Capítulo cuatro | VO
―Buenos días, Ruby ―musita Anna.
La pelirroja hace una seña rápida para que espere. Está hablando a través del intercomunicador.
―Su taxi estará esperándolo en la central. Que pase buenos días.
Ruby descuelga la llamada y gira la silla hacia Anna.
―El jefe quiere verte ―le dice.
La chica suelta un gruñido.
―¿Ahora por qué? ¡Que no se atreva a decir que es por la cuota! Ayer trabajé hasta tarde para cumplir con ella.
―No, nena, es por otro asunto. Hay un multimillonario que quiere contratar el servicio de uno de nuestros taxistas.
―Ah, ¿y qué? ¿Yo que tengo que ver?
―Yo que sé. El jefe no me dijo. Pero, por Dios, tengo que decirlo. Yo respondí la llamada. La voz de ese hombre, oh, Dios, era tan sexy.
Anna pone los ojos en blanco.
―Tú encuentras a todos los hombres de la misma manera.
―Es el efecto inglés. Son, oh, una delicia.
―Sí, sí. Avísale al jefe que ya estoy aquí.
―Te está esperando.
Anna entrecierra un poco los ojos.
―¿El multimillonario está adentro?
―Desgraciadamente no.
―Bueno, para mí es perfecto. No quiero toparme con otro multimillonario.
―¿Con quién te topaste esta vez? Si dices que Brad Pitt me muero.
―Aunque te lo dijera no me creías.
―Pruébame
―Tal vez más tarde. Debo reportarme con el jefe.
―No se me olvidará.
Ella le sonríe burlona. No, no va a olvidarlo. Ruby adora los chismes.
Se aleja de ella y camina por el pequeño pasillo hacia la oficina. Las paredes están adornadas con fotografías de coches viejos: Seat 127, Renaut 12 y Peugeot 504 a la derecha y Renault Gordini, Volkswagen Beattle y una Mini Cooper a la izquierda. Podría quedarse el día entero observando las fotografías. Desde muy niña había amado los autos. De hecho, era la única que lo hacía. Valerie y John, sus padres, así como Alice y Abraham, sus hermanos mayores, se inclinaban más por las artes. Su padre impartía clases de artes en una universidad de Liverpool y su madre daba clases de actuación. Alice era bailarina y Abraham pintor. Ninguno de ellos alcanzaba a comprender plenamente su pasión por los coches.
Suspira pesadamente y toca tres veces a la puerta de madera gris. Una voz áspera le grita que pase desde adentro. Ella abre la puerta y se introduce a la enorme oficina de su jefe, adornada por todas partes con pequeños coches de colección. Él se encontraba sentado detrás de su escritorio de cristal.
―Ruby dijo que querías verme ―dice.
Clayton le obsequia su mejor sonrisa.
―¡Anna! ¡Qué bueno que llegaste! Hoy luces muy bien.
Ella levanta una ceja castaña.
―Por lo general no halagas a tus empleados.
―Bueno, tengo que hacerlo contigo, porque te tengo un trabajo especial. Pero siéntate, mujer. Ya no vas a crecer ni un centímetro.
―Já, já. Estoy bien así. Ya dime cual es el trabajo.
En vista de que ella no iba a acomodarse, Clayton se truena los dedos y chasquea la lengua.
―Hay un multimillonario que necesita un chofer. Dijo que lo llevaste hace unos días y que eras excelente. Anna, ¿de qué le hablaste? Bueno, no importa. Le agradaste. Quiere que seas su chofer por dos semanas. ¿Qué dices?
―¿Por qué me lo pides a mí?
―Venga, él lo solicitó. Además, aunque sabes que no suelo admitir esto, eres buena conduciendo. Tal vez sea porque antes eras piloto de carreras o vaya Dios a saber por qué, pero eso no es lo importante.
―¿Y qué va a pasar con mi trabajo en el taxi?
―Anna, por favor, escúchame. El hombre va a pagar buen dinero. Las dos semanas que trabajes para él va a pagarme lo que se recoge de cuota diaria. Desde luego, tendrás un sueldo. Bueno, me lo supongo yo. En fin, ¿qué dices?
―¿Y quién es el multimillonario?
―¡Excelente! ―se pone en pie―. Debe estar frente al sitio de taxis. Dijo que estaría aquí cerca de esta hora.
―Alto ―gruñe al verlo acercarse a ella―. No he dicho que sí.
―Anna, por favor. Es un buen trabajo. Es como tener dos semanas libres. No tendrás que preocuparte por alcanzar la cuota. Pero sólo serán dos semanas, ¿bien? Tampoco te lo tomes literalmente como unas vacaciones.
―Pero no me has dicho quien es.
―Bah, Anna, ya te enterarás. Venga, vamos afuera. Así conoces a tu nuevo jefe temporal. Temporal, Anna. Te necesito aquí.
Anna pone los ojos en blanco. Apenas lo ve cruzando hacia el pasillo lo persigue mansita, mientras se pregunta en silencio quien puede ser el millonario. No recordaba haber llevado a nadie adinerado en el taxi los últimos días.
―Clayton, ¿estás seguro que hablaba de mí? Pudo haberse confundido con Hannah. Joder, nos parecemos hasta en el nombre. Es extraño.
Él suelta una carcajada.
―Estoy muy segura de que hablaba de ti.
―¿Pero por qué? Puede contratar a quien sea.
―¿De verdad crees que voy a preguntárselo? Va a dejarnos dinero. Si le recomiendo a otra persona lo perderé todo. Sólo tienes que llevarlo a donde desee por dos semanas. ¿Hay problema en eso?
―No, creo que no, pero quiero saber quien...
Las palabras se quedan en la boca al llegar hasta la entrada del centro de taxis, donde algo allí la deja simplemente sin palabras. Una antigua limosina Bentley color cereza.
―Vaya ―musita―. Yo conozco esta limusina. Es una modificación de la versión R del Bentley Arnage ―se acerca un poco―. Su velocidad máxima es de 130 millas por hora. No es exactamente el auto más veloz, pero está construida para marchas lentas, así que está perfecto. Además, ha sido creada específicamente para alguien. Esta limosina fue hecha para la familia...
Sus palabras vuelven a perderse cuando la puerta trasera de la limosina se abre. Un hombre alto y elegante abandona el interior de la limosina con sus ojos azules fijos en los suyos.
―Oh, mierda ―musita ella.
El príncipe Charles le obsequia una sonrisa mientras se abotona el chaleco gris.
―Señorita Mawson, buenos días.
Él está sonriendo como si fueran los mejores amigos, como si la discusión entre ellos el día anterior no hubiese existido. Una idea comienza a centellearle en la cabeza.
Era una venganza. Todo esto se debía a una venganza por lo sucedido en su taxi.
―Príncipe Charles ―dice, pero su voz casi suena como si le estuviesen cortando la garganta.
Clayton se aclara la garganta.
―Señor, ésta es Anna. Tal como lo pidió.
Ella le lanza una mirada oscura.
―¿Por qué siento que me estás vendiendo como a una prostituta? ―gruñe.
―Anna ―la reprime.
Suelta un bufido. Charles sonríe ampliamente.
―Gracias por el favor, señor Cabwise.
―Ha sido un placer ―le lanza una mirada huraña a Anna―. ¿Verdad, Mawson?
―Sí, claro, por supuesto ―en voz más baja, añade―: Como una patada en el trasero.
―Iré por unos papeles, señor Queen. Sólo deme unos minutos.
―Por supuesto.
Noooooooooooo, gruñe Anna en silencio. Para su desgracia, observó como Clayton entraba a toda prisa al centro de taxis. La tención en el ambiente entre ambos era palpable, tanto que ni siquiera se atrevía a mirarlo.
―¿No tiene nada qué decir?
Anna suspira.
―Sí, por supuesto ―le sonríe―. ¿A dónde quiere que lo lleve?
Él inclina la cabeza.
―Me gustaría ir a un hotel.
―¿Al suyo?
―Tal vez.
―¿En el mismo donde hizo el ridículo?
―¿Te refieres a ese donde me viste desnudo?
―Bueno, no se ve mucho en las fotos.
Charles se rasca la barbilla.
―Te lo puedo mostrar.
―Oye, muérdete la lengua. Si quisiera verte desnudo, cosa que definitivamente no quiero hacer, ya lo hubiese conseguido.
Él se guarda las manos en los bolsillos y se acerca. Se acerca, se acerca.
―¿Y cómo?
Anna levanta una ceja castaña.
―Príncipe Charles, ¿a caso no tiene a una de sus zorras para atenderlo? Porque puedo oler que necesita de una por lo menos durante quince minutos.
Él sonríe levemente.
―Puedo pagarle muy bien si se ofrece.
―No. Gracias por el ofrecimiento, pero no tengo alma de prostituta.
―Eso está por verse.
―No, señor Queen. No está por verse. Quiero decirle otra cosa. Mire, no me importa el juego que esté creando. Yo no voy a participar. ¿Quiere un chofer? Deje de malgastar dinero en las zorras que se tira y pague por uno.
Anna se da la vuelta, decidida a refugiarse en el interior del sitio de taxis, pero el tirón en el brazo se lo impide. Charles Queen la tiene sujeta de ambos brazos, obligándola a mirarlo.
―¿Cree que vine hasta aquí para ofrecerle trabajo? No, Anna. Esas no son mis intenciones.
Ella forcejea con él inútilmente.
―¿Quiere vengarse de mí, verdad? Lo supuse. Está enojado porque yo no fui de esas mujeres que se mueren por usted, ¿no es así? Cree que todo el mundo debe estar arrodillado besándole los pies. Señor, eso debería hacerlo usted, porque si tiene dinero es porque nosotros trabajamos.
―Pero yo no tengo problemas con nadie más, sólo con usted, y es por eso que le conviene aceptar este empleo.
―¿Y si no lo acepto? ¿Qué hará?
Los ojos del príncipe se oscurecen, volviéndose lentamente ojos peligrosos y crueles. Va a mandarme a la cárcel, pensó. El pánico comienza a crecer dentro de ella. No podría soportar volver a estar tras las rejas.
Para su sorpresa, Charles afloja el agarre de ambos brazos y se aparta, señalando discretamente con la barbilla hacia el interior de la limosina.
―Entra.
―¿Para qué? ―retrocede instantáneamente―. ¿Esto es un secuestro?
―Me parece que ve demasiada televisión. No, no es un secuestro ―golpea dos veces la puerta abierta―. Adentro. Ahora.
―¿Por qué no podemos hablar al aire libre?
Impaciente, Charles la sostiene del brazo y la obliga a entrar. Gruñendo del coraje se obliga a gatear por el asiento hasta sentarse. Al acomodarse y erguirse lo descubre sentado frente a ella. A pesar de su indescriptible deseo por estrangularlo, Anna se pierde durante unos segundos observando el precioso interior. Asientos de cuero, un minibar en la parte izquierda y pequeñas bocinas integradas. También contaba con un teléfono y un reproductor de DVD junto a un pequeño televisor.
―Jamás creí ver el interior de esta limosina ―coloca la mano sobre el cristal―. Mire el grosor. Es un cristal blindado, sin duda. Digo, tiene sentido, este hojalatas lleva a la familia real.
Charles levanta una ceja.
―¿Hojalatas? ¿Es en serio?
―Es un apodo cariñoso, no se altere.
Él le extiende unos papeles y ella, dudosa, se los acepta.
―¿Qué son?
―Es usted ―le sonríe―. Usted, su familia y amigos más cercanos ―alza las manos, agitando unos papeles―. Puede quedarse con ellos. Son sólo unas copias.
Anna se siente desfallecer. Temblorosa, comienza a leer el contenido de esos papeles. El príncipe Charles no mentía. En los papeles estaba una información general suya, de sus padres, hermanos y amigos.
―¿Para qué necesita esto? ―pregunta temblorosa.
―Me preguntó qué haría si no aceptaba mi ofrecimiento ―coloca los papeles sobre los muslos y comienza a leer―. Valerie, su madre, es una de las mejores profesoras de actuación en la Academia Renacer. John, su padre, ha ganado varios premios como profesor del año en la universidad donde implanta clases.
Anna traga en seco. Su corazón está latiéndole demasiado fuerte.
―Ah, sus hermanos ―él continúa―. ¿Alice es bailarina? Vi uno de sus bailes. Realmente es buena. Y Abraham es un muy buen pintor. Usted tiene una mejor amiga, ¿no es así? Es maquillista. Está por lanzar una línea de ropa junto a su jefa. ¿Y qué hay de su pareja, Peter? Peete. Claro, Peete. Es uno de los mejores chefs en Londres ―despega la mirada de los papeles y los enfoca en ella―. ¿Sabe qué sería desafortunado? Que a su padre lo recibieran con una carta de despido y a su madre le exigieran la renuncia.
Anna abre la boca para protestar, pero él resultó ser más rápido.
―También sería una lástima que a su hermana la reemplazara una novata y que la exposición de su hermano tuviera que cancelarse porque los cuadros simplemente desaparecieron. ¿No sería eso algo realmente desafortunado?
―No puede hacerlo ―gruñe.
―Por supuesto que puedo, preciosa. Poder es lo que me sobra. Poder sobre ti y sobre todos los que viven en este país. Bueno, para ser justos, puedo ofrecerle otro trato, uno más acorde a sus capacidades. Podemos olvidarnos de este capricho mío porque usted sea mi chofer, ¿le parece?
Ana entrecierra los ojos un poco.
―¿A cambio de qué?
Los ojos de Charles son perversos, realmente perversos.
―Sólo tienes que pasar tres días conmigo.
―¿Con usted? ¿Dónde?
―En mi cama.
Ella parpadea.
―¿Está de broma?
―No. Mi cama es el lugar ideal para enseñarte la forma correcta de tratar a un hombre.
Anna suelta una maldición.
―¿En qué remoto espacio de su cerebro se le pudo ocurrir que yo aceptaría algo así?
―O es eso o el trabajo de dos semanas. Deber escoger una de las dos. De no hacerlo, temo que tendré que mover algunas de mis mejores fichas. La decisión es suya.
Apenas podía creer lo que escapada de la boca de ese hombre ¿Realmente estaba poniéndola en esa situación? ¿Entre la espada y la pared? No. Era mucho peor que estar entre la espada y la pared. Estaba poniéndola a escoger dos decisiones que no la favorecerían. Si seleccionaba la primera opción, tendría que someterse a todas sus órdenes y caprichos por dos semanas. De escoger la segunda, debía pasar tres días en la cama de ese hombre. Se aprehende en silencio por siquiera considerarlo, pero, que Dios la amparada, Charles Queen era, sin duda, un hombre atractivo, pero no lo suficiente para permitirle que pisotee su dignidad de mujer.
―Si acepto, ¿no jugará con los empleos de mi familia?
―Ni los de sus amigos ―asiente.
―Pues qué remedio. Acepto.
Él le sonríe.
―Aún no me ha dicho a cuál de las dos opciones ha accedido.
―Bueno, la segunda me llevará únicamente tres días, así que la segunda.
Charles levanta ambas cejas, visiblemente impresionado. Al parecer no esperaba esa respuesta ¿Por qué? ¿No la había planteado con la intención de que ella aceptara?
―¿Habla en serio?
Anna se cruza de brazos.
―Por supuesto, pero que no ―suelta un bufido―. Doctor, cuando me tenga cerca, mantenga al paciente en su cuarto, ¿le parece?
Él sonríe, pero en sus ojos hay un pesado brillo de....¿Decepción? No, definitivamente debía ser diversión.
―Bien, entonces inicia mañana. Clayton le entregará una copia de mis horarios.
―¿Tiene una agenda para las mujered con las que va a follar? Estoy impresionada.
―Aún tengo un espacio de tres días. La invitación sigue en pie.
―Siempre puede usar sus manos, ¿no? Para esos días en soledad.
―Prefiero usar sus manos.
―Tal vez con otras mujeres le funcione el comentario, pero no conmigo.
Él suelta una carcajada.
―Te veré mañana en el Palacio de Buckingham.
―Bien.
Anna abre la puerta de la limosina y antes de abandonar su interior, lo escucha hablar.
―De no haber soltado la lengua estarías conduciendo tu taxi sin problemas.
Ella decide mantener la vista lejos de él.
―De haberla contenido no estaría siendo yo, señor Queen.
―Ya veremos si esa es realmente usted. Adiós, Anita.
Anita. Era todo lo que le faltaba, que la llamara por un apodo que detestaba, pero, Dios santo, cuando él lo decía, incluso se escuchaba bien.
―Lo veré mañana, señor Queen.
Bajó de la limosina con cuidado, cerrando la puerta de la misma forma. Segundos más tarde se haberse apartado, la limosina comienza a alejarse del sitio de taxis con la lentitud usual. Mientras la veía alejarse, y con ella al príncipe Charles, sintió como las punzadas de la preocupación iniciaban un retumbe en su cabeza.
―Joder, Anna, qué torpe. Mira en el lío que te has metido.
Frustrada, se da la media y camina de vuelta a la seguridad del interior del sitio de taxis donde la esperaban los papeles que la condenarían a pasar dos semanas junto al príncipe Charles.
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