Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo setenta | VO

Charles tomó muy en serio su papel como profesor, y Anna debía admitir que era muy bueno en ello, porque en los últimos dos días ha aprendido mucho más que todos esos años en la escuela. Era más listo de lo que creía, y ya pensaba que era un hombre muy inteligente. Conoce cada punto y cada secreto de su casa real y la historia general de Reino Unido. También cada detalle del protocolo, por más absurdo y confuso que le pareciera a ella. Además, sabía ponerlo en práctica apropiadamente para que tuviera una idea de cómo llevarse a cabo.

Anna miró la taza de porcelana frente a ella, que reposaba sobre la mesa del comedor.

―Tienes que levantarla utilizando solamente el pulgar y el índice ―le indicó―. Debes mantenerte erguida y con la cabeza en alto, pero sin exagerar. Los codos en la mesa están prohibidos y no puedes dar sorbos largos. Después de cada sorbo, debes devolver la taza al plato.

Él hizo una rápida demostración de sus palabras. Después, ella lo imitó.

―Muy bien. Tienes otro diez.

―Siempre fui una chica de dieces.

Charles enarcó una ceja al verla cruzar las piernas.

―Cruzar las piernas rompe cualquier regla de protocolo.

―¿Por qué?

―Se considera un gesto cotidiano. La verdad no hay mucho que puedas hacer con ellas. Al sentarte, debes estar erguida con las piernas bien juntas, pero sin cruzarlas.

Anna se devolvió a una posición erguida y sin cruzar las piernas, justo como él le había indicado.

―Si sabes que estos son detalles básicos, ¿no? ―preguntó él―. No esperes dominar todo en un día.

―¿Estás dudando de mi capacidad de aprender?

―No, pero a mí me tomó años aprender lo que sé.

―Yo creo que ya no estás tan entusiasmado con la idea de ser mi profesor.

Él le sonrió con burla.

―Te equivocas, boca floja. Es divertido. Además, me sirve para practicar.

―¿Entonces qué sigue?

―¿Qué tal el brindis? Sigue más o menos la misma línea del té: codos fuera, colocar de vuelta la copa tras cada sorbo. Ahora, el brindis generalmente lo hace el noble varón, salvo que la princesa o noble fémina sea la invitada de honor. Siempre que se realice, se debe mirar de frente, no al suelo. Además, no debes levantar la copa por encima de la cabeza.

―Tal vez debí traer papel para anotar todo eso.

―Es mucho más sencillo recordar si lo aprendes como lección general. Todo lo que sea bebida: usar solo el pulgar e índice, devolver la copa o la taza a la mesa después de cada sorbo, no levantarla por encima de la cabeza y siempre mirando de frente a las personas. El contacto visual es un buen juego de confianza. Puede ayudarte a demostrar seguridad en ti misma.

―Pero soy muy segura de mí misma, es en el resto de mi cuerpo en quien no confío.

Él dejó escapar una carcajada.

―Tengo preguntas ―habló ella.

―Siempre las tienes.

―Soy muy curiosa.

―Lo sé.

―Bien, ¿qué hago si me ponen tres tenedores?

―No creo que pongan tres, pero en todo caso siempre se empieza utilizando los que estén más alejados del plato, o sea de afuera hacia adentro.

―¿Y cómo sé que es el cubierto apropiado? ¿Y si el primer cubierto es un tenedor, pero están sirviendo sopa?

Él sonrió, y Anna vio el rastro de una burla en ese gesto.

―¡No te burles de mí! ―gruñó ella―. ¡Te lo prohíbo!

―Mira, quien haya preparado la cena se encargará de poner los cubiertos en el orden adecuado para la comida. En caso de que no ser así, solo tomas la cuchara para sopas y listo. No son tus modales lo que estarían siendo cuestionados, sino la capacidad del anfitrión para organizar una cena.

―¿Y cómo sé cuál es?

―¿Qué cosa? ¿El anfitrión?

―No. La cuchara para sopas. Yo uso una cualquiera.

―Es la más honda. Generalmente.

―Muy reconfortante.

―Bueno, saber poner la mesa es algo muy importante si eres el anfitrión de alguna reunión, porque debes encargarte de cada detalle, hasta el color del mantel o el de las cortinas.

Charles la vio presionarse las sienes con ambas manos.

―Todo iba bien hasta que llegamos al protocolo en la mesa.

―Lo aprenderás. Ahora es un poco confuso porque hemos hablado de muchas cosas en pocas horas.

―Entonces, ¿para ti sería muy sencillo poner una mesa con cada uno de esos detalles?

―No he tenido que ponerlo en práctica, porque es la mujer quien generalmente se encarga de la organización, pero sí. Supongo que podría.

―Presumido ―murmuró ella apenas separando los labios.

―Ya te lo dije: me llevó años aprender todo eso.

―Pero yo no quiero que me lleve años. Ya escogimos una fecha, y según el protocolo no podemos casarnos hasta que tome esas lecciones. Por lo que veo, son lecciones muy cargadas.

―No, la que está muy cargada eres tú. Anna, tenemos tiempo. No hay por qué apresurarse.

Anna tomó el papel que llevaba horas sobre la mesa, una larga lista que había hecho sobre todas las cosas que debía aprender.

―A ver, repasemos: protocolo, historia de las casas reales, idiomas, funcionamiento de las instituciones sociales, leyes...

Anna se detuvo al escucharlo suspirar.

―Esto era lo que yo temía ―musitó él.

Charles se levantó de su silla y rodeó la mesa para sentarse junto a ella. Le tomó la mano y las descansó sobre la mesa.

―Anna, yo sé que todo esto es muy pesado, que es mucha información y que, probablemente, te sientes un poco presionada. Lo sé, yo me sentí igual cuando inicié mis lecciones. Nací en cuna noble, así que no tuve muchas opciones, y por desgracia, el protocolo establece que, para casarte conmigo, también debes exponerte a todo eso. Yo no estoy muriendo por casarme con una dama elegante. Estoy muriendo por casarme contigo, como eres: grosera, terca, a veces increíblemente insoportable. Me gustan tus defectos, porque viví una vida donde no podía permitírmelos.

Se hizo un largo silencio entre ambos, y por extraño que les pareciera, no fue uno incómodo. Porque no había nada incómodo en tomarse de la mano y hablar de sus sentimientos más profundos. Hablar con ella era muy fácil, y ella amaba que él se abriera de esa forma.

―No quiero que te prepares con el mismo tipo de personas que estuvieron a la cabeza de mis lecciones cuando era más joven ―apretó un poco su mano―. Son insoportables. Créeme. Es un grupo perfeccionista y poco amable. Solo afirman con la cabeza ante un acierto y cuestionan duramente tus errores. No permitiré que traten a mi chica de esa forma.

Anna sonrió como tonta.

―Si ellos eran tan malos contigo, ¿por qué tu padre permitió que siguieran dándote lecciones?

―Porque yo no le dije. Para él, era muy difícil ser padre, rey y esposo. No quería cargarlo con una tontería como esa. Fue Tessie quien se enteró. Entró al Salón Amarillo, donde solía estudiar, y escuchó la forma en la que ellos hablaban. Desde que la conozco, Tessie ha sido siempre una mujer calmada y dulce, pero ese día fue la primera vez que la vi enojada. Me llevó del brazo hasta mi padre y le exigió que cambiara a mis profesores. La pobre se echó a llorar después porque me había arrastrado tan fuerte hasta su despacho que me hizo un moretón.

―Tessie es una gran mujer.

―Lo es. Mi padre tuvo una inmensa suerte por haberla encontrado ―llevó sus manos entrelazadas hasta su boca para besar la de ella―. Una suerte que corre por la familia, al parecer.

Anna se echó a reír.

―Es usted un hombre afortunado por tenerme, Su Alteza.

―Tiene toda la razón, Mi Señora.

Futura Señora.

―Sé que lo de «señora» no te gusta, pero será mejor que vayas acostumbrándote.

―No tengo opción. Todos me llaman «señora» por tu culpa.

―Sabes que es el protocolo. Llaman «señora» a la esposa de un príncipe.

―Pero aún no soy tu esposa.

―Eso no les impide que te llamen señora, ¿no es así? Saben que es el lugar que te corresponde, con o sin papeles.

Charles se maravilló con aquella sonrisita que ella le obsequió, acompañada del par de ojos cargados de miles de emociones a la vez, ojos que lo miraban solo a él.

―Usualmente ―habló ella― un par de versos poéticos surgen después de unos segundos de silencio.

Charles dejó escapar una sonora carcajada.

―Lo siento, no se me ocurre ninguno.

―Bueno, puedo leer los que tienes en la computadora.

―Me preguntaba cuanto tiempo tardarías en meter las narices en mis archivos.

―Me ofendes.

―Pero es que lo haces. Hiciste lo mismo con mi teléfono. Sin contar que guardaste música que jamás había escuchado.

―¿Pero quién no tiene música de All Time Low en su teléfono?

―Personas que no los conocen, tal vez. O que no les guste.

―¿Y Kelly Clarkson? Si me dices que no te gusta, me divorcio.

―Pero aún no estamos casado.

―Entonces te pediré el divorcio en la luna de miel.

Él puso los ojos en blanco.

―Adoro a Kelly Clarkson ¿Feliz?

―Dilo como si te gustara de verdad.

―Pero sí me gusta, solo que no tanto como me gustas tú.

Anna sonrió como boba.

―Bueno ―él torció un poco la boca―. Tú y tus amigas.

Anna entrecerró los ojos un poco.

―¿Qué amigas? ¿Es un chiste pervertido?

―Las ya no tan inseparables Pier y Nas.

Anna puso los ojos en blanco.

―¿Otra vez con el chistecito de mis piernas?

―Odio romper una amistad de cinco años, pero la verdad es que separadas me gustan más.

―Pervertido.

―Siempre soy yo el pervertido, como si tú no lo fueras.

―Yo no ando contando chistes así.

―Es nuestro chiste personal.

Ella le sacó la lengua, y mientras lo miraba se percató de que ambos estaban más cerca, con la cabeza recostada contra el espaldar de la silla. Tan cerca, que ella pudo sentir su aliento cálido haciéndole cosquillas sobre la piel de sus mejillas. Él llevó las manos de ambos, que aún estaban entrelazadas, hasta su pecho y, a través de la camiseta, Anna pudo sentir el rimbombante escándalo de su corazón.

―¿Qué es lo que tiene este lugar? ―lo oyó decir―. Pareciera que London Dry es el único lugar seguro y tranquilo en el mundo.

―Es extraño, ¿no?

―Sí. Aunque dicen que no hay mejor lugar que el hogar. Tal vez sea por eso.

Anna se acercó un poco para depositarle un beso en la mejilla.

―Este es nuestro hogar.

―Lo es. Lo hemos hecho nuestro poco a poco.

―Querrás decir millón a millón. Este lugar costó una fortuna.

―No importa. Pagaría lo que sea por tener un hogar contigo.

―¿Y si yo quisiera vivir en el campo?

―Te complacería.

Anna sonrió un poco.

―¿Quieres vivir en el campo? ―le preguntó él.

―No eres muy amante al campo. Tú mismo lo dijiste.

―Y también dije que te complacería.

―No hay que hacer sacrificios tan mundanos.

―Pero tú nunca me pides nada.

―Soy una chica simple que es fácil de complacer.

―¿Y te complacería vivir en el campo? Sé de unos buenos terrenos. Podríamos construir allí nuestro nuevo hogar.

―¿Para qué construir un hogar si tenemos esta casa? Pensé que te gustaba estar aquí.

―Pero es muy urbano y a ti te gusta el campo.

―Me da igual donde vivamos. Lo que yo quiero es estar contigo.

―Pero estarías muy contenta viviendo en el campo. Vamos, ya admítelo.

Anna puso los ojos en blanco.

―¿Por qué tienes que ser tan insistente?

―¿Por qué tienes que ser tan difícil?

Los dos se echaron a reír.

―¿Ya se acabaron mis lecciones, profesor?

Charles adoptó un gesto pensativo.

―¿No has tenido suficiente con el parloteo de hoy?

―Me gusta escucharte hablar. Tienes una voz muy sexi

―Ah, estás usando mis adjetivos.

―Sip ¿Qué tal si ahora me enseñas algún idioma? Muéstrame que tan versátil es esa lengua británica.

Él levantó una de sus gruesas cejas.

―Creo que hay una especial connotación sexual en esa última oración.

―No me estaba refiriendo a nada sexual.

―¿Segura?

―Completamente.

Charles entrecierra un poco los ojos mientras sonríe.

―Femme ―lo oyó decir.

― ¿Qué es eso?

―Es mujer en francés.

―Oh ¿Y hombre?

―Homme.

―Pero ya te he oído hablar en francés. Dijiste que también hablabas italiano.

―Ajá.

―Entonces dime algo. Lo que se te ocurra.

Él lo pensó unos segundos.

La tua familia ci sta guardando.

Anna sonrió como tonta, a pesar de que no podía entenderle una sola palabra.

―Me siento como una idiota, pero aún así pienso que te oyes más sexi hablando italiano que francés. A todas estas, ¿qué es lo que me dijiste?

Él se acercó un poco y, susurrando, le dijo:

―Que tu familia nos está observando.

Ella entrecerró los ojos un poco.

―¿Es en serio o solo fue algo que se te ocurrió?

―Nos están observando ―asintió.

―¿Desde dónde?

―Están detrás de la puerta, aunque la única que se asoma es tu hermana. Dime algo, ¿me dejarías asesinarla?

―Oye, pero si lo haces ¿de dónde saco otra hermana?

―Yo tengo dos, no importa. Puedo cederte una de ellas.

Anna dejó escapar una carcajada.

―¿Aún están observándonos?

Charles miró de reojo hacia la puerta. Alice debió percatarse de aquello, porque la vio correr lejos de la puerta. Un montón de pasos la siguieron.

―Ya se fueron ―le dijo él.

―¿Estás seguro?

―Bastante.

Ante el silencio, él preguntó:

―¿Por qué crees que nos estuvieron observando?

―Quizá querían ver como hacía el ridículo. Ya sabes que, de los cinco, soy la representación divina de un gran desastre.

―Es imposible. No eres un desastre ¿Quién podría pensar eso de alguien que tiene diez accidentes en cinco minutos?

―Eso es una enorme exageración.

―Anna, las estadísticas nunca mienten.

―Pero no existen.

―Yo las preparé ¿No las viste cuando husmeaste en mi computadora?

―Oye, tú me dijiste que podía usarla cuando yo quisiera. Veo que te arrepientes muy rápido.

―¿Pero quién está hablando de arrepentirse?

Anna murmuró una serie de palabras que él no pudo comprender. Sonrió, y se fue acercando lentamente hasta estamparle un beso en la mejilla.

―Eres muy gruñona ―se acercó más, hasta que ella sintió los labios de él deslizándose suavemente por la base de su cuello―. ¿Es la frustración sexual?

―¿Insinúas que estoy frustrada? ―murmuró lo suficientemente bajito para que solo él pudiera escucharla.

Charles, que aún tenía su mano entrelazada con la suya, tiró suavemente de ella para acercarla un poco.

―Considerando que ambos nos hemos sometido a una abstinencia obligatoria, sí, yo diría que sí.

―Yo lo soporto mejor que tú.

―Probablemente es cierto. No sé cómo pudiste soportar la abstinencia durante cinco años. Eso no es para mí.

―Los hombres son más sexuales.

Charles le montó mala cara.

―¿En serio? ¿Eres de las que piensa que los hombres son primitivos y que requieren de la satisfacción inmediata de sus necesidades fisiológicas?

―No lo digo yo. Está ampliamente explicado en la jerarquía de necesidades de Maslow.

―Pero cuando él habla del hombre se refiere a ambos, hombre y mujer.

―Por supuesto.

Él sonrió ampliamente.

―Sí estás frustrada.

―Por supuesto que lo estoy ―gruñó ella―. Como si la injusticia de cinco años de abstinencia no fuera suficiente, cae sobre mí la maldición de una bala.

Charles separó los labios y dejó escapar una fuerte risotada.

―No te rías tanto ―gruñó ella―. También cae sobre ti.

Él le respondió con otra carcajada.

―Lo siento, lo siento ―se aclaró la garganta―. No puedo tomarte tan en serio cuando lo explicas de ese modo.

Anna puso los ojos en blanco, pero terminó sonriéndole.

―¿A qué hora llegará tu padre? ―quiso saber ella.

―Entre las seis o seis y media ¿Por qué?

―Yo no me he duchado. Además, no sé si Peete ya tenga lista la cena. Tampoco sé quien preparará la mesa. Conmigo no cuentes porque aún no entiendo muy bien todo eso.

―Bueno, puedes subir a ducharte si quieres. Me haré cargo de la mesa.

―¿La prepararás tú?

―Aún me funcionan los brazos.

―Pero uno de ellos está herido.

―Ya está mejor. No entres en una crisis antes de la cena.

―Yo me quedaré para ayudarte. Me ducho muy rápido, así que...

―No, yo me ducho muy rápido. Además, montar una mesa se hace en un dos por tres.

―Terminaremos mucho más rápido si yo te ayudo. Sin contar, por supuesto, que me serviría de lección.

Charles lo meditó un momento.

―Está bien, mujer. Tú ganas.



La mesa estuvo lista muy rápido, y ambos subieron a la habitación para ducharse. Una vez fuera, se enfundaron en la vestimenta seleccionada para la cena. Anna utilizaba un vestido blanco hasta medio muslo con un escote diamante. No llevaba ningún accesorio salvo por el anillo de compromiso. El cabello estaba elegantemente recogido, y sus labios estaban arropados por el brillante labial rojo que tanto le encantaba ver en ella. Él, por otra parte, vestía con un traje gris oscuro, sin corbata, que estaba acompañado por la pañoleta blanca en la parte izquierda del saco.

―¿Les dirás de donde sacaste ese vestido? ―le preguntó él.

Anna estaba sentada al borde de la cama mientras se ponía los tacones.

Dejó escapar una carcajada.

―¿Quieres que le diga a mi familia sobre el chantaje?

Él se acomodó a su lado para ponerse los zapatos.

―Prefiero que no lo hagas.

―Puedo decirles que este es uno de los muchos vestidos que me compraste, pero me temo que ni a Zowie ni a Peete los podrás engañar. Ellos saben que este vestido fue el primero que me enviaste cuando me quisiste como tu chofer.

―Pensé que eras de esas mujeres que se verían bien en jeans, pero no en vestidos.

―¿Y cómo me veo con vestidos?

Él meditó sus palabas un momento.

―Pasmosa ―sonrió―. Avasalladora. Ahora, si prefieres escucharlo con palabras simples y cotidianas: espectacular. Ni siquiera el sol luego de días de lluvia se ve tan hermoso como tú.

Los ojos de Anna se humedecieron, y tuvo que obligarse a contener las lágrimas para no arruinar el maquillaje.

―No creo que sea una imagen tan avasalladora.

―Te infravaloras. Debes confiar en mí, quien ha caído perdidamente enamorado de vuestra merced.

―Bueno, no quiero destruir este momento, pero le recuerdo, Su Alteza, que nuestros invitados están por llegar.

―Tiene razón, Su Alteza ―sonrió burlonamente―. Es otro título al que debes acostumbrarte.

―La culpa es mía, por haberle liado con un príncipe.

―En eso tienes razón. Yo ya cargo con el título. No puedo dejarlo colgado por ahí y luego ponérmelo, ¿verdad?

―Yo espero que no, porque con lo torpe que soy es probable que me tropiece con él.

Charles se echó a reír. Se puso en pie y extendió la mano izquierda para ayudarla a levantarse. Anna miró su otro brazo. No tenía puesto el cabestrillo.

―¿Estás seguro que no necesitas usar el cabestrillo?

―Anna. No usaré esa porquería durante la cena.

―A nadie le parecerá extraño, incómodo o lo que sea que te impida usarlo. Todos saben que estás herido.

―Vamos, mujer. Deja de tratarme como si aún estuviera en el hospital. Déjame disfrutar aquello de lo que no te mata te hace más fuerte.

―Para mí es lo que casi te mata vuelve loca a tu prometida.

―Mi brazo está muy bien. Me he cuidado muchísimo desde que salí del hospital, y lo sabes.

―Claro que lo sé, si voy corriendo detrás de ti como si fueras un niño para evitar que hagas una tontería.

―Lo dices como si causaras problemas.

―No, pero ayer estabas corriendo por todo el pasillo con los cachorros.

Al recordarlos, Anna se giró hacia una de las esquinas de la habitación, donde los cachorros dormían.

―Mis hijos son hermosos ―se volteó hacia él―. Se parecen mucho a ti.

―Es por eso que son tan atractivos. Está demás decir que soy un hombre modelo.

―Principalmente de desnudos.

Él entrecerró los ojos un poco. Anoche, mientras se duchaba, escuchó unas risitas que solo podían significar problemas. Una vez que terminó, vio a Anna en el suelo, con el teléfono en la mano, tomándole fotografías. En todas aparecía desnudo.

―Si esas fotos llegan mágicamente a filtrarse, tú serás la única culpable.

―Dejaré que me tomes fotos esta noche.

Charles levantó una de sus gruesas cejas.

―Dios mío, voy a necesitar una memoria expandible.

―Eh, sin abusar.

―Bueno, como mínimo hay que guardarlas en un lugar seguro. Solo por precaución.

―Y pensar que antes no te importaba exhibirte por ahí.

Él se encogió de hombros, pero no respondió. La tomó de la mano y bajó con ella hasta la antesala. Su padre, Tessie y las gemelas llegaron veinte minutos más tarde. Anna los guió hasta la sala, donde se hallaba su familia charlando animosamente. El resto se unió también. Alice estaba casi colgada del brazo de Mike, y él no paraba de mirarla, como si fuera la mujer más bella sobre la faz de la tierra. Abraham, que estaba sentado junto a Zowie y Peete, tenía la mano de Mackenzie, su novia, entrelazada con la suya.

Toda la familia esperaba ansiosamente escuchar el motivo por el que estaban todos reunidos allí. La ocasión ameritaba una cena. Anunciarían la fecha de su boda.

Charles pidió disculpas antes de abandonar la habitación. Entró a su oficina y tomó su teléfono, que descansaba sobre el escritorio mientras cargaba. Miró la pantalla esperando encontrarse con algún mensaje de Gray. Quizá no alcanzaría a llegar a la cena como le había dicho.

Se echó el teléfono al bolsillo y abandonó la oficina. En la antesala encontró a las gemelas, una tomando la mano de la otra, mientras la miraban. Charles no pudo evitar sentirse un poco incómodo.

―Eh ―se rascó la cabeza con la mano izquierda―. ¿Buscan el baño? ¿Es eso?

Las dos negaron con la cabeza.

―De acuerdo. Hacían esto cuando éramos niños. Ahora, al igual que en aquel entonces, no es divertido. No se queden ahí solo mirándome y haciendo los mismos gestos.

Esperó a que dijeran algo.

―Oigan, Dúo Demente, si pudieran...

Él hizo completo silencio cuando las dos se le acercaron de repente. Esperó cualquier cosa. Que lo empujaran, que le desgarraran el saco, pero aquello. De alguna manera, las dos lograron envolverlo en un abrazo que, afortunadamente, no alcanzó a lastimarle el brazo. Charles no supo cómo responder, porque ellos nunca fueron cercanos. Nunca se abrazaron o jugaron juntos. Muy al contrario, eran distantes entre sí y no se llevaban muy bien.

Pasados unos segundos, ellas se separaron.

Ambas comenzaron a hablar, pero lo hacían tan rápido y al mismo tiempo que él no pudo comprender.

―No fuimos a verte al hospital porque... ―Haylee, la de la derecha, comenzó a hablar.

―...no nos llevamos muy bien ―la interrumpió Kaylee.

―No eres fácil de tolerar, Cachorro, pero...

Las dos se miraron fijamente unos segundos. Después, devolvieron su atención a él.

―Estábamos preocupadas por ti ―corearon.

Charles frunció un poco el ceño.

―Pensamos que podrías molestarte si íbamos a visitarte ―habló Kaylee―. Desde niños hemos tenido problemas y creímos que vernos te fastidiaría. Así que no fuimos y dejamos que te recuperaras en paz.

Él permaneció en silencio mientras procesaba aquello.

―No iba a molestarme ―les dijo―. De acuerdo, es posible que nos cueste llevarnos bien, pero eso no significa que verlas me hubiese fastidiado tanto como creen. Habría sido un buen gesto.

Las gemelas la miraron con irregular asombro.

―¿Es en serio? ―preguntaron al unísono.

―Pues sí, supongo ―suspiró―. Después de todo somos familia. Quizá no tengamos la misma sangre, pero crecimos como hermanos. Lástima que no nos tratemos así.

Charles vio una inusual sonrisa de alivio en ambas.

―¿Y crees que aún es tarde para intentarlo? ―le preguntó Kaylee.

La pregunta lo tomó por sorpresa.

―No lo sé. Tal vez no.

La sonrisa de ambas simplemente se dilató.

―Eh, les advierto ―habló él―. No esperen de mí un hermano dulce y cariñoso, que eso no se me da.

―No importa ―Haylee se le acercó y envolvió su brazo alrededor del de él―. Siempre que no me gruñes ni me pelees por respirar el mismo aire que tú, está bien.

―Yo no gruño ni te peleo por eso.

―Sí gruñes. Por eso te llamamos Cachorro.

―Haylee, por favor. Éramos niños ¿Lo piensas dejar algún día?

Las gemelas gritaron un no tan fuerte que llamó la atención de los invitados. Resignándose a la familia de locos con la que convivía, volvió a la sala en compañía de sus hermanas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro