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Capítulo sesenta y siete | VO


Anna se plantó frente a la puerta a esperar al médico. No podía quedarse quieta. Se cruzaba de brazos, se frotaba las manos, andaba de aquí para allá. Les sonreía ocasionalmente a los guardias y después abría un poco la puerta para asegurarse de que Charles estuviese bien. Él le sonreía y le pedía que se sentara. Ella agitaba la cabeza, le enviaba un beso por los aires y volvía a flanquearse frente la puerta.

Hoy por fin le suturarían la herida.

Charles ha dado grandes avances en cuestión a su salud. Come muy bien, descansa apropiadamente y hace pequeños ejercicios con el brazo, levantándolo hacia arriba y hacia abajo muy lentamente. Ella, por el contrario, comía y dormía muy poco. La ansiedad no se lo permitía. Cada vez que escuchaba pasos en el pasillo, su corazón comenzaba a martillear como loco y se ponía en alerta. O eran las enfermeras o los guardias moviéndose de un lado a otro para estirar las piernas. Realmente le costaba conciliar el sueño, a pesar de que dormía en la cama con él, algo que siempre le ayudaba.

Deseaba tanto volver a casa, tenerlo a salvo en London Dry. Oh, lo deseaba tanto, tanto...

Levantó la cabeza al escuchar unos pasos. Refunfuñó un poco al percatarse de que era Gray.

―Buenos días, novia psicópata ―le sonrió.

―En serio, Gray, ¿qué nunca piensas dejarlo?

―Terminará gustándote, ya verás. Hasta lo extrañarás si algún día no lo digo.

―Lo dudo. Pero bueno ¿Qué haces aquí tan temprano?

―¿Algo de ser el jefe de seguridad te suena, no sé, conocido?

―Idiota.

―Sí, también se me da. No, ya en serio. Tengo que darte algo. Si supieras cuantas veces lo he dejado en el hotel la última semana, y eso que Darcey lo pone en el buró para que lo vea al despertar.

Lo vio meter las manos en el bolsillo de su pantalón gris. De él sacó una pequeña cajita de terciopelo negro.

―Es muy lindo y femenino para ser de Charles, por lo que supuse que era tuyo.

Una vez que abrió la pequeña cajita, Anna pudo ver que en su interior estaba guardado el anillo que Charles le había comprado en la gala.

―¡Oh, Dios mío! Lo había olvidado completamente.

―Lo tengo desde hace unos días, pero siempre olvido traerlo, por un sinfín de motivos que ni valen la pena mencionar.

―Gracias por devolvérmelo.

―A Darcey no le servía. Tus dedos son muy pequeños comparados con los suyos, así que no tuve de otra.

Anna lo miró con los ojos entrecerrados.

―Es broma. Obvio que iba a devolvértelo ¿Charles está solo?

―Sí. Estamos esperando al médico.

―¿Le harán la sutura?

―Es lo que nos dijo anoche, pero se ha tardado demasiado.

―Y por eso estás de guardia frente a la puerta.

―No me puedo quedar sentada. Si le realizan la sutura, es posible que mañana le den el alta, así que no necesitará ser trasladado a Saint Mary. Podremos irnos directo a casa. Tonto médico que no llega, Dios mío.

―Eh, tiene otros pacientes, ya sabes... Cientos de ellos.

―Ya sé. No me estás ayudando.

―Perdón. Iré a ver como Su Alteza amaneció esta mañana. Espero que no se haya acumulado en él el mismo nivel de ansiedad en su prometida.

―Oye, ¡ya basta! Me tienes como el blanco de tus burlas.

―Todo el mundo es blanco de mis burlas. Pregúntale a mi bella esposa. Su respuesta es casi siempre la misma: «tengo una demanda de divorcio con tu nombre». Pero es muy llorona y sentimental, así que después me dice que sólo era una broma.

―Pobre mujer, en serio.

―Nadie es peor que tú, novia psicópata.

―¡GRAY! ―gritó ella, exasperada.

Él entró a la habitación casi corriendo. Podía escucharlo reír al otro lado de la puerta. Anna puso los ojos en blanco.

Guardó la cajita en uno de los bolsillos de su pantalón para no perderlo. Miró hacia ambas direcciones en el pasillo, pero no vio al médico. Tampoco a alguna enfermera. Se cruzó de brazos para calmar un poco su ansiedad.

Aquello duró muy poco.

Emprendió una marcha rápida por el pasillo hacia su oficina. Por suerte, se lo encontró unos pocos pasos más adelante, saliendo de una de las habitaciones. El médico puso los ojos en blanco al verla.

―Señora, sólo me faltan dos habitaciones e iré con el príncipe.

―No es que lo esté presionando, no me malinterprete, ¿pero va a tardarse mucho?

―Dos pacientes más y lo atenderé ―fue lo último que dijo antes de entrar a otra habitación.

Anna soltó un resoplido. Ahora estaba más impaciente que antes. Se cruzó de brazos y se devolvió a la habitación, donde Gray y Charles platicaban animosamente.

―Al médico le faltan dos pacientes más.

―¿Cómo te tiene tanta paciencia? ―Gray se levantó del asiento para que ella ocupara su lugar. Anna negó el gesto con la cabeza, así que se devolvió a él―. Según me han dicho has acosado a ese pobre hombre toda la mañana.

―No es cierto ―se defendió―. Solo he ido dos veces a buscarlo.

Charles enarcó una de sus cejas, un gesto que estaba cargado de burla.

―Bueno ―puso los ojos en blanco―. Quizá unas cuatro o cinco veces, pero debe estar acostumbrado. Atiene a muchos pacientes.

Gray soltó una carcajada.

―Ninguno tan persistente como tú.

―No todos amanecemos tan felices como otros. Hoy pareces de buen humor.

―Ah, las cosas de la vida.

Volvió a reír, y Charles lo hizo también. Anna se sintió ligeramente excluida de la conversación.

―Siento que me estoy perdiendo de algo ―musitó ella.

Charles le extendió el brazo bueno, una secreta invitación para que ella se acercara. Con una sonrisita tonta, la tomó y caminó hacia él.

―No es nada, cariño ¿Pero recuerdas a ese hombre?

Anna no necesitó que le diera detalles para saber a quién se refería.

―Difícil olvidar al hombre que te disparó.

―Gray lo interrogó ayer nuevamente. Le dijo que tenían el auto con el que intentaron asesinarte.

La sola mención de aquella palabra la hizo temblar.

―Parece que se sintió acorralado ―continuó él― porque en un descuido reveló que había sido él.

―Ah. Son buenas noticias.

―Son excelentes noticias.

―¿Y también dijo quien era su dichoso jefe?

―Bueno...no. Pero se logró vincular con el auto y el atentado. Además, están revisando nuevamente el video del hospital para poder identificarlo. Ese miserable va a pagar por lo que te hizo.

―¿Y lo que te hizo a ti?

―Es más que obvio que también lo pagará.

―Pero el hombre que lo ordenó todo aún está libre.

―Anna, después de lo que ha pasado, esto es un gran avance.

―Pero no es suficiente. Charles, él sigue por ahí y no sabemos quién es ¡Podría ser cualquiera!

―No lo sé, yo me siento un setenta por ciento conforme ―la interrumpió Gray―. De no tener nada a tener un responsable de dos crímenes es un gran avance. Además, como experiencia personal, cuando uno cae, los demás no tardan en hacerlo.

Ella lo sabía. Sabía que Gray tenía toda la razón. Aún así, ella no podía sentirse tranquila. Un poco aliviada, sí, pero nunca tranquila.

Gray se puso de pie y se despidió de su actitud burlona.

―No te preocupes, Anna ―musitó―. Aún no terminamos. Encontraremos a esta persona. Esta es una pieza menos que encajar.

―Lo sé. Lo lamento.

―Ah, descuida. He atendido casos más... ―hizo una mueca―. Iba a decir complicados, pero...No, no lo han sido. Pero sí he tenido colaboradores menos, um, ¿colaboradores?

Ella sonrió un poco.

―Creí que ibas a decir menos psicópatas.

―Podría aplicar también.

La puerta de la habitación se abrió. Era el médico. Oh, por fin. Los labios de Anna se curvearon inmensamente. Con él, venía una enfermera que reconoció de inmediato. Era la misma con la que había tenido una pequeña discusión hace unos días. La mujer nunca la miró. Se mantenía con la vista en el suelo y miraba ocasionalmente al médico. Por alguna razón, Anna se sintió incómoda.

―¿Listo para la sutura, Su Alteza? —preguntó el médico

―Odio el hecho de que involucra agujas, pero sí ¿Tendría el alta firmada para hoy?

―Oh, pero eso es adelantarse. Necesito tenerlo una noche más para asegurarnos de que todo marcha bien con la sutura.

Anna lo vio poner los ojos en blanco.

―Dígame algo, ¿qué tanto duele una sutura?

El médico sonrió.

Charles le montó mala cara.

―¿Qué tan necesaria es la sutura?

―Muy necesaria.

―¿Pero qué tan necesario es muy necesario?

Anna no pudo controlar la carcajada. Oh, Dios. Está intentando escapar de las agujas.

―Tú no te burles ―le gruñó él.

El médico le dio la orden a la enfermera de que prepara los instrumentos. Anna ayudó a Charles a deshacerse de la camisa de mangas largas. Después, la enfermera le removió el vendaje que cubría su hombro y parte del pecho.

Una vez que vio la aguja, Charles sintió que todo a su alrededor daba vueltas, y Anna se mareó un poco también al ver la herida abierta.

Gray puso los ojos en blanco.

―Con lo que cuenta este país, señores ―musitó mientras se cruzaba de brazos―. Disparos, accidentes, intentos de secuestros y estos dos idiotas se marean al ver una herida pequeña y agujas.

―¡CÁLLATE! ―gritaron ambos.

El médico soltó una pequeña carcajada.

Después de lo que pareció una eternidad, el médico y la enfermera abandonaron la habitación, dejando una perfecta sutura en su pecho cubierta por una venda.

―¿Dolió? ―preguntó ella.

Él puso los ojos en blanco.

―Odio las agujas. Ayer, hoy y siempre. No quiero volver a ver una en mi vida.

―Eso ya lo veremos.

―Oh, no, yo no.

Gray se aclaró la garganta.

―Disculpen, par de valientes ―sonrió cuando ambos voltearon a verlo con mala cara―. Ya que ninguno se desmayó o vomitó, voy a volver al trabajo, que por culpa de sus problemas parece que nunca tiene fin.

―Espero que te diviertas ―se burló ella.

―Es lo que me digo todas las mañanas antes de irme a trabajar, pero no siempre resulta ser divertido.

―No olvides lo que te pedí ―gritó Charles mientras veía a Gray abandonar la habitación. El aludido asintió.

Anna entrecerró los ojos.

―¿Qué le pediste? ―quiso ella saber.

―Un café.

―¿Querías un café? ¿Por qué no me lo pediste? Pude habértelo traído.

―Porque andabas por ahí dando vueltas como loca.

―Oye, te estás portando como Gray.

Él dejó escapar una pequeña carcajada.

―El café no es tan urgente. Puedo esperar a que resuelva sus asuntos.

―¿Quieres que vaya a la cafetería? Voy y vuelvo en un momento.

―¿Podrías?

―Lo que sea por un par de ojitos lindos.

―Cursi.

―Es mi nuevo perfume, ¿te gusta?

Los labios de él se curvearon sin poder evitarlo.

―Pero no te puedo dejar semidesnudo ―hizo una mueca con la boca mientras movía la cabeza de izquierda a derecha―. No tengo por qué permitir que otras mujeres te vean así.

―Era sólo una enfermera.

―Era una mujer y con esa especie se debe tener cuidado.

―Anna...Anna...

Ella no le permitió hablar más, porque le estampó un beso en la boca que lo silenció por completo.

―Lo siento tanto por ellas ―musitó Anna contra su boca―. Ahora eres mío y yo no dejo que cualquiera me quite lo que es mío.

―Juro lealtad a cambio de besos. Uno en la boca, y los demás donde quieras. Estoy abierto a sugerencias.

Anna soltó una carcajada.

―Pervertido ―rosó lentamente sus labios con los de él―. Puedes hacer una lista y luego decidimos donde.

―Yo ya tengo una desde hace tiempo ¿Qué te parece si olvidas el café y empezamos ahora?

―Mm... Dime un lugar y si me tientas lo suficiente entonces lo consideraré.

La sonrisa de él la hizo temblar y jadear, porque era una sonrisa que la hacía débil, y la volvía loca, la misma sonrisa pícara y coqueta que veía embobada mientras le hacía el amor.

―Dios mío ―jadeó ella―. Lo tuyo va en serio.

―¿Qué? ―se echó a reír―. No te he puesto una mano encima.

―Como si lo necesitaras.

―¿Así de fácil es excitarte?

―No ―hizo una mueca―. Sí. Tal vez.

―¿Te has percatado que es por lo bien que nos acoplamos?

―Sí.

―Sin intenciones de sonar cursi, ¿pero no has pensado que, tal vez, es como si tú y yo...? ―se detuvo.

―¿Qué? ―lo animó.

―Como si tú y yo tal vez hubiésemos nacido para conocernos, como si hubiésemos nacido exactamente para pertenecer uno junto al otro.

―¿Hablas de almas gemelas?

―Ajá.

Anna sonrió un poco.

―¿Seguro que no querías sonar cursi?

―¿Te estás burlando de mí?

―Obvio.

Él torció un poco la boca casi formando una sonrisa.

―Me gustas cursi ―admitió ella.

―Pero cursi no es muy varonil que digamos.

―Está bien, esa parte queda demostrada divinamente en una cama.

―¿Ves? ―se echó a reír―. Dices que soy un pervertido, y después sueltas frases como esa.

―Yo no dije que no lo fuera, pero si me comparo contigo, bueno...soy un ángel.

―No es cierto. Los ángeles no pueden ser tan buenos haciendo el amor.

―¡Calla!

―Eso debo decirlo yo, que en una cama eres ruidosa.

―¡Charles!

―Ah, vamos, tranquila. Yo solo me porto así contigo a solas. Frente a los demás siempre te he tratado como a una dama.

―Ya sé, pero hay guardias pasando esa puerta. Podrían escucharnos.

―Está bien, tienes razón. Moderaré mi vocabulario.

Ella lo miró fijamente a los ojos. En ellos había un brillo que la hizo dudar.

―No lo harás ―sentenció ella―. Porque te conozco. Como mucho durará unos pocos minutos, pero nada más. Eres un pervertido.

Él levantó una de sus gruesas cejas.

―Así me conociste, así me conservas ―le recordó, con una sonrisa de niño en la boca.

La respiración de Anna se alteró un poco, también los latidos de su corazón.

―Odio que hagas eso ―ella sonrió un poco―, pero también lo amo.

Anna descubrió la confusión dibujada en su bello rostro.

―¿Qué es lo que he hecho? ―quiso saber él.

―Nada.

―Eh, Anna, pero acabas de decir...

Ella soltó una carcajada. Se le acercó un poco más y fue llevando sus manos lentamente hacia su cabeza. Enterró los dedos en el oscuro cabello de él. Abrió un poco los labios. Charles pensó que hablaría, pero lo que ella hizo fue sonreír aún más y comenzar a cantar.

Su voz era suave, dulce, bella como lo era ella de pies a cabeza. No podía apartar la atención de Anna, porque sus enormes ojos verdes le sonreían, y de una manera muy bonita con su voz le cantaba su amor. Él ya era débil cuando se trataba de ella, pero ahora... Lo único que podía hacer era dejarse abrigar por su voz y su increíble ternura.

Anna seguía jugueteando con su cabello azabache mientras continuaba cantándole. Charles echó la cabeza un poco hacia atrás y, cerrando levemente los ojos, le sonrió.

―Yo recuerdo esa canción ―susurró con la voz adormecida―. La cantabas en la casa de campo. Estabas tocando el piano. Desnuda.

―Me gusta mucho esa canción.

―A mí me gustó que la cantaras desnuda. También me gustó lo que pasó después.

―¿La pelea? ¿O refugiarnos en esa habitación del pánico?

―El sexo

―Ah, claro. Debí imaginarlo.

―Eres buena.

―Gracias. Tú también.

Somos buenos ―corrigió.

Los dos se echaron a reír.

―Creo que volveré a sonar increíblemente cursi, pero... ―abrió un poco los ojos―. Ya sabes, a mí me gustaba andar de fiesta y no tener muchas responsabilidades. Reunirme con amigos, ir a un bar, buscar una mujer bonita, sorprenderla con dinero o algo así...

―Charles, eso no me importa.

―No, yo sé, pero déjame terminar ―Anna dio un pequeño salto al sentir su mano izquierda presionarle la nalga. La atrajo un poco más, tanto que sus rodillas golpearon el borde de la cama―. He visto muchas mujeres bonitas. Las he visto pasar frente a mí, las he visto alejarse. Las he visto sonreír, coquetear, exhibirse, pero... ―separó los labios y suspiró―. Nunca he visto a una mujer tan bella como tú.

Anna se remojó los labios ante sus palabras. Tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para no interrumpirlo con besos.

―Ya sabes, hay una gran cantidad de mujeres hermosas en el mundo, pero yo no me sentí realmente atraído por ninguna hasta que llegaste tú. En ese momento, fuiste como... Como un relámpago.

―Pero a ti te asustan los relámpagos.

―Ese es el punto. Llegaste y sentí mucho miedo. Es la naturaleza humana temerle a lo que no es conocido después de todo. Desde que era muy pequeño, me escondía de aquello que me asustaba. Era mi manera de enfrentar las cosas. Pero no pude hacerlo contigo, porque tú descubriste muy rápidamente mis escondites favoritos y los invadiste. Me dejaste sin un lugar a donde huir.

Sin dejar de mirarlo, ella comenzó a deslizar las manos lentamente hacia sus mejillas, donde daba pequeñas y suaves caricias con los pulgares.

―Después llegó otro relámpago ―continuó él―. El disparo fue un relámpago que sacudió mi vida. La sacudió con increíble fuerza, y es en ese momento cuando te cuestionas todo lo que has hecho, como has vivido, con quien...

Anna frunció un poco el ceño mientras lo observaba detenidamente. Su rostro se mostraba sereno, pero también conmocionado. Estaba exponiendo sus sentimientos de una manera tan natural, tan íntima, que se sintió conmovida.

―Cameron dijo un montón de tonterías, Anna. Y tienes razón, dejé que sus palabras me afectaran. Aunque mi herida desmejoró y el dolor se hizo mayor ese día, aunque estuviese sangrando y se vieron en la obligación de sedarme para resistir el dolor, él está en una condición mucho peor que la mía.

―¡Pero claro que lo está! ―vitoreó ella―. Ha recibido golpes de todas partes. Se lo merece.

―Tienes razón, pero no me refería a eso.

―¿Entonces?

―Él dijo que tenía algo que yo no: una madre.

Anna contuvo la respiración unos segundos para no alterarse. Después, sin que él se percatara, despegó un poco los labios y expulsó su irritación.

―Si a esas vamos ―prosiguió―, hay algo que yo tengo que él no.

―¿Hombría? Todos estamos de acuerdo en eso.

―No. A ti.

Anna se congeló, porque no se esperaba aquello, mucho menos en la forma como lo había dicho: con los ojos briosos y felices. Orgullosos.

―Te tengo a ti, preciosa ―la sonrisa de niño se volvió increíblemente pícara―. Lo he dicho tantas veces. Eres mi mejor amiga, mi amante, mi primer amor. Eres, en mi vida, lo más importante, quien me ha enseñado tantas cosas, y probablemente ni te imaginas cuantas. Es esa humildad y sencillez en ti, esa bravura, ese encanto, lo que a mí me enloquece, lo que me encanta. Con el disparo temí que pudiera perder las horas, los días y los años para decírtelo. Anna, eres tan maravillosa. Ya debes estar harta de oírlo, pero no quiero que pase un día sin que lo sepas.

Para el momento en el que él dejó de hablar, Anna ya era un manejo de nervios y su rostro estaba cubierto de lágrimas. Él se limitó a sonreír, porque ella era así: llorona y sentimental, aunque pareciese un huracán capaz de arrasar con todo. Aún así, la amaba, como aquel que ama al sol o a la lluvia, porque son su salvación.

―He llorado tanto estos días ―le apartó las manos del rostro para secarse las lágrimas―. Yo que me veo tan horrible después de llorar.

―No es cierto. Aunque sí se te hinchan los ojos y tienes la nariz roja —bajó un poco la cabeza—. ¿Te has detenido frente a una laguna en una tarde de otoño? Especialmente cuando el sol está muy abajo y cada vez hay menos luz.

Anna agitó la cabeza.

―El agua luce verdosa aunque es cristalina, y se mueve muy lento si no hay nadie nadando allí. Es un movimiento que adormece los sentidos. Da paz. Tus ojos parecen una laguna. Verdes y cristalinos, y las lágrimas son el agua, que se mueve lenta y armoniosamente.

―Charles, ya para. No puedes hacerlo. Voy a volver a llorar.

Y fue justo lo que hizo. Él simplemente agitó la cabeza.

―Y pensar que te conocí gruñona y maleducada. No eres más que una niñita llorona.

―¡No te burles! He estado sensible estos días. Lo del disparo me ha afectado mucho.

―Lo sé. Yo estuve ahí.

Anna lo golpeó en el brazo izquierdo.

―Y ya deja de tocarme ―lo regañó―. Te pones cursi y romántico, pero tus manos no siguen tu juego. Pervertido.

―¿Dónde quieres que la ponga? Por ahora sólo puedo usar una mano, pero eso nunca ha sido impedimento, ¿verdad?

Anna sintió el calor en sus mejillas.

―¿No te gustaría ponerlas en una taza de café? ―le sugirió ella.

Él torció un poco la boca.

―Bueno. 

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