Capítulo setenta y seis | VO
**IMPORTANTE: LEER NOTA AL FINAL, ¡SOLO SI TERMINASTE DE LEER ESTE CAPÍTULO!**
Habían invadido su casa y la habían alejado del hombre que amaba y de su familia. La habían amordazado, amenazado de muerte y golpeado. La habían obligado a ejercer presión sobre un buen hombre para que tomara una decisión. Había tenido que recurrir a los golpes para escapar de su prisión, recorrer el bosque de noche con aquellas bajas temperaturas que aún le calaban los huesos y valerse de sus diezmadas fuerzas para llegar hasta su vieja casa. Y cuando estaba tan cerca de hallarse a salvo se encuentra con él. Anna sintió aquello como una broma muy cruel. Todos sus esfuerzos no podían acabar en ser atrapada.
Cuando el agotamiento cayó nuevamente sobre ella, esta vez con más fuerza, sintió unas incontrolables ganas de echarse a llorar pero, al igual que había estado haciendo las últimas horas, se contuvo. No quería mostrar debilidad, aún cuando estaba a punto de desplomarse en el suelo sin una gota de energía.
Reforzada con el inagotable deseo de volver a casa, levantó el arma que cargaba en su mano derecha y la apuntó hacia él. Cameron ni siquiera se inmutó, como si le diera igual que lo amenazara con dispararle o no.
―No subiré al auto contigo ―gruñó ella―. Apártate. Me lo llevaré.
―No, no te lo llevarás, y tampoco me dispararás.
Él dio un paso, un único paso hacia ella, que bastó para hacerla temblar de pies a cabeza, como si estuviese balanceándose en el filo del precipicio.
Sostuvo el arma con más fuerza y continuó apuntándole.
―Ya basta, no te acerques. Si lo haces, yo...
―¿Dispararás?
―Lo haré ―sentenció, pero su voz no sonaba tan segura como quería aparentar.
Cameron sonrió un poco, como si acabase de ver la escena cómica de una película.
―Ya déjate de juegos, Anna, que ambos sabemos que no soy un hombre paciente.
Él volvió a acercarse, y Anna perdió el control de sí misma. Apretó el gatillo, pero Cameron se movió tan rápido que no se percató de que le había quitado el arma hasta que descubrió su mano vacía.
Anna esperó encontrarse con el arma apuntándole a ella esta vez. Sin embargo, vio que Cameron estaba centrado en desmantelarla pieza a pieza y luego arrojarla en el matorral que los rodeaba tan lejos como le fue posible. Aún así, a Anna le parecía seguir sintiendo su peso en su mano. Le parecía seguir oyendo el sonido del disparo.
―¡Ya está! ―gritó ella―. ¡Me quitaste el arma! ¿Ahora qué? ¿Me llevarás con el asesino de tu padre?
Cameron enarcó una ceja, y a Anna se le volcó el estómago al percatarse que su gesto era igual al de Charles.
―¿Qué haces aquí? ―le preguntó él―. ¿Cómo llegas desde London Dry hasta el corazón de un frío bosque?
―¡No actúes como si no lo supieras!
―No, creo que sé que está pasando aquí, pero pensé que sería mejor si tú lo confirmabas.
Anna quiso lanzarle un sinfín de maldiciones. Oh, Dios, quería tantas cosas... Darle golpetazos hasta desbaratarle la sonrisa, escupirle en la cara por ser tan mezquino. Pero había algo en sus gestos usualmente oscuros y siniestros, algo casi invisible que apenas podía notarse, que la hizo retroceder y ponerse en una zona segura.
―No sabes lo que está haciendo tu padre, ¿no es así? ―indagó ella―. ¿O te envió a buscarme?
El rostro de Cameron se volvió inexpresivo, y se mantuvo de la misma forma durante un largo rato.
―¿Él asesinó a mi madre? ―indagó él, y Anna sintió que, a pesar de ser una pregunta, aquello fue también una respuesta.
Cameron no tenía idea de lo que tramaba su padre, y se preguntó cómo era posible que Egmont planeara toda esa locura frente a sus ojos y no se percatara de ello.
―Lo hizo ―respondió Anna, y por primera vez, cuando vio la manera en que su rostro se descompuso un instante por la tristeza, sintió una inmensa lástima por el hombre que había despertado en ella solo desprecio.
Cameron entrecerró los ojos como si intensase contener las lágrimas, pero fue un gesto tan efímero que Anna se preguntó si realmente había sucedido. Se cruzó de brazos y volvió a su antigua postura interrogativa.
―¿Por qué estás aquí? ―le cuestionó él.
―Tu padre me secuestró.
Aquello despertó su curiosidad. Lo supo por la manera en que había inclinado su cabeza hacia un lado, como si toda su atención estuviese centrada en ella. Anna vio aquello como una oportunidad, como una esperanza a la que aferrarse con fuerza, y comenzó a contarle todo a detalle, sin saltarse una sola cosa. Mientras hablaba, observó detenidamente los gestos que él hacía. Gestos de enojo, de ira, frustración y, casi disfrazados en la sombra de una sonrisa de burla, también de tristeza.
―¿Tú cómo me encontraste? ―le preguntó ella una vez que terminó.
―Los guardias de Charles tocaron a mi puerta en la mañana. Me hablaron sobre el secuestro. Supongo que habían creído que yo tenía algo que ver. Revisaron toda la casa, habitación por habitación, y no se marcharon hasta haber terminado. No encontraron nada. Después que se fueran, fui a visitar a mi padre para contarle.
Él hizo una pausa, y sus oscuros ojos se ensancharon de tal forma ante el recuerdo que Anna sintió arcadas de pánico golpeándole en la espalda.
―Lo escuché hablar por teléfono, supongo que con Henry, no lo sé. Es el hombre en quien más confía. Y dijo un par de cosas, sobre ti, sobre mi...
Madre, pensó Anna. Contuvo el deseo de cubrirse la boca con ambas manos. Cameron se había enterado sobre lo que le ocurrió a su madre por error y, si podía ser peor, de la misma boca de su padre.
―Siempre creí que nos había abandonado ―lo oyó decir―. Que se fue por ahí con otro hombre. Me pregunté toda mi vida: ¿qué puede ser mejor que un príncipe? ¿Qué puede ser mejor que criar a tu único hijo varón? Quiero decir, ¿no es lo que la mayoría de las familias añora: un primogénito varón? Y ella que lo tuvo, ¿lo abandona?
Los oscuros ojos de Cameron se forraron por una capa húmeda.
―Creer que mi madre me abandonó me enseñó a no crear lazos, y ahora resulta que mi padre ―hizo una mueca ante la mención de la palabra― fue quien me enseñó a hacerlo. No fue ella, no fue su abandono. Fue el hombre que me crió y que me juró que jamás haría lo que ella. Abandonarme, dejarme a mi suerte. Juró que me guiaría.
Anna retrocedió otra vez, porque la capa húmeda se convirtió en neblina, y a distancia olía a la más pura y helada de las iras.
—En fin —suspiró—. Rastreé el teléfono de Henry y me llevó hasta este bosque. Pensé que si estabas huyendo irías hacia la carretera para encontrar ayuda. Mis deducciones no estaban tan equivocadas al parecer.
Anna quería gritarle una serie de cosas que se atoraban en su cabeza y no le permitía enumerarlas, pero una parte de ella, en el fondo, se sentía aliviada de que fuera él quien la hallara. De haberse topado con Henry ya estaría muerta.
―Él tiene algo serio contigo, ¿no es así? Mi padre ―cuando la miró, la ira había desaparecido, y una abrazadora luz de esperanza brillaba en sus ojos oscuros―. Quiere la corona, es cierto, pero algo hay contigo que lo desestabilizas, y él es un hombre muy centrado ¿Qué más sabes de él?
―Trabaja con un narcotraficante.
Él enarcó una ceja.
―Caramba, no se parece en nada al padre con el que he crecido.
―La gente no siempre es lo que aparenta.
Hizo un gesto con la boca como si no le interesara.
―Te ves cansada ―le dijo―. De seguro quieres irte a casa.
Anna frunció el ceño.
―¿Me llevarías? ―se aventuró a preguntar.
Él le obsequió una sonrisa torcida.
―Solo si permaneces callada.
Ella no pudo responder, porque en ese instante él metió una de las manos en los bolsillos de su pantalón y sacó su teléfono. Marcó a prisa unos números y se lo pegó al oído.
Al otro lado de la línea, al responder, escuchó su pesada respiración antes de soltarle una maldición.
―¿Cómo te atreves siquiera a llamarme?
Cameron miró fijamente a Anna mientras presionaba su dedo índice contra sus labios para indicarle, una vez más, que permaneciera callada.
―Primo ―respondió él con falso entusiasmo―. Jamás pensé decir esto, pero no sabes qué alegría me da escucharte.
Anna lo fulminó con la mirada.
―¿Qué estás...? ―comenzó a decir ella, pero él volvió a presionar el dedo contra sus labios.
―¿Me estás gastando una broma? ―gruñó Charles―. ¿Para qué me has llamado?
El silencio reinó en la llamada por unos segundos.
―Tu padre te ha pedido que llamaras, ¿no es así? ¿Tan bajo has caído?
―Quieres a Anna de vuelta, ¿no es así?
―Maldita sea, ¡ya lo he entendido! ¡O es Anna o la corona! No te necesito presionándome.
―Quieres a Anna de vuelta, ¿sí o no? ―repitió, esta vez con mayor firmeza.
Lo único que se oía en aquel momento era la ruidosa y agitada respiración de Charles. Parecía que estaba teniendo problemas para darle una respuesta.
Anna le obsequió a Cameron una mirada cargada de impaciencia. Tal vez no había estado enterado de los planes de su padre desde el principio, pero ahora actuaba como él. Pero contrario a esa vez, ahora tenía maneras de impedir el intercambio.
―¡Ya basta! ―gritó ella―. ¡Dame ese teléfono!
Anna se le abalanzó para quitárselo, pero él la envolvió con un solo brazo de modo que la inmovilizó por completo. Dejó escapar un quejido y se desplomó en el suelo mientras se presionaba el estómago. Dios, estaba tan débil que con un simple apretón logró derrumbarla.
―Sh, calla ―gruñó Cameron.
―¡Charles, no le hagas caso!
―¡Cameron, no te atrevas a hacerle daño! ―gritó Charles a través de la línea―. ¿Es que tanto deseas la corona? ¿Tanto ansías el poder?
―Dime algo, Charles. De príncipe a príncipe.
Le lanzó una mirada fulminante a Anna para que permaneciera callada.
―¿Qué puede desear más el futuro rey: el trono o a esa mujer?
El silencio fue espantoso, casi aterrador, pero también esperanzador. Una decisión había que tomarse, y él ya conocía su respuesta.
―¿Dónde está Anna, Cameron? Te lo estoy pidiendo, casi implorando. No le hagas daño. Esto es entre nosotros. Siempre ha sido entre nosotros.
―Bueno, si la quieres de vuelta, solo tienes que hacer una cosa. Una simple y sencilla cosa y ella vuelve a casa.
La resignación fue palpable incluso a través de la línea.
―De acuerdo, Cameron. Haré lo que me pidas.
Una vez que colgó, Charles sintió un gran peso en sus hombros, aún mayor al que había adquirido hace unas horas. Había tomado una decisión, y si algo salía mal sería su completa responsabilidad. La vida de Anna y la de cada persona en Reino Unido estaban en sus manos, colgándose, implorando por ayuda.
En silencio, observando el jardín a través de los ventanales de su habitación, imploró a los cielos que su decisión fuera la correcta. Pronto comenzó a dolerle la cabeza, y ante la falta de sueño y medicación, la herida también. No le había dolido desde hace un par de horas, pero a estas alturas, después de haber hecho y deshecho, de recorrer la casa mil veces y de realizar llamadas como un loco desesperado, la herida comenzó a desistir en su resistencia e inició una serie de advertencias. Pero el medicamento que aliviaba su dolor le hacía dormir, y dormir era un lujo que no podía darse.
Tomó el frasco y lo observó. Solo tenía que resistir el dolor un poco más, hasta ver los resultados de sus acciones. Entonces podría aplacarlo. Ella valía un sacrificio así.
Se centró tanto en sus pensamientos que no escuchó la puerta abrirse.
―Oh, no ¡Suelta eso!
Gray avanzó por la habitación a grandes pasos hasta alcanzarlo. Le arrebató el frasco de pastillas y suspiró.
―Mi padre llamó. Algo anda mal con esto.
Charles lo miró como si le hubiese dicho que podía convertir su saliva en hielo. Quiso gritarle que todo andaba mal, pero entendía que no era el momento. Si el Doctor Gibert había mandado a suspender su tratamiento, algo andaba realmente mal con él.
―Lo que faltaba ¿Qué tiene el medicamento?
―Me dio la versión corta: el medicamento está alterado. Tiene un químico, una especie de droga, que es lo que te mantiene dormido casi todo el tiempo. Según me ha dicho es muy fuerte y difícil de identificar. Anna le envió una muestra. La primera vez no quiso darle importancia, hasta que le comenté que duermes prácticamente todo el día. Dijo que sí provocaba sueño, pero no para llegar a ese extremo.
―¿Cómo es que terminé consumiendo un medicamento alterado?
―Al parecer es tu médico, el que te atendió por el disparo. Trabajaba en el St. Marie con mi padre. Él estaba a cargo del cuidado de Verónica, la enfermera que sigue en coma ―se metió las manos en el bolsillo―. Estaba en un coma inducido por ese mismo médico. Cuando tuviste el accidente, él fue enviado por tu tío al hospital donde te atendieron. A mi padre se le hizo muy extraño, así que envió a una de sus enfermeras de confianza para vigilarlo. Inició una investigación en su contra desde entonces, y estos fueron los resultados: tu tío le consiguió el empleo. Creemos que te recetó esos medicamentos alterados para mantenerte dormido durante el secuestro, así no lo evitarías como el último.
Gray se rascó la nuca mientras hacía una mueca con la boca.
―Eso tiene mucho sentido, ¿sabes? Jeff, en el hospital cuando intentó rematar a Anna, tenía una jeringuilla. Esa mierda siempre se me hizo extraña. Es mucho más fácil inyectarle un veneno que disparar una ruidosa arma.
Charles vio los extraños gestos que hacía a través del su reflejo en el ventanal.
―¿Y si no era algún veneno? Carter hizo un interesante informe sobre el tipo de droga que Astori distribuye. Se consume al mezclara con líquidos y tiende a cambiar su color. Recuerdo que mencionó algo sobre un efecto somnífero muy fuerte y que también puede actuar como relajante muscular. Según el informe, utilizan medicamentos controlados para crear su maravillosa droga.
Charles frunció un poco el ceño.
―Entonces el médico, tal vez, podría estar vinculado.
―Podría estar entregándole dichos medicamentos controlados a Astori ―Gray tronó los dedos―. Tal vez el secuestro de Anna estuvo planeado desde un principio. Intentaron asesinara y resultó un fiasco, por lo que su siguiente mejor plan fue secuestrarla. El asesinato era para quitarla de en medio; el secuestro para chantajearte. Desde luego, estando tú todo el tiempo con ella, decidieron aprovechar sus pequeñas vacaciones para llevarlo a cabo. Pero otra vez: fiasco. Ya sin opciones, deciden invadir la propiedad.
Gray parecía tan entusiasmado con sus teorías que deseó darle un puñetazo.
―Así que, resumiendo: Egmont le consigue empleo al médico que te atendió y este, a su vez, le da medicamentos a Astori para fabricar la droga. Supongamos que Jeff pretendía inyectársela a Anna, quizá mantenerla dormida mientras se la llevaba, y supongamos, además, que es la misma droga que el médico en cuestión te recetó.
Charles le vio a Gray una sonrisita en la boca que le hizo entender que había resuelto el misterio.
―Egmont y Astori trabajan justos, y no solo en el asunto del secuestro que si bien deberíamos repasar, basándonos en la grabación que nos entregó Carter sobre Astori, este hablaba con su jefe sobre la coordinación del secuestro que envió al Príncipe de Inglaterra, futuro Príncipe de Gales, y único heredero al trono británico al hospital gravemente herido. Carter me había dicho que Astori distribuye la droga en las carreras, escondiendo las bolsas con la mercancía en el auto. Deja el auto en la sección que le corresponde y en la noche alguien va y se lleva la droga. Es de esa forma como se esparce el negocio a nivel mundial: ¿Quién sospecharía de un exitoso corredor?
»El logo que se encontró en la chaqueta de Henry pertenece a la misma compañía que maneja la carrera del italiano, y estoy seguro que si indagamos con buenas fuentes el dueño es Egmont. Henry debe ser su mano derecha en todos y cada uno de sus negocios lícitos e ilícitos. Así que, en conclusión, Egmont Queen no solo secuestró a la prometida del heredero al Reino Unido, sino que es el coautor de un intento de homicidio, traición a la corona, autor de un intento de golpe de estado y, mi parte favorita, el socio favorito del narcotraficante más escurridizo de mi carrera. Gracias a tu tío, ahora tenemos las pruebas suficientes para enviarlo a prisión de por vida. Acabamos de desempolvar una conspiración, Su Alteza ―le dio un golpecito en el hombro izquierdo―. Me gusta hablar contigo. Pones mi cerebro a trabajar.
Charles se pinchó el puente de la nariz.
―Realmente, Gray ¿qué sucede con la seguridad? ¿No deberíamos tener a los mejores guardias? ¿Cómo algo así puede pasar frente a nuestras narices y no nos percatamos de ello hasta que estamos en este brete?
―Christopher cree que fueron comprados por tu tío. Muchos de ellos no creen que debas ser el rey.
Él le obsequió una mueca de fastidio.
―El mismo cuento que he estado escuchando desde el principio. La misma estupidez que ha provocado todo este problema.
―Al diablo ¿Qué no te lo he dicho desde que nos conocemos? Tú vas a ser el rey, y me cortaré las pelotas si no les demuestras a esos hijos de puta que podrías gobernar el mundo entero si te nombraran su rey.
Mira que buen rey he sido, Gray. No pude controlar a mi personal. No pude garantizar la seguridad de mi familia.
―Charles, eso no ha sido culpa tuya.
―¿Entonces de quién? ¿De mi tío? Aún peor. Lo tenía en frente y no pude verlo. Incluso cuando supe la verdad, una parte de mí estaba negada a aceptarlo. Esa no es la clase de rey que este país merece.
―¿Renunciarás ahora? ¿Ya estando tan cerca?
Él le dio la espalda. Gray deseó golpearlo contra el ventanal. Tal vez con un buen golpe en la cabeza él reaccionaría.
Pero una vez que lo vio voltearse de nuevo hacia él, vio algo en sus ojos que no había visto desde que eran niños. Determinación, acompañada de un brillo airoso de perspicacia.
―Soy Charles William Queen, primogénito y único heredero al trono del Reino Unido de Gran Bretaña ―le sonrió―. Renunciar no es algo que corra en mi familia.
Le dio un golpecito en el pecho a su mejor amigo.
―Ven conmigo. Voy a devolver a mi mujer a casa.
―¿Entonces ya tomaste una decisión?
Charles se encaminó hasta la cama de la que tomó su saco blanco ceniza. Llevaba una camisa a cuadros azul y blanca y pantalones de lino a juego con el saco.
―Ya lo veras.
Sentado tras el escritorio de caoba, observando la vieja fotografía familiar que lleva allí colgada cerca de veinticinco años, Egmont meditaba cuidadosamente cual sería la siguiente carta que utilizaría. Su juego se estaba tambaleando y su buena suerte comenzó a evaporarse en el momento que recibió el aviso del escape de Anna Mawson ¿Qué tenía que hacer para deshacerse de ella de una maldita vez? Cuando más cerca estaba de obtener lo que quería, ella salía de la nada y desmoronaba sus planes ¿Cómo podía ser eso posible? No era más que una campesina, una delincuente ¿Entonces cómo conseguía penetrar su imperio y llevarlo a las cenizas?
Apartó sus pensamientos y enfocó su atención nuevamente en la fotografía. En ella aparecía su hermano, Olive y Charles recién nacido en sus brazos. Parecían la pareja más feliz del mundo, un cuadro maravilloso que adornaba la oficina de un tío orgulloso de su familia.
―Malditos sean ―gruñó él, sus palabras convertidas en un puñado de desprecio.
Aquella fotografía representaba para él la despedida a sus esperanzas. Con un heredero en la Casa Real, Egmont perdía la oportunidad de coronarse rey algún día. Perdía la oportunidad de ser el hijo favorito, y no él, su hermano. Perdía la oportunidad de tenerlo todo a manos llenas como siempre debió ser. Pero Edward debía llevarse todo lo que él tanto deseaba. El irresponsable, mujeriego y descuidado de su hermano se llevaría la gloria solo por ser el mayor.
Y ahora que estaba tan cerca, esa maldita mujer interfiere en sus planes. Lo ha hecho una y otra vez. Convirtió al irresponsable e inútil de su sobrino en su marioneta, convenciéndolo de hacer cosas que arruinaban sus grandes planes. La corona iba a pasar a Cameron, y de alguna manera lograría que él se la cediera. Pero no. Su estúpido sobrino ahora demostraba interés en su herencia ¡Ahora! Cuando estaba tan cerca...
Se levantó del asiento y arrasó con todo lo que había sobre el escritorio de un manotazo. Le fastidiaba cuán fácil podía perder su autocontrol solo con pensar en esa maldita mujer. Ella tenía que morir, y tenía que hacerlo lo antes posible. No permitiría que siguiese arruinando sus planes.
Estuvo a punto de devolverse al asiento cuando escuchó su teléfono sonar. Lo encontró en el suelo cerca de la ventana. Al observar el nombre que aparecía en la pantalla, Egmont frunció el ceño. No esperaba que le llamara tan pronto.
―Sobrino ―respondió.
Se aclaró la garganta, procurando hacer el menor ruido posible, en un intento por reponerse del ataque de furia de hace tan solo unos segundos. Lo menos que deseaba es que supiera que algo andaba mal.
¿Y si por eso lo llamaba? ¿Acaso Anna había conseguido volver a London Dry?
―He estado pensando muy cuidadosamente tu... propuesta ―Egmont detectó algo diferente en su voz, una extraña determinación en él que jamás le había escuchado―. Puedes quedarte con Reino Unido si es lo que tanto deseas, pero a cambio espero que devuelvas a Anna a casa.
Egmont evitó expirar aliviado. Anna no había conseguido volver, lo que significaba que aún tenía una pequeña ventaja sobre la familia.
―Has tomado una decisión muy inteligente, sobrino. Estoy muy orgulloso.
―Suficiente con tus estupideces ―gruñó impaciente―. Mi padre y yo nos adheriremos al Acta de Abdicación. Te veremos en Buckingham dentro de una hora. La sentencia se hará inmediata y habrá una conferencia de prensa posteriormente para presentarlos como la nueva línea de sucesión.
―¿Y por qué debe ser en Buckingham?
―¿Le has prestado atención a la clase de historia? Es la Casa Real. Estaremos solo los tres para firmar. Hemos mandado a llamar a dos miembros de la Cámara de los Lores y de los Comunes, así como al Primer Ministro, que te servirán de testigos.
―¿Y todo lo haces para devolver a esa mujer a tu vida?
―Lo tomas o lo dejas. Te veré en una hora.
La llamada culminó, y Egmont se enfiló de inmediato rumbo a su destino.
Había entrado en aquella habitación por primera vez cuando tenía nueve años en compañía de su padre y de su hermano mayor. En aquel entonces, era solo el hijo del rey y el hermano del heredero. Ahora, no era más que el tío del heredero. La sombra de los reyes y herederos siempre estaba sobre él. Pero no esta vez. A partir de ese día, entraría a esa oficina con una corona sobre su cabeza.
Permaneció en una esquina, observando a través de la ventana, mientras esperaba por sus invitados. Todos sus esfuerzos y la paciencia empleada durante años comenzaban a generar frutos. En tan solo unos minutos tendría firmada el acta que le daría lo que tanto deseaba. Miró por encima del hombro y observó los documentos esperando a ser firmados. Unos minutos más. Tan solo unos minutos más...
Lo único que podría arruinarlo sería Anna Mawson, y ella seguía por ahí, asechando. Saberlo le provocó un escalofrío. Una sola palabra de ella y destruiría su perfecto imperio.
Tomó el teléfono de su bolsillo y marcó a prisa unos números.
―¿La encontraste? ―preguntó al escuchar su respiración al otro lado de la línea.
―No, señor.
―Henry, maldita sea. No estaré tranquilo hasta que le arranques la cabeza a esa mujer ¿Has llamado a Astori?
―Sí, señor, pero se negó a ayudar. Dijo que la asociación se acabó, que la obsesión que tiene por deshacerse de esa mujer lo está llevando a la tumba.
―¿Eso ha dicho?
―Eso temo, señor.
―¿Pero con quién cree que está tratando? ¡Yo seré el rey! Si ha decidido echarse hacia atrás, verá que su negocio también lo hará. Ha utilizado la compañía que he creado para lavar nuestro dinero y distribuir la droga en sus estúpidas carreras. Sin mí él no es nada ¡Nada!
Murmuró palabras que ni siquiera él pudo entender, pero su efímera ira se disipó en el instante que vio el auto de la familia real detenerse en la entrada de la propiedad.
―Ya ha llegado la hora, Henry. Encuentra a esa mujer y mátala. Hazlo o juro que te cortaré la maldita cabeza y se la daré de comer a una serpiente.
Colgó y guardó a prisa el teléfono en el bolsillo. Su impaciencia era tal que el cristal de la ventana se cubrió de vaho por su agitada respiración. Allá abajo, vio que la puerta del auto se abría y que de él bajaba su sobrino. Llevaba puesto un traje de lino blanco ceniza y una camisa a cuadros azul y blanca. En la cabeza traía puesto un sombrero marrón que le cubría el rostro. Subió las escaleras de la entrada a prisa y se perdió dentro del edificio. Segundos más tarde, vio bajar a su hermano. Vestía completamente de negro, desde el traje hasta la camisa y la corbata.
Se frotó las manos con impaciencia y fijó toda su atención en la puerta de la oficina. Unos minutos más y la espera habrá terminado. Unos minutos más, y su hermano le entregará al fin lo que siempre debió ser suyo.
Pero los minutos transcurrieron y la puerta jamás se abrió. Su impaciencia creció como las olas en una tormenta. Creció a tal altitud que su inquieta respiración se volvió aún más trabajosa. Los labios le temblaban ante la expectativa. Esa puerta debía abrirse pronto o enloquecería.
Finalmente sus palabras fueron escuchadas. La vieja puerta de madera se abrió con una lentitud sumamente desgarradora que le quebró los nervios. La alta figura de su sobrino se asomó con elegancia e imponencia. El sombrero marrón sobre la cabeza agachada no dejaba verle el rostro.
Y cuando se deshizo de él, esperó ver el desordenado cabello azabache y los ojos azules de Charles, pero en su lugar encontró dos enormes ojos oscuros y un revuelto matojo de rizos rojos.
―Hola, padre.
Y por la sonrisa que le obsequió después, Egmont supo que su imperio estaba a punto de ser convertido en cenizas nuevamente.
Gente de Wattpad, no sé como decirles esto, y no sé como lo vayan a tomar... Pero el capítulo 77, el próximo capítulo, es el capítulo final.
«¿Están preparados para presenciar la decisión final de un príncipe en apuros?»
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