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Capítulo treinta y siete | VO


Sí, es un capítulo, pero antes de leerlo, por favor préstenme unos segundos:

1. miren, sé que me he atrasado, pero es que estoy hasta la médula de trabajos. Tengo uno especial que me cuenta doble (es una propuesta de investigación como si fuera a realizar una tesis, así que ya tienen una idea de lo importante que es). Ya estoy taaan cerca de acabarlo. Después seguiré con el resto y soy libre. Además, he tenido exámenes y presentaciones (se acerca el fin de semestre, por eso). Por tal motivo les pido un poco de paciencia. Si no  actualizo no es porque no quiera o porque me he muerto (super exagerado, pero bueno). 

2. Creo que me será posible publicar el 38 en la noche (si lo termino), porque mi intención es un maratón. A ver si mi magullada mente lo soporta XD

3. Por motivos de lógica, he decidido cambiar la fecha (UPEA se desarrolla en el 2014, pero ahora lo hará en el 2015. Sigue siendo lo mismo, solo cambia el año)

Bueno, eso es todo. Ahora sí... ¡ya pueden leer!



―¿Qué hora es? ―le preguntó ella, golpeteándole el pecho desnudo con los dedos.

Charles estiró el brazo hasta alcanzar el teléfono que descansaba sobre la mesa de noche.

―Poco más de las siete ―se estiró en la cama sin movimientos bruscos―. No he visto día más largo que este.

Anna descansó la cabeza en el pecho de Charles, con una sonrisa boba estampada en el rostro. Le envolvió las piernas entre las suyas.

―No sé cuantos días han pasado.

―Lo sabrías si no anduvieras comportándote como demente.

―Asumo que aún no estoy perdonada.

―Pasará un largo tiempo antes de que lo estés.

―Mientras aún quieras dormir en la misma cama conmigo está bien.

Él presionó los labios sobre su pelo.

―No importa cuán enojado esté, yo siempre voy a querer dormir en la misma cama contigo.

Anna cerró los ojos para disfrutar del cadencioso ritmo de sus latidos.

―Han pasado tres días ―le escuchó la voz rugir en el pecho―. Así que hoy es 23 de septiembre ¿Recuerdas lo que sucederá en dos días?

Ella suelta una risita.

―Lo olvidé. El 25 es mi cumpleaños.

―El 25 cumples los veinticinco. Es una cosa muy curiosa.

―Apuesto que no soy la única que cumple los veinticinco un día 25.

―No, pero tú no eres cualquiera.

Anna levantó la cabeza para plantarle un beso en el pecho.

―¿Ya me compraste un regalo?

―No, pero tengo varias buenas opciones en mente.

―No quiero que me compres uno.

Charles alzó un poco la cabeza.

―¿Por qué no?

Ella suspiró profundamente, alzándose un poco para iniciar la discusión con el comprador compulsivo.

―¿Qué puedes darme que necesite? Tengo un techo seguro, tengo alimento y también salud, al menos salud estable. Mi familia está aquí, tú igual.

―No tiene que ser algo que necesites, sino algo que te guste.

―La verdad no quiero regalos. Me conformaría con una fiesta sencilla y privada. Pastel, comida, música. Mi familia, la tuya y nosotros dos. Quiero limitar las emociones fuertes. Los regalos que suelen darme mis hermanos ponen a sudar a cualquiera. El pastel podríamos prepararlo aquí. A Peete no le molestaría ayudarme con la comida. Apuesto que en algún rincón de este laberinto debe haber una radio. Además, dijiste que hay un salón, ¿no? Podemos ambientarlo para una pequeña fiesta.

La miró fijo y en silencio por un rato.

―Está bien ―accedió―. Si es lo que quieres, es lo que haremos.

Sonrió victoriosa.

―Definitivamente es lo que quiero.

Le movió la mano por la espalda desnuda.

―Vamos, es hora de salir de la cama. Tienes que comer algo. Con suerte, tu familia pensará que has estado dormida.

―Yo creo que mi familia tiene una teoría completa de lo que estábamos haciendo.

―Desearía que no.

Él fue el primero en abandonar la cama. Anna sintió el abandono, por lo que permaneció envuelta en las sábanas mientras lo veía moverse por la habitación. La misma estaba bastante oscura ya que la única luz en ella era provista por el resplandor de la luna.

―Si alguno me pregunta que estuve haciendo, yo les voy a responder que estuve por horas metida en las sábanas con mi prometido ―le expuso la dentadura―. Me enseñaron a no mentir, Su Excelencia.

―En tu conciencia quedará mi muerte, porque tu padre me arrancará la cabeza.

―Soy mayor de edad y nunca puse resistencia.

Charles se voltea para mirarla. La blanquecina refulgencia de la luna le rosaba el cuerpo desnudo. A pesar de la oscuridad, pudo encontrar sus grandes y brillantes ojos verdes.

Era tan absurdamente pequeña para su edad. La imaginó con el cabello atado en una coleta, con su sonrisa única, con su espíritu joven y los ojos briosos por la aventura. Después, la imaginó con aquel vestido blanco que mandó a hacer especialmente para aquel primer día de trabajo como su chofer ¿Qué había querido él? Vengarse, humillarla, solo por ser ella misma. Por decir lo que pensaba y defender su postura. Él solo quería ver a esa mujer desaparecer.

Ahora le aterraba perderla.

―Pudiste encontrar otro hombre ―murmuró él.

Anna se incorporó un poco en la cama para intentar hallar sus ojos.

―Eres guapa, Anna. Preciosa. Inteligente, dulce, valiente. Podrías encontrar un mejor hombre donde sea.

Una carcajada brotó de la garganta de ella. Sacó las piernas de la cama y se puso en pie. Charles contuvo el aliento cuando ambos cuerpos se tocaron. Frotó los pechos contra el pecho de él y Charles, borracho de emociones, le enredó los brazos alrededor de la pequeña cintura.

―¿Crees que podría existir alguien más? ―lo escrutó severamente, pero sonriéndole―. ¿Un hombre mejor que tú?

Charles espiró pesadamente.

―Eso no existe, Charles ―estiró el cuello para alcanzarle los labios―. Para mí, no existe mejor hombre que tú. Y eres completamente mío.

Enterró cariñosamente los dientes en su labio, chupándolo suavemente.

―Mío ―sonrió traviesa.

Charles la envolvió con un poco más de fuerza, y el beso obtuvo un nuevo fuego.

El mismo no duró cuanto a ella hubiese deseado. Él se obligó a separarse y aferrarse con ambas manos a su raciocinio.

―Tienes que comer algo, Anna ―masculló con pena―. Ya habrá tiempo para mimos y cariños.



―Dios, que hambre ―masculló Anna, devorándose el último trozo en su plato de carne asada―. Nunca antes me había sentido tan famélica.

Charles continuó tomando en silencio el resto del té, observando con prudencia al resto de la familia Mawson con los ojos fijos en Anna. Una batalla se preparaba en aquellos pares de ojos, batalla en la que tenía prohibido participar.

Valerie extendió una de sus cálidas manos hasta la de él.

―Charles, cariño, ¿podrías dejarnos a solas con Anna un momento?

Anna dejó de comer al instante. Miró a Charles con los ojos cargados de súplicas, pero él simplemente asintió. Se puso en pie y marchó fuera del comedor.

En silencio, Anna dejó escapar una maldición, molesta por haberla dejado expuesta ante el montón de fiera que era su familia.

Ni siquiera se atrevió a mirarlos a los ojos. Solo esperó allí, sentada, a que el primero se animara a soltar sus gritos y maldiciones. Pero los minutos pasaban y lo único que escuchaba era el absoluto y aterrador silencio. Se removió incómoda en su asiento mientras miraba fijamente al agua dentro de la copa de cristal que descansaba junto a su mano derecha.

Ella sabía que aquel terrible silencio era peor que sus gritos.

―De acuerdo, lo entiendo ―gruñó―. Hice una tontería y ahora están molestos.

Un sonido gutural se escapó de la garganta de Valerie.

―¿A eso llamas tontería? Dejar la puerta abierta en invierno, dejando pasar el frío, ¡eso es una tontería! ―se levantó de la silla dando golpes contra la mesa―. ¡Irte de la forma en la que tú lo hiciste, jovencita, es una irresponsabilidad muy estúpida de tu parte!

John la señaló con el índice.

―Estás en serios problemas con la familia, muchachita.

―Solo piensa un poco, Anna. Si no hubieses dejado la computadora encendida, habríamos tardado más tiempo en encontrarte ¿Y si ese hijo de perra llegaba antes a ti?

Valerie apretó la mandíbula para intentar calmarse.

―Charles nos pidió que nos quedáramos aquí mientras él iba por ti. Creí que era buena idea. Oh, Dios mío, él estaba tan enojado que pensé, realmente pensé, que te haría entrar en razón aunque fuera a la fuerza. Pero es hombre, maldita sea. Dos besos y se le olvidó el enojo. A mí no, niñita ¡Yo soy tu madre y tu madre se cabrea muy, muy en serio!

―Lo sé, mamá, pero...

―¡Nada! ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? ¿Es que no has entendido que tienes a un maldito loco intentando hacerte daño?

Anna despegó los labios y lo dejó salir.

―¡CLARO QUE LO SÉ! ―su voz explotó, devolviendo a su madre al asiento, temblorosa―. Mamá, tengo pesadillas todas las noches. Veo a ese maldito auto moverse a voluntad propia, siguiéndome. Me está cazando. Un auto, mamá ¿A caso no suena estúpido? Los autos eran mi vida y ahora simbolizan mi más grande temor.

Se lleva las manos temblorosas hasta la boca para controlar las nauseas. Respira profundamente por la nariz y deja caer la espalda hacia atrás ¿Cuánto tiempo más iba a tener que sentirse enferma? Solo pensar en autos la volvía loca, y no como solía hacerlo antes. La volvía realmente loca. Siquiera recordar el sonido del motor al encenderse le ponía los pelos de punta.

―Tienen todo el derecho de estar molestos, pero, por favor, compréndanme. Yo los escuché, mamá. Estaban hablando en esta misma mesa y querían esconderme cosas. Me sentí tan...tan confundida, tan llena de preguntas, y creí que no me dirían nada. Sonaban tan seguros de que todo había sido planeado para llevar a cabo un secuestro y yo estoy plenamente convencida de que no fue así. Que esté enferma no les da derecho a esconderme información.

Valerie abrió y cerró la boca varias veces, pero no fue capaz de emitir palabras. Miró a cada miembro de su familia antes de devolverle la mirada a Anna.

―Actúan igual que Charles ―continuó―. Piensan que no podré con esto. Dios mío, ¿a caso no me conocen? Fui a prisión por un año, pagando un crimen que yo no cometí. Fui inmensamente discriminada cuando comencé a buscar trabajo al salir. Hace poco falleció mi mentor, mi querido abuelo ¿Ahora? Ahora estoy siendo irracionalmente perseguida por un demente, mi ex novio regresó y parece estar más loco que nunca. Tienen que tenerme un poco más de fe y definitivamente tenerme un poco más de confianza. Si debo llorar, lloraré. Si debo gritar, carajo, lo haré, pero no me voy a quedar en una esquina, con las rodillas pegadas a mi pecho temiéndole a mi propia sombra. No mientras pueda hacer algo.

Anna echó la silla hacia atrás.

―Lo digo en serio: tienen derecho a estar tan molestos como lo deseen, pero me están ocultando información a propósito. Diría que yo también podría estar enojada. Me parece que siendo la afectada de primer mano debería ser quien mejor informada esté. Ahora, si me disculpan ―se levantó de la silla e hizo una reverencia con la cabeza―. Necesito hablar con el jefe de seguridad de mi futuro marido.



Gray parecía tan absorto en los papeles que Charles llegó a considerar apropiado para hacerle notar su presencia.

―¿Crees que puedas recordar cómo es que una persona mueve la boca para hablar? ―bromeó.

―Eres un imbécil ―murmuró, con los ojos fijos en los papales.

―Tú sí que te tomas el trabajo personal.

―Bueno, no pensé que estuvieras en tantos líos ¿O debería decir que la de los líos es tu chica?

―Técnicamente ambos.

―Cierto.

Después de lo que le pareció una eternidad, Gray dejó caer la espalda hacia atrás y se frotó los ojos cansados con demasiada fuerza. Hizo una mueca cuando se le humedecieron los ojos.

―¿Cuando crees que podamos hablar con ella? ―le preguntó.

―No lo sé. En estos momentos se encuentra hablando con su familia.

Gray le sonríe.

―Los Terribles Mawson. Vaya familia.

―Es una familia única.

―Bueno, en fin. Es bueno que estemos a solas unos momentos. Quiero hablar contigo sobre algo. Verás, Charles. Estuve revisando toda la documentación que Christopher tenía archivada sobre este peculiar caso. La verdad es que el hombre ha cometido muchos errores. No lo culpo ¿Sabías lo de su esposa?

Charles frunció un poco el ceño.

―No.

―Tiene un embarazo muy peligroso. Necesita estar en un reposo completo. Cualquier cambio puede provocarle un aborto. El hombre no está concentrado ¿Cuándo fue la última vez que le diste vacaciones?

―Debes preguntarle a mi padre.

―Maldito desgraciado. Vas a ser el rey. Empápate de todo.

Charles pone los ojos en blanco.

―Mi punto es el siguiente: mándalo de vacaciones. Que tenga tiempo para cuidar de su esposa. Nos organizaremos en un par de días y nos haremos cargo nosotros.

―Se lo diré a mi padre.

―O puedes hacerlo tú ―agitó las manos frente a su rostro―. Eres el regente, ¿recuerdas?

―Bien, bien. Lo haré.

―Excelente, porque quiero que hablemos de las cosas que noté. Deberíamos empezar por el día del accidente.

―Te escucho.

―Tu chica dijo en su testimonio muchas cosas, pero aquello de la hojalatería con un compuesto de carbono y la teoría de un corredor es lo que más llamó mi atención, sobre todo si consideramos a donde fue a parar la damita el día de hoy. En medio del pánico fue bastante observadora. O es eso o conoce de autos.

―Apuesto por ambos.

―Muy bien. Entonces. Hablemos sobre el incidente en el hospital. Este mismo hombre que la persiguió con el auto burló la seguridad, se introdujo a su habitación e hizo una niñería de novato.

Charles lo miró fijamente, como si fuese a encontrar algún rastro de burla en su rostro. Nada.

―¿A qué te refieres?

―El grandísimo bastardo entra a la habitación. La cámara muestra una jeringuilla en su mano, la cual saca de uno de los bolsillos de su blusa médica. Asumamos que es algún tipo de veneno ¿Entonces qué? ¿Terminarás lo que empezaste en la carretera? Bien, tiene sentido. La quieres muerta. Ese es el momento donde la enfermera aparece. Cruza unas pocas palabras con ella, saca su arma y le dispara. Casi parece gritar "Muere, perra. Muere". Pero, espera ¿No querías matar a la chica rubia en la cama? Le dices descansa en paz, pero asesinas a otra persona. Se marcha de la habitación ¿Y qué demonios hiciste? No le disparas, no le inyectas lo que trajiste ¿Entonces qué querías?

Charles analiza sus palabras cuidadosamente.

―Crees que buscaba algo más.

―Yo creo que la quería muy muerta, pero en sus términos. Matarla en el hospital no parece resultarle agradable. Aunque su rostro no es muy visible, tiene todas las señales de estar muy disgustado por la intromisión de la enfermera. Mira, lo que quiero decir es que no tiene sentido tener un arma si vas a inyectarle algún veneno. Bien, lo comprendo. Quizá el arma es por seguridad, ¿pero no es más sencillo dispararle en la cabeza?

A Charles se le seca la boca y una corriente helada le recorre la columna.

―Pienso mucho en esa maldita jeringuilla. Pensemos que quería asesinarla allí. Esa porquería no hace ruido. Le inyectas el líquido, la ves morir para asegurarte y te vas. Pero, maldita sea, ¿por qué dispararle a la enfermera? ¿Y por qué no solo diste dos malditos pasos para inyectarle el veneno en el pecho, directo al corazón? ¿O en el brazo? ¿Cuál es el afán de llevártelo sin utilizarlo?

Charles se remueve un poco inquieto.

―He trabajado lo suficiente en la policía para saber que este bastardo inútil fue contratado por alguien. Hizo un mal trabajo, sí, pero lo intentó. Afortunadamente falló.

Gracias a Dios, murmuró Charles en su mente.

―Es muy probable que no sea solo un hombre. Debe tener un jefe. La pregunta sería quién y por qué.

Gray rebusca entre los papeles hasta dar con su objetivo.

―Los informes constantemente especifican que este caso se investigó como un posible atentado en contra tuya. Creo que es la opción más lógica si no profundizas en los hechos, pero yo descartaría esa teoría. Lo haría, pero no puedo hacerlo, ya que eres el príncipe. Una teoría así no puede desecharse.

―Entonces piensas que es algo contra Anna.

―No es una teoría que suene desconocida para ti, no es así ―levantó la vista del papel―. Christopher la planteó. Lo tiene escrito aquí. Dice que la desechaste.

―No es que la rechazara, solo me parecía carente de lógica. Mencionó a un posible sospechoso, un hombre italiano.

―Garret Astori.

―Ese hombre. Me parece poco probable que quiera vengarse después de tantos años.

―Yo no lo descartaría. De hecho, he preparado una lista de posibles sospechosos basada en el pasado de tu chica. Debo decir que la lista es más larga que la lista de mujeres con las que te has acostado.

Charles escuchó un jadeo a su espalda. Giró un poco la cabeza y descubrió a Anna con sus pequeñas manos aferradas a la puerta. Maldijo en silencio.

―Lo siento, debí tocar ―musitó―. Estaba bu-buscándote, Charles.

Charles devolvió la vista a Gray para reprenderlo en silencio.

―Ven, cariño. Siéntate ―la llamó.

Anna obedeció al instante, acomodándose en el asiento continuo al suyo.

―¿Interrumpí algo? Aparte de su charla masculina de la que ni quiero ser partícipe.

Charles miró hacia Gray con un mal semblante.

―Estábamos revisando los hechos posteriores al accidente.

―¿Ya hablaste con Yosef y su hermano?

―Te dije que sí.

Él soltó un gruñido cuando Anna le dio un codazo en las costillas.

―¿Y bien?

―Aún no hemos analizado esa información.

―Entonces hagámoslo ahora.

Gray le sostuvo la mirada durante un buen rato y ella, como era de esperarse, también.

―De acuerdo, señorita. A pedido suyo analizaremos la información.

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