El guardián de la florecilla
―¿Estás segura de que no pasará nada malo? No puedo evitar sentirme un poco nerviosa.
―Tranquila, estoy segura de que van a adorarte.
Camila y Tamara llevaban poco tiempo de ser novias. Todo había comenzado hacía unos meses, cuando la usualmente tímida Camila decidió confesarle sus sentimientos a su amiga en una jugada de todo o nada. Fue una inmensa alegría para ella cuando Tamara le correspondió. Sin embargo, decidieron vivir su relación de forma más bien discreta al principio. Sería ese día en particular cuando las cosas tomarían un nuevo rumbo.
―¿Pero segura, segura?
―O sea, con mi mamá no creo que haya problemas, pero con mi papá... Él es un poquito más complicado.
Mientras la pareja se acercaba a la casa de Camila, los padres de la susodicha se preparaban para su llegada.
―Me pregunto cuál es la sorpresa que nos tiene Camilita. ¿Qué tal si fuera... ya sabes?
―¿En serio crees eso, María?
―Por favor, Gaspar, ella está en esa edad, es normal. ¿O acaso vas a actuar como padre sobreprotector?
―Prefiero evaluar bien la situación antes de ver cómo actuaré ―respondió él con sequedad.
Mientras el matrimonio hablaba, se escuchó el sonido de la llave entrando a la cerradura, lo que los puso en alerta.
―¡Ya llegó!
Camila entró con la alegría decorando su rostro. Detrás de ella, Tamara ingresó con cautela.
―Veo que trajiste a una amiga, hija.
―Mucho gusto. Mi nombre es Tamara.
―El gusto es nuestro. Yo soy María, la mamá de Camila, y él es mi esposo Gaspar.
―¿Qué tal? ―saludó él.
Los cuatro se dirigieron al living y se sentaron en los sillones. Nada más poner su anatomía en el asiento, el desasosiego se apoderó de Camila. Incluso se mordió el labio en un intento por aliviar la tensión.
―Mamá, papá..., tengo algo que confesar. La verdad es... que Tamara no es mi amiga: ella es mi novia.
La reacción de ambos fue abrir bien los ojos.
―¿Es...? ¿Es eso cierto? ―preguntó Gaspar con una cuota de escepticismo.
―Es cierto ―respondió Tamara―. Camila y yo tenemos una relación amorosa.
Por si no había quedado lo suficientemente claro, las chicas se tomaron de las manos. Ninguna de las dos estaba tranquila, pero querían ser honestas.
―Hija... ―habló María―, ¡es maravilloso! Veo que tienes un buen ojo. Tamara es una chica muy bonita.
―Eh..., gracias ―dijo la aludida con algo de vergüenza.
―¿Qué opinas, Gaspar? ¿Ah, Gaspar?
El hombre mostraba un semblante serio. Daba la impresión de que nada podría hacerlo reír.
―Papá... ¿acaso hice algo que te molestara?
―Gaspar, di algo.
El aludido se demoró bastante en hablar.
―... Denme un momento a solas con esta chica.
―¿Papá? ¿Acaso...?
―¡Yo sé lo que hago! ¡Obedezcan!
María se levantó, hizo que Camila la imitara, rodeó su hombro con su brazo y se la llevó, para desconcierto de esta.
―Mamá...
Gaspar y Tamara se quedaron solos. Nerviosa, la chica tragó saliva; el padre de su novia desprendía un aura intimidante.
―Entonces..., mi hija y tú están en una relación ―dijo él con un rostro que parecía tallado en piedra.
―Eh... Eh... Sí, señor.
―No creas que porque le agradaste a mi esposa vas a lograr lo mismo conmigo. Ahora mismo, pienso que lo tuyo con mi hija es un error.
Las palabras de Gaspar sonaron increíblemente duras. Tamara esperaba un poco de complicación con él, eso con base en lo dicho por Camila antes de llegar; pero no a ese nivel.
«¿Acaso... nos estará rechazando? ¿Rechaza mi relación con su hija?».
―Camila es una chica demasiado ingenua. Esa dulzura suya la ha hecho caer en engaños muchas veces. ¿Quién me asegura a mí que no la engatusaste con un par de palabras bonitas para que hiciera lo que quisieras?
―No se atreva a hablar así.
―¿Perdón?
―Si pretende afirmar que la seduje para que tuviera una relación conmigo, se equivoca. Aquí no hay ninguna situación extraña, solo amor mutuo.
―No me consta. Estoy seguro de que si las obligo a romper, te escaparás y dejarás a mi hija con el corazón roto por culpa de una tontería que jamás tuvo futuro.
―Por supuesto que no. Me he comprometido al cien por ciento con ella.
―¿Qué hay del matrimonio y los hijos? Dos mujeres no pueden casarse en este país. Y qué decir de formar familia.
―Si Camila y yo nos casamos, lo veremos a su debido tiempo. En todo caso, señor, y no quiero faltarle el respeto, ¿sabe que existen países en los que el matrimonio homosexual es legal? Hay opciones. Y en cuanto a los hijos, también lo veremos en su momento. Podría ser por vientre de alquiler, donante de esperma, adopción o simplemente no tenerlos.
―¿Quién me asegura a mí que llegarán tan lejos? Lo tuyo con ella podría ser una simple etapa, un desvarío, un experimento para cuando aparezca un hombre con el que sentar cabeza.
Tamara abrió la boca y se puso pálida. Inclusive tiritó un par de veces.
―... Señor, esa es la peor ofensa que me ha dicho hoy.
Gaspar no reaccionó.
―Es cierto, nadie puede dar por garantizada una relación. A pesar de todas nuestras esperanzas y sueños, podría llegar un punto en el que terminemos. Aun así, yo sé bien lo que soy y lo que es Camila. Ningún hombre, repito, ningún hombre me ha hecho dudar de mi realidad. Soy una lesbiana orgullosa y así me moriré. Esta no es ninguna experimentación como usted insinúa, y mientras esté con Camila, le seré fiel y procuraré hacerla feliz. Si usted no quiere aceptarlo, bien: hay mucha gente allá afuera que sí.
Tamara no quería levantar la voz frente al padre de su novia, pero se sentía tan ofuscada que no le quedó otro remedio. Tenía que hacerle entender aunque fuera a la fuerza sus sentimientos.
―Sé que mucha gente nos apuntará con el dedo, pero voy a protegerla de cualquiera que quiera dañarla, y eso lo incluye a usted.
La joven se veía muy segura, mientras que el hombre se mantuvo impasible.
(...)
―Camila, voy a aceptar a esta chica como tu pareja.
―¿En serio?... ¿No me estás engañando?
―En serio.
La chica abrazó a su novia con lágrimas en los ojos, dando rienda suelta a su alegría.
―Tú ―Gaspar señaló a Tamara―, más te vale que todo lo que me dijiste sea real. Soy capaz de luchar contra el mismo infierno si algo le pasa a mi hija.
―Entendido, señor. No le voy a fallar.
Mientras las jóvenes coqueteaban, María se acercó a su esposo y apoyó su cabeza en el hombro de él.
(...)
―Así que eso te dijo.
―Sí. De verdad me pareció que tiene las cosas claras y que puede proteger a Camila de cualquier complicación. Espero que sea una buena novia para ella.
Ya era de noche. María se acostó al lado de su esposo, quien leía una novela en ese momento.
―Por cierto, amor, ¿cuándo le vas a contar a la niña que nos habíamos dado cuenta hace mucho de que le gustaban las mujeres?
―Muy pronto. También le contaré sobre mi colección de novelas lésbicas y manga yuri. ―Movió levemente el libro en sus manos―. Créeme, hacer el papel de padre homofóbico sin serlo es realmente agotador ―lanzó un resoplido―, pero tenía que ver qué clase de chica era Tamara; he leído suficiente material y visto suficientes cosas como para saber que situaciones como las que le planteé pasan en la vida real.
―Lo sé. Y también sé que eres un buen padre, a pesar de no ser tan demostrativo.
Gaspar sonrió satisfecho, recibiendo posteriormente un beso de su esposa. Tras eso, dejó el libro en el velador al lado de su cama y apagó la luz. Había sido un día movido y necesitaba descansar.
―Buenas noches, María.
―Buenas noches, Gaspar.
Esta historia surgió de una pregunta que me hice a mí mismo: «¿Qué pasaría si una hija mía fuera lesbiana?». No sé si la respuesta sería exactamente como la de Gaspar, pero es una posibilidad. En todo caso, dudo que alguna vez se produzca este escenario por dos razones: uno: mi historial romántico es nefasto; y dos: tener hijos no es una de mis prioridades.
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