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Capítulo XVII: EL ADOLESCENTE DE CRISTAL.

El reloj de pulsera de don Estanislao Álvarez, marcaba las dos de la madrugada y veinte minutos. Por enésima vez se acomodaba en el lecho alquilado en ese antiguo hotel "cero estrellas", sin poder conciliar el sueño. Sentía una especie de picazón por todo el cuerpo, especialmente en la planta de los pies. Le transpiraban las manos, y la ropa de cama le incomodaba. Se destapaba los pies ; los volvía a guardar; en fin, el insomnio era su peor enemigo cuando tenía algo pendiente que resolver. Decidió sacar un cigarrillo desde la cajetilla que estaba sobre el velador, pero ya no quedaba ninguno, y en el cenicero había un montón de colillas mal olientes que pasaban toda la habitación. Junto a la cajetilla vacía había un pequeño trozo de papel escrito con lápiz de pasta; era una dirección. "¡Daniel!", pensó de inmediato. "Claro, ésta es la dirección que me pasó. Lo visitaré mañana temprano (bueno, ya es mañana). Espero que quiera acompañarme a las salitreras abandonada; total nada tiene que hacer, supongo. Eso es; lo invitaré. Hay mucho que hacer". Divagaba, entre bostezos, el profesor, planificando lo que haría. Acto seguido, tomó por enésima vez los apuntes proporcionados por su amiga Carmen y leyó dos veces aquella parte que decía:    "... querían visitar un pueblo fantasma. Ellos estaban obsesionados con la idea; ella no tanto. Les advertí que no lo hicieran, porque era viernes 13, y... se rieron de mí".

En la mente del inquieto profesor se repetía una y otra vez lo escrito por la agredida señora: "les advertí que no lo hicieran, porque era viernes 13".

Y así, recorriendo en la nebulosa de sus sueños la trayectoria que los conduciría a los poblados salitreros abandonados (o, despoblados), se quedó profundamente dormido, hasta que un suave pitido de su reloj de pulsera lo despertó a las siete y media de la mañana. Parecía más temprano porque el día había amanecido muy nublado y fresco.

Cuarenta minutos después, el automóvil del profesor se detenía frente al domicilio de los tíos de Daniel. Éste aún no se levantaba. Al toque de timbre, y luego de un breve intercambio de palabras, una amable mujer de mediana edad, lo hizo pasar para que esperara un rato. Minutos después, don Estanislao era invitado a servirse una tacita de té, junto al sorprendido joven, quien pensó que dicha visita obedecía a la esperanza de algún posible trabajo, y así lo evidenció en un reconocido lenguaje gestual (pulgar arriba); sin embargo...

___ No, Daniel, no es lo que tú piensas. Vine porque...

Media hora demoró el hombre de gruesas gafas ópticas y rostro pésimamente rasurado, en convencer a Daniel para que lo acompañara. El joven, en su fuero interno, no quería subirse otra vez a ese vehículo hediondo a humo de cigarrillo. El profesor le relató todo lo que ocurrió en la clínica Mar Azul; lo que sabía del chico; y cual era el plan que tenía en mente.

___ Profesor, pero y sus trámites que venía hacer a Antofagasta, ¿en qué quedaron? ___ le preguntó, Daniel, ya que también se había enterado que la razón del viaje a la ciudad portuaria era por un lío que tenía con unas personas que no le habían pagado, por más de dos meses, el arriendo de una casa.

___ ¡Ah!, sí; ya tendré tiempo para eso. Ahora, vamos, se nos hace tarde. Voy a pasar a comprar algo por si nos da hambre, y... cigarrillos. ___ "Oh, no", pensó Daniel.
___ Está bien, profesor, vamos ___ aceptó éste ___ levantándose de la mesa y procurándose algunos alimentos y agua en botella por si demoraban mucho en regresar.

Al poco rato, el Fiat-125, color blanco, cargaba combustible en la salida norte de la ciudad, y luego comenzaba a rumbear carretera arriba. Sorpresivamente los adelantó un carro de bomberos, pidiendo vía libre con su estridente sirena; luego un carro policial de Carabineros también pasó muy rápido. Él manejaba prudentemente. Y Daniel, hizo un lacónico comentario, algo preocupado:

___ Creo que ha ocurrido un lamentable accidente más adelante. Ojalá no sea tanto...
___ Mm, es de esperar que no. ___ Dijo el profesor, mientras los vehículos de emergencia se alejaban. Luego, agregó:
___ Daniel, entre Antofagasta y Calama son varias las salitreras abandonadas; ya sabes, claro. Bueno, Carmencita en sus notas subrayaba eso de que "ellos" querían visitar un pueblo fantasma; que era su mayor curiosidad. Ahora bien, si tú vas (vamos) en la misma ruta que esos viajeros, y desearas visitar una salitrera abandonada... ¿A cuál entrarías?

___ Supongo que..., a la primera que me llamara la atención. A la más cercana; no sé. ___ Respondió el joven ingeniero.
___ Correcto, a la primera que se vea como tal; como un pueblo fantasma. Ahí es donde vamos ahora. Algo encontraremos ___ replicó don Estanislao, muy optimista y, luego, sacando un cigarrillo, le preguntó a su acompañante : ¿Te molesta si fumo?
___ Me haría un gran favor si no lo hace dentro del auto, don Estanislao, porque yo no fumo y, la verdad es que ayer ya no daba más. ___ Contestó.
___ Está bien, me aguantaré un rato más ___ dijo el conductor, dejando el cigarrillo a un lado, sin encender.

___ Profe, ¿a qué se refiere con eso de "algo encontraremos"? ___ Preguntó, curioso, el joven.
___ No lo sé con exactitud, pero confió en mi instinto; ya lo verás ___ respondió el hombre de más edad, sonriendo con moderación y demostrando una relativa seguridad.

Un segundo carro de bomberos, con sus balizas encendidas, los adelantó velozmente, sin tocar sirena, sólamente haciendo un corto y ronco sonido de advertencia. Era un carro de rescate muy bien equipado. Una vez más, los ocupantes del Fiat-125, se miraron y daban por hecho que se trataba de un grave accidente carretero más adelante.

Avanzaron un buen tramo de carretera, en completo silencio. Quizá algo preocupados. Cada cual inmerso en sus propios pensamientos. Del accidente, nada aún.

A los cuarenta minutos de camino, hacia el costado izquierdo, a no mucha distancia de la carretera, se podía observar un pequeño conglomerado de murallas en ruina. En el cuasi aparente anciano (que no lo era), se reflejó un evidente entusiasmo. En el joven ingeniero no hubo mayor reacción. El automóvil fue conducido hacia una angosta huella de tierra suelta que los llevaría hacia allá. En breve estuvieron junto al conglomerado de muros destruidos por el inexorable paso del tiempo y los terremotos nortinos. Eran de adobes hechos con barro y sal. Muros sin puertas ni ventanas; sin techo, sin nada...., excepto...¡Sí, había alguien! ¡Una persona!

Cuando se bajaron del vehículo, se les acercó un hombre muy delgado, alto; cabello desgreñado, ceniciento, y su cara cubierta con una exuberante barba. Vestía con sucios harapos y lo acompañaba un famélico perro de raza indefinida, que no ladraba. Don Estanislao y David se sorprendieron un poco, pero le sonrieron amablemente. Lo más probable era que se tratase de un ermitaño, o algún viejo salitrero que nunca quiso salir de ahí.

___ Buenos días, amigo. ¿Vive usted aquí? ___ Preguntó don Estanislao.
___ ¿Que cosa? ___ contra preguntó el supuesto ermitaño, poniéndose la mano derecha detrás de la oreja, para oír mejor, evidenciando una avanzada sordera.
___ Amigo, le pregunto... si usted vive aquí ___ le dijo el profesor, casi gritando.
___ ¡Ah!, sí, sí... el Rin y yo vivimos acá. ¿No llevan alguna cosita pa' comer?

El joven fue al automóvil y le trajo fruta y una botella con agua mineral.

___ Gracias m'hijo, pero el agua no hace falta acá. Por allí pasa una tremenda tubería que lleva agua pa' Antofa. Y tiene una pequeña filtración... ___ Indicó el hombre del perro.

___ Bueno, ¿alguien más ha pasado por aquí en estos últimos días? ___ le preguntó con voz alta el joven ingeniero, sosteniendo la botella de agua mineral.
___ No, yo vivo solo acá; con el Rin no más. Solito...
___ Le pregunto ... ¡Si ha pasado alguien más por acá, últimamente! ___ gritó David.
___ ¡Ah!, no, no... Nadie se mete acá. Yo salgo a pedir a la carretera y a veces paran y me convidan algo pa' comer. Los camioneros ya me conocen, son re buenas personas conmigo; me dicen "Calichero". ___ Respondió el ermitaño, riendo de buenas ganas y dejando ver los pocos dientes que aún le quedaban. Luego prosiguió:

___ Soy el último Calichero de este lugar; trabajé un tiempo aquí hasta que cerró; vivo con mi perro y con mis recuerdos, y... eso no más. De vez en cuando voy a pie hasta la estación Baquedano (serán unos cinco kilómetros), y ahí la gente me quiere harto. ___ Terminó diciendo el hombre de edad indefinida; pero, por lo que dijo; de ser cierto, tendría casi ochenta años, que no representaba.

Los visitantes se despidieron de él, y continuaron hasta la próxima salitrera abandonada. Cruzaron la estación Baquedano y, casi media hora después comenzaron a distinguir, a la distancia, otro conglomerado de murallas; éste bastante extenso. Y, a medida que iban acercándose, pudieron darse cuenta que algo muy grave estaba ocurriendo en ese lugar. Se salieron de la carretera asfaltada y tomaron un camino de tierra compactado en sal; quizá un kilometro, o uno y medio. Se podía ver un gran movimiento de personas junto a varios vehículos de emergencia: bomberos; policías, y algunos civiles. Se acercaron mucho más. Don Estanislao detuvo su vehículo a prudente distancia y comenzaron a caminar al punto del accidente, muy cerca de los murallones de adobe. A poco andar, un policía uniformado les dijo que no podían acercarse más al sitio del suceso y que se trataba de un accidente vehicular con, al menos, tres personas fallecidas. Personal de bomberos, ayudados por cuerdas aceradas jaladas por uno de los carros, intentaba poner en posición normal el vehículo que, con sus ruedas apuntando al cielo, tenía casi todo su techo aplastado. A pocos metros había un cuerpo tapado con una lona color gris; se podía ver unos pies desnudos, muy blancos y delgados. Luego, un fuerte crujido y un ruido sordo indicaban que el vehículo siniestrado había quedado en posición normal; una nube de polvo se levantó de inmediato, y de la misma forma se disipó con la brisa pampina, dejando ver un amasijo de fierros y latas que mantenían atrapados dos cuerpos humanos en evidente estado de descomposición. La escena era horrible.

___ Daniel, ___ dijo el profesor ___ si no me equivoco ese es un Land Rover, y podría ser el que viajaba la familia Canvill Kurt; la misma que mencionó Carmencita y Nolberta... O sea que....
___ Sí, profesor, estaba pensando lo mismo. Los cuerpos que están dentro del vehículo podrían ser los padres del joven que estaba en la clínica Mar Azul, pero... hay otro cuerpo tapado ahí. A lo mejor venían cuatro personas en el Rover. Bueno, perfectamente alguien que estaba haciendo "dedo", pidiendo un aventón, como acostumbro hacerlo yo. ___ Sacaba sus conclusiones, David.
___ Puede ser, ___ dijo el profesor ___ pero hay algo que no me cuadra: Viendo el estado en que quedó el vehículo y lo deteriorado que quedaron los ocupantes en su interior, ¿cómo es que el rubio adolescente escapó sin heridas o huesos rotos? Concluyo que, caminó hasta la carretera, pero....de ahí no entiendo nada; nada de nada. Que lo hayan encontrado desnudo, no me cuadra. Bueno, para eso está la policía... Ya lo sabremos, Daniel.

El policía uniformado (un sargento de Carabineros), que les había impedido el paso, y que no estaba a más de dos metros de ellos, pudo escuchar perfectamente todo lo que decían Estanislao y David. Se giró hacia ellos, y preguntó a ambos:

___ ¿Conocen ustedes a las víctimas? ¿Qué saben de ellos? ___

El profesor se identificó y luego, sacando una pequeña libreta del bolsillo de su chaquetilla, leyó los nombres que le había entregado Nolberta, del registro de hospedaje: "Jorge Canvill; Íngrid Kurt; Ricardo Antonio; procedencia, Cauquenes; vehículo, tipo jeep, Land Rover; destino, Chuquicamata". Y agrego:

___ Ya sabemos lo que ocurrió con el joven en la clínica; pero... vemos que ahí, cubierto, hay otra persona fallecida. De ella no tenemos ni idea. Es todo, sargento.

El policía llamó por su radio portátil (Motorola Vhf) y en diez segundos estaba junto a ellos un coronel de apellido Sepúlveda. Era el comisario que se encontraba al mando. Dos minutos después, se acercaba un civil de apellido Triviño, titular de la fiscalía sur.

Dado que el profesor tenía información coincidente con la que manejaba el fiscal Triviño, fue sometido a un corto interrogatorio pero sin mayor trascendencia, puesto que la policía ya contaba con los mismos antecedentes; sin embargo..., grande fue la sorpresa para don Estanislao, y para Daniel, cuando un agente les dijo que... el cadáver que estaba tapado con la lona gris, correspondía a... el rubio adolescente de nombre Ricardo Antonio, hijo del matrimonio que yacía fallecido entre los fierros retorcidos del Rover. El profesor le mostró la hoja del diario con las fotos del muchacho; y el policía le confirmó que era él mismo.

Nadie se explicaba cómo fue que apareció ahí; muerto, y con la misma bata clínica que había sido visto por ultima vez. Y, lo más extraño...,  aquél no era un cadáver normal; era asombrosamente ilógico, por decir lo menos.

Un oficial, del servicio de investigaciones, se acercó al fiscal Mario Triviño para confirmarle que ya venían en camino dos vehículos del departamento de medicina legal, para llevarse los cuerpos a la morgue.

Mientras tanto, bomberos seguía trabajando afanosamente, cortando latas y fierros con la finalidad de sacar los malogrados cuerpos en proceso de descomposición. Lo que estaba más visible, eran sólo huesos; se notaba el prolijo trabajo de las aves carroñeras.

Un par de metros más allá, personal del laboratorio de la policía de investigaciones, estaba, rodilla en suelo, rodeando al extraño cadáver del muchacho, tratando de periciarlo con sus métodos científicos; pero lo único normal que podían observar, era la bata clínica con manchas de sangre seca y polvo de azufre. El cuerpo no parecía humano; es decir, sí parecía pero...  no era un cadáver, en absoluto. Era como un maniquí de loza; toda su piel y rostro era como de porcelana, de color claro y, sus cabellos rubios, a pesar de moverse con facilidad, eran extrañamente firmes, como metálicos. No mostraba ningún signo de corrupción o deterioro. Ningún mal olor; excepto azufre, y muy levemente. El fiscal Triviño le pidió al profesor que se acercara a ver el cuerpo. Don Estanislao se inclinó para ver mejor y, luego de algunos segundos, fue categórico en su apreciación:

___ Señor fiscal, por mis estudios en antropología, puedo asegurarle que existen tan sólo dos casos en el mundo de cristalización humana de este tipo , al menos... científicamente reconocidos: uno en Inglaterra (1938), y el otro en Dinamarca (1970). Ninguno de ellos fue de cuerpo completo, sino partes; sesenta y veinte por ciento de los cuerpos, respectivamente. Aquí, señor fiscal, estamos frente al único caso de cristalización completa; el único ser humano... que sin duda revolucionará al mundo científico. Estamos frente a un cuerpo humano que, evidentemente a sufrido un cambio de estructura a nivel molecular. Creo que habrá mucho trabajo para los expertos.... y, me refiero... a nivel mundial. Esto, señor fiscal, trasciende lo policial. Yo conozco al autor que publicó las investigaciones del "caso Inglaterra"; si lo estima usted conveniente, póngase en contacto conmigo...___ finalizó, con humildad, pero con conocimiento, el profesor Estanislao Álvarez, limpiando los cristales de sus gruesos lentes y haciéndole un comentario en voz baja a Daniel, que estaba muy sorprendido al escuchar todo.

___ Gracias, señor Álvarez, lo tendremos en cuenta. Ya tenemos sus datos. En todo caso, en nuestro equipo de peritos, también tenemos antropólogos. ___  Dijo el fiscal, disimulando su incredulidad.

A todo esto, ya estaban llegando los vehículos que trasladarían los cuerpos inertes. Bomberos, ayudados por personal policial, estaban sacando cuidadosamente los restos humanos desde lo quedaba del Land Rover. Otro grupo de uniformados recogía y cargaba en una camioneta todos los bultos que portaba el siniestrado vehículo y que estaban esparcidos por todas partes. Personal de la policía de investigaciones revisaba minuciosamente la documentación que portaba en su billetera el malogrado conductor del Rover. Entre ellos había un papel con varios nombres y números telefónicos. Les llamó la atención uno el particular: Misael Canvill Randic, fono 3413788, Concepción. Los dos apellidos coincidían con los del malogrado conductor, vistos en su cédula de identidad, y en la documentación y permiso de circulación del Rover. Podría tratarse de un familiar muy cercano; un hermano quizá.

El fiscal, Mario Triviño, ordenó llamar por radio a la unidad policial de Baquedano para que comenzaran, de inmediato, a ubicar por teléfono a este familiar y comunicarle lo del fatal y lamentable accidente.

Después de todo el procedimiento desarrollado en el sitio del suceso, el fiscal ordenó trasladar los cuerpos a la morgue de Antofagasta. Ingrid y Jorge, en un vehículo; Ricardo Antonio, en otro.

En el preciso momento que metían el "cadáver" del adolescente en el furgón del departamento de medicina legal, se escuchó un estridente sonido que retumbó en el desierto, parecía un trueno destemplado; casi como una carcajada... Quienes estaban a cargo de los procedimientos, coincidieron en decir que se trataba del sonido de una flotilla de aviones a reacción volando a distinta altura, pero no fue posible verlos.

Don Estanislao y David, se miraron en silencio; se hicieron un gesto y asintieron con sus cabezas. Nada más. Caminaron hacia el Fiat 125; luego abandonaron el lugar, ese tristemente famoso pueblo fantasma, que tiene nombre..., pero más vale no nombrarlo.

El adolescente de cristal, no era un simple cadáver..., seguro que no.

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