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Capítulo sesenta y ocho | VO

Charles recibió una visita que jamás esperó.

Cuando lo vio por primera vez, creyó que se trataba de Cameron, y ya se estaba preparando para lanzarle otro puñetazo. Pero no era él. Era su tío.

―Hola, sobrino ―el hombre le sonrió.

Egmont era un hombre muy elegante, que siempre vestía de un solo color, desde el pantalón y chaleco hasta la camisa y los zapatos. No lo había visto desde hace... ¿Cuándo tiempo había pasado? Años, pero no podía precisar cuántos. A pesar de ser un hombre carismático y amable, no se reunía mucho con la familia. Tenía su hogar establecido en Escocia. Lo único que tenía en Inglaterra era a su hermano mayor, su único sobrino y al irreverente de su hijo.

―Debo admitir que me sorprende tu visita ―le dijo Charles.

―He de imaginarlo, claro ¿Cómo estás?

Levantó un poco su brazo derecho, que estaba envuelvo por el cabestrillo. Desde que le hicieron la sutura, no ha podido quedarse quieto en la cama. Intentó salir a caminar por el pasillo, pero Anna se lo impedía. Se lo permitió después de que le colocaran el cabestrillo.

―Mejor ―respondió.

Egmont guardó sus manos en los bolsillos.

―Hablé con tu padre y me contó lo que sucedió con Cameron. Es por eso que he venido.

Charles asintió.

―Me disculpo por eso ―dijo Egmont―. Ya sabes cómo es Cameron.

―Creí que sí, pero ya ha cruzado una línea. Lo lamento, sé que es tu hijo, pero...

―No, lo comprendo ―suspiró―. Lo que hizo es imperdonable. No tengo idea de cómo repararlo.

―No tienes que hacerlo. Es su responsabilidad, no la tuya.

―Lo es. Al menos una gran parte lo es. Desde que su madre lo abandonó, Cameron no ha vuelto a ser el mismo. No puedo controlarlo más, y ahora que es mayor de edad, no escucha lo que le digo. Me negué a ser más fuerte con él porque creí que un abandono ya era algo bastante duro. Debí ser más estricto en su crianza.

Charles no supo cómo responderle. Un incomodo silencio se formó entre ambos. Aunque su relación era muy amena, nunca habían pasado el suficiente tiempo para establecer un vínculo familiar fuerte. Él solo era su tío, un hombre que admiraba casi tanto como a su padre.

―No creo que algo como esto vuelva a repetirse ―le dijo―. Por ahora, lo mejor es que él y yo mantengamos la distancia. Y, sinceramente, prefiero no verle la cara por mucho tiempo. No quiero crear un problema de esto, pero no podré perdonarle todo lo que dijo. La verdad es que dudo que alguna vez Cameron y yo podamos limar asperezas.

Egmont suspiró profunda y lentamente.

―Es lo que me temía. Pero si es lo que quieres, bueno, se hará así. Vine a resolverlo. Si esta es la manera en la que debe hacerse, de esa manera procederemos.

―Lamento que sea así.

―No es tu culpa. Ya veré yo como devuelvo a Cameron a Escocia. Es mayor de edad, y ya no puedo obligarlo a nada, pero algo se me ha de ocurrir y espero que muy pronto.

Charles se limitó únicamente a asentir.

―Bueno, sobrino. Solo quería visitarte y asegurarme que estés bien. Me alivia verte tan recuperado.

―Gracias. Creo que me darán el alta hoy mismo, así que puede decirse que estoy bastante mejor.

Su tío sonrió un poco.

―Esas son excelentes noticias. Yo debo retirarme. Iré a hablar con Cameron. Sé que será una conversación por demás estresante.

―Deseo que no sea así.

Charles agradeció que se marchara, porque ya no tenía nada que decirle. Se sentía muy incomodo con su visita, y usualmente no solía ser así. Cuando era niño, le encantaba recibir su visita, porque le contaba historias sobre Escocia y las cosa que hacía allá. Pero ahora ha venido por la cobardía que su hijo había hecho. Además, había otro detalle que también lo había incomodado muchísimo.

La relación de Cameron y su padre le recordaba la que había llevado él con el suyo. Metiéndose en problemas, discutiendo con él, desobedeciéndolo. Él podría haber terminado como Cameron, enloquecido y fuera de control.

Dios, ahora más que nunca agradecía tener a Anna en su vida. Porque ella había sido un muy fuerte ancla que lo devolvió a la tierra y a la realidad, que lo mantuvo firme y lo frenaba antes de hacer una estupidez. Casi sintió lástima por Cameron. Salvo por su padre, él no tenía a nadie que hiciera lo que Anna había hecho por él. Aún así, no podía justificar sus acciones, sin importar el parecido que habían tenido las suyas en un momento de su vida, porque él nunca jugaría con algo tan sagrado como una madre.

Anna caminó por el pasillo muy lentamente, sosteniendo en sus manos una bandeja de cartón donde llevaba dos cafés. Estaban demasiado calientes y tenía echárselos encima. Después de todo, solía ser muy torpe y tropezar con absurda facilidad. Lento, pero seguro, se repitió desde que abandonó la cafetería.

―Señora ―refunfuñó Eddie―. Se lo digo en serio, puedo llevar eso.

―No, yo puedo. Tranquilo.

―Eso se ve muy caliente ¿Tiene una idea de lo que me hará el príncipe si llega a quemarse?

―Yo me encargo de él. Charles sabe que soy un poco terca a veces.

Escuchó algunos pasos rápidos. Alzó la vista para observar quien se acercaba. Un hombre vestido con cazadora de cuero, con una mirada de loco y violento que la intimidó un poco, caminaba mirando a la pantalla de su teléfono. En la parte izquierda tenía un logo estampado que se le hizo familiar. Llevaba una gorra puesta que no le permitía ver muy bien su rostro. Anna pudo oler el desagradable olor del cigarrillo una vez estuvo más cerca.

Intentó moverse para no chocar con él, pero iba tan aprisa que aún así la arrastró consigo.

Anna cayó al suelo y dejó escapar un grito cuando ambos vasos de café cayeron sobre sus muslos. Eddie se inclinó un poco para ayudarla a levantarse.

―¡Oiga! ―le gritó al hombre―. ¡Podría al menos haberse disculpado!

El hombre se volteó unos segundos. Parece que sonreía, y ese gesto despertó en Anna el profundo deseo de levantarse y golpearlo.

―Mejor siga su camino o le operaré ese horrible gesto a golpes.

Agitando los hombros, el hombre avanzó por el pasillo hasta desaparecer en la esquina. Con ayuda de Eddie, Anna llegó hasta uno de los asientos en el pasillo. Él interceptó a una enfermera que abandonaba una habitación.

―Disculpe, ¿puede ayudarnos un momento?

Anna reconoció a la enfermera de inmediato. Se encogió un poco de hombros y le sonrió con timidez. Era la misma enfermera con quien había discutido mientras Charles estaba en cuidados intensivos.

Ella se acercó, y se veía igualmente incomoda.

―¿Qué sucede? ―preguntó.

―Un idiota chocó conmigo y me cayó el café caliente encima.

―Venga conmigo ¿Puede ponerse en pie?

―Puede ―aseguró Eddie.

La ayudó a levantarse. Siguieron a la enfermera hasta una habitación vacía. Le pidió a Eddie que la ayudara a subir a la cama.

―Estaré en la puerta ―anunció Eddie antes de marcharse.

Anna asintió.

―Lamento revisarla aquí ―habló la enfermera―. Las estaciones médicas están un poco lejos de este pasillo y sé que una quemadura de café es molesta.

―Lo es ―Anna leyó el apellido bordado en su camisa médica―. ¿Es Emory?

La mujer asintió.

―Marion Emory.

―Nunca había escuchado tu apellido.

―Es el apellido de mi familia adoptiva.

―Oh, ¿entonces eres adoptada? ―Anna hizo una mueca―. Perdona, no quiero ser entrometida.

―No importa. Además, yo te lo he dicho. Sí, soy adoptada. Mis padres murieron en un accidente cuando tenía dos años. La familia Emory me adoptó. Ellos eran grandes amigos de mis padres.

―Lo lamento.

―Yo lamento no haberlos conocido, porque siempre me han dicho que fueron grandes personas. Pero mis padres adoptivos han sido maravillosos ―cambió de tema una vez que tuvo los guantes de látex puestos―. ¿Dónde ocurrió?

Anna se levantó la falda del vestido. Tenía los muslos enrojecidos y calientes. El ardor aumentó con solo mirarlos.

―No es tan grave ―informó Marion―. Molesta y duele, pero no es grave.

Marion curó las heridas con un tacto muy suave. Una vez finalizado su trabajo, vendó los muslos y le entregó un pequeño potecito que recogió del inventario.

―Aplíquesela dos veces al día, en la mañana y en la noche si lo prefiere. Es una crema para ayudar con el dolor y el ardor. Además, ayuda a que eliminar la mancha de la quemadura. Puedo pedirle una receta al médico si lo desea, por si este no le da ¿Quiere que lo haga?

―No, está bien. No creo que sea necesario.

Anna la observó en silencio mientras se quitaba los guantes.

―Lo lamento ―le dijo.

Marion levantó la cabeza y la miró, confundida.

―¿Por qué? ―quiso ella saber.

―Creo que te causé problemas la otra vez, y dije cosas... Lo lamento, fui muy grosera. Te insulté y, sin querer, creo que incluso te humillé. Puse en riesgo tu trabajo. Yo no soy la clase de persona que va por la vida haciendo tales daños. Es que entraste a la habitación y solo miraste el holter. No hiciste nada más. Desconfié, la verdad.

Marion sonrió un poco.

―Mi turno ya se había acabado. Quería irme a casa porque mi hija tenía mucha fiebre. Solo quería echar un último vistazo antes de que otra enfermera tomara mi lugar. A ella le correspondía tomarle la presión, revisar el holter...

―Oh, no ―Anna gimoteó―. Ahora me siento peor. Lo lamento, no sabía que tenias una hija y que estaba enferma. Fui increíblemente grosera.

―No hay problema.

―Por supuesto que lo hay. Pude hacer que perdieras el empleo.

―En serio, no se preocupe.

―No era yo exactamente, te lo juro. Todo lo que ocurrió con el disparo y Charles en una operación, la transfusión de sangre, y verlo en cuidados intensivos. Lo siento, eso me desquició un poco y dije e hice cosas que no...

―Señora, de verdad. No tiene que disculparse tantas veces. Estoy acostumbrada al trabajo con este tipo de presiones.

―Lo lamento.

―¿Serviría si le digo que está perdonada?

―Me serviría mucho.

―Entonces está perdonada.

Anna le sonrió ampliamente.

―Gracias.

Marion le echó un rápido vistazo a su reloj de muñeca.

―Debo seguir con mi ronda. Si necesita algo, puede decirle al médico o a cualquier otra enfermera.

―Gracias, por ambas cosas.

―Ya le dije que no se preocupe.

Marion se despidió con una sonrisa amable y alegre. Anna vio a Eddie de pie frente a la puerta. Se levantó con cuidado y comenzó a avanzar. Ya no dolía, solo le molestaba un poco el ardor. Abrió la puerta y le tocó el hombro.

―¿Has visto pasar al médico?

―No, señora.

―Dios, ese hombre. Dijo que tendría el alta firmada hoy ―cerró la puerta tras ella al abandonar la habitación―. ¿Puedo pedirte un favor?

―Por supuesto, señora.

―¿Podrías comprar café? En serio necesito tomar un poco.

―Claro, señora.

―A mí tráemelo con leche. El de Charles es solo negro. También trae algunos sobrecitos de azúcar, por favor.

―Sí, señora.

―Señora, señora, señora ―gruñó con la voz muy aguda―. Me desespera el «señora».

Eddie aguardó en silencio unos segundos antes de hablar.

―Lo siento, señora. Traeré los cafés una vez que esté en la habitación.

Anna puso los ojos en blanco. Avanzó por el pasillo hacia la habitación de Charles con mucho cuidado. Sí, definitivamente no dolía, pero aún así le molestaba increíblemente.

La puerta de la habitación se abrió muy lentamente. Charles enarcó una ceja mientras se echaba un poco hacia atrás, aún sentado en la cama, para intentar ver de quien se trataba. Anna se asomó por la puerta. Eddie la sostenía del brazo como si temiese que fuera a caer.

―¿Me he perdido de algo? ―preguntó él.

Anna, con ayuda de Eddie, se acomodó en el sillón. Al hacerlo, un poco de la falda del vestido se levantó y Charles puso ver las vendas.

―¿Y ahora qué es lo que te sucedió, mujer? ―gruñó, tensando bastante los hombros. Anna se concentró un segundo en sus gestos furiosos.

―Ya sabes, la torpe Anna en sus torpes días.

―Iré por el café, señora ―anunció Eddie.

Anna asintió, y él abandonó al instante la habitación.

―¿Qué sucedió, Anna?

―Un tipo chocó conmigo en el pasillo y se me derramó el café encima. Ambos, en realidad. Y en los muslos.

―¿Y quién fue?

―No sé. Parecía un loco y caminaba muy rápido. No sé si es que no me vio o si me vio y no le importó. Digo, vio que el café que cayó encima pero ni se disculpó. Hasta me sonrió el muy idiota.

Charles tensó los labios. Entonces, se impulsó un poco hacia adelante y estiró el brazo izquierdo hacia la pequeña mesa junto a la cama. Tomó su teléfono y marcó un número a prisa.

―¿Qué haces? ―Anna le preguntó.

―Llamaré a Gray. Quiero saber de quién se trataba.

―Charles, no es para tanto. Ese hombre ya debe haberse marchado del hospital de todas formas.

Él no respondió. Permaneció atento al teléfono.

―Responde ―le gruñó a la pantalla.

―Charles, en serio. Es una tonta quemadura de café. Eddie se ofreció a llevarlo, pero me empeñé en hacerlo yo. No es grave, en serio.

Ignorándola, volvió a marcarle a Gray.

―Claro, no es grave ―gruñó él―. Tienes vendas en los muslos, pero no es grave.

―Es en serio. No me hagas quitarme las vendas para que lo compruebes.

―Sí, sí.

Anna sabía que no iba a hacerle caso, así que se cruzó de brazos y dio la batalla por perdida. Se quedó allí, sentada, mientras lo escuchaba hablar acaloradamente con Gray, prácticamente exigiéndole que encontrara a ese hombre.

―Estás exagerando ―le dijo ella una vez que terminó su llamada.

―Para nada.

―Sí lo estás haciendo.

―No.

―Sí.

Él movió la cabeza de lado a lado. Se levantó de la cama y caminó hacia el sillón. Una vez que estuvo delante de ella, se arrodilló con mucho cuidado para evitar lastimarla o lastimarse él mismo. Le acarició la rodilla con la mano izquierda.

―¿Te duele?

―No. Molesta un poco. Ya sabes, el ardor, pero nada más.

―¿Segura?

―Sip.

Anna ahogó un gemido cuando él, sin ningún tipo de preparación, le separó un poco las piernas y le besó el interior del muslo. Él continuó, avanzó, y no se detuvo hasta que sus labios tocaron la venda.

―Mm. Bien ―lo oyó murmurar―. Es oficial. Somos un desastre.

Cuando él levantó la vista, Anna tenía los ojos cerrados y las manos aferradas al brazo del sillón. Su boca ligeramente entreabierta parecía clamar por aire.

―Lamento si di una idea equivocada de lo que estaba haciendo.

Anna no necesitó tener los ojos abiertos para saber que sonreía.

―Te odio ―musitó ella lentamente.

―Oh, ¿en serio?

―Mm...

Dios, no podía concentrarse, no mientras sintiera su respiración chocando contra su piel, no mientras estuviera ahí...

―Ya puedes apartarte. Devuelve mi espacio personal.

―A mí me gusta invadir tu espacio personal.

Oh...

Sintió que su boca volvía a moverse. Temblando un poco, presionó su mano sobre el hombro izquierdo de él para apartarlo.

―Sabes, Anna, tienes un sabor maravilloso, pero no sé si es café negro o si este tiene leche y azúcar.

―Te odio.

―Normalmente encuentro este sabor en tus labios. Quién diría que también podía encontrarlo entre tus piernas.

―¡CHARLES!

Anna lo escuchó reír.

―¿Aún te molestan las quemaduras?

¿Molestarle? Ni siquiera podía sentirlas. Tenía sus pensamientos y sensaciones dispersos en cada parte de su cuerpo.

―No sé...No, creo que no. Es confuso...

―¿Lo es?

―Sí.

―La verdad es que no es tan confuso como crees.

―¿No?

―No, y hay una explicación del por qué no sientes las quemaduras ahora mismo.

―¿La hay? ¿Cuál es?

―Es porque estás excitada. Tu cuerpo reemplazó el dolor con el placer. Fue solo un roce de piel, pero imagina cuánto dolor y cuanto estrés podría haberte liberado con el sexo oral.

Anna abrió los ojos al fin y los enfocó en él.

―Eres más pervertido de lo que pensé.

―Por supuesto.

―Y lo admites.

―Hasta con una sonrisa si quieres.

Pero fue ella quien terminó sonriendo.

―Me urge una ducha, pero no tengo ropa limpia aquí.

―Podrías llamar a tu hermana para que te traiga algo. Puedes ponerte algo de mi ropa mientras ella llega.

―Es una pena quitarme el lindo vendaje.

―¿No te molestará?

―No sé, espero que no. Igual tengo una crema.

―¿Necesitas ayuda para desnudarte?

―Ah, ya basta con tu perversión. Yo puedo sola, muchas gracias.

―Claro, pero de mí te aprovechas.

―Tu brazo está herido. Necesitas ayuda.

Anna intentó pensar en algo más que no fueran las sutiles caricias de sus dedos sobre sus muslos.

Dios mío, ¿cómo lograba hacer que perdiera autocontrol con algo tan pecaminosamente inocente como suaves caricias? Sobre todo cuando aquello se sentía tan jodidamente bien.

―Bueno ―gruñó―. Ya para, ¿no?

Él le sonrió antes de estamparle un beso en la rodilla.

―Vuestra merced, ¿deseáis vos que este, su gallardo príncipe, le prepare el baño?

―No, señor. Aquí el paciente es vos. Devuelve tu lindo trasero a la cama, ya.

―Ya me hicieron la sutura.

―Hermoso poema. Ahora a la cama.

―Me firmarán hoy el alta.

―Cuando la tenga firmada entonces lo dejaré abandonar la cama, mi señor.

―Estoy fuera de la cama.

―No me hagas enojar, querido, que no me cargo un buen carácter. Devuélvete a la cama.

―Estoy harto de la cama.

―No es lo que dices cuando estoy desnuda en ella.

Charles enarcó una de sus gruesas cejas.

―Hablando sucio. Te he enseñado bien.

―Eso no es hablar sucio.

―¿Me mostrarás como se hace, entonces?

―No.

―¿Y si te muestro yo?

―Que no. Ya levántate. Quiero darme una ducha. Me urge.

Charles volvió a estamparle un beso en la rodilla.

―¿Estás segura de que ya no te duele?

Anna sonrió como tonta, porque solo él podía ser un completo pervertido y un hombre cariñoso al mismo tiempo.

―Dolió en el momento, pero ya no. Solo molesta un poco.

―¿De verdad estás segura?

―Sip.

Él torció un poco la boca, pero después le sonrió. Se levantó del suelo y volvió a la cama.

―Empieza a hacerse tarde ―le dijo él―. Demasiado tarde para volver a Westminster. La verdad es que desde el disparo prefiero que salgamos de día. Así que, si hoy finalmente me dan el alta, dormiremos en el hotel y mañana regresaríamos a casa.

A Anna le brillaron los ojos de esperanza.

―Por fin en casa ―musitó sonriente―. Es lo que más quiero: que volvamos a casa. Todo era tan perfecto allí.

―Será perfecto donde sea. Ten un poco mas de paciencia, mi amor. Yo sé que pronto se acabará todo esto. Podremos iniciar con nuestros planes de boda.

Ella sonrió como una boba.

―Cuando regresemos a casa, tú y yo escogeremos una fecha.

Charles abrió los ojos como plato. Después, todo su rostro reflejó una dicha que a Anna le enterneció el corazón.

―¿De verdad?

―Sí ―se levantó cuidadosamente del asiento y se le acercó. Una vez estuvo frente a él, llevó su mano derecha hasta su mejilla―. Yo me quiero casar contigo.

―¿Quieres?

―Quiero.

Anna lee estampó un beso en la boca, beso que alargó hasta que necesitó apartarse para respirar.

Ella se le separó al escuchar los golpeteos contra la puerta. Gray entró a la habitación segundos después en compañía de Darcey. Él llevaba unos papeles en la mano.

―Eh, niños ―Gray sonrió―. Pueden esperar a la noche, cuando vayan al hotel.

―¿Esos son los papeles del alta? ―preguntó Anna, señalándolos.

―¿Esto? ―los agitó―. Es el contrato de sumisión. Darcey acaba de firmarlo.

La aludida se golpeó la frente con la mano abierta.

―Dios, dame paciencia ―la oyó murmurar.

―Les quería preguntar, ¿dónde es un buen lugar para montar un cuarto rojo?

Darcey levantó la mano por encima de su cabeza y lo golpeó con fuerza en el brazo.

―¿Qué no habíamos hablado de esto?

―Sí, mi amor.

―¿Entonces?

―De acuerdo, tú ganas. Yo seré el sumiso y tú mi ama.

Darcey puso los ojos en blanco.

―Juro que un día de estos te estrangularé, Gray ―gruñó. Antes de que continuara hablando, él le estampó un beso en la mejilla y el rostro de Darcey se descompuso completamente, exhibiendo ahora una deslumbrante sonrisa.

Él le sonrió, y no era una sonrisa común llena de burla de esas que Anna se había acostumbrado a ver. Era una sonrisa muy atractiva y jovial, cariñosa. Una sonrisa que, al parecer, solo usaba para su esposa. Anna tuvo que admitir que era bastante guapo.

Charles se aclaró la garganta para llamar su atención.

―Gray, ¿venías a algo? ―le preguntó.

―Revisé las cámaras. Busqué al hombre que me dijiste, pero...

―¿Pero?

―Espero que no te de un ataque, pero no se ve su rostro en las cámaras.

―¿Cómo que no se ve su rostro? ―gruñó.

―No se ve. Tiene puesta una gorra y siempre está mirando hacia abajo. Ni siquiera cuando se volteó hacia Anna puede verse su rostro.

―Esto es más que fantástico.

Anna le tomó la mano para ayudarlo a calmarse.

―Charles ―susurró ella su nombre―. De todas maneras no importa. No es serio.

Él hizo una mueca. Desde luego, para él no era algo sin importancia. A pesar de su pequeño berrinche silencioso, Anna se sintió increíblemente afortunada. Porque sin importar que haya sido una tontería, y sin importarle que él estuviera herido, aún cuidaba de ella.

―Lo único que se ve más o menos claro es un logo o algo así. La imagen no es la más clara, pero puedo enviarla a un compañero que puede mejorarla.

―Te digo que exageras ―lo regañó Anna―. En serio, déjalo pasar. No es la gran cosa.

―¿Podrías enviársela? ―le preguntó a Gray, ignorándola.

―Sí, jefe.

Anna vio la sonrisa de satisfacción en el rostro de Charles, y no supo si golpearlo por exagerar o besarlo por ser tan jodidamente dulce.

―Es todo lo que vine a decirte ―le extendió el brazo a Darcey―. ¿Nos vamos?

Ella lo miró con los ojos entrecerrados.

―¿Ahora qué planeas?

―Ser un caballero.

―¿Yo que soy, tonta?

―¿Sabes una cosa? Tu tono de mujer cabreada no es muy atractivo.

―No estoy cabreada, ¡así hablo!

Él sonrió con burla.

―Así es que me gustas: cabreada.

―¿Y sabes cómo me gustas tú? ¡Divorciado!

―Yo te advertí que si te casabas conmigo ibas a terminar loca de remate, así que deja de amenazarme.

Darcey volteó hacia Charles con los ojos desorbitados.

―¡Yo lo voy a matar! Anota la fecha, porque te juro que lo cumpliré.

Gray le envolvió la cintura con los brazos.

―Ya, ya, tranquila, buena mujer. Echémosle algo caliente al cuerpo.

Darcey resopló, pero se dejó arrastrar fuera de la habitación por él. Anna enfocó su atención en Charles.

―Tú y Gray son increíblemente parecidos.

―¿Nosotros? ¿De qué hablas?

―Son muy pervertidos y se andan gastando bromas y chistecitos.

―Yo no hago bromas ni cuento chistes.

―Al menos no tanto como él, pero las haces.

―Yo no te hago cabrear tanto.

―Eso sí que...

Anna fue interrumpida por el golpeteo contra la puerta. Eddie entró con dos cafés.

―¿Qué tan calientes están? ―cuestionó Charles.

―No demasiado ―respondió él.

Charles asintió. Anna le tendió el café negro a él y después tomó el suyo. Eddie se retiró segundos más tarde.

―Tómalo con calma, ¿de acuerdo? ―Charles le dio un trago al café antes de volver a hablar―. De acuerdo, no está muy caliente, pero aun así ten cuidado.

―Lo tendré. Además, ¿no dicen que uno no tropieza con la misma piedra dos veces? Pues, no me pasará lo del café dos veces. Al menos no el mismo día.

―Conociendo tu suerte, probablemente tropieces y caigas sobre toda la jarra.

―Mentira.

Anna sintió un alivio al frío con un par de tragos de su café.

Mientras esperaban al médico, decidieron continuar con el café y la buena compañía.


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