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Capítulo setenta y cinco | VO

¡FELIZ NAVIDAD A TODOS! Este es mi regalito de Navidad para ustedes, con un toque británico ♥ LOS QUIERO MIL MUNDOSSSSSS 


Cansada de correr y de luchar contra el viento frío, Anna se desplomó sobre un montón de hojas húmedas para recobrar el aliento.

El bosque estaba helado y oscuro. Debía ser de madrugada, pero la hora exacta se le había escapado hacía mucho tiempo. Apenas podía concentrarse en avanzar. Las altas temperaturas estaban disminuyendo sus fuerzas y a pesar del terror de ser atrapada, el hambre y la sed gruñían su ansia dentro de ella.

Deseó tener una brújula interna para orientarse. El espeso bosque parecía un laberinto del que era imposible escapar. Como si ya no fuese bastante tenebroso con el sonido del viento y la lluvia helada que se aproximaba, tenía sobre su cabeza una desgarradora certeza: Henry Hamilton debía estar tras ella. Detenerse podría significar ser atrapada. Sintiéndose más cansada que antes, presionó las piernas con fuerza contra el húmedo suelo y se levantó.

Avanzó casi sin aliento y prácticamente a ciegas. Podría estar caminando directamente hacia su secuestrador y no tendría forma de saberlo. El arma en su mano ejercía un peso extra. Nunca antes había sostenido una, y ahora dependía de ella para mantenerse a salvo ¿Pero sería capaz de utilizarla? Nunca antes le había hecho daño a alguien, al menos no con la deliberada intención de asesinado. Salvo, quizá, por el hombre que le disparó a Charles. Incluso en ese entonces no estaba del todo consciente. Se había dejado llevar por su ira y su dolor, pero dudaba ser capaz de repetir su hazaña estando en sus cinco sentidos.

¿Pero si de eso dependiera su vida? Un escalofrío le recorrió la espalda al considerarlo siquiera. Si su vida dependiera de tomar la de otro... Sacudió la cabeza. No quería seguir pensando en ello. Tomaría la decisión si el momento lo ameritaba.

Se recostó de un húmedo árbol a recobrar el aliento. Se agotaba con mayor facilidad, por lo que su avance era cada vez más lento. No podía seguir corriendo por ahí sin saber hacia dónde se dirigía. Se enfocó en lo que había a su alrededor. Solo árboles, hojas que volaban con el frío viento y rocas húmedas en el suelo ¿Hacia dónde podía ir?

Respiró profundamente para permitirse concentrarse. Necesitaba un punto que le sirviera de orientación

London Dry está ubicado en Westminster al igual que el Palacio de Buckingham. No tenía idea cuando tiempo tomó llegar desde la villa hasta el lugar donde la tenían secuestrada. Pero estaba en medio de un bosque. Así que tenía que pensar... ¿qué bosque está cerca de Westminster? Kensington Gardens, Hyde Park, el St. James... No, esos lugares son imposibles.

―Piensa, Anna ―masculló.

Tronó los dedos de su mano derecha. ¡El Bosque Kensinley! Es el único bosque lo suficientemente cerca de London Dry para realizar un secuestro exitoso ¿Pero cómo podría estar segura? Tal vez se arriesgaron a ir más lejos. Si es así, había una forma de averiguarlo.

Su vieja casa, en la que solía vivir con su familia cuando era niña, estaba hacia el norte del Bosque Kensinley. Solo tenía que encontrar el norte, y una vez allí se las ingeniaría para pedir ayuda. Soltó su enmarañado cabello y observó hacia cual dirección se movía. Una vez que supo a donde debía dirigirse, marchó por el improvisado camino con un poco más de esperanza.



Charles observó las expresiones de su padre mientras éste veía el video que le había mandado su tío.

Decir que estaba furioso era limitarse. Los gentiles ojos azules de su padre se volvieron dos esferas que parecían transmitir la furia implacable del fuego. Los gestos amables desaparecieron, siendo reemplazados por un sin número de arrugas de frustración y cólera.

―«...no le des a este monstruo lo que quiere» ―oyó la voz de Anna.

Un nudo ácido se le formó en la garganta. Sus palabras le seguían dando vueltas en la cabeza. Eran muy duras, demasiado para asimilar. Aunque le aterraban, en el fondo se sentía tan orgulloso de su chica. Era una mujer tan valiente, y temía que sus acciones no estuvieran a la par con las suyas. No podía exponer su vida, pero tampoco entregar su trono.

―¡Maldito estúpido! ―oyó gritar a su padre.

Lo vio lanzar el teléfono contra el asiento.

―Planeó todo esto a sangre fría, ¡y tuvo el descaro de pararse frente a mí y preguntar por mi salud! ―Dejó escapar una falsa carcajada―. Lo que es peor: tuvo el atrevimiento de fingirse preocupado cuando te dispararon.

Entrelazó sus dedos con tanta fuerza que sus uñas quedaron marcadas sobre la piel.

―Siempre supe que él quería la corona, pero no pensé que llegaría a esto. Creí que con el tiempo él entendería que no es mi culpa, que simplemente ya estaba designado por ser el hermano mayor. Por mucho tiempo parecía que él ya estaba bien, que lo había comprendido, pero todo esto ha demostrado que estaba equivocado. Nunca dejó de perseguir la corona aún sabiendo que era mi responsabilidad.

El rey levantó los ojos drenados por la angustia y observó a su hijo como si le hubiese dicho que estaba sentenciado a muerte.

―Intentó matarte ―masculló con dificultad.

―No creo que ese fuera su plan ―se acercó con poco, con las manos escondidas en los bolsillos de su pantalón―. Gray dijo que solo querían a Anna. El disparo fue un error. Pasó únicamente porque evité que se la llevaran.

―Tal vez no quería matarte, pero quería hacerte daño. Mi hermano quería hacerle daño a mi hijo.

―Padre... ―se acomodó junto a él en el asiento―. Me preocupa como todo esto va a afectar tu salud. Lo último que necesito es que empeores.

―¿Cómo pretendes que esto no me afecte? Estamos hablando de mi hermano. Yo jamás pensé...

―Lo sé. Me ha afectado tanto como a ti. Pero pensé que tú podrías ser la roca que necesito en este momento. Nadie puede entender mi predicamento mejor de lo que podrías hacerlo tú. Lo que él está pidiéndome...

―Es el peor de los chantajes ―lo interrumpió―. Comprendo perfectamente.

―No sé qué hacer. No puedo escoger entre Anna y Reino Unido. No puedo escoger uno sin sentir que traiciono al otro. Ambos forman parte de mí y...y me cuesta...

―El amor y el deber pueden partirte en pedazos si no eres listo, y si no sabes cómo unificarlos.

―¿Pero cómo puedo hacerlo? Tengo dos opciones y debo decidirme por una.

Edward le obsequió una mirada severa.

―Tú eres un rey, Charles. Un heredero. Pero, principalmente, eres mi hijo. Tienes una responsabilidad, un deber, una decisión que tomar. Yo ahora mismo no soy nadie. Soy el padre de un hombre que está enfrentándose a una dura prueba. No puedo decirte qué harás.

―Pero...

Edward agitó la cabeza.

―Esta es tú elección. Ser rey no es tan sencillo como la gente cree. Requiere de decisiones drásticas, de mantener la cabeza fría, de soluciones inteligentes ―le dio un golpecito en el lado izquierdo del pecho―. Debes tener buen corazón, Charles, pero ―colocó la mano sobre su cabeza― también estrategia. Es necesario si quieres ser un buen líder.

Charles no tuvo el tiempo de procesar aquello, porque Gray invadió la habitación con la fuerza de un tornado.

―Creo que ya sabemos dónde está Anna.



Su vieja casa la reconfortó como si fuesen los brazos de su madre después de despertar de una pesadilla. A pesar de lo cansada, sedienta y hambrienta que se sentía, se permitió sentirse segura al menos por unos minutos.

Dentro de la propiedad, se desplomó sobre uno de los antiguos sofás de la sala y cerró los ojos para descansar su pesada vista. Dios, estaba tan agotada... Apenas podía creer que había conseguido hacer el viaje a través del bosque sin ser atrapada ¿Estaba mal sentir una descarada satisfacción ante aquello? Había escapado de su secuestrador y cruzado el bosque a mitad de la noche, prácticamente sin ver por dónde iba e ignorando zagas pero débilmente las quejas de su estómago.

Pero tenía que ser realista. Quedarse allí no era seguro. Tenía que seguir avanzando sin importar cuánto deseara desplomarse sobre aquel sofá y dormir por horas.

Al menos ya sabía dónde estaba. En su vieja casa no había nada que pudiese ayudarla a pedir ayuda, pero a menos de una hora estaba la cafetería a la que solía ir cuando pequeña. Pensar en ella le recordó aquella cita con Charles, los mil cafés y brownies que habían ingerido juntos mientras charlaban amenamente. Su primera cita, aunque no fuera del todo oficial. Un dulce comienzo en su historia...

Agitó la cabeza y se centró nuevamente en su realidad. Solo tenía que aguantar un poco más y volvería a casa.

El dolor en sus manos que tanto se había empeñado en olvidar se desató por toda ella. El frío lo empeoraba, y ver la sangre seca en sus nudillos le provocaba un dolor de cabeza espantoso. Los golpes sobre la lona eran muy diferentes a los golpes a sangre fría a los que había tenido que recurrir para escapar. Se preguntó si habría sido más sencillo usar la cuerda y estrangularlo. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. En aquel momento, su inconsciente había decidido que no era capaz de hacerlo. Estrangularlo, verlo morir, perder el aire, era un acto a sangre fría que no podía llevar a cabo. Prefería los golpes. Tal vez eran más violentos, pero no dejarían una huella tan profunda en su alma. Podría manejarlo.

Buscó en la propiedad algo que le sirviera de abrigo. No había sido habitada en mucho tiempo, así que encontró muy poco: una manta vieja que utilizó de abrigo y un viejo candelabro con media vela. Podría encenderla con un par de piedras.

La embriagó el agotamiento.

Tropezó con sus propios pies y por un instante pensó que caería, pero logró evitarlo al sostenerse de una pared. Abrió la boca tanto como pudo e inspiró profundamente. Se armó de valor y abandonó la propiedad. Tomó dos pequeñas piedras del suelo y, después de un sin número de intentos, vio la vela encenderse. Aún estaba muy oscuro, pero sabía exactamente qué camino debía tomar.

Suspiró y se internó nuevamente a la oscuridad.



La propiedad estaba cubierta por niebla, que parecía darle un aspecto de película de terror.

Charles sentía que sus nervios iban a fallarle en cualquier momento. Gray le había contado que, después de revisar el video un par de veces, lograron reconocer la habitación. Pertenecía a la propiedad que Danila les había provisto, la misma que había ido a revisar con Carter y los hermanos Martínez. En aquella ocasión no pudieron encontrar nada, pero ahora podían vincularla con el caso. Le pidió a Gray que le permitiera acompañarlos, pero él no paraba de insistir que no fuera con ellos, pero después de haber pasado casi diez minutos discutiendo no le quedó más remedio que permitírselo. Su única condición era que permaneciera en el auto.

Así que ahora lo observaba rodear la propiedad junto a los hermanos Martínez, Christopher y Carter, los cinco armados hasta los dientes, como si estuvieran preparados para la guerra.

Se trataba de una casa vieja, abandonada, y que aparentemente estaba inhabitada en ese momento. Ni una sola luz escapaba por las ventanas. Allí no parecía haber nadie.

Gray fue el primero en entrar. Después le siguió Christopher, Carter y finalmente los hermanos. La ansiedad lo estaba carcomiendo. Si ella no estaba ahí, habrían realizado ese viaje en vano. Habría albergado esperanzas en vano.

―Por favor, Anna, que estés allí ―suplicó para sí.

Tenía los ojos cerrados y los dedos entrelazados. Lo único que se lograba escuchar en el interior del auto era su agitada respiración y el constante golpeteo de su pie contra el suelo.

No supo cuanto tiempo pasó, pero al abrir los ojos, Gray y el resto abandonaron la casa con un gesto fúnebre. Charles abrió la puerta del auto y salió disparado de él.

―¿La encontraron? ―inquirió con la voz entrecortada―. ¿Encontraron algo?

La expresión de Gray le sirvió como respuesta.

―No hay nadie adentro, pero...

Los gestos de Charles se volvieron severos.

―Sin rodeos. Dime que sucede.

―Encontramos rastros de sangre en una habitación pequeña. Es la misma que sale en el video. Está la silla y una cuerda. Y en el pasillo...

―¿Pero qué acabo de decirte de los rodeos? ―gruñó.

Gray se remojó los labios para continuar.

―En el pasillo hay manchas de sangre. Muchas manchas de sangre. Habría que realizar unas pruebas para saber si es de...

―¿Si es de Anna?

El solo considerar aquello le creó un nudo ácido en el estómago que estuvo a punto de hacerlo vomitar.

―Dios, no ―masculló mientras se llevaba las manos a la cabeza―. Pero él sabe que si le hace daño yo no firmaré ¿Tal vez se trate de otra persona?

―Es posible, Charles. Es difícil saberlo en estas circunstancias.

Carter se acercó con recelo. Al notarlo, Charles le obsequió una mirada cargada de irritación.

―Tal vez Anna consiguió escapar ―masculló, esforzándose en no mirarlo fijamente―. Anna sabe boxear muy bien. Además, es una mujer lista. Quizá logró soltarse las cuerdas y luego escapar.

―¿Y la sangre? ―le cuestionó Gray.

―Ya te lo dije. Ella sabe boxear. Le enseñó su hermano, una persona que tiene problemas para controlar su ira. Puede verse gentil y amable, pero su problema de cólera fue muy severo. Cuando le enseñó a boxear, sacó lo más agresivo del deporte y se lo mostró. De seguro las viejas enseñanzas fue lo que utilizó para neutralizar a su secuestrador.

Charles lo meditó unos segundos.

―Eso suena totalmente a algo que Anna haría ―suspiró profundamente―. Supongamos que lo hizo. Anna podría estar en cualquier parte ahora.

Gray tronó los dedos.

―Tal vez no. La casa en la que vivía de pequeña no está muy lejos si vamos en auto. Si es tan lista como la creemos, de seguro fue allí.

Charles rogó en silencio que fuera así.

―Bueno, entonces vámonos ya.

Se dio la vuelta y se internó en el lado del conductor.



Diez minutos más, pensó Anna mientras avanzaba por la carretera.

Los primeros rayos del sol comenzaban a aparecer, pero se negaba a apagar la brillante luz de la vela que le había servido de guía. Le dolían las piernas y las manos, no solo por la larga caminata y los golpes, sino también por lo implacable que era el viento frío con ella. Su avance era cada vez más lento. Estaba tan cansada... Deseaba poder detenerse a descansar si quiera diez minutos, pero no podía controlar esa urgencia que le pedía a gritos que continuara avanzando, como si su vida dependiera de ello. Una amarga carcajada se le escapó de la seca garganta. Su vida dependía de ello.

Se imaginó una cálida bienvenida en la cafetería. Se imaginó un café caliente en las manos con un par de brownies. Su estómago gruñó con tanta fuerza que tuvo que detenerse. Dios, moría de hambre. Su increíble insaciabilidad no le había parecido tan molesta hasta ahora.

Respiró profundamente para calmarse. Si lograba llegar hasta la cafetería, podría obtener el descanso y la comida que necesitaba para recobrar sus fuerzas. Solo debía aguantar un poco más, solo un poco más...

Las luces brillantes del auto le impidieron avanzar. Por un momento, el temor de que se tratase de Henry o de Egmont se atoró en su garganta y no le permitió respirar. Cuando sus cansados ojos se enfocaron, una sonrisita de alivio se le estampó en la cara al descubrir que era un auto de la guardia real. La puerta del conductor se abrió, y la gran sombra se ensanchó a medida que abandonaba el interior.

―¿Charles? ―preguntó. Su voz temblaba ante la expectativa.

Pero una vez que la sombra se acercó a la luz y vio el rostro del conductor, todas sus esperanzas se ahogaron en un mar de pánico.

―Te he buscado por todas partes, Anna Mawson ―Cameron le obsequió una sonrisa torcida―. Sube al auto. Tenemos que hablar de negocios.

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