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Capítulo nueve | VO

―¿Qué harás qué?

Anna se cubre el rostro con la almohada para no escuchar a una muy histérica Zowie gritarle.

―¿El rey Edward realmente hizo lo que acabas de decirme?

―Sí.

Zowie le quita la almohada de la cabeza.

―Puso a su hijo a tu cargo ―musitó impresionada―. ¿Cómo puede ser eso posible? El hombre debe saber que odias a su hijo.

―Es complicado.

Mientras intentaba calmar sus aturdidos pensamientos, Anna mantuvo la vista fija en el techo. El rey Edward le había hecho un ofrecimiento que no podía rechazar. Primero: ella quería a alguien que continuara velando por Reino Unido como el rey Edward lo ha estado haciendo por mucho tiempo. Segundo: aceptar el trato es quitarse de encima la amenaza que Charles Queen mantiene sobre las cabezas de su familia. Y había un tercer motivo, solo que ella no sabía cuál.

―Y tú aceptaste ―suelta una carcajada―. ¿Por qué lo hiciste?

―El rey me lo pidió ―respondió distraída.

―¿Y eso es todo? Venga, sé que hay algo más.

Suspira y termina contándole sobre la amenaza de Charles.

―¡Anna! ―chilló―. ¿Cómo no me habías dicho eso antes?

―No era importante ―se acomoda en la cama hasta que su espalda descansa contra la pared―. Él ya no puede hacerlo. De intentarlo podría hablar con el rey y problema resuelto.

―No puedo creer los trucos sucios que personas así pueden usar.

―Ya no importa ―le toma las manos―. Todos estarán bien.

―Anna, yo amo mi empleo, pero te amo más a ti. Eres mi mejor amiga.

―Zowie, tampoco me pidió que asesinara a alguien. No es tan grave.

―Tienes que hacer algo, Anna. Tú estarás encargada de su adiestramiento. Has que él sude, que tenga que pasar por pruebas duras. Se lo merece.

Anna sonríe burlona.

―Creí que lo idolatrabas.

―Es un cretino. Nadie se mete con mi mejor amiga.

―Eres adorable, pero guardar rencor no es lo tuyo. Volverás a idolatrarlo en la mañana.

―No. Quien idolatrará a alguien en la mañana es él y será a ti.

Anna frunce levemente el ceño.

―¿De qué estás hablando?

Zowie solo le sonríe y ella sabe mejor que nadie que realmente tenía un plan.

Charles entra al Salón Amarillo donde ve a su padre de pie junto un grupo pequeño de mujeres y hombres. Y Anna, luciendo un atuendo muy distinto al del día anterior. Un vestido rojo ajustado sin nada de escote, a medio muslo de largo, sin mangas ni accesorios y, aunque podría ser absurdo, era mucho más guapa así que con un escote.

―¿Me he perdido de algo? ―pregunta vacilante, caminando hacia su padre, mirando a Anna.

Mierda, gruñó en su mente ¿Por qué debía ser guapa?

―Charles, quiero presentarte al equipo de trabajo ―Edward los señaló rápidamente con la mano―. Ellos se encargarán de tu adiestramiento. Mientras esto dure, mi mano derecha será la señorita Mawson.

A Charles se le ponen los vellos de punta.

―¿Disculpa?

―Anna estará a la cabeza de tu adiestramiento. Tendrás que hacer lo que ella indique.

Anna le sonríe a distancia.

―Y ya no debo llamarle de «usted» ―parpadea con rapidez―. Puedes hacer lo mismo, Charlie.

Edward se esfuerza mucho por no sonreír.

―¿Esto es una broma? ―gruñe Charles.

―No, hijo mío. He revisado que ella esté a la altura y lo está.

―Es una taxista ―espetó despectivamente.

―Conoce la historia de Inglaterra y Reino Unido al derecho y al revés, así como todo lo relacionado a la realeza británica. De tener duda en algo tenemos un equipo amplio.

―Debe haber alguien más.

―Créeme, Charles, nadie más tendría la paciencia de lidiar con tus caprichos ―le da un golpecito en el hombro a modo de despedida y se marcha con las manos cogidas a la espalda.

Charles se dedica durante un minuto entero a escrutar crudamente a Anna, que luce tranquila e inocente, sonriéndole, mientras aguarda a que su rabieta finalmente cese.

―¿Podríamos hablar en privado, señorita Mawson?

―Anna, Charlie. Por favor.

―Como quieras, Anita.

Ella levanta una ceja despectivamente.

―Hay mucho que hacer ―afirma―. Lo primero ―extiende una mano hacia él― es la chaqueta.

Él no parece comprender. No había nada malo en su ropa: era la misma de siempre; camiseta, chaqueta de cuero y jeans. Pero ella era insistente. Tenía de esas miradas inquietantes, así que finalmente se la quita y se la entrega en las manos.

―¿Algo más que quieras que me quite, preciosa?

―Aquí no ―susurró con la voz aterciopelada.

Los labios de Charles se separan inconscientemente, intentando absorber algo de aire fresco.

―¿Qué te parecería mi habitación?

―Cuento con eso.

―No era lo que tenía en mente ―gruñó molesto.

―Lamento romperte el corazón ―se acomoda en el borde de la cama―. Zowie, haz lo tuyo.

Una chica menuda de cabello castaño se acerca sonriendo al príncipe. Detrás de ella otras dos mujeres sonreían también, ambas con cintas métricas en las manos.

―Así que eres la famosa Zowie ―dice él―. La compañera de vivienda de Anna.

―Soy más que solo su compañera de vivienda. Ahora quédese quieto.

Zowie comienza a tomar las medidas del cuello, el largo de los brazos, la cintura y finalmente las piernas.

―¿Eso es todo? ―él sonríe―. Creí que debía quitarme algo.

Zowie anota las últimas medidas.

―Tiene mucho que quitarse, pero ninguna es una prenda de ropa.

―¿Entonces?

―Dejaré que Anna se lo diga, señor.

Charles mira fijamente a la aludida.

―¿Entonces? ¿Qué debo quitarme?

―La lista es demasiado larga. Le recomiendo ir punto por punto y resolverlo uno a la vez.

―Debo admitir que esto es decepcionante. Cuatro mujeres en mi habitación y sigo vestido.

―Ninguna está precisamente disponible ―dice Zowie―. Dos tenemos novios y una está casada.

―¿Y quién es la soltera?

Zowie le sonríe.

―¿Siempre usa chaqueta de cuero?

―Por lo general.

―Tendrá que mantener esa tendencia guardada en el armario durante un tiempo.

―Tengo demasiadas chaquetas de cuero. Dejarlas ocultas no es una opción.

―También tiene dinero. Necesita un cambio de imagen.

―¿Cree que me veo mal? ―musita cálidamente, como un susurro seductor.

Anna le dedica una mirada de puro odio ¡Está coqueteándole! ¡Y a su mejor amiga! Se levanta bruscamente de la cama y se coge las manos a la espalda.

―Te dejaré un rato con él, Zowie. Ya sabrás que le va mejor.

Ella se voltea.

―¿A dónde vas?

―Revisaré otras cosas.

Y se marcha. Afuera, en el pasillo, despegó los labios e inspiró profundamente. Mujeriego. Eso es lo que era. Un maldito mujeriego. Tiene una mujer bonita en frente y le coquetea. Lo peor de todo es que era su mejor amiga, ¡una que tenía novio!

Se aparta los rizos del rostro y se concentra en respirar lentamente para calmarse. ¿Por qué se alteraba? Ya sabía que era un mujeriego ¿Y eso qué? ¿Por qué habría de importarle?

―Anna Mary Mawson.

Suspira frustrada y le da la espalda.

―¿Qué pasa, Zowie?

―Soy tu mejor amiga ―se detiene frene a ella―. Tu excusa de «revisaré unas cosas» no me las creo ¿Qué haces en el pasillo?

Se rasca la frente con el dedo anular.

―Estaba coqueteándote ―dice de golpe.

―Eso no me interesa. No cambiaría a Peete por alguien así. Además, ¿eso qué?

Anna aparta la mirada.

―Mawson, ¡tú estás celosa!

La aludida comienza a reírse histéricamente.

―Eso es estúpido. A ese sujeto lo detesto.

―Sí lo estás. Estaba coqueteándote en el Salón Amarillo, pero en su habitación me coqueteaba a mí. Aun así no tiene sentido, ¡pero estás celosa!

Sus ojos castaños viajan hacia el suelo unos segundos. Cuando voltea de nuevo a Anna estos se han vuelto enormes.

―¿Qué pasa? ―pregunta nerviosa.

Zowie la toma de los antebrazos y la arrastra consigo pero, presa de la curiosidad, evita el forcejeo y se da la vuelta. Una pequeña serpiente estaba enrollada en sí misma, siseando.

Los ojos de Anna se dilatan al instante y al separar los labios se escapa un grito de terror estrepitoso. Aterrada, comienza a retroceder torpemente, temblorosa y con los ojos desorbitados.

―¡No la mires! ―grita Zowie insistente―. Anna, no te hará daño.

Anna comienza a temblar sin control y a respirar con brusquedad. Su rostro comienza a tornarse cenizo. En ese estado no había mucho que Zowie podría hacer para ayudarla.

―¿Qué sucede? ―pregunta Charles, alarmado, saliendo de la habitación.

Todo su cuerpo se tensa totalmente al encontrarse a una Anna pálida y asustada, en cuyos ojos claros solo había una emoción: terror, el más puro y el más vivo terror. Y ella solo gritaba y temblaba y lloraba.

―¿Qué sucede? ―volvió a preguntar, esta vez más fuerte.

―Es la serpiente ―comienza a acariciarle el cabello―. Tranquila, Nana. Todo está bien. No la mires.

¿Serpiente? ¿Qué serpiente?

Finalmente, al mirar a sus pies, la ve.

―¿Fifta? ―se inclina en el suelo y envuelve la serpiente en su brazo―. Es la mascota de una de mis hermanastras. Esta cosa no hace nada.

Anna suelta un grito mucho más aterrador cuando él inconscientemente comienza a acercársele.

―¡Anna le tiene fobia a las serpientes! ―intenta alejarla de él mediante empujones, pero Anna parecía haberse pegado al suelo con cemento instantáneo―. Por favor, solo sácala de aquí.

―¿Fifta? ¿Dónde estás, bebé? ―se oye una voz por el pasillo, una chica.

―Esa cosa larga debería desaparecer ―dijo otra voz; otra chica―. ¡Oh, es cierto! Ya lo está.

―Cállate, Kaylee.

―Haylee, Kaylee ―las llamó Charles.

Las dos comenzaron a protestar.

―¿Qué?

―Fifta está aquí.

El reguero de pasos deja notar que vienen corriendo. Dos chicas de cabello negro y ojos grises, exactamente iguales, se acercan. Solo se podían distinguir por una cosa: las iluminaciones en el cabello. Una las tenía azules y la otra verdes.

―Haylee ―gruñó Charles, entregándole la serpiente a la chica de iluminaciones azules―. Te he dicho que no dejes a esta bestia por ahí.

Haylee acaricia la piel naranja de la serpiente.

―Yo no la dejé salir. Kaylee dejó la jaula abierta.

La aludida se cruza de brazos.

―No hubiese quedado abierta si no estuviese rota.

―¡La jaula estaba intacta! Tú solo...

―¡Basta! ―grita Charles―. Solo llévatela de aquí y procura reparar el problema de la jaula.

Las gemelas se marchan, no sin antes obsequiarles una mirada de desprecio.

―Ya, Anna, no llores, se fue.

Un gritito gutural se escapa de su garganta. Incómodo, Charles se recuesta de la pared y espera.

―Yo lo siento tanto, Zo Zo.

Zowie intenta secarle las lágrimas, pero apenas le deja las mejillas vacías otro brote de lágrimas las cubren.

―Esto no ha sido peor que el campamento.

Anna hace una mueca de dolor.

―¿Nunca lo olvidarás?

―Nunca podría olvidar la sensación de tu vómito cayéndome encima.

Charles sonríe inconscientemente.

―Estás temblando mucho, Anna. Debes calmarte. Quédate aquí. Buscaré algo de agua.

Sin poder decirle nada, Zowie se marchó del pasillo corriendo.

Agua, pensó Charles. Entró rápidamente a su habitación, tomó el vaso de cristal que descansaba sobre la mesa de noche junto a la cama y depositó en él lo que quedaba de agua en la jarra. Acudió a ella en un parpadeo, extendiéndole el vaso.

―Tu amiga tardará en encontrar la cocina. Este lugar es enorme.

Temblorosa, Anna intentó aceptar el vaso, pero el mismo se le resbalaba.

―Déjame ayudarte ―musitó.

Sostuvo el vaso por ella, apoyándoselo en los labios, y aguardó pacientemente a que tomara de su contenido. Mientras esperaba, ella lo miró a los ojos y encontró calidez.

Él no suele hacer gestos como este, se cuestionó en su mente ¿Por qué lo haría?

―Tienes unos ojos hermosos ―dijo él suave y lentamente.

Anna agradeció estar tomando agua. Tenía la excusa perfecta para no responder.

―Me recuerdan a los ojos de mi madre ―continúan―. Claro, los suyos eran azules. Cuando hacía algo mal ella ponía la misma expresión: los ojos llenos de pánico ―sonríe con tristeza―. Le aterraba que algo malo pueda pasarme. Aunque tu expresión se debe al pánico hacia las serpientes. No das esa imagen, ¿lo sabes? Luces como una mujer que no le teme a nada. Mi madre era igual.

Los ojos de Charles se cubren por una delgada capa cristalina.

―La echo de menos ―susurra débil.

Por primera vez ve a Charles Queen siendo un Charles Queen más humano, y contrario a lo que hubiese imaginado que sentiría tras verlo, no es del todo placentero. Es humano a cuenta del dolor y el dolor siempre será su peor enemigo, a quien eternamente le tendrá miedo.

―Lo siento ―retira el vaso de sus labios―. Lo he olvidado.

Ella se remoja los labios.

―Gracias ―dice ella.

Él solo asiente y se aleja rápidamente.

―Charles ―la escucha decir.

Al voltearse, ve como el cuerpo de Anna se desploma rápidamente hacia el suelo. Afortunadamente alcanzó a sostenerla. Intenta reanimarla, pero es inútil. Su respiración es suave y sabe que debe permitir que por sí misma despierte.

Voltea los ojos al techo.

―Dios mío, ¿por qué a mí?

La acomoda en sus brazos y sin más opción la lleva hasta la cama de su habitación.

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