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Capítulo sesenta y dos | VO

Por favor... No digan que me tardé en actualizar, porque ya lo sé. De verdad hago lo mejor que puedo y el grupo en Whatsapp es testigo. He tenido muchas dificultades para escribir y decidí hoy quedarme hasta tarde para al fin actualizar. Intento que las actualizaciones sean los sábados o domingos, pero estoy tomando una clase por internet y la profesora no envía los trabajos en una fecha específica, así que nunca sé cuando tenga uno hasta que lo haga.

Y tampoco digan que no les informo cuando voy a actualizar o por qué me tardo en hacerlo, porque es falso. En mi perfil está una "historia" llamada Coffee Break donde aviso cuando actualizo y si no puedo tal día les digo por qué. Además, subo adelanto de los capítulos. Quienes tienen Coffee Break en sus bibliotecas saben que una de las dificultades que me retrasaron fue que estaba enferma. 

Les pido que añadan el Coffee Break a sus bibliotecas para que estén informados. Ni siquiera tienen que votar, porque no es una historia. Basta con que lean y estén al tanto. Eso es todo. Amor pa' todos 😍😘


Los resultados de los estudios y los análisis llegaron a las manos de Anna muy tarde en la noche, cuando Charles ya estaba profundamente dormido y su familia se había ido al hotel. Fue muy difícil convencerlos de que se marcharan una vez que notaron el golpe en su boca. Después de diez minutos, aceptaron irse hacia el hotel. Pero Abraham decidió quedarse. Se marchó hace diez minutos para comprarle algo de comer.

Habló con el médico en el pasillo cercano a cuidados intensivos mientras tomaba un poco de café y comía unas galletas de vainilla, lo único que había ingerido en horas.

―Yo diría que lo más difícil ha pasado ―el médico miró los papeles que tenía en la mano―. Aún necesitamos tenerlo bajo observación, pero no considero necesario que permanezca en cuidados intensivos.

―Pero su herida sigue abierta.

―Es porque sigue inflamada. Se revisará la herida en la mañana y dependiendo de cómo la encontremos, se decidirá cuanto más permanecerá en cuidados intensivos.

―No quisiera cuestionar su trabajo, pero él fue operado y toda la cosa ¿No es muy pronto para subirlo a una habitación?

―Una vez que esté en condiciones de realizarle una sutura, la herida no será un problema. Le ha ayudado mucho el calibre, la velocidad y la distancia en que se produjo el disparo. Si sigue al pie de la letra todas las indicaciones, tendrá una pronta recuperación.

Anna torció la boca.

―Bueno. Gracias. Lo veré en la mañana.

El médico la miró durante unos segundos antes de hablar.

―Deberían irse a descansar. Es el consejo que le damos a todos los familiares. Este proceso no solo agota al paciente. Mientras esté en cuidados intensivos, no hay mucho que pueda hacer.

―Puedo hacerle compañía, y eso es suficiente para nosotros.

―Señorita, considero que lo mejor sería permitirle al paciente descansar. Usted tiene el derecho a permanecer con él en cuidados intensivos, pero no toda la noche.

―En ese caso me quedaré aquí y esperaré a la mañana.

El médico asintió y se despidió realizando una pequeña reverencia. Anna lo miró marcharse con los ojos entrecerrados, un poco extrañada e incómoda por aquel gesto. Decidió dejarlo pasar, y como un intento por aliviar el dolor de cabeza, comenzó a frotarse en la sien. El estómago también le estaba doliendo. Tenía hambre. Ya había olvidado cuantas horas llevaba sin comer.

Abraham apareció por el pasillo cinco minutos después que Anna se sentara en el piso. Le tendió la comida y se acomodó junto a ella.

―Una papa asada con queso y tocino muy molido ―él sonrió―. Cómetelo todo o enfureceré.

―A mí no me obligas a comer, ¿entendido? Además, tengo hambre. Lo haré sin problema.

Abraham la observó comer sin pronunciar una palabra. Comía con ganas, masticando lentamente para disfrutar del sabor de la comida, como siempre hacía. Por esa parte podía estar tranquilo.

Pero entonces miraba el golpe de su boca y la ira volvía a arder en su pecho como la primera vez.

A él le gustaba hacerle bromas a su hermana, tirar de su cabello y apretarle las mejillas, pero nunca le había hecho algo que le provocara algún dolor. Ni una mordida, ni un empujón demasiado fuerte. Nada.

Y saber que alguien se había atrevido a lastimarla lo estaba volviendo loco.

―¿Por qué no te vas al hotel? ―le preguntó él―. Tú también necesitas descansar.

Esperó a que terminara de masticar.

―No quiero dejarlo solo. Además, odia los hospitales ―sonrió, exponiendo los dientes―. Somos almas gemelas.

―Tienes comida en los dientes ―hizo una mueca de disgusto.

Anna sacudió los hombros.

―Yo te he visto en calzoncillos y es peor.

―Era casi inevitable. Vivíamos en una casa muy pequeña con una sola habitación.

―Arruinaste mis inocentes ojos.

―Eres una dramática.

―Una no debería ver a su hermano desnudo.

Semidesnudo ―la corrigió.

―Oh, sí. Qué alivio.

Abraham estiró las piernas y recostó la cabeza de la pared.

―Anna, quiero preguntarte...

La vio tensarse, como si supiera de lo que quería hablar.

―¿Te ha molestado antes? ¿O ha intentando golpearte en otra ocasión?

No necesitó escucharlo de su boca, porque una vez que ella evitó mirarlo a los ojos, supo que había sido así.

―¿Lo sabe el príncipe?

―Lo sabe ―asintió―. Fue quien evitó que me golpeara. No es que yo no hubiese podido...

―No me estoy refiriendo a eso. Y él... ¿él no lo ha intentado, o sí?

Anna volteó la cabeza hacia él de inmediato, mirándolo fijamente, enojada.

―¡Charles jamás me ha puesto una mano encima!

Abraham alzó ambas cejas mientras sonreía. Su hermana se ruborizó un poco.

―No de la forma en que preguntas.

―¿De verdad?

―Charles jamás me golpearía. El hombre no anda por ahí buscando problemas. Al menos ya no.

―¿Y ya le dijiste quién te golpeó? ¿O no ha visto el golpe?

Anna gimoteó.

―Si lo vio, pero no le he dicho que fue Cameron. Se enfureció tanto cuando lo hizo que intentó pararse de la cama. No quiero imaginarme cómo se pondrá cuando sepa quien lo provocó. Ellos no se llevaban nada bien. La verdad es que no comprendía bien el motivo, hasta que lo conocí. Es un patán que quiere la corona y desde luego está celoso porque no es el legítimo heredero.

―Tu príncipe tampoco.

Ella frunció el ceño.

―Abraham, estoy comenzando a creer que lo odias.

―No lo odio, pero es el Príncipe de Inglaterra. Si quiere ser el heredero legalmente, deberá adquirir el título de Príncipe de Gales.

Anna entrecerró los ojos mientras analizaba sus palabras.

―Que tonta, es cierto. No había pensado en ello.

―Es obvio que no. Me pregunto si al menos ven las noticias.

―Sabes que no lo hago, pero él sí.

―¿Y no te cuenta nada de lo que lee?

―No, porque sabe que me pondrá en una situación incómoda.

―Anna, deberías estar un poco más al tanto de lo que dicen sobre ti y sobre ambos.

―¿Estás regañándome?

―No realmente, pero una princesa debe estar al tanto de lo que ocurre en su país. En tu caso, es Reino Unido.

Ella lo miró de una forma extraña.

―No soy una princesa.

―Lo serás si te casas con él, y si decide ir tras la corona, te convertirás en la reina.

Anna le apartó la mirada, enfocándola en la pared frente a ella, con los ojos bien abiertos.

―Cada vez que lo dicen, la verdad es que me da un poco de miedo. No soy la mujer más elegante y la más educada y Charles es como una fábrica de modales andante.

Abraham la golpeó suavecito en el muslo.

―Estarás bien, tranquila. Eres lista. Además, tienes al rey y a su esposa de tu parte. Eso sin mencionar que se te concederá todo un equipo de profesionales para mejorar tus modales de mierda.

―Eres un motivador experto, muchas gracias.

―¿Qué es lo que te preocupa?

―¿A mí ¿Qué podría preocuparme? ¿Qué todo el mundo me vea en mis logros y fallas? ¿O que sepan todo sobre mi pasado y me juzguen por él? ¿Al menos te has fijado en cómo me visto yo? ¿Qué elegancia ves en jeans y camisetas con estampados? Y luego lo miras a él que es toda elegancia y caballería.

―Anna, son detalles menores. Tú eres muy bella y no lo digo porque seas mi hermana ―él se encogió de hombros ante la mirada de ella―. De acuerdo, tal vez lo digo porque eres mi hermana, pero de todos modos eres bellísima. Un cambio de ropa, maquillaje y peinado y problema resuelto.

―De etiqueta y de vocabulario también ―soltó un gruñido―. Me asusta mucho, Abraham. Quiero estar con él, y sé que con él tiempo me adaptaré, pero me preocupa cuantas veces lo decepcionaré en el camino.

―Si no es paciente y te ayuda, será él quien decepcionará a alguien.

Una vez que terminó de comer, echó todo en la bolsa y lo tiró en el cesto de basura más cercano. Se sacudió las manos y limpió su boca.

―A Charles no le importa mucho esas cosas ―dijo ella mientras se arreglaba el cabello―. Dice que le gusto tal como soy.

―Muy bien. Mi cuñado está anotando muchos puntos.

Abraham levantó un poco la barbilla y entrecerró los ojos.

―El Príncipe Charles será mi cuñado ―la miró fijamente, aún sentado en el suelo―. ¿Qué no podías encontrarte un hombre normal?

―Él es muy normal.

―Cinco años en la soltería y vuelves a la batalla en grande.

Anna le sacó la lengua.

El teléfono de Abraham comenzó a sonar. Al sacarlo del bolsillo y mirar la pantalla, vio que se trataba de un mensaje de Alice.

Mike y Mickey llegarán mañana :) Pasaré a recogerlos ¿Vendrás conmigo?

Abraham sonrió mientras tecleaba un "desde luego" como respuesta.

―Oye, Anna ―bloqueó la pantalla―. Mike y Mackenzie llegarán al pueblo en la mañana.

Anna sonrió un poco.

―Alice debe estar muy contenta. No lo ha visto en semanas.

―Mickey no me dijo que vendría. Qué raro.

Él ignoró a su hermana por algunos minutos mientras tecleaba sobre la pantalla sin parar.

Michael, o Mike cómo prefería que lo llamaran, era el valiente novio de Alice, el único de tres que ha sido capaz de soportar sus constantes cambios de humor. Mackenzie, o Mickey, el apodo que Abraham le había puesto, era la hermana dos años y medio menor de Mike, y también la novia de su hermano. Hasta donde estaba enterada, Mike y Alice tenían un departamento juntos, así como Abraham y Mackenzie tenían el suyo. Su hermana no consideró nunca la idea del matrimonio. Por el contrario, prefería convivir con esa persona y, si las cosas marchaban bien, entonces pensaría en una boda. Abraham, sin embargo, llevaba meses intentando pedirle a su novia que acepte casarse con él. Tenía pensado hacerlo al final de su exposición, pero entonces ocurrió el atentado y toda su familia viajó a Westminster.

Abraham soltó una carcajada mientras veía la pantalla.

―Al parecer, no debía enterarme de que ella también vendría hasta mañana. Temo que Alice arruinó su sorpresa.

―Deberías pedírselo ya, Abe ―le dijo su hermana.

Él despegó la vista de la pantalla para mirarla.

―Si ya tienes el anillo y el deseo de que sea tu esposa, sólo pídeselo. No va a negarse. Si no quisiera estar contigo, no vivirían juntos, para empezar. Mira, hermano. Cuando el hombre al que amas te pide que seas su esposa, significa que te quiere en su vida, y es algo que nos pone bobas de la felicidad. Es una sensación maravillosa, porque tú lo amas y él te ama a ti. No esperes el momento perfecto. En todo caso, créalo. Es todo lo que necesitas hacer.

Abraham la miró con una sonrisa tonta en la boca.

―Por eso te quiero, hermanita.

La aludida comenzó a parpadear con rapidez.

―Es mi encanto natural. Tiende a despertar el cariño en la gente.

―Entonces respóndeme algo, encanto natural ¿Qué es lo que le viste? Porque tú no soportabas a ese hombre.

¿Qué le vio? ¿Aparte de todo?

Una sonrisita pícara se le instaló en los labios.

―Anna, por favor, contrólate ―Abraham agitó la cabeza, divertido―. Como si no supiera en qué estás pensando.

―Solo estoy pensando en su increíble personalidad.

Abraham, que por un momento parecía haberse tensado, suspiró aliviado.

―Pensé que ibas a decir en su increíble virilidad. Creo que ya me estaba preparando para salir corriendo.

―No actúes como si fueras un santo.

―Y tú no actúes como si fueras Alice. Ella habla tan libremente del sexo. Soy su hermano, no quiero saber esos detalles.

Anna dejó escapar una carcajada. Después, se deslizó por la pared hasta llegar al suelo y se acurrucó en los brazos de su hermano.

―Él es diferente, ¿entiendes? Por supuesto, no es un santo, pero es diferente a como pensé que era. Es un hombre muy atento y su pasión por la literatura y el arte es innegable. También es inteligente. Hablar con él es abrirse a un mundo nuevo. Y tiene una muy dulce forma de...

―¡Muy bien, ya te entendí!

Anna soltó una ruidosa carcajada.

―¿Por qué piensas que iba a decir algo malo?

―Entre los Mawson desconfiamos.

Ella agitó la cabeza un poco antes de bostezar. Recostó la cabeza sobre el pecho de su hermano y parpadeó varias veces seguidas. El sonido de su respiración parecía una dulce canción de cuna.

―Abe, ¿seguro que no quieres irte al hotel?

―¿No irás tú?

―Mm, no.

―Pues me quedaré.

―Cameron no a a volver. Lo sabes, ¿verdad?

―Estoy tomando mis precauciones.

―No quiero lidiar con otro hombre furioso.

―Pongámoslo de esta forma: mientras él no se te acerque, seré un hombre muy pacífico. No mencionaré más el tema e incluso haré de cuenta que nunca pasó sólo para que tú estés tranquila. Ahora, si él se atreve a hacerlo, voy a... ¿cómo decirlo? Omitiré todo lo que aprendí sobre mantener el control y lo obligaré a tragarse su propia sangre, porque lo golpearé tantas y tantas veces que me pedirá, me suplicará, que me detenga ¿Pero sabes qué? No lo haré, porque me gusta ver sufrir a quien hace sufrir a mi familia.

Anna se estremeció.

―Había olvidado esa...parte...ese impulso violento tuyo...

―Ese impulso está controlado. Si él no lo despierta, todo lo demás estará bien.

Pero sus palabras despertaron aún más su preocupación. Poco a poco comenzó a sentir como el cansancio la agotaba.

Cerró los ojos para descansar un poco la vista, pero, minutos más tarde, le fue imposible abrirlos, porque el cansancio terminó por vencerla.



Charles fue llevado a su habitación a las diez de la mañana después de ser revisado por el médico y algunas enfermeras varias veces. Él, siempre cargando con una carpeta plateada, los acompañó todo el camino para asegurarse que estuviera perfectamente instalado. Anna se preguntó si así era con todos sus pacientes o si se comportaba de tal manera únicamente por tratarse del príncipe.

Casi dos horas más tarde, Charles recibió su primera bandeja de comida. Anna no le permitió comer hasta probarla primero.

―Anna, la comida del hospital no necesita estar envenenada para que sea mortal. El sabor ya es bastante malo.

Ella lo ignoró mientras olisqueaba el desayuno.

―Nunca está demás el asegurarse ―ella asintió, dando el visto bueno―. Ya está, cariño, puedes comer.

―Te escuchas adorable cuando dices cariño.

―Sí, bueno...

Se cubrió el rostro con ambas manos para esconder el rubor en sus mejillas.

―¿No vas a comer? Porque pediré que se lleven la comida y...

―No, por favor, Anna. No seas cruel. Me estoy muriendo de hambre.

Ella hizo un puchero de pena apena notó el gesto suplicante en su rostro. Lo ayudó a acomodarse, pero él le pidió que lo ayudara a sentarse. Una vez cumplida la misión, arrastró el carrito con la comida y agitó un poco la sopa. Alzó la cuchara y la condujo hasta su boca.

Charles la miró con el gesto fruncido.

―Anna, ¿qué estás haciendo?

―Te ayudo.

―¿Crees que no puedo sostener una cuchara?

Anna puso los ojos en blanco mientras devolvía la cuchara al plato.

―En este momento no. Estás herido.

―Pero aún así, yo puedo...

―¿Así me veo yo cada vez que intento llevarte la contraria? Porque puedo entender el por qué te fastidia tanto.

―Secretamente me parece sexi, pero también algo molesto.

―¿Es cosa mía o todo te parece sexi últimamente?

Sonriendo un poco, inclinó la cabeza hacia la izquierda y, acomodando ambas manos sobre sus muslos, le dijo:

―¿Guardaste la lencería, cierto?

Anna parpadeó un par de veces.

―¿Eso es todo en lo que piensas?

―Bueno, estoy pensando en el día que me den el alta.

―Eso está mejor.

―No podemos irnos de este pueblo hasta volver a esa boutique. Tengo que comprarte un par de conjuntos de lencería.

―Hombre, ¿esto es en serio? ―cruzó los brazos―. ¿No te preocupa la herida o no piensas en el dolor?

―El médico dijo que la herida va bien, y aún me queda algo de anestesia en el cuerpo así que la herida no duele tanto como debería.

―Bueno, yo estoy muy estresada ¿No lo estás tú? Oh, y por cierto, ¡tu actitud relajada no me ayuda!

―Ya te lo dije: es la anestesia.

―Qué afortunado. Yo te aplicaré mi anestesia favorita ―cargó la cuchara y la llevó hacia su boca―. Abre.

―¿No podría ser un sándwich? No soy muy amante a las sopas.

―Lo siento, cariño. Sopa es lo que el paciente estrella puede consumir por ahora.

―¿Y un café?

―Solo agua o jugo.

―¿Órdenes del doctor?

―Sip.

―¿Y no podría mi sexi prometida traer un café sin que nadie se entere?

―Cómete la sopa y veremos si tu sexi prometida puede quebrantar la ley.

Vaciar el plato le tomó a Charles casi veinte minutos. Mientras lo hacía, centró toda su atención en Anna y en la graciosa forma en que torcía la boca, abriéndola en forma de o y sacando la punta de la lengua, cada vez que él se echaba un bocado a la suya.

Anna dejó la cuchara sobre el plato vacío. Empujó el carrito hacia una de las esquinas y, después de sacudirse las manos, se le acercó nuevamente para ayudarlo a acostarse en la cama.

Pero Charles tenía las piernas fuera de la cama mientras apoyaba el brazo izquierdo sobre la cama para ponerse en pie.

―¡Eres un muy mal paciente! ―se metió entre sus piernas y presionó las manos sobre sus muslos para impedir que se levantara―. ¿Qué crees que haces?

―¿Ponerme de pie?

―No puedes.

―Puedo. Que no quieras que lo haga, bueno, ya es otra cosa.

―No deberías. Te dispararon, fuiste operado y recibiste una...

―Transfusión de sangre, sí. Gracias por recordar lo obvio.

―Yo solo estoy preocupada por ti.

―Y me encanta, principalmente porque te pones un poco más cariñosa.

―¿Insinúas que no lo soy?

―Lo eres siempre, solo que en este momento lo eres un poco más.

―Exacto. Lo soy siempre. Tan cariñosa como una Mawson puede ser.

―No es que tenga algo en contra de tu apellido, pero creo que deberías practicar la pronunciación de tu nombre junto al mío.

―¿Anna Charles?

Él enarcó su ceja derecha.

―Me refería al apellido.

Anna le obsequió una sonrisita burlona.

―Ya lo sé. Era una broma.

―Entonces hagamos la primera prueba.

―¿Lo digo bonito o como si lamentara casarme conmigo?

―¿Es en serio?

―No, es broma.

Charles entrecerró los ojos, una expresión que parecía expresar su descontento, pero la sonrisilla dibujada en su boca parecía decir lo contrario. Un cosquilleo en el pecho de Anna la condujo un poco más cerca de él, hasta que casi no hubo espacio entre ambos. Llevó sus manos hasta su rostro y con la punta de los dedos acarició las mejillas de él, donde pudo sentir el nacimiento de una barba. Él nunca se ha dejado crecer la barba, pero seguro ha de verse guapo con ella. Siempre lo ha sido.

Una sonrisa tonta se le estampó en la cara, pero la misma fue reemplazada por una expresión de sorpresa al ver desaparecer ambas manos de él por debajo de su falda. Con los ojos refulgiendo coquetería, Charles le apretó la nalga con la mano izquierda.

―¿Qué es exactamente lo que piensas que haces? ―indagó ella.

―Sabes que me gusta tocarte.

―Pero estamos en un hospital.

―Deberíamos estar en una cama.

―Estás en una cama.

Desnudos ―especificó.

―Lo estamos prácticamente todos los días.

―Tal vez.

Charles desvió su atención hacia abajo, a sus pechos, a pesar de que la camisa los cubría por completo. Con un pequeño gesto de dolor, se inclinó ligeramente hacían adelante y acercó la cabeza hasta tocar su pecho con la punta de su nariz. Inhaló el dulce perfume de su piel, y deseó quedarse allí, junto a su piel.

Su piel... Parecía haber transcurrido siglos desde la última vez que tuvo todo el tiempo del mundo para disfrutarla. Y aún le parecía que continuaba en ese frenesí de emociones que inició a partir del día en que la conoció ¿Cómo iba a imaginarse que aquella parlanchina y gruñona mujer iba a convertirse en un todo para él? Tontamente había creído ser capaz de evitar un milagro tan maravilloso como era enamorarse.

Él sonrió, y con lentos movimientos fue subiendo desde su cuello hasta la barbilla, acariciándola con besos y pequeñas mordidas. Sintió el calor de su piel golpear la suya, una sensación de la que jamás se cansaría.

Anna cerró los ojos y disfrutó secretamente de su repentina coquetería. Sería una estúpida si intentase negar que aquello le encantaba. Su piel adoraba hasta la más pequeña caricia. Vivía enamorada del arte que su boca hacía sobre ella, y ante tal deleite no pudo mas que suspirar y sonreír de dicha.

―¿Cómo es que tienes energía para esto? ―él cambió la trayectoria de sus besos hacia sus mejillas―. Yo no me levantaría de esa cama en días.

Él se apartó un poco y le sonrió.

―Ya te lo he dicho, mujer: la anestesia.

Charles apagó el fuego de sus protestas al estamparle un beso en la boca. Las manos de él abandonaron su escondite bajo la falda de ella, y mientras la derecha descansaba a un lado, la izquierda se ocultó en el pelo de Ana. Jadeando contra su boca, como si le costase respirar y ella fuera oxígeno, la acercó más y profundizó el beso tanto como le fue posible; y tanto como le fue posible se estremeció ante el maravilloso milagro de la calidez de su piel invadiéndolo.

De una cosa estuvo absolutamente seguro, allí, mientras disfrutaba de la entrega de ella en ese beso: amaría esa mujer sobrepasando incluso los límites establecidos por la muerte. 

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