Capítulo X: EL NUEVO DISCIPULO
Con el terror reflejado en sus ojos; hombres, mujeres, ancianos y niños miraban impotentes hacia el volcán, ya que nunca lo habían visto con tal actividad, y, con evidente temor pensaban que en cualquier momento podría volver a "enojarse". Sin duda que el miedo era absolutamente justificado. Mas, nada ocurrió, y todo volvió a la calma entre los asustados lugareños de ojos almendrados. Los niños nuevamente comenzaron a jugar, con la única condición de no alejarse demasiado. Sin embargo; dentro del volcán, en la caverna en cuestión, ocurría algo que jamás hubiesen imaginado aquellos hombres, mujeres y niños: La horripilante carcajada, no sólo había activado la montaña, sino que atrajo hacia las entrañas volcánicas a un sorprendente número de entes demoníacos. Seres asquerosos que flotaban en rededor del nuevo discípulo de Satanás. Seres que parecían masas traposas, languiformes, brotando desde las paredes rocosas de la enorme cavidad subterránea. Una vez adentro, cada ser fantasmagórico iba adquiriendo la forma de un ser humano común. Eran rápidas y extrañas metamorfosis que, sin embargo, ya no impresionaban al rubio muchacho; eran cambios que, para el adolescente, parecían de lo más normal. Incluso observó, sin inmutarse, el momento preciso cuando llegó (una vez más) su propio maestro y guía, Ominoreg, convertido en una asquerosa masa gelatinosa, pegajosa, de color café oscuro, inflándose como un globo sobre el centro de la roca circular, para luego transformarse en el apacible y sonriente anciano de aspecto bonachón.
El adolescente, instintivamente y sin entender el por qué de su reacción, saltó sobre aquella roca para ubicarse junto al supuesto guía. Ahora, tanto Ominoreg, como el joven discípulo, estaban de pie arriba del pétreo pedestal, semejando un símbolo escultórico de carácter generacional: "El Joven y El Viejo".
El resto de los oníricos visitantes formaban un ruedo en torno a la roca central, mirando con desconfianza y curiosidad al esmirriado y rubio muchacho vestido únicamente con la bata ya irreconocible. Luego, comenzaron a emitir un extraño sonido gutural acompasado, parecido a un desafinado enjambre de personas rezando en voz alta. Obviamente, ellos (esas cosas), no estaban rezando; no obstante, silenciaron casi de inmediato sus turbias voces cuando el anciano Ominoreg alzó una mano y, poniendo la otra sobre el hombro izquierdo del muchacho, anunció:
___ He aquí, junto a nosotros, el nuevo discípulo de nuestro príncipe de la Oscuridad. Su nombre, a partir de este momento, será ¡Odracir Oinotna! (Ricardo Antonio, al revés). Recibámoslo como él se lo merece. ¡Vítores, vítores para él! ¡Odracir! ¡Odracir! ¡Odracir! ___ Y todos gritaron al unísono, desfigurándose el sonido al multiplicarse en una infinidad de roncos ecos. Enseguida, Ominoreg miró al muchacho; pidió silencio a la multitud, y, una vez más poniéndole una mano en el hombro, le dijo:
___ Cierra tus ojos..., deja tu mente en blanco; no pienses en nada material. Únicamente debes visualizar tu propio cuerpo con la mayor claridad posible. En este momento, Odracir, tú estás vestido nada más que con una sucia y ridícula bata. Sin embargo; ahora deberás demostrar que, con el poder de tu voluntad, podrás vestirte y verte como tú lo desees. Concéntrate bien... Imagina tu cuerpo vestido como tú quieras verte. Eso..., eso es, concéntrate otro poco más. Yo también puedo ver esa imagen que tú estás visualizando; procura, Odracir, concentrarte aún más... Eso, así está mejor. ¡Bravo, me gusta tu nueva indumentaria! Ahora..., abre tus ojos muy lentamente y no te desconcentres..., eso... así..., muy lentamente... Y ahora, ¿qué ves? ___ El muchacho quedó impresionado, y se escucharon vítores y aplausos de parte de la patética muchedumbre.
El rubio adolescente ahora estaba vestido exactamente como se había imaginado: zapatillas deportivas, negras y de muy resistente confección; pantalones de mezclilla azul, tipo "yin", rotos en ambas rodillas; una camiseta blanca con el rostro de un cantante rock, estampado en el pecho; una casaquilla del mismo material y color que los pantalones vaqueros, destacando unos broches metálicos dorados, en vez de botones o cremallera. Y, un detalle muy importante: podía observarse una flamante hebilla, al parecer de oro macizo, en la cual resaltaba visiblemente dos letras "OO" ( de Odracir Oinotna), destellantes, resplandecientes, como si un pedazo de sol se hubiese adherido allí, para borrar definitivamente los últimos vestigios de la extraña penumbra amarilla. Pero el muchacho no había visualizado cinturón alguno, y menos esa deslumbrante hebilla dorada. Miró al anciano guía y éste se sonrió como disculpándose por haberla agregado, ya que "eso" lo identificaba como el nuevo discípulo "OO". El joven alzó sus brazos, y sonriendo giró sobre sí mismo, sintiéndose importante, mágico; sintiéndose parte de un mundo de fantasía. Los demás seres volvieron a vitorearlo ruidosamente, en señal de aceptación.
___ Maestro ___ dijo, entusiasmado el muchachito ___, me agrada mi nuevo nombre. Me siento una persona nueva; no sé cómo describir lo que...
___ Escucha, Odracir, estás a punto de convertirte íntegramente en uno más de nosotros; el trece mil; el que faltaba. Y pronto serás un ente del Averno; un joven instrumento de nuestro amo. A nada ni a nadie temerás; únicamente deberás evitar entrar en contacto físico con los símbolos sagrados opuestos. De a poco te iré enseñando a usar los poderes de tu mente, y el cumplimiento de tu voluntad, según la misión encomendada. Si no cumples... Te condenarás para siempre. Bueno, una vez dado cumplimiento a las primeras misiones, nuestro señor y Príncipe de las Tinieblas, te llamará y te encomendará, personalmente...¡personalmente!, las acciones, deberes y misiones que deberás cumplir, no sólo aquí, sino en el mundo entero, y... tal vez, más allá. Pero serán cosas sencillas, ya verás. Sin embargo...
___ Maestro Ominoreg, y si... ___ alcanzó a decir el chico.
___ No me interrumpas, Odracir. Ahora quiero decirte algo más; algo muy importante: ¡Silencio todos! Debemos iniciar el ritual de entrega... Nada te pasará, porque a nada debes temer, ocurra lo que ocurra. No debes sentir miedo, porque... ¡escúchame bien!, cuando tú bebiste el agua con azufre... dejaste de pertenecer al mundo de los humanos sin darte cuenta. Ahora, aún tu cuerpo y espíritu te pertenecen. Esa es la razón por la cual deberás someterse al ritual de entrega; de entrega absoluta. ¿Alguna pregunta, Odracir?
El muchacho guardó silencio y negó con la cabeza, recorriendo con la mirada cada rostro, cada figura, cada ente demoníaco con falso aspecto humano; rostros idiotizados, de mandíbulas caídas y ojos de miradas turbias. Siguió observando en silencio a esa rara multitud salida de la nada, y pensó que, por lo menos Ominoreg se veía más normal, más natural, aunque también se había transfigurado. Luego, ubicándose exactamente frente a su guía, y, mirándolo fijamente a los ojos, con seriedad y en tono de duda, le preguntó:
___ Maestro Ominoreg, ¿quiénes son ellos? ¿Por qué esos rostros tan poco normales? ___ Concluyó, indicando con su índice derecho a la extraña concurrencia.
___ Muchachito, ellos son pequeños demonios; insignificantes criaturas, casi inofensivas; pero de mucha utilidad en nuestras misiones. Son tontos útiles. Ya lo verás, después de someterte al rito de entrega. Recuerda que... No debes temer. ___ Respondió el anciano, y luego, alzando su voz, anunció en un tono pastoso y casi ceremonioso, lo siguiente:
___ Discípulos de Satanás; entes de las profundidades; seres del inframundo; visitantes del extra mundo y del más allá; servidores todos... Ha llegado el momento que todos estábamos esperando con impaciencia; el momento de convertir a este adolescente en un verdadero dosificador y control de la maldad juvenil; fácil de influir entre sus coetáneos, y con su aspecto, hacerse pasar por uno de ellos. Ha llegado el momento de iniciar la ceremonia...
El gutural vociferío invadió nuevamente la ultratumbosa cavidad y, los entes invitados al ceremonial se arremolinaron como bestias inquietas ante la inminente presencia de alguien trascendental. El polifónico vociferío iba aumentando de volumen paulatinamente. El muchacho no podía disimular su temor, por más que quisiera demostrar lo contrario. El anciano Ominoreg, subiendo aún más el tono de su voz, y alzando sus brazos, procuró imponer silencio y tranquilidad entre los presentes. Acto seguido, anunció con un tono sarcástico y con cierta transfiguración en su rostro senil:
___ Como muestra de nuestra eterna fidelidad al Príncipe de las Tinieblas; hoy le haremos entrega de este joven muchachito, como ofrenda y sacrificio, para luego formar parte de los Trece Mil. ¡He aquí... el eslabón faltante! Su cuerpo será traspasado por la espada esmeralda de Belcebú, ministro de la corte satánica, para que su sangre corra hasta ser arrebatado por el gran espíritu del infierno, Xecloztiklán, convertido en un torbellino de fuego, sin ser quemado, a menos que sea rechazado. ___ Terminó diciendo Ominoreg, al momento que volvía el gutural griterío; otros, incluso, saltaban y giraban acompasadamente, como si fuesen parte de una comparsa andina, una "diablada", un baile religioso.
El muchacho, Odracir Oinotna, sentía deseos de salir arrancando, huir, escapar. Pero, ¿a dónde ir?. No; ni siquiera debería intentarlo, ni mucho menos sentir miedo. Tan sólo debería esperar... lo que vendría. Ser valiente, valiente hasta el final. Además, Ominoreg, le había dicho que nada le pasaría; que ya era inmortal, indestructible ¿o no?
El viejo, dándole las últimas instrucciones al adolescente, bajó de la roca circular y, confundiéndose entre los demás, quedó fuera de escena. Todas las miradas convergían, ahora, en un solo punto: Odracir.
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