Capítulo dieciséis | VO
Anna despertó ante la presión de los ardientes rayos solares que penetraban las ventanas. Aun sentía la pesadez del sueño sobre su cuerpo, pero la ligera incomodidad en él era mucho más persistente. Ahogó un grito cuando la repentina calidad acarició su rostro. Giró la cabeza lentamente y contuvo el aliento. Solo era Charles profundamente dormido, con los largos y fuertes brazos rodeándole la cintura y la cabeza escondida en su cuello. Volteó hacia arriba y divisó las elegantes bóvedas del techo.
¿Cuándo se había quedado dormida? ¿Y por qué envuelta en él como su segunda piel? ¿Y cómo era posible que a pesar de la incomodidad al mismo tiempo se sentía muy cómoda? Cuidada, protegida, como hace mucho tiempo no se sentía.
Cerró los ojos durante un segundo y ahogó dentro de ellos un par de lágrimas.
No era gran cosa. Seguramente se había abrazado a ella mientras dormía, por lo que había sido accidental ¿Qué pensaría él cuando se despertase? Posiblemente que había sido ella quien se asedió a él. En definitiva era la opción más probable porque Charles negaría hasta el cansancio que había sido él quien accedió a tener el primer contacto.
Abrió los ojos y se deslizó por el suelo, alejándosele lenta y silenciosamente. Con cuidado, retiró su pesado brazo y se lo acomodó en el costado. Charles hizo un pequeño movimiento, estiró de nuevo el brazo y la atrajo hacia sí, aún dormido. Anna contuvo el aliento cuando su cuerpo volvió a golpearse contra el suyo. Charles tenía los ojos cerrados y levemente fruncidos.
Anna reprime un gritito cuando él los abre.
Un par de encantadores ojos azules despiertan frente a ella, contemplándola. Durante unos segundos le costó concentrarse en otra cosa que no fuera el singular y adorable brillo que se distinguían en ellos hasta que, finalmente, se dio por vencida.
―Buenos días ―susurró él con la voz ronca.
A Anna se le erizó el vello de los brazos. Siempre había considerado seductor la voz ronca de un hombre recién levantado, pero la que Charles poseía quebraba cualquier fantasía, haciendo de esta la más exótica de todas.
―Buenos días ―le respondió.
Charles sintió un irregular retumbe contra su pecho. Apenas descubrió de donde provenía, una leve curvatura se formó en sus labios.
―¿Tu corazón siempre suena así en las mañanas? Porque puedo sentirlo a pesar de la ropa.
―Estúpido corazón ―balbuceó.
Él la miró fijamente, sin perder de vista ningún detalle, ni siquiera las diminutas pecas que poseía debajo del ojo izquierdo. Demasiado pequeñas para ser percibidas a distancia. Desde luego, no existía mucho de eso entre ellos. Se preguntó cuántos más habrán notado aquellas diminutas pecas. O cuantos habrán tenido la suerte de percibir el contorno perfecto de sus labios, el brillo natural de su piel, la perfecta forma de su pequeña nariz.
Fijó después sus ojos en las ondas desordenadas de su cabello. Dadas las raíces pudo deducir que antes de teñirse el cabello debía haberlo tenido de un castaño oscuro, como el chocolate. Se preguntó vagamente los motivos del cambio. Una vez, hace un par de años, había escuchado por la calle a un hombre decir que las mujeres se cambiaban el color de cabello cuando querían dejar algo atrás. Por supuesto, supuso que él lo había oído en alguna otra parte y solo lo repetía, pero consiguió sembrarle la duda ¿Lo harán realmente o es un asunto de mera estética?
―¿Tienes algo en contra del cabello castaño? ―le preguntó.
Anna frunció un poco el ceño durante el tiempo que le tomó comprender la pregunta.
―Me gusta el cabello castaño ―respondió con suavidad.
―¿Por qué te lo has cambiado? ¿El rubio te gusta más?
―No, pero el cabello castaño era la debilidad de mi ex pareja. Cambiarme el color del cabello me hizo sentir que no soy más una más. No sé si consigas comprenderlo.
―Sí, creo que sí, pero, Anna, no tienes que cambiar por alguien que no lo merezca.
Ella agitó un poco la cabeza.
―Necesitaba un cambio, aunque fuera uno pequeño.
Él no supo que decir. No era del tipo de entregarle el corazón a alguien, posiblemente para evitar algún tipo de daño en menor o mayor escala. No creando vínculos con alguien era su mejor arma en contra del dolor y hasta ahora le ha funcionado. Sin embargo, cuestionó muy duramente a su inconsciente. Tal vez no le han destrozado el corazón, pero a riesgo de convertir al mismo en una piedra. Ver a una mujer llorar no solía conmoverlo, ni mucho menos verle el rostro comprimido por alguna tristeza ajena a él cuando les pedía que se marcharan después de un momento de placer.
―Pero la verdad estoy cansada de tener el cabello rubio ―comentó incómoda por el silencio.
―Entonces deja que vuelva a la normalidad.
―No, no quiero ¿Por qué hablamos de mi cabello?
―Bien, ¿sobre qué quisieras hablar?
―Mm...pues...
Su mente se fue en blanco cuando él se movió, sujetándola con un poco más de fuerza para impulsarse hacia arriba. En un abrir y cerrar de ojos él estaba erguido con ella encima.
―¿Sí? ―la animó, pero ella tenía los pensamientos completamente esparcidos.
Mientras la miraba, Anna sintió algo moverse con violencia dentro de su pecho, algo que le provocaba escalofríos. Sintió como si hubiese cruzado una barrera invisible y estuviese viendo a un Charles diferente. Todo se debía a la sutilidad con la que él la observaba: con los ojos abiertos, esplendorosos y maravillosos ¿Pero qué era lo que veía? ¿Qué tenía ella que pudiese encontrar él tan atractivo? ¿Y por qué, maldita sea, ella parecía encajar tan perfectamente en sus grandes brazos?
Charles contuvo el aliento cuando vio aparecer en su nívea piel un dulce y pequeño rubor ¿Cómo había ella conseguido parecer tan hermosa de un segundo a otro? Como si no hubiese tenido la capacidad de mirarla aunque estuviese a centímetros de él.
Anna le mantuvo la mirada, entreabriendo un poco los labios, invitándolo. Charles sintió su corazón repiquetear con fuerza, sacudido por un deseo vehemente que no había experimentado jamás. Movido por ese impulso, mayor a lo que había imaginado, alargó la cabeza y la besó.
Charles explotó en pedazos. Cada pequeña parte de él fue lanzada por toda la habitación. Mientras la besaba, se preguntó cómo podría volver a armarse por sí mismo. No conseguía recordar haberse sentido así con otra mujer en su vida: como un crío que descubre por primera vez la pasión, un macho imberbe.
Anna tembló cuando sus grandes manos le acariciaron la espalda ¿Cómo iba a parar ahora? ¿Qué cosa era capaz de hacerla entrar en razón? Si la forma tan sensual en que la tocaba, que la besaba, que tomaba de ella, estaba enloqueciéndola. Y ella no quería que parara. Que Dios la amparara, pero esta vez no tenía fuerza para apartarse. Después de cinco años, su cuerpo volvió a la vida ¿Estaba dispuesta a arriesgar este momento por la lucidez? No, no lo estaba.
Tiroteó de la ropa de él y cuando sintió su propia ropa exponer su cuerpo, se dio por perdida.
Charles recordaba su habitación un poco más grande. Supuso que se debía al hecho de haber crecido. Las escasas veces que ha venido siempre ha dormido en la sala. Subir a las habitaciones le causaba demasiado desasosiego, pero no podía permitirse dejar a Anna en la incomodidad del suelo, mucho menos cuando había vuelto a dormirse minutos después de haber tenido sexo.
Un escalofrío le recorre por toda la espalda.
¿Cuándo la palabra sexo se había vuelto una de poco valor y significado? Representaba placer, diversión, pero ahora la misma era una de sentimientos vacíos, como si la pequeña frase sexo con Anna no estuviese describiendo lo que sucedió. Pero, ¿no fue así? Incluso a él le sorprendió, pero sucedió, realmente lo hizo, y desde que Anna que quedó dormida en sus brazos, su mente no ha tenido descanso.
Deben haber pasado unas tres horas, más o menos, tres horas que lleva en el suelo, observándola dormir, con el cuerpo cubierto por una delgada, casi transparente, sábana.
¿Qué tenía ella? Era guapa, muy guapa, y esa siempre ha sido la razón principal para llevarse a una mujer a la cama. Pero Anna tenía algo que no podía identificar y eso estaba volviéndolo loco. Y si estaba permitiéndose ser sincero consigo mismo, dudaba seriamente que hubiese sido él quien la llevara a la cama. Ha sido ella. Lo envolvió, lo enloqueció y no tuvo que hacer nada, solo ser ella.
¿Por qué, mientras más la miraba, le parecía más y más guapa? Maldita sea, ¿qué tenía? ¿Qué había en ella que lo mantiene ahí mirándola? Apartar la vista de ella le dolía.
Se llevó las manos a los ojos y los frotó con violencia ¿Acaso era parte de un hechizo? ¿Era ella una hechicera?
Contuvo el aliento y evitó moverse cuando la vio sacudirse un poco en la cama. Al hacerlo, su desnudez quedó relativamente expuesta, mostrándose ante él la perfecta montaña de sus pechos y cadera. Ahogó un grito de dolor. Dolía verla tan bella y no sabía por qué. Apenas se había quedado dormida, todas esas interrogantes aparecieron en su cabeza. Desde el inicio, la relación entre ellas ha sido muy tensa. Pero ¿era correcto catalogar ese trato como relación? Solo eran dos personas adultas que se cruzaron en el camino del otro. Ciertamente podía afirmar que nada había vuelto a ser igual desde el día en que subió a aquel taxi. Para bien o para mal, algo había cambiado ¿Qué era? ¿Él? ¿Qué había cambiado en él? Hasta ahora, nada. Seguía siendo el mismo. Sin embargo, había algo nuevo en él.
Anna.
No era la primera vez que perdía la cabeza por una mujer. Le había sucedido en incontables ocasiones, pero saciada la necesidad su cabeza se enfriaba y volvía a tener el control. Y ciertamente había saciado su deseo por ella.
¿Lo había hecho?
Volvió a llevarse ambas manos a la cabeza y ahogó un gemido de frustración. Con los ojos cerrados, volverse a perder fue muy fácil. Todo volvió a él: su piel suave, su aroma, la textura dócil de su cabello, el brillo soberbio de sus ojos verdes y la manera tan angelical de clamar su nombre mientras hacían... ¿qué hacían? Decir que tenían sexo parecía algo muy seco, pero hacer el amor era por demás algo imposible y equívoco. Porque no habían hecho el amor. No había amor entre ellos.
Pero había algo y era suficiente para volverlo loco. Debía encontrar una manera de callar esas voces en su mente, silenciar la diminuta voz en su interior que le pedía hacer cosas imposibles.
Anna volvió a moverse en la cama, pero esta vez se negó a mirarla. Debía cortar aquello que estaba atándolo, la cosa que lo impulsaba a mirarla y a mirarla como si fuese un ángel caído del cielo.
―¿Charles?
La sensación de calor agitó su pecho, como si un ejército marchara a un ritmo en específico sobre él.
Contuvo el aliento cuando su mano se posó sobre su brazo.
―¿Te sientes mal? ―susurró ella.
Charles agitó la cabeza.
―¿Entonces que tienes?
Temeroso, levantó la cabeza lentamente. Miró sus grandes ojos verdes, la divina curva de su boca, el inocente carmesí en sus mejillas.
―Te quedaste dormida ―dice.
Anna frunce un poco los ojos, confundida. Remojó los labios secos y permaneció observándolo en silencio ¿Por qué se veía diferente? Supuso que al despertarse estaría el mismo Charles de siempre, esta vez sonriendo como un zorro victorioso después de haber obtenido lo que quiso desde el primer momento. Por el contrario, se veía cansado, incluso atormentado.
―Te dejé dormir ―le dice él.
Anna sonríe un poco.
―Gracias.
Charles agita la cabeza.
―No puedes volver a dormirte ―sus ojos se ven perdidos―. Tienes que permanecer despierta.
Ella lo miró fijamente, intentando descifrar lo que había en sus ojos.
―¿Has tenido una pesadilla?
Él evitó responderle ¿Qué iba a decirle? Ni siquiera sabía que estaba pasándole. Solo podía mirarle aquellos bellos ojos verdes. Sí, era guapa, muy guapa. Maldita sea, era bellísima. Había sido una enorme suerte para él haberla tenido en su cama, pero ese golpe de suerte no era suficiente ¿Por qué no lo era? Cuando vuelvan a la ciudad, a la normalidad, ¿qué iba a pasar? Iban a volver a ser dos polos opuestos.
¿O no?
¿Qué iba a pasar cuando volvieran? Porque él tenía en su mente cada segundo que estuvo con ella, en ella, pegado a ella. Aún podía percibir el olor de su piel en la suya propia. No creía posible encontrar una manera de arrancarse eso.
―Charles ―se le acercó con suavidad, arrastrándose lentamente en la cama―. Si no me dices que tienes no podré ayudarte.
―No tienes que ayudarme ―dejó de hablar cuando sintió el golpe de calor que emanaba su piel. Tan cerca, muy cerca...
―Lo hago porque quiero ¿No puedes dormir?
Permaneció en silencio, pensando una respuesta coherente.
―No he dormido. No puedo ―le dijo. Anna despegó los labios un poco. Parecía preocupada, preocupada por él, y eso le encantaba.
―¿Por qué no puedes?
―Porque no puedo dejar de mirarte ―admitió con la voz pequeña.
Haberlo dicho retiró un gran peso de su pecho. No era hombre de susurrarle cosas como esa a una mujer, principalmente para cortar por lo sano, pero Anna le hacía sentir una libertar que nunca antes había experimentado.
Podía decirle lo que sea. Ella lo escucharía.
―Mm ―murmuró ella. No sabía que responderle―. Seguramente babeo mientras duermo, ¿no?
Ella no encontró ningún rastro de humor en el rostro de Charles, sino la mirada de un amante satisfecho, de un depredador que ha conseguido a su presa.
―He visto muchas cosas, Anna ―susurró con la voz ronca―. Estoy a punto de perder la cabeza.
Anna se remojó los labios.
―¿De qué estás hablando?
―De ti.
Ella contuvo el aliento.
―Me estás haciendo perder la cabeza y ni siquiera supe cuando sucedió.
―Charles ―se aparó un poco―. Ten cuidado con lo que dices. Lo que pasó...
―No ―le espetó―. No trates de explicarlo. No le des ningún nombre a lo que pasó.
Ella comenzó a agitar la cabeza.
―Fue solo sexo.
―Anna.
―Lo sabes.
―Anna...
―Cuando volvamos, olvidarás lo que pasó. Soy una mujer adulta, sé lo que estaba haciendo y las consecuencias que esto traería.
Charles la miró duramente.
―¿Qué quieres decir?
Anna dejó caer un poco la cabeza.
―Lo olvidarás, buscarás otra mujer y me tacharás de la lista. Siempre hay una.
Charles respiró hondo.
―Anna ―comenzó a decir.
Ella cerró los ojos e intentó ignorar la punzada de dolor en su pecho.
―Está bien. No importa.
―¿No importa?
―No. Nunca importa.
―¿Nunca importa? ―gruñó.
Cuando finalmente se atrevió a mirarlo a los ojos, una gruesa capa de lágrimas cubría sus bellos ojos verdes.
―Te dije lo que pienso ―la regañó―. Te dije que no le pusieras un nombre, pero no me haces caso.
―Le pongo el nombre que le corresponde. Por alguna razón no lo ves, pero...
―Lo veo, con un demonio, y es lo que no entiendes. Eso no fue sexo, lo sabes. Tú lo sabes. Lo sientes.
―Lo que yo sienta no importa.
―¡Maldita sea, Anna! ―masculló―. Estuviste con un solo hombre. Uno ¿Qué diablos te hizo?
Anna agita la cabeza en un absurdo e infantil intento de apartar sus palabras.
―Me dejó rota ―admitió con la voz rasgada―. Destruida en pedazos tan pequeños que no pueden ser recogidos.
El reguero de lágrimas comenzó a abandonar sus ojos, pero Charles, cuidadosamente, las fue secando una por una. La suave caricia contra su piel la hizo temblar. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que se sintió mimada, incluso protegida, por un hombre. Pero Charles desaparecería apenas volvieran. Aunque dolía, no podía permitirle que cuidara de ella, porque la separación sería devastadora.
―Tú eres tan fuerte ―le dijo―. Él no está viendo lo que perdió. Eres una bendición.
Anna volvió a sollozar. Charles se levantó del suelo, se acomodó en la cama y la arrulló en sus brazos.
―Sh, Anna ―susurró―. Duerme.
Obediente, cerró los ojos al poner la cabeza contra su pecho.
Charles respiró hondo y se concentró en la lenta respiración de ella. Maldita sea, estaba perdido, como un pequeño bote en el ancho mar. Debió haberlo sabido en el primer instante que sintió algún deseo por ella. En algún momento ese deseo se había vuelto algo más peligroso: un anhelo, una necesidad. Y veía escasas las posibilidades de salir de esto antes de que sea demasiado tarde.
Decidió cerrar los ojos y dejar de pensar.
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