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Vainilla y chocolate

En una pastelería del centro de la ciudad, se escuchó la puerta abrirse. La vendedora, una chica rubia y de piel muy blanca, sonrió al ver a la mujer con abrigo que entró con propiedad.

—Buenas tardes, señora.

—Buenas tardes.

—¿En qué puedo ayudarla?

—Quisiera un pastel..., pero no estoy segura de cuál elegir.

—Déjeme ayudarla.

La muchacha le mostró un catálogo con distintas variedades. Al cabo de un rato, la mujer pareció decidirse.

—Este... Quiero llevarme este.

—Excelente elección, señora. Es una de nuestras variedades más vendidas. Espere un momento. ¡Amor...! —le gritó a alguien en la parte trasera, donde se encontraba la cocina.

La clienta se mantuvo en su sitio, esperando que apareciera un hombre con el pastel. Grande fue su sorpresa al darse cuenta de que la persona que salió no era varón, al contrario, se trataba de una mujer de la misma edad que la vendedora, pero que contrastaba enormemente con esta: pelo oscuro y ondulado, además de una piel negra como el ébano. Cargaba el pastel elegido, el cual estaba perfectamente sellado.

—Aquí tiene...

—Cancelaré el pedido —dijo la clienta, interrumpiéndola.

—¿Perdón?

—No puedo creer que esta tienda la maneje un par de enfermas... y peor aún, que una de ellas sea una... asquerosa negra.

—Disculpe, señora, pero no voy a permitir que en nuestro establecimiento nos venga a insultar y a referirse así a mi color de piel.

—Amor, por favor, calma. No queremos que las cosas escalen más —intervino la rubia—. Señora, lamentamos cualquier inconveniente que pudiera haber sufrido. —Agachó la cabeza, como pidiendo perdón.

—Levanta la cabeza —ordenó la chica negra—. No eres culpable de nada.

—Pero...

—¡Levántala!

La rubia hizo caso.

—Lesbianas inmundas... —soltó la mujer, antes de abandonar la tienda, sin el pastel escogido.

La chica negra resopló airada.

—¿Por qué te rebajaste?

—¿Ah?

—Actuaste como si tú hubieses sido la que hizo las cosas mal. Ya te he dicho varias veces que no siempre el cliente tiene la razón.

Volvió a resoplar.

—Calma, Karina, sabes que esto nos ha pasado antes. Además, tenemos clientes leales a los que no les molesta nuestra relación.

—Carmela, mujeres como esa siempre buscan excusas para criticar. Te apuesto a que la única forma en la que yo no le molestaría sería si fuera hombre y blanco.

Carmela acarició la oscura mejilla de Karina con el dorso de su mano.

—Pues a mí no me molesta cómo eres.

—Lo sé... Lo sé. —De a poco su actitud se fue suavizando—. De todas formas, es agotador. ¿Acaso la gente no sabe que pueden salir combinaciones maravillosas con ingredientes atípicos?

—¿Eso último lo dices por nosotras?

—También. ¿Recuerdas cuando nos conocimos?

—Sí... Nunca pensé que congeniaríamos. Quiero decir, tú eres tan segura y directa y yo...

—Tú tienes la dulzura que me falta. —Le sonrió—. Cuando te vi, me dije a mí misma que tenía que conocerte sin importar nada. No me equivoqué. Mira nada más lo que hemos logrado juntas. —Abrió los brazos para que su novia apreciara el panorama.

—Nadie creyó que tendría éxito con la pastelería, excepto tú.

—Desde que te conozco que eres buena con los números y tratando con gente.

—Y tú tienes un toque especial para amasar y decorar pasteles.

Karina abrazó a Carmela por el cuello. Le daba igual que los transeúntes las miraran raro a través de la ventana.

—Amor...

—¿Sí?

—¿Por qué crees que a tanta gente le molesta lo que somos?

—Porque no les gusta lo que se sale del molde. Como si a otras personas no les molestara alguna característica de ellos. —Sonrió con amargura—. ¿Cuántos negros odian a los gais siendo que después los insultan justamente por ser negros? ¿Cuántos asiáticos no viven lo mismo? En la naturaleza humana está el discriminar por una u otra cosa. Ni siquiera nosotras nos salvamos.

—Es un poco triste si lo piensas.

—Lo sé, pero no se puede evitar. —La besó de repente, dejándola sonrojada—. Eso no significa que todo sea malo. Cada persona, con sus sabores dulces y amargos, puede crear un delicioso pastel.

—¿Y... qué piensas del que hicimos nosotras?

—Que tiene un sabor delicioso y que quisiera comerlo todos los días.

Volvieron a besarse, a la vez que la puerta volvía a abrirse y una mujer madura las veía.

—Vaya, ¿así que teniendo un tiempo de arrumacos? —dijo bromeando; era una clienta habitual y sabía de la relación entre ambas.

—Algo así —respondió Karina.

—¿Qué va a pedir? —preguntó Carmela, tratando de salir de la situación.

Tal vez a muchos no les gustara la mezcla que formaron: demasiada azúcar, que el sabor les resultaba desagradable, la combinación de colores, quién sabe qué otras razones. Sin embargo, a Carmela y a Karina les fascinaba su receta única y no pensaban cambiarla por nada.


Esta es la historia número once, o sea, de acuerdo a mis planes, la penúltima. La final está en planeación. Tengo la idea, pero necesito ver cómo la ejecuto.

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