Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo sesenta y uno | VO

FELIIIIIIIIIIZ DIA DE SAN VALENTIIIIIIIIN 😍😘❤

BUENO, ESO, LOS QUIERO ✌💕


La primera vez que parpadeó fue incómodo, porque sentía pesados los párpados y los ojos llorosos. Cuando volvió a intentarlo, la brillantez de la luz rebotando en las blancas paredes lo obligó a cerrarlos.

Parpadeó nuevamente, y esta vez ellos decidieron permanecer abiertos al encontrar aquel brioso par de ojos verdes.

Charles despegó los labios con más dificultad de la esperada. Podía sentir sus labios secos, e incluso intentar pasar su lengua por encima de ellos le resultó una ardua tarea.

―¿Charles? ―la escuchó llamarlo.

Un quejido se le escapó al intentar moverse ¿De dónde venía el dolor y por qué no recordaba haberlo sentido la primera vez que despertó? En ese momento dolía, sí, pero hasta cierto punto era tolerable. Ahora era un poco menos que insoportable.

Parecía que se quemaba en una hoguera.

―¿Te sientes mal? ¿Te duele? ¿Charles?

Captó el esfuerzo por mantenerse calmada, pero pronto en su voz se escuchó la urgencia y la preocupación al no obtener una respuesta.

―Te quedaste ―murmuró lentamente.

―Por supuesto. Lo prometí.

―Mm ―sonrió―. Acércate. Un poco.

Ella se movió hacia él, y entonces pudo observar sus ojos verdes más cerca, tan cerca que podía alargar la mano y tocar su rostro. Entre medio de la ensoñación y la brillantez, pudo ver que llevaba un cubrebocas.

Y él ansiaba ver esa sonrisa que lo volvía loco.

―¿Por qué no te lo quitas?

La vio fruncir el ceño.

―¿El cubrebocas?

Charles asintió lentamente, y cuando ella le apartó la mirada, supo de inmediato que algo no andaba bien.

―No puedo hacerlo ―le dijo ella―. Órdenes de la enfermera.

―¿Por qué?

Ella lo pensó durante unos segundos.

―Mi garganta está irritada.

―Lo que está irritada es tu voz.

―Porque mi garganta lo está.

Él sonrió un poco, porque incluso en ese estado ella era capaz de contradecirlo.

―Te escucho peor ―se quejó por el dolor cuando intentó moverse―. ¿Qué ha sucedido?

―No es nada ―puso una mano sobre su hombro para mantenerlo quieto, pero se arrepintió de inmediato apenas él hizo una mueca―. Oh, lo siento. No quise, no sé dónde...

―Está bien. Sé que no lo haces a propósito ―sonrió―. ¿O sí?

―¡Por supuesto que no! ―gritó con los ojos muy abiertos.

―¿Ni siquiera por algún rencorcillo guardado?

―Charles, estás haciendo que me enoje.

―¿Y cuándo no lo hago?

Anna no pudo mantener aquella actitud por más tiempo, y a pesar de que no podría notarlo por el cubrebocas, ella sonrió.

―Creo que debería llamar al médico ―le acarició suavemente el brazo―. Vuelvo en un momento.

Retrocedió unos pasos, pero no los suficientes para impedir que la detuviera tomándola de la muñeca. Al mirarlo, descubrió la sombra de la súplica en sus ojos que se empequeñecían por el dolor.

―Juro que si te vas, me levantaré y me iré contigo. No me he ido porque me cuesta moverme, así que no me obligues a tomar decisiones precipitadas.

Anna entrecerró los ojos.

―¿A caso te has vuelto loco? No puedes abandonar el hospital hasta que el médico lo indique.

―Sé como funciona.

―¿Es por eso que no quieres que lo llame?

―¿Te conformarías con un "no quiero que me dejes solo"?

―Te conozco demasiado bien para aceptar esa respuesta.

Él le sostuvo la mirada unos segundos antes de concederle esa tonta pero encantadora sonrisa suya.

―No quiero que me dejes solo, sobretodo si es con un médico.

Anna parpadeó mientras procesaba sus palabras.

―¿Te asustan los médicos?

―Odio las agujas ―respondió de inmediato―. Es algo antinatural y no deberían traspasar la piel. Además, son increíblemente dolorosas.

―¿Estás consciente de que en este momento tienes una en el brazo derecho, no es así? Por la intravenosa.

―Nooooo, muchas gracias por recordarme lo obvio, cariño.

Ella dejó escapar una repentina carcajada.

―¡Te comportas como un niño!

―¡Estoy previniendo un moretón en el brazo! ―gruñó―. Tienes prohibido llamar al médico.

―Bueno, cariño, lamentablemente es algo que estoy en la obligación de hacer.

Él dejó escapar un gemido.

―Parece que lo estás disfrutando.

Aunque ella sabía que su comentario no pretendía herirla, en el fondo sintió esa pequeña punzada de pena que ocultó al respirar hondo.

―De verdad tengo que llamar al médico ―le dijo―. Tiene que revisarte y asegurarse de que estés bien. Prometo que será breve.

Él puso los ojos en blanco.

―Bien, pero quiero pedirte algo antes de que te marches.

―¿Qué cosa?

―Quiero que te acerques. No te tengo lo suficientemente cerca para disfrutar lo bello de tus ojos.

Oh... Sus palabras coquetearon por su piel, y ella, entontecida por lo dulce que era él, se acercó un poco más, inclinándose sobre él para que no hiciera esfuerzos.

Charles disfrutó del brioso par de ojos verdes que lo contemplaban como si fuese lo más importante en su mundo. La tenía tan cerca que pudo oler lo dulce de su piel. Ante aquello solo pudo sonreír, mientras levantaba la mano derecha con suma lentitud, porque todo lo que añoraba en ese momento era tocar su bello rostro.

Así que, sin permitirle detenerlo, acomodó la mano en torno a su mejilla, y con un movimiento rápido le quitó el cubrebocas.

La sonrisa tonta se desvaneció de su rostro una vez que notó la tirita en forma de equis cubriendo casi por completo el golpe en su boca. El lugar comenzó a llenarse por los pitidos del holter a medida que su ritmo cardiaco aumentaba.

―¿Qué ha sido eso? ―inquirió él―. Anna ¿Por qué tienes ese golpe?

Anna movió los labios con rapidez, pero de su boca nunca escapó una palabra. Solo se alejó de él, como si hacerlo impidiera que continuara viendo el golpe.

―¿Por qué tiene la pinta de ser reciente? ―Sus ojos comenzaron a empequeñerce, un reflejo de ña ira que comenzaba a vislumbrarse en su cansado rostro―. ¿Ha sido mientras dormía?

Él no obtuvo respuesta, y el silencio de ella solo consiguió alterarlo más. Los pitidos del holter se hicieron más seguidos y en su pecho podía sentir el frenesí de ira y frustración.

―¡RESPONDE! ―gritó.

Anna dio un pequeño salto en el lugar donde estaba.

―No ha sido nada ―musitó―. Quiero decir, nada que no pudiera resolverse.

―No andes con los malditos rodeos ―gruñó―. ¿Quién te ha hecho esto?

El escándalo del holter comenzaba a enloquecerla y también lo que representaba el mismo.

―Charles, estoy muy segura de que una persona que ha salido recientemente de una cirugía no debe alterarse tanto.

―Aún no me has visto alterado.

Haciendo un gesto de dolor, Charles se impulsó hacia adelante, a pesar de la lentitud de sus movimientos, hasta lograr sentarse sobre la cama. El holter parecía estar a punto de explotar.

―¿Y a ti quién demonios te dijo que podías pararte de la cama? ―gruñó ella.

―Yo me he dado esa orden.

―Pues no puedes. Hazme el favor de recostarte.

―Entonces dime quien fue el hijo de puta que se atrevió a ponerte una mano encima.

Anna lo miró brevemente a los ojos, pero le apartó la vista casi de inmediato. Su usual encantador brillo en sus ojos azules estaba siendo reemplazado por una chispa de furia, y aquello había sido solo porque vio el golpe. Si llegase a enterarse que el responsable es Cameron...

Anna se estremeció.

―Charles, no es tan importante, al menos no lo suficiente para arriesgar tu salud de esta forma. Necesitas descansar.

―Me lo estás ocultando con un propósito y sé que por cada minutos que esquives la respuesta me enfureceré más.

―No estás en condiciones de discutir. Vuelve a la cama ahora mismo.

Anna intentó obligarlo a recostarse, pero él, usando su brazo bueno, la tomó por la muñeca para detenerla.

―¿Qué tan cabreado necesitas verme para que te tiemblen las piernas y decidas que es mejor decirme la verdad?

―¿Qué tan cabreada necesitas tú que yo esté para que me hagas caso?

Él hizo una mueca con la boca. Muchas de las cosas que deseaba decirle eran impropias, y probablemente se arrepentiría al momento de haberlas enunciado, de modo que optó por callárselas.

―Tú vas a acabar conmigo, mujer ―gruñó él―. ¿Estás consciente de eso, cierto?

―Sí, niño llorón. Ahora vuelve a la cama.

Charles masculló algunas palabras que ella no pudo entender, pero al final se dejó ayudar para acomodarse y evitar lastimarse.

―No estaré en una cama de hospital eternamente ―musitó él.

―Es con lo que cuento.

―Apenas consiga pararme de ella, buscaré al hijo de puta que te golpeó y juro por Dios que lo haré arrepentirse de haber lastimado a mi mujer.

Anna se estremeció ante sus palabras. Una incómoda sensación de culpa la embriagó. La relación que tenía con Cameron ya era muy tensa, por no decir que los lazos sanguíneos eran lo único que los unía. Sabía que el panorama empeoraría una vez que se enterase que fue Cameron quien la golpeó.

Oh, y aún no le mencionaba el asunto de Carter.

Seguramente enfurecerá como nunca.

―Tengo que llamar al médico ―le dijo ella.

Charles puso los ojos en blanco.

―Bueno, mujer, ya has lo que quieras. De todas maneras, parece que mi opinión no tiene ningún tipo de valor.

―Bueno, hombre, ¿pero es que no lo entiendes? Te dispararon y fuiste operado ¡El médico tiene que verte!

―¿Es que no podemos llegar a un trato? Puedo darte cualquier cosa que me pidas, pero a cambio...

―No comprarás mi silencio. Voy por el médico.

―Y regresas.

―Lo haré ―asintió.

Anna depositó un beso en su frente y marchó fuera del área de cuidados intensivos. El médico salió casi diez minutos. Firmó para realizarle una serie de análisis y pruebas. Pidió poder acompañarlo, especialmente durante el momento en que le tomaran la muestra de sangre.

Él realmente odiaba las agujas, y aquello quedó evidenciado en la manera que había abierto los ojos cuando la enfermera le mostró la aguja.

―Creo que es muy larga y muy gruesa ―parpadeó él un par de veces―. Podríamos prescindir de estos análisis, ¿no?

Anna apretó su mano izquierda para calmarlo, y cuando vio como la aguja le traspasaba la piel, una parte de sí sintió aquello como dolor propio.

Él masculló una serie de improperios cuando la enfermera retiró la aguja.

―Prefiero que me disparen dos veces más ―gruñó.

A Anna le parecía muy divertida su actitud de niñito. Él, con sus veinticuatro años, tenía el puchero de crío y los ojos fruncidos como si estuviera a punto de iniciar una rabieta.

El desfile de estudios terminó dos horas más tarde, y luego fue llevado de vuelta a cuidados intensivos. Anna le indicó que saldría unos minutos para llamar al rey. Charles asintió. Se le veía cansado aún, por lo que le pidió que intentara dormir un poco.

Gray le entregó él teléfono de Charles a Anna apenas la vio salir de cuidados intensivos. Indicó que debió caérsele durante la discusión entre ella y Cameron.

Él no la dejó ir hasta que ella le prometiera que volvería lo antes posible.

La llamada la respondió Tessie. El rey se había quedado dormido unos pocos minutos antes. Le informó de los estudios y que lo próximo era esperar por los resultados. Tessie le pidió que llamara ante cualquier cosa.

Una vez terminó, guardó el teléfono en uno de los bolsillos de la falda y se cruzó de brazos.

No tenía frío, a pesar de llevar una falda bastante corta y andar sin medias. El frío desapareció una vez que tomó la mano del hombre al que tanto amaba.

Se quedó de pie en el pasillo mirando uno de los carteles que indicaban las obligaciones y derechos de los pacientes. Quien la viera pensaría que los leía, pero solo los utilizaba como un punto para enfocar su visión.

Charles se encontraba bastante bien si consideraba que recibió un disparo en el pecho. Quizá demasiado bien, y le asustaba que algo pudiese empeorar de un momento a otro. Un escalofrío le devolvió el frío.

No podía permitirse pensar de esa manera. Tenía que enfocarse en lo positivo.

―Lo que piensas es lo que atraes ―se dijo a sí misma―. Piensa positivo.

―¿Hablando sola, novia psicópata?

La voz de Gray la asustó un momento, pero una vez que se relajó, lo miró y le sonrió.

¿Por qué no le molestaba que la llamase de aquella manera? Como si fuera un apodo cariñoso.

―No ―le respondió.

―¿Cómo la lleva Charles?

―Está bien. Espero que en la cama descansando.

―No he tenido tiempo de pasar a verlo. Sé que me hará un montón de preguntas.

Él aguardó por la pregunta que sabía ella se moría por hacerle.

―¿Le dirás lo que pasó con ese hombre?

―¿Qué cosa, que intentaras matarlo?

Anna se congeló ante sus palabras.

―Mawson la vengadora ―se burló él―. ¿Es así cómo resuelves las peleas con Charles?

―¡No!

―¿No te gustaría entrar a una academia de policías? Necesitamos de tu rudeza innecesaria.

―Eso no fue rudeza innecesaria.

―Lo sabemos. Nosotros lo llamamos ajuste de cuentas.

Anna suspiró.

―En ese momento no pensé muy bien las cosas.

―Está bien. Nadie está juzgándote. Solo fue un nublón de juicio. Ahora...debo decirte que me vi obligado a contárselo a Edward.

Anna abrió los ojos como platos.

―¿QUE HICISTE QUÉ?

―Odioso tono de una mujer cabreada ―puso los ojos en blanco.

―¿Por qué le dijiste?

―Porque el loco al que golpeaste iba a levantar cargos en tu contra. No es como que yo fuera a permitírselo, pero siempre es bueno tener al rey de tu lado.

Él le guiñó el ojo antes de sonreírle.

―Tienes inmunidad real, chica con suerte.

―¿Y le dirás a Charles lo que pasó?

―Tu matanza, tu responsabilidad.

―¡Gray!

Él se encogió de hombros.

―Por cierto ―habló él―. Darcey vendrá en media hora con algunas cosas para Charles y otras para ti. Si la vez un poco jodida y con ojos de mapache, por favor no te asustes, no está muriendo. Es solo que llora mucho. Lloró un montón cuando supo del disparo.

Sus palabras desertaron su curiosidad.

―¿Desde hace cuanto son amigos los tres?

La expresión de Grau cambió y adoptó una pensativa, como si le costara encontrar la respuesta.

―Charles tenía nueve ―respondió, pensativo.

―¿A caso no tienen la misma edad? ―Inquirió ella―. Charles dijo que estudiaron juntos.

Gray se removió un poco en su lugar. Parecía incomodo. Anna no recordaba haberlo visto así alguna vez.

―Soy mayor que Charles ―musitó él―. Por casi cinco años. Es un poco complicado explicar por qué es así.

Anna quería preguntarle. Quería saber muchas cosas, pero no consideró oportuno realizarlas. Él era amigo de Charles, no suyo.

―No le digo esto a mucha gente ―comenzó a decir él―. Son del tipo de cosas que no necesitan saber.

Anna lo escuchó suspirar profundamente.

―Me apartaron de mi madre a los cuatro años. Íbamos por la acera. Mi madre me tenía agarrado de la mano porque era un camino muy concurrido. Quería hacer unas compras rápidas para preparar una cena especial. Le habían dado un nuevo puesto a mi padre. Pagó por unas verduras y cuando fue a tomarme de la mano nuevamente, yo había desaparecido.

Ella abrió los ojos ante sus palabras.

―Fui secuestrado por un grupo de tratantes. Estaban robándose algunos niños para transportarlos al norte de Inglaterra. Allí eran vendidos al mejor postor. Algunos niños fueron explorados sexualmente y yo, que corrí con un poco más de suerte, supongo, fui vendido junto a otros cuatro niños a un hombre que nos forzaba a trabajar. Hacíamos carteras, relojes y ropa a punta de latigazos y falta de alimento. Atraparon a los tratantes cinco años después, cuando yo tenía nueve años y una colección de cicatrices en mi espalda. Md devolvieron a mi familia, pero después de todo lo que había vivido, me costó adaptarme nuevamente a ellos.

Gray aguardó en silencio un momento, y a ella le sorprendió la indiferencia en su rostro, como si los recuerdos no lo afectaran.

―Intentaron ponerme en el grado académico de acuerdo a mi edad, pero... ―torció un poco la boca―. Mi psicólogo dijo que era algo en mí que no me permitía acoplarme a los otros niños. Así que me pusieron en un grupo de niños sobresalientes. Él creyó que la madurez adquirida a edad temprana estaba afectando mi compenetración social.

―¿Charles estaba en ese grupo?

―Era un cabrón muy listo ―asintió―. Demasiado arrogante y respondón para mi gusto, pero listo. En ese grupo habían niños de otras edades. No me sentí tan extraño o fuera de lugar allí.

―¿Se hicieron amigos de inmediato?

―La verdad no. Que sea simpático ahora, no significa que lo era antes. De hecho, era bastante gruñón y territorial. Siempre llevaba consigo una mochila con el escudo de armas de su familia. Era un bolso de mujer, por eso me parecía extraño ―se encogió un poco de hombros―. Después supe que le pertenecía a su madre y ella había fallecido unos años antes. A ella le gustaba usarlo en las salidas casuales. Dentro de la mochila, guardaba una foto de él junto a su madre. Fue la última que se tomaron juntos.

Anna sintió la congoja en su pecho.

―Después de saberlo, le agarré un poco de simpatía. Entonces nos hicimos amigos.

Ella no supo que decir. Jamás se le hubiese ocurrido que el simpático y sarcástico Gray alguna vez fue víctima de la trata humana.

―Charles está apoyando una organización que ayuda a niños víctimas de la trata humana ―mencionó ella―. Lo anunció en la gala.

―Lo sé ¿O por qué crees que yo estaba allí?

―Si me dices que fuiste tú quien abrió la organización, me pondré a gritar.

―No, pero soy un donador frecuente.

Anna lo miró de una forma tan extraña que lo hizo reír.

―Creo que Charles escogió esa organización por ti ―le dijo ella―. Porque entiende, a través de ti, lo que la trata humana le hace a la gente.

Él sonrió un poco.

―Me quedan unos pendientes antes de irme ―le dijo él―. Si Darcey llega y ya estás en cuidados intensivos, le dejaré las maletas a los guardias. Necesito fumar un cigarrillo y dormir cien horas.

Ella pensó que se despediría, pero solo abrió la boca para decirle:

―Tengo a ambos hombres en custodia.

Oh... Olvidó que en el atentado habían dos hombres. El que le disparó a Charles, y el que él golpeó hasta dejarlo inconsciente.

―Aún no puedo iniciar con los interrogatorios, pero lo haré mañana apenas tenga la oportunidad. Dile eso a Charles. Tal vez se calme un poco al saberlo.

―Está bien.

Él se despidió, y ella emprendió camino a cuidados intensivos para enfundarse en la ropa de algodón.

Cuando corrió la cortina, vio a Charles completamente quieto, con el brazo izquierdo descansando sobre el estómago y la mirada fija en el pecho. Aún tenía la cánula puesta y seguía conectado al holter.

―Por si quieres saberlo ―habló él―, me pasarán a una habitación en la mañana.

Anna frunció un poco el ceño.

―¿Tan pronto?

Él la miró, imitando su gesto.

―¿Te gusta estar en cuidados intensivos?

―No, ¿pero no es muy pronto? Hace unas horas estabas en cirugía. La herida sigue abierta.

―El médico dijo que la herida no era tan grave, solo es delicada.

―¿Eso debería hacerme sentir mejor?

―Funciona conmigo. Aunque tener firmada el alta sería mejor.

―Charles, ya deja tu odio hacia los hospitales. Necesitas cuidados.

Él sonrió. Una vocecilla rugió en su cabeza. Oh, estúpido, eres tan guapo...

―Justo por eso tengo a una muy sexi enfermera.

Ella sonrió, entontecida, y antes de que se lo pidiera se acercó. Entrelazó sus dedos con los suyos, teniendo cuidado de no lastimarlo, y se quedó allí, de pie junto a él. Disfrutó de sus ojos azules y de su brillo alegre, que pese a verse cansados, la miraban también.

Charles recorrió la mano de ella con ayuda del pulgar, dibujado círculos sobre su piel. Siempre tenía las manos cálidas y suaves, manos que en las noches apretaban sus mejillas para besarlo, así, con sus momentos tontos e infantiles; saltaba sobre él y le llenaba el rostro de besos mientras reía, y él se derretía ante aquello, porque era un hombre débil ante sus besos y caricias. Débil ante toda ella.

Se detuvo al pasar el pulgar por sus nudillos. Estaban rasposos, lastimados.

―¿Y ahora por qué tienes las manos así? ―inquirió él con el ceño muy fruncido.

Él la sintió tensarse.

―Anna, dime de una vez qué estás ocultándome.

Ella se remojó los labios con la lengua.

―Hablemos de eso después, por favor. Cuando estés mejor.

―Anna... ―masculló. En su voz era notable su esfuerzo por mantenerse calmado―. Que no me digas lo que ocurre duele más que la herida. Si confías en mí, dime qué está sucediendo.

―Pero yo confío en ti ―musitó a prisa―. Eres la persona en la que más confío. Lo único que quiero es que estés tranquilo. Claro que te contaré todo, pero no ahora.

Ella le dio un suave apretón a sus manos entrelazadas.

―Nada me importa más en este momento que tú. Lo demás puede esperar. Yo...

Él le descubrió el encantador rubor en las mejillas, y en ese momento olvidó lo rasposo de sus nudillos y el golpe de su boca, porque se veía muy bell aún con las ojeras, el pelo desmarañado y el cansancio emanando de su cuerpo cada vez que se movía.

―Lamento ser una terrible novia ―comenzó ella a decir―. Lamento haber sido un poco insegura con respecto a ambos, ya sabes... tú siempre tan dulce conmigo y yo... a veces decía o hacía cosas... Te obligué a demostrarme que me querías una y otra vez. Pero eres el amor de mi vida ―admitió con la voz pequeña―. Después de todo lo que has hecho por mí, no sé como demostrarte lo importante que eres en mi vida y estar a la altura de tus acciones. Yo solo...

―Mmm ―sonrió él―. Eres sexi cuando estás nerviosa.

Ella sonrió como tonta.

―No me distraigas. Es importante lo que debo decirte.

―Pero ya lo sé.

―Sí, pero yo quiero decirlo.

―Lo haces todo el tiempo.

―No es cierto.

La sonrisa de él se volvió más amplia.

―¿No lo sabes, verdad? ―él trazó algunos círculos sobre su mano―. Durante esas noches que tienes problemas para dormir, cuando finalmente lo logras, hablas en sueños.

Ella se mordió el labio.

―No hablo dormida.

―Cuando tienes un buena noche no, solo en aquellas donde te cuesta dormir. Hablas un montón. Casi parece que me montas una conversación. Algunas veces gritas, pero en la mayoría son frases a medias u oraciones profundas. Me despierto en la madrugada por el sonido de tu voz. Siempre mencionas mi nombre, y de una forma muy bonita, con una sonrisita en la boca, me dices que me amas.

El rubor en sus mejillas se volvió un poco más intenso.

―¿Por qué nunca me lo dijiste?

―Mmm. Quizá por motivos egoístas. Me gusta quedarme despierto y escucharte hablar mientras duermes. Me gustas incluso así. Te vez muy tranquila, serena, en paz.

―Es porque estoy contigo ―admitió ella―. Tenerte junto a mí me mantiene en calma.

Anna asintió en silencio ante sus propias palabras, porque sabía que era cierto. Así lo había demostrado en las últimas horas. Sin él, perdió tanto el control que andaba repartiendo golpes a diestra y siniestra. Vociferando amenazas y perdiendo la paciencia en un pestañeo.

Pero ahora que estaba aquí, junto a él, y que le tomaba la mano, se sentía en calma.

―Aún lo estoy esperando ―sonrió él, con la cabeza un poco inclinada.

Ella parpadeó, confundida.

―¿Qué?

―Anna... lo he esperado desde que desperté la primera vez ¿Cuándo piensas darme ese maldito beso?

Oh... ella no lo había pensado. Su mente se ocupó en tantas cosas las pasadas horas que no tuvo tiempo de pensar en cuánto extrañaba ese contacto de sus labios con los suyos. Era algo que añoraba, así que, sin soltar su mano, se inclinó un poco sobre él y lo besó.

Anna dejó escapar un jadeo dentro de su boca, como si fuera la primera vez que lo besaba, con ese nerviosismo y el maravilloso sabor a paraíso. En ese beso dejó todos sus miedos y preocupaciones acumuladas, atrapando una renovada esperanza y una paz que sólo Charles podía brindarle.

Mientras lo tuviera, lo demás, con el tiempo, volvería a su lugar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro