Dos balcones
Desde un inicio dio la impresión de que la vida estaba moviendo todas las fichas de su tablero para que ambas estuvieran juntas: se llamaban Luna y Estrella. Su primer contacto fue de niñas, cuando la familia de Estrella se mudó al departamento que estaba justo al lado del de Luna. Cuando las chicas se vieron, pensaron de inmediato que ambas serían grandes amigas, pero ninguna se imaginó que esa amistad daría un paso más al transcurrir los años. Lo bueno fue que ninguno de los padres puso objeciones a la relación; Luna y Estrella habían crecido juntas y todos estaban de acuerdo en que las dos se complementaban mutuamente.
Algo que ellas solían hacer todas las noches era salir a sus respectivos balcones y conversar durante bastante rato. Era en esos momentos, justamente en esos, en los que los sentimientos adolescentes influían en el corazón de ambas. Luna y Estrella soñaban con estar juntas en todo momento, como suele pasar con las parejas jóvenes, pero por ser menores de edad, no podían convivir bajo el mismo techo todavía. Eran capaces de verse, pero el espacio entre los balcones era un constante recordatorio de que tenían que vivir separadas.
―Lo único que quiero es abrazarte y besarte hasta que me canse ―dijo Estrella un día―. Es tan malo vivir en casas distintas ―suspiró.
―Tampoco es como si no nos pudiéramos ver ―le recordó Luna―. Tenemos suerte de que podamos salir y que nuestras familias nos acepten.
―Lo sé, amor, pero... ¡Ah, yo quiero estar siempre contigo!
De las dos, era Estrella la que mostraba más ansias. No era que Luna no deseara lo mismo, pero intentaba mantenerse más tranquila.
―Yo también, pero sabes que todavía es muy pronto. En unos años más podrá ser.
―¡Quiero que sea ahora!
Luna adoraba las reacciones infantiles de su novia, pero decidió ponerle paños fríos al asunto.
―Amor, tú quieres vivir conmigo, ¿cierto?
―Sí.
―Y quieres que estemos juntas para siempre, ¿no?
―Sí. Ojalá en el futuro nos podamos casar.
―Eso imaginé. ―Sonrió―. Bueno, ahora mismo sabes que no podemos. Todavía somos adolescentes, pero... piensa en lo siguiente: esto es como ganar una maratón. Hay pasos que tienen que darse primero: preparación, mentalización, entrenamiento. Eso dura lo que tenga que durar. Si logras ganar, la victoria sabe mucho más dulce.
―Como tus labios ―respondió la enérgica Estrella. Luna se rio un poco.
―Si quieres verlo así...
Estrella hizo la figura de un corazón con los dedos. A través de ella le envió un beso a su pareja.
―Tontita.
―Je, je.
―Como decía, por ahora, hay que esperar. También pensar en muchas cosas para que no tengamos problemas en la convivencia: trabajo, dinero, lugar. No es iniciar una vida juntas así como así. Ya llegará el momento en que lo hagamos, cuando esté todo listo.
Estrella agachó la mirada con una tristeza pueril en los ojos.
―Por supuesto que tú puedes ayudarme con algunas cosas. Este es un tema de dos.
―... Creo que me dejé llevar un poquito. Pero de verdad quiero vivir contigo cuanto antes.
―Ahora mismo quiero saltar al otro lado y abrazarte ―dijo Luna―, pero una de las dos tiene que ser la realista. ―Lanzó una risita―. Todavía queda un poco de tiempo antes de irme a dormir. ¿Quieres que vaya a tu casa y pase un rato contigo?
―¡Sí, sí, sí! ―exclamó Estrella, emocionada.
―Dame unos segundos.
Mientras Luna entraba al living para dirigirse al departamento de al lado, pensaba: «Algún día, no habrá espacio entre los balcones. Estaremos juntas en el mismo balcón».
Se escuchó la puerta abrirse y cerrarse casi inmediatamente después. La convivencia bajo el mismo techo todavía no era viable, pero sí lo era el convivir en otros espacios. Eso era algo que no les podían prohibir.
Con esta historia, hemos llegado al ecuador. Ya hay una más que está pensada y que espero publicar pronto.
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