Golondrina
Gente, primero escribo la siguiente advertencia: si eres homofóbico, por favor no leas. Con eso dicho, doy inicio a esta serie de cuentos de carácter lésbico.
En el valle en el que vivía, entre trigales y campos de flores, se dio inicio a mi historia de amor.
Cierto día, mientras el sol calentaba los prados y los pájaros surcaban el cielo, salí de mi casa para recoger unas cuantas flores y hacer una guirnalda con ellas. Recogí las más bellas y comencé a entretejerlas, y fue en ese momento que alguien se acercó a mí.
―Qué bonita guirnalda estás haciendo, Mahdalyna.
Katya era una chica que vivía cerca de mi casa. Podría decirse que era mi vecina, a pesar de que nuestros hogares no estaban precisamente uno al lado del otro. Nos conocíamos desde niñas y solíamos jugar mucho juntas. Obviamente, los juegos infantiles quedaron atrás con la edad, pero la buena relación entre ambas continuó.
―Gracias, Katya, pero creo que no es la gran cosa.
―No digas eso. Te estás quitando mérito.
Tras un breve silencio, dijo:
―¿Sabes? A mí también me dieron ganas de hacer una.
―Entonces, ¿por qué no me acompañas?
Katya arrancó algunas flores y hierbas y después se sentó junto a mí. Tardó un poco en hacer su guirnalda, pero debo reconocer que le quedó más linda que la mía.
―Qué bonita ―dije.
―¿Te gusta, Mahdalyna?
No esperé lo que hizo a continuación: colocó su guirnalda sobre mi cabeza.
―Pues tenla.
―... ¿En serio vas a regalarme algo tan bello?
―No es tan bello como tú.
Por alguna razón las palabras de Katya calentaron mi corazón. Ni los rayos del sol tenían ese efecto en mí. Luego aprecié sus brillantes ojos, que hicieron que mi cara se sonrojara y se encendiera como una hoguera.
Creo que queda claro que Katya fue mi primer amor.
Tiempo después, ella y yo empezamos una relación. Por desgracia, el ambiente campestre en el que vivíamos no era el ideal para un amor como el nuestro. Teníamos que vivirlo en secreto, esperando que ninguna de nuestras familias se enterara. Fue por eso que elegimos un bosque cercano para poder mostrarnos todo lo que teníamos en nuestro interior, con los árboles como guardianes de nuestros secretos.
Aquellos momentos con Katya fueron los más hermosos de mi vida.
Por desgracia, un día en la antesala del invierno, mientras ella y yo estábamos besándonos, el sonido de hojas y ramas secas nos advirtió que algo se aproximaba; y ahí fue que vi a mi madre estupefacta. Al parecer, había ido a buscar algo de leña, pero lo que encontró bastó para encender una hoguera de furia en su pecho.
―¡Mahdalyna, ¿qué significa esto?!
No sabía qué decirle. Katya intentó defenderme, pero mi madre no quiso escucharla. Sin importarle nada más, me tomó de la mano y emprendió el camino de vuelta a casa mientras yo intentaba zafarme y volver con Katya.
―¡Katya! ¡Katya!
―¡Mahdalyna!
Mi amada vino corriendo y trató de liberarme, siendo repelida por mi madre. Siguió insistiendo, y después de eso mi mente quedó en blanco. Lo último que recuerdo antes de eso fue que me solté del agarre de mi madre y después caí al suelo. Lo que vino inmediatamente después me es desconocido.
No desperté hasta un par de días después, en mi casa y con la severa mirada de mi madre como primera imagen.
―Esa estupidez llegó hasta aquí, Mahdalyna ―me dijo con palabras tan afiladas como un hacha.
Desde entonces, no me ha dirigido la palabra.
Ahora estamos en invierno. Las nubes y el cielo gris se muestran en todo su esplendor, y la chimenea siempre está encendida en casa. Sin embargo, ese calor no me llena; llevo mucho sin saber nada de Katya. Ni mi familia ni la de ella me quieren decir nada, por más que intento obtener respuestas. Trato de ser fuerte, pero lo único que puedo hacer es llorar, llorar hasta que mis lágrimas se sequen y mis ojos duelan.
Solo quiero tener noticias de ella, saber si está bien, si todavía me ama. Desde mi habitación, en donde estoy prácticamente encerrada, intento buscar señales, sin ningún éxito. No sé cuánto más durará esta situación ni cuánto aguantaré. Me aferro con desespero a los recuerdos felices, los besos, la guirnalda de flores...
Katya hizo que me enamorara de ella. Ahora no puedo olvidarla.
Pese a que mis seguidores saben que soy un hombre heterosexual, me gusta escribir historias de este tipo, y de acuerdo a la gente que me lee (incluyendo algunas chicas lesbianas), los resultados son satisfactorios.
Con respecto a este cuento en particular, me basé en una canción llamada «Solovey», del grupo ucraniano Go_A (la que está arriba. Activen los subtítulos para el español). En su idioma, Solovey significa 'ruiseñor', pero en este caso cambié el ave por cuestiones de simbolismo. La golondrina representa el amor y el retorno, eso por ser un ave migratoria y monógama, y solo la muerte detiene esas migraciones. Eso sí, el destino de Katya quedó ambigüo para que ustedes especulen sobre qué le pasó.
Ojalá el siguiente cuento se me ocurra pronto. Desde ya les digo, sin embargo, que todos los cuentos serán independientes uno de otro. Tampoco pretendo que sean tantos. Unos doce, quizás.
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