Capítulo setenta y siete | VO
¡NO SE PIERDAN EL FINAL DE ESTA HISTORIA! ¡GRACIAS POR COMPARTIR CONMIGO ESTA GRAN AVENTURA!
Carter jamás se habría imaginado cuan cerca estaba de atrapar a ese hombre finalmente.
No era la primera vez que se encontraba en el territorio de Astori. La propiedad frente a él, elegante con sus tres plantas y su antiguo y gastado estilo gótico, era la sede del narcotráfico; la cúspide y el origen de todos los males que habían acaecido a su familia. Intentando descubrir la ubicación de esa casa del terror es que sus padres habían perdido la vida.
Y después de tantos años estaba listo para culminar su venganza.
Gray se detuvo junto a él con el arma a nivel de su cintura mientras observaba fijamente la propiedad resguardada por francotiradores. Ambos estaban ocultos tras la poca maleza que la rodeaba, tan escasa que apenas le permitía a ambos pasar desapercibidos.
―Los refuerzos llegarán en cinco minutos a partir de ahora ―anunció.
La casa estaba rodeada por altas murallas que dificultaban la vigilancia, pero Carter no necesitaba mirar su interior para saber cómo moverse.
―A la derecha está el armamento ―le dijo a Gray―. Guardan las armas en una choza de cemento en caso de un allanamiento, así que podrían recargar en medio de la balacera.
―¿Cómo podremos cubrirnos?
―Detrás del muro. También por la parte oeste de la propiedad. Hay un flanco que no está vigilado. Uno de los grupos puede allanar por allí limpiamente. Hay tiradores en el techo, así que lo mejor es derribarlos primero junto con los que estén cerca de la choza.
Gray sacó su teléfono del bolsillo y tecleó algo rápidamente.
―Flanco oeste y flanco frontal para allanamiento ―anunció en voz baja―. Una vez que despejemos el área, agentes especiales entrarán en la propiedad y llevarán a cabo el arresto.
Carter sintió la mirada fija que le propinó después.
―¿Qué? ―le preguntó.
―Después de todo lo que has esperado y todo lo que has hecho, ¿te quedarás afuera o presenciarás el arresto?
Para su sorpresa no supo qué responder. Había esperado tanto por este día y hecho cosas que no le enorgullecía. Cosas como arruinarle la vida a una buena mujer a la que había jurado amar. Una forma retorcida de demostrarlo, pensó. Enviarla a prisión ¿Realmente había sido su única opción? Para un torpe, bruto y neandertal como él sí. Anna había significado tanto para él, y no se había percatado de ello hasta ahora. De no haber entrepuesto su venganza por encima de ella, el destino de ambos habría sido distinto. No le habría hecho tanto daño, no le habría arruinado su sueño. Porque, al final, su destino no era estar juntos. Se podía percibir por la forma en que Anna y el príncipe cuidaban el uno del otro, por como hablaban el uno del otro, por como el uno miraba al otro. No había que ser un experto para saber cuando dos personas estaban destinadas a estar juntos.
Personas como ellos.
¿Cómo pudo ser tan despreciable? Causarle tanto sufrimiento y suponer que su venganza justificaría sus acciones. Y a pesar de todo, ella estaba dispuesta a perdonarlo con tal de ser feliz. Porque ella se lo merecía, y lo único que le había pedido fue que atrapara al responsable detrás de los atentados.
Y sin importar lo que le cueste, él lo haría. Se lo debía.
Aún si tuviera que pagar con su vida.
Ese pensamiento le hizo pensar en la bella italiana escondida en su casa segura. Aunque era un criminal, un sanguinario y un asesino, Garrett Astori era su hermano, y pensar que pudiera gustarle tanto esa mujer le daba dolores de cabeza. Era pésimo en relaciones y bueno arruinando la vida de las personas. Emilia ya había tenido suficiente creciendo con ese hombre. No necesitaba que alguien como él terminara por arruinarle la vida, al menos más de lo que ya lo estaba.
Ella había arriesgado su vida para ayudarlo. Cada información que pudo recopilar sobre la distribución de la droga, e incluso lo que él tuviera sobre Anna, Emilia se lo hacía llegar. No le había importado exponer su vida, y traicionar a su hermano, porque sabía que era lo correcto. Él tenía que estar a la altura. Cuando todo esto definitivamente tenga un fin, se aseguraría de darle una vida tranquila y segura. Aunque él no formara parte de ella.
Primero tenía que pagar su deuda con Anna.
―Quiero verlo tras las rejas ―respondió finalmente―. Me da igual si estoy aquí o de pie frente a él. Hoy concluiré este capítulo de una u otra forma.
Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro al comprender que, por primera vez en mucho tiempo, su parte emocional y su parte racional se habían puesto de acuerdo.
―Además ―continuó―, aún nos queda un pez gordo que pescar.
―Con suerte, la sangre azul de la familia se estará encargando de él. Astori no será el único capítulo que hoy logremos terminar.
―Por el bien de todos que así sea.
Avanzaron en silencio hasta cubrirse tras la muralla. La adrenalina hacia mecha en Carter y temió estar a punto de explotar. Quería terminar con esto de una vez, ahora, ya. Por Dios, ¿cómo sus padres habían podido llegar a amar este trabajo? Él ya estaba cansado de perseguir criminales. Además, era un pésimo policía. No daban placas por ser una mierda en el trabajo.
Despejó las ideas innecesarias de su mente y se centró en la estresante tarea de vigilancia.
―Un minuto ―anunció Gray―. Ponte listo y no dejes que me disparen.
―Lo intentaré ―bromeó.
Gray deseó golpear el arma contra su cráneo, pero se contuvo. Aferrando la suya con ambas manos, Carter comenzó la cuenta regresiva en su mente. Una vez que llegara a cero, una vez que viera los refuerzos rodear la propiedad, sería el final de la familia Astori. El final de una larga agonía, y la venganza que había estado persiguiendo por años culminaría en la justicia que traería una refrescante paz. A él. A Anna.
A Emilia.
―Gray ―lo llamó. Se aclaró la garganta en silencio cuando él le devolvió la mirada―. Sé que no somos amigos, y sé que no haces esto para ayudarme, que lo haces por tu amigo. Pero yo quería...
―¿En serio te va a agarrar el sentimentalismo ahora?
―Quiero pedirte un favor. Si algo llega a pasarme, quiero que ayudes a Emilia. Es una buena mujer que no tiene a nadie, y no quiero que al esto terminar, si yo llegase a morir aquí, quede desprotegida. Por favor, dale un lugar seguro donde pueda estar. Que tenga la vida tranquila que se merece.
Gray lo miró fijamente, como si esperase que, en algún momento, comenzara a reír y dijera que se trataba de una broma.
Pero eso jamás pasó. Él hablaba muy en serio.
―De acuerdo ―dijo al cabo de unos segundos―. Lo haré. Ella estará bien,
Carter se lo agradeció en silencio con un asentimiento de cabeza.
Segundos más tarde oyó a lo lejos el rechine de los neumáticos, y supo que no había señal más clara que esa. No allanarían el flanco frontal sin que el resto estuviera en posición.
La cuenta regresiva en su cabeza llegó a cero, y sintiendo la inyección de adrenalina extra poniendo en alerta todos sus sentidos, abandonó su escondite.
―¡Alto! ―oyó gritar a Gray mientras se posicionaba junto a él―. ¡Policía!
Carter tal vez era un pésimo policía que no dejaba de cometer errores. Tal vez su forma de proceder carecía de ética, pero con el tiempo había desarrollado una puntería de envidia, así que en el momento que comenzó la lluvia de balas pudo reaccionar mucho más aprisa que su compañero.
Los dos matones de la derecha, que apuntaban a Gray con sus armas de largo alcance, cayeron al suelo una vez que tiró del gatillo. Gray logró derribar a uno de los tiradores del techo después de dos intentos. Casi tropezando, corrió para refugiarse detrás de uno de los autos de lujo estacionados. El corazón de Carter latía a mil por hora mientras seguía escuchando los disparos. Algunos atravesaron la hojalatería, otros terminaban en las paredes. Afortunadamente, ninguno lo había atravesado.
Alzando un poco la cabeza, vio que Gray también se había cubierto detrás de uno de los vehículos. La camioneta negra parecía vacía, y Carter no pudo evitar notar que habían muchos menos francotiradores de los que esperó.
Uno de los disparos le pasó pitando cerca del oído y terminó cayendo al suelo haciendo una mueca de dolor.
―Maldita la hora que me metí a policía ―masculló de mala gana.
Contó hasta tres y apuntó hacia el techo. Un disparo rápido y vio al tirador caer desde el tercer piso.
Los agentes especiales comenzaron a abordar desde el flanco oeste y el flanco frontal, pero la ráfaga de disparos jamás cesó. Evitando que una bala le atravesara la cabeza, Carter se arrastró por el suelo hasta encontrar una nueva posición con mejor visibilidad.
Dos hombres más murieron antes de que todo terminara.
Con el fin de los disparos como una pequeña victoria anotada, abandonó su posición y caminó por el campo de batalla. Gray se veía bastante bien. Sudado y lleno de polvo, se le acercó y le dio una palmada en la espalda.
―Gracias por no dejar que me disparen ―bromeó―. Mi esposa me matará si muero.
Carter se echó a reír. Los agentes que lo rodeaban se abrieron paso al interior de la propiedad y una corriente eléctrica le sacudió el corazón, en conjunto con la adrenalina que aún corría por su cuerpo lo impulsó a ir tras ellos.
Pero el sonido de los disparos lo detuvo en seco. A través de las ventanas de cristal fio el fuego que escapa de las armas. Oyó el inconfundible sonido de los cuerpos inertes caer al suelo.
Y el grito de desesperación que vino después de un golpe sordo.
Tanto él como Gray y los pocos agentes que se habían quedado afuera se pusieron en posición, apuntando sus armas al hombre cuya ropa se encontraba salpicada de sangre y que, envolviendo su brazo en torno a su cuello, traía a rastras a una mujer.
Emilia.
El pulso de Carter comenzó a taladrarle el pecho como si estuviese teniendo un ataque al corazón. La pálida mujer lo veía con los ojos desorbitados por el pánico. La sangre no paraba de escapar de su boca causado por un aparente golpe.
¿Pero cómo diablos dio con ella? ¿No debería estar en la casa segura a la que la había enviado? A menos que nunca hubiese llegado. Después de todo, le pidió que no lo llamara para evitar ser rastreada. Se maldijo por ser tan idiota.
―¿Crees que la podías mantener escondida? ―Astori se echó a reír mientras le apuntaba a Emilia con el arma en la cabeza―. Estaba tan desesperada por saber de ti que intentó buscarte. A ella siempre le gustaste, y fue razón suficiente para dudar de ti.
―Creo que está hablando contigo ―murmuró Gray.
Él no necesitó que lo dijera para comprenderlo.
―Bajen el arma o le volaré la cabeza ―Emilia soltó un gritito cuando le apretó el arma un poco más contra la cabeza.
Carter vio que cerró los ojos, como si estuviese esperando por el disparo.
Bajar el arma la pondría a salvo, o al menos era una posibilidad que quería contemplar, pero también le daría la oportunidad de escapar. Todos los años correteando para atraparlo al final serían en vano.
Mantener el arma arriba sería arruinarle la vida a otra mujer a la que había pregonado querer ¿Iba a cometer el mismo error otra vez?
Suspiró, resignado, y comenzó a bajar el arma lentamente. Tiempo después, que le pareció una aterradora eternidad, el resto de los hombres que lo rodeaban hicieron lo mismo. Una sonrisa desquiciada se le estampó al italiano en la cara. Avanzó con paso resuelto, sin soltar a la mujer, hasta la camioneta negra.
Emilia finalmente abrió los ojos, y en ellos vio el reflejo de lo que él también sabía.
Aunque accediera a sus demandas, Astori no iba a llevarse a su hermana consigo. No con vida.
―Lamento que tengas que ver esto, Emilia ―le dijo en un tono tranquilizador que, lejos de surtir efecto, pareció inquietarla más―. De verdad lo lamento.
Carter levantó el arma con una rapidez asombrosa, y antes de que el italiano pudiese percatarse, una bala aterrizó en su cabeza y lo envió directo al húmedo suelo.
A través de aquel par oscuro que parecía resuelto a sostenerle la mirada, Egmont vio emanar llamaradas centelleantes de viva ira que intentaban ser disfrazadas por la sonrisa de hijo pródigo. Aquello le despertó una sensación de peligro, como si se hallase frente a la parca esperando por su sentencia.
Inmóvil ante la sorpresa de su inesperado visitante, Egmont permaneció cerca del asiento como si esperase desmayarse en cualquier momento. Se recordó que era su hijo a quien tenía en frente, no a su enemigo, pero esa mirada inquisidora e inquietante que continuaba dándole diezmó un poco su fortaleza. Las dudas en su cabeza comenzaron a establecerle teorías que no serían agradables a su oído ¿Por qué estaba él en lugar de Charles? ¿Y por qué seguía sonriéndole como si tuviese en su poder el arma más peligrosa en la tierra?
―Cameron ―carraspeó un poco para aclarar su voz―. ¿Qué haces aquí?
El aludido se encogió de hombros como respuesta.
―Pasaba por aquí. Supongo que la sangre azul que llevo en las venas me atrajo hasta Buckingham.
Egmont habría supuesto que aquello se trataba de una broma si no hubiese sido por el gesto turbulento que arropó su semblante temerario.
―O tal vez soy un excelente radar para cazar a delincuentes y mentirosos ―bramó palabra por palabra, y Egmont no pudo evitar sentirlas como balas que atravesaban su pecho.
Una terrible sospecha nació en lo más oscuro y recóndito de su mente: ¿qué posibilidades habrá tenido esa maldita mujer de acercársele a Cameron y contarle lo que él por impulsivo e imprudente le reveló? Eso podría explicar el por qué estaba él aquí y no Charles, y eso solo podía significar una ruptura en el camino que estaba a por terminar. Tuvo que engullirse la ira y permanecer calmado. Aún podría existir una posibilidad de que sus conclusiones fueran erradas, pero a pesar de sus esfuerzos en su mente no paraba de maldecir a esa mujer por siempre arruinar sus planes.
―¿Ahora qué demonios te sucede? ―indagó, conteniendo exitosamente su ascendente desesperación.
―Esa es una buena pregunta ―inclinó un poco la cabeza hacia la izquierda sin apartar la vista de él―. ¿Qué demonios es lo que te sucede?
―Cameron, no tengo tiempo para tus niñerías. Los negocios no avanzan por sí solos.
―Claro, tus negocios ¿Sabes qué? ―se cruzó de brazos―. Por primera vez en años comienzo a cuestionarme por qué jamás estuve en una reunión de negocios o por qué jamás trabajé contigo. De acuerdo, tal vez no iba a heredar una corona y un trono, pero si eres un exitoso hombre de negocios, ¿por qué excluir a tu único hijo? ¿A quién ibas a dejarle todo tu dinero, tus negocios y tus posesiones? ¿A Henry?
Egmont gruñó una maldición en su mente.
―Cameron, lo que te haya dicho esa mujer no es cierto.
El aludido le obsequió una sonrisa sardónica.
―¿Recuerdas el día que me dijiste que mamá se había ido? Yo sí. Tengo tan claro el recuerdo como si hubiese ocurrido antes de entrar a esta oficina.
Egmont se sintió desfallecer y con un poco de dificultad caminó hasta que logró sostenerse de la superficie de madera del escritorio con las palmas de las manos.
―Ella me había prometido que iríamos a ver una película, ¿lo recuerdas? Tú no quisiste ir. Dijiste que el cine no era lo tuyo ―agitó los hombros como si no le importase―. Yo estaba bien con ello. Iría con mamá. Pero ese día me dijiste que ella nos había abandonado, que se fue con otro hombre, que no le importábamos ¿Recuerdas las palabras exactas que me dijiste? Yo te las recordaré: «No te preocupes, hijo. Me tienes a mí. Ninguno la necesita. Estaremos mejor sin ella».
Cameron golpeó la silla a pocos pasos de él en un exorbitante estallido de ira.
―¿Sabes qué es lo peor? ¡Que te creí! Cuando desapareció y me hiciste sentir que no me quería, yo creí que íbamos a estar mejor sin ella, aún cuando el recuerdo de lo cariñosa y dulce que era conmigo me decía que algo andaba mal. Decidí confiar en ti porque, contrario a ella, no me dejaste solo.
En un parpadeo tuvo a su hijo frente a él, sujetándolo con fuerza del cuello de la camisa como si intentara ahorcarlo con él. Sus ojos oscuros estaban enfurecidos y su semblante era el de un demente.
―Mírame a los ojos, padre, mírame y dime que tú no la asesinaste.
Egmont intentó deshacer el agarre, pero apenas lo hizo le pareció inútil. La furia de Cameron le había otorgado una nueva fuerza con la que no podía competir.
―No fue así ―masculló casi inaudible―. Lo que ella te dijo...
―¿Lo que ella me dijo?― repitió casi escupiendo su desprecio―. ¿Crees que Anna me lo dijo?
Cameron cerró los puños con mayor fuerza, cortándole aún más el flujo de aire. Él lo miraba fijamente a los ojos, como si no le hubiese arrebatado a la persona que había amado más que a nadie en su vida ¿Cuántas veces había maldecido a su madre por abandonarlo y bendecido a su padre por haberlo criado para volverse más fuerte?
―Cobarde ―gruñó con la voz atormentada por la culpa―. Maldije a mi madre tantas veces porque me dejó. Odié cada instante que me detenía frente al espejo y veía en mis ojos los ojos de ella. Destrocé cada fotografía, cada regalo y cada recuerdo que tenía de ella cuando debí destrozarte a ti.
Egmont se aclaró la garganta e intentó hablar:
―Ella te está mintiendo ―jadeó en busca de aire―. Anna...no sabe...
Cegado por la furia, Cameron empujó a su padre con tanta fuerza que cayó al otro lado del escritorio. Oyó sus quejidos mientras se levantaba con extremada lentitud.
―¡ANNA NO ME DIJO NADA! ―bramó Cameron mientras se llevaba las manos hasta la cabeza―. ¡Maldita sea, papá! ¡Yo te escuché!
Egmont sintió un escalofrío recorriendo su columna vertebral. Cuando volvió a mirarlo a los ojos, cualquier excusa que pudiese inventar para salir del aprieto se desvaneció en su mente.
―Te escuché hablando por teléfono ―comenzó a decir Cameron―. No necesité que ella me lo dijera. Ya fue bastante malo haber escuchado de tu propia boca lo que le hiciste a mi madre.
―Ella durmió con otro hombre ―musitó con la voz rasposa.
Cameron entrecerró los ojos con furia ¿Era esa su excusa?
―¡NO ME IMPORTA!
Un áspero silencio se formó entre ambos, donde solo se podía escuchar la agitada respiración de un muy enfurecido Cameron.
―Ella era mi madre ―gruñó―. No tenías derecho a apartarla de mí.
―Yo le di todo lo que tenía ―respondió Egmont en el mismo tono―. Le di una vida que cualquier otra mujer habría envidiado, pero ella decidió mandarlo todo al demonio acostándose con otro hombre.
―Tal vez vio la clase de monstruo que eras y decidió que morir de hambre en brazos de un buen hombre era mucho mejor que estar rodeada de los lujos de un asesino.
Egmont le proporcionó un golpe con tanta fuerza que Cameron se tambaleó. Rosó los dedos de su mano derecha sobre su boca y los descubrió manchados con su sangre. Contrario al estallido de ira que esperaba venir después de aquello, Cameron simplemente se limitó a reír.
―Así que de ti lo saqué ―le obsequió una mirada cargada de desprecio―. Debes sentirte orgulloso. Soy tan parecido a ti que he llegado a odiar la sangre que me mantiene vivo. Es que ni siquiera imaginas el asco que siento en este momento por saber que soy tu hijo.
―Deberías agradecer que te criara ―masculló de mala gana―. ¡Siempre con esa estúpida melancolía por la ausencia de una madre!
Cameron controló el impulso de lanzársele encima y molerlo a golpes.
―¡No intentes jugar el papel de padre ejemplar!
―Lo hago porque me pertenece ―se defendió―. Hice lo mejor para esta familia. Tu madre manchó mi apellido e hice lo necesario para reparar ese error.
―¡Matar a una persona no es reparar un error!
―¡Lo es para mí! ¡Todo lo que me permita cumplir mi meta está bien para mí!
Cameron le dio otro empujón a su padre y lo vio tambalearse hasta sostenerse del escritorio.
―¿Por eso planeaste el secuestro de Anna? ¿Por eso le dijiste a Charles que si mi tío y él no cedían la corona ibas a matarla? ―volvió a empujarlo, esta vez para lanzarlo sobre la superficie de madera―. ¿Qué planeabas hacer después? ¿Tomar el poder hasta que yo esté preparado o también ibas a matarme?
―Eres mi hijo ―musitó sin aliento―. Yo jamás te haría daño.
―Mataste a mi madre. Eso ya es hacerme daño.
―Cameron...
Respirando agitadamente, alzó el puño por encima de su cabeza y le asestó un par de golpes en la boca.
―Dime, ¿lo planeaste con tu fiel amigo Henry? ¿A él le ordenaste que matara a mi madre?
Egmont levantó ambas manos para pedirle que se detuviera.
―¡No pidas piedad como un cobarde! ―gruñó―. ¡Dime la verdad!
―¡Sí! ―gritó. Hizo acopio de todas sus fuerzas y lo empujó para apartarlo―. Le dije a Henry que se deshiciera de esa perra, porque eso se merecía: desaparecer sin que nadie pudiera encontrarla jamás.
Incapaz de contener más su furia, lo agarró del cuello de la camiseta y lo sacudió como si tuviese entre sus manos a un muñeco de trapo.
―¿Qué hiciste con su cuerpo? ―al ver que no respondía, volvió a asestarle un golpe en la boca―. ¡RESPÓNDEME, MALDITA SEA!
Egmont evitó pronunciar una sola palabra al respecto. Se limitó únicamente a observarlo mientras limpiaba con sus dedos temblorosos la sangre que se escapaba a chorros de su boca. Se acabó. Todo lo que había planeado se desplomó finalmente en el instante que Cameron se enteró de la verdad. Y de seguro fue por esa mujer... Cameron no pudo haberse enterado de todo por sí mismo. Esa maldita mujer seguramente fue hasta él y le contó la verdad.
―Maldita sea ―gruñó, incorporándose lentamente hasta hallarse sentado sobre la superficie de madera―. Mira lo que está provocando esa mujer. Si tú hubieras venido a verme en lugar de escucharla, las cosas...
El gesto de Cameron le indicó que era mejor callarse. Parecía un desquiciado a punto de hacer realidad su trastornado delirio.
―Mataste a mi madre, te liaste con narcotraficantes y planeaste un secuestro para obligar a nuestra familia a renunciar a la corona.
Egmont le montó mala cara.
―Pensé que si alguien iba a entenderme serías tú. Los dos hemos vivido escondidos tras sus sombras.
―¿Te preguntaste si yo quería ser rey? Porque la realidad es que no. Todas las cosas que le he dicho a Charles, todas las cosas que le he hecho, han sido exclusivamente para sacarlo de sus casillas ¡Pero maldigo la corona mil veces por el daño que has causado para obtenerla!
―Cameron, yo haría lo que fuera por esa corona ―confesó, y a Cameron le erizó el vello de los brazos la determinación que escuchó en su voz―. Mataría a tu madre nuevamente si la tuviera frente a mí, mataría a Anna Mawson por las mil veces que ha interferido en mi camino. Mataría incluso a mi hermano y a mi sobrino de ser necesario.
―¿Me matarías a mí? ―demandó saber―. ¿Me matarías si me interpongo entre la corona y tú?
Cameron llevó una de sus manos tras su espalda. En un parpadeo, tenía un arma plateada apuntándole hacia la cabeza de su padre.
―Porque eso es lo que haré ―le obsequió una sonrisa vacía en alegría, pero llena en desprecio―. Así tenga que matar a mi propio padre.
Egmont lo observó fijamente sin pronunciar palabra y sin mover un solo músculo. Por muchos años había moldeado a Cameron para ser fuerte y resistir en la vida, a valerse por sí mismo y alcanzar sus metas sin importar qué obstáculos encontrara en el camino, no solo porque llevaba su sangre. Él era el puente que necesitaba para llegar a la corona y alzarse por encima de la sombra de su hermano; moldeado a su imagen y semejanza. Habría sido una amenaza para cualquier adversario.
Jamás imaginó que lo fuera para él. Su propio hijo era ahora su enemigo.
―Dispárame ―le dijo él, con la mirada retante fija en sus ojos de demente.
―No me impongas este reto, padre, que los dos sabemos que no temeré arriesgarme y cumplirlo.
Egmont se detuvo a escasos pasos de él y estiró los brazos por encima de su cabeza tanto como pudo.
―Entonces hazlo. Mata a tu padre.
Cameron flaqueó, y su temblorosa mano estuvo a punto de dejar caer el arma. La ira que había sentido desde que se enteró de todo lo que él había hecho le instaló en la cabeza que tenía el valor de matarlo. Después de todo, ¿no tenía él la misma mala sangre que su padre?
Pero, ¿y si él no quería ser como su padre? Aún con lo parecidos que eran y con el daño que había causado golpeando a Anna y provocando que Charles se lastimara a sí mismo en el hospital, ¿era capaz de matar? ¿Quería ser como él? Tan cruel, tan frío, tan...despreciable.
El arma le parecía pesar en la mano y la duda cruzó fugaz por su pecho tan avasalladora que casi le cortó la respiración.
Fue todo lo que su padre necesitó.
Egmont se abalanzó contra él y le arrebató el arma antes de que pudiese luchar por retenerla. Sin saborearlo, sin asimilarlo, tuvo el arma apuntándole directamente al pecho. Contrario a él, Egmont Queen parecía muy dispuesto a disparar, sin importar que fuera su hijo a quien tenía en frente. Al niño que, ahora convertido en adulto, le había arrebatado a su madre cuando era un chiquillo indefenso. Había amado tanto a esa mujer, como solo un hijo puede amar al ser que le dio la vida, que sabía que, sin importar que su sangre corriera por sus venas, jamás sería capaz de perdonarlo.
―No te conviertas en mi enemigo, Cameron ―Egmont le obsequió la mirada más oscura que jamás había visto en su pacífico rostro. Era la mirada de un demente que se sabía atrapado y que, para escapar, estaba dispuesto a cualquier cosa―. Así como mataría a mi hermano o a mi sobrino para obtener lo que quiero, también mataría a mi único hijo.
―Hazlo entonces. Quiero que dispares ahora, y quiero que te asegures que esté muerto cuando salgas de esta habitación, porque si llegases a dejarme con vida te perseguiré hasta que logre hacerte pagar por lo que has hecho.
Egmont dio un paso adelante.
―Te habría concedido el título de Príncipe de Gales ―murmuró con amargura―. Podrías haber heredado el trono a mi muerte.
―No quiero nada de ti. Eres el hombre más despreciable que haya conocido.
Egmont apretó el arma con fuerza y, observando por última vez el rostro de su hijo, tiró del gatillo.
El cuerpo de Cameron emitió un golpe sordo al caer. Egmont no esperó a ver como el cuerpo de su hijo se llenaba de sangre. Guardó el arma entre su ropa y abandonó corriendo la habitación. Debía llegar cuanto antes al estacionamiento trasero. Tenía que irse, y tenía que hacerlo pronto.
Un sudor frío le arropó la frente a medida que sentía como el corazón le saltaba a prisa. Maldita sea, ahora sí que todo se había ido al demonio. Matar a Cameron, su único hijo, había sido excesivo, pero necesario. Tenía que evitar que testificara y lo hundiera. Tenía que evitar que cualquiera de los involucrados lo hiciera.
Sacó su teléfono del bolsillo y marcó el número de Henry. Nada. La llamada no salía. Se tiró del pelo con impotencia y continuó avanzando.
Una vez que llegó al estacionamiento, corrió más aprisa. Abrió la puerta de la limusina y la sensación de seguridad que lo invadió al llevar hasta su vía de escape se esfumó cuando observó el rostro irascible de su ocupante.
Él jamás había visto sus ojos azules brillar así, con tanta inminencia y amenaza que le hizo retroceder un par de pasos. Se le secó la boca y su mente se quedó en blanco.
Charles abandonó la limusina con paso airoso, mientras abotonaba el saco de su traje gris.
―¿De verdad pensaste que íbamos a dejarte ir? ―le obsequió una sonrisa sardónica―. Pero si nos moríamos por una reunión familiar.
La otra puerta de la limusina se abrió, y Edward abandonó su interior vistiendo elegantemente de negro. Rodeó el vehículo hasta posicionarse junto a su hijo. En su mirada fija había un mar de emociones que Egmont hubiese querido drenar. Él era el gigante que siempre tenía que vencer, el enemigo al que siempre había tenido que vencer, y que parecía inmune a sus ataques.
―Cuanto me alegra que nuestros padres estén muertos, Egmont ―movió la cabeza de lado a lado de forma incrédula―. Estarían tan avergonzados por lo que estás haciendo.
―Lo dice el hijo favorito ―dejó escapar una falsa carcajada―. Bastaba con que sonrieras para que se sintieran orgullosos.
―Eran nuestros padres. No había favoritismos.
―Oh, ¿por eso eres tú el rey?
―Soy el hermano mayor. Sabías perfectamente que me correspondía este cargo por la línea de sucesión.
―¡Tú no la merecías!
―¡Y un monstruo como tú tampoco!
La ira comenzó a burbujear en su interior, y antes de que su hermano pudiera pronunciar otra palabra sacó el arma de entre sus ropas y le apuntó con ella. Ninguno de los dos se inmutó. Contrario a lo que esperaba, Charles lo miró, se echó a reír y le dijo:
―Eso no te servirá.
―No sin balas de verdad ―anunció una voz tras él.
Oír su voz le creó tal conmoción que el arma comenzó a temblar en su mano. Le costó lo suyo poder darse la vuelta y verlo de pie, intacto, a escasos metros de distancia.
―¿Cameron? ―la voz le temblaba a causa de la sorpresa.
Los ojos de su hijo parecían echar fuego.
―Realmente te atreviste a disparar ―le reclamó―. Pensé que, a pesar de tu enorme obsesión con la corona, yo era más importante para ti. Supongo que el haberme disparado deshace esa teoría en tiempo record.
Egmont miró fijamente el arma.
―Pero, ¿cómo...?
―Son balas de salva ―le respondió―. No soy tan estúpido para llevar un arma cargada a un encuentro con un asesino.
Furioso, lanzó el arma inútil en su dirección, pero Cameron esquivó el ataque al moverse hacia un lado.
―¡Sí lo eres! ¡Eres un estúpido! ―gritó―. ¡Estás perdiendo la oportunidad de tu vida!
Los labios de Cameron se convirtieron en una delgada línea.
―Y tú has perdido a tu único hijo ―sentenció.
Un montón de hombres aparecieron de la nada, con sus armas plateadas apuntándolo a él y solo a él. El peso de la derrota cayó sobre él desproporcionadamente, aplastándolo, asfixiándolo. Sus esfuerzos habían terminando siendo eso: esfuerzos y nada más. Esfuerzos en vano, sin resultados. Esfuerzos vacíos.
Un hombre trajeado, que reconoció como el jefe de seguridad de su hermano, se acercó con el ceño fruncido y listo para cumplir órdenes.
Los ojos azules de Charles se interpusieron en su campo de visión. Tenía las manos metidas en los bolsillos y un gesto firme le enmarcaba el rostro.
―Egmont Queen, en nombre de mi padre el rey, y de su hijo primogénito, heredero al trono británico y actual rey regente del Reino Unido de Gran Bretaña y la Soberanía de los Reinos de la Mancomunidad de Naciones ―le sonrió―. O sea, yo. Quedas arrestado por traicionar la corona, por planificar un golpe de estado, lavado de dinero y distribución de drogas y por intentar arruinar nuestras vidas. Christopher, por favor, llévatelo.
El hombre trajeado obedeció. Se acercó junto a los demás guardias y lo rodearon, asegurándose de que no tuviera hacia donde huir.
Cameron lo observó mientras lo detenían, y le irritó ver que, a pesar de saberse vencido, aún tenía una mirada de satisfacción y una sonrisa de triunfo.
―Todo va a estar bien, Cameron. Buscaremos una forma de solucionar esto.
Los ojos oscuros de Cameron se entrecerraron como si estuviese experimentando el dolor más horrible en el mundo. Todo lo que había tenido hasta ahora terminó derrumbándose hasta quedar inexistente. Toda su vida una mentira; toda su familia deshecha. Lo único que le quedaba era un puñado de errores, la sombra del monstruo que era su padre ceñida sobre él y una sensación de vacío que le desgarraba el alma.
―Cameron.
Escuchar su voz le provocó un sobresalto. Charles estaba de pie frente a él y sus ojos brillaban de una manera que no pudo comprender ¿Lastima? ¿Pena? ¿Compasión?
―Sé que ha sido muy duro y que entre nosotros no han marchado bien las cosas, pero...
Él lo interrumpió tajando el aire con la mano.
―Ahora no, Charles. Por favor ―suspiró para ocultar el temblequeo de su voz―. La dejé en la oficina. Te está esperando.
Se dio la vuelta y se alejó andando a toda prisa. No era capaz de enfrentar a su familia. Al menos, no por ahora.
A Charles lo invadió una melancolía agridulce a medida que se abría paso hasta la oficina de su padre. El camino nunca antes le había parecido tan largo. Por un instante le pareció que llevaba corriendo diez mil millas, y no sintió ningún tipo de alivio hasta que estuvo frente a la puerta.
La abrió con una urgencia desmedida. El escritorio y la silla estaban fuera de lugar y algunos documentos y bolígrafos yacían esparcidos en desorden sobre la superficie de madera y el suelo. Un claro indicio de que hubo pelea. Detrás del mueble, el librero se mantenía intacto con sus ciento cincuenta y un libros.
En medio del silencio, un gruñido familiar se alzó con tanta energía que le hizo sonreír.
―¡Tanto hombre en este sitio y que ninguno se acuerde que estoy aquí es increíble!
Corrió a prisa hasta el librero, tiró de un libro rojo en la parte superior y esperó a escuchar el «click». Movió el mueble hacia la izquierda, y el par brioso de ojos verdes que lo volvían loco emitió un destello de alegría que le quemó la garganta.
Anna se le lanzó a los brazos como si él fuera su salvavidas y ella se estuviese ahogando. Cuando su cuerpo entró en contacto con el suyo, la pesadez y el cansancio que había estado acumulando las últimas horas desapareció como por arte de magia. Se sintió embriagada por una felicidad que no encontró palabras para describir. Sus brazos se aferraron a él, y ella sintió que volvió a la vida cuando el hombre que amaba la acunó entre los suyos en actitud protectora.
―Anna, mi amor ―oyó su voz retumbarle cerca del oído y la calidez de su aliento golpeándole el cuello―. Dios mío, cariño.
―Te eché de menos ―jadeó presa de sus emociones―. Te eché muchísimo de menos. Creí que no iba a volver a verte.
Charles la apretó con más fuerza, tanta que temió cortarle el aire.
―Yo no lo habría soportado. Mujer, lo eres todo para mí.
Anna contuvo el sollozo para no arruinar el momento. Estaba cansada de lloriquear. Cansada de sentirse asustada y débil, porque ella no era así, y no había pasado por todo aquello sin haber absorbido un buen aprendizaje.
Charles se le separó un poco y le enmarcó el rostro con ambas manos. La miró fijamente, y había tanto amor en sus ojos, tanta admiración, que la desarmó por completo.
―Recordé lo que me dijiste una vez ―le dijo ella―. Que Buckingham tenía pasadizos secretos por doquier. Cuando Cameron me dijo que sería él quien se encontraría con su padre en tu lugar, le propuse esconderme en uno de esos pasadizos.
Sacó de su sujetador deportivo una pequeña grabadora, presionó un botón y luego otro.
―Cameron, yo haría lo que fuera por esa corona ―la voz de Egmont resonó por el lugar―. Mataría a tu madre nuevamente si la tuviera frente a mí, mataría a Anna Mawson por las mil veces que ha interferido en mi camino. Mataría incluso a mi hermano y a mi sobrino de ser necesario.
El rostro de Charles se volvió inexpresivo y cenizo.
―Me quedé escondida en el pasadizo mientras grababa. Lo he estado haciendo desde que entró a la oficina. Entonces Cameron se fue y creo que las pocas personas que sabían que estaba aquí se olvidaron de mí porque...
Charles la hizo callar con un beso, y fue todo lo que Anna necesitó para sentirse de vuelta en casa. Envolvió los brazos alrededor del cuello para sentirlo más cerca, aunque no había espacio disponible entre ellos. La sostenía junto a él sin reparar en sus golpes, su cabello desordenado, la ropa sucia y hecha jirones y lo fría que estaba su piel. Le poseía la boca como si ella fuera perfecta.
―Eres espectacular, Ana ―musitó casi sin despegar sus labios de los de ellas―. Solo tú podrías ser tan bella y tan fuerte al mismo tiempo.
―Estoy hecha un desastre.
Él sonrió un poco.
―Lo sé.
Y volvió a besarla.
Carter miró por última vez el frío, nublado y abrumador cielo gris típico de Inglaterra desde el hangar. Tomar una avioneta no era una de sus cosas favoritas en el mundo. Las turbulencias le provocaban un dolor de cabeza que le era casi imposible de soportar, pero en este momento representaba un nuevo comienzo, un inicio desde cero, una nueva oportunidad de hacer lo correcto.
Después de tantos años, Carter Stevenfield por fin iba a desaparecer.
―¿Seguro que quieres usar ese nombre? ―le preguntó el hombre a su lado.
Gray miró a Carter como si se hubiese vuelto loco. El aludido respondió con una carcajada.
―Dexter Banister no es un nombre tan horrible.
―Es espantoso.
―Gray, es mi verdadero nombre.
―Oh. Bueno, todo tiene sentido ahora.
Le entregó los papeles como si hubiesen representado un peso insoportable en sus manos.
―Los británicos cumplimos con nuestra parte.
―Gracias, Gray.
El silencio se extendió entre ellos durante unos segundos.
―¿Cómo está Anna? ―preguntó Carter.
―Sorprendentemente bien. Después del arresto de Egmont, Charles la llevó al hospital. Su salud está bien si consideramos todo lo que ha tenido que pasar.
―Es dura de roer.
―Lo es.
―¿Qué pasará con el caso?
―Tenemos suficiente evidencia que vincula a Egmont con MGS Speed Master. Mientras se daba el secuestro de Astori, los hermanos Martínez interceptaron a Henry en el Bosque Kensinley y lo arrestaron. Su firma aparece en los documentos. Confesó que Egmont era el legítimo dueño para que le redujeran la sentencia.
―¿Y lo hicieron?
―¿De verdad crees que Charles iba a permitirlo?
―Supongo que no.
Carter le echó un rápido vistazo a los papeles en su mano.
―Ese chico, Jeff...
―No quiso hablar, pero no fue necesario. La evidencia ya lo señala. Además, el otro chico que iba con él durante el intento de secuestro decidió hablar. Todos creen que al hacerlo le reducirán la condena.
Carter sonrió con sorna mientras agitaba los papeles.
―Yo cooperé y me redujeron la sentencia.
―Cuando Henry te visitó en prisión dijo que te daría una nueva identidad si aceptabas trabajar para ellos, así que nosotros te la dimos por cooperar. Aunque en realidad no fue idea mía. Fue de Anna. Dijo que era su manera de darte las gracias. Quiere que tengas una nueva oportunidad y que no metas la pata.
Carter se removió un poco incómodo en el asiento.
―Sabes que no hice gran cosa.
―Ayudaste más de lo que crees. Gracias a ti, pudimos obtener las pruebas suficientes para vincular a Astori con Egmont. Además, nos sirvió para conectar nuevamente a Jeff con el primer atentado en contra de Anna. Lo que quería inyectarle era una droga. Iba a ser el primer intento de secuestro. Por desgracia hubo daños colaterales. La enfermera, Verónica, aún está en coma. Le estaban inyectando el mismo tipo de droga que fabricaba Astori pero a una escala aún más concentrada. Mi padre ya está trabajando en un tratamiento médico para que mejore pronto. Con tu ayuda logramos desestimar una organización criminal a gran escala. Nuestro mayor problema será lidiar con el escándalo que arropará a la familia real. Hiciste un buen trabajo, aunque pienso que deberías renunciar a ser policía porque de verdad eres una mierda.
Él le respondió con una sonrisa de burla.
―Gray, gracias por mantener tu promesa. Ya sabes, por Emilia.
―La pobre iba a necesitar empezar de cero también después de ver morir a su hermano. Habrá sido un psicópata y un asesino, pero era su hermano.
A Carter le recorrió un escalofrío por la espalda.
―No fue una decisión que me pusiera muy contento.
―Salvó su vida, y en vista que se va contigo entiendo que no te guarda rencor.
Carter le echó un rápido vistazo a la pelinegra que supervisaba que guardaran las maletas sin estropearlas.
―Lia Boerio ―leyó en los papeles―. Creo que le gustará.
―Bueno, si no le gusta dale una patada en el trasero. Es lo mejor que pude conseguir de un día para otro. Yo en su lugar no andaría de exigente.
Carter se echó a reír. La pelinegra se acercó a ambos corriendo. Llevaba unos pantalones rojos ajustados y una camisa negra de mangas largas.
―Las maletas ya están listas.
El momento de las despedidas había llegado.
―Bueno ―Carter torció un poco la boca―. Gracias, Gray. Sé que lo he dicho demasiado últimamente, pero esta es probablemente la última vez que nos veamos, así que, con toda sinceridad, quiero darte las gracias por haberme ayudado. Sé que lo hiciste por tu amigo, pero...
Gray le extendió la mano.
―Tengo que asegurarme que mantengas tu identidad oculta, así que continuarás sabiendo de mío. Por desgracia, eso significa que debo hacerme amigo tuyo. Un apretón de manos y dejémoslo así.
Él le sonrió a modo de agradecimiento mientras le aceptaba el gesto.
―Si es posible, dile a Anna que deseo que sea muy feliz. Que se lo merece.
―Tú también.
Carter tomó a Emilia de la mano. Se internaron en el interior de la avioneta y, una vez que despegó, desaparecieron juntos para siempre.
―¿Has hablado con Cameron?
Anna se preguntó si había formulado la interrogante correcta. Ninguno había hablado con el otro en dos días.
―No ―respondió él.
La villa en London Dry tenía en la entrada un letrero que citaba «EN VENTA». A Anna le cosquilleó el estómago al verlo dado por hecho. La venderían, pero los bellos recuerdos que habían adquirido en ese lugar se iría con ellos rumbo a su nuevo hogar. Ninguno de los dos podía dormir cómodamente al recordar que había sido el lugar del que los habían separado.
Charles la envolvía en brazos para cubrirla del frío. Estaban recostados del auto mientras esperaban a que el camión de mudanzas saliera de la propiedad. Desde allí podían escuchar a los cachorros ladrar. Ambos estaban en el interior del vehículo, acostados en una esquina del asiento trasero mientras jugaban. A Anna le apreció adorable aquella imagen.
Charles vio como su aliento se escapaba en forma de humo de su boca al respirar. El invierno se acercaba con increíble rapidez. Desde que su tío había sido arrestado, el tiempo pasaba a una velocidad enloquecedora. Dos semanas parecían un engaño, una fantasía. Tanto había sido el estrés y la tensión acumulada por los eventos catastróficos que esas dos semanas de paz parecían una mentira.
―La está pasando mal ―susurró Anna.
―Lo sé.
Él descansó su barbilla sobre su hombro, pero como era pequeña debía encorvarse un poco. Cameron no había querido hablar con nadie y él no podía juzgarlo. Haberse enterado de todas las monstruosidades que había hecho su padre y, además, haber intentado asesinarlo destruyeron algo en él. Aunque su relación nunca había tenido momentos agradables, él era familia y en momentos como esos la familia no podía darse por vencida los unos con los otros.
―La última vez que hablamos dijo que estaría por Estados Unidos. Se unió a un grupo de control de ira y está yendo a evaluación psicológica. Está decidido en que no será como su padre.
―Eso está bien. Le ayudará.
―También lo creo.
El camión de la mudanza abandonó la propiedad. Detrás de él, el auto de su familia lo siguió. Alice abrió la ventanilla, puso las manos alrededor de su boca y gritó:
―¡Nos vemos en casa, muñecos!
Ambos se echaron a reír. Un segundo auto abandonó también la propiedad. En ellos iban Zowie y Peete. Ambos los saludaron con la mano y continuaron la marcha.
―¿Estás seguro que vivir todos juntos es una buena idea? ―le preguntó ella.
―¿Bromeas? Como si tu familia fuera a separarse de ti en estos momentos. Además, es una cuestión temporal. Yo ya te lo había dicho: cuando tú y yo nos casemos voy a establecer una nueva casa real. Una casa real buena que no guarde secretos familiares. Una casa real sincera.
Le depositó un sonoro beso en la mejilla.
―Un lugar al que llamar hogar.
Anna sonrió embobada.
Antes de marcharse, le dieron un último vistazo a la propiedad. Todos los bellos recuerdos se iban con ellos, y también los tristes, los espantosos, porque esos los hicieron fuertes.
―Así que... ―Anna esbozó una sonrisa de burla―. ¿Quieres saber que nombre le puse a la perrita?
―¿Ya por fin te decidiste?
―Ajá, y te va a encantar.
Él levantó una ceja.
―¿Cuál?
―Queenie. Ya sabes, en honor tu apellido. Queen. Queenie.
Charles dejó escapar una carcajada que le cosquilleó la piel.
―¿Qué haré contigo?
―Podrías cederme tu apellido.
―Cuenta con ello.
Él le depositó un beso en el cuello, y al darse media vuelta para internarse al auto, acompañados del gruñido que hacía el motor al encender, partieron rumbo a su nuevo hogar, con los cachorros
Verán mi bombardeo y lágrimas más tarde, después del epílogo —sí, hay epílogo, tranquilas—. Por ahora, creo que siento un vacío un poco difícil de llenar y me gustaría agradecer apropiadamente. Y ahora, con tantos sentimientos encontrados, solo tengo un «gracias» enorme atorado en la garganta y para ustedes, con lo especiales que han sido, no basta. No es suficiente. Creo que UPEA ha tenido un final justo, y con justo me refiero a que todos han terminado como lo merecen. Las opiniones estarán encontradas. Como todo en la vida, hay blanco y negro, pero ojalá y me tope con grises. Siento que he sido justa y que ha acabado bien, pero como cada lector es único, les dejo a ellos tener su propia voz.
Gracias por acompañarme en este viaje. Son especiales. Oh, muy especiales. No tengo palabras suficientes para definirlos.
Esperen el epílogo para el domingo. Es una promesa.
Puedes comentar aquí lo que piensas del capítulo. Sus opiniones son muy valiosas para mí ♥
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