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Tercera parte







La explicación

Cuando usted se vaya, porque algún día lo hará, por favor, continué derecho, no se despida, no se desvié y, en lo posible, disfrute del trayecto.

El día en el que usted tenga que irse, aunque me duela, váyase lejos y no se detenga hasta volvernos a ver.

Dios hizo el mundo redondo para facilitar su regreso.

Miguel Ramos Arcila








TERCERA PARTE

—Sin ampersand—


Yo vivía con una mujer, Kayo.

Hace un par de años, a mis amigos, Joji e Ishido, nos invitaron a una fiesta en la playa. A mí, en realidad, no me gustan mucho las fiestas, menos las que estaban a dos horas de mi casa.

Kayo no pudo acompañarme esta ocasión, y yo no estoy seguro de si alejarme de ella fue la razón por la que terminé yendo al final. Tal vez sí lo fue.

Nunca fui el alma de la fiesta, así que nadie notó mi partida. Decidí darle una vuelta a la playa; patear la arena y ver el mar.

A unos metros de la fiesta, ví a una chica en la costa. Ella estaba sola. Me acerqué, con intención de hablarle, no sé por qué. Más sin embargo, terminó siendo la mejor decisión que pude haber tomado en ese recuerdo.

—Ichika —la llamé. Ella volteó a mirarme—. Tenemos que irnos ahora mismo.

—¿Qué sucede? —preguntó.

—Tú sucedes.

Le agarré la mano y, sin perder tiempo, salimos corriendo.

Al ir atravesando la playa, se iban materializando varios fragmentos de nuestra vida juntos, cuya forma era como las de nubes o una especie de manchas en el aire.

Entramos a uno de los recuerdos: la primera vez que presente a Ichika ante mis amigos.

Zeus se abalanzó encima mío y frotó su cabeza contra mi pierna. Le dije que lo sentía, que no podíamos detenernos. Así que, sin soltar la mano de Ichika , seguimos avanzando por la casa, saludando a Joji e Ishido, quienes solo nos vieron caminar por el techo. Ellos nos gritaron: «¡ustedes pueden!».

Al subir las escaleras, llegamos a un tren, el cual segundos después se detuvo, pues había llegado a la ciudad de París, Texas. Lugar dónde vivían Yotsuba y su esposo. Ellos nos recogieron en la estación.

De a primeras, Yotsuba abrazó a su hermana; tenían años sin verse. Por mi parte, fui a presentarme con su esposo. Le dije mi nombre y él me dijo el suyo. Se llamaba Futarou, era un tipo trajeado, cargaba un maletín y usaba un brillante reloj.

Tuvimos una breve charla sobre nuestros trabajos y nuestras parejas. Él era abogado, y su boda sería en Italia. No obstante, estábamos en mi mente.

Futarou bajó la vista y miró su reloj. Escuché el sonido del «tic-tac».Fue entonces cuando él me dijo:

—Amigo, deja de esforzarte por nada.

—¿Qué? —cuestioné.

—Escúchame bien. —Me señaló con el dedo—. Nadie volverá a decírtelo, chico. ¿Entiendes? Solo dejala ir.

—No puedo hacerlo.

—Claro que puedes, es solo que no quieres. —Futarou suspiró, dejando caer al suelo su maletín—. Deja ir el dolor, deja ir la tristeza. Estás enojado, lo sé. Mira todo lo que está pasando, esto no está bien. Deja de esforzarte por seguir siendo miserable, solo dejala ir.

En ese momento, Ichika paró de hablar con Yotsuba y dirigió su atención hacia nosotros. Futarou alzó la mano, saludandola.

—Está bien... Acepto que no quiero hacerlo —aseguré—. Porque a pesar de que a veces nos odiemos, ella me hace feliz. Nos hacemos el uno al otro feliz. ¿Cómo podría eso ser malo?

La estación parpadeó, volviéndose transparente un instante. La amenaza de que pronto iba a desaparecer.

Ichika y yo nos metimos de nuevo al tren; las puertas se cerraron. Del otro lado, Yotsuba y Fuutaro nos miraron por la ventana, abrazados. 

Ichika y yo nos sentamos. El tren se movió. Por las bocinas, oímos que la siguiente parada sería el inicio.

El tren aceleró tanto que salimos volando, nos golpeamos con la parte trasera del vagón. Luego, de la nada, el tren se detuvo, haciendo que, entonces, ambos saliéramos disparados hacia adelante. Íbamos a chocar contra la ventana, la cual, nos tragó. Fuimos escupidos a un espacio que solo era un blanco absoluto. De inmediato supe de qué lugar se trataba.

Como habían dicho, este era el inicio.

—¡Despiértame! —grité—. Deja mi cerebro en paz. Detén esto.

Una mano tocó mi hombro. Debía ser Ichika, solo podía ser ella. Me di la vuelta y se trataba de él.

—¡Ya no quiero esto!

—Lo lamento, joven —dijo—. Pensé que comprendía lo que iba a suceder. «Si no quisiera dejar lo malo, no estaría aquí en primer lugar. Esto duele. Ella me duele». Tú lo dijiste, ¿recuerdas? —carcajeó mientras me daba pequeñas cachetadas en la mejilla—. Además, yo soy parte de tu mente, Kishi. No soy el que en verdad tiene el poder. ¿Cómo podría ayudarte? Solo soy tú.

Me cuestioné, ¿qué podría hacer entonces? Pero tiempo era lo que no tenía.

Bajo mis pies, el suelo fue cubierto por una alfombra vieja color crema. En medio, apareció una mesa con diez sillas, junto con muebles, cubiertos, servilletas, luces y más decoración navideña. Sin embargo, lo que se robó mi atención, y para nada por una buena razón, fue un plato de tacos dorados de queso junto al árbol de navidad.

Intenté usar la puerta, estaba cerrada; intenté atravesar las paredes, eran sólidas; intenté imaginarme en otro lugar, y nada. Este recuerdo no permitía que me fuera.

En las sillas aparecieron los miembros de mi familia: primos, tíos, mi hermano mayor y mi madre.

Ichika apareció detrás mío. Solo la miré. Ella se dio cuenta que algo pasaba conmigo y me preguntó si todo estaba bien.

Ante eso, mi madre le gritó desde la mesa:

—¡Silencio, niña! Estamos por cenar. —Dicho eso, mi madre dirigió su mirada hacía mí—. Que bueno que morí antes de conocerla, ¿en serio no pudiste escoger a alguien mejor?

No dije nada, solo agache la cabeza.

Entonces, de su asiento mi madre desapareció. A lo que mi hermano mayor pasó a tomar la palabra:

—Amigos, gracias por venir. Nada es legendario si tus amigos no están ahí para verlo, ¿cierto? —Levantó su copa de vino y le dio un sorbo—. Bueno, antes de que se enfríe la comida que con mucho esfuerzo hizo mi madre, ¿qué les parece una historia? Seguro que se van reír —sonrió.

En el otro extremo de la mesa, el tío Yoshiro se quitaba los lentes para limpiarlos con su camisa.

—Vamos, cuentanos la misma historia que ya hemos escuchado cientos de veces.

Mi hermano chasqueó los labios.

Él y el tío Yoshiro nunca fueron tan apegados, aún así no tenían problemas en llevarse bien hasta que crecimos. Mi hermano le pidió un préstamo al tío Yoshiro, el cual nunca supe si pago, pero a juzgar por como salieron las cosas entre ellos, él nunca lo habrá hecho.

—Perdón, tío, a veces escuchó mal —dijo mi hermano—. Tendrás que repetir lo que sea que hayas dicho.

Él se puso los lentes y miró a mi hermano. Así estuvieron toda la conversación.

—¿Vas a contarnos la historia que ya hemos escuchado cientos de veces? —repitió el tío Yoshiro.

Mi hermano se rio y volteó a verme, pero no al verdadero, sino al pasado yo, quién estaba sentado a su lado. Entonces, mi hermano estiró su mano y tomó uno de los tenedores.

—Ahora que lo mencionas, tío, sí, eso voy a hacer. Tú vas a escucharla por enésima vez. ¿Qué te parece eso? ¿Te gusta?

—¿Acaso estas drogado? Todo lo que tu pobre madre gastó en ese centro no sirvió para nada —exclamó el tío Yoshiro—. Sigues siendo el mismo inútil de toda la vida.

Ante eso, un tenedor golpeó el pecho del tío Yoshiro. Él miró hacia abajo, viendo el lugar en donde el tenedor lo había golpeado. Después dirigió la mirada otra vez hacía mi hermano, preguntando con un tono irónico:

—¿Me lanzaste un tenedor?

—Sí, eso hice. —contestó. Estiró su mano y tomó otro tenedor.

—¿Quieres actuar como un niño? Adelante, pero deja de arrastrar a todos los que están en esta mesa contigo. —El tío Yoshiro se levantó de la silla, apoyando sus manos en la mesa—. Necesitas dinero, ahí estamos, necesitas trabajo, ahí estamos. Bueno, ¡ya estamos hartos!

Otro tenedor rozó la frente del tío Yoshiro.

—¡Te juro que si me avientas otro puto tenedor, voy a molerte a golpes!

Ante eso mi hermano se rió mucho más que antes. Estiró su mano y tomó el tenedor de mi plato. Como yo, todos los demás estaban estáticos, no pudiendo hacer más que solo observar.

—Es gracioso, tío, porque yo tiraré todos los putos tenedores que quiera en la casa de nuestro padre —dijo—. Esta es la casa de nuestro padre, ¿entiendes? La casa de nuestro padre.

—Tienes razón, Tadomi... tienes razón. —El tío Yoshiro tomó asiento en su silla—. Cuéntales esa tonta historia, o mejor aún, cuentales que todavía vives con tu madre, que siempre le pides dinero prestado a ella o a cualquier infeliz que te escuche, incluyendome. —Alzó los hombros y se apuntó a sí mismo—. La verdad es que no eres nada ni nadie. Sé que estás asustado y que tienes miedo, ¿no es así, Tadomi?

De repente, sentí los brazos de Ichika abrazándome.

—Ay, tío, Yoshiro... En serio voy a disfrutarlo. De veras.

La bomba estalló. Mi hermano le lanzó el tenedor al tío Yoshiro. A lo que de inmediato, él le dió un golpe a la mesa y se abalanzó contra mi hermano.

Ichika, acariciando mi mentón con sus dedos, movió mi cabeza hacia ella, pegando su frente a la mía. «No tienes que volver a vivir esto», me susurró, pero esto no fue lo peor de la noche, ya que, antes de que se dieran el primer golpe, mi madre atravesó la sala con su auto.

Entonces, como había dicho, un auto atravesó la sala, destrozando el árbol de navidad. Mi hermano y el tío Yoshiro fueron los primeros en intentar abrir la puerta y sacar a mi madre del auto.

—Mi familia es un desastre —dije.

Por consiguiente, todos ellos desaparecieron.

—Pero tú no eres un desastre, Kishi —respondió Ichika.

Entonces, por última vez, atravesamos el suelo, regresando a la misma playa donde nos conocimos.

Todo era igual excepto el atardecer. El sol ya estaba por caer. Ichika miraba las olas. Yo me acerqué y, de forma rara, un plato con pollo apareció en mis manos.

—Hola, ¿también te fuiste de la fiesta? —pregunté.

—Oh, no. Yo vine por mi cuenta, me gusta mucho la playa.

—¿Y por qué? —Tomé asiento a su costado.

—Por las olas, claro. —sonrió—. Además, hay que broncearse de vez en cuando.

—En eso te doy la razón, parece que tengo una anemia fuertisima —me reí—. Sabes, quiero invitarte a salir.

Como respuesta, una ola golpeó la costa, salpicandonos. Ambos nos reímos ante eso.

—Mira, Kishi, te diré desde el principio que soy una persona muy exigente. Si quieres estar conmigo, vas a estar solo conmigo.

—Bien.

—Espera, tigre, aún no he terminado —dijo ella, poniendo una mano sobre mi hombro—. Muchos chicos creen que los completo o que conmigo su vida cobrará sentido, pero ya estoy harta de eso. Solo soy una chica que busca la paz mental y el éxito profesional, así que no me asignes las tuyas.

—Sí, recuerdo ese sermón a la perfección.

—Lo sé.

A nuestras espaldas, la arena iba desapareciendo, junto con el césped y las personas de la fiesta. Por otra parte, en frente nuestra, el mar también desaparecía.

—Kishi, llegó la hora —susurró—. Pronto todo desaparecerá.

—Lo sé —repetí.

—¿Y qué hacemos?

Yo respire profundo, ya que, habiéndolo aceptado, este sería el adiós que nunca llegamos a tener en la vida real. Era bueno fingir que lo tuvimos. Además, a pesar de que no podría, aún así, intenté grabar este momento en mi cerebro. No quería olvidarla.

Entonces, como punto final del cuento, yo dije:

—Disfrutarlo.

Ante esa respuesta, ambos sonreímos y nos concentramos en mirar el mar.

Después ella desapareció para siempre.

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