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Especial San Valentín | VO

Especial de San Valentín parala gente especial de Wattpad. Los amo ♥


El olor a panqueques y café junto al sonido de la voz que estaba acostumbrado a escuchar en las mañanas lo despertó.

Las cortinas estaban cerradas, por lo que al abrir los ojos la luz mañanera no le molestó. La habitación se mantenía cálida, lo que le alegraba porque el exterior debía estar helando. Aún en febrero el usual frío de invierno era implacable. Parpadeó con prisa al sentir un peso extra sobre él. Una vez que sus ojos soñolientos se acostumbraron a su despertar, los grandes y briosos ojos verdes de su mujer entraron en su campo de visión.

―Buen día, precioso ―murmuró ella mientras se acercaba hasta su rostro―. Te traje el desayuno, guapo.

Charles se estiró tanto como le fue posible.

―Buenos días, preciosa ¿Qué hora es?

―Son las siete, siente en punto. Somos los únicos en la casa que estamos despiertos.

―Que nosotros sepamos ―especificó―. San Valentín hace que la gente madrugue.

Anna se echó a reír.

―Yo hago que madrugues aún sin ser San Valentín.

A pesar de la ensoñación que aún adormecía parte de sus sentidos, Charles se las ingenió para dirigir sus manos hasta el trasero de ella. Con un suave empujón, la presionó un poco más contra él.

―Eso es muy cierto ―convino él―. Aunque pensé que hoy me despertaría antes que tú y podría subirte el desayuno. Lo has estado haciendo la última semana.

―No me molesta traerle el desayuno a mi hombre. Además, nos da la oportunidad de estar un rato a solas. Ya sabes como es mi familia de...abarcadora.

―¿Tu familia, o solo Alice?

―Alice ―asintió ella.

―Pero ya sabemos como es.

―Justo por eso te pregunté si estabas seguro de que era buena idea vivir todos juntos.

―No lo hacemos tan mal. Además, es temporal.

―¿Ya te enviaron el reporte semanal?

―Sí.

Anna dejó escapar un gritito de alegría. Desde el instante en que toda la familia se mudó a su nuevo y temporal hogar, una casa bastante amplia pero sencilla en un complejo de viviendas al norte de Westminster, Charles se propuso comenzar a construir los cimientos para una larga y maravillosa vida. Lo primero: la reconstrucción de la nueva Casa Real. Se trataba de un viejo castillo abandonado poco más de cien años atrás. Le había pertenecido a su familia desde siempre, pero su tatarabuelo le había perdido el interés a la propiedad por encontrarse muy adentro en el campo. A él le había parecido una buena ubicación, porque varios años más tarde seguía protegido por el campo que lo rodeaba, pero la ciudad quedaba a pocos minutos. Ubicado en una alta colina, parecía vigilar el resto del mundo. A Anna le había parecido un simbolismo de la protección del rey sobre su pueblo, y la idea de vivir nuevamente cerca del campo le había maravillado por completo.

Charles puso manos a la obra al proyecto una semana más tarde, y la reconstrucción iba viento en popa. Los mejores arquitectos trabajaban en ello. Se esperaba que estuviese listo en tres meses.

Anna quiso jugar su parte del juego, así que comenzó con sus lecciones, únicamente a mano de su prometido, quien se negó a asignarle algún instructor experto en la materia. A ella le había parecido mucho mejor. No solo porque pasaban tiempo de calidad juntos donde se divertían como un par de niños, sino porque con él aprendía mil cosas en un solo día. Un instructor certificado no hubiese conseguido tales méritos.

―¿Cuándo me llevarás a ver los avances? ―le preguntó ella.

Él enarcó una ceja mientras fingía tomarse todo el tiempo del mundo para pensarlo.

―¿Tienes planes para esta noche?

―Todos en la casa saldrán menos nosotros, y pensé que si íbamos a quedarnos solos podría preparar una cena especial. Es lo más que puedo ceder. Sabes que odio San Valentín.

―Curiosamente yo también lo odiaba. Pensé que ahora que tenía una pareja...

Ella hizo una mueca de disgusto.

―¿Pero San Valentín? Es un día tan comercial. A mí me gusta lo romántico que eres todos los días. No necesito que lo seas en uno específico.

―Supongo que no dejarás que te de un regalo.

―¿Qué tanto me convierte eso en una horrible novia?

―Te vuelve una de las pocas mujeres en este mundo que odia San Valentín.

―San Valentín fue ejecutado un 14 de febrero por un emperador por casar parejas jóvenes en secreto. La gente honraba al hombre por su gran sacrificio, porque antepuso el amor por encima del deber, pero la magia del evento acabó cuando empezó su comercialismo. Si no recibes un peluche, que tendrás en una esquina acumulando polvo, flores que se marchitan en pocos días o chocolates que desaparecen con un solo vistazo, entonces él o ella no te ama ¿Dónde está la parte romántica? Creo que me la perdí.

Él se echó a reír.

―Olvido que estoy tratando con la asesina en serie de momentos románticos.

Anna puso los ojos en blanco.

―¿A ti por qué no te gustaba antes?

―Porque estaba soltero.

―¿Es todo? ¿Porque estabas soltero?

―Salir con una mujer en San Valentín significaba compromiso, y ambos sabemos que yo solía huirle al compromiso.

―Pero un compromiso se solidifica diariamente, no solo en un día comercializado.

―¿Y por qué tiene que ser comercializado?

―Porque vas a comprarle un regalo a tu pareja para que quede estipulado que estás comprometido en la relación y que la ambas. Cuando estaba en la escuela, vi algunas chicas terminar con sus novios porque no les trajeron un maldito peluche o un ramo de rosas.

―Pero a ti te gustan las flores.

―No en San Valentín.

―¿Y si yo apareciera con un ramo de rosas? ¿No me lo aceptarías?

Anna intentó esconder una sonrisita, pero cuando él le depositó un rápido beso en la mejilla no pudo continuar la lucha.

―Solo de ti acepto regalos ―le dijo ella―. Y solo por ti haré el esfuerzo.

―¿Cuál esfuerzo?

―Para que me guste San Valentín.

Él le obsequió una amplia sonrisa.

―Esas son buenas noticias, porque yo ya tengo un regalo para ti.

―¡Sabía que tu insistencia estaba escondiendo algo! ―musitó de golpe―. No me parece justo, porque apenas voy aceptando y yo no tengo un regalo que darte.

―Cariño, ¿pero cuando te he pedido algo a cambio?

―Si me vas a dar algo, yo debo darte algo.

La sonrisa pícara que le obsequió le dio a entender que él ya tenía en mente cual podría ser su regalo.

―Hay cierto vestido que me gusta verte puesto ―Anna contuvo el aliento cuando las manos de él tiraron de su ropa interior―. Si pudieras usarlo esta noche...

―¿Y qué hay de la cena?

―Podríamos moverla a otro lugar.

―¿Es un lugar sorpresa o puedo saber dónde?

―Tiene un poco de la primera y algo de la segunda.

Anna intentó pensar en las alternativas.

―¿Iremos a la casa de verano?

―No.

―¿A un restaurante? Tendría sentido porque dijiste «mover la cena».

―Tampoco.

―¿A un hotel?

―¿Para qué te llevaría a un hotel? Estaremos solos y podríamos andar desnudos por la casa como hicimos en la casa de verano.

―Oh, tú y tus secuestros. Que lindos recuerdos.

―Bueno, ¿entonces tenemos un trato?

―Usar un vestido no es darte un obsequio.

―¿No fuiste tú la que dijo que San Valentín estaba comercializado? Yo solo pedí que usaras un lindo vestido. Soy un hombre fácil de complacer al que no tienes que comprarle algo.

―Pero dijiste que ya me habías comprado algo.

―En teoría no es comprado, pero no daré más pistas hasta que hayamos llegado hasta allá.

―¿Es muy lejos?

―Solo digamos que si tu familia llega a pasar la noche aquí, nosotros no estaremos para recibirlos.

A Anna se le estampó una sonrisa en la cara.

―Así que sería una salida solo para nosotros.

―Exactamente.

―Oh, eso sí me ha gustado ―se le quitó de encima con un poco de dificultad―. Mejor come tu desayuno o se enfriará. Yo iré a buscar ese lindo vestido.



Un par de horas más tarde, toda su familia había desaparecido. Alice y Mike se marcharon de la propiedad después de desayunar. Zowie y Peete decidieron salir al mediodía y Abraham junto a Mackenzie tomó la ruta de escape pocos minutos después que ellos. Valerie y John se habían ido hace una hora.

Anna terminaba de acomodarse el cabello cuando lo escuchó llamarla. Charles traía puesta una camiseta azul marino junto a una cazadora de cuero, jeans ajustados y zapatos cerrados. Toda la pizca de príncipe había desaparecido. Sin embargo, ella estaba enfundada en un vestido rojo y tacones negros. No parecía una combinación justa.

―¿Por qué debo usar un vestido cuando tú llevas cazadora? ―le recriminó ella.

―Porque el vestido es lo que pedí de regalo. Así estaremos a mano.

―¿No podíamos estar a manos con jeans ajustados y una camisa con escotes?

―Déjalo ya, mujer. Te ves guapa.

―Me veo ajustada.

―Y sexy.

―Siempre me ves sexy.

―Porque siempre estás sexy.

Ambos se echaron a reír. Se le acercó hasta tenerla a pocos centímetros. La miró fijamente a los ojos que lo volvían loco mientras tomaba sus manos entre las suyas, un contacto que, definitivamente, también lo volvía loco.

―Llevamos casi ocho meses de habernos conocido ―comenzó a decir él―. Puedo decir sin temor a equivocarme que han sido los mejores ocho meses de mi vida. Si has logrado sacar lo mejor de mí, mereces lo mejor de mí.

Anna se escuchó a sí misma suspirar.

―Yo soy una chica muy afortunada. No todos los días una se consigue un novio como tú. Eres el amor de mi vida, Charles, y contigo las horas y los días son los mejores.

Él enarcó una ceja.

―Oh, Dios mío, Anna ¿Es una cosa romántica lo que acabas de decirme?

Ella se echó a reír.

―Tal vez.

―Mi chica asesina en serie de momentos románticos favorita acaba de hacerme una declaración de amor abarcando todos los requisitos: dulce, cariñosa, amorosa y sexy.

―Céntrate, hombre, que yo...

Él la calló con un beso que tragó sus palabras. La mágica sensación de su boca la hizo temblar y cualquier pensamiento coherente desapareció cuando la envolvió con los brazos. En un parpadeo, él se le separó un poco, pero aún podía sentir su cálida respiración contra su boca.

―Oh, bueno, hay que poner un alto, preciosa ―jadeó― o vamos a terminar entre las sábanas y mi sorpresa acabará por irse al demonio.

―¿Tendremos una cómoda cama a donde vamos?

―Podríamos improvisar una.

―Hecho.



El auto pasó junto al viejo castillo en plena restauración, pero jamás se detuvo en él. Charles condujo de largo, hacia el espeso y oscuro bosque a varios metros de la propiedad. Entre medio de los bosques podía observar alguna especie de edificio, pero por la oscuridad era imposible decirlo a ciencia cierta.

―Eres un lindo y todo, ¿pero a dónde vamos? ―le preguntó.

Él parecía un jovencito llevando a su novia a una cita de ensueño, pero ella lo conocía muy bien para dejarse llevar por su encanto y su inocencia fingida.

―Anna, ¿realmente conoces el concepto «sorpresa»?

―Pensé que a estas alturas ya sabrías como me ponen las sorpresas.

Anna dio un respingo cuando sintió como él le tomaba la mano. Entrelazó los dedos con los de ella y tiró un poco de su mano para estamparle un beso.

―No te asustes, cobarde. Solo voy a darle lo mejor a mi chica.

―Cuando vi el castillo pensé que entraríamos ¿Qué hay en el bosque que sea mejor que nuestro futuro hogar?

―Una sorpresa.

―Gracias, genio. Eso lo aclara todo.

―¿Sabes? Otros hombres te habrían mandado al diablo con esa actitud insoportable. A mí me parece jodidamente sexy. Probablemente es por la razón que sigo intentando sacarte de tus casillas.

―Romántico.

Él se echó a reír. Giró el volante hacia la izquierda y se internó por un sendero marcado. Gracias a la luz del auto, Anna vio que, en efecto, era un camino marcado, lo que implicaba que más de un vehículo había transitado por allí.

―¿Tu familia tenía una propiedad escondida en el bosque además del castillo? ¡Eso es increíble! Con lo espeso que es el follaje no debería notarse. Sería como una fortaleza privada.

Él se limitó a sonreír.

―Charles, cariño ―hizo un puchero―. ¿No me dirás?

―Pero si ya estamos llegando.

―¿Una pista más?

―Solo espera un poco, mujer.

Finalmente el auto se detuvo. Charles bajó de él a toda prisa y le ayudó a bajar. Anna creyó que sus tacones se enterrarían en el húmedo y lodoso suelo del bosque, pero se equivocó. Se topó con una lisa acerca que los condujo hasta un pequeño edificio oscuro. Ella se aferró de su mano para evitar tropezar. Escuchó la puerta abrirse y ambos entraron.

Las luces del interior se encendieron. Estaban dentro de un palco de lujo. En él había una cocina con su refrigerador y estufa y una superficie para colocar los trastes. También había una barra con tres sillas altas de metal. Al otro lado había otra barra para bebidas, sobre la cual había un par de controles remotos, con un refrigerador pequeño y un estante para colocar las copas. En el lado izquierdo había una mesa con ocho sillas de madera. Sobre esta había un florero con rosas rojas y azules. Todos los muebles estaban hechos de madera. Las paredes del costado parecían de cristal, pero una larga cortina negra impedía ver el exterior. En las otras dos había pantallas planas apagadas. Debajo de una de ellas había un equipo de música con un par de altoparlantes. La calefacción estaba encendida, lo que los protegió del frío del exterior. Un delicioso aroma la golpeó en la nariz. En algún lugar que no estaba disponible a la vista, había una deliciosa cena esperando a ser encontrada.

―¿Vamos a ver un juego, una película o...? ―se volteó hacia él―. No sé, ¿qué se hace en un palco?

Charles soltó su mano y caminó hacia la barra. Tomó dos copas y las colocó en la superficie. Abrió el pequeño refrigerador y tomó una botella de vino.

Anna caminó hasta acercársele.

―Veo que tenías todo preparado ―le sonrió con burla―. ¿Qué hubieras hecho si me hubiese negado a venir?

Él se echó a reír al mismo tiempo que descorchaba la botella.

―Sabes que podría persuadirte fácilmente ―comenzó a servir el líquido morado en las copas―. Si eso no me funcionaba, usaba el plan b: un secuestro.

―Oh ―dejó escapar una carcajada―. Siempre es efectivo.

―Me funcionó la última vez.

Los dos se echaron a reír. Charles le extendió un poco, que ella tomó sin vacilación, y después de darle un golpecito a la suya dieron el primer trago. En un parpadeo, Charles acortó la poca distancia que había entre ambos. Sin soltar la copa, envolvió su brazo alrededor de su cintura y comenzaron a moverse al ritmo de la música imaginaria.

―Incluso sin música te mueves bien ―convino ella.

―Podría poner música, ¿me permites? ―le extendió su copa, y cuando Anna comprendió a que se refería la sostuvo con su mano libre.

Charles caminó hasta el equipo de música. Después de presionar algunos botones, una lenta y dulce melodía comenzó a sonar. Anna sonrió contenta cuando volvió a ella y sus brazos le envolvieron nuevamente la cintura. Le tendió la copa, y una vez que volvieron a chocarlas le dieron un trago al vino.

―¿Mejor? ―le preguntó.

―Sí. Es una canción muy bella.

―Lo es. Me pareció que combinaba con nosotros.

Los dos aguardaron en silencio un rato mientras bailaban. La letra de la canción hizo que Anna suspirara.

―¿Te gusta el lugar? ―le preguntó él.

Cuando miró sus dulces y alegres ojos azules, su alrededor pareció teñirse de negro y solo fue capaz de centrarse en él.

―Eres muy guapo ―musitó embobada.

―Lo sé, pero hablaba del lugar, no de mí.

Ella se echó a reír.

―Está bonito, ¿pero qué hacemos aquí?

―¿Solo bonito? ¿Quieres que cambiemos algo?

―Está increíble, Charles. De verdad. Solo que no entiendo que hacemos aquí. Pensé que iríamos a un lugar diferente. Incluso consideré un recorrido por el castillo cuando llegamos, pero seguiste de largo.

―Estuve pensando en esto. Nuestros planes ya están diseñados: en unos meses realizaré la ceremonia de investidura y obtendré el título de Príncipe de Gales. Seré, más allá de duda razonable, el heredero a la corona. Después de eso, fijaremos una fecha determinada para la boda. Y después de la boda, viviremos en el castillo que hemos mandado a restaurar como nuestro nuevo hogar. Dentro de nuestro cuento de hadas, quiero que haya algo muy Mawson, algo que también te haga feliz.

―Charles, tú me haces muy feliz. Eres la persona que hace que mi vida sea muy bella y muy plena. No necesito más cosas. Solo a ti.

―Cariño, yo quiero darte esto. No hemos vuelto a tocar este tema, pero estoy seguro que si en tu pasado lo amaste tanto hay ocasiones en las que debes extrañarlo.

Anna frunció el ceño, confundida.

―No puede ser sexo, porque mi abstinencia terminó hace bastante tiempo, así que no sé qué otra cosa podría estar extrañando.

Charles dejó caer hacia atrás y se echó a reír.

―¿Te estás burlando de mí? ―Anna le dio un golpecito en el pecho―. No es gracioso. No sé de qué estás hablando.

Él le robó un beso, que alargó tanto como pudo, y después se le separó un poco.

―Por eso te adoro, preciosa.

―¿Por despistada? ¿Por lenta?

―Solo por ser genuina.

Le dio un trago a su copa antes de colocarla sobre la barra. Anna contuvo una protesta en su boca cuando él retiró el brazo de su cintura. Caminó hasta las cortinas negras y tiró de ellas para abrirlas. La oscuridad del exterior era tal que no hubo diferencia. Parecía que las cortinas siguiesen abiertas.

―Solo un segundo más ―le instó él.

Anna le dio un trago a su copa mientras esperaba. Lo vio tomar uno de los controles remotos de la barra.

―¿Lista?

Oh, él estaba allí de pie apuntando al exterior con el control, pero ella estaba embobada con la sonrisa de niño satisfecho que apenas podía prestar atención a lo que hacía. Aún así, se obligó a centrarse.

―Supongo.

Presionó uno de los botones. Las luces del exterior se encendieron, y Anna finalmente comprendió el significado de sus palabras: «si en tu pasado lo amaste tanto hay ocasiones en las que debes extrañarlo».

Frente a ella había una pista ovalada cuya superficie lisa estaba bordada por una pared de tela metálica sobre un muro de contención de hormigón y por las gradas con espacio para una gran cantidad de personas. Las largas torres de luz iluminaban la pista. Anna contempló maravillada la zona de escape, los tumbaperros en las curvas y los pits: las zonas con las que estaba tan familiarizada y que, sin poderlo negar ahora que estaba a solo pasos de lo que solía ser su más grande sueño, extrañaba.

En la parrilla de salida había un auto, y no cualquier auto. Era el que le pertenecía a su abuelo, el que ella con tanto cariño y contentura había utilizado durante su corta carrera como corredora.

No fue hasta que escuchó su voz que se percató de que lo tenía en frente.

―Oye, antes de que digas que no puedes aceptarlo, quiero decir algo breve. La gente no consideraría apropiado que la esposa del príncipe corriera autos profesionalmente. Ambos sabemos que le restaría méritos a esa opinión, pero pensé en una manera en que todos fuéramos justos. Sé que me dijiste que las carreras están en el pasado. Sin embargo, yo te conozco muy bien y sé que algo que amaste tanto no pudo haber quedado en el pasado tan fácilmente. Así que pensé en lo espeso que es el bosque y en lo privado que podría ser este espacio para ti. Por tal razón, pedí que iniciaran esta construcción. Yo quería dártelo como regalo de cumpleaños, pero falta más de medio año para eso. Pensé que sería lindo como regalo de San Valentín.

―Pero yo dije que odiaba San Valentín...

―Sé que odias que te regale algo costoso. Como puedes ver, por supuesto que construir esto involucró bastante dinero, pero lo vale por ver tu expresión. Vamos, Anna. Sabes que te gustó.

Ella sintió que el cuerpo entero le temblaba, y agradeció que él se acercara más y la tomara de la mano.

―¿Podrías aceptarme esto sin protestar? Prometo que en los próximos días de San Valentín que tendremos por delante te prepararé románticas cenas y te llevaré de paseo. Haremos cosas que no requieran mucho dinero.

Ella dejó escapar una carcajada nerviosa.

―¿Lo prometes?

―Lo prometo ―respondió sin vacilación.

Anna le sonrió.

―Eres demasiado dulce, precioso.

―Mi chica merece lo mejor.

Anna se le colgó al cuello, teniendo cuidado en no derramar el contenido de su copa sobre él. Enterró la nariz en su cuello e inhaló el maravilloso perfume que usaba. Ella quería quedarse allí, entre sus brazos, para siempre; protegida y calientita por el hombre que amaba. Perdida entre sus brazos se sentía tan feliz, tan completa y plena. Jamás tendría las palabras apropiadas para explicar lo bien que se sentía estando junto a él.

Charles se le separó un poco para besarle la punta de la nariz, y ella aprovechó para estamparle un beso en la boca

―Feliz San Valentín, mi amor ―le dijo ella―. Supongo que no es tan malo después de todo. Todo dependerá de con quien lo pases, y como lo he pasado con el amor de mi vida ha terminado siendo un día muy bello.

―Oh, mujer, yo debería haber grabado eso ―se echó a reír.

―Prometo que no lo digo solo por el autódromo.

―Lo sé, preciosa.

Los dos permanecieron en silencio un rato, viéndose a los ojos, sonriéndose como si fueran un par de críos en su primera cita.

―Así que, futura señora mía ―le sonrió antes de robarle otro beso―. Esta noche yo seré su copiloto.

Ella le sonrió y también le robó un beso.

―No, Charles. Tú siempre has sido mi copiloto.

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