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Capítulo cuarenta y nueve | VO

―¡Un brindis por la cumpleañera! ―gritó Alice con la copa de champán en lo alto.

Se alzó un coro de «salud» que invadió hasta el rincón más pequeño del salón. Anna olvidó levantar la suya, así que observó un poco confundida como el resto de su familia se bebía de un solo golpe el contenido de sus copas. Mirando la que tenía en su mano derecha, frunció el ceño y después desvío los ojos hacia Charles.

―Me cambiaste el champán por agua ―le recriminó.

Él sonrió sin despegar los labios de la copa.

―Soy una mujer adulta y puedo tomar si es lo que yo quiero ―gruñó.

―Te he visto ebria una sola vez y fue más que suficiente. Creo que hasta los cachorros manejarían el alcohol mejor que tú.

―Ellos son menores de edad. No pueden tomar. Yo sí.

―Solo agua, jugos o refrescos. Es todo lo que tendrás.

―Aún así puedo decidir si tomar o no ¡Tengo oficialmente veinticinco años!

Él puso los ojos en blanco y le cedió su copa.

―Un trago. Es todo.

Anna le dio la suya y, sonriéndole, dio un largo trago de champán hasta dejar la copa completamente vacía.

―Oh, querido Señor ―dijo él, suspirando―. Me voy a arrepentir tanto por esto.

Anna arrugó un poco la nariz.

―Hace cosquillas en la garganta ―deslizó la lengua por los labios aún pintados de amarillo―. Se siente como pequeñas burbujitas.

―Eso no puede ser bueno.

―Quiero otra copa.

―Oh, Dios mío.

Anna lo ignoró, dándose la vuelta hacia la mesa de las bebidas. Él, por su parte, decidió dirigirse hacia su padre, quien tomaba de su copa de agua mientras platicaba animosamente con Tessie.

A diferencia del resto de los invitados, él no llevaba ningún disfraz. Desde luego, el rey no necesitaba de uno. Un rey siempre será un rey. Tessie tampoco llevaba disfraz, solo un elegante vestido color perla hasta las rodillas y un par de altísimos tacones.

―¿Disfrutando de tu brindis con agua fresca? ―se burló Charles.

Edward soltó una carcajada.

―Está bien para mí. Además no puedo tomar.

―Lo sé, por eso hemos puesto una gran variedad de bebidas.

―Lo que, por cierto, me pareció interesante. Usualmente solo ofreces alcohol en una fiesta.

―Hay que variar un poco, supongo.

El rey miró a su hijo detenidamente.

―Te ves muy bien, Charles.

Él, a modo de respuesta, frunció el ceño.

―Padre, me ves cada semana, pero suenas como si no me vieras en años.

―Quizá, es cierto. Sin embargo, hace muchos años no te veo tan feliz. No solías ser un niño muy feliz después de la muerte de tu madre.

¿No había sido un niño muy feliz? Bueno, claro que la muerte de su madre le había dejado un vacío enorme, pero ¿no haber sido feliz? No era del todo cierto. Tenía a su padre. Él había sido un gran ejemplo a seguir, y siempre ha sido su héroe. La culpa del distanciamiento entre ambos solo había sido suya, porque creyó que con lo material llenaría un vacío que solo el amor podía llenar.

―Tessie ―habló lo suficientemente alto para que su voz se escuchara por encima de la música―. ¿Crees que pueda robarte al rey por unos minutos?

―¿Tengo que pedir rescate para tenerlo de vuelta?

―Ya veremos.

Ella soltó una carcajada y asintió, encaminándose hacia el Enjambre Mawson. Él podía comprenderla. La familia Mawson era como la miel para las abejas, y aquella común analogía nunca había sonado tan irónica. Era la clase de familia que te hacía sentir bienvenido, cómodo, en casa. Y el reflejo estaba en lo bien que, tanto ella como las gemelas, se acoplaban a ellos.

Charles abrió la puerta del salón para permitirle el paso a su padre. El rey no esperó a encontrarse lejos de la puerta para hablar.

―Debiste haberme dicho que se trataba de una fiesta de disfraces ―agitó un poco la copa que llevaba en la mano―. Habría venido vestido de acuerdo a la ocasión.

―No era requisito ¿Quieres ir al jardín de arriba?

―No, Charles. Podemos usar tu estudio.

―Está bien.

Acomodados en el estudio, Charles colocó ambas manos sobre la superficie de madera mientras observaba fijamente a su padre. Él, por otro lado, recostó la espalda del asiento y cruzó las piernas, descansando los brazos en los muslos.

―Tengo recuerdos de situaciones similares, pero en asientos distintos.

Charles suelta una carcajada ante el comentario de su padre.

―Quizá se deba a que estás tomando la posición del hombre de la casa ―teorizó el rey―. También es una sorpresa. Creo que, en algún punto de mi vida, pensé que no tendrías una casa propia. Ya sabes. Me habías dicho que nunca te casarías.

Él respondió con una tímida sonrisa.

―Lo recuerdo como si fuera ayer ―habló el rey―. Gritando en mi estudio que nunca te casarías y que nunca te prepararías para ser rey, y mira ahora en la posición en la que estamos: estás comprometido y ejerciendo el cargo de regente.

―Un cargo que me ha dado dolores de cabeza.

―Asumo que te refieres al Primer Ministro.

Charles asintió una sola vez.

―No es un hombre fácil de complacer ―dijo él―. Además, siempre ha tenido una predilección por Camerón.

―Afortunadamente no puede ignorar las leyes de sucesión.

―Pero sabes que tiene la facultad de seleccionar la línea de sucesión. Ambos sabemos hacia dónde se desviaría.

―Pero nuestro ángel guardián no le dio la oportunidad.

Charles sonrió ampliamente. Hablaba de Anna.

―Anna no soporta si quiera oír hablar del Primer Ministro ―se rascó la barbilla distraídamente―. Estoy casi convencido de que el sentimiento es mutuo.

―Los políticos ingleses son bastante fríos, Charles. Son, sin lugar a dudas, temperamentales y estrictos. No debes olvidarlo.

―Lo tendré en cuenta.

El rey lo observó fijamente por un par de segundos más.

―Es la primera vez que tocamos un tema así.

―¿Cuál tema?

―El de política, por supuesto. Generalmente lo esquivas o inicias una conversación diferente ―inclina un poco la cabeza―. En el peor de los casos te levantas y te vas, dejándome con la palabra en la boca.

―Sabes que nunca ha sido de mis temas predilectos.

―Bueno, pero ya que estamos en esas, me gustaría que dejaras de mentirme. Si la política no te interesara, no habrías entrado a la universidad a estudiar leyes en primer lugar.

―Solo fue una fase experimental.

Edward fingió que sacudía sus pantalones.

―Tal vez estuvimos distanciados por un tiempo, pero sigo siendo tu padre y te conozco mejor de lo que crees. Nunca haces nada sin interés o como una cuestión de aventurar que tal. Aunque sea de mala gana, siempre haces las cosas únicamente porque te gustan. Solo tienes el mal hábito de disfrazar las cosas.

Charles levantó un poco su ceja derecha.

―Tocado ―musitó, sonriendo un poco.

―Lo que no sé es por qué lo dejaste ―dijo el rey―. Pensé, durante los meses que estudiaste, que te quedarías allí hasta finalizar.

Charles se rascó la barbilla.

―No me sentía a gusto ―admitió después de un rato―. La prensa estaba allí casi todo el tiempo, por lo que debía utilizar entradas alternas, entradas muy incómodas e inapropiadas. Además, los estudiantes eran...bueno, eran un poco distantes. Nunca dejaban de mirarme o hablar de mí. Los escuchaba preguntarse qué podría hacer un tipo como yo en la universidad, como si pertenecer a la familia real fuera algo terrible para ellos. Igualmente sé que no estaban cómodos con mi presencia. Por la invasión de la prensa en la entrada a muchos les costaba acceder al interior.

Él calló durante un par de segundos.

―Y sé, padre, que todos allí, incluso los profesores, pensaban que no lo lograría. Que renunciaría, que no era capaz de conseguirlo.

―Así que simplemente lo hiciste.

Charles se encogió de hombros.

―Charles, soy tu padre. Me enfurece que nunca me hayas contado estas cosas ―se arrastró un poco en el asiento hasta que sus rodillas tocaron el mueble de madera―. Anda, grandísimo testarudo. Habla.

―Bueno, perdóname, ¿de acuerdo? Me conoces lo suficiente para saber que eso iba a pasar. Apuesto a que fue lo primero que pensaste cuando te dije que había entrado a la universidad.

―Desde luego que no, Charles ¿Sabes en lo que pensé? Que por fin estabas haciendo las cosas bien. La noticia me hizo inmensamente feliz.

―No recuerdo que lo demostraras.

―Pensé que tal vez un poco de dureza te ayudaría a mantenerte en el camino. Siempre te he dado lo que me pides ―suspiró―. Debí haberte apoyado. Entonces, tal vez, aún estarías estudiando.

Charles agitó la cabeza varías veces.

―No lo creo, padre. Fui yo quien no quiso continuar. Perdí el interés en cuanto te diagnosticaron el cáncer.

El rey puso los ojos en blanco.

―Eres un cabeza dura, hijo mío.

―Tengo entendido que, hasta donde mis conocimientos me permitan afirmarlo o negarlo, la testarudez corre por la familia.

El rey inclinó un poco la cabeza sin apartarle la mirada.

―Aún puedo quitarme el cinturón y darte un par de nalgadas. No lo olvides.

Charles dejó escapar una carcajada.

―Pero es cierto. Ambos somos testarudos.

―No he dicho lo contrario.

―Entonces, por favor, Su Majestad. Mantenga su cinturón alrededor de su cintura.

El rey sonrío un poco.

―Estás intentando esquivar el tema ―se rascó la barbilla―. Ya te lo dije, Charles. Te conozco.

Él se encogió de hombros.

―Quiero aprovechar que estamos teniendo una conversación decente para hacerte una pregunta.

Charles pudo ver en los ojos de su padre que éste se preparaba para una importante sesión de preguntas.

―¿Qué has pensado hacer?

Aquella no era la pregunta que esperaba.

―¿A qué te refieres?

―Has estado rompiendo tus propias promesas: no al casamiento, no a la corona. Pero, tal como te he dicho, estás comprometido y eres el regente ¿Qué es lo que harás con tu vida?

Él sonrió un poco al comprender su pregunta.

―¿Qué es lo que haré con la corona, quieres decir? ―continuó al ver a su padre asentir―. He estado pensando en ello últimamente. No es algo que pueda decidir a la ligera. Suelo pensar en distintas opciones mientras Anna duerme. Cuando esa mujer está despierta no me permite escuchar mis propios pensamientos. Tiene el tono de voz de un altoparlante.

El rey se limitó a sonreír.

―Quiero hablarlo con Anna antes de tomar una decisión ―hace girar un poco la silla para acomodar su pierna derecha sobre el muslo izquierdo―. Cada decisión que tome afectará su vida también.

―No has hablado con ella entonces ―concluyó el rey.

―No, aún no. No tengo las palabras exactas.

―Si esperas por ellas nunca podrás decirle. Creo que aún no has comprendido cuál es la dinámica en una relación. Nunca tienes las palabras adecuadas porque no las necesitas.

―Si las necesito. Son importantes, de otro modo no comprendería de lo que estamos hablando.

El rey le sonrió un poco, y él percibió aquello como un gesto de compasión.

―Aún eres un niño, Charles, y sigues sin tener experiencia con respecto a cómo funcionan las relaciones.

Charles se rascó la barbilla.

―¿Este es el momento donde me das consejos?

―¿Cuándo he tenido la oportunidad de hacerlo? Eres un hombre muy testarudo e increíblemente complicado. Crees tener la respuesta para todo, y también crees saberlo todo, pero eres muy joven todavía. Sigues aprendiendo. Yo ya soy un adulto y he vivido más de la mitad de las experiencias que has tenido.

Él tomó una pausa mientras ponía en orden sus palabras.

―Yo era exactamente igual a ti cuando tenía más o menos tu edad: irresponsable, mujeriego, problemático. La diferencia es que mi padre supo cubrir mejor mis desastres, pero yo, con respecto a los tuyos, solía fallar frecuentemente. También quedé prendado del dinero y el poder que, en mi tiempo, el título de príncipe me ofrecía. La palabra compromiso me provocaba migraña. Mi padre tampoco era un santo, seamos realistas, pero él, tiempo después con la edad, maduró un poco. Se casó, tuvo familia. Él quiso lo mismo para mí, así que me comprometió con tu madre. Uso las mismas palabras que usé contigo: «si no accedes a casarte y tomar el trono, entonces tendré que cerrar tus cuentas».

El rey observó fijamente a su hijo, y vio en sus ojos la sorpresa. Nunca antes había tenido esta conversación con él. Para Charles, el rey Edward era un hombre de familia que amó a su madre desde el primer día ¿Un mujeriego, su padre? Él jamás podría habérselo imaginado.

―A mí sí me surtió efecto ―continuó él―. Me casé con tu madre. Francamente al principio esa mujer debió haberme odiado. Los primeros meses de matrimonio... Bueno, Charles. Aún me comportaba como un hombre soltero. A veces me pregunto por qué ella fue tan paciente. De los dos, Olive fue la más auténtica. Dulce, paciente, calmada. Nunca gritaba, nunca peleaba. Y después estaba yo, que no paraba de pensar: ¿por qué me habré casado con ella? ¿Qué estaba consiguiendo? Pensé que ella me haría la vida imposible, que me exigiría ser un hombre fiel, un hombre solo de ella. Y fue entonces que, mientras más lo pensaba, más me convencía de que había caído en una trampa.

Charles entrecerró un poco los ojos mientras una pequeña sonrisita se dibujaba en su rostro.

―Tu madre no me conquistó con palabras coquetas, con vestidos atrevidos, con proposiciones indecorosas. Ella nunca me coqueteó con su cuerpo. Olive me coqueteó con sus ideas brillantes, con sus palabras estratégicas, con su mente ágil. Cuando menos lo esperaba, estaba de pie frente a una desconocida, que llevaba un escote desproporcionado y maquillaje extravagante, y lo único que deseaba era ir a casa y pasar el rato con la sencilla y perspicaz mujer que la vida se empeñó en darme como esposa.

La sonrisa de Charles se dilató un poco más. Era la primera vez en toda su vida que su padre le contaba aquello. Después de la muerte de su madre, ninguno hablaba mucho de ella, salvo en aquellas ocasiones como su cumpleaños o en su fecha de muerte, cuando solían sentarse unos minutos frente a la chimenea para brindar con jugo de limón, el favorito de su madre, en honor a su recuerdo.

Apartó un poco la mirada y se remojó los labios con la lengua. A su mente acudió el rostro de Anna. Todo lo que su padre le había contado hizo que pensara en ella. Algo en toda esa historia era similar a la suya. Él no había sido conquistado por su belleza física, sino por su ingenio, por sus palabras coherentes y sus valores, sus ideales. Fue conquistado por todo aquello que parecía estar ausente en él.

―Nunca tuve que buscar las palabras apropiadas para comunicarme con tu madre ―habló el rey―. Nos entendíamos tan bien que inclusive comprendía mis balbuceos. Intenten estar a solas y dile las cosas como mejor aparezcan en tu mente. Ella lo entenderá. Si no lo hace, tienen todo el tiempo del mundo para llegar a un acuerdo.

―La verdad es que no estoy listo para hablar sobre esto ―soltó de golpe―. Hemos conversado una que otra cosa, pero...

Suspiró profundamente mientras ponía en orden sus ideas.

―Valerie me preguntó una vez como dos mundos tan diferentes como el mío y el de Anna pudieron encontrarse. Sé que no lo hizo con mala intención, que solo era una madre investigando un poco al hombre con el que su hija salía. Pero ella tiene un punto. Anna y yo crecimos en dos mundos diferentes.

―Estás equivocado ―lo interrumpió el rey―. Nadie vive en un mundo diferente a otros. Vivimos en el mismo planeta. Esa frase carece de total sentido. En todo caso, vivimos en países diferentes, nos criamos con culturas y estatus sociales y económicos distintos, pero nunca vivimos en mundos diferentes.

―Pero somos dos mundos opuestos. Desde que nos conocimos se marcó una gran diferencia entre ambos. Anna era auténtica, humilde, sencilla ¿Qué era yo? No era más que un desastre, y solo he sido uno con la suerte de encontrarse a una mujer tan extraordinaria como ella. Antes de que nos conociéramos, ella tenía un estilo de vida diferente al mío. Si nos casamos, si formamos una familia, se verá en la obligación de aprender a vivir según nuestras costumbres. Tendrá que aprender todo un mundo nuevo.

Él se apresuró a corregir lo último al ver a su padre poner los ojos en blanco.

―Está bien, entendí. No somos de mundos distintos, pero si tenemos estilos de vida diferentes. No sé cómo hablarle de esto. Tú lo sabes, padre. Fue exactamente igual con Tessie, ¿no es así? Todas las lecciones que se vio obligada a tomar para ser la esposa del rey. Es solo que, para mí, todo eso suena como si fuera requisito pasar unas pruebas para que ella sea mi esposa.

Charles dejó escapar un largo y profundo suspiro.

―Supongamos que Anna no tenga problemas, que accede a tomar un adiestramiento ―se inclinó un poco hacia adelante―. ¿Qué pasa si eso la cambia? ¿Si las lecciones que tome la convierten en una mujer diferente a la que conocí? Padre, no podría soportar si esa mujer desaparece.

―Charles, la gente no cambia tanto de la noche a la mañana ¿Por qué habrías de preocuparte tanto?

Él lo miró durante casi un minuto mientras rebuscaba en su mente la respuesta.

―Lo último que recuerdo antes de dormir es ese día ―habló él―. Recuerdo las palabras que aquella mujer me dijo por teléfono: «Lamento informarle que la señorita Mawson ha sufrido un accidente». Quisiera poder decir que ha pasado mucho tiempo desde eso, pero no es así. Ha sido lo suficientemente reciente para que me siga preocupando. Nadie sabe decirme que sucedió, quien quiso hacerlo. Anna pudo haber muerto ese día. Dime, ¿de qué me ha servido ser el príncipe? ¿De qué me ha servido el dinero y el poder si no hemos podido encontrar al responsable? Anna ve un arma y entra en pánico, se sube al asiento del pasajero temblando de pies a cabeza y la idea de conducir le provoca pesadillas.

Cerró la mano derecha en un puño y golpeó suavemente la superficie de madera.

―Le pedí matrimonio y planeaba una noche perfecta, pero lo único que tuvimos fue otra noche de desvelos. Todo se ha puesto de cabeza desde el día del accidente. Anna ya está bastante nerviosa y a mí se me ocurre la brillante idea de pedirle que se case conmigo. Te juro que no estoy arrepentido, pero no medí lo que podría pasar después, porque nuestra relación se ha sentido tan normal que incluso yo he olvidado en algunas ocasiones que soy un príncipe ¿Lo ves? Anna me hace sentir normal, y ahora tengo que pedirle que su vida tranquila se base en protocolos y leyes.

El rey parecía estar a punto de hablar, pero, en cambio, cerró la boca y permaneció mirándolo.

―Por favor, no me mires así ―gruñó Charles―. Todavía recuerdo la expresión de Anna en la gala cuando le dije que al casarse conmigo obtendría el título de princesa.

―Pero dijo que sí ―aclaró el rey―. Anna sabe perfectamente quien eres y conoce el título que llevas cargando en los hombros. Sabe que en un futuro vas a ser rey ―sonrió un poco―. No me lo has contado, es cierto, pero lo sé. Sé que tienes pensado retomar el adiestramiento. Se puede inferir en tus palabras y en tus gestos. Si no estuvieras pensando en ir tras la corona, no estarías preocupado por las lecciones de protocolo y en lo que pensaría Anna al respecto. Tampoco lo sabrás hasta que hables con ella. Para ti todo eso es una imposición, pero no le has preguntado cuál es su punto de vista. No puedes tomar una decisión sin conocer sus opiniones.

―¿Pero cómo se lo planteo?

―Exactamente igual a como lo has hecho conmigo.

Charles absorbió una gran bocanada de aire, pero segundos más tarde expulsó el mismo.

―Está bien. Buscaré el momento adecuado y hablaré con ella.

El rey suspiró.

―Tú y tu idea del momento y las palabras adecuadas.

―Pero tengo que hacerlo, padre. Tampoco puedo decirle todo bruscamente. Tú mismo lo dijiste: busca un momento a solas para platicar.

―Bueno, eso es cierto.

Charles asintió una sola vez.

―Solo quiero decirte una cosa más, Charles ―el rey retrocedió un poco en la silla hasta tocar el espaldar―. Yo soy tu padre y si necesitas hablar, desahogarte o pedir algún consejo, siempre estaré disponible para mi hijo. Pero eres un hombre adulto y estás comprometido con una maravillosa mujer a la que apruebo con los ojos cerrados. Duermo tranquilo porque sé que el corazón de mi hijo está a salvo con ella. Mi consejo, Charles, es que le digas todo lo que me has contado. Ya no es una mujer extraña que conociste en un taxi y a la que parecías odiar. Es parte de tu vida ahora. Todo lo que digas, así como lo que calles, la afecta a ella también. Le pusiste un anillo en el dedo. No es un compromiso que deba tomarse a la ligera ni hacerse por impulso. Si es algo serio, házselo saber. De ser posible, hazlo todos los días. Que sepa que el anillo realmente representa un compromiso.

Charles no pudo hacer otra cosa más que sonreírle.

―No sé porque no dejé que me dieras un consejo antes ―apartó la mirada, avergonzado―. De haberte hecho caso mi vida habría estado reparada muchos años atrás.

―Porque eres un terco sinvergüenza, y para serte sincero no tengo la paciencia de oro que Anna Mawson ha tenido contigo.

―Oh, padre. Tú no vives con ella. Yo soy el de la paciencia de oro.

―Continúa desarrollándola. La vas a necesitar.

El rey sonríe ampliamente mientras se levanta del asiento.

―Hemos estado aquí por un rato. Deberías compartir con la cumpleañera.

Oh, Anna ¿Cuántas copas de champagne habrá tomado? ¿Qué estará haciendo?

―Tienes razón. Temo que esté haciendo una de sus usuales locuras.

―Te quejas demasiado. Permíteme recordarte que no saliste muy bien portado, querido hijo.

El rey abrió la puerta del estudio para que ambos pudieran abandonarlo. Tessie, quien dejaba el salón, les sonrió a ambos y se acercó.

―Mis dos guapos hombres. La cumpleañera no quiere esperar al final de la noche para comer del pastel, así que está solicitando la presencia de ambos.

―La cumpleañera tendrá que esperar un poco más ―dijo Charles―. Tessie, quisiera hablar contigo un momento ¿Me acompañas al estudio?

El rey volteó la mirada hacia su hijo.

―Esa es mi mujer, muchacho. Tienes cinco minutos.

Tessie soltó una carcajada.

―Te la devolveré más guapa y más valiosa.

Edward agitó la cabeza, divertido, antes de caminar hacia el salón. Tessie hizo una extraña mueca, pero acompañó a Charles hasta el estudio, donde lo vio rebuscar alguna cosa en los cajones.

―Discúlpame ―dijo él―. He estado trabajando estos últimos días con tantos papeles que el estudio parece una imprenta. Pero sé que lo que busco está en este cajón.

―¿No quieres que te ayude?

Él sacó del cajón un fólder crema y lo agitó mientras sonreía.

―Te dije que estaba en este cajón.

Tessie frunció el ceño cuando él le extendió el fólder. Parece haber comprendido el por qué de su confusión, ya que, al instante, dijo:

―Tessie, tú ganaste. Yo te dije que nunca me casaría y me respondiste que cambiaría de parecer en cuanto encontrara quien me descongelara el corazón. Recuerdo haber apostado mi departamento en París a que no era así. Yo perdí.

Tessie llevó ambas manos hacia su boca para esconder una carcajada.

―Charles, cariño. No era en serio ¿Cómo crees que aceptaría? Ese departamento es tuyo.

Él abrió el fólder para mostrarle los papeles en su interior.

―Legalmente es tuyo ―le dijo mientras sonreía―. ¿Ves? Está a nombre de Tessie Queen. Ahora ese departamento te pertenece.

―No, cariño, no puedo aceptarlo.

Charles agitó la cabeza.

―Si piensas que me duele perderlo o algo por el estilo estás equivocado. Perdí el departamento, pero tengo a Anna, y ella es mucho mejor que una elegante propiedad. Aunque esta esté en una ciudad tan bella como París. Estoy entregándotela con toda la dicha del mundo. La vista y la tranquilidad evocan un paraíso. Mi padre y tú podrían ir de vacaciones.

Ella parecía reacia a aceptarlo, así que él rodeó el mueble de madera y depositó los documentos en sus manos.

―Te lo prometo, Tessie. Nunca antes me había sentido tan feliz al renunciar a una propiedad. Para mí significa mucho que lo tengas. Tanto tú como mi padre notaron lo que ocurría entre Anna y yo antes que nosotros mismos. Además, es una manera de agradecerte por ser como la madre que perdí y por hacer a mi padre tan feliz, así que no tienes permitido rechazarlo.

Él le vio los ojos húmedos antes de que sus pequeños brazos lo envolvieran. Le aceptó el abrazo con una sonrisa.

―Yo te adoro como si fueras mi propio hijo, Charles ―chilló―. No necesito que me des las gracias.

―Tengo que hacerlo, por todos los dolores de cabeza que he causado desde que ingresaste a nuestra familia.

Ella dejó escapar una pequeña carcajada. Se separó de él y secó sus lágrimas con la punta de los dedos.

―Bueno, está bien. Aceptaré el departamento. Pero debemos volver al salón. Es su cumpleaños, cariño. Estoy segura de que ella ya te echa de menos.

―La tengo todo el día colgada del cuello. Puede aguantar unos minutos.

Tessie sonrió un poco.

―No creo que eso te moleste, ¿o me equivoco?

Charles intentó mantener una expresión neutral, pero al cabo de unos segundos la fachada se derrumbó, dándole paso a una tímida sonrisa.

―No, Tessie. Podría tenerla conmigo todo el tiempo.

―Entonces, ¿qué hacemos aquí? Vayamos al salón.

Charles le ofreció el brazo y ella, envolviéndolo con el suyo, caminó junto a él de vuelta al salón.


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La verdad quería concluir con la fiesta hoy, pero me fue imposible. Es que...solo lean la plática padre e hijo. Es una conversación muy importante, porque Charles se abre a su padre y le cuenta sus pequeños miedos escondidos, aquellos que no comparte con Anna porque no quiere saturarla con más problemas. Además, es la primera vez que él permite que su padre le dé un consejo. Usualmente Charles solo se daba la vuelta o los ignoraba, pero ahora se sentó y escuchó. Es una muestra de que él está madurando. Está pensando en el futuro, y quiere tomar las decisiones correctas, no solo en el aspecto político (por la sucesión) sino también en el aspecto sentimental. Yo creo, me corregirán ustedes, que así como está el capítulo, se merece un respeto porque se muestra una pequeña evolución en Charles.

Bueno, eso mis retoños, los loveo a todos y a todas, ustedes lo saben. Por cierto. Tal como les dije en el coffee break, estaré trabajando en un bosquejo para el maratón que les estaré subiendo algún día de esta semana (no sé si sean dos o tres capítulos, habrá que ver)

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