Capítulo ocho | VO
Charles llama a la oficina de su padre dos veces más antes de escucharle decir que puede pasar. Edward lo mira fijamente, intentando descubrir la razón de la visita de su hijo.
―¿Puedo hablar contigo?
Él asiente, extendiendo el brazo hacia uno de los asientos, invitándolo a acomodarse.
―¿Qué necesitas, Charles?
Le sostiene la mirada mientras se acomoda.
―Tal vez sea difícil de creer, pero he venido por nuestra charla de la mañana.
Edward asiente una sola vez. Cruza las manos sobre el escritorio y espera.
―He pensado lo del adiestramiento ―se echa un poco hacia atrás―. Acepto.
―Lo dices como si hubieses tenido opción.
―Creí que ver algo de cooperativismo sería satisfactorio para ti.
―No lo llamaría satisfactorio hasta ver que resulte.
―Tienes muy poca fe en mí.
―Creo que tengo motivos.
Los dos hombres se sostienen la mirada.
―¿A qué se debe este cambio de opinión? Esta singular muestra de cooperativismo.
Muy bien ¿Cuál iba a ser su excusa? ¿Qué una mujer lo ha retado? ¿Qué la misma taxista que lastimó su orgullo ha vuelto a conseguirlo? No, no hay forma.
―Los yates y las fiestas están muy bien ―dice―. Renunciar ahora a eso es un golpe a mi estabilidad social.
―¿Así que se trata solo del dinero?
―Sí.
Edward inclina la cabeza un poco. Sin apartar la mirada de su hijo, abre uno de los cajones y saca un periódico. Lo coloca frente a Charles.
―¿Para qué es? ―pregunta.
―Para leer. Mira la portada. Luego la página tres.
Frunciéndole el ceño, Charles toma el periódico y hace lo que su padre le ha pedido. Tenía la fecha de dos días pasados y en la portada se mostraba una imagen de la discusión entre él y Anna en plena calle. Al pasar a la página tres había un reportaje extenso relatando todo lo sucedido. Él simplemente le devuelve el periódico.
―La gente está muy interesado en la atractiva taxista que se enfrascó en una discusión con el príncipe Charles Queen ―dice su padre.
Charles pudo detectar el tono de sarcasmo en su voz.
―¿A dónde quieres llegar?
―Tu pequeña rabieta con esta mujer a media calle ya ha llegado a los medios. ¿Cuánto crees que tarden en descubrir que ahora es tu chofer?
―¿Eso en qué es relevante?
―No quiero más rumores rondando nuestro apellido. Tu adiestramiento es algo que tomaré muy en serio y el mismo conlleva una reducción de escándalos.
―¿Cómo puede esto ser un escándalo?
―Dado tu historial estoy seguro de que encontrarás una manera. Además, ambos sabemos por qué esa mujer está trabajando para ti ―se inclina un poco hacia él―. La honestidad es algo que a ti te desagrada cuando ataca a tu persona.
―Por un segundo me das la impresión de que estás disfrutando esto.
―No disfruto ver a mi hijo metido en problemas.
―Pero algo disfrutas. Lo puedo apreciar.
―Bueno, Charles, sabes cuánto aprecio a una persona sincera.
Charles suelta una falsa carcajada.
―Disfrutas que ella me haya hablado así.
―No lo apruebo si es tu molestia.
―Pero, al mismo tiempo, sí lo haces.
Edward se limita a sonreírle.
―Para ser honestos, sí. Creo que has estado rodeado de gente tramoyista por demasiado tiempo.
―¿Te refieres a mis amigos?
―¿Los que te acompañan para sacarte provecho? Sí, supongo que sí.
―Parece que ninguno te agrada.
―Bueno, ciertamente no. Mi única excepción es Gray.
Charles simplemente le sonríe.
―No nos hablamos desde hace dos años, padre.
―Cierto ―deja caer la espalda hacia atrás―. ¿Por qué?
―Porque tuvimos una discusión.
―¿Sobre qué?
Charles suspira.
―Porque él cree que es hora de que madure.
―Eso comprueba lo que te he dicho hace unos minutos. Repeles la honestidad si la misma te afecta directamente.
―Gray no es precisamente el mejor amigo que he tenido.
―Sabes que eso no es cierto.
―Padre, no he venido para hablar de Gray. Estoy aquí para ponernos de acuerdo sobre el adiestramiento.
―Por supuesto ―le sostiene la mirada durante unos segundos―. Haré los arreglos pertinentes. Si aceptas queda terminantemente prohibido una sola queja. Tendrás que aceptar todas y cada una de mis condiciones.
―Hasta donde sé quejarme es lo mío, pero lo haremos a tu manera.
Edward lo mira fijamente por lo que le pareció una eternidad.
―Aun no comprendo tu cambio de opinión. Sí, has dicho que se trata del dinero, pero yo te conozco, hijo. Sé que hay algo más.
Charles se acomoda el saco, incómodo.
―No sé qué otra explicación esperas encontrar.
―Anna Mawson.
Abre los ojos como plato ¿Cómo lo ha sabido?
No tarda en descubrir que no se refiere a eso. Detecta en un segundo su perfume dulce. Al voltearse, Anna se encuentra de pie junto a la puerta abierta con las manos cogidas a la espalda.
―¿Quería verme, Su Majestad?
Charles se voltea hacia su padre.
―Esto debe ser una broma.
―No, será una conversación dentro de unos segundos. Puedes retirarte, Charles.
―Alto, dame un segundo ¿Esto a qué se debe?
―Bueno, hijo. Tú eres el príncipe, pero yo sigo siendo el rey. Nada pasa en esta casa sin que yo intervenga oficialmente. Ahora sí, retírate, por favor.
Los ojos de Charles brillan de confusión, pero decide finalmente levantarse del asiento y encaminarse hacia la salida. Lanza una rápida mirada a Anna.
―Hablaremos más tarde, señorita Mawson.
Ella deja caer la cabeza un poco, pero alcanza a ver antes de marcharse el tenue color rojizo que empaña sus mejillas.
Edward le ofrece asiento apenas la puerta se cierra.
―Me disculpo por hacerla venir ―dice.
Anna se acomoda a toda prisa.
―No es molestia, Su Majestad.
―Las normas de trato hacia la realeza indican que debe tratarme con una formalidad muy bien cuidada ―toma el periódico y lo devuelve al cajón del que lo había sacado en primer lugar―. En estos momentos no es el rey Edward quien habla con usted. Por favor, solo llámeme Edward.
Anna agita la cabeza.
―No puedo hacerlo. Principalmente porque usted es el rey, y segundo, porque...bueno, solo quiero decirle que lo respeto enormemente. Con sus ayudas económicas usted salvó a mi familia de una bancarrota inminente. Ahora gozan de empleos magníficos. La verdad quisiera decir que yo igual, pero mi situación se debe a otros problemas. Sus ayudas de verdad salvaron a mi familia.
Él hace una pequeña reverencia con la cabeza.
―Es muy gratificante escuchar eso. Creo que todos podemos cambiar este mundo un paso a la vez. Sin embargo, no es el tema que nos lleva a esta reunión ―comienza a golpear el escritorio con los dedos―. Sé quién es usted. Sé que estuvo en la cárcel durante un año acusada por participar en carreras de carácter ilegal y acusada también por un accidente que casi acaba con la vida de una joven de diecisiete años.
Anna deja caer la cabeza un poco, avergonzada.
―También sé que no fue usted ―se apresuró a decir―. No estoy juzgándola. Desde que Charles mencionó la discusión que ambos tuvieron el otro día quise saber quién era usted exactamente. He leído su historia al derecho y al revés.
Ella solo puede suspirar. Otra persona más en la lista de quienes van a señalarla y a juzgarla.
―Creo que es una mujer excepcional.
Parpadea sorprendida.
―Pero estuve en prisión ―musita incrédula.
―Por algo que no cometió. Mire, Anna, no le he pedido reunirnos para discutir su pasado. En estos momentos me interesa resolverle la vida al necio de mi hijo.
―Por favor, no me pida opinión sobre mi hijo. Aun sigo con la sensación de que me enviará a prisión desde que hablamos en el restaurante.
Edward parpadea. Su expresión denotaba visible sorpresa.
―¿Podría hablarme sobre esa reunión?
―¿Su hijo no le ha comentado nada?
―Charles no es el hijo más abierto con su padre en cuanto a experiencias del diario vivir. Creo que solo viene a charlas conmigo cuando tiene algún capricho en mente. No espero que se ofenda con esto, pero en este momento su nuevo capricho es usted.
Anna se remueve un poco incómoda en el asiento.
―Creo que la culpa es mía. Su Majestad, temo que no soy la persona más reservada en el mundo.
―Lo que para mí es justo la solución a mi dolor de cabeza ―cruza las manos sobre el escritorio―. Por favor, cuénteme un poco sobre su reunión con mi hijo.
Anna se apresuró a contarle todo al rey, sin olvidar ningún detalle. El rey Edward se mostraba sorprendido e incluso divertido.
―Así que usted dijo que no era apto para el trono ―musita lentamente, como si estuviese analizando sus propias palabras.
―Yo le advertí a su hijo que yo personalmente prefería mantener para mí misma mis opiniones. Se lo advertí dos veces.
―De todos modos él insistió.
―Y yo solo respondí.
El rey volvió a dejar caer la espalda hacia atrás, observándola fijamente. Mientras lo hacía, Anna pudo notar algo increíble. El rey Edward y el príncipe Charles no se parecían en nada. Tal vez en alguno que otro detalle, como en el color de los ojos y algunos gestos, pero es todo. Charles Queen debe parecerse a su madre.
―Yo quiero ofrecerle un empleo ―dice el rey.
―Señor, yo ya tengo uno.
―Este es un trabajo especial, y si acepta tendrá la inmunidad real.
Anna parpadea.
―¿Qué quiere decir con eso?
―Señorita, usted será intocable por el resto de su vida. Si mi plan funciona, usted se convertirá en una de las mujeres más valiosas para Gran Bretaña.
―Tal vez me equivoque, pero si esto tiene que ver con relaciones íntimas con su hijo, yo paso.
―No, no. Nada de eso. Usted piensa que él no está calificado para ser rey.
―Con todo respeto me reservaré las opiniones.
―Es exactamente lo que no quiero que haga. A diferencia de usted, yo creo que mi hijo si está preparado, pero algo frío. Con el adiestramiento adecuado y el incentivo correcto él estará más que listo.
―¿Y yo como entro en todo esto?
―Ah, señorita, es muy sencillo. Al parecer usted es la única capaz de sobrecalentarle la sangre y la única en implantarle un reto que él acepte. Quiero que usted esté a la cabeza de su adiestramiento.
Ella contiene la respiración durante unos segundos.
―Señor, obviamente no me ha visto en mi casa. Como con las manos y a veces digo groserías.
―Tal vez, pero usted tiene lo que necesito para corregir a este niño inmaduro. Dígame, ¿qué conoce sobre la realeza?
―Desde niña siempre me ha gustado la historia. Creo que sé todo sobre la realeza británica y sobre Inglaterra.
―Usted es perfecta. Contratada. Desde hoy tiene la inmunidad real, lo que va a gustarle, porque si necesita alzarle la voz a mi hijo tiene todo el derecho.
Anna abre la boca y durante unos segundos ha olvidado como cerrarla.
―¿Está dándome el poder de regañar al príncipe cuando he sido la mujer que desde un principio ha estado señalándole sus defectos?
―Ah, Charles me odiará como solo él puede hacerlo, pero sí. Ya no sé que más hacer por él, así que esta medida me parece la última opción ¿Qué dice? ¿Acepta? Por supuesto tendrá un generoso sueldo digno de su esfuerzo. No solo está ayudando a que Inglaterra tenga un próximo rey de calidad, sino que ayudaría a un padre con su hijo, y esto último es mucho más valioso para mí que lo primero.
―Señor, es que...no lo sé.
―¿No le gustaría cambiar un paso a la vez?
―Sí, tal vez, pero...
―Entonces así puede hacerlo. Ayúdeme a moldear a este niño y, con el tiempo, usted verá como ayuda a cambiar el mundo. Un líder de calidad, un país de calidad ¿Qué dice?
Ella suspira lentamente una y otra vez.
―Acepto.
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