Capítulo cuarenta y seis | VO
En cuanto sus ojos comenzaron a arder concluyó que había pasado demasiado tiempo con la mirada fija en la pantalla de la computadora. Aún así, lo único que hizo fue frotarse los ojos y bajar la iluminación un poco para no lastimarse más. Se rascó la nuca y volvió a atacar el teclado con los rápidos movimientos de sus dedos.
«No se han encontrado resultados para tu búsqueda (fundador de MGT Speed Master)», leyó en la pantalla.
―Maldito seas, Google ―refunfuñó.
Se frotó la sien con brusquedad, mientras pensaba en una manera apropiada de eliminar su frustración. Lanzar la computadora a través de los ventanales le parecía una buena idea, sí. Pero desgraciadamente no era suya. Era de Charles, y dado que no tenía un empleo le resultaría imposible pagar por algo tan caro. Giró la cabeza un par de veces hasta que decidió limpiar el historial y cerrar la computadora. La movió hacia la esquina y se dejó caer de espaldas contra las almohadas.
Después de haber llegado casi a la mitad de la película, Alice decidió abandonarla para responder una llamada de Mike. Con el resto de su familia evitándola mientras preparaban la fiesta, decidió que podía ocupar ese rato libre en investigar sobre aquel nombre que le había llamado tanto la atención. Aunque no pudiese recordar donde o cuando, sabía muy bien que lo había escuchado.
Pero no saberlo estaba comenzando a desesperarla en serio. Es como si ese nombre tuviera una importancia gigantesca, como si saber todo respecto a él fuera vital.
Se dijo a sí misma que mientras más intentara forzarse en recordarlo, más tardaría en hacerlo, por lo que se obligó a levantarse de la cama y bajar las escaleras hasta el armario con un andar bastante perezoso. Escoger la ropa para esta noche podría distraerla un rato.
Quince minutos más tarde tenía una pequeña montaña de vestidos que le mostraría a Charles mientras le cuestionaba en qué estaba pensando cuando mandó a comprarlos. Vestidos con estampados, otros de colores enteros oscuros y un par más con escotes que dejaban tan poco a la imaginación.
El desanimo la invadió demasiado pronto. Quizá no tendría que ser así si tuviese compañía. Definitivamente prefería una fiesta sin mucho detalle si aquello le permitía tener a alguien con quien charlar.
Tomó asiento sobre el mueble cuadrado, subió las piernas y las envolvió con sus brazos mientras se preguntaba qué podría estar haciendo su familia.
Valerie estaba demasiado ocupada atendiendo llamadas.
John tuvo que salir. No dijo a donde.
Charles y Abraham estaban decorando el salón.
Zowie le hacía compañía a Peete mientras él cocinaba.
Alice hablaba por teléfono con Mike.
Incluso los cachorros dormían en una esquina de la habitación.
El ocio comenzaba a ponerla de mal humor. Se levantó del asiento y subió hasta la habitación. Tomó el grueso abrigo de lana que descansaba sobre su cama, abrió la puerta que daba al jardín y caminó hasta hallarse frente al mirador. Cuando abrió la puerta del mismo, se preguntó si aquel lugar permanecía abierto a todas horas.
Se aseguró de cerrarla muy bien antes de quitarse el abrigo y dejarlo sobre una de las sillas. Se desplomó sobre otra y cruzó las piernas. Abrió la boca e inspiró profundamente. Perfecto. Había cambiado un lugar solitario por uno aún más. Definitivamente no era una de sus mejores ideas, sobre todo si consideraba que a pocos pasos de ella se encontraba la piscina exterior.
―No creo que se pueda ser más estúpida ―musitó.
Cruzó los brazos y enfocó los ojos en el resto del jardín. En realidad no sabía si llamarlo de aquella forma, porque lo único de jardín lo había en las borduras de la propiedad. El resto estaba compuesto por la cancha de tenis, un amplio césped frente al mirador y la piscina, que poseía una entrada desde el exterior.
Aún más frustrada que hace unos minutos, se levantó de golpe, tomó el abrigo y abandonó el mirador para devolverse a su habitación. Sin percatarse, sus pies se movían en dirección al salón de música. Otra habitación en silencio. Aquello comenzaba a molestarla en serio.
El estruendo de la puerta al cerrarse se hizo eco por toda la habitación. Era un lugar tan amplio que por un instante se sintió increíblemente pequeña e intimidada. A pesar del tiempo que llevaba en aquella casa, aún existían lugares de la misma que nunca antes había visitado.
Se acercó al piano, deslizando los dedos lentamente sobre cada una de las teclas, presionando, llenando la habitación de suaves notas. Se dejó caer dócilmente sobre el banco de color negro. La última vez que tocó alguna pieza en el piano se encontraba en aquella enorme casa de campo de la familia real, completamente desnuda y vulnerable frente a Charles Queen, la mayor locura que había cometido; algo que jamás creyó que podría pasar.
Cerró los ojos y se concentró en los recuerdos que la melodía evocaba. Los mismos acudieron a su memoria de forma tan vívida que le pareció encontrarse de nuevo en la casa de campo. Sobre su piel, las caricias de Charles. Contra su boca, los cálidos y húmedos labios de él. En su pecho, una sensación que había creído perdida para siempre.
La sensación embriagadora de saberse deseada, cuidada, protegida, mimada. Recordó su propio cuerpo chocando con el suyo. Al principio, aquello había sido únicamente una respuesta del deseo sexual reprimido por años, y casi había olvidado como se sentía ese contacto tan íntimo. Pero después, cuando él instaló las dos manos en su espalda para acercar más ambos cuerpos, descubrió que en todo aquello había algo más. Debía haber algo más.
Las respiraciones nerviosas y agitadas inundaban la habitación. Estaba tomando más de él de lo que era correcto; y él, oh, Dios mío, él se sentía muy bien. Así que silenció la irritante voz de su conciencia y le abrió espacio, separando un poco las piernas y arrastrándose hasta hallarse sobre él. Enredó los dedos en su suave cabello castaño y, cuando él le presionó el vientre con las caderas, se separó un poco para dejar escapar un gemido.
Anna esperó el primer indicio de vergüenza, de arrepentimiento, de culpa. Alguna señal de que debía parar, que no tenía permitido llegar tan lejos, que no lo merecía.
No sintió nada, solo el más vivo sentimiento de placer y regodeo.
Y fue todo lo que necesitó para continuar.
Se llevó las manos hasta su camisa para deshacerse de los botones, pero él la detuvo. Algo dentro de ella se hizo pedazos al descubrir sus ojos fijos en los suyos. Dejó escapar un largo suspiro al concluir su deseo.
Él quería parar.
Sin embargo, lo vio posicionar las manos en la curva de la cadera, deslizándolas hacia arriba y hacia abajo repetidas veces hasta que las dos se encontraron en el borde de la camisa. En un parpadeo, él se había deshecho de los botones.
Anna contuvo la respiración cuando se deshizo del sujetador también.
Temblando un poco, se llevó las manos a los pechos para cubrirse. El calentón de la vergüenza se trasladó por cada parte de su cuerpo. Por Dios. No había estado desnuda frente a un hombre desde hace cinco años, y no podía evitar sentirse tan avergonzada y expuesta cuando él la veía de esa manera.
Charles abrió la boca y lo escuchó respirar con dificultad.
―Dios mío ―jadeó él.
La miró fijamente mientras llevaba sus grandes manos hasta las suyas, permitiendo así que descubriera nuevamente su desnudes.
―Anna ―gimió―. Tú debes ser alguna clase de milagro. No puedes ser tan bella.
Ella soltó un gritito al sentir como su boca depositaba besos húmedos e inesperados sobre sus pechos. El placentero efecto se acumuló dolorosamente en su vientre. Dentro de ella se disparaban pequeños dardos de añoranza.
En ese momento, no deseaba nada más en el mundo que sentirlo completamente; sentir su piel contra la suya, sentir su cuerpo en su cuerpo. Quería, anhelaba, ansiosamente que la devolviera a la vida.
Mientras se tiroteaban torpemente de la ropa, en algún lugar de su mente, uno que estaba cubierto por sombras y silencios, Anna se dijo a sí misma que aquello no era nada importante. Que sólo estaba pasando el rato. Que nada de lo que estaba sintiendo y sintiendo no le traería nada salvo por más tristeza, más soledad, más dolor. Que aquel hombre que estaba tomando su cuerpo como si fuera una posesión que le perteneciera no era sino un súbito momento de dicha que se esfumaría en un parpadeo.
Aunque el pensamiento le provocó una dolorosa punzada en el pecho, era mejor que no se dejara engañar por lo que era un evento fugaz sin importancia. Después de todo, él era un mujeriego y ella no era más que una mujer rota, con un cuerpo frío y un corazón atado en la oscuridad con gruesos nudos de dolor.
Anna dio un salto en el banco al presionar erróneamente una de las teclas del piano, cuyo sonido la trajo de vuelta al salón de música. Observó el piano con una expresión de desconcierto en el rostro. No podía recordar que canción estaba tocando. En su mente aún estaba el recuerdo de la primera vez que había tenido sexo con Charles.
Concluyó con un suspiro y una sonrisa boba que las cosas habían cambiado desde ese día, y la mayoría de esos cambios eran logros que le pertenecían a Charles. Si él no le hubiese confesado que se sentía atraído por ella, si no hubiese presionado los muros hasta crearle una grieta, si no hubiese tomado esos nudos de dolor entre sus manos y tirado de ellos hasta verlos desgastarse, ella probablemente se habría marchado. Dejaría instalado en su mente el pensamiento de que todo aquello no había tenido importancia, que no era más que un encuentro casual entre dos adultos, que no merecía tenerlo a él.
Con una risilla casi infantil miró el anillo en el dedo anular, la prueba de que, al final, lo había tenido, que ahora ambos se tenían. Un logro que, también, le pertenecía a Charles.
Se golpeó los muslos antes de ponerse en pie. Marchó fuera del salón de música en dirección a su habitación. Ya era hora de ponerse algo más a la par del día: deshacerse de ese pijama extra enorme y cambiarlo por algún vestido cómodo y zapatillas sin tacón. Diez minutos más tarde se decidió por uno de un fuerte color morado y zapatillas negras. Se ató el cabello en una coleta, se echó un último vistazo en el espejo y corrió hacia la cocina para preparar un poco de chocolate caliente.
No encontró a Zowie o a Peete. Agitó los hombros despreocupadamente y sacó todo lo que necesitaba.
Quince minutos más tarde, llevaba una bandeja en la mano con tres grandes copas de chocolate caliente con malvaviscos flotando y varias galletas de azúcar en dirección al salón. Se las arregló para sostener la bandeja con una mano para abrir la puerta, pero como esta tenía llave, golpeó la misma tres veces.
Esperó unos segundos hasta que escuchó la voz de Charles:
―Si eres la menor de los Mawson tienes la entrada prohibida y lo sabes.
Ella deja escapar una risilla infantil.
―Necesito hablar con mi prometido.
―Está ocupado.
―Qué pena. Yo que venía con chocolate caliente recién preparado y galletas de azúcar ¿Les mencioné que el chocolate tiene malvaviscos?
La puerta se abrió casi al instante, pero no se trataba de Charles, sino de su hermano. Abraham tomó una de las copas de la bandeja y sonrió.
―No sé cómo le haces para que floten. Los míos siempre se hunden.
―Es que no sabes nadar.
Abraham le obsequió una mirada entrecerrada.
―Vaya chiste de la estúpida que no sabe nadar.
―Debería quitarte el chocolate.
―Y yo el apellido.
―Tú no puedes.
―Pruébame ―le sonrió antes de devolverse al interior del salón.
Charles abrió un poco más la puerta para él salir, pero la cerró rápidamente. Anna puso los ojos en blanco.
―¿En serio no puedo entrar?
―Es un no definitivo.
―Entonces no te daré chocolate.
Él le sonrió burlonamente, y antes de que pudiera notarlo, estiró una de sus manos y tomó la taza con rapidez.
―¡Oye! ―chilló ella.
Charles se llevó la taza hasta los labios y dio un largo sorbo.
―Dulce y cremoso. El mejor chocolate caliente que he probado en toda mi vida.
―Al menos siéntate conmigo. Así nos lo tomamos juntos.
―Estoy un poco ocupado.
―¿Es en serio? ¿No puedes tomarte cinco minutos para tomarte un chocolate caliente conmigo?
―Estoy intentando planear una fiesta de cumpleaños para esta noche.
Anna respiró profundamente.
―Pero yo estoy increíblemente aburrida.
Ella lo ve fruncir el ceño.
―¿No estabas con Alice?
―Así era, pero la desgraciada me cambió por su novio.
―¿Y Zowie?
―Con Peete. Creo. Se supone que estaban en la cocina, pero yo creo que están en la habitación y no precisamente vistiendo la cama.
Charles dejó escapar una risita.
―¿Qué hay de tus padres?
―Papá salió, mamá está al teléfono. Incluso los perros duermen. Estoy muy aburrida.
Él se limitó únicamente a beber del chocolate.
―Supongo que puedo tomarme unos minutos de descanso.
Anna le sonrió a modo de respuesta.
―¿Ves? Soy una chica fácil de complacer.
―Tampoco te adornes mucho, preciosa, que eso no quita que seas difícil de entender.
―Eso es falso ―inclinó un poco la cabeza―. Vamos. Podemos estar a solas un rato en el salón de música.
―Charles, lo estás haciendo mal: es do, re, sol, fa, fa, do.
―Lo haría mejor si supiera cual es el do, el re, el fa y el sol. Solo sé que estoy tocando teclas blancas.
―¡Ya te lo expliqué!
―Fue tu error pensar que te estaba prestando atención.
Anna entrecerró los ojos un poco.
―Ya entendí. No quieres aprender a tocar el piano.
―O tal vez tienes una obsesión porque todos tus novios sepan tocar el piano.
―Intento enseñarles algo de arte.
―¿En serio? Bueno, se me da bastante bien la literatura y la pintura. Además sé hablar varios idiomas con fluidez. Creo que tengo algo de conocimiento con respecto al arte.
Anna parpadeó repetidas veces.
―¿En serio sabes hablar varios idiomas?
―Así es. Aprendí francés, italiano y alemán antes de los quince años.
Ella cruzó las piernas y reposó las manos sobre los muslos.
―¿Y qué más?
Él le sonrió un poco mientras se acomodaba mejor en el banco.
―Cuando cumplí los dieciocho estudié un poco de japonés, pero no lo comprendí tan bien. En realidad sigo sin comprenderlo.
―Yo solo sé un idioma y a veces no lo hablo muy bien así que no te sientas mal. Además, llegaste a ir a la universidad. Yo ni siquiera hice el intento.
―¿No hubo algo que te interesara, obviando, por supuesto, los autos?
Ella lo meditó durante unos segundos.
―La verdad es que sí, sí lo hubo.
―¿Y por qué no tomaste ese interés como una segunda oportunidad?
―Es complicado ―agitó los hombros―. Estaba lidiando con mucho en ese entonces y tenía esta sobrecarga de enojo y tristeza. Ya fue bastante difícil encontrar un trabajo. Antes de que Clayton me contratara tuve otros dos empleos. En ambos me despidieron en cuando se supo que estuve en prisión. Él fue el único que no me trató como una criminal en cuanto supo la verdad. Me trató como un ser humano que necesitaba otra oportunidad. Trabajar para él me sirvió para reponerme.
―Encontraste estabilidad y permaneciste allí.
―Podría decirse.
Él la miró fijo por casi un minuto.
―¿Qué era ese otro interés?
Anna sonrió como si la respuesta a su pregunta le resultase obvia.
―Leyes.
Charles sonrió también.
―Sí, debí imaginarlo.
―La verdad es que de niña quise ser muchas cosas. Cantar era una de ellas.
―Se te da muy bien.
―¿De qué hablas? Se me da magnífico. Solía presumir mi voz en la escuela. Ya sabes. Ellos presumían de dinero, yo de talento.
Él hizo una pausa de su constante golpeteo de los dedos contra los zapatos, del cual no se había percatado hasta ese momento, para juntar los dedos y adoptar una expresión casi acusadora.
―Tu padre es profesor, tu madre es actriz de teatro, tu hermana es bailarina y tu hermano es pintor. Y luego estabas tú, que eras taxista. ¿Dónde está el patrón?
―No hay patrón. Solo pude conservar un trabajo como taxista.
―Porque lo quisiste.
―No. Ya te lo dije, en cuando se enteraban que estuve un año en prisión me despedían.
―Pero tú eras inocente.
―Es cierto, pero eso se queda. No puedes deshacerte de eso. El error de un solo hombre dejó una mancha en mi expediente que no puede ser borrada.
Charles deja escapar un largo suspiro.
―De alguna u otra forma yo soy tu jefe ―le recordó―. No te hemos despedido. Te dimos una licencia temporal.
A Anna se le dibuja una falsa expresión de pánico en el rostro.
―Entonces, si yo era algo así como tu asistente, y tú mi jefe... ―se lleva ambas manos a las mejillas―. Somos un cliché, mi amor.
Sacude las manos frente a su rostro como si fuesen abanicos.
―Oh, Dios mío, que escándalo. Me acuesto con mi jefe.
―¿Ves que contigo no se puede hablar seriamente? ―soltó una carcajada.
―Y todo sucederá dado el cliché: quedaré embarazada pero no me arrepentiré porque el sexo estuvo fabuloso.
―Y yo tendré que trabajar como jamás lo he hecho en mi vida porque al final resulta que son gemelos.
―Entonces, los gemelos se parecerán a ti y yo me enojaré terriblemente porque los tuve en mi vientre por nueve meses y no sacaron nada de mí, pero los amaré por la misma razón.
―Amén ―él hace una pequeña reverencia con la cabeza.
Ambos sueltan una carcajada.
―Ya tenemos la trama para nuestro best seller ―bromeó ella―. Solo nos hace falta tu narrativa poética. Yo me encargo de las escenas eróticas.
―Anna, no podrías escribir la palabra penetración dos veces en el mismo párrafo.
Ella le asestó un golpe en el brazo y él se limitó únicamente a reír.
―Te has ruborizado completamente. No, no creo que puedas hacerlo.
―Empecemos por una cosa ¿Quién pondría penetración dos veces en un párrafo?
Él lo meditó durante algunos segundos.
―Anna, en promedio pueden realizarse sesenta penetraciones por minuto ¿Y a ti te preocupa como alguien puede escribir penetración dos veces en un párrafo?
―Tú acabas de decirlo dos veces en menos de quince segundos. Ya es suficiente. Y definitivamente no quiero saber cómo es que conoces eso de las sesenta penetraciones.
―No lo sé, tal vez porque... ¿estoy sexualmente activo?
―¿Entonces las cuentas?
―También cuento las veces que gimes mi nombre.
Ella volvió a asestarle un golpe en el brazo.
―Vamos, Anna ―dejó escapar una carcajada―. Solo estaba bromeando.
―Bueno, pues ya para.
Anna soltó un chillido cuando él la atrajo hacia sí poniéndole las manos en la cintura.
―No sé por qué, pero... ―se le acercó un poco hasta que sus labios casi tocaron los de ella―. Hoy recordé la primera vez que nos besamos.
Ella se ruborizó un poco más. Él había recordado su primer beso mientras ella recordaba la primera vez que habían tenido sexo. Vaya...
―Todo es diferente, ¿no? ―continuó él―. Desde el beso.
―Creí que todo comenzó a ser diferente desde el sexo.
―El sexo ha sido importante, pero me parece que todo esto inició realmente esa tarde cuando nos besamos por primera vez. Esa tarde, Anna, fue la primera vez que un beso de verdad me hizo sentir algo. Y a veces me pregunto por qué, de entre todas las mujeres, tenías que ser tú. Alguien que es tan opuesto a mí.
―Yo te odiaba ―admitió ella―. Mucho. Bueno, quizá no era del todo odio, pero definitivamente era un sentimiento desagradable que casi parecía odio.
―El sentimiento era mutuo.
Sonriendo un poco, Anna enredó los dedos en su suave cabello castaño.
―Yo confío en ti, Charles. Lo sabes, ¿verdad?
―Yo igual confío en ti.
Ella se remojó un poco los labios.
―La primera vez...nuestra primera vez... yo... ―suspiró profundamente―. Creí que solo sería algo de un momento y es todo. De no ser por tu determinación en mantenerme cerca yo habría desaparecido. No hubiese aceptado el trabajo que me ofreció tu padre. No nos hubiésemos vuelto a ver.
A él se le arrugó bastante el ceño.
―Bueno, afortunadamente no ha sido así, sino me hubiese vuelto completamente loco.
―Mi punto es, Charles, que desde que estamos juntos, ambos hemos cambiado, ¿no es así? Seguimos siendo los mismos, pero al mismo tiempo hemos cambiado, y me gusta. Me gusta que hayamos evolucionado como pareja.
A Charles se le escapó una sonrisita boba.
―Lo hemos estado haciendo bien.
―¿Bien? Si consideras todo lo que ha pasado, yo diría que lo hemos estado haciendo fantástico.
―En eso tienes razón.
Él se le acercó un poco más hasta estamparle un sonoro beso en los labios.
―Linda conversación, preciosa, pero aún tengo un salón que preparar.
Anna soltó un gruñido en protesta.
―No tienen que preparar una fiesta con tantos adornos. Algunos globos y mucha comida y será más que perfecto.
―De ninguna manera. Creo que todos nos merecemos celebrar algo en grande. De mi parte prometo que intentaré terminarlo lo antes posible así no tendrás que pasar tanto tiempo a solas. Aunque, mientras esperas, puedes utilizar mi cuenta de Netflix, ¿qué te parece?
―Hecho.
Él se despidió con un casto beso en los labios. Pero ella nunca escuchó la puerta cerrarse, así que dirigió la vista hacia ella, donde él aguardaba con una sonrisa.
―Te amo, preciosa.
Y allí estaba otra les la sonrisilla boba que se dibujaba en su rostro cada vez que él pronunciaba aquellas tres palabras.
―Yo a ti, Charles.
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