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22

Hospital Unasaka

Habitación 125 – 10:30 a.m.

Después de mucho tiempo, Miri había logrado poner de parto a Rei, y, por mucho alivio que esto pudiese ser para él al no haberse pospuesto más tiempo del que se debía, a como esto se sentía era de lo peor y, para él, era como sentir que todas esas viejas heridas de balas y cuchillos que le hicieron el pasado volvieran y se triplicaran, causándole tremendo dolor en la zona frontal de su vientre.

El hombre embarazo no evitó maldecir en todo el camino en dirección al hospital, donde puso nervioso al padre de su hija y cuando llegaron, de forma inmediata, al hospital, donde les dieron una silla de rueda para que quien tenía la emergencia pudiese sobrellevarlo. Luego de eso, pasaron adentro para ser atendidos por una recepcionista que temblaba del miedo por esa manera tan brusca que llegó quejándose aquel hombre que deseaba traer al mundo a la bebé que tanto había esperado.

Por lo cual, una vez que rellenaron los formularios necesarios, el personal buscó de ser rápidos en atenderlos. No había marcha atrás.

Menos ahora que estaban aguardando en la habitación que les habían asignado, donde la doctora Anna tuvo que seguir estudiando las contracciones de su paciente, pues por mucha dolencia de la que se estuviese quejando, él no había dilatado lo reglamentario para empezar; solamente habían sido dos centímetros, lo cual se veía mal porque el hombre embarazado llevaba así desde que había ingresado hace casi cinco horas, pero sabía que con la fuente rota no era recomendable mandarlo a casa a esperar.

Y estuvieron de esa forma todo el rato que Rei había estado acostado, hasta que él logró levantarse de la camilla y caminar un poco para buscar otra vez estimular a Miri para el parto. Desde ahí, la situación se había vuelto un largo proceso en el que todavía no llegaban a nada, por lo que, en uno que otro de esos momentos en los que el hombre embarazado se detenía a apoyar sus manos sobre el piecero de la cama para reposar todas esas malas sensaciones que le causaba su nuevo peso y las contracciones que se volvían cada vez más frecuentes, Kazuki acabó sobándole la espalda para intentar aliviarlo, pero, por más que lo intentaba, lo que terminó recibiendo por esa acción fue una mala contestación debido a lo irritado que estaba su compañero, siendo esta la primera vez que lo veía tan alterado.

—Debes de respirar con moderación. La doctora Anna te dijo que, si te alteras más, vas a seguir retrasando la dilatación —le recordó el Alfa.

—No me hables de basuras, Kazuki. Hago lo que puedo —le señaló el Omega exhalando por otro espasmo que había sentido. Realmente ya no los aguantaba estando de pie, por lo cual terminó acostándose nuevamente, pero al hacer eso sentía como su hija se encajaba bruscamente por debajo de la zona de su pelvis—. ¡No lo soporto! ¡Van cuatro contracciones seguidas en los últimos veinte minutos de cada hora desde que estamos aquí!

—Miri decidió hacerlo especial.

—¡Cállate! No tienes derecho a opinar de esto —le exigió a su compañero una vez que él se acomodó bien en la cama, mientras apretaba su mandíbula para intentar relajarse y, de esta manera, no complicar más el proceso del alumbramiento ante lo estresado que estaba, pero estando en ese silencio no se sentía seguro de poder hacerlo—. ¿Eh? ¿Y ahora por qué no dices nada?

—Me dijiste que no...

Antes de que Kazuki pudiese terminar de decir la estupidez que estaba por soltar, Rei como pudo en esa corta distancia que tenían logró tomarlo de la camisa para acercar su boca directamente a su oído.

—¡Trae a la doctora Anna ahora para que me saque a nuestra hija! ¡Se útil como esa maldita noche que decidiste poner a Miri dentro de mí!

Esa orden aturdió a Kazuki, haciéndolo quedar todavía más perplejo con este nuevo Rei que era muy diferente al usual, pero comprendía sus reacciones tras verlo sufrir todas esas dolencias a causa de lo que él también inició esa noche que no pudo evitar dejarse llevar. Por lo tanto, ahora estando como estaban debía solucionarlo. Este intentó llamar a la especialista una vez más, pues no creía que este pudiese aguantar de esas dolencias, así que, fue con rapidez por ella antes de la hora del mediodía.

Evidentemente, la doctora pensó que con tantas quejas y esas horas que habían pasado ya era el momento. No obstante, cuando lo volvió a revisar, él seguía sin haber dilatado más allá de los dos centímetros con los que había llegado. Ella decidió mantener la calma, puesto que, como lo reconoció en un principio, sabía que no era una buena señal, mas seguro, con todos los nervios que tenían los futuros padres de que este era su primer parto, estos se habían dejado llevar por el estrés de la situación. Incluso esa observación se le escapó en voz alta, pero como respuesta de esta, le escuchó decir a su paciente que si quien lo metió en esto quería más hijos, que fuera él quien pasara por esto, ya que lo que sentía ahora no le daban ganas de más.

Fue un comentario chistoso, sin embargo, no era tiempo para bromas, por lo cual la mujer decidió informarles, tras escuchar tantas protestas del Omega, que era mejor ponerle una epidural para que aliviase un poco su dolor y que se pudiera relajar con mayor facilidad. Aunque para el Alfa sonaba una buena idea por el hecho de que su compañero dejaría de sufrir un poco, a quien se la sugirieron se negó rotundamente cuando oyó que para hacerlo iban a usar más agujas de las necesarias.

Tanto Kazuki como la doctora Anna buscaron de convencer a Rei, incluso en su quinta contracción regular (al parecer estaban empezando a aumentar el ritmo), mas este se opuso y solo buscó de aparentar que no le dolían para nada como cuando se estaba quejando en un principio para que lo dejaran en paz, lo cual funcionó. Ciertamente, ellos desistieron de intentar pelear con el hombre embarazado, solamente la especialista volvió a hacer otro chequeo en caso de que hubiese cambiado la situación, pero nada.

Así fue como se creó una rutina durante el siguiente par de horas, en las que todo era un ir y venir (esto involucró muchas idas al baño con falsas alarmas, Kazuki discutiendo con Rei para que comiera algo y más ejercicios de dilatación que seguían sin funcionar), en donde ninguno la estaba pasando bien, sobre todo, el Omega a causa de los estremecimientos en su zona pélvica que se prologaron hasta el punto en que él ya no sabía en qué posición estar, pues, de cualquier manera, en que estuviera (fuese de pie o sentado), realmente no creía que pudiera soportar mucho más la presión que esto le causaba.

Pero él no quería reconocerlo en voz alta, aunque no hizo falta hacerlo, dado que aquello fue un detalle que el Alfa a su lado notó cuando lo vio tumbado sobre la camilla mientras se retorcía de dolor con una expresión incómoda, por lo cual este mismo decidió tomarlo de la mano para intentar aliviarlo y, como era de esperarse, en el momento que lo hizo, él no se contuvo en apretársela con fuerza.

—Auch, auch, no me aprietes tan fuerte, Rei —le refunfuñó el otro padre de Miri sin pensarlo mucho.

—¿De qué te quejas? —le preguntó el hombre embarazado volviéndole estrujar con fuerza su mano—. Eso no es nada... Tú no estás sintiendo lo que sea que sea... ¡Ah! ¡Miri, ya basta!

La situación se complicó todavía más. Ahora la bebé estaba dándole patadas entre contracciones, las cuales hicieron que Rei suspirara agotado en el momento que las sintió con brusquedad. Esto le hizo darse cuenta a él de que la situación se estaba volviendo peor que cuando rompió la fuente y ya no le gustaba para nada.

—¿Cuánto falta? —Rei se mordió los labios para sobrellevar lo incómodo que estaba en estos instantes—. Con todos estos dolores, ya debí de haber dilatado como debe de ser...

—La doctora te revisó hace unos minutos y te dijo que no. ¿Seguro que no quieres la epidural? —le preguntó Kazuki agarrándole de la mano con firmeza, intentando transmitirle seguridad.

Entre sus gimoteos, su compañero movió su cabeza de lado a lado como respuesta, indicándole que se negaba.

—No más agujas.

Kazuki respetó su decisión, pero sabía Rei había durado demasiado con el proceso de alumbramiento para todo el tiempo que llevaban esperando a que Miri se pusiera en la posición correcta.

De tal manera que buscó zafarse de su agarre (era difícil porque Rei no deseaba que se fuera) para volver a llamar a la doctora. Ella llegó con rapidez a la habitación para ir a hacer otra vez el mismo chequeo; incluso lo hizo a profundidad: lo palpó con las manos para sentir al embrión (al parecer se encontraba de manera transversal), monitoreó la tensión arterial de su paciente y el feto, y revisó con el ecógrafo cuál era la posición exacta de la bebé y, cuando la encontró, le dio a entender que Miri por sí misma no llegaría a nada, menos con la elevada presión sanguínea que repentinamente ambos estaban teniendo.

Ante ese diagnóstico, no había más tiempo que perder, mucho menos con la fuente rota desde hace un par de horas, la cual indicaba que era momento de proceder a otra solución.

—Señor Kurusu, lamento decirle esto, pero lo mejor será que espere afuera hasta que terminemos —les aconsejó la doctora tras ver la razón, por la cual su paciente no pasaría de los dos centímetros de dilatación para poder iniciar el proceso de alumbramiento—. De carácter urgente, le tendremos que hacer una cesaría y no necesitamos alterar más al señor Suwa para que todo salga bien en el proceso.

En el momento en que ellos escucharon eso, hicieron que sus nervios se pusieran en punta, ya que con cada hora que pasaba, lo del nacimiento de Miri les hizo darse cuenta de que se complicaba cada vez más y, ni siquiera por eso, Kazuki quería separarse de Rei, pero en los últimos días de estos meses solo habían estado alterados, tanto por lo que les mencionó Kyutaro acerca de dar en adopción a su pequeña como por lo que pudiese pasar con el clan Suwa una vez que Rei saliese de todo esto.

Ciertamente, entre más lo pensaba, más hacía que la espera fuese eterna y, al menos, por un momento de este día, ambos necesitaban que algo saliese bien antes de seguir enfocándose en lo malo.

—Entiendo, por favor, solo cuídelos a ambos.

—¿Qué? No... Kazuki, no me dejes solo... Esto duele y ahora...

El nombrado no dudo en acercarse a su compañero para besarlo directamente sobre su frente para garantizarle tranquilidad ante esa decisión. Aunque, siendo sinceros, él no quería alejarse, mas estaba a un paso de ponerse más ansioso que de costumbre y eso que estaba aguantando bastante en esta situación para que el hombre embarazado siguiera sufriendo.

—No lo haré. Estaré aquí, esperándote a que vengas con Miri en tus brazos y me digas que ella se encuentra aquí con nosotros después de tanto tiempo.

—Eso espero... —logró expresarle Rei, sin evitar sujetar su vientre, él había sentido otro espasmo bastante desagradable y diferente a las anteriores sintiendo que le provocó ir al baño—. Ah, demonios, estas contracciones duelen cada vez más... Creo que no pude aguantar en hacerme encima...

Aquella observación hizo que la doctora Anna se pusiera alerta, pues no le pareció normal oír esa queja de su paciente, sobre todo porque sus feromonas con esencia a pudín se habían esparcido con cierta amargura como reacción y, recordando que también había dicho que sintió las ganas de hacer sus necesidades, no era algo común que sucediesen durante las contracciones mientras su aroma cambiaba tan bruscamente. Eso al final solo sucedía cuando la glándula del mismo Omega reconocía que su cuerpo no podía con la tarea de dar a luz y necesitaba ayuda.

Así que, antes de alarmar a los presentes, la obstetra a cargo de este caso clínico se tuvo que acercar con sutileza al mismo tiempo que analizaba todo lo que estuviese alrededor de la camilla del hombre embarazado para tener indicios de lo que pensaba y, para su mala suerte, su sospecha terminó siendo cierta y sabía que debía de ser rápida.

—¡Código ORO! —les informó la especialista a sus compañeros acercándose al umbral de la puerta—. ¡El señor Suwa y su bebé han pasado a un parto de sangre! ¡Necesitamos proceder ahora!

Con el aviso dado, todas las alarmas entre las enfermeras, el personal de salud especializado en el área y los futuros padres de Miri se activaron, tanto que Rei no evitó mirarse hacía abajo para darse cuenta de que lo que sintió salir no era orina sino un mar de sangre, el cual hizo que solo se alterara, mejor dicho, que se asustara todavía más y buscara de levantarse de la camilla porque de esa manera sentía que colaboraría con todos para hacer el traslado más rápido, pero cuando quiso dar el paso para ponerse de pie, sus piernas le fallaron.

Ese momento pasó en cámara lenta; cualquiera creería que se caería. Sin embargo, como en un principio, Kazuki estaba al pendiente de cada movimiento que Rei y, sin pensarlo, lo atajó como cuando rompió la fuente en el apartamento.

—Rei, ¿qué haces? —se aproximó a tomarlo de los hombros para llevarlo a la cama y evitar así que se sobresforzara.

—No sé... Solo quiero que nazca... Miri se va a morir si la hacemos esperar —le respondió como pudo mientras se aferraba a su pecho, intentando aguantar el dolor al mismo tiempo que sentía como más sangre salía de su recto—, por favor, ella es fuerte... Ella no merece pagar por todo lo que le hice para que no venga al mundo... Yo si la voy a querer...

El Omega estaba delirando. Se podía ver en su mirada, como también por la manera en que sus feromonas de pudín intentaban encontrar consuelo.

—Claro que sí, ya vendrá, Rei. Todo va a salir bien —le aseguró su Alfa esparciendo su esencia a pan ante ese llamado.

Rei quería responderle, pero en el instante que quiso volver a articular palabra alguna, él sintió como el aire le faltaba y sus ojos acabaron cerrándose de golpe.

Aquel gesto terminó alterando a Kazuki, quien no tuvo tiempo para reaccionar y asimilarlo ante el pánico que sentía porque su compañero se había desmayado. La situación se complicó tanto que, sin avisar, las enfermeras lo apartaron de sus brazos, dejándole ver solamente cómo se lo llevaban lejos de su persona en dirección al quirófano, mientras él se quedaba ahí, en el suelo, sintiéndose derrotado por la amarga sensación de que le había fallado a su familia por no haberlos ayudado cuando más lo necesitaban.

Quirófano — 3:45 p.m.

Cuando Rei entró en trabajo de parto por hemorragia, se desmayó al no poder soportar más el dolor de las contracciones y perdida de flujo de la placenta. Tuvieron que llevarlo de urgencia a la sala de operaciones para prepararlo. No había tiempo que perder, pues tenían que evitar que tuviese más complicaciones.

Los profesionales médicos habían logrado estabilizar sus signos vitales antes de sedarlo de la cintura para abajo, al encontrarse él en la camilla. Durante el proceso, la especialista a cargo, la doctora Anna, revisaba que todo estuviese en orden antes de realizar el procedimiento del nacimiento especial que iba a atender, ya que su paciente corría riesgo de sufrir una preeclampsia, por lo que tuvieron que colocarle magnesio intravenoso para evitar que convulsionara.

Ella preparó todos los implementos para la realización de la cesárea: los guantes, la bata quirúrgica y los instrumentos, los cuales estaban limpios y desinfectados. Sin embargo, antes de llevar a cabo el procedimiento, también repasó mentalmente lo que debía de hacer una vez, tal como se lo había prometido al hombre que acompañaba a su paciente, para que todo saliese bien. Incluso, cuando sintió que estaba lista para entrar, después de ser informada de que la sala se encontraba preparada y su paciente listo para comenzar, decidió dar la vuelta y encaminarse hacia el quirófano.

No obstante, antes de que pudiera hacerlo, ella escuchó cómo la llamaban.

—¡Ah! Doctora Anna, aquí está.

—Disculpe, ¿lo conozco? —le preguntó a esa voz misteriosa que apareció a sus espaldas.

—Posiblemente no, soy un nuevo residente en la zona —se excusó dicha persona—. Me llamo Ryo Ogino —se terminó presentando aquel sujeto de aspecto intimidante—. Yo solo estaba de paso, pero necesitaba encontrarla y me dijeron que estaría aquí por una emergencia. Lo cual, me parece oportuno, pues el señor Kurusu se acercó a mi persona para darme este papel, donde lo repito y lo cito: él dijo que se lo entregara personalmente, sin excusas.

El tal doctor Ogino, sin vacilar, le extendió una hoja que, aunque lucía sospechosa a simple vista, al ser examinada más de cerca por aquella mujer a quien se la mostraba, se dio cuenta de que estaba escrita a mano y que, al final de todas esas palabras plasmadas en el papel, había unas firmas, que le dieron a entender que se podría tratar de algo serio.

—Lo leeré luego —le indicó sin prestarle mucha atención a lo que su colega le acababa de entregar, ni siquiera por el hecho de que le había dicho que venía de parte de la pareja de su paciente—. El señor Kurusu comprenderá que puedo echarle un vistazo después. Más ahora debo ir a atender al señor Suwa, el cual sabe que está...

—Lo sé, sin embargo, el señor Kurusu, en su desesperación de encontrarla, me mencionó que esto que me dio escrito por él y su pareja es de extrema urgencia y que nadie más que usted lo cumpliría.

Al escuchar esa última frase, la doctora Anna tomó entre sus manos la hoja doblada que su supuesto colega le había entregado, dispuesta a leer rápidamente el contenido de la carta. A medida que avanzaba en su lectura, cada palabra le parecía más desconcertante. No recordaba haber oído nada sobre un acuerdo tan repentino entre su paciente y su pareja en consultas; mucho menos durante el proceso de dilatación habían mencionado algo similar. Cuando terminó de examinar cada palabra, miró al otro especialista con dudas.

—¿Esto es verdad?

—El señor Kurusu me insistió que se lo entregase. De no ser así, no le estaría molestando.

—Es que lo que dice aquí no sentido. Ellos nunca lo hablaron en sus citas médicas, ni lo que escuché hace un rato tiene algo que ver con esto... —la especialista a cargo del caso no tenía palabras—. Debo ir a corroborarlo rápidamente con el señor Kurusu. No creo que ellos...

—Seguro fue algo de un momento a otro sin que se diese cuenta. Solo puedo decir que sé que está firmada por ambos, tanto el señor Kurusu como el señor Suwa, porque él mismo me lo dijo. Aunque no sé de qué trate el asunto, pero supongo que, si es algo que su paciente desea, debería de cumplirse si está es una voluntad en la que ambos dan su consentimiento —le señaló aquel Alfa de aspecto siniestro con seriedad, por no decir que también en cierto tono chantajista—. Después de todo, nosotros estamos aquí para garantizar la seguridad de todos ellos ante lo que nos piden en situaciones como está.

Aquella Omega, que se caracterizaba por su esencia a vainilla, no pudo evitar debatirse internamente sobre decisión que tenía entre sus manos. No tenía tiempo que perder, pero analizar que en esa carta la pareja de su paciente le pedía retirar su aparato reproductor le era difícil de asimilar. En su memoria no persistía que tuvieran ese deseo, y mucho menos en relación lo ocurrido hace rato.

A pesar de eso, ella decidió examinarla una vez más. Recapacitarlo otra vez hizo que todo se pusiera, por unos momentos, en cámara lenta, hasta que escuchó como le daban un último llamado para ingresar a realizar el procedimiento de la cesárea al hombre embarazado que lo esperaba detrás de esas puertas.

Realmente, quería que no fuese verdad lo que acababa de leer. Sin embargo, las palabras que observó en dicha hoja eran claras, sobre todo con aquellas firmas que daban autorización final y, al tenerlas, no había objeción alguna. Admitía que si dudaba era porque jamás los escuchó debatir este acuerdo delante de ella, aunque seguro pudo suceder a última hora como le indicó su "compañero en medicina" que podría suceder en estos casos y, con estas prisas de hoy, no tuvieron tiempo de decirle algo por la manera en que llegó su paciente tan desahuciado.

De tanto pensarlo, ella suspiró al sentirse un poco triste de que debía de realizar esa resección quirúrgica como si esa fuera una solución a sus problemas.

—Bien, si es así, infórmale al señor Kurusu que cumpliré con los deseos que su compañero y su persona me pidieron.

Cuando esa oración fue escuchada por quien trajo el recado, este no dudo en emocionarse bastante, para luego despedirse con una sonrisa bastante cínica, asegurándole a aquella mujer que haría lo que le pidió, pero antes de desaparecer por el pasillo, él le imploró a la doctora que se quedase con el papel para archivarlo en el expediente, en caso de que fuese necesario tener para que no hubiese malentendidos.

Eso fue un poco raro, pero ya no había más vueltas que darle al asunto. Así que la doctora Anna, teniendo su mente un poco más despejada, volvió a ponerse en marcha para entrar al quirófano a iniciar la cesárea. Entró a la sala de operaciones con la mascarilla puesta y su equipo de salubridad listo para comenzar el proceso. Observó a su paciente sobre la camilla; este estaba anestesiado de la cintura para abajo, por lo cual debían de estar al tanto de las reacciones que este tuviese en cada corte que hiciera. Dado que necesitaban saber si despertaría durante la operación para garantizar que no habría ninguna complicación. Muchos menos ahora que habían logrado controlar los síntomas que había tenido de la preeclampsia y que sus signos vitales como los de la bebé dentro de él se mantenían estables.

Ella tomó el bisturí para comenzar haciendo una incisión vertical por encima del abdomen y la zona baja vientre del Omega gestante. Lo realizó en el punto que había marcado tras la evaluación de la posición del efecto y, como era de esperarse cómo lo que vio en los análisis, el embrión estaba con su cabeza sobre la pelvis de forma oblicua como todo bebé asinclítico, pero se había quedado atascada intentando ponerse en la posición correcta en la zona de expulsión y la de alumbramiento porque la placenta se había desprendido antes (algo no muy normal), dándole a entender por qué su paciente se sobreesforzó demasiado.

Aun así, la vida de ambos estaba en sus manos, por lo cual siguió recortando con cuidado, pues a causa de las viejas cicatrices que tenía su paciente en su cuerpo debían de tratarlas con delicadeza para evitar alguna infección, ya que algunas se notaban que no sanaron como debieron en su momento.

Evidentemente, la obstetra a cargo del caso se preguntaba por qué tenía tantas heridas, puesto que no era normal que un Omega estuviese lleno de ellas por casi todo su cuerpo. Ni siquiera creía que fuesen del Alfa con el que estaba actualmente, ya que este lo trataba de manera muy cariñosa como para fingir esa amabilidad y su paciente tampoco actuaba temeroso ante su presencia. De seguro, estas eran viejas secuelas de una relación pasada, aunque, quién sabe. Ciertamente nunca se lo cuestionó en un principio porque ella prefirió conocerlo más desde cero, pero sin presiones, porque cuando lo vio la primera vez se notaba que no era fácil de tratar.

Con eso en mente, estuvo así un rato, mientras buscaba de ser cuidadosa en cada corte con en el que lo desgarraba ese delicado cuerpo que tenía ahora el hombre embarazado para que no sufriera un derrame. Mucho menos que diese una mala incisión que pudiese herir a la bebé. Ante eso, revisó nuevamente los signos vitales de ambos, todo aún era estable. Fue un alivio, dado que después de una larga hora y media logró llegar al útero donde se encontraba la bebé.

De este modo, con el escalpelo en sus manos, terminó de separar cada capa de piel y cada órgano que se encontró en el proceso hasta toparse con la matriz para abrirla y extraerle el saco amniótico. Luego de eso, reconoció que faltaba menos, lo cual fue un alivio, sobre todo en el momento en el que estaba por sacar a la bebé por la abertura que había hecho, que, sin previo aviso, su paciente decidió abrir los ojos. Si bien este se encontraba un poco desorientado, como primer reflejo de consciencia, él le preguntó a la doctora por su hija queriendo saber si todo estaba bien o había ocurrido algo malo. Después de todo, no recordaba mucho de lo que había pasado hace un rato, pero nadie de los presentes le quería decirle nada por estar al tanto de lo que le hacían a su cuerpo.

Eso hizo que Rei se empezara a angustiar un poco por pensar que algo malo pasó, a tal punto que le hizo sentir que estaba solo y desprotegido en ese silencio que se percibía en la sala hasta que:

Buah, buah, buah

Ese sonido resonó en la habitación. Él no podía creerlo. Eran los gimoteos de su bebé. Sin duda alguna, era el llanto a todo pulmón de su hija, que indicaba que estaba viva. En verdad, aquello lo hizo sentir más tranquilo, ya que pudo escuchar y presenciar ese mágico momento, lo cual lo alivió al saber que había logrado traerla mundo a pesar de todas esas complicaciones. Él estaba tan inmerso en su propia emoción que no se dio cuenta de que los médicos y enfermeras en la sala habían notado que estaba despierto. Entonces, la doctora Anna decidió enseñársela para que se sintiera mejor.

—Es una niña que nació bastante sana, papá —le señaló la especialista para tranquilizarlo.

Eso hizo sonreír a Rei, aún más al tenerla así cerca con esa carita y sus mejillas rosadas, lo que le generaba muchas ganas de estar con ella. No podía negar que, al verla tan delicada, había sentido amor a primera vista.

—Como ella nació de un embarazo especial, deben llevársela a hacer unas pruebas para asegurarse de que todo está bien —le informó la mujer con cierta pena, ya que eso iba a impedir que tuvieran el primer contacto de piel con piel como toda madre que daba a luz—. Será rápido, pero antes debo acabar con todo lo de la cesárea y esa cosa que me pidió. Le prometo que después de eso, la tendrá en brazos todo el tiempo que desee.

El Omega le asintió con la cabeza, indicando que comprendía la razón por la cual la apartarían unos minutos de su lado. Sin embargo, no pudo despegar su mirada de ella mientras la llevaban a otra habitación. Todo sucedió tan rápido que apenas tuvo tiempo de asimilarlo, y la incertidumbre lo envolvió por un instante. Aunque aquello no le generaba mucha tranquilidad, decidió confiar en que formaba parte del proceso. Respiró profundo, tratando de relajarse, sabiendo que su calma también era necesaria.

La doctora Anna, meticulosa y decidida, se encargó de los procedimientos restantes con referente a la histerectomía que debía realizar, incluida la tarea de cerrar su abdomen, que aún lucía levemente hinchado y estirado por los kilos que había ganado durante el embarazo. Mientras tanto, él intentaba mantenerse sereno al estar inmerso en sus pensamientos y en la emoción que le embargaba. Cuando todo terminó, él finalmente fue trasladado del quirófano a la habitación 125, acompañado por la doctora, quien, con una sonrisa, le ofreció un último gesto de confianza.

Cuando ellos llegaron al cuarto en el que Rei estaba internado, este pudo notar que Kazuki lo estaba esperando, como se lo había prometido. Sus miradas se cruzaron, haciéndole sentir a ambos reconfortados, en especial a Kazuki, el cual sonreía de oreja a oreja de saber que el padre de su hija salió bien de la operación. Aunque se preocupó de no verlo con la bebé en brazos.

—¿Y Miri? —le preguntó el Alfa a los recién llegados.

—Está en el pabellón de recién nacidos. La debe de estar por traer en un momento —le informó la mujer, mientras se aseguraba de que todo con su paciente en camilla estuviese bien suministrado una vez que lo dejaron en la cama de su habitación—. Bien, señor Suwa, tiene el medicamento de la anestesia epidural a nivel de la cintura que se le pasará en unas dos horas. Así que, si necesita ir al baño, no dude en pedir ayuda porque es normal que al cabo de un rato pueda darle ganas de ir. También le pido que evite hablar un rato hasta que pase el efecto de este, ya que si lo hace le dará nauseas.

Rei le asintió, para luego enfocar su mirada en dirección la puerta, esperando que las enfermeras entraran por ella para traerle a su hija.

—No lo hará, doctora Anna. Rei sigue siendo alguien de pocas palabras, pero lo otro sí será un problema. Después de todo, él no es alguien que le guste pedir ayuda, eso no es lo suyo —quien hizo el comentario recibió una mirada bastante juzgadora de su compañero poder decir aquello.

—Sí, sobre eso, hay algo que debo hablarle en privado, señor Kurusu —le pidió la obstetra, una vez que tomó valor para establecer esa conversación—. No es nada malo. Solo es con respecto a una cosa que usted debe de hacer ahora que pasó la cesárea, y me gustaría decírselo en privado para que el señor Suwa descanse un poco.

Entre ellos se observaron confundidos, mas ninguno objetó lo contrario tras tratarse de un tema de salud.

—Está bien. Ya sabes, vuelvo enseguida, Rei —le anunció al hombre recién parido—. Si traen a Miri, no vayas a acapararla toda.

Ese comentario le hizo reír. Al menos, ambos sabían que disfrutarían juntos de esta nueva etapa.

Así que, una vez que salieron al pasillo, dejando solo al hombre en la camilla, la doctora Anna se llevó a la pareja de su paciente a un punto del corredor un poco alejados de la habitación para poder hablar con tranquilidad.

—Me alegra decirle, señor Kurusu, que el señor Suwa y su hija lograron salir de la cesárea sin complicaciones, mas deben de hacer que guarde reposo por unas semanas mientras la cicatriz sana —empezó informándole la especialista—. Lo de antes fue por problemas que presentó por culpa de la placenta que lo hizo entrar en un parto tardío como la vez prematuro ocasionado por el embarazo especial que experimentó su cuerpo, así como la preeclampsia que surgió durante el proceso de dilatación que hizo que su cuerpo reaccionara instintivamente y se sobresforzara demasiado —le especificó la mujer al hombre para darle a entender porque hubo todas estas complicaciones—. No obstante, pudimos controlarlo, él está fuera de peligro. Al fin y al cabo, es un Omega que goza de buena salud gracias a los cuidados de su Alfa —hacer ese comentario logró hacer que Kazuki se sonrojara—. ¡Oh! Hablando de eso, también puedo garantizarle con toda seguridad que su bebé tiene la energía de un Alfa, pero nada alarmante. Ella nació bastante sana para todo lo que ha tenido que pasar su compañero, incluso explicaría porque el tamaño de vientre lucía de esa forma.

—Una Alfa... —el otro padre de Miri se sorprendió de oír eso. Realmente no pensaba que lo supieran tan pronto—. Entonces, ¿fueron a hacerle ese examen?

—Sí —le respondió la doctora Anna con seguridad—. Es parte del procedimiento de hoy en día. De lo mucho que ha avanzado la medicina, se puede saber con más facilidad que en nuestros tiempos.

—Me hace sentir viejo si lo dice así, doctora Anna —Kazuki se sintió ofendido de que le recordaran su edad en ese comentario.

—Pues es la verdad. De seguro, sus feromonas empezaran a florecer en su primera semana de vida como todo bebé que viene al mundo —le aseguró—. Muchas felicidades por su hija. Créame que, cuando la vea, se dará cuenta de lo encantadora que es.

—Eso imagino —la emoción desbordaba por aquel hombre de jerarquía dominante, tanto que su esencia a pan se dispersó un poco en el aire—. En serio, que ganas tengo de cargarla. También espero que Rei se mejore pronto para darle unos hermanitos con los que jugar a Miri.

Por un momento, el silencio reinó en medio de esa conversación. La Omega que, se encontraba al lado de ese Alfa, no pudo evitar cambiar la mueca alegre que tenía hace unos segundos en su rostro a una expresión que indicaba lo confundida que estaba cuando el Alfa le dijo eso con mucha confianza.

—¿Hermanitos? Pero sí tanto el señor Suwa como usted me indicaron explícitamente en una carta que no querían más hijos después de la bebé que acaban de tener —le recordó estando perpleja—. Claro que, si me pareció extraño, aun así, esos son los deseos de mis pacientes y deben de ser cumplidos.

—¿Por qué quisiera eso? Escuchó a Rei hace un rato, de que sí tendremos más, pero debo ser yo quien los cargue ahora —le dijo con una ingenua sonrisa.

—Porque recibí manos del doctor Ogino una carta de su parte que me pedía realizarle una histerectomía al señor Suwa —le rememoró con firmeza. Realmente no le gustaba que bromeara ahora con respecto a eso—. Me hubiera negado, pero esta misma estaba firmada por ambos y el protocolo indica que las voluntades autorizadas por escrito se deben cumplir.

—¿De qué carta me habla?

La situación era bastante confusa. Así que, para aclarar toda duda, ella le dio el papel. Sin embargo, la pareja de su paciente desconocía que era eso, aunque echándole un vistazo pudo ver que estaba escrita a mano acompañado de las firmas legitimas de ambos. Estando asustado de lo que podría encontrar ahí se decidió en leerla con la misma expresión de duda con la que la miraba la doctora.

Algo no le olía bien.

—No, es imposible. Esto es un error... —fue lo que pudo soltar el Alfa sin creer en esas palabras que estaban hechas por su propia letra.

—No, hicimos lo que ustedes querían —le acusó la doctora Anna, mientras se cruzaba de brazos—. Es por eso por lo que necesitábamos hablarlo en privado, para que usted lo tome con calma y así el señor Suwa logre descansar para que se mejore tanto de la cesárea como de la extracción de su aparato reproductor, ya que estará por sufrir los síntomas postparto y estos podrían afectarlo en su recuperación.

Él quería decirle algo. Él quería entender todo esto.

Pero él no tuvo tiempo de hacerlo a causa de que su instinto de Alfa se activó. No podía ser cierto aquello que le acababa de enseñar la doctora para validar su argumento. Kazuki estaba convencido de que, si alguna vez hubiesen acordado algo así, lo recordaría. Y precisamente por eso sabía que nunca pasó. Aunque la realidad frente a él parecía gritar lo contrario, tan fuerte que los nervios terminaron apoderándose de aquel hombre de jerarquía dominante. Ni siquiera le dio tiempo de terminar la conversación.

Aun así, ese no era el único problema sin resolver en estos momentos en el hospital. Algo más estaba ocurriendo, algo que obligó a la doctora a marcharse con rapidez para atender la alerta de su localizador, que indicaba un "código rosa". Al parecer había problemas en el ala de maternidad.

Pese a eso, a Kazuki no le importaba, pues esto no tenía relación directa con él. Lo único que necesitaba eran respuestas. ¿Por qué el otro padre de su hija quiso realizarse una histerectomía justo después de haberla tenido?

Kazuki no podía espera más. Siguió corriendo por el pasillo hacia la habitación, con el corazón latiendo a mil por ahora. Quería verlos juntos. No podía permitirse pensar que aquello fuera un error, una mentira, o algo peor: un arrepentimiento imprevisible.

Al llegar frente a la puerta, no lo dudó. La abrió de golpe, con la esperanza de encontrar lo que tanto deseaba.

—¡Rei! —Kazuki lo llamó, con los ojos al borde las lágrimas, pero para su mala suerte, él ya no estaba.

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