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Capítulo treinta y seis | VO

Cualquier rastro de dulzura y cariño se había esfumado completamente de su rostro. En su lugar, existían los gestos áridos y agresivos de un hombre que está desquiciado por el coraje. Anna se remojó los labios lastimados por el frío mientras pensaba en alguna manera en que pudiera calmar su furia.

No encontró ninguna. Así que, cogiéndose las manos a la espalda, se le acercó un par de pasos.

―Déjame explicarte ―musitó nerviosa.

Charles levantó ambas manos.

―Si te acercas un paso más me volveré aún más loco.

Anna tuerce la boca al mismo tiempo que detiene su avance. Sus ojos azules están encendidos con algún pensamiento irascible.

―Charles, antes de que sigas alterándote, por favor, deja que yo...

―¡No! ―grita, y todo a su alrededor parece haberse sacudido ante la espeluznante reprimenda―. No quieras explicarme las cosas, Anna. Todo está muy claro. Pero es que, por Santo Dios, ¿te volviste loca?

A ella se le convierten los labios en una delgada línea mientras intenta torpemente no echarse a llorar.

―No gritemos frente a todos, ¿por favor? ―se giró hacia Yosef―. ¿Puedes prestarnos tu oficina un momento?

Anna descubrió la desconfianza en sus ojos oscuros, como si se sospechara que Charles pudiera ser capaz de golpearla.

―Está bien ―respondió.

Ella le indicó por dónde ir. A medida que avanzaba, una sensación de angustia se le instaló en la boca del estomago. Dios, ¿cómo no había pensado en que esto podría suceder? Desde luego que él vendría por ella ¿Pero como descubrió donde se encontraba tan pronto?

Soltó una maldición en silencio. Debió dejar el computador encendido con la página web de la estación del tren abierta.

Torpe, torpe, torpe.

Anna cerró la puerta de la oficina en cuanto ambos se encontraron en el interior. Aferró la mano a la cerradura, buscando una excusa para no mirarle. Decir que estaba furioso era restarle peligro al fuego.

¿Qué podría decirle para hacerlo más fácil? ¿Qué palabras aliviarían su ira? ¿Cómo podía borrar el fuego de sus ojos? Los mismos ojos que horas atrás la miraban con amor.

―Encontrarte no fue difícil ―lo escuchó decirle―. Dejaste las migajas de pan en el computador. Solo tuvimos que localizar al taxista y este nos daría la dirección. Fue casi como pisarte los talones. Partimos apenas supimos a donde habías ido.

Silencio. Eso fue todo lo que escuchó cerca de dos minutos.

―Tuve una hora entera de viaje en tren para pensar en qué te diría cuando te encontrara. Si es que lo hacía.

A Anna se le encogió el corazón por la culpa. Le cruzó por la mente que la perdería, que no volvería a verla.

―Una incalculable cantidad de ideas surcan tu mente en una hora. Ideas que nunca antes habías concebido ―lo escuchó moverse por la habitación.

Entonces lo sintió. Lo sintió a pocos pasos de sí. Sintió la ola de calor que emanaba su cuerpo. Anna se sintió mareada, con la piel sensible. Comenzó a arder por dentro. Cerró los ojos y saboreó la ya tan familiar sensación. Dios mío, solo se le ha acercado. No le ha puesto una mano encima siquiera, pero su cuerpo ha comenzado a reaccionar de manera automática.

―Lo primero que pensé es que habías venido para verlo ―habló.

Su aliento cálido rebotó sobre su cuello, agitándole el cabello.

―Los motivos que pensé tendrías me hacían sentir furioso ―el sonido de su voz es suave, desde el fondo de su garganta, como un gemido―. Un océano completo de posibilidades. Pensarlos me quemaba la garganta, porque, a pesar de todo, él fue un hombre que amaste. Le dijiste las mismas palabras que ahora me dices a mí. Él fue el primero en distintos aspectos de tu vida. Entonces lo comprendí. Fue tan claro como el agua. Fue una revelación.

Anna contuvo el aliento cuando él le envolvió el vientre con ambas manos. Sus cuerpos chocaron.

―Me enfermaban los celos ―deslizó los labios por su cuello, lentamente―. Me enfermaba la posibilidad de que te encontraras a solas con él. Solo podía pensar en una cosa.

Anna arqueó la espalda cuando él le mordió la piel.

―Si llegaba a ponerte una mano encima, yo lo mataría.

Así como surgió el acercamiento, la separación jugó su mejor papel, apartándose violentamente.

―Y me enfurece que seas tan impulsiva.

Anna sintió sus palabras como una bofetada. Se armó de valor para voltearse y verlo directamente a los ojos. La está mirando fijamente, cuestionándola, regañándola. Supo que así sería el resto de su conversación: tensa, agitada, incluso huraña. No sería de otra manera hasta que su furia se evaporara por completo.

―Pensé, mientras estaba en el tren, todas y cada una de las palabras que quería decirte, pero ahora solo se me ocurre cuestionarte que demonios está pasando en tu cabeza ¿Es esto una crisis nerviosa o quieres hacer que te asesinen?

―No me dejas que te explique ―se defendió.

―¡Es lo único que quieres! ¡Explicarme! ―se agitó el cabello con ambas manos―. Quieres justificar tu falta de juicio y no me interesa escuchar por qué lo hiciste. Dios, Anna ―golpeó el aire con los puños―. Esto fue irresponsable incluso para ti. Puedo soportar tu completa falta de respeto hacia mí, que no puedas quedarte callada cuando estás enojada. Por el amor a Dios, Anna, puedo soportar tantas cosas. Que me despiertes en la madrugada para hablar porque no puedes dormir o que odies el cómo preparo el café ¿Pero esto?

Anna apartó la mirada, mirándose los pies.

―¿Dime como es que se supone que voy a soportar esto? No solo fue irresponsable irte. Lo fue aún más haberlo hecho sola.

―Supuse que si llegabas a saber a dónde iba no me dejarías.

―¿Qué no lo haría? ―lo vio tirarse del cabello―. ¿Qué no te dejaría? Anna, ¡maldita sea! No eres una prisionera. Tampoco eres un objeto de mi propiedad. Si venir aquí te iba a dar paz, yo mismo habría pedido que lo hicieras ¿Dónde diablos está la maldita confianza?

―¡Ya no maldigas! ―chilló.

Se cubrió el rostro con ambas manos en un intento inútil por controlar las lágrimas.

―Por favor, Charles ―deslizó las manos hasta sus oídos―. No maldigas, te lo ruego.

Sus labios se volvieron en una delgada línea, producto de su intento por mantener dentro de su boca palabras que podrían tensar el ambiente aún más.

―Él maldecía cuando se enojaba ―masculló con la voz temblorosa―. Cuando lo haces te pareces a él y no eres como él. Yo lo sé. Eres mejor.

―No, claro que soy como él. Si enfurecerse hasta maldecir porque la persona a la que amas se expone por nada es ser como él, entonces por supuesto que lo soy ―se le acercó con tanta violencia que ella retrocedió la misma cantidad de pasos―. Pero ten una cosa en mente: yo jamás te haría daño. Yo. Te. Amo.

La tomó por los codos, apartándole las manos de los oídos, para obligarla de alguna manera a mirarlo directamente a los ojos.

―¿Qué diablos te pasa? Mírame. Nunca me apartes la mirada como si me temieras.

Charles contempló sus grandes ojos verdes por un largo rato.

―Solo Dios sabe cuán furioso estoy contigo, pero, con un demonio, mujer, nunca estaría lo suficientemente enojado para ponerte una mano encima. Anna.

Respiró profundamente para calmarse.

―Eres impulsiva, determinadamente irracional a veces e independiente. Aún así, con muchas otras mierdas que me sacan de quicio, tienes el valor para plantarte frente a mí y cantarme todos mis defectos. Tienes que entender que no eres una mujer soltera. Ya no. Desde el instante en que hicimos el amor por primera vez, te volviste mi responsabilidad. Debo velar por ti. Quiero velar por ti ¿Por qué lo haces todo tan difícil?

―Él me retó ―escupió de golpe―. Me retó contigo. Me puso a prueba. Pudo haberse acercado a mí primero. Esperar que fuera al baño o no sé a dónde, pero se acercó a ti. No sé como lo supo, pero sabía que te levantarías. Te miró a los ojos y esa mirada me traspasó el alma. Creí que te lastimaría. El cuanto lo amé no se acerca al cuanto lo odio por haberse atrevido a mirarte, por hablarte.

Le sostuvo la mirada. Los labios le temblaban. Se sentía tan cansada, tanto física como emocionalmente, y discutir con él solo empeoraba su ánimo. Los últimos días habían sido tan perfectos que había olvidado lo que se sentía no pelear con él.

Ni siquiera lo vio tan enfadado cuando le gritó en plena calle aquel día que se conocieron.

―¿Por qué no solo me lo dices? ―le soltó los brazos―. Así, de esta misma forma, en lugar de escapar de casa como si no me tuvieras confianza.

Anna hizo una mueca de dolor.

―Yo confío en ti ―susurró.

―¿Entonces por qué te fuiste? ¿Por qué me causaste esta pena?

Ella contuvo el aliento cuando le tomó la cabeza con ambas manos.

―No creas que no sé cuán difícil es para ti también, porque lo sé. Por lo mismo deja de actuar como si tuvieras que enfrentar esto sola. Imagina lo que habría pasado si ese hombre te hubiese encontrado o que yo no diera contigo antes de evitar una tragedia.

Anna apartó la mirada, avergonzada.

―No estaba pensando en eso. Ni siquiera estaba pensando en Carter.

La confusión se instala en los ojos de Charles.

―¿Entonces a qué has venido?

Se apresuró a contarle acerca del auto que Carter le había mostrado y el cómo fue armando la teoría que la llevó hasta The Blazing Zone.

―Lo siento, temo que no te sigo ―se agitó el cabello―. Volvamos al principio. ¿Hacia qué puerta dijiste que te llevó?

―La puerta plateada a la derecha.

―Dijiste habitación.

―Así fue.

Anna le descubrió una sombra de preocupación en los ojos. Un sinnúmero de emociones gritaban en ellos y ella supo en ese instante que algo andaba mal.

―¿Qué es lo que estás ocultándome? ―le cuestionó.

Él desvió la mirada, lo que, para ella, resultó en una confirmación.

―Antes de salir te escuché decir que era mejor que por ahora no me enterara de algo, por lo que obviamente estás reteniendo información ¿Qué no me has dicho?

Charles mantuvo la mirada lejos de ella. Parecía nervioso y muy inquieto, como si algo realmente le preocupara.

―Regresemos a Wesminster ―sentenció―. Cuando estemos en casa te contaré todo.

Marchó fuera de la oficina sin darle tiempo a responder. Puso los ojos en blanco y contuvo su nombre preso en la boca.

―Después dice que soy yo quien le oculta cosas.

Afuera, Charles le ordenó a un par de hombres que aseguraran el área antes de marcharse. Anna permaneció quietecita y en silencio junto a Yosef y su hermano, ignorando sin éxito el pequeño público que comenzaba a conglomerarse alrededor.

―Tienes dos posibilidades ―escuchó hablar a Yosef―. O te reconocen por ser la novia del príncipe o por ser Quick-fire.

―No me gustan esas opciones.

Deseó que su abrigo tuviera una capucha.

―Le puso empeño a localizarte. Considerando que no tardó ni dos horas en hacerlo.

―Él te respondería diciendo que tiene recursos. Créeme, los tiene. Conozco casi todos sus recursos.

―Por supuesto que los tiene ―gruñó Danila―. Es el príncipe. Solo mira la histeria colectiva que está causando. Esto es malo para el negocio.

Yosef lo reprendió con la mirada.

―¿Qué pretendías que hicieran? ¿Qué le negaran la entrada?

Anna le echó una rápida mirada.

―Parece que todo esto es molesto para ti. Hablas del príncipe como si fuera la peste negra o la cólera.

―Deberías saber que aquí, en Blazing Zone, los no-corredores son la peste negra para el negocio.

Anna inspiró fuertemente por la nariz.

―Lamento espantarte los clientes, amigo, pero un sicópata intentó asesinarme con el auto que tú modificaste.

Lo sintió acercarse: sintió ese ya tan conocido calor que emanaba su cuerpo, acompañado por su incomparable aroma.

―¿Qué has dicho, Anna? ―gruñó esas palabras con la misma intensidad de un rayo.

En silencio, ella le respondió con una maldición.

―Quería decírtelo cuando estuviéramos...

El golpe aterrizó en el rostro de Danila sin poderse percatar a tiempo de lo que estaba sucediendo. Lo presenció inmóvil como una estatua: Charles asestándole golpes a Danila hasta lanzarlo al suelo, Yosef intentando apartarlo, los guardias acercándose, la multitud rodeándolos, tomando fotografías, gritando ofensas.

Los guardias lograron separarlo mientras Yosef mantenía lejos a su hermano. Se le acercó a él y tiró de su brazo. Sujetado por dos guardias, se le plantó de frente y le sostuvo el rostro con ambas manos.

―Por favor, Charles, deja que te explique.

A Anna le costaba creer que estaba hablando con el mismo Charles. Le descubrió un brillo perverso en los ojos, la oscura sombra del peligro instalada victoriosamente en ellos.

Le asustó pensar en lo que sería capaz si los guardias lo soltaban.

―Cálmate un poco ―le suplicó.

Cerró los ojos cuando el vértigo volvió a hacer su aparición. Retiró las manos de su rostro para llevarlas hasta el estómago.

Le temblaron las rodillas, y fue todo lo que necesitó para perder el equilibrio.

Entre sombras lo observó hincar una de sus rodillas en el suelo. Intentó parpadear para mejorar su campo de visión, pero fue inútil. La oscuridad se fue llevando poco a poco su bello rostro hasta desaparecer por completo.

Los ojos pesados y cansados se abrieron cuando escuchó el inicio de una voz. Parpadeó repetidamente para acostumbrarse a la poca luz. Detectó un sutil olor a alcohol y a limpio.

―¿Señora?

Anna dio un salto cuando escuchó la voz de una mujer. Volteó hacia la enfermera que sostenía una bandeja de plata. Le pareció que en ella llevaba un vaso de cristal con agua.

Le obsequió una mirada ceñuda.

―¿Quién es usted?

―Soy su enfermera. Le he traído el medicamento.

―¿Mi enfer...?

Paseó los ojos por la habitación, descubriendo que se hallaba en la suya ¿Cuándo había vuelto? ¿Qué sucedió?

―¿Qué me pasó? ―se pasó la lengua por los labios secos―. ¿Y ahora cómo diablos llegué a mi habitación?

El nombre de Charles cruzó su mente en un solo instante. Recordó los golpes que le propinó a Danila y como ella, de repente, comenzó a sentirse débil. Enferma.

Se apartó las sábanas de encima y sacó los pies de la cama.

―¿Dónde está Charles? ―soltó una protesta cuando se descubrió el mismo pijama que había tenido puesto la última vez que despertó―. ¡Pero qué obsesión tiene con este pijama!

Vio a la enfermera dejar la bandeja sobre la cama para alcanzarla y ayudarla a ponerse de pie, pero ella declinó el gesto.

―Puedo sola, gracias ¿Me puede decir dónde está Charles?

―Señora, debe tomarse el medicamento. Por favor. Es importante.

―Lo haré cuando hable con él ¿Puedes decirme dónde está?

Anna no había notado lo joven que era hasta que alzó la mirada. Bastante pequeña, el pelo rojizo atado en un apretado moño y el delgado cuerpo empacado por el uniforme azul de enfermera.

―Señora, tengo que insistir. Necesita tomarse el medicamento.

A Anna le pareció que tanta insistencia era demasiada. Solo se había desmayado. Pero esa mujer sonaba como si el echo de no tomarse el medicamento empeoraría su condición de salud.

―No tomaré nada ―gruñó, apartándose de ella, caminando fuera de la habitación―. Yo misma lo buscaré, muchas gracias.

Bajó hasta hallarse en la antesala. Cruzó los brazos en el pecho cuando la golpeó el aire frío. Observó la ventana de cristal abierta completamente. El pánico se le instaló en el pecho. Giró los ojos a cada esquina de la habitación, esperando encontrarse con alguien, pero allí solo estaba ella.

Se acercó unos pocos pasos sin hacer ruido. Alzó el cuello para mirar hacia el exterior.

Vio su silueta, la imponente sombra de su presencia. A Anna se le relajó el corazón al instante.

―Charles ―lo llamó.

Él no se movió. Anna arrastró los pies unos pocos pasos más.

Charles estiró el cuello en repetidas ocasiones para intentar aliviar la tensión acumulada. Alzó la vista hacia la boca oscura de la noche. No podía recordar cuando habia sido la última vez que se permitió dormir después de todo lo sucedido en la gala. Las horas le parecían tan relativas ahora, casi inútiles. No existía alguna forma de callar su mente y permitirse descansar. Solo podía pensar, minuto tras minuto, hora tras hora.

―Oye.

Saltó cuando escuchó su voz. Al girarse, la tenue luz que emitía la luna le acariciaba coquetamente la piel. Lo único que llevaba era el pijama.

―Anna ―gruñó, y aquello parecía un regaño―. ¿Qué haces fuera? Te resfriarás.

La tomó de los brazos y la condujo de vuelta al calor del interior. Se aseguró de cerrar muy bien la ventana.

―Hay una mujer en mi habitación que dice ser mi enfermera. Quiere que tome Dios sabrá que cosa.

Los ojos de Charles se vuelven pequeños.

―¿Tomaste el medicamento?

―No necesito lo que sea que me estuviese ofreciendo.

Frustrado, se pinchó el puente de la nariz con el índice y el pulgar.

―La enfermera no es un adorno y lo que estaba ofreciéndote que lo necesitas.

―Que no. Yo estoy bien.

Él se llevó ambas manos a la cintura.

―Yo no diría bien, sino irresponsable.

Anna pone los ojos en blanco.

―Sigues enojado, ¿cierto?

Él no necesitó responderle para saber que era así. El rastro de la decepción aún se encontraba en sus ojos.

―Sube y tómate el medicamento.

―¿Podrías dejar de gruñirme y hablar un segundo?

―No. Ve primero por el medicamento.

Anna se tira del cabello.

―¿POR QUÉ? ―chilló―. No me siento enferma.

―¡Pero lo estás!

Su voz retumbó por cada rincón. No había gritado hasta entonces, sólo había sido desesperadamente insistente.

―Estás enferma, Anna ―suavizó su tono de voz―. Es muy frustrante, porque antes de todo esto eras una mujer muy sana.

Anna parpadeó, la confusión dibujada en cada centímetro de su rostro. Presionó los brazos contra su pecho un poco más.

―No te entiendo, Charles.

―Te has sentido mareada, ¿no es así? El vértigo, las náuseas, la vista borrosa antes de un desmayo. Debes sentirte cansada y débil. Vamos, dime que no es así.

Permaneció en silencio. Había experimentado todos esos síntomas, pero una parte de sí asumió que se debía a todo lo sucedido en la gala. Tal vez el agotamiento, el miedo, la angustia.

―Después de que te desmayaras en la gala, fuiste llevada en una ambulancia hasta el hospital ―él apartó la mirada, como si contarle aquello le resultara doloroso―. No había nada de lo que preocuparse. Estuviste en un estado de shock por varios minutos, comenzaste a vomitar y luego fuiste enviada al hospital. Todo parecía normal. Luego se complicó ―bajó un poco el tono de voz, casi murmurando―. Te costaba respirar. A pesar de estar inconsciente, comenzaste toser y a moverte en la camilla. Llegaste conectada a un tanque de oxigeno al hospital. Te hicieron una serie de exámenes. Luego te subieron a una habitación mientras esperábamos los resultados. Todavía estabas conectada al tanque. Se tardaron un par de horas en leernos los resultados.

Anna le contempló los ojos un buen rato, en silencio, esperando pacientemente a que él terminara de contarle. Casi parecía la lectura de una historia corta donde ella no tenía relación alguna ¿Por qué no recordaba nada de eso? Solo haber despertado en su habitación, pero nada más allá. Ningún recuerdo del hospital.

―Gibert dijo que tenías la presión arterial muy baja, que seguramente se debía a la acumulación de estrés. O era eso o estabas sufriendo de un estrés agudo. También revisó tu oído. El sonido no perforó el tímpano, pero si te creó una fuerte infección. Me pidió que te dejáramos durante la noche para mantenerte en observación. Estuviste todo un día hospitalizada, sin despertar. Cuando tocaba tu mano estabas fría. Me espanté, pero luego recordé que estábamos en un hospital y que era normal. Aun así, hacía que una enfermera te revisara para asegurarme de que estuvieras bien. Tenías el pulso un poco débil. Le pregunté si era normal que llevaras tanto tiempo dormida. Dijo que te mantenían sedada para evitar que te alteraras y que la presión se descontrolara aún más.

Él se remojó los labios secos.

―Pasaste bien la noche. Te retiraron el tanque y dejaron de inyectarte el sedante. Gibert confirmó que estabas teniendo un problema con la presión. Dijo que el estrés estaba enfermándote. Te recetó un medicamento para tres días. Después solo debes tomarlo cuando la tengas baja. También debes tomar un antibiótico para la infección del oído. Es muy fuerte, así que debes tomártelo cuando hayas comido.

Anna cerró un poco los ojos.

―Jamás he tenido problemas con la presión. Nadie en mi familia, de hecho.

―No es hereditario, al menos no en este caso ¿No me estás entendiendo? Has estado acumulando tanto estrés desde el accidente que tu cuerpo simplemente colapsó.

Ella lo vio cerrar ambas manos en puños.

―Te traje a casa antes de que despertaras para que estuvieras tranquila. Intenté fingir que nada estaba pasando ¿Y qué es lo que consigo? Que te escapes en mis narices para visitar a unos viejos amigos.

Charles comenzó a acercarse. Su cuerpo sintió la cercanía, sintió el calor, y ella casi se sintió desfallecer. Toda ella reaccionaba de forma tan automática cuando él se le acercaba que la abrumaba.

―Estoy tan furioso contigo, Anna ―musitó cada palabra como una amenaza―. Creo que no he estado tan enojado en mi vida. Solo puedo pensar que no he querido tanto a alguien para sentirme furioso con esa persona. Por algún azar del destino, Anna, Dios ha querido que me vuelva loco por ti. No sé si en este momento sea una bendición o una maldición.

Sin percatarse, se descubrió a si misma retrocediendo la exacta cantidad de pasos que él avanzaba. Pronto su espalda alcanzó el pasamano de las escaleras. No tenía hacia dónde ir. Solo se quedó allí, de pie, completamente disponible para él.

―Realmente no encuentro una palabra que explique cuan enojado me siento, ¡y vaya que lo he pensado! Lo hice durante la hora de viaje en tren. Lo hice mientras te vi salir de esa oficina con los dos hombres. Lo hice mientras imaginaba que en algún lugar de esa calle estaba tu ex novio.

―Jamás se me habría ocurrido ir a buscarlo ―le dijo, pero su voz no fue muy clara, así que dudó que la haya entendido―. Él no forma parte de mi vida. Lo hizo hace mucho tiempo, pero ya no. Lo sabes.

―Lo sé, Anna. Lo sé muy bien. Conozco el corazón de la mujer con la que comparto la cama.

Ella se mordió los labios para no echarse a llorar.

―Es solo que me duele, ¿sabes? Que toda esta porquería te esté enfermando. Cada vez que algo sucede, una parte de esa Anna que conocí desaparece y es algo que me da mucho miedo. No quiero que esa Anna desaparezca. No quiero que todo esto siga lastimándote.

A ella se le congeló el corazón.

―No quiero que pienses que solo estoy enojado.

A pesar de la poca luz, Anna le descubrió el destello de las lágrimas en sus ojos. Un grueso nudo se le formó en la garganta. Ella podría soportar lo que sea. Cualquier accidente, cualquier ataque, siempre que lo tuviera a su lado, dándole aliento, queriéndola. Pero verlo así, verlo romperse, la destruía.

―También estoy asustado, Anna. Enojado, furioso, pero también asustado. Tengo que hacer todo lo que esté en mis manos para mantenerte a salvo. Quiero, necesito, que me dures para el resto de la vida, mujer.

Anna se remojó los labios, una invitación para que se acercara.

―Lo lamento ―se disculpó―. No pretendía complicar las cosas. Sé que actué irresponsablemente, pero solo quería aclarar algunas dudas. Los escuché hablando y muchas de las cosas que decían no tenían ningún sentido.

―Y en lugar de hablarlo conmigo, decidiste escapar como si fueras una prisionera.

Ella hace una mueca.

―No fue así. De acuerdo, lo admitido. No estaba pensando con claridad. Tomé una decisión de forma impulsiva y lamento haberte causado tantos problemas, pero debes escuchar a Yosef y a su hermano. Ellos saben algo.

―Ya hablamos con ellos. Christopher está comprobando la información.

―¿Entonces ya les dieron la dirección?

―Así es.

―¿La revisaron?

―Gray está en eso.

―Bueno, eso es un... ―inclinó la cabeza un poco―. ¿Gray?

Charles imitó su gesto.

―Gray es detective del departamento de Londres. No me fue sencillo apartarlo de todo esto, por lo que se organizó con Christopher. Supongo que un poco de ayuda extra no nos viene mal.

Anna lo miró fijamente, interpretando el torrente de emociones navegando en sus ojos.

―¿Han tenido la oportunidad de hablar? ―le preguntó.

―No sobre nosotros.

―Tal vez deberías hacerlo. Estabas muy interesado en reconciliarte con él.

―No es lo más importante en este momento.

Ella le sonrió.

―Zowie y yo hemos discutido muchas veces, pero jamás dejamos que pase mucho tiempo antes de arreglar un problema. En ocasiones tuvimos que decidir quien iba a doblegar su orgullo. Un amigo es tan importante como una pareja. No dejes que pase más tiempo.

Él asintió una sola vez. Como ausente de sí misma, Anna movió su cuerpo con el involuntario vaivén de la embriagues hasta posicionarse frente a él.

―Tampoco hemos tenido nosotros tiempo para hablar ―susurró, apartándose los brazos del pecho―. No puedo creer que hayamos permitido que todo esto empañe nuestro compromiso.

Charles le obsequió una sonrisa de alivio.

―Creí que sería lo último en lo que quisieras pensar.

―Estás muy equivocado. Estoy enojada por haberlo pasado a segundo plano ―estiró las manos hasta alcanzar las suyas, que seguían cerradas en puños―. Aquella fue una plática pre propuesta, ¿no es así? Supongo que debí percatarme de ello.

―Solo quería preparar el momento sin arruinar la propuesta.

―Nos conocimos hace dos meses.

―Lo sé.

―¿No has pensado que, tal vez, estamos apresurando las cosas?

―Lo hice, sí. Pensé mucho en esto antes de hacerte la pregunta. Hablé con mi padre y con Tessie. De hecho, también lo hice con toda tu familia. Incluí a Zowie y a Peete en el proceso.

―Ellos también son mi familia.

―Por tal motivo los incluí. No fue sencillo tratar con Zowie. Quería conocer todos los detalles. Estaba volviéndome loco.

―También me vuelve loca, por eso es mi mejor amiga.

―Me lo supongo.

Silencio. Eso fue todo lo que se extendió en torno a ambos: un abrumador, enloquecedor y excitante silencio. La tensión le secó la boca.

―Ya está comenzando el frío del invierno, ¿no te parece?

―Eso parece.

El silencio volvió a flotar en el aire. Más tenso, más denso, casi atroz. Anna sintió la pena en su vientre: un dolor dulzón que le parecía ya tan familiar.

Charles se movió bruscamente, soltando una de sus manos mientras la otra continuaba sujetándola. La guió escaleras arriba.

―La enfermera debe revisarte ―le dijo.

Anna se perdió un poco en la vista de su ancha espalda.

―También pediré que te preparen algo de comer. Debes estar hambrienta.

―Mucho ―respondió, usando ese tono de voz especial para él, único en la intimidad.

A Charles le costó concentrarse en sus propios pensamientos. Arriba, en la habitación, la enfermera le revisó la presión a Anna antes de darle el medicamento.

―Su presión está bien, señora. Un poco baja, pero el medicamento ayudará.

La vio guardar algunas cosas en un maletín gris.

―Hablaré con su cocinera para discutir con ella lo que puede y no puede comer ―se colgó el maletín del hombro―. ¿Necesita alguna otra cosa?

―No, muchas gracias. Si llego a necesitar algo se lo haré saber.

―Estaré utilizando una de las habitaciones al final del corredor. Si algo llega a ocurrir, solo será cuestión de darme un aviso. Que se mejore, señora.

Anna la despidió amablemente. Después, de forma automática, clavó los ojos verdes en él, que le devolvía la mirada con el mismo candor.

―Soy una buena paciente ―musitó en broma.

―Lástima que fallas en otras cosas.

A Anna se le despertó el pánico cuando lo vio caminar hacia la puerta.

―Charles, ¿a dónde vas?

Escuchó el sonido de la puerta al ponerle llave. Se levantó de la cama usando los codos. Cuando volvió a su campo visual, él estaba sonriéndole.

―¿A dónde podría irme?

Por un instante, le pareció que caminaba hasta ella, pero sus pies se movieron hacia el baño. Frustrada, soltó un resoplido y se dejó caer de espaldas sobre el colchón.

Escuchó el agua correr.

―Creo que una ducha te sentará bien ―gritó él.

Anna se pasó el dorso de la mano por la frente.

―Sí, ¿por qué no? Supongo que me hace falta.

―Ven. El agua ya está lista.

Se levantó de la cama con pereza. Arrastró los pies hasta el baño. El vapor del agua caliente le acarició la piel. Vio la puerta de cristal de la bañera de piso abierta, con vaho por el calor, pero vacía. Se giró hacia la bañera de marfil a la derecha junto a las ventanas. Nada.

―¿Charles? ―lo llamó.

Sus grandes brazos le envolvieron la cintura, tirando de ella, obligándola a caminar hacia atrás. Chilló cuando el agua caliente le cayó encima. Sintió su risa ronca danzándole muy cerca del oído.

―¡CHARLES! ―gimoteó en protesta.

―Pensé que te resultaría agradable.

―¡Pero no me he quitado la ropa!

Charles instaló las manos sobre su vientre, y ella dejó de moverse. Las movió lentamente de arriba abajo, una y otra vez. Siempre lento, siempre con calma. Su vientre volvió a experimentar el dolor de la pena.

―No quiero que olvides lo furioso que estoy contigo ―su boca se encontraba cerca de su oído, aunque sus labios nunca le tocan la piel―. Aun así, solo pienso en estar a solas en una cama para hacerte el amor.

Anna se estremeció, sintiendo la excitación que se encendía en toda ella.

―Es importante que hables con Christopher y Gray, que les diga que sucedió, pero ahora solo deseo estar contigo.

―Charles ―gimoteó, casi mareada por el efecto de sus palabras.

Su cuerpo amenazaba con arder.

―Podemos parar, Anna ―deslizó los labios por la curva de su cuello―. Podemos ir y hablar con ellos. Entonces, después, estaríamos solos.

―No ―jadeó.

―O podemos seguir ―continuó―. Decirme que deseas esto, que quieres hacer el amor aquí y ahora. Y después te llevaré a la cama para hacerte el amor hasta que me supliques que pare.

―Que Dios nos ampare. Jamás saldríamos de la cama.

Él movió las manos por todo su cuerpo para sacarla del pijama.

―Entonces tendrán que aguardar pacientemente por nosotros.

Anna dejó que sus manos incendiaran su cuerpo, apartando de su mente lo que era correcto. Se dejó llevar por el deseo y la tensión entre ambos, y el hambre de placer calmaría el infierno de las últimas horas.



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Es un capítulo BASTANTE largo, que espero compense el hecho de no haber actualizado el fin de semana pasado. Eso es todo, los y las loveo ♥

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