Capítulo cuarenta y uno | VO
―Bien, brazos arriba ―le ordenó.
Anna obedeció con un poco de pereza. Despegó los labios para expulsar un largo bostezo mientras él le deslizaba la camisa brazos arriba.
―¿Pijama de pantalón largo o corto?
―No sé. Solo quiero dormir.
―No voy a dejarte en ropa interior. Está haciendo frío.
―Siempre hace frío.
Anna gruñó de alivio cuando Charles le quitó el sujetador.
―Tú tienes suerte de no ser mujer. Esa cosa es una tortura.
Charles soltó una suave carcajada.
―Iré a buscarte ropa. No me tardo.
La acomodó mejor en la cama, depositándole un beso en la frente, antes de irse en dirección al armario. En aquel instante, mientras accedía a él, Charles recordó la primera vez que bajó en compañía de Anna. Ella había dicho que aquel lugar era una locura.
Para acceder al armario, debían bajar por una pequeña escalera. Aquello era una habitación bastante amplia. Las escaleras, así como el suelo, estaban forradas por alfombras de un color crema bastante claro. En las paredes se encontraban los estantes para los zapatos (a su izquierda los de ella). El pasillo que tenía en frente estaba destinado para todos los trajes elegantes que le hizo comprar cuando ella era, aún, si asesora. Doblando rápidamente hacia su derecha, se encontró con otro largo pasillo donde estaba la ropa de Anna. Al final, vio un estante forrado de elegantes joyas y bolsos que Anna ni siquiera había querido tocar.
Ni siquiera podía contar cuantos vestidos, tacones altos, bolsos y joyas habían en aquellos estantes. Anna continuaba usando su vieja ropa: los jeans gastados, las camisetas de mangas largas, zapatos cerrados de distintos colores. Nada de chaquetas de cuero, joyas de treinta mil libras o bolsas de diseñador.
Desde el momento en que vio todo aquello, se rehusó completamente a utilizarlo, y ha cumplido su promesa. Cualquier otra mujer habría enloquecido de felicidad.
Pero Anna, desde luego, no era como las demás. Si quieres llegar a ella, no lleves nada que pueda representar cuánto dinero cargas en el bolsillo. Procura darle detalles pequeños, inofensivos económicamente, y ella los conservará como si se tratase de algún tesoro.
Se acercó al Estante Común, como ella solía decirle, donde se encontraba la ropa que, generalmente, más usaba. Vio el pijama extra grande que le gustaba, y el que tanto él odiaba. No importaba cuantas veces intentara hacerla usar uno de esos pijamas de seda. Anna se levantaba de la cama, bajaba al armario y se ponía el pijama de dos piezas (camisa de mangas largas y pantalón extra largo). Debía ser dos veces su talla. Ella era tan absurdamente pequeña que se perdía entre la tela.
Pero ahora, lo que Anna necesitaba era todo aquello que la hiciera sentirse cómoda y tranquila. Así que tomó la carpa a la que ella llamaba pijama y giró sobre sus talones para devolverse a la habitación.
Sin embargo, Anna estaba justo allí, media dormida y media desnuda, frotándose los cansados ojos verdes.
―Me parece haberte dicho que no me tardaba.
Ella bostezó.
―No te tardaste, pero quise venir.
Charles la atrajo hasta su pecho y ella se encargó de envolver sus pequeños brazos alrededor de su espalda. Era bueno ser pequeña, concluyó, porque así le permitía colorar su oído en el pecho para escuchar su corazón.
―Quise asegurarme que no me trajeras uno de esos pijamas que se transluce todo.
―Ah, vamos. No fui yo quien las escogió. Envié a alguien a hacer las compras.
―Pero tampoco las devolviste.
―No recuerdo que me lo pidieras.
Anna soltó una risita.
―Tengo mucha ropa, joyas, zapatos y Dios sabrá qué otras cosas más que nunca he usado. Sinceramente, dudo que alguna vez lo haga. Así que se me ocurrió una idea. Quería hablarla contigo y saber qué te parece.
―¿Quieres que vayamos a la cama? Podemos hablar allí.
―Estoy cómoda aquí.
―Sí, debe ser normal. Al menos dime que no te quedarás dormida estando de pie.
―Espero que no.
Charles deja escapar un suspiro.
―Bien, te escucho.
―En la gala dijiste públicamente que estabas, este, espera... lo olvidé. Olvidé que iba a decirte.
―Anna, en la gala anuncié mi nuevo rol como benefactor de la Organización Alas de Esperanza.
―Exacto. Entonces se me ocurrió esta grandiosa idea. Yo creo que es muy buena. De verdad muy buena.
―Por el amor a Dios, Anna. Solo digo.
―Se me ocurrió que podríamos tomar esos vestidos que ni poseída por el demonio utilizaría, así mismo los zapatos, los bolsos y todas esas cosas que están ahí burlándose de ti porque las compraste en vano y los pongamos en una subasta. Podríamos organizar nuestra propia gala de recaudación, que en lugar de ser un caos como la anterior, sea un, mm, desfile de modas, tal vez. Incluso tienes trajes súper elegantes que detestas por el diseño o el color. Un desfile de modas para hombres y mujeres. Incluso podríamos pedir donaciones. De seguro algún multimillonario tiene cosas que no desea. En lugar de echarlo todo a la basura o acumularlo en el armario, podríamos subastarlo y recaudar dinero para la organización.
Charles soltó un largo y sonoro silbido.
―La idea no está mal.
―¿Verdad? Podemos pedirle ayuda a Zowie y a su jefa. De seguro estarían encantadas.
―Sin contar que la preparación de este evento sería una buena distracción para ti.
Anna se separó de golpe.
―Pero yo no voy a organizar nada.
Ahora parecía muy despierta, con los ojos ridículamente abiertos y una expresión de vete al infierno.
―¿Es en serio? ―Charles pone los ojos en blanco―. ¿Das la idea y es todo? ¿Puedes organizar tu cumpleaños pero esto no?
―Mi fiesta de cumpleaños es una cosa bastante pequeña, pero una subasta es una locura.
―¿Entonces quien pensaste que lo haría?
―No lo sé. Tessie probablemente. Es la reina. También tú. La entera organización de seguro ¡Yo solo soy tu novia!
Él la miró fijamente y, apuntándola con el dedo índice de su mano derecha, dijo:
―Mi prometida.
―¡Soy más del tipo prostituta! ―chilló histérica, pasándose los dedos por el enredado cabello castaño―. Porque casi me compraste, ¿lo recuerdas? Mi jefe me ofreció a ti como si fuera su mejor puta en servicio. No, ¡las putas no organizan las actividades de la Familia Real!
―Anna, seré tan sincero como me sea posible. Me pone cuando entras en una de tus crisis moralistas mientras estás usando únicamente unas bragas tan pequeñas. Dios, me pone muchísimo.
Ella entrecerró los ojos mientras se cruzaba de brazos.
―Mi fe sobrepasa niveles inimaginables, querido. Tengo fe en que alguna vez tendremos una conversación donde no incluyas nada sexual.
―Soy una criatura de hábitos sexuales.
―Yo soy una criatura del tipo de hábito de patearte las pelotas si me acosas sexualmente. Yo sé boxear, Queen. Me enseñó mi hermano. Te aseguro que puedo golpearte muy fuerte.
―Oh, eso quiero verlo.
Anna se pasó la lengua por los labios secos. Dejó caer los brazos por sus costados. Movió el pie izquierdo hacia adelante y el derecho un poco hacia atrás, un poco retrasado y abierto. Mano izquierda a nivel de los pómulos, más adelantada que la derecha, y la derecha a nivel del montón. Los codos un poco cerrados. Tal como Abraham le había enseñado.
Charles le obsequió una sonrisa de burla.
―¿Realmente lo harás ahora? ¿Semidesnuda?
―No creo que mi desnudez sea algo nuevo para ti.
―No soy partidario de golpear mujeres, mucho menos a la mía.
―Ven aquí, principito. Déjame demostrarte de qué están hechos los Mawson.
La miró fijo durante unos segundos antes de deshacerse de la chaqueta de cuero. Dobló las mangas de la camisa hasta que le llegaron a los codos. Imitó su pose mientras una enorme sonrisa de burla se instalaba en su rostro.
―Conste que has ins...
Anna lo hace callar al lanzarle un derechazo, el cual Charles fue capaz de esquivar vagamente. La sorpresa se instaló en sus ojos azules.
―Mira tú ―musitó.
Ella volvió a llevarse las manos a los pómulos y al mentón y, sin darle tiempo a reponerse, volvió a lanzarle otro golpe. Charles bloqueó el siguiente golpe con su antebrazo. Pero el que vino a continuación aterrizó en uno de sus costados.
―No seré cariñosa, mi amor ―se burló ella―. Si quiero, puedo hacer que me supliques hasta que pare.
Charles se frotó el costado antes de volver a su posición anterior.
―Esa es mi frase, tesoro.
―¿El mujeriego de Inglaterra no puede contra una chica?
Anna aprovechó su pequeña distracción para asestarle un golpe que aterrizó cerca del hombro. Moviéndose rápidamente, él le sostuvo ambas manos, haciéndoselas girar levemente.
―Ex mujeriego, preciosa ―le corrigió.
Ella forcejeó hasta juntar las manos. Girando sus propias muñecas, logró darle un golpe en el pecho, haciendo que se tambaleara. Tomó ventaja de aquello para golpearlo en la cadera con la rodilla. Charles le soltó el agarre para frotarse el golpe.
―Eso no es boxeo, Mawson ―la reprendió.
―Tomarme por las muñecas tampoco, maldito tramposo ―volvió a su posición―. Venga, Queen. No le tengas miedo a golpear a una chica.
Charles, que había inclinado el cuerpo un poco hacia adelante, enderezó la espalda.
―Estás sacando provecho de las distracciones.
―¿Qué distracciones?
―Tus senos. Lo siento, pero no puedo ignorar ese bonito movimiento mientras intentas darme un golpe.
―Eres un maldito pervertido. Lo sabías, ¿cierto?
―Así me conociste, así me conservas.
Anna le sonrió antes de lanzarle un gancho de derecha que Charles logra esquivar al retroceder.
―Muy bien, cariño ―musitó él, poniendo los brazos en posición―. Veamos que tan rápida eres para esquivar golpes.
Charles avanzó dos pasos para lanzarle un golpe con el brazo izquierdo, pero Anna fue lo suficientemente rápida para agacharse y esquivarlo. Utilizando ese momento de debilidad, estiró el brazo derecho para golpearlo en el abdomen, pero él estaba decidido en no recibir más golpes, así que lo atajó con el antebrazo.
Tuvo que repetir el movimiento tres veces seguidas.
―¿Puedes, por favor, volver a tenerme cariño? ―dijo él mientras jadeaba―. Porque tus golpes duelen como el infierno. Casi parece que me odiaras.
Anna le sonrió, exponiéndole los dientes.
Relajó los brazos y las piernas y corrió hasta él, colgándole las piernas alrededor de la cintura y los brazos en torno al cuello.
Le estampó la boca contra la suya sin dejarle recuperar el aliento.
―Tengo que hacerte una confesión ―le dijo ella antes de morderle el labio―. Una vez te vi haciendo ejercicio en el gimnasio. Ese día supe que no podíamos hacer ejercicio juntos. La verdad es que... ―gimió contra su boca―. La verdad es que me excité muchísimo.
Él enarcó una de sus gruesas cejas.
―Solo tendrías que haber cruzado la puerta y juro que te habría hecho el amor allí mismo.
―Bueno, estamos en nuestra habitación. Hazme el amor aquí mismo.
Charles aceptó de inmediato la invitación, colocándola en el mueble al final del pasillo donde estaba su ropa. Anna envolvió su cintura con las piernas aplicando un poco más de convicción, mientras dejaba que sus manos recorrieran el corto y cálido trayecto hasta el broche del cinturón.
En la habitación no había más que el coqueto ruido de sus respiraciones agitadas, de los besos ardorosos, de la lucha de sus manos por deshacerse de la ropa que aún lo cubría.
Y no fue hasta que escuchó su voz que, gruñendo, se separó de su boca.
―Anna.
Pronunció unas palabras que ni ella misma fue capaz de comprender. Maldita sea, ella no quería detenerse. Quería golpear a su hermana por interrumpirlos.
Charles la miró mientras le obsequiaba una sonrisa divertida.
―Tal vez si no hacemos ruido, Alice se vaya de la habitación pensando que estamos en otro lugar.
Pero sus posibilidades de triunfo menguaron cuando escucharon el carraspeo. Anna ocultó su desnudez con el cuerpo de Charles quien afortunadamente, dadas las circunstancias, aún seguía vestido.
―Niña, un consejo de hermanas ―miró a Alice por encima del hombro de Charles. Tenía las manos en la cintura―. Dale un descanso a tu vagina. Si la pobre pudiese hablar, estaría suplicándote por piedad.
―Alice, ¡ve a perseguir al conejo blanco!
―Yo solo vine a avisarles que la cena está lista ―hizo ademan de marcharse, pero casi al instante se giró nuevamente hacia ellos―. Por cierto, Charles, tu familia está aquí ¿Les digo que subirás después de tener sexo con la chica pequeña que tienes debajo?
―Alice Mawson, ¡largo de mi habitación! ―chilló Anna.
Su hermana comenzó a subir las escaleras mientras dejaba escapar una carcajada.
Anna le dio un golpecito en el pecho.
―Tenemos invitados, precioso, pero no olvides que me debes una sesión.
―Hecho.
―¿Entonces ya sabes qué harás para tu cumpleaños, querida? ―le preguntó el rey a Anna.
Ella asintió.
―Haremos algo sencillo aquí, en el salón. Peete se encargará de la comida y el pastel. Mi familia y yo decoraremos. Será mañana en la noche. Creí que Charles le había avisado.
El aludido se defendió.
―Lo siento, tengo una prometida un tanto complicada y todo un país que requiere de mi atención.
―Nunca es justificable olvidar el cumpleaños de tu pareja.
Él enarcó una ceja.
―Yo no olvidé. Olvidé decirle a mi padre ―soltó un gruñido ante la insistente mirada recriminatoria―. Oh, muérdeme.
El eco de la carcajada de los invitados se expandió por la habitación.
―No te preocupes, cariño ―escuchó hablara Tessie―. Me aseguraré de que el rey venga a festejar el cumpleaños de su futura nuera. Nuestra futura nuera.
Anna se ruborizó un poco.
―Ya compramos tu regalo ―anunciaron las gemelas.
―No era necesario ―respondió Anna.
―No le gustan los regalos ―añadió Charles.
Tessie sonrió un poco.
―Bueno, ya lo hemos comprado. Así que solo te resta aceptarlo.
Charles le dedicó una mirada de burla. Entonces lo vio, el destello en sus ojos azules. Una pequeña advertencia previa al tema que iba a tocar.
―Anna y yo estuvimos platicando un rato antes de que llegaran ―se limpió la boca con la servilleta. Después la devolvió a la mesa―. Se le ha ocurrido una muy buena idea.
Inmediatamente le lanzó una mirada de desaprobación.
―La muy ingrata me hizo gastar dinero en ropa, zapatos y joyas que no utiliza, así que se le ocurrió tomar todas esas cosas y subastarlas para reunir fondos destinados a Alas de Esperanza.
Anna logró darle un golpe con el pie en el tobillo por debajo de la mesa.
―Ya déjate de golpes ―gruñó.
―La verdad no es mala idea ―escuchó hablar a Tessie―. De hecho, es excelente. Lo mejor de todo es que va destinada a una buena causa.
―Desde luego, Anna estará a cargo de la organización ―Charles movió la mano sobre la mesa hasta alcanzar la suya―. Se le asignará un pequeño grupo de asistentes. Ya incluyó a Zowie en la lista, si está interesada, desde luego.
―Oh, por supuesto ―chilló emocionada la aludida―. ¡Ya tengo algunas ideas!
Las gemelas se levantaron del asiento a la misma vez.
―¡Voluntarias! ―gritaron, con el brazo derecho levantado.
Sin percatarse de que lo hacía, Anna fijó la atención en sus padres y sus hermanos.
La primera en opinar fue Alice.
―Yo no solo creo que sea buena idea, estoy segura.
Abraham asintió, haciéndose eco de las palabras de su hermana.
Se topó con la mirada confusa de sus padres. El uno miraba al otro, pero ninguno pronunció palabra. Solo su madre volteó a verla, obsequiándole una sonrisa débil
Su padre colocó la mano sobre la de su mujer antes de levantarse.
―Anna, cariño ¿Podemos hablar en privado un momento?
No necesitó tomarse un segundo para comprender que qué quería hablar su padre.
Así que, voluntariamente, se levantó de la mesa y se excusó.
John empujó la puerta que daba al jardín con demasiada fuerza, tanto que Anna pensó que la rompería. Mantuvo la puerta abierta para que su hija pasara. Apenas lo hizo, se cubrió con sus brazos tanto como pudo.
Vio de reojo a su padre acercársele para abrazarla. Acomodó la cabeza contra su pecho y cerró un poco los ojos mientras inspiraba el dulce y varonil aroma de su padre.
―¿Recuerdas esas tardes en los sábados cuando salíamos a dar un paseo? ―dijo su padre con una media sonrisa―. Conducíamos por horas para visitar a tu abuelo.
―Recuerdo su casa ―asintió.
―Acostumbrabas dormirte en el camino. Decías que el auto para ti era una cuna, que el movimiento, las curvas y el ruido del motor te arrullaban.
Anna sonrió un poco.
―Charles te contó.
―Por supuesto que me contó. No me importa que sea un príncipe. Ante cualquier circunstancia eres la más pequeña de mi enjambre.
―La más pequeña de tu enjambre cumplirá veinticinco años en pocas horas.
―Sigues siendo mi pequeña, Anna. No importa cuántos años tengas. Lo que significa que, aunque estés casada y haciendo tu vida con un buen hombre, voy a seguir preocupándome por ti como si tuvieras dos años. Si lo considero necesario, atravesaré cualquier tipo de seguridad para asestarle un puñetazo.
Anna suelta una carcajada.
―Yo solita puedo encargarme de él.
―Claro que si, cariño ―se le separó para poder verla a los ojos―. Pero estoy preocupado. Tu madre también lo está. Charles nos contó lo que sucedió en el auto. Nena, sé que el psicólogo no te gusta.
Ella soltó un quejido en protesta.
―Por favor, no me pidas que vaya.
―Cielo, tal vez sea bueno para ti. Sé que odias sentarte frente a un extraño que intenta comprender tu situación, aunque creas que solo está allí fingiéndolo, ¿pero no te fue bien la última vez? ¿A caso no te ayudó?
―Papá, por favor. Esta vez es diferente.
―Por supuesto que es diferente. Anna, entraste en pánico. Pudiste haberte lastimado. Pudiste haber lastimado a Charles.
―Es que...no. No quiero. Esta vez es diferente. Involucra a Charles. Todo había estado muy bien. Yo estaba muy bien. No quiero cavar más en ese hueco. Lo que quiero es llenarlo.
―Entonces debo insistir en que asistas a un psicólogo. Vamos, cariño. Cuando saliste de prisión te ayudó mucho. Después de todo lo que ha pasado, buscar ayuda profesional no tiene nada de malo.
En cuanto se percató de que sus manos temblaban, John las tomó entre las suyas.
―Solo estamos preocupados por ti, cariño. Eso incluye a Charles.
A Anna se le dibujó una amplia sonrisa en el rostro.
―¿Cómo es que le permitiste pedirme matrimonio? De hecho, ¿cómo es posible que hasta ahora no hayas hecho ningún comentario sobre mi relación con él?
―Eres una mujer adulta, Anna Mary. Si me parece una locura precipitada, pero ya estás en edad para saber que absurdeces cometer y cuáles no. Lo cierto es que ha cumplido con cuatro de mis cinco requisitos para desposar a una de mis hijas.
―¿Tienes requisitos para permitir que un hombre me despose?
―Por supuesto. El primero, es demostrar que realmente la quiere. Él lo ha hecho en incontables ocasiones. El segundo, que sea capaz de proveerle un hogar seguro. Esta propiedad me parece muy segura. El tercero, que le ofrezca seguridad económica. No creo que deba preocuparme por ello. El cuarto, que no intente de ninguna manera desvincular nuestra pequeña familia de la suya. No tengo quejas al respecto.
―¿Y cuál es el quinto?
John hace una mueca.
―Que llegue virgen al matrimonio.
A Anna le hirvieron las mejillas de la vergüenza.
―Tal vez estoy siendo doble moralista ―admitió John―. Tu madre no llegó virgen al matrimonio.
―Mm. Creo que no quiero conocer los detalles.
―Tú conoces el detalle más importante. Se llama Abraham.
Ella soltó una risita.
―Si mamá no hubiese quedado embarazada, ¿te habrías casado con ella?
Anna lo escuchó echarla un suspiro.
―Cariño, yo me enamoré de tu madre desde el mismo instante en que la escuché cantar. La habría llevado al altar aunque no hubiese quedado embarazada. Cuando lo sabes, lo sabes.
Ella comprendía muy bien aquello. Cuando amas a alguien tan profunda y verdaderamente, sabes que será así para siempre.
John descansó su brazo sobre los hombros de Anna.
―Prométeme que pensarás lo del psicólogo.
Ella suspiró.
―Lo pensaré.
John le depositó un sonoro beso en la frente antes de llevarla de vuelta al interior de la propiedad.
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