Capítulo seis | VO
―¡Zowie! ―grita por quinta vez―. ¡Tienes que salir ya! ¡Llegaré tarde al trabajo!
―Te hubieses despertado antes.
―¡Me desperté antes!
―Espera. Ya casi termino.
―Al diablo. Me iré sin ducharme.
―Hazle como quieras.
Gruñe algo apenas comprensible al marcharse lejos del baño. Antes de volverse a la habitación se dirige a la cocina donde ve a Peete preparando el café.
―Muy bien, niño, yo quiero de ese café.
Peete sonríe.
―¿Zowie volvió a ganarte la ducha?
Ella asiente. Toma una taza y vierte café en ella.
―Me despierto temprano en vano. No sé como hace, pero cuando voy a meterme a la ducha ella ya está ahí.
―Puedes usar el de mi habitación.
Anna sacude la cabeza mientras le da un largo trago al café.
―No voy a ducharme donde Zowie y tú han tenido sexo.
Peete suelta una carcajada.
―Yo nunca mencioné que lo hiciéramos allí.
―Peete, cariño. Yo conozco a Zowie. La conozco tanto que sé cuando ha tenido sexo contigo.
―A veces olvido que me das miedo ―abre los compartimientos de arriba y saca una taza color gris―. Es solo un baño. Es como si te quedaras en una habitación de hotel. Probablemente allí hubo una pareja, pareja que tuvo sexo.
―Sí. Pero yo no los conozco ni tengo que verlos diariamente.
―A mí no me ves diariamente.
―Peete, Peete. Tú no sales de nuestra casa.
Él sonríe culpable.
―Es difícil dormir por las noches ―dice―. Me preocupa que las dos duerman en ese lugar. Siempre están robando. Las dos son jóvenes y preciosas y los hombres son hombres. Ven a una mujer bonita y enloquecen.
Mientras la mira fijamente vierte sobre el interior de la taza dos cucharadas de azúcar.
―¿Por qué no vienen a vivir conmigo? La verdad paso más tiempo en su casa que en la mía. Es como si viviéramos los tres juntos.
Agita la cabeza.
―Ni hablar. Que Zowie venga. Yo no.
―No te dejará sola, y honestamente yo tampoco accedería a ello.
―Sabes que a mí no me molesta que te quedes con nosotras. A mí me encanta ver feliz a Zowie. Una de las dos lo merece.
―Anna ―musita lentamente.
Ella suelta una maldición.
―No vayas a empezar con tu discurso ―le dice.
―Oye. Tuviste una mala experiencia con alguien. Cuando una mujer es herida le fascina decir esa estúpida frase de «todos los hombres son iguales» ―da un rápido trago al café―. Eso es una total jodienda, Mawson. Si lo fuéramos, yo sería un total cabrón con Zowie, pero, hasta donde sé, la trato muy bien.
Ella sonríe.
―Eres muy bueno con ella. Yo nunca la había visto tan feliz.
―Ya llegará alguien bueno para ti. Los mejores frutos tardan en estar listos.
Anna suelta la taza inmediatamente, depositándola sobre la pequeña mesa.
―Hablando de estar listos. Tengo que terminar de arreglarme.
―Zowie mencionó que no te gusta el uniforme.
―Lo odio.
―También mencionó por qué debes trabajar para él ―sonríe burlón―. Anna Mary, eres un desastre.
―¡No me llames Anna Mary! ―grita antes de desaparecer por el pasillo.
―Charles.
Suelta una maldición en silencio antes de girarse hacia su padre.
―¿Qué?
Edward se acerca lentamente, como si temiera a la reacción de su hijo.
―Tenemos que hablar.
―¿Ahora? Tengo un par de cosas que hacer.
―Los dos sabemos cuáles son ese par de cosas. De lo que tenemos que hablar es más importante.
Charles pone los ojos en blanco.
―Bien, te escucho.
―¿Podríamos pasar a mi despacho?
Charles observa la hora en su reloj. Diez minutos para las ocho.
―Sé qué crees que iré a encontrarme con un par de mujeres, pero no es así. Lo que tengo que resolver es importante. Así que, si no te molesta, preferiría hablar aquí.
Edward suspira profundamente.
―Quiero retomar nuestra conversación sobre tu coronación.
―Padre ―gruñe―. Ya habíamos hablado sobre eso.
―Eso ni siquiera fue una conversación y es importante que...
―Yo ya he tomado la decisión. No voy a tomar el trono.
―Entonces voy a tener limitarte ―gruñe―. Menos dinero, cero coches y yates de lujo. Entradas a clubes prohibidas, no más fiestas...
Charles suelta una carcajada.
―¿Hablas en serio?
―Sí, Charles. Muy en serio. Sabes que este día llegaría.
―Si lo que quieres es un nuevo rey, ahí tienes a Cameron.
―Cameron no tiene preparación alguna. Ambiciona el trono, pero eso es todo.
―Yo no tengo la preparación para esto. Además, sabes que tener responsabilidades no es lo mío.
―Pero puedes con ellas. Es solo que nunca has querido tenerlas ―frustrado, se pasa la mano por el cabello―. Intento razonar contigo, pero me respondes como un niño, no como el adulto que estoy viendo. Vas a comenzar a recibir un adiestramiento. Si crees que no estás listo, pues te prepararás.
―Acabo de decirte que la corona no me interesa.
―Y en vista de que todo lo que yo te digo tampoco, ignoraré igualmente todas y cada una de tus protestas. Te adiestrarás y es mi última palabra. De no hacerlo, tendrás que buscarte un empleo para mantener tus caprichos. Eso es todo, Charles. Puedes continuar con tu día.
Charles tensa la mandíbula sin saber si responderle o no.
―Bien ―masculla―. Adiós, padre.
Furioso, se da la vuelva y se aleja de él mascullando palabras sin sentido. Debió suponer que su padre no se rendiría tan fácil y apenas iba iniciando. Si realmente deseaba que Charles tomara el trono, Edward Queen hará todo lo que esté a su alcance hasta conseguirlo.
Amenazarlo con quitarle el dinero era el primer gran paso.
¿Accedería? El no hacerlo es como quitarse de encima todos sus maravillosos privilegios y limitar sus amados caprichos. Sin dinero tendría que olvidarse de tantas mujeres, porque no iba a alcanzarle para todas. Ah, pero qué tontería. Ninguna de ellas aceptaría ni una noche, no si se enterasen de que ya no tiene dinero.
Sin embargo, aceptar significaría echarse encima demasiadas responsabilidades, y él era alérgico a ellas.
―En buen lío me has puesto, Edward Queen ―masculla atravesando las puertas dobles.
La limosina familiar se encontraba allí, perfectamente alineada, y sobre él, recostada, se encontraba Anna Mawson.
Mierda. Esto no estaba bien. No debería ser así.
Anna llevaba el vestido blanco que había mandado a comprar especialmente para ella. La pequeña tela blanca la cubría solo hasta la mitad de los muslos y exhibía un escote en forma de diamante que dejaba ver un poco los senos, al menos lo suficiente para volver loco a cualquier hombre. El atuendo bomba se completaba con los tacones altísimos y las guantillas blancas.
Hizo lo menos que hubiese imaginado hacer al verla.
―Wow ―masculló.
Anna da un pequeño saltito.
Ni siquiera lo escuchó llegar...
―Príncipe, príncipe... ―se aclara la garganta―. Lo siento. Me...me asustó.
Él solo se parpadea. Debía hablar, debía...
―Bien, pasa... ―agita la cabeza―. Olvídelo. ¿Le...leyó mis horarios?
―Sí.
―Perfecto. Ya nos vamos.
Pero él permanece en el mismo lugar, observándola, devorándola con la mirada.
―La...la... ―balbucea―. No creí que se viera tan bien en ese vestido.
Anna parpadea ¿Cómo se supone que deba responder a eso?
―¿Se supone que me viera mal?
―Sí ―admite―. La verdad es que con aquella camisa de botones y los pantalones que llevaba ayer parecía que su cuerpo no estaba tan bien.
Ella lo mira fijamente.
―Creí que lo hacía para hacerme sentir, bueno, ya sabe...
―No, no lo sé.
―Incómoda ―comienza a jugar un poco con el cabello―. Los vestidos no son lo mío.
Las palabras coherentes se le han escapado de la mente. No era lo que esperaba. Mierda. Tenía que dejar de mirarla.
―Lo mío tampoco es comprarles vestidos a las mujeres. Soy más del tipo de quitárselos.
Anna despega los labios y deja escapar el aire ¿Cómo podía hacerlo? ¿Cómo era capaz de decir una cosa así y no demostrar nada?
―Tengo varias cosas que hacer. En marcha.
Ella parpadea y, apenas sale de su ensoñación, asiente.
Espera a que él se encamine hacia la limosina.
Pero, por el contrario, se encamina hacia ella, como un lobo rodeando a su presa, hasta que llega hasta allí, piel con piel. Sus ojos la miran, la analizan, la devoran.
―Quiero cambiar de auto ―musita.
Anna traga saliva.
―Ah ―masculla―. Como guste.
Y en un parpadeo él se aleja, acomodándose el chaleco, sonriéndole.
―Está por aquí.
Cuando deja de verla, Anna se permite unos segundos para reponerse.
Hormonas a prisión, gruñe para sí. Es el mujeriego más mujeriego de Inglaterra.
Apenas recuperó su autodominio marchó tras él.
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