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Capítulo II: LA CARCAJADA INFERNAL

Sábado, 14, siete de la mañana: El frío era intenso. Esto despertó a Jorge quien quedó perplejo con lo que estaba viendo (si es que se puede decir así). De inmediato despertó a su esposa y a su hijo. Una vez más, los tres quedaron completamente sorprendidos; pues, no quedaba allí resto alguno de la fogata, ni cenizas ni suelo quemado; no había evidencia alguna que comprobase la existencia de una fogata reciente. Era algo completamente inexplicable.

___ ¡No puede ser! ___ exclamó, Íngrid, aterida de frío; en el preciso momento que el adolescente gritaba, entre asombrado y contento:
___ ¡Papá, mamá... miren! ___ y señalando con el brazo derecho, completamente extendido, agregó ___ ¡Allí, allí se ve el Land Rover! Allí, justo en donde lo habíamos dejado ___ terminó, entre voces nerviosas.
___ ¿?___

Jorge no daba crédito a sus ojos. Por otra parte, Íngrid, al parecer, tampoco lo creía. Luego, con cierta cautela, comenzaron a acercarse al "jeep" que, efectivamente estaba ahí... intacto, con todos sus bultos amarrados sobre su parrilla, tal cual venía. Y no se trataba de un espejismo. A todo esto, la mujer atinó decir, casi tiritando:

___ Sinceramente, no entiendo qué diablos está ocurriendo aquí, pero esto es muy extraño. Ya, saquemos algo de ropa más gruesa para abrigarnos; al menos yo, no soporto más el frío.

El hombre pareció no escucharla, puesto que, en ese instante se vio motivado por un repentino y desatinado impulso que lo hizo correr adonde se encontraba el maltrecho cadáver humano. Al llegar al lugar indicado, una vez más el asombro lo dejó atónito. Su esposa y su hijo corrieron hacia él; abriendo al máximo los ojos... procurando ver lo que ya era imposible ver. Definitivamente, el cadáver ya no estaba allí, ni tampoco los hambrientos roedores. Ni una sola muestra de ello. Nada había, nada de nada; sólo los viejos murallones, como silentes testigos de la nada.

___ No, esto no nos puede estar sucediendo; debe ser una pesadilla ___ dijo ella.

Sobrecogidos por el asombro y el desconcierto, corrieron hacia el Rover para huir de allí cuanto antes. Subieron al vehículo y éste rugió como un trueno, cuando Jorge encendió el contacto. De un salto, inusual, la máquina se puso en movimiento dejando tras de sí una nube de polvo, mientras se quejaba mecánicamente. Entonces, fue en ese instante cuando les pareció escuchar una estridente carcajada. Una carcajada infernal, que retumbó en la inmensidad del desierto, generando una escalofriante resonancia; una especie de eco que, al confundirse con el rugido del poderoso motor, se iba apagando poco a poco.

___ Esto..., esto es algo sobrenatural ___ dijo Jorge, en voz baja, mientras conducía lo más rápidamente que podía para salir de esa odiosa pesadilla de horror. Íngrid, por su parte, se santiguó y comenzó a rezar a media voz:
___ Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nom..... ¡Dios, mío! ___ No pudo terminar la oración; fue violentamente interrumpida por un espantoso salto ejecutado por el Land Rover. Daba la impresión de convertirse en un acerado potro indomable; o más bien un toro salvaje. Al primer salto, siguieron muchísimos más. El Land Rover corría incontrolable, sacudiéndose de un lado para otro, y de adelante hacia atrás. Eran sacudones muy violentos, corcoveos que escapaban a toda conducción humana posible; simplemente sin lógica, sin física ni razón. El terror y la angustia se hacían sentir entre los ocupantes del mareador vehículo. Ahora, éste comenzó a girar describiendo con sus huellas un enorme círculo en el suelo reseco y polvoriento.

___ ¡Por la cresta! ___ gritó, enrojecido, el desconcertado hombre ___ ¡No puedo controlar esta porquería. No me responden los frenos ni la dirección! ¡Esta cosa ha enloquecido!
___ ¡Corta el contacto, Jorge! ¡Apaga el motor... Saca la llave! ___ gritaba, completamente histérica, la rubia mujer; mientras el muchacho estaba enmudecido por el espanto, buscando cómo protegerse en el asiento de atrás, lo más al piso posible.
___ ¡Dios mío, nos vamos a matar! ¡Esta cosa nos va a matar! ___ vociferaba el hombre, aunque por muchos años decía ser ateo, ateo declarado.
___ ¡El contacto, Jorge... Por favor... el contacto! ___ insistía su mujer, hasta que... un fuerte golpe la hizo retorcerse de dolor, agarrándose con fuerza la cabeza, afectada por un agudo dolor. La máquina seguía corriendo a toda velocidad, sin control; girando, con inminente peligro de volcarse, mientras rugía como una fiera herida.

El caos era total; hilillos de sangre comenzaban a teñir el pálido rostro de Ingrid, bajando por la comisura de sus labios y perdiéndose más allá de su cuello, entre las ropas. Por su parte, el delgado muchacho aún continuaba mudo de espanto, pero logró aferrarse con todas sus fuerzas al respaldo de uno de los asientos de adelante; ahora llevaba la vista clavada en el irregular terreno por donde se desplazaba la endemoniada máquina. En el interior de la misma los cuerpos parecían verdaderos "monos de trapo"; peleles. Jorge, desesperado, sólo atinaba agarrarse del volante para no golpearse contra el techo; las manos y su rostro sudaban copiosamente. Luego, muy mareado, quiso decir algo... Quizá lo último que diría en su vida, pero no alcanzó articular palabra alguna. El desgarrador grito del joven fue lo único que se anticipó a la tragedia; fue un grito aterrador, pero casi instantáneo; tan sólo dos palabras:

___ ¡Cuidado, papá!

Fueron fracciones de segundo. La rueda delantera, derecha, se metía fatalmente en un hoyo de casi un metro de profundidad. Los bultos, cortando cuerdas, saltaron lejos. De inmediato se escuchó un golpe seco, y el carro pareció clavarse contra el suelo, levantando toda su parte trasera y... un ruido ensordecedor se escuchó al caer pesadamente sobre su toldo metálico. Una infinidad de astillas de vidrio saltaron por todos lados, buscando morder la carne tibia. El tiempo pareció detenerse, como si a la brutal escena le hubiesen puesto "pausa" y luego verla cuadro a cuadro. Con el peso del vehículo invertido, las latas del toldo y los fierros laterales seguían retorciéndose fatídicamente hasta quedar comprimidos, incluso, en los puntos de mayor resistencia estructural. Milagrosamente, el estanque de combustible no estalló, pero la máquina ya estaba completamente destrozada. Una nube de polvo puso sobre el trágico escenario su telón final. Luego fue disipándose y, todo... todo quedó sumido en el más absoluto silencio. Silencio total. Silencio de muerte.

Dentro del vehículo todo estaba teñido de rojo: Íngrid yacía atrapada entre el toldo, el tablero y el marco del parabrisas; su frente se había partido en dos. Estaba fallecida. Jorge, también sin vida, tenía el cuerpo prácticamente desarticulado, aprisionado entre el volante y el techo. Ricardo Antonio, que iba en la parte de atrás, había sido eyectado del vehículo al golpear su cuerpo contra la puerta del lado derecho, impulsado por la enorme fuerza que se generó al momento de levantarse el Rover y a fracciones de segundos antes del golpe final. Sin embargo, su estado era crítico, había golpeado violentamente su cuerpo contra el suelo, dando varias vueltas antes de detenerse. Allí quedó, inconsciente, completamente inmóvil; respirando imperceptiblemente.

Desde la carretera, algunos conductores vieron la polvareda, pero no les llamó mayormente la atención, porque aparte de eso, no se percataron del accidente ya que un gran montículo de tierra ocultó el suceso en su totalidad. Otros, simplemente observaron lo que, para ellos, era un simple remolino de tierra, habitual por esos lados; algo sin importancia. Sin embargo, desde la ventanilla de un bus de dos pisos, una muchacha vio algo que parecía un automóvil volando y luego una gran polvareda, pero... nada dijo, hasta mucho tiempo después, cuando supo en las noticias del hallazgo del vehículo accidentado, con dos víctimas atrapadas en su interior, sin vida.

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