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Capítulo veintinueve [resubido] | VO


IMPORTANTE: volví a subir este capítulo por aquellos que no han podido leerlo.

Anna dio dos golpecitos a la puerta del estudio. No escuchó respuesta alguna, así que la abrió lentamente y asomó la cabeza. Charles estaba al teléfono, pero al percatarse de su presencia movió la mano para indicarle que pase. Señaló el asiento vacío. Anna se percató del elegante folleto sobre la superficie de madera. Escrito en letras blancas citaba "Gala Benéfica Pro Fondos: Alas de Esperanza". Junto al mismo había un cheque. Sus ojos verdes se dilataron. Esos son muchos ceros, pensó ella.

―Eso me parece muy bien. Quiero que lo prepares minuciosamente. Se lo presentaremos al Parlamento. Está bien. Nos vemos esta noche.

Anna frunció el ceño.

―¿A quién verás esta noche?

Charles tardó en hacer contacto visual con ella el tiempo que duró poniendo en orden algunos papeles.

―A Darcey.

Ella pone los ojos en blanco, agradecida porque él no está mirándola. Hace dos días, después de la conversación extensa que mantuvo con Christopher para ponerlo al día sobre la reunión en la madrugada, Charles permaneció encerrado por casi una hora en el estudio. Anna creyó que él se había molestado con ella, o que simplemente estaba intentando procesar todo. Pero ninguna de sus teorías era la acertada. Él estaba buscando una nueva empleada. Darcey tomaría su puesto mientras, según él, ella se recuperaba.

Anna supuso que él ya la conocía, pero ella no tenía idea de cómo era la mujer.

―Mm ―musitó―. Como quieras.

―¿Viste el folleto?

―¿De la Gala? Pues sí. También el cheque.

―Bien. Tienes hasta las seis.

―¿Hasta las seis para qué? ―preguntó confundida.

―Para escoger lo que vas a ponerte.

―¿Ponerme?

―Ropa, Anna.

―Eso lo sé, ¿pero para qué?

Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, Charles levantó los ojos azules hacia ella.

―Vas a ir conmigo, ¿no? Irá tu familia, Zowie y Peete ¿Quieres invitar a alguien más?

―¿Cuándo decidiste ir a una Gala Benéfica de la que apenas me voy enterando?

―Anoche. Mi padre me dijo que iría con Tessie y las gemelas.

―Creo que tienes que practicar como invitarme a salir.

―Pensé que te gustaría dejar la casa un rato y divertirte.

―Antes de hacer planes debes avisarme ¿Qué tal si al final no puedo ir o no tengo ganas?

Charles entrecierra los ojos.

―¿No quieres ir?

―No lo sé.

―Anna, a veces tus no lo sé me vuelven loco ¿Quieres o no?

―¿Es ahí donde verás a Darcey?

Él relajó la expresión de su rostro al comprenderlo.

―¿Te molesta Darcey?

―No lo sé ―se cruza de brazos―. ¿Te gusta Darcey?

―¿Por qué no habría de gustarme? Es eficiente, trabaja bien y...

Pone los ojos en blanco.

―Darcey es solo una empleada.

―¿No fui solo una empleada?

―¿Te volviste loca? No fuiste una empleada, sino un grandísimo dolor de cabeza y lo estás siendo ahora mismo.

―Mm.

―Sabes que Darcey se irá cuando estés bien.

―Estoy bien ―afirmó con el ceño fruncido.

―Díselo a tus pesadillas.

―¡Christopher no tenía que decirte!

―Estás siendo ridícula. Otra vez.

Estiró los brazos mientras esperaba alguna protesta de su parte. Sin embargo, la misma jamás llegó.

―A todas estas, ¿desde cuándo necesitas una asistente?

―Darcey no es una asistente. Está asesorándome.

―Tiene mi trabajo. Lo que es peor: ella está capacitada.

―Ella jamás habría conseguido lo que tú.

Ella entrecerró los ojos.

―¿En qué sentido? ¿Profesional, personal, sexual?

Él se inclinó sobre la superficie de madera.

―¿Insinúas que me estoy acostando con ella?

―No. Insinúo que ella podría querer acostarse contigo.

―Voy a sellarte la boca con cemento.

―Solo digo que te llama demasiado. Creo que es ella quien quiere una asesoría.

Charles despega los labios soltar una carcajada.

―Escucha, niña tonta ¿Recuerdas que una vez mencionamos a Gray? Darcey es su esposa.

Anna sintió que las mejillas se le teñían de rojo. Lo miró fijamente durante unos segundos. No se veía enfadado, solo divertido. He sido una ridícula, pensó.

―Lo lamento ―susurró. Meditó en silencio la pequeña revelación―. ¿No estabas peleado con él?

Ella no necesitó que respondiera para saber lo que planeaba.

―La contrataste a propósito. Además, compraste boletos para esa Gala para encontrártelo allí, ¿cierto?

Sonríe culpable, sabiéndose descubierto.

―Te he visto con Zowie, Anna. Yo tenía esa misma amistad con Gray, pero lo arruiné. Durante un tiempo le eché la culpa a él cuando la culpa la he tenido yo. Siempre.

Anna analizó las arrugas en su frente. Sus ojos azules parecían perturbados, pero, al mismo tiempo, tímidos y dulces. Un calorcito nació en su pecho, como una gota de miel caliente que se desliza por la garganta. Se levantó del asiento, rodeó el escritorio y dio saltitos hasta alcanzar sus piernas, donde se acomodó con sutil intimidad. Envolvió los brazos alrededor de su cuello y escrutó sus grandes y bellos ojos.

―Es una fantástica idea que quieras arreglar las cosas con tu amigo ―le depositó un sonoro beso en las mejillas―. ¿Quieres que te ayude en algo?

―Podrías evitar mencionar que por un momento creíste que Darcey quería acostarse conmigo.

Anna esconde su rostro en el cuello de él.

―Lo lamento ―gimoteó.

Charles palpó su espalda semi desnuda un par de veces mientras reía.

―Tenemos que trabajar en eso ―dijo.

―No, yo tengo que hacerlo. No puedo desconfiar de cada mujer que se te acerque.

―Bueno, en eso tienes razón. Pero puedo asegurarte que olvidarás el tema en cuanto converse algo contigo.

Alarmada, abandona el escondite de su cuello para mirarlo fijamente a los enormes ojos azules que la miran con cariño.

―¿Sucede algo? ¿Es sobre el accidente? ¿Ya sabes quién lo hizo? ¿Por qué no me respondes?

Charles echó la espalda hacia atrás mientras le sonreía.

―¿Cómo podría? No cierras la boca.

―Bien, entonces lo haré. Habla.

Ella se levantó de sus piernas y se sentó sobre la superficie de madera.

―Anna, en el Parlamento, cuando fui hace unos días, tuve una conversación con el Primer Ministro.

―El Señor Importante.

Él la regañó con la mirada.

―Volvió a hablarme sobre todas las Cartas que nos rigen.

―Que es lo que siempre hace cuando te ve y no te atrevas a regañarme.

―Lo hace. Supongo que es para ayudarme. Crecí como príncipe, pero nunca me eduqué para ser rey. El punto al que quiero llegar es el siguiente: desde que te conozco, me he saltado parte del protocolo que rige mi conducta. Por lo tanto, parte de ese atrevimiento, puede representar un impedimento para mis postulaciones futuras.

―Estás dándole largas. Solo ve al grano.

―Bueno, el Primer Ministro cree que tu presencia ha reducido un mal comportamiento propio de mí, pero ha facilitad la realización de otros que van en contra de los principios de la familia real.

Anna se limita a parpadear.

―¿Señor Importante cree que estoy haciendo que mandes al caño el protocolo? ¿Es eso?

―No puedo culparlo. Piensa en los hechos: vivías conmigo en Buckingham, abandoné la Casa Real. Vamos a agregarle mis escándalos previos y el desfile de artículos donde apareces mencionada.

―¿QUÉ? ―suelta un gritito.

Charles maldice en silencio.

―¿Salgo en los periódicos y no me dijiste nada? ―se cruza de brazos.

―No te gusta leer el periódico. Además, ¿no es obvio?

―¿Qué es obvio?

―¿Algo de la novia del Príncipe te suena familiar?

―De acuerdo, entiendo ese punto, ¿pero que dicen los periódicos?

Él hace una mueca.

―Lo que digan los periódicos no es importante.

Anna lo fulminó con la mirada y él, como un reflejo automático, se encogió en el asiento.

―Puede que hayan mencionado brevemente los eventos que te enviaron a prisión ―masculló con rapidez.

Ella soltó un gruñido tan alto que le lastimó la garganta.

―¿Cómo puedes decir que no es tan importante? ―cuando miró sus manos, notó que éstas estaban temblando.

Charles estiró las suyas para tomarlas.

―Porque yo sé lo que pasó. Lo que otros opinen no me interesa. Sé que tengo a mi lado a una mujer que a pesar de los golpes ha sabido levantarse y seguir adelante.

Le apretó las manos con cariño. Anna se dedicó a mirarlo a los potentes ojos azules, que mantenían la misma dulzura y devoción, como si ella fuera la imagen avasalladora que le quitara el sueño en las noches.

―He pensado como reparar esto ―musitó suavemente.

Ella parecía alerta.

―¿Harás que tome clases, no es así? ¿Es porque a veces me gusta comer la carne con las manos?

Charles despegó los labios para dejar escapar una risotada.

―No haré tal cosa y la decisión que tome la consultaré primero contigo porque eres mi pareja, ¿no es así? ―Anna asintió mientras sonreía―. Buckingham es la Casa Real, hogar de la Familia Real, por lo que los miembros de la misma son las únicas personas que pueden vivir allí. Legalmente no perteneces a la familia. Eres solo mi novia. Es aquí donde toco el tema que realmente quería traer a colación.

Los ojos de Charles destellan pasión, destellan locura, y ella contiene la respiración cuando lo ve separando los labios.

―Cuando nos casemos, voy a establecer una nueva Casa Real.

Anna se sintió un poco mareada. Despegó los labios, expulsó el aire e inició un ejercicio rápido para recobrar el aliento.

―¿Casarnos? ―dijo en un susurro.

Él parecía tan calmado y normal, y ella apenas podía pensar con claridad.

―¿No es el siguiente paso de una relación? Noviazgo, matrimonio, reproducción.

Anna le apartó las manos bruscamente, un movimiento involuntario provocado por la impresión. Se dedicó un minuto entero a mirarlo, como si se estuviese ahogando y le rogara por ayuda.

Ha pensado en casarse. Casarse con ella. Tal vez no es algo inmediato, y solo Dios sabrá en cuanto tiempo él crea estar preparado al ciento por ciento para una responsabilidad tan grande. Pero lo ha considerado. Dios mío, de verdad lo ha hecho.

Anna deslizó suavemente la mano por la mandíbula. Cuando el calor de aquel contacto explotó sobre su piel, Charles cerró los ojos para disfrutarlo.

A ella le ganó el impulso de llorar.

―¿De verdad lo has considerado? ―chilló ella feliz.

Él le sonrió sin abrir los ojos.

―No veo como pueda deshacerme de ti. Es mucho más fácil atarte eternamente a mi vida. Creo que la mejor manera es a través del matrimonio y finalmente la reproducción.

A Anna se le aceleró el corazón.

―¿Has pensado en tener hijos conmigo?

Charles detectó el puñado de deseo en su voz. Abrió los ojos para admirar aquel par de esmeraldas.

―Aunque no pareces estar cómoda con la idea de contarme acerca de tus pesadillas, yo quiero hablarte sobre un sueño que tuve hace tres noches ―estiró los largos brazos hacia ella para acercarla a sí mismo―. Había una vez un príncipe testarudo, gruñón y egoísta, aunque de buen ver, debo añadir ―él sonrió al escucharla reír―. Al Príncipe no le satisfacía ningún tipo de compañía. Le parecían inferiores, incapaces de complacer cualquier deseo que pudiese tener. Un día, cansado de ese vacío, se aventuró al mar en un bote pequeño, con estrictamente lo necesario para sobrevivir a su viaje. Pero el Príncipe no sabía hacia donde se dirigía, porque no sabía que era aquello que deseaba tanto. Pronto estuvo perdido en el mar, a la deriva, completamente solo. Sentía frío, hambre. Estaba perdido ―recalcó, levantando una de sus gruesas cejas―. ¿Y sabes qué pasó?

Anna agitó la cabeza mientras sonreía.

―Visualizó una luz, allá, a lo lejos ―señaló hacia la ventana, simbolizando el horizonte―. Un halo dorado. Su luz al final del túnel. Parecía un largo camino hasta ella, porque era perfecta, era hermosa. Era el agua para su sed, el alimento para su ansia. El Príncipe reconoció al final que era lo que buscaba, aunque no lo supiera. Y cuando tocó aquella luz, se convirtió en su milagro. Aquel milagro hecho mujer cargaba entre sus pequeños brazos un saco de carne que se movía, que berreaba y que, al mirarle, lo perforó con pequeños ojos azules que le sonreían.

Charles le acarició las mejillas con ambas manos y pasó los dedos por entre los mechones dorados. A Anna se le escaparon pequeñas gotitas de milagro de sus ojos.

―No podías solo decir que soñaste que teníamos un bebé, ¿verdad?

―Como lo he dicho yo suena mejor ―sonríe.

Anna se inclinó hacia él e inspiró el mágico aroma de su perfume. Se remojó los labios secos y lo miró fijo a los ojos, citando una invitación silenciosa para que la besara. Él cedió a su deseo y le devoró la boca. Ella gruño algo dentro de la misma que no pudo comprender. Se levantó bruscamente del asiento y la arrojó sobre la fría superficie de madera. Anna abrió las piernas para que se acomodara. Se aferró a su cuerpo con los brazos. Charles apoyó los suyos contra el escritorio.

Se separó de ella para respirar. La miró fijo, escrutando cada pequeño detalle de su bello rostro. Dios santo, era preciosa. Desde sus grandes ojos hasta su pequeña nariz. Sintió el atroz deseo de llorar ¿Cuándo había caído perdidamente enamorado de esa mujer? De sus ojos brillantes, de su piel suave, de sus labios cálidos, de su alma amable.

―Dulce susurro del silencio en tus pupilas ―susurró mientras continuaba admirando sus ojos―. Tibios ojos de mar coquetos. Toque grácil de tu fiereza escondida. Placentero conforte de tu regazo divino.

Anna sintió que se derretía por dentro.

―Milagro de sueños pálidos en penumbras ―continuó―. Mujer de milagros eternos. Respiro de aire puro y perenne. Con mis labios secos te digo que te quiero.

Se inclinó hacia ella y le besó la nariz, los ojos y finalmente la boca.

―¿De dónde has sacado ese poema? ―le preguntó ella mientras sonreía.

―Lo saqué de ti.

Anna vio el orgullo en su sonrisa.

―¿Lo escribiste para mí? ―sus ojos brillaban de ternura.

―¿Por qué no escribiría sobre la mujer que amo?

Anna sintió que caía sobre lava ardiente. Y le encantaba.

―Me encantaría tomarte, subir a la habitación y hacerte el amor, pero debes ir a comprar un vestido para esta noche.

―Supongo que no iré sola.

―Irás con Zowie, Alice y Valerie. También irás resguardada por algunos guardias.

―¿Con algunos te refieres a...?

―A varios.

―Supongo que está bien ¿Tienes alguna sugerencia para el vestido?

―Elegante, pero que pueda quitártelo apenas lleguemos a casa.

―Lo voy a tener en cuenta.

Ninguno de los dos hizo movimiento alguno para separarse.

―Antes de salir recuerda avisarme ―le besó los labios después de mordérselos―. Ponte más guapa de lo normal. Tengo una sorpresa para ti en la Gala.

A Anna se le congeló el estómago.

―Charles, no soy muy buena con las sorpresas. En mi último cumpleaños sorpresa terminé desmayándome.

―Primero: no es tu cumpleaños. Segundo: va a gustarte. Ya verás.

Se apartó de ella y la ayudó a levantarse.

―No olvides avisarme antes de irte.

Anna se lanzó a sus brazos para besarlo.

―Te amo, Charles ―musitó con los ojos brillantes.

Él le besó la nariz.

―Yo también te amo, preciosa. Compra el vestido que quieras. Todo va por mi cuenta.

Le besó la mejilla antes de dejar el estudio. Charles se desplomó sobre el asiento y observó el paisaje colorido a través de la ventana. Golpeó la superficie con los dedos. Deslizó los dedos hacia el cajón derecho del escritorio. Lo abrió y tomó la pequeña caja de terciopelo negro. Desanudó la cinta roja y observó el anillo en su interior.

―Debo estar loco ―sonrió―. Que para bien sea.

Acercó la caja hasta sus labios para besarla.

―Madre, encontré a la mujer. Esa que merece llevar tu anillo ―cerró los ojos ante la punzada de dolor―. Sé que estarás conmigo esta noche.

Le dio un último beso a la caja antes de devolverla a su lugar. Volvió a regar los papeles sobre el escritorio y continuó trabajando para espantar los nervios.


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