio camino que encontrara en la siguiente ciudad podría usar su tarjeta o un cheque.
Salió de la tienda y vio con alivio como la ventisca había aminorado considerablemente. Decidió cambiar su actitud y ponerse algo positivo. "De todos modos me hacía falta un buen tiempo conmigo mismo", pensó con algo de burla.
Caminó hacia el auto de su amigo que había dejado aparcado con las luces intermitentes.
Se sentó, dejó el humeante café en el portavasos y los snacks en el asiento del copiloto; abrochó el cinturón de seguridad y encendió el motor.
Avanzó unos metros en la carretera, despidiéndose mentalmente del ruidoso paradero. Hizo tranquilamente una revisión de su checklist mental para al final ajustar el retrovisor sin pensar que un rostro lleno de pánico iba a sacarle el susto de su vida.
El grito que salió del fondo de su pecho, sonó a la par del chillido por parte del intruso en su asiento trasero.
Inmediatamente se orilló con un chirrido de llanta en el acotamiento de la carretera y salió del auto, como si el asiento estuviera incendiándose, azotando la puerta fuertemente al cerrarla. El intruso también salió del auto pero decidió observarle con miedo detrás de la puerta abierta. Solo dejando a la vista sus ojos de cachorro y su gran gorro afelpado.
—¡Por una mierda!... ¿Se puede saber quién carajos eres tú?
—¿Y-yo?
—No, el reno de Santa Claus... ¡CLARO QUE TÚ! ¿Quién demonios eres?
El intruso, quien salió de su escondite algo cohibido, se dejó ver como un chico bajo, con un horrendo sueter navideño -a opinión de Yoongi- y con un regalo entre sus brazos.
—Soy Park Jimin... ¿Qué le hiciste a mi chofer?
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22 de diciembre de 1995.
3 días para Navidad.
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