Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo veinte | VO


―Te ves muy guapa, Nana―dice Zowie, observando a Anna mientras se acomodaba los rizos rubios.

―¿Te parece? ―preguntó, no muy convencida.

―Por supuesto ―afirmó, echándole un rápido vistazo.

Anna llevaba un ajustado vestido escarlata que le había llegado en la mañana. Un envío especial de la familia real, había dicho el mensajero. Le había parecido que aquel trozo de tela era muy pequeño para su amiga, pero, al vérselo puesto, comenzó a silbarle. Incluso despertó a Peete para que le diera el visto bueno.

―Zowie tiene razón ―musitó Peete, bostezando, mientras servía café en las tres tazas―. Aunque siempre te ves bien. No sé por qué era necesario despertarme.

Zowie dio saltitos hasta colgársele del cuello.

―Necesitaba una opinión masculina.

Él sonríe.

―Solo querías despertarme. Te conozco, pequeña.

Anna pone los ojos en blanco.

―Me harán vomitar. Zo, ¿me pediste el taxi?

Los ojos de Zowie se hicieron pequeños.

―Lo olvidé, lo siento.

Frustrada, Anna alzó ambas manos al cielo.

―Volveré a llegar tarde ―los tacones resonaron por la sala mientras alcanzaba el teléfono.

―Te lo dije una vez. Necesitas un auto.

―¡No puedo pagarlo, Zowie!

―Bueno, ahora tienes otro empleo. Y una mejor paga.

―Apenas inicié ayer y llegué tardísimo.

―Y destruiste mis tacones favoritos.

―¡Ya te pedí disculpas!

Marcó el número del sitio de taxis a toda prisa. Apenas comenzó a sonar, escuchó el alboroto del claxon en la entrada.

―A eso le llamo servicio ―musitó Zowie a son de broma.

Anna puso los ojos en blanco antes de colgar.

―Pediste un taxi, ¿cierto?

―No, realmente lo olvidé.

Confundida, Anna se asomó por la ventana para encontrarse el auto de Charles estacionado y él, sonriente, bajando de él.

―No puede ser ―musitó sorprendida.

Dio saltitos hasta la puerta. Antes de abrirla descubrió que las manos le temblaban ¿Por qué lo hacían? Tal vez porque el gesto de venir por ella de alguna manera demostraba interés genuino y no se lo esperaba.

El corazón dio un salto en su pecho al primer golpe contra la puerta. Contuvo el aliento y la abrió. Era real, muy real. Charles Queen estaba de pie frente a su puerta con una radiante sonrisa mañanera, vestido de traje gris y pañoleta roja, del mismo color que su vestido.

―Buenos días, Anita ―musitó él.

Anna le dedicó una amplia sonrisa.

―Buenos días, Charlie.

Sin dejar de sonreírle, acorta la poca distancia entre ellos sujetándola por la cintura y luego atrayendo hacia sí su rostro para besarla, golpeando a su vez su cuerpo contra el suyo, acorralándola contra la puerta, pero como se encontraba entreabierta los dos cayeron al suelo.

―¡Oh, Dios mío! ―chilló Zowie al escuchar el golpe.

Anna soltó un gruñido de dolor.

―Quítate de encima ―se quejó.

Charles le obsequió una sonrisa discreta.

―No es lo que te he oído decir cuando estamos a solas en una habitación ―musitó lo suficientemente bajo para que solo ella pudiese escucharlo.

―¡Charles!

Él presionó las manos contra el suelo y se puso de pie. Le extendió una de sus manos y la ayudó a levantarse.

―¿Te encuentras bien? ―le preguntó él.

―Eso creo ―respondió dudosa. Le dolía un poco la espalda.

―¿Segura?

―Sí.

Se remojó los labios secos sin apartar la vista de sus centellantes ojos azules.

―¿Por qué viniste? ―le preguntó.

―No tienes auto.

―Iba a pedir un taxi.

―¿Y arriesgarte a llegar tarde otra vez? ―se cruzó de brazos―. Dime, ¿acaso estás buscando que te despida?

Anna entrecerró los ojos.

―¿Vas a despedirme?

―Me veo tentado.

―Entonces iré a ponerme algo más cómodo para salir a buscar un nuevo empleo.

Charles la detuvo tomándola de la mano.

―Ya vámonos. Mi padre nos está esperando.

Anna se despidió rápidamente con la mano de Zowie y Peete antes de entrar al auto de Charles. Media hora más tarde se encontraban en la oficina del rey. Edward los miró fijamente durante unos segundos antes de comenzar a hablar. No pudo evitar fijarse en sus manos tomadas, pero optó por no mencionarlo.

―Me he comunicado con el Primer Ministro mientras se encontraban fuera ―cruzó las manos sobre el escritorio―. Se realizará una reunión urgente para tratar con el Parlamento sobre mi sucesión temporaria.

―¿Hay algún problema? ―preguntó Charles.

El rey suspiró.

―El Parlamento no está muy de acuerdo con mi propuesta.

Hablaba de él, Charles lo sabía. El Parlamento no quería que él sustituyera a su padre.

―Yo te lo dije.

―No inicies el mismo discurso, Charles ―lo reprendió su padre―. Todo seguirá según lo acordado.

―¿Qué sentido tiene continuar con un adiestramiento si...?

El rey le hizo una seña para que hiciera silencio.

―Permíteme asistir a la reunión antes de tomar una decisión definitiva.

―Padre, creo que es mejor que comiences a pensar en otras opciones.

Anna le apretó fuertemente la mano para llamar su atención. Al contacto con su piel, a Charles le invadió una paz absoluta. Edward no pudo evitar reparar en el cambio del rostro de su hijo. Solo ha necesitado que Anna lo toque para relajarse.

―El Parlamento no ha rechazado la propuesta de tu padre ―susurra ella con cautela―. Solo tienen desacuerdos en algunos aspectos. Necesitamos hacer que ellos crean en lo que nosotros creemos: que podrás sustituir a tu padre responsablemente lo que dure su tratamiento y recuperación.

―Exactamente ―dijo el rey―. Por tal motivo necesito que la señorita Mawson asista conmigo a la reunión con el Parlamento.

Anna abrió los ojos como platos a causa de la sorpresa.

―¿Qué ha dicho? ―escupió.

Charles miró a su padre como si este se hubiese vuelto loco.

―No pensarás hacerla hablar, ¿cierto? ―le preguntó―. Es una locura.

―Es la persona ideal para hacerlo. Es la responsable de tu pequeña evolución.

―¿Evolución? ¿Cuál evolución?

―No es mucho lo que la señorita Mawson debe hacer ―continuó su padre, ignorándolo.

―Ese no es el punto. ¿Si quiera le preguntaste si estaba dispuesta a hablar? A todas estas, ¿sobre qué pretendes que hable?

―Tenemos que impresionar al Parlamento. Para eso necesito el testimonio de Anna.

―¿Testimonio sobre qué?

―Para tener esta conversación, necesito a un Charles muy sereno.

Pero sereno no era una palabra que pudiera describirlo, mucho menos después de ver a la pálida Anna a quien le sostenía la mano.

―Lo tendrás cuando desistas de esta absurda idea ―respondió a la defensiva―. No hay razón para ponerla como carnada frente al Parlamento.

―Es la mejor oportunidad que...

―Padre ―interrumpió, quebrando el aire con un potente gruñido―. El Parlamento actuará como un juez. Anna ya ha pasado por un juicio ¿Le parece justo que la hagamos pasar por lo mismo otra vez?

Anna gira la cabeza bruscamente hacia él ¿Habrá escuchado bien? ¿Realmente dijo lo que dijo? Porque su tono de voz se escuchaba preocupado, ligeramente alterado incluso. No quiere que ella vuelva a pasar por nada parecido a un juicio. Se abrazó a sí misma mentalmente, casi incapaz de contener su pequeña dicha.

―El Parlamento no hará tal cosa ―explicó su padre―. Me encargaré personalmente de que el trato hacia ella igual al que suelen ofrecerme.

La expresión de Anna seguía mostrando más preocupación que alivio.

―¿Qué debo decir exactamente? ―preguntó ella.

―Podría ser espontánea.

Los ojos de Charles y Anna se conectaron inmediatamente.

―La espontaneidad no es algo que me deba permitir ―le dijo ella con toda sinceridad―. Básicamente es lo que me trajo hasta esta situación.

―Es cierto ―afirmó Charles.

―Es posible ―dijo el rey―, pero estoy muy seguro de que va a funcionar. Solo debe confirmar que Charles va en serio.

Anna parpadeó.

―¿Cómo hago eso?

―Diciéndoselos.

―¿Es todo? ―abrió los ojos como plato ante la sorpresa.

―Exactamente.

Ella no parecía muy convencida. En realidad, lo que el rey le planteaba le creaba demasiadas dudas. Hablar frente al Parlamento le parecía intimidante y el no tener una idea clara de que decir empeoraba su situación. Se descubrió a sí misma con las manos temblorosas. Si cometía un error, Charles saldría perjudicado.

―Necesito salir un momento ―anunció.

Soltó la mano de Charles y se precipitó fuera de la oficina, con los tacones resonando como música de fondo en una película de terror. Nerviosa, se llevó ambas manos al pecho mientras iniciaba una serie de respiraciones profundas. Aunque admirara al rey, hacer lo que le podía estaba sobrepasando sus propios límites. Después de salir a prisión, se prometió que no haría algo lo demasiado estúpido para volver a salir en la televisión y ser señalada por la mitad de los habitantes de su propia nación. ¿Ponerse de pie y hablar frente al Parlamento, acompañada del rey y de su hijo? Eso era muy, muy estúpido.

―¿Anna?

Su voz se escuchaba muy cálida, un alivio instantáneo a su alma magullada.

―Estoy bien ―le dijo, intentando convencerse a ella misma.

―Obviamente no lo estás ―en tan solo unos pasos, Charles estuvo lo suficientemente cerca para percibir el calor que emanaba su cuerpo―. Lamento que mi padre te haya puesto en esta situación tan complicada. No tenía idea...

―Lo sé ―dijo de golpe―. Está bien.

Él aguardó unos segundos en silencio.

―Le he dicho que no ―le dijo―. No le permitiré que te obligue a esto.

―No estaba obligándome.

―Tal vez no, pero ciertamente te ha puesto en un pequeño brete.

A Anna se le escapó una risita.

―Una lingüística muy del siglo diecinueve.

Charles permaneció inmóvil unos pocos segundos más antes de estirar sus grandes brazos alrededor de ella, cubriéndola en su pecho como si intentara protegerla de una catástrofe. Anna enterró la pequeña nariz en su cuello, inhalando el maravilloso aroma de su gel de baño. Apartó sus manos de su pecho y correspondió al abrazo.

―Comienzo a desear no haberme levantado de la cama ―lo escuchó decir. Su voz aterciopelada le hizo cosquillas en la piel―. Las cosas están complicándose y apenas han iniciado.

―No creo que marchen tan mal. El Parlamento llamó a tu padre para discutir su propuesta. Eso es un avance. Pequeño, pero avance.

―Es posible, pero no nos asegura una victoria.

―Charles, nada en la vida es asegurado. De ser así, sería una vida bastante aburrida sin retos ni aprendizaje.

―Pero, Anna, el reto que quiere plantearse mi padre excede sus propios límites y los míos. Puedo soportar las acusaciones públicas. De hecho, estoy bastante acostumbrado a ellas ¿pero arriesgarte a esa misma situación? Habría que estar totalmente desquiciado.

Anna sintió que se derretía por dentro.

―Preferiría no pararme frente al Parlamento, pero si tu padre lo considera buena idea...

―Le he pedido que la descarte. Eso no es siquiera una opción.

―Pero...

Echó la cabeza hacia atrás para intentar mirarla, por lo que ella le facilita la labor apartándose un poco.

―Sé de tu pasión por discutir mis decisiones, pero ésta es una que no puedes hacerme cambiar.

Anna optó por protestar en silencio, evitando cualquier contacto visual con él. Sin embargo, Charles se apartó de ella para tomarle el rostro entre sus grandes manos para facilitar el acceso a ese par de labios suaves y cálidos. Al primer contacto contra ellos, Charles tembló levemente, sea ya porque le respondió de inmediato o porque había esperado ese beso durante toda la noche.

Supuso que obtendría suficiente con ese tibio contacto, pero apenas sus manos tocaron sus firmes caderas, la cabeza comenzó a darle vueltas, enloqueciendo su deseo por contacto. Se acomodó en torno a su cuerpo para recibir el calor. Volvió a temblar cuando lo recibió. ¿Cómo un simple contacto como aquel podría enloquecerlo?

Un molesto carraspeo lo obligó a alejarse, creando una grieta enorme entre su cuerpo y el suyo. Cuando miró a Anna a los ojos, aquel par de ojos verde brillaban con ímpetu y fiereza. Ojos que guardaban peligrosamente una promesa de placer divino.

―Creí que a esta hora ya todos habrían desayunado.

Charles presionó con fuerza los dientes al reconocer aquella ronca y seca voz. Giró la cabeza hacia su primo, que vestía de traje a cuadros como era usual, un estilo muy de Escocia, su país de origen.

―Buenos días, Cameron ―respondió, empleando todo su autocontrol para ser lo más amable posible con é.

Desde luego, sabía perfectamente que su esfuerzo era totalmente inútil. Cameron conocía a la perfección el desagrado que sentía hacia él.

El pelirrojo observó con tenacidad el rastro del labial rojo de la bella mujer escondida tras la espalda de su primo, acomodándose el cabello con los delgados y pálidos dedos elegantes de una dama. La hermosura de la mujer era innegable, porque era puramente bella desde los pies hasta la cabeza, atractiva a primera vista y deliciosamente preciosa una vez que dedicas unos pocos segundos más a mirarla en detalle. Con un aspecto bastante pulcro y elegante, el vestido tan rojo como su propia sangre enmarcaba en primera plana el manjar de curvas perfectamente estampadas en su pequeño cuerpo. Como desearía poder desatarle cada trozo de tela que la cubría...

Charles sintió una punzada molesta en el pecho en cuanto descubrió la trayectoria de los libidinosos ojos oscuros de su primo.

Anna.

Se interpuso entre ella y su campo visual, obligándolo a mirarlo a él, solo a él.

―¿Qué te trae por Inglaterra? ―le preguntó. Frunció los labios un momento―. Creí que estabas de viaje.

Cameron imitó una sonrisa amable mientras metía las manos en el bolsillo.

―Supe que tío Edward tiene cáncer nuevamente ―respondió. Charles notó un ligero toque de diversión en su voz, como si aquella noticia le sentara de maravilla―. Paris era un placer, pero supuse que estando tan cerca podría pasar por el palacio para visitar a la familia.

Charles no se tragó una sola palabra. Podría creerlo de su tío, Egmont, pero no de él. Jamás.

―Mi padre se encuentra muy bien de salud ―le dijo.

―Por ahora ―levantó una de sus gruesas cejas―. Pero el rey debe descansar, ¿no es así? Si no podría empeorar.

Charles se cruzó de brazos.

―Supongo que estás aquí para ofrecer tus servicios.

Cameron soltó una carcajada.

―¿Mis servicios? Bueno, querido primo, supongo que puedes llamarlo como mejor te parezca. Lo cierto es que tío Edward no puede seguir dirigiendo Inglaterra. Solo quiero ofrecerle mi ayuda.

Escondida tras la amplia espalda de Charles, Anna miró a ese hombre a los ojos por unos segundos. Pero qué idiota, pensó. Aunque no había intercambiado una sola palabra con él, podía comprender por qué Charles no congeniaba con su primo. Desde su postura hasta sus gestos lo describían como un muchacho malcriado y narcisista, engreído y un completo patán.

―Debo darle toda la razón, Su Excelencia ―dijo ella, abandonando su escondite―. El rey necesita a alguien que lo sustituya.

Cameron le obsequió una sonrisa de autosuficiencia. Imitando ese gesto, Anna le dio dos palmaditas suaves al hombro de Charles.

―Aquí tenemos a nuestro hombre ―anunció con seguridad.

La sonrisa desapareció del rostro de Cameron. Después de unos segundos, abrió la boca y comenzó a reír.

―Charles no tiene la más mínima experiencia gobernando un país ―dijo él.

Anna dio un paso hacia adelante.

―¿La tiene usted?

Charles contuvo exitosamente las ganas de reír. Sin embargo, su primo no pudo controlar la singular expresión de disgusto en su rostro.

―Tengo el conocimiento que a él le falta ―atacó.

―Con conocimiento no se maneja a un país, Su Excelencia. Creo que no ha aprendido bien.

Furioso, da dos pasos violentos hacia ella con los ojos muy abiertos. Charles reaccionó a tiempo, tirando de ella por el brazo para ocultarla detrás de él. Frenó el brazo de su primo en el aire, enterrándole los dedos en el brazo.

―¡No te atrevas, Cameron! ―gritó, forzando su brazo a torcerse―. Le pones una mano encima y te parto el brazo, miserable.

Él lo soltó de inmediato. Cameron hizo una mueca de dolor mientras se frotaba el antebrazo.

―¿Quién es ella? ―preguntó despectivamente, como si estuviese refiriéndose a algo desagradable.

Qué desgraciado de lo peor, pensó Anna.

―Soy su... ―comenzó a decir ella, pero Charles la interrumpió.

―Es mi novia.

Anna lo miró por encima de su hombro. Oh, Dios. ¿Acababa de decirlo? No podía pensar en una respuesta. El escandaloso de su corazón no le permitía escuchar.

―¿Novia? ―Cameron soltó una falsa carcajada―. ¿Así llamas a tus amantes de turno?

Charles se precipitó hacia él, pero Anna consiguió agarrarlo con fuerza del brazo e impedirlo.

―Te lo juro por Dios, Cameron ―habló Charles―. Voy a destrozarte la boca si no te disculpas con ella.

―Olvídalo, Charles ―susurró Anna intentando calmarlo.

―Sí, Charles ―se burló Cameron―. Hazle caso a tu amante de turno número treintaidós.

Anna giró los ojos un par de veces, cabreada hasta la médula. Apartó a Charles de un manotazo y echando el brazo hacia atrás despegó la palma hasta aterrizar en la mejilla del pelirrojo. El golpe fue tan fuerte que él tambaleó un poco.

―Príncipe una mierda, estúpido ―chilló cabreada―. A mí no me faltas el respeto. No tienes los suficientes huevos para pisotear a una hembra como yo.

Se echó el cabello hacia atrás con la mano y se marchó del pasillo. Un par de segundos más tarde volvió al pasillo.

―¡Charles Queen! ―gritó―. ¡Ven en este instante!

Cameron se interpuso en el camino.

―Mi tío se enterará de esto ―lo amenazó.

―Como desees. Veamos qué opina sobre tu actitud violenta hacia una mujer.

A son de broma, le da un golpecito en el hombro y camina por el pasillo junto a la furiosa mujer.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro