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Capítulo treinta y dos | VO


A Anna se le olvidó como respirar durante unos segundos cuando la limosina comenzó a reducir la velocidad para estacionarse frente al Victoria Hall. Observó el conglomerado de periodistas en la entrada y una sensación de angustia se le instaló en el pecho. El primero en abandonar el auto fue el rey junto a su esposa. Afuera, el estallido de luces la obligó a apartar la mirada. Al otro lado de la larga limosina, Zowie y su hermana eran el vivo ejemplo de la emoción.

Y allí estaba ella. Aferrándose a la mano de Charles como si estuviese asfixiándose con su propio oxigeno.

Él tiró de su mano pequeña hasta la boca.

―¿Estás bien? ―le preguntó.

A Anna se le calentó el vientre al escuchar su dulce voz.

―No sé si pueda bajarme mientras toda esa gente esté ahí.

―Seguramente habrá algún cantante o actor famoso. No te preocupes.

Pese a sus nervios, Anna le sonrió.

―Supongo que el hecho de que la familia real haya asistido es mera tontería. El rey y su hijo no tienen valor alguno frente a George Clooney.

―Anna, tu facilidad para insultar a un miembro de la familia real es lo que te puso en esta situación en primer lugar. Imagínate como sería el resultado si te escucharan hablar de toda la familia.

Sus grandes ojos verdes lo miraron fijamente.

―¿Habrán repercusiones por esto?

―Las hubo en el caso anterior.

―¿Quieres que hablemos de esas repercusiones?

Él sonrió con burla al recordarlo. La había chantajeado con su familia y cada miembro de la misma se encontraba ahora en la misma limosina.

―Bueno, baja de una vez ―le ordenó.

Anna hizo una mueca.

―Ve primero.

―Tú estás más cerca de la puerta.

―Pero eres el Príncipe.

―Solo da un paso fuera.

―El caballero debe ofrecer la mano desde afuera. Te toca.

Charles puso los ojos en blanco. Se levantó del asiento y teniendo especial cuidado en no pisarle el vestido, se las ingenió elegantemente para abandonar el interior de la limosina sin caer al suelo.

Los primeros destellos de las cámaras lo cegaron por unos segundos. Se acomodó el saco mientras sonreía y agitaba ocasionalmente la mano para saludar. Se giró hacia la limosina y extendió la mano hacia ella, pero nunca sintió su contacto.

Anna plantó los grandes ojos verdes en la mano extendida. Sentía que había vuelto a olvidar como respirar. Afuera, las luces de las cámaras centelleaban como estrellas. Se sintió ajena, lejana, perdida en un gran mar. No podía escuchar las voces de afuera, ni el viento helado que le golpeaba la piel mientras gruñía. Solo podía escuchar su propio corazón. Le gritaba palabras que no podía comprender ¿Qué quería decirle? ¿Qué se proponía? Los latidos eran demasiado fuertes, demasiado rápidos. Parecía que estaba a punto de escapársele por la boca, como si deseara huir ¿Huir a donde? ¿Había un lugar donde esconderse? ¿Por qué quería esconderse?

Quería porque se había escondido por mucho tiempo. Había pasado tanto tiempo encerrado y calmado, sumiso y callado, que ahora que es libre se asustaba con facilidad. Herido, desangrándose, oculto de la calidez. Ahora se encontraba expuesto, vivo, cubierto y protegido por la incandescencia y el amor del que extendía pacientemente su mano hacia ella.

Alzó sus ojos hacia él y el amor reflejado en ellos le sacudió el alma, el corazón que volvió a la vida gracias a él, que sanó gracias a él.

―Todo va a salir bien ―musitó sonriente. Con la paciencia de un caballero, continuó alargando la mano hacia ella, con el deseo en cada parte de su cuerpo, esperando a que la tomase―. Te lo prometo, cariño. Confía en mí.

Anna contuvo el aire durante unos segundos. Después, cuando lo expulsó, le dedicó la sonrisa más encantadora que haya visto alguna vez.

A ese hombre le confiaría la vida.

La sonrisa de Charles se intensificó cuando ella le aceptó la mano. Se unieron sus pequeños y delicados dedos entre los suyos mientras la ayudaba a bajarse. El resplandor de las luces comenzó a estallar sobre ambos, aunque parte de las fotografías, pensó ella, solo mostraría a un Charles de espalda y una mujer pequeña oculta por su cuerpo.

Le miró los ojos azules que brillaban una promesa íntima de cariño y seguridad.

―No soltaré tu mano ―le susurró él cerca del oído.

Por un segundo, Anna olvidó donde se encontraba. Cerró los ojos y se aferró al recuerdo de su voz y su cálido aliento golpeándole la piel.

―Vamos ―recitó él, contemplándola como si ella fuese un bello poema.

Anna abrió los ojos y dejó que la llevara a donde él quisiera.

Aunque los disparos de luces continuaron, Charles se las arregló para pasar entre ellos sin soltarla, guiándola cuidadosamente hasta la entrada del edificio. Respondió a algunos saludos y preguntas, teniendo mucho cuidado con aquellas que rayaban en lo personal. Se disculpó un par de veces y agradeció la presencia de los medios, asegurando que se encontraba allí para apoyar la causa, no para hacer alarde de su pareja.

―Ella no es un nuevo traje que acabo de comprar ―dijo él, mirando a un par de cámaras al fondo―. Lo que respecta a mi vida privada vuelve a ser privada.

―¿Es una forma de confirmar el romance? ―escuchó preguntar a una mujer, pero las luces no le permitieron mirar su rostro.

―La vida entera es un romance ―sonrió.

Dentro de la antesala, los periodistas fueron detenidos afuera por los guardias de seguridad. Anna respiró profundo, aliviada, sosteniéndose con fuerza de la mano de Charles, como si temiera desmayarse. Él la miró cauteloso.

―¿Estás bien? ―preguntó.

Ella sonrió tímidamente.

―Tienes experiencia con los periodistas.

Anna notó un poco de vergüenza en sus ojos.

―He tenido que aprender a manejarlo.

Ambos remontaron la marcha hacia el salón.

―¿Lo tenías ensayado? ―bromeó ella.

―¿Qué cosa?

―Lo del romance. No dijiste «sí, es mi novia», pero lo insinuaste.

―No quiero demostrarlo con palabras, sino con hechos.

Ella lo detuvo, tirando de su brazo.

―¿Qué vas a hacer? ―inquirió, cautelosa.

Charles torció la boca.

―Verás, Anna. Adentro habrá periodistas que pagaron para tener una exclusiva del evento. Como debes saber, el rey suele dar un discurso en los eventos en los que asiste. Ya que estoy como regente...

―Te toca hablar a ti ―completó, soltando un gemido―. Me asusta lo que vayas a decir.

―Descuida. Voy a comportarme. Siempre lo hago.

―No es cierto.

Él le obsequió un apretón cariñoso de manos, tirando de ella para reanudar la marcha. Balanceó sus manos tomadas. Cerca del salón, Charles la condujo por un corredor amplio, que daba a una habitación cerrada por dos grandes puertas revestidas con oro y terciopelo rojo.

―Bienvenido, Excelencia ―exclamaron los guardias, abriendo las puertas para que pudieran pasar.

―Buenas noches ―dijo él.

Anna observó los guardias por encima de su hombro.

―¿No asistiremos? ―susurró la pregunta.

Él torció la boca.

―Entraremos por otro lugar.

―¿Por qué?

―Anna, odio tener que recordarte que soy un príncipe.

―¿Por qué odias recordármelo?

―Porque no es un tema agradable de conversación.

―¿Por qué no es un tema agradable de conversación?

―Porque...

La comprensión lo sacudió como un vértigo. Giró los ojos hacia su rostro, donde descubrió una sonrisa burlona y un par de ojos verdes traviesos.

―Estás burlándote de mí ―masculló él.

―¿Por qué estoy burlándome de ti?

―¡Anna!

La aludida separó los labios para expulsar una carcajada. Volvió a mirar por encima del hombro, asegurándose que en el tramo del pasillo dejado atrás no hubiese nadie salvo ellos para enroscarle el brazo con los suyos.

―Charles, estoy muy consciente de con quién estoy saliendo. Sé, con todas sus letras, que eres un príncipe, que en este momento eres un regente y también sé que me siento muy orgullosa de andar contigo del brazo.

El rostro de Charles se iluminó.

―¿De verdad?

A Anna le pareció que su voz de chiquillo feliz escondía una necesidad de respuesta.

―Claro que sí. Tu padre siempre tuvo razón. Tenías potencial, madera de rey. Solo necesitabas un empujón. Con un camión. Varias veces.

Él le hizo una mueca.

―Eres una en un millón.

―Este uno en un millón te agarrará del brazo y no te soltará hasta el último día de su vida, mi apuesto príncipe.

Inclinó la cabeza un poco para mirarla.

―Cuando te cases conmigo serás una princesa.

A Anna se le esfumó la sonrisa, deseando en el fondo que él no la notara. Plantó los ojos en las puertas dobles que yacían cerradas frente a ambos, exactamente iguales a las que habían dejado atrás.

―El rey se encuentra adentro, Su Excelencia ―anunció uno de los guardias.

Anna se le descolgó del brazo y juntó las manos sobre su vientre. Charles fingió no notar aquello mientras le indicaba que caminase con él apenas vio las puertas abiertas. No tardó en encontrar a su padre, quien se hallaba cómodamente sentado junto a su esposa en uno de los lujosos muebles de la antesala real.

―Comenzaba a preocuparme ―exclamó el rey al ver a su hijo.

―El lugar está cubierto por periodistas ―respondió Charles―. Creo que a Anna le dio un poco de pánico.

Ella sonrió con timidez.

―Disculpe, Su Majestad. La familia Mawson ha sido instalada en su mesa ―anunció una mujer.

Anna notó que era guapa. Estaba utilizando un vestido elegante de color negro, tan largo que le cubría los pies. El cabello rizado le caía airosamente sobre los ojos y un maquillaje fresco y cautivador enmarcaba la belleza de su cara y sus ojos castaños.

Anna descubrió una sonrisa tonta en los labios de Charles.

―Mira nada más ―masculló él―. Casi te olvido por completo. Quiero presentarte a alguien.

Charles tomó a Anna del antebrazo cariñosamente, mientras ambos se acercaban a la mujer.

―Ella es Anna. Anna, ella es Darcey.

Anna sintió una enorme vergüenza apenas escuchó su nombre. Ignoró el calor que comenzaba a instalarse en sus mejillas.

―Es un placer ―musitó.

Darcey la miró fijo durante unos segundos sin emitir palabra alguna.

―Lamento mirarte tan fijamente, es solo que... ―sonrió ampliamente―. Verás, desde que Charles y yo nos reencontramos, aprovecha todas las oportunidades disponibles para hablarme de ti.

Él sonríe con orgullo.

―El hombre tiene toda la razón ―continuó―. Eres muy guapa. Eres el tipo de mujer del que solía escribir en la universidad: una mujer de belleza clásica.

Anna abrió los ojos como plato, clavándolos en él.

―¿Fuiste a la universidad?

Charles frunció los labios.

―Yo... ―comenzó a decir Darcey―. Creí que le habías dicho.

Él se mantuvo en silencio.

―Lo siento, no quise ser indiscreta ―la vergüenza surcó su delicado rostro―. Lo lamento. Será mejor que vuelta al trabajo.

Arrugó los ojos de culpa.

―Lo siento, Charles.

Darcey abandonó la habitación tan pronto él asintió. Giró los ojos azules al sentir su mirada fija.

―¿Fuiste a la universidad? ―le preguntó, pero en su voz se escuchaba un deje de reproche.

Él le soltó el brazo.

―Ven conmigo ―le dijo.

Resuelta a escucharlo, lo siguió por un pasillo que daba a un pequeño balcón. Sin una luz encendida en el mismo, la oscuridad de la noche los escondió. El viento helado de otoño le agitaba el vestido y algunas guedejas de pelo que Zowie le había dejado sueltas sobre el rostro.

Charles depositó las manos sobre el barandal de piedra, mirando hacia las luces de la ciudad.

―Sé que debí decírtelo ―comenzó a decir―. Es solo que la universidad...bueno, es un tema difícil.

Anna se acercó. Él lo percibió de inmediato, porque solo ella podría hacerle sentir calor en medio de una noche helada.

―Creí que la universidad podría marcar un cambio en mi vida ―habló. Nunca la miró a los ojos, como si aquello le provocase vergüenza―. Me gustaba fingir que discutir con Gray y destruir una amistad de años no me importaba, pero no dejaba de pensar en las cosas que me dijo ese día. Él siempre comprendió lo duro que fue para mí perder a mi madre. Para él, estaba escondiéndome tras su muerte para comportarme de manera irresponsable. Dios, Anna ―cerró ambas manos en puños, golpeando el barandal―. Estaba harto de que se comportara así. Harto de que siempre me dijera como resolver mi vida.

Dejó caer la cabeza.

―Después de aquella discusión no volvimos a hablarnos. Me cuestioné durante varias semanas sus palabras. Lo último que me dijo fue «Tienes que cambiar tu vida o juro por Dios que algún día será demasiado tarde.

Ella le apretó el hombro.

―¿Por eso entraste a la universidad?

Asintió una sola vez.

―Siempre he sentido que me hago viejo muy rápido ―torció la boca―. Desde que murió mi madre, tengo esa sensación de que mi vida transcurre rápidamente. Siento que envejezco terriblemente con cada día. Tenía días que me despertaba sintiéndome como un hombre de cincuenta años, cansado de su vida y del poco propósito positivo que estaba brindándole.

Anna recordó aquella tarde donde le había dicho que tenía veinticuatro años, que ya no era un hombre precisamente joven, a pesar de serlo.

―Solo duré un semestre en la universidad ―habló―. Comencé a estudiar leyes, pero hacerlo siendo quien soy era difícil, ¿entiendes? Toda esa atención y presión sobre ti. Después el cáncer de mi padre. Renuncié. Una parte de mí dio por sentado que mi padre moriría, pero al recuperarse...

Charles expulsó una enorme cantidad de aire.

―Ya estaba hasta el fondo. Me vi a mí mismo como un caso perdido. Creo que siempre visualicé a Gran Bretaña en manos de Cameron y a mí desperdiciando mi vida por ahí.

Anna parpadeó muy rápido para no echarse a llorar.

―Lo lamento ―musitó dolida―. Yo era una de esas personas que ejercían parte de esa presión sobre tus hombros.

Charles alzó sus ojos turbios hacia ella, mirándola severamente.

―Eso no es cierto ―la reprendió.

―Era una de las que creía que no eras capaz.

Descubrió demasiado tarde que las lágrimas se le escaparon de los ojos. Intentó secárselas sin estropear aún más el maquillaje.

―Ya había convertido mi vida en un desastre antes de conocerte ―se le acercó un par de pasos―. Discutía con todo aquel que intentara ayudarme. Lo hice contigo. Estaba tan furioso por esa forma tan tuya de decirme las cosas a la cara, sin intimidarte por quien era, que quería, de alguna manera, castigarte. Te amenacé con tu familia. Dios, Anna, hice algo horrible contigo. Algo bajo, pero, perdóname por lo que voy a decirte, no me arrepiento. Pude solo dejarte ir, dejártelo pasar, pero de alguna forma me obsesioné.

Buscó en la oscuridad sus pequeñas manos hasta encontrarlas.

―Me obsesioné con tu rabia, con tu valentía, con lo salvaje de tus ojos al defender algo que apasionas. Vi tanto coraje en ti, coraje que faltaba en mí, y enloquecí. Silenciosa y secretamente enloquecí. Enloquecí por ti.

Ella sollozó su nombre.

―Jamás vuelvas a decir que pusiste peso sobre mis hombros ¿Me has entendido?

Asintió mansita.

―Preciosa ―llevó sus pequeñas manos hasta la boca para besárselas―. No tienes idea de cuantas veces en la mañana, después de despertarme, agradezco a Dios por haberme subido a ese taxi.

Anna soltó una carcajada, llorosa y feliz. Despegó los labios para hablarle, pero nunca pudo pronunciar palabra. El dulce sonido de un piano comenzó a esparcirse desde algún lugar contiguo. Lo primero que pasó por su mente es que el baile estaba comenzando, pero, segundos más tarde, las luces del jardín se encendieron. Desde el balcón, vio a su hermano deslizar los dedos por las teclas del instrumento. Cerca de él, Alice comenzaba a deslizar los dedos pequeños por la guitarra y junto a ella se encontraban sus padres, ambos con un micrófono en la mano.

La música de los instrumentos se detuvo. Cuando Abraham alzó sus ojos hacia ella, las rodillas comenzaron a temblarle. El orgullo estaba dibujado en ellos, casi como un orgullo paternal. Una mirada que reservaba para ella. Una mirada que reservaba para el amor de sus dos pequeñas hermanas.

Él apartó los ojos, devolviéndolos al piano, y la música inició nuevamente. Alice lo acompañó segundos más tarde. El corazón comenzó a latirle a prisa cuando su padre acercó el micrófono a la boca. Despegó los labios y comenzó a cantar.

My love. There's only you in my life. The only thing that's right.

Anna se llevó ambas manos hasta la boca al reconocer la canción.

A su padre se le unió su madre. Las melodiosas voces le atravesaron la piel, acariciándole el alma. En el fondo, tras los arbustos, algunas luces decoraban el escenario con luces brillantes, bañando también a Zowie y a Peete, que se encontraban tomados del brazo, observando con la más pura expresión de felicidad en sus rostros.

Las voces se alzaron, armoniosas y dulces.

I want to share all my love with you.

Se llevó las manos al pecho mientras sonreía. Casi le parecía un bello sueño. Un sueño tan perfecto, que lograba sacudirla.

And your eyes. They told me how much you care.

Antes de verlo, su cuerpo percibió su cercanía. Tembló ante el calor que emitía su cuerpo junto al suyo.

Two hearts. Two heart that beat as one.

Sintió sus manos sobre sus brazos y ella, obediente, se volteó para mirarle los grandes ojos azules que la observaban detenidamente, como si ella fuera un ángel. Le tomó las manos y cuando creyó que las llevaría a su boca, lo vio hincar una rodilla en el suelo. El corazón comenzó a latirle a prisa. Durante un segundo, creyó que se le escaparía del pecho, que se quedaría sin aire, que sus rodillas tocarían el suelo y moriría.

―Sé lo que me dijiste de las sorpresas ―comenzó a hablar―. También sé por sobre todas las cosas que ha pasado muy poco tiempo desde que todo esto inició. Puedo ver lo que tus ojos quieren decirme.

Él sintió como sus manos temblaban.

―¿He perdido la razón? Es probable. Pero como me he prometido ser un hombre lo más sincero posible, Anna, quiero que pierdas la razón conmigo.

Le soltó ambas manos. En el fondo, ella rogaba porque volviera a sostenerla, porque temía que no iba a poder mantenerse en pie por sus propios pies.

Introdujo una de sus manos en el saco, trayendo en ella una pequeña caja de terciopelo negro. Ann sintió como las piernas le temblaban aún.

Con paciencia y elegancia, lo observó retirar la cinta roja y abrir la caja hacia ella.

I just can't deny this love I have inside and I giving all to you.

―¿Quieres casarte conmigo?

Cuando las voces se alzaron por encima del sonido del piano y la guitarra, las rodillas de Anna decidieron fallarle, enviándola al suelo. De rodillas frente a él, se cubrió la boca con ambas manos y comenzó a sollozar.

¿Cómo había sido tan ingenua? Todas las señales habían estado allí, en la tarde, mientras hablaban en su estudio.

Cuando nos casemos, voy a establecer una nueva Casa Real.

Así que no era solo una idea, sino algo pensado, algo que planeaba proponerle esa misma noche.

Oh, Dios. Lo había hecho. Realmente lo había hecho.

Con los ojos empañados por las lágrimas, observó el anillo en el interior de la pequeña caja. Un anillo de plata, coronado con un pequeño diamante, que brillaba en la oscuridad como una estrella. Después, alzó los ojos hacia los suyos. Aquel par de topacios irradiaban pasión, aventura, amor. Se tomó un poco de tiempo en observarlo. Él era guapo como pocos, peligrosamente atractivo. Toda su presencia insinuaba un deje de peligro y coquetería masculina. Sin embargo, allí estaba ella, contemplando sus ojos. Grandes ojos que solo estaban fijos en la pequeña y llorosa mujer que se había convertido.

Él aguardó pacientemente, sin moverse, ni demostrar cuando incómoda comenzaba a tornarse la posición en la que se hallaba.

La canción finalizó. El único sonido que podía captar era el viento que gruñía una burla. El pánico comenzó a apoderarse de él.

Cuando estuvo dispuesto a hablar, escuchó un gemido débil.

―Sí ―le respondió con la voz pequeña―. Sí quiero.

A Charles le brillaron los ojos. Se encontró a sí mismo sin palabras, sin poder mover un solo músculo. Se quedó allí, totalmente inmóvil, mirándola detenidamente, mientras una pequeña sonrisa de alegría se asomaba lentamente en su rostro.

Anna enroscó el vestido en sus manos para acercársele. Con los ojos brillándole por las lágrimas, le dijo:

―No importa lo que nos traiga el futuro. Quiero ser tu esposa. Quiero iniciar un nuevo libro contigo, con un nuevo prólogo, una trama diferente y que nuestro epílogo sea tan perfecto como este momento.

Charles parpadeó un par de veces, pero aún no era capaz de moverse. Anna soltó una carcajada, tomó el anillo y lo introdujo lentamente en su dedo anular. Colocó sus pequeñas manos en el rostro de él.

El contacto fue suficiente para despertarlo de aquel maravilloso sueño.

―Te amo ―exclamó él, envolviéndole los brazos alrededor de la cintura, con la voz cargada de emoción―. Dios mío, Anna. Vas a ser mi esposa. Te amo.

La atrajo hasta él torpemente, levantándola del suelo y llevándola consigo por los aires, mientras ella reía en sus brazos.

―¡VAS A SER MI ESPOSA! ―gritó a todo pulmón.

Anna aferró los brazos alrededor de su cuello, disfrutando de su locura pasajera, de su felicidad eterna, mientras abajo, en el jardín, su familia celebraba con ella entre gritos y aplausos.


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AQUÍ SE LOS DEJO.

Aprovecho para pedirles por enésima vez una disculpa. Inicié la universidad y está horrible. Debo hacer una investigación diferente para cuatro clases diferentes (y una de ellas es una propuesta como si fuera a realizar una tesis). Por lo tanto les informo que los días de actualización se han cambiado para viernes, sábado o domingo (o sea el fin de semana), porque tomo clases de lunes a jueves.

ESO ES TO, ESO ES TO, ESO ES TODO AMIGOS. Espero que les haya gustado.

PD: La canción que aparece en el capítulo es el clásico de Endless Love de Mariah Carey. ♥


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