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Capítulo I: LOS CANVILL KURT

Aquel día, viernes 13, de un mes de verano y de un año cualquiera, la ciudad de Antofagasta parecía no querer "despertar". Sin embargo, los relojes marcaban ya las 10:30 de la mañana. El cielo estaba densamente cubierto de nubes grises y, un silencio aterrador amenazaba con romperse en un concierto de truenos repentinos que... Nunca llegaron. Era, el famoso invierno altiplánico que, con su manto gris, lo cubría todo sin compasión: ciudad, puerto, mar y desierto.


Aquel día, no se vio el sol. Escasamente una débil claridad lograba hacer visible nuestro mundo real. De pronto, el potente rugido de un motor fue el encargado de romper el extraño silencio matinal. Era... un viejo Land Rover, sucio y polvoriento, lleno de bultos muy bien amarrados sobre la parrilla del techo (y uno que otro por los costados). Se acercaba raudamente, disminuyendo su velocidad hasta detener su marcha poco antes de llegar a una esquina, frente al mar. En ese preciso instante apareció, por la vereda derecha, un hombre de unos... cincuenta años, delgado, cabello desgreñado y muy patilludo. Inmediatamente, el conductor del Rover, gordo y colorín, le llamó con un corto bocinazo y algunas señas (sacando el brazo por la ventana). El "Patilludo" se le acercó, sonriendo de malas ganas; y el otro le preguntó en dónde podría encontrar un hotel bueno y barato. Éste, pensó un instante y, con voz profunda, respondió:

___ Bueno, la verdad es que... buenos hay muchos, pero... es difícil encontrar alguno barato por estos lados. En todo caso, siga derechito por aquí y, dos cuadras más allá, al llegar a un taller mecánico con un portón de lata, usted dobla hacia arriba. De ahí, como a media cuadra (pa' este lado) encontrará uno baratito; es de unas señoras pechoñas. Dicen que....

___ Ya, gracias amigo ___ contestó, algo incómodo, el colorín, despidiéndose del patilludo y ocasional referente. También se escuchó, de fondo, un "gracias" dicho por una dulce voz femenina.

Rugió nuevamente el potente motor y, en un "abrir y cerrar de ojos", el polvoriento vehículo se detenía frente a un caserón antiguo, sin ante jardín, de cuya puerta colgaba un humilde anuncio de madera con la palabra HOTEL, y... nada más.

Se abrieron las puertas del Rover y de él se bajaron tres personas: el conductor, de más o menos un metro noventa de estatura; su esposa, una bella rubia, relativamente joven y muy delgada; y el hijo de ambos, un muchacho adolescente, pálido, alto, delgado y rubio, de unos quince años de edad. Todos manifestaban cansancio. Golpearon dos o tres veces la puerta, sin respuesta. Luego observaron un minúsculo botón blanco, y, al presionarlo se escuchó un estridente campanilleo, muy destemplado y desafinado (casi ofensivo a los oídos refinados). Al segundo intento la puerta fue abierta por una señora de avanzada edad, con cierto aire de dueña del establecimiento, por la gran amabilidad e interés que demostraba frente a ellos. Todo bien, había disponibilidad e incluso hasta el vehículo podía quedar estacionado y cargado a un costado del caserón, en un galpón cerrado, con candado. Muy seguro. Les pareció excelente la oportunidad...

Ya instalada, la rubia familia procedió a una reconfortante ducha. Luego se tendió sobre las camas de la pieza asignada. Cada uno sentía un evidente relajo y manifiesto placer al poder descansar a gusto, luego de un largo viaje desde la ciudad de Cauquenes, a mil ochocientos kilómetros al sur. Habían viajado todo el día anterior y parte de la noche. Sólo habían dormido y no más de tres horas, en el vehículo, al lado de un cuartel policial de carreteras, cerca de la ciudad de Vallenar.

Casi sin darse cuenta se durmieron profundamente, cansados, muy cansados. Sólo despertaron cuando los relojes marcaban las tres de la tarde y el hambre se hacía sentir en un ahogado concierto intestinal. Obviamente, aún no habían almorzado, pero, por fortuna en el "hotel" había un anexo de cocina-comedor y, la señora de edad, que precisamente era la dueña de todo eso, les había guardado el suficiente almuerzo al darse cuenta que no habían salido a comer oportunamente (seguramente notó en ellos el cansancio acumulado).

Y así, entre avergonzados y agradecidos, los rubios visitantes sureños se sentaron ruidosamente a la mesa, acompañados de la dueña, que resultó ser, además de amable, muy dicharachera (locuaz).

___ Y... ¿De qué parte me dijo que vienen?
___ De... Cauquenes ___ respondió el hombre, y luego agregó: Queda un poco más acá de Chillán. No sé si usted ubica para allá.
___ Ya, ya, ya... En realidad no conozco mucho el sur. Y... ¿Cómo me dijo que se apellidan?
___ Canvill... Canvill Kurt. Y, bueno, aprovechemos a presentarnos como se debe: Mi esposa, Ingrid... Nuestro hijo Ricardo Antonio; y yo, Jorge Antonio ___ terminó diciendo este último, mientras todos sonreían y se alimentaban, muy a gusto...con un rico congrio frito y harto acompañamiento, e incluso un poquito de vino blanco.
___ Linda familia ___ repuso la dueña del establecimiento, muy complacida de tenerlos como visitantes "tan especiales".
___ Y... ¿Cuál es su nombre, estimada señora? ___ preguntó Ingrid, mirando amablemente a su anfitriona.
___ Ah, perdón, me llamo Carmen. Y..., ¿ siguen viaje o... se quedan por estos lados?
___ Bueno, nuestra meta es llegar hasta Chuquicamata y conocer ese inmenso mineral de cobre. Tengo un primo trabajando allá. Es supervisor. Dicen que la mina es impresionante, muy grande ___ respondió Jorge, abriendo al máximo sus ojos y riendo alegremente, mientras Ingrid sostenía delicadamente con un tenedor una verde y fresca hoja de lechuga crespa.
___ Sí, pero... recuerda, papá, que prometiste llevarnos a conocer los "pueblos fantasmas", y...
___ ¡Pero claro, hijo! Tengo entendido que entre Antofagasta y Calama hay varios de estos pueblos abandonados y que, camino a Iquique (más al norte) también los hay. Me... ¿Me equivoco, señora Carmen? ___ Terminó diciendo el hombre, poniendo cara de interrogación y mirando con simpatía a su anfitriona, mientras ésta ofrecía pan rebanado en una pequeña bandeja de plástico, transparente.

Bruscamente, y de manera sorpresiva, Carmen cambió la expresión de su anciano rostro, mostrando una extraña y evidente preocupación. No respondió inmediatamente, sino, se limitó a mirar profundamente y con gran seriedad a cada uno de los integrantes de la rubia familia sureña. Después, y con tono de advertencia, respondió:

___ ¡No, no se equivoca!, pero... ¡les aconsejo que no hagan ni tal de meterse en esos pueblos fantasmas! Ocurren cosas muy raras en ellos cada cierto tiempo. Recuerden... ¡hoy es viernes trece! Y no es que yo sea supersticiosa o algo por el estilo, pero... Sí, señor, hoy el diablo anda suelto y... ___ decía mientras se persignaba varias veces, evidenciando inquietud; quizá nerviosismo.
___ No se preocupe, señora Carmen, sabremos cuidarnos muy bien de "esas" cosas raras que usted dice. Además, así el viaje resulta mucho más entretenido. ¿O no? ___ contestó, con una sonora carcajada, el hombre, saltándosele algo de comida fuera de la boca, lo cual enfadó notoriamente a la casi octogenaria mujer que, con brusquedad se levantó de su asiento y se alejó sentenciando en voz baja:
___ Bueno, es cosa de ustedes, pero... les aseguro que se arrepentirán. Y, claro, lo siento por el jovencito; sin embargo, mis palabras han sido tomadas como dichas por una vieja loca, y eso... eso yo no lo tolero. Que Dios los proteja... Claro, si es que puede, o quiere. En todo caso, yo...

La voz destemplada de la ofuscada señora se alejó con ella, convertida en un débil murmullo que se iba ahogando en los resquicios semi penumbrosos del viejo hotel cero estrellas, que alguna vez pudo haber tenido más de una, muchos años atrás. La familia de viajeros se miró sorprendida, y, aparte del lenguaje gestual, nada más dijo. Ni una sola palabra durante casi tres largos minutos.

Ingrid, al parecer, tomó muy en serio las palabras de advertencia (al menos aquellas que alcanzó a oír), y, censuró con su mirada la actitud un tanto vulgar de su esposo, más aún sabiendo que éste no era para nada supersticioso; sin embargo, su intuición femenina le hacía presentir "algo"; algo que estaba dicho, de alguna manera, en las palabras casi inaudibles de la dueña del establecimiento al momento de alejarse del comedor. "Algo" oscuro... "algo" escalofriante... "Algo" que no podía definir con palabras.

El hombre pensó disculparse; sinceramente así lo pensó; no obstante, optó por encogerse de hombros y sonreír disimuladamente mientras aparentaba limpiarse los labios con una servilleta de papel. Ricardo Antonio imitó los gestos de su padre; luego, algo impaciente, observó la hora en su reloj de pulsera y dijo:

___ Papá, ya son casi las cuatro de la tarde. ¿A qué hora vamos a salir?
___ De inmediato; esperemos que tu madre esté lista. ¿Bueno?
___ ¡Vale, papá! ___ respondió, entusiasmado, el rubio jovencito, ignorando por completo lo que el destino le deparaba.

___ La cuenta, por favor, señora. ¡Ya nos vamos! ___ gritó, con moderación, el hombre. En seguida apareció una mujer de poco más de cincuenta años, delgada, mal vestida, trayendo la cuenta y un manojo de llaves.

Mientras éste cancelaba todo (hospedaje y alimentación), Ingrid y su hijo fueron a la pieza a retirar sus pertenencias. Enseguida, y acompañados por la mujer que los asistía, fueron a retirar el vehículo desde el galpón de al lado.

Afuera, en la calle, daba la impresión de ser ya muy tarde. Espesos nubarrones formaban un oscuro escudo que no dejaba pasar la luz del sol que, con toda seguridad, estaba tratando de romper ese deprimente manto típico del famoso invierno altiplánico, mal llamado "invierno boliviano", que lo cubre todo.

Nuevamente rugió el potente motor del Land Rover que, con su cargamento y tripulación a bordo, comenzó a salir de Antofagasta, subiendo por una empinada carretera asfaltada, dejando atrás ese mar que tranquilo bañaba la costanera de la hermosa ciudad que, ahora, se veía opacada por efecto de la nubosidad baja y de la densa humareda de un basural cercano.

Ya, a pocos kilómetros, cuesta arriba, nuevamente el desierto se mostraba imponente: arena, roca y tierras resecas, separándose velozmente de la civilización, dando lugar a una aplastante soledad. Ahora el cielo se había despejado y la claridad permitía ver la inmensidad del desierto. Algunos cerros lejanos, medio deformes, parecían gigantescos elefantes dormidos. Otros, semejaban lomos de hipopótamos cruzando un infinito pantano solidificado en el tiempo. Cerros absolutamente desnudos, con una variante cromática extraordinaria, según el ángulo de observación y la intensidad de la luz solar. Crema, blanco y marrón; marrón, blanco y gris. Violeta, café y negro. Simplemente fantástico. Luego, más y más tierras resecas extendiéndose a diestra y siniestra, perdiéndose en la distancia... engullidas por el casi infinito desierto más árido del planeta. Delante del poderoso vehículo... se veía una rectilínea carretera que también se perdía en la distancia...

De pronto, Ingrid rompió el silencio de abordo:

___ Jorge, de verdad, yo no he podido sacarme de la cabeza la tontera que nos dijo la señora del hotel.
___ ¡Bah!, pensé que ibas durmiendo ___ replicó éste. Y el silencio continuó, excepto el ruido del motor.

Desde que salieron de la sureña ciudad de Cauquenes, ya sumaban más de treinta horas de viaje y, obviamente, el cansancio y el aburrimiento se estaban haciendo notar en el interior del carro. En la radio no se captaba ninguna emisora, y la vieja "cassetera" no funcionaba. Mejor dicho, nunca funcionó. El muchacho dormitaba y cabeceaba; mirando a ratos, con desgano, el extenso horizonte a su derecha. De pronto, sorpresivamente gritó, eufórico; reincorporándose del todo en su asiento trasero:

___ ¡Papá, mira... , allá! ___ Ingrid se sobresaltó y luego se dio cuenta que, tanto su marido, como su hijo, observaban con mucho entusiasmo un conglomerado de murallas blanquecinas que se recortaban a lo lejos, de manera ordenada.
___ ¡Mira, mamá, un pueblo fantasma... Un pueblo fantasma!
___ Aaaah, chiquillo de porquería, justo ahora que me estaba quedando dormida y me asustan con la tremenda bulla que arman por esa tontera. Hombres tenían se ser. Además, harto preocupada que me dejó doña...
___ Bueno, bueno, bueno... ___ atinó decir el colorín conductor, mientras disminuía la velocidad del vehículo, hasta detenerlo completamente a una orilla del camino asfaltado (¿o, encementado?). Se bajó para observar mejor aquello que parecía un grupo de casas abandonadas y algunos muros en el suelo o, al menos eso suponía ser. Luego añadió:
___ Sin duda alguna, aquello es lo que nuestro hijo quería conocer y, bueno, yo también. Por lo menos uno de esos...pueblitos en ruina.
___ ¿Y, ahora qué? ___ preguntó la rubia, algo enfadada y curiosa a la vez.
___ Bueno, no debe estar muy lejos, supongo. Vamos para allá, aún hay bastante claridad ___ sugirió imperativamente su esposo.
___ ¡Eso es papá, vamos a explorarlo! ___ exclamó muy entusiasmado el chico.
___ Jorge, la verdad es que yo... Yo no estoy muy de acuerdo y, se nos puede oscurecer muy rápido. Además.....
___ Tranquila, mujer, tranquila. En quince minutos vamos y volvemos. Está ahí no más. Eso. ___ respondió el hombre, subiéndose a la máquina y dando contacto.

El Rover volvió a rugir, y haciendo camino, enfiló hacia el sitio en cuestión. Afortunadamente, para el potente Land Rover eso no constituía problema alguno, así que, dando algunos pequeños saltos se fue acercando poco a poco al novedoso " pueblo fantasma". Pero la emoción de los curiosos varones tripulantes fue, nuevamente, interrumpida por la mujer, quien, casi susurrando, suplicó:

___ Por favor, Jorge, se nos va hacer tarde, y...
___ Y "dele con que las gallinas mean" ___ respondió el hombre, haciendo uso de un clásico dicho sureño, riéndose destempladamente de si mismo; ignorando a su esposa.

Llegaron; efectivamente estaba muy cerca de la carretera; unos dos kilómetros, quizá mucho menos; costaba calcular la distancia en esos terrenos tan extraños. Sin bajarse del vehículo, dieron una vuelta de reconocimiento por los contornos de aquel conglomerado de ruinas que, cada vez, parecía más interesante, silencioso y de una absoluta soledad, que se percibía en la piel. Luego, se internaron en él por una especie de calle, que no era calle, pero que servía como tal. Acto seguido, se bajaron del "jeep" y comenzaron a caminar muy lentamente, recorriendo con la mirada cada casa o, mejor dicho... cada vestigio de casa. Varias veces sonó el obturador de la cámara fotográfica, Canon, en manos de Jorge. Todo estaba construido de anchos adobes sin paja; adobes asimétricos, muy especiales y durísimos. En las estructuras no había puertas ni ventanas; sólo el lugar que algún día éstas ocuparon. No había techos, sólo murallas, y muchas estaban derrumbadas. Sin embargo, les llamó mucho la atención algunos muros en los que aún permanecían pintadas las propagandas de antiguos analgésicos del tiempo de las boticas: "Mejoral", "Aliviol", "Geniol", "Obleas chinas", y otros productos de antaño. Con seguridad había existido allí una vieja botica de los años treinta.

Siguieron caminando, algo dispersos. Más y más murallas, a medio caer algunas y otras completamente en el suelo y, hay que decirlo, muchas muy bien conservadas, de gran solidez. Reinaba la desolación y el abandono crónico. Aún había algo de claridad; pero el enrojecimiento del cielo en el horizonte poniente, era un claro anuncio de que muy pronto llegaría la oscuridad.

___ Jorge, ¿quiénes vivieron aquí? ___ preguntó Ingrid, con cierto desgano, pero con algo de curiosidad a la vez.
___ La verdad es que no sé, pero... creo que este lugar fue habitado por los "calicheros", rudos hombres que trabajaban en las faenas de extracción y procesamiento del salitre, hasta que éste ya no fue rentable porque los alemanes inventaron el salitre sintético. Creo que así fue la cosa.
___ ¡Bah! Y eso que no sabías. Me has sorprendido, Jorge. Bueno, es hora de irse... ¡Ricardo Antonio, ya... vámonos! ___ llamó ella. (Silencio absoluto) ___ Y luego...
___ ¡ Papá... Mamá... Vengan! ¡Vengan a ver lo que hay acá! ___ gritó el chico, sumamente aterrado y desconcertado.

Alarmados por los gritos, tanto Ingrid, como Jorge, corrieron a encontrarse con su hijo. Ella llegó primero y, lanzando un agudo grito de espanto, se abrazó al asustado jovencito, volviendo el rostro para no ver "eso" que estaba ahí. Al llegar el padre, éste sintió náuseas y un irresistible deseos de vomitar, cosa que realizó casi de inmediato y sin mayor preámbulo. Pero... ¿Qué había ahí? Algo muy tétrico, o quizá no tanto; se trataba de un cadáver humano en avanzado estado de descomposición. El estado era tal, que la atmósfera circundante estaba visualmente pesada, contaminada e infestada de mosquitos. El hedor era penetrante y hacía casi imposible estar cerca del malogrado cadáver, aparentemente de sexo femenino, a juzgar por la indumentaria. Lo más impresionante era ver una legión de ratones hambrientos que entraban y salían por una abertura sanguinolenta que los roedores le habían hecho en el vientre. Y, así, con el asco reflejado en sus rostros, los rubios visitantes se encaminaron hacia el Land Rover, con el propósito de marcharse lo antes posible y dar cuenta del macabro hallazgo, en el puesto policial de carretera más cercano. Además, estaba oscureciendo demasiado rápido y la temperatura comenzaba a descender cada vez más.

Al llegar al lugar donde habían dejado el vehículo, relativamente cerca, se detuvieron bruscamente y se miraron con un claro signo de interrogación en sus rostros: El Rover ya no estaba allí.

___ ¡No puede ser! ___ exclamó Ingrid, agarrándose la cabeza a dos manos.
___ Sí, estoy seguro que lo dejamos aquí ___ aseveró, aún tranquilo, el hombre.
___ ¿?___
___ Pero, entonces...¿Qué pasó? ___ atinó a preguntar el muchacho.
___ ¿Se lo habrán robado? ___ sugirió, tímidamente, Ingrid.
___ No, no, no... Si lo hubiesen robado ___ conjeturó el padre ___ nosotros deberíamos haber escuchado el ruido del motor. ¿Verdad?
Harto raro el asunto, pero... puede que lo hayamos dejado a la vuelta y nosotros estemos en el lugar equivocado. ¿O no?
___ ¡Dios mío! ___ exclamó la mujer, realmente preocupada, caminando a grandes zancadas para mirar a la vuelta de los muros. Su esposo y su hijo la siguieron muy de cerca.

La visibilidad era cada vez más escasa. El sol se había entrado completamente y el vehículo tipo jeep, todo terreno, no aparecía por ningún lado.

___ ¡Por la mierda, si le hubiéramos hecho caso a la vieja del hotel no estaríamos en este puto lío! ___ gritaba, encolerizado y fuera de sí, el arrepentido hombre, a la vez que encendía nerviosamente un cigarrillo, con el último fósforo que le quedaba. ¡El último!
___ Papá, por favor, calma... Busquemos más allá; el Rover no pudo desaparecer así como así. Es imposible. No pudo. ___ Sacando fuerzas de flaqueza, el muchacho le puso una mano en el hombro al padre y éste, conmovido, lo abrazó con ternura, dándole confianza. Era cosa de tiempo.
___ Jorge, por favor, no te quedes ahí parado. Hagamos algo... ¡Hagamos algo, de una buena vez, por la cresta! Revisemos de nuevo por aquel lado...
___ ¡No! ___ respondió, rotundamente, el hombre, sin saber qué hacer. Y, pateando con fuerza un terrón del suelo, agregó: ¡Aquí dejé mi "jeep", y... aquí debería estar! Caramba, qué huevada más grande.
___ Bueno, pero qué propones. ¿Cuál es tu plan? ¿Patear el suelo otra vez? ___ lo increpó Íngrid, resoplando y moviendo las aletas nasales, furiosa.
___ Me convencieron ___ dijo Jorge ___ Busquemos por aquel lado ___ Y comenzaron a caminar, lentamente, entre las ruinas; cinco, diez, quince minutos... Mucho más, infructuosamente. Y nada. Nada...

Definitivamente, el vehículo no estaba. La noche ya cubría con su manto negro todo. No había luna, pero se veía un cielo sumamente estrellado, como jamás habían tenido ocasión de ver en lugar alguno, era todo un espectáculo. A la distancia, algunas luces de vehículos indicaban por donde se extendía la invisible carretera. Recorrieron, casi a tientas, cada metro cuadrado del siniestro lugar, pero... nada. Ya la situación era angustiante. Comenzaba a soplar el gélido viento de la pampa nortina. Jorge gritó con todas sus fuerzas:

___ ¡¿Y dónde diablos está mi maldita máquina?!
___ Hombre, por Dios, vámonos... Caminemos hacia la carretera. Las luces de los vehículos que pasan nos servirán para guiarnos. Vamos, por ahora nada más podemos hacer.
___ ¡¿ Cómo vamos a dejar todo botado aquí ?! ¡Todo! Mira, si estamos con lo puro puesto.....
___ Papá, vámonos, no podemos quedarnos aquí; el frío de la noche nos congelaría. Pidamos ayuda en la carretera y que alguien nos lleve a un puesto policial; nos quedamos ahí y mañana volvemos con los carabineros (policía uniformada, en Chile) a buscar el vehículo y que ellos se hagan cargo del cadáver ___ sugirió el muchacho, muy acertadamente.
___ Muy buena idea, hijo, creo que ahora sí logramos convencer a tu padre. Mañana...
___ ¿?___

La buenamoza Ingrid no alcanzó a terminar su frase, puesto que un gran resplandor, a no más de cincuenta metros, los sorprendió a tal extremo que, enmudecieron de asombro. Era un resplandor rojizo, intenso, que salía detrás de los murallones del fondo. Era como la luz de una fogata. La rubia familia se dirigió cautelosamente hacia el misterioso vislumbre y, efectivamente, allí había una gran fogata. Ardía muchísima madera y escombros apilados. El calor que irradiaba era, hasta cierto punto, reconfortante, sin duda; y más aún en las circunstancias que se encontraban. Los tres se miraron interrogativamente, iluminados por el reflejo de las llamas. Luego llegaron a la conclusión que esa fogata pudo haber sido la consecuencia de un descuido de Jorge al arrojar en la madera reseca su última cerilla a medio apagar. Sin embargo, el hombre aseguraba, una y otra vez, que no recordaba haber pasado por donde hubiese madera. Ninguno de ellos recordaba haber visto madera apilada. Sólo adobes; sólo murallas. Escombros incombustibles. Definitivamente no fue, ni pudo ser lo que pensaban. Aunque...,cuando no hay explicación, todo es posible. Pero la situación iba de mal en peor (¿peor aún?).

En fin, lo importante era que disponían de un agradable calor, al menos mientras estuviesen cerca de la fogata. Y un detalle importante, curioso quizá: no se apreciaba humo; tampoco se percibía el típico olor a madera. Solamente calor.

Jorge, resignándose un poco, optó por decidir y ordenar de manera tajante:

___ Vamos a quedarnos aquí, junto al fuego, hasta cuando amanezca. Procuraremos dormir algo, si es que podemos. Caminar hacia la carretera no lo aconsejo en estas circunstancias; está muy oscuro y el suelo muy disparejo. Bueno, mañana, en cuanto aclare, veremos. ___ Terminó diciendo el hombre, ya en voz baja, muy agotado.

___ Papá, tengo hambre ___ reclamó Ricardo Antonio, pero sus palabras se las llevó el viento de la pampa. Seguidamente se acomodaron lo más juntos posible, acurrucados entre sí, y no tardaron en dormirse a prudente distancia del fogón, sobre el suelo duro y sin nada con que cubrirse; aunque por el momento no era necesario. De fondo se escuchaba el melodioso crepitar de las llamas que danzaban incesantemente. El viento pampino había cesado de repente. El calor irradiado era agradable, muy agradable. Ricardo Antonio, soñaba con aquel cadáver lleno de ratones hambrientos que entraban y salían por la improvisada galería de aspecto sanguinolento. Ingrid, dormía sin soñar. Y, Jorge Antonio, se visualizaba corriendo, enloquecido, convertido en una antorcha humana. ¡No! Sobresaltado despertó; ciertamente, era una cruel pesadilla; pero no menos crueles eran las horas reales que estaban viviendo allí, en aquel pueblo fantasma, en pleno desierto y... en medio de la nada. Nada que comer, nada que beber. Todo había quedado en el Land Rover. Su reloj marcaba las... dos y media de la madrugada.

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