El avión del flechazo
Después de varios meses, traigo una nueva historia de esta colección. Ojalá sea de su agrado.
—Señores pasajeros, estamos próximos a despegar. Por favor, mantengan el respaldo de sus asientos en posición vertical y abrochen sus cinturones.
Alondra esperaba que aquel viaje fuese un antes y un después para ella, no por nada viajaba a un destino paradisiaco. Soltera y sin ninguna compañía, su único deseo era estar en una playa bajo un quitasol y con una piña colada en la mano.
Miró a un lado y al otro; ninguno de los pasajeros sentados cerca de ella parecía interesante. Más aún, todos tenían el antifaz puesto y parecían preparados para dormir. Alondra, por su parte, no planeaba hacerlo, prefiriendo colocarse sus audífonos para escuchar música.
El avión despegó pocos minutos después, agitándose un poco más de lo que debería.
Por culpa de la turbulencia, Alondra se acabó mareando. Casi de inmediato se quitó los audífonos y apoyó su cabeza en el respaldo, tratando de recomponerse. No le resultaba sencillo, eso sí; la cabeza le daba vueltas y le faltaba el aire.
En eso, una suave voz le habló:
—Señorita, ¿se siente bien?
Quien le dirigió aquellas palabras fue una de las azafatas. Alondra le echó un vistazo y de inmediato oyó el canto de los pajaritos a su alrededor; era una mujer hermosa, maquillada con discreción y con el pelo recogido en un moño.
—... Creo que me mareé un poco.
—¿Quiere que le traiga un medicamento y un vaso de agua?
—Por favor...
La azafata se marchó por el pasillo del avión. Alondra, en medio de su atontamiento, la vio caminar; no sabía si se relacionaba con el malestar que tenía en ese momento, pero sintió un súbito deseo de conversar con ella y hasta de averiguar si le gustaban las mujeres.
Cuando la aeromoza volvió, le entregó unas pastillas y un vaso de agua. La pasajera los recibió y se los tomó sin dudarlo.
—Ojalá con eso se sienta mejor.
—Ojalá...
—Avíseme si necesita cualquier otra cosa.
La azafata se disponía a marcharse para atender a otras personas, pero Alondra la sujetó por la manga.
—Disculpe, señorita...
—¿Sí?
—... No, nada.
La soltó y dejó que se fuera, aunque la sensación de desazón permaneció.
Durante el resto del viaje, Alondra quiso interactuar con la azafata, pero esta solo se dedicó a su trabajo, trayéndole la comida y algunas otras cosas. Por lo menos esta tuvo la deferencia de preguntarle por su estado de salud.
—Ya me encuentro mucho mejor. Gracias.
—Me alegro. Recuerde que puede avisarme si necesita algo.
—La verdad... es que hay algo que me gustaría ahora mismo.
—Dígame.
—¿Podemos... conversar un rato? No conozco a nadie en este avión y no se me antoja escuchar música o ver películas.
La azafata se sorprendió por la petición, pero, adoptando una actitud cortés, le dijo:
—Discúlpeme, pero solo puedo interactuar con los pasajeros cuando necesitan algo más... concreto.
—... Entiendo —dijo la chica, cabizbaja—. Entonces..., ¿podría traerme un jugo, por favor?
—Por supuesto.
El resto del viaje fue muy tranquilo, al menos externamente; por dentro, Alondra sentía un alboroto, un tifón que giraba con violencia arrasando con todo. Ansiaba charlar con la aeromoza, pero ella ya le había dicho que no podían interactuar de forma personal.
Al llegar a destino, se levantó de su asiento y suspiró, lamentándose de no interactuar más con aquella hermosa trabajadora. Se unió a la fila de pasajeros descendiendo y vio al pasar a la tripulación del avión, despidiéndose de los que viajaron con ellos.
En ese grupo estaba la aeromoza que la había cautivado.
—Gracias por volar con nosotros —le dijo ella.
—Gracias a ustedes por atendernos —respondió Alondra, desanimada. Dicho aquello, se acercó a la escalera.
Sin esperárselo, sintió que alguien le tomaba la mano y se la abría para dejar algo en ella. Se dio vuelta con rapidez y se percató de que la azafata había sido la responsable. Esta se llevó las miradas curiosas de sus colegas, pero no profundizó en nada de lo ocurrido.
No queriendo hacer de tapón para los demás, Alondra bajó sin detenerse para nada.
Una vez en tierra, revisó lo que le habían dado: era un papel doblado de forma un tanto tosca. La muchacha lo desdobló y se sorprendió de lo que estaba escrito.
—Es... su número de teléfono... ¡¿Acaso ella quiere que...?!
Con aquel valioso tesoro en su poder, Alondra comenzó a saltar y a bailar. Le daba igual que la vieran y la consideraran ridícula; jamás entenderían su felicidad. Sin necesidad de poner un pie en la playa, había llegado al paraíso.
Creo que no es infrecuente que nos llame la atención alguna persona en un avión, un microbús o cualquier otro vehículo de ese estilo. Ahora bien, que las cosas vayan más allá es harina de otro costal; Alondra es una afortunada en ese aspecto.
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