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Capítulo cuarenta y dos | VO

Por primera vez en días, Anna consiguió encontrar una cómoda posición sin tener que pasar minutos enteros moviéndose en la cama.
El motivo era muy claro.
Se hallaba envuelta por los largos brazos de Charles. Aquello podía explicar perfectamente por qué sentía su cuerpo entumecido también.
Él no le permitía moverse. Tal vez, inconscientemente, intentaba que ella no se levantara fuera de la cama mientras él dormía. Ciertamente, en esta ocasión no habría necesidad. No existía un motivo por el cual abandonar sus brazos.
Lo escuchó gruñir al escuchar el tono escandaloso de su teléfono. Se le separó a regañadientes.
Su irritación subió un par de niveles cuando no pudo encontrarlo.
―Creo que lo dejaste en el baño ―le dijo ella.
Al instante, salió disparado hacia allí. Escuchó su ronca voz al responder.
Entre las pocas palabras que pudo comprender mientras intentaba no quedarse dormida, se trataba de una llamada importante del Primer Ministro. Una inaplazable reunión estaba programada para realizarse el 28 de septiembre. Anna había perdido la cuenta de cuánto tiempo estuvo al teléfono antes de volver a la habitación.
Aún estaba atendiendo la llamada.
―Algo en todo esto carece de lógica, Balfour.
En ese momento, Anna supo que algo serio estaba sucediendo. Charles nunca llamaba al Primer Ministro por su apellido. Siempre era muy respetuoso y cuidadoso, procurando referirse a él como Señor Balfour.
―No estoy condenando a un prisionero a la pena de muerte...Ni siquiera está cerca...Creo que ha malinterpretado mis peticiones... Por supuesto que estoy dispuesto a ello...No, el 28 estoy ocupado...Que sea lo más pronto posible...
Se pasó el teléfono al oído izquierdo.
―¿Es que a caso es tan difícil...? Espere un segundo.
Lo vio colocar el teléfono sobre la mesa de noche. El sonido de papeles se escuchaba distorsionado e inmediatamente comprendió que no estaba sucediendo en su habitación. Charles había puesto el altavoz.
Se arrodilló en el suelo mientras abría el primer cajón de la mesa de noche.
―No comprendo de donde ha sacado todas esas suposiciones equívocas ―deslizó la vista rápidamente por los papeles que tenía en las manos―. La propuesta me parece muy clara.
―Podría asegurarle, Su Alteza, que en ello radica el problema ―escuchó al Primer Ministro a través del teléfono―. Su propuesta es muy clara, tal vez demasiado. Lo que sugiere es un cambio total de gobierno. Eso puede comprenderse como un golpe de Estado.
―¿Un golpe de Estado? ¿A caso esa es la razón para citar a mi padre?
―Usted es el regente. Su padre es el rey. Ese tipo de propuesta que nos ha enviado...Bueno, me temo que usted no tiene el poder para llevarla a cabo.
―¿Por eso se considera un golpe de Estado?
Anna se sintió muy despierta cuando él se levantó del suelo, observando el teléfono como si tuviera la capacidad de introducirse en él y estrangular al hombre al otro lado de la línea.
―No es un cambio de gobierno lo que estoy sugiriendo ―habló, utilizando una voz muy calmada y pacífica. Por un momento, Charles se parecía muchísimo a su padre. Con esa misma calma y capacidad para dominar una discusión―. ¿Cuánto de la propuesta ha leído?
Él no obtuvo respuesta, así que ella lo interpretó como una silenciosa afirmación de que no lo había leído completo. Una parte de ella se encendió en furia y el poco agotamiento que sentía desapareció de golpe. No podía pensar en otro calificativo que no fuera «hijo de puta».
No comprendía del todo cual era el problema. Pero definitivamente se trataba de alguna propuesta escrita que Charles le ha presentado al Parlamento. Por sus múltiples expresiones, era más que obvio que se trataba de algo importante para él. Algo que se tomó en serio. Algo por lo que trabajó duro.
Y el Parlamento ni siquiera lo tomó en cuenta.
―Estamos trabajando en ello ―contestó el Primer Ministro.
Anna puso los ojos en blanco. Se quitó las sábanas de encima y se arrastró fuera de la cama. Apartó a Charles de un empujón, tomó el teléfono, desconectó el altavoz y se lo pegó al oído.
―Buenas noches, señor Primer Ministro ―musitó, alargando las últimas dos palabras con desdén―. Le habla Anna.
Charles se acercó para quitarle el teléfono, pero ella se alejó.
―Supongo que si en estos momentos están trabajando en el análisis del proyecto que Charles presentó, significa debe estarse realizando una reunión en el Parlamento con todos sus miembros, ¿no es así?
El hombre se tomó unos segundos para responder.
―Es así, señorita Mawson.
―Tengo entendido, de igual forma, que llamó para solicitar una reunión con Charles y su padre.
―Anna, dame ese teléfono ahora ―gruñó Charles por lo bajo.
Ella agitó la cabeza.
―Exactamente ―respondió el hombre.
―Lo que significa que dicha reunión no se terminará hasta leer la última página ―ella no esperó a que respondiera―. Por lo tanto, ¿qué mejor que tener allí a quien escribió la propuesta en primer lugar? Así que, por favor, avísele a todo el mundo que el Príncipe y Regente llegará muy pronto ―se encargó de hacer especial énfasis en la palabra regente.
―Pero...
―Fue un placer hablar con usted.
En cuanto colgó, miró fijamente a la pantalla encendida mientras gritaba:
―¡Asno!
Charles le arrebató el teléfono mientras la miraba con furia.
―¿Puedes decirme en qué diablos estabas pensando?
Ella lo señaló.
―Tú irás al Parlamento en este momento y le vas a poner las pelotas azules por idiota.
―Anna, ¿tienes idea de lo que hiciste?
―No he hecho nada aún ―asintió una sola vez―. Pero lo haré.
Ignorando su regaño, Anna bajó hasta el armario.
Tras ella, lo escuchó quejarse.
―¿A qué diablos voy al Parlamento a esta hora?
Ella permaneció de pie frente a la amplia sección de elegantes trajes de él.
―Ese hombre es un estúpido, te lo dije desde un principio. Se refugia en la monarquía parlamentaria. Pues que se vaya refugiando en su madre o me lo comeré vivo ―se deshizo de varios trajes color negro―. Lo cortaré en pedacitos con un perfilador para que el sufrimiento sea eterno.
Charles la detuvo, sosteniéndola de las muñecas.
―No iré a ningún lado ―sentenció.
Ella lo miró fijo.
―No solo, tarado. Vas conmigo.
―Ni contigo, ni sin ti. Simplemente no voy a dejar mi casa a estas horas para discutir con un montón de políticos.
―Entonces déjamelo a mí.
―¡No! ―gritó, sobresaltándola―. Mañana es tu cumpleaños. Ir al Parlamento ahora sería arruinarlo.
―No arruinará nada. Te aseguro que nada es peor que pasar un cumpleaños tras las rejas.
Anna consiguió liberarse de su agarre.
Al voltear de vuelta a los trajes, vio lo que parecía la perfecta armadura de batalla.
―Tengo un vestido que combina perfecto con ese traje.

Charles sintió un poco de nostalgia al verla utilizando un bonito vestido azul cobalto, corto hasta medio muslo, sin ningún tipo de escote, ni siquiera en la espalda. Estaba montada sobre un par de tacones negros de cinco pulgadas, lo que la hacía verse más alta. La mata de rizos castaños caía muy bonito un poco más debajo de los hombros. Estaba aplicándose el labial de un rosado muy claro.
Ella estaba perfecta.
Se miró al espejo, que consistía de tres paredes completas, formando la mitad de un hexágono, para acomodarse la corbata azul cobalto. Seguía pareciéndole que aquel traje era demasiado informal para una reunión con el Parlamento.
Consistía de una chaqueta y pantalones de lino entallados, ambos de un color blanco ceniza, camisa blanca a cuadros, del mismo color que la corbata. El conjunto se completaba con una pañoleta en el bolsillo en el lado izquierdo de la chaqueta, también de color azul cobalto, y unos elegantes zapatos cerrados color marrón.
Recordaba aquellos días cuando ambos solían vestir del mismo color. Cuando ella era su poco ortodoxa asesora real.
―Sigo pensando que es una terrible idea ―musitó mientras terminaba de ajustarse la corbata―. Deberíamos irnos a dormir.
Ella ya había terminado de aplicarse el labial. Al voltearse, la vio recostada de uno de los espejos.
―Cuando regresemos, tendremos sexo ¿Qué te parece?
―Me parece que podríamos irnos a la cama ahora mismo y tener todo el sexo que queramos. Cualquier cosa suena mejor que ir a esta tontería.
―Charles, es por esto que no toman en serio todo lo que digas. Pueden contra ti y yo sé que, en realidad, no es cierto. Tú puedes contra ellos.
Él exhaló un largo suspiro.
―Anna, esto no es tan importante. Puedo tratarlo otro día.
Ella hizo una mueca de desaprobación. Lo conocía demasiado bien para saber que mentía. Si era importante, y si así era para él, también lo era para ella.
Deseó estar a solas para tirarse del cabello y gritar, gritar hasta quedarse ronca, hasta que sus cuerdas vocales estallaran.
¿Cómo era posible que ellos no fueran capaces de verlo? Es cierto, por años Charles se ha forjado una mala, muy mala, reputación. Pero lo está intentando. Está intentando mejorar. No es solo por su padre, sino también por sí mismo ¿Por qué costaba tanto verlo?
La frustración se instaló en su pecho como una burbuja caliente a punto de estallar. Ella ni siquiera estaba al tanto de ese proyecto, mucho menos tenía una idea de lo que pueda tratar, pero pudo verle en los ojos que de verdad se había esforzado. Le hizo preguntarse por qué no le había dicho nada, por qué decidió mantenerlo en secreto.
Decidió que los detalles no eran importantes. La injusticia estaba navegando sobre un oxidado bote de hipocresía política con el único propósito de encallar la pequeña balsa de esperanza de su ahora prometido.
Pues al diablo los buenos modales. Al diablo el protocolo, las buenas conductas. Al diablo ser una buena chica que se queda en casa y llora por los malditos problemas que carga sobre la espalda.
Ella ya estaba preparada para la batalla, pero iba a por la guerra.
Y la ganaría.
―Necesitas llegar en un auto rojo ―lo meditó durante unos segundos―. Lleva el Berlinetta.
―¿El Ferrari?
―Sí, el Ferrari. Que sepan que el diablo y su pequeño demonio van en serio.
Charles revisó que todo marchara bien con el traje antes de tomarla de la mano para subir las escaleras.
―Un inglés conduciendo un auto italiano ―razonó con ironía.
―Los italianos conducen autos americanos.
―Touché.
Abrió el cajón de la mesa de noche y tomó las llaves.
―Sigo pensando que deberíamos quedarnos ―dijo él.
―Mejor ve pensando donde compraremos hielo, porque los vamos a dejar a todos con el ojo morado. Confía en mí.
Él se limitó a agitar la cabeza mientras sonreía.

Robert Balfour recibió a Charles y a Anna fuera del Parlamento con una corta reverencia antes de conducirlos hacia la Cámara de los Lores).
Se detuvo frente a las altísimas puertas dobles de madera.
―Su Alteza, temo que los Comunes y los Lores no están completos. Por tal motivo hemos decidido reunirnos en la Cámara de los Lores ―le dijo.
En su interior, Anna sintió que la burbuja de irritación se volvía más caliente.
Tienes que calmarte y no ser una bocaza, repitió mentalmente como un mantra.
Hijo de puta. Hijo de puta. Hijo de puta.
―¿A caso acostumbran a ausentarse cuando deben analizar una propuesta? ¿Una que viene del regente? ―le cuestionó ella.
Él giró su rostro hipócrita hacia ella.
Anna Mawson no era ninguna estúpida. Desde el momento en que llegaron, el Primer Ministro había evitado cualquier tipo de contacto visual con ella. Hasta el momento, toda palabra que cruzó desde la entrada hasta la Cámara había sido con Charles.
Pero quedarse callada y dejar que el grandísimo asno que tenía en frente se comportara como un desgraciado no era del tipo de cosas que podía permitirse.
―No, señorita Mawson. Pero esta no es una reunión del todo oficial. Solo hemos querido...
―Solo han querido salir al paso ligero.
Decidió que era mejor morderse la lengua. Literalmente.
El Primer Ministro abrió la puerta y se hizo a un lado para que pasaran.
Charles sintió un terrible nudo en el estomago cuando vio aquello. Decir que estaban incompletos parecía ahora una burla. En aquella amplia habitación, con la decoración dorada y los escaños rojos, solo albergaba a otras siete personas.
Entre ambas cámaras, sus miembros ascendían a cerca de 1,440.
La punzada de decepción se expandió por todo su cuerpo como un cáncer ¿Pero en qué estaba pensando? Desde luego que no iban a tomarlo en serio ¿Cómo se le pudo ocurrir esa absurda idea de presentarle una propuesta de tal magnitud a ese gran puñado de políticos cuando a lo sumo ha llevado un mes como regente? No era de extrañarse que ellos se lo tomaran como el mejor chiste del siglo.
Dejó caer un poco la cabeza, avergonzado. Debieron quedarse en casa.
Anna estaba a punto de estallar cuando lo vio apartar la mirada, como si tuviera alguna algo de lo que apenarse. En su pecho se ahogaba un grito, en su garganta una maldición y en sus ojos una llama. Miró con rabia al hombre trajeado frente a ella.
―¿Qué es lo que prosigue, Primer Ministro? ―preguntó, casi sin separar los dientes.
―Supongo que finalizar la lectura del proyecto.
Charles intervino de inmediato.
―No es necesario. En realidad he venido a recoger las copias.
Oh, era suficiente.
―Quiero una copia ―soltó ella.
Escuchó a Charles exhalar un largo suspiro.
―Puedo darte una en casa.
―No, Charles. Quiero una copia ahora ―miró fríamente al Primer Ministro―. Es por eso que la política de este país se está yendo al infierno, pero la gente ni siquiera lo nota. A eso, señor, yo le llamo hipocresía política. Solo fingen trabajar, pero en realidad no lo hacen.
Inhaló profundamente.
―Supongo que me dará su copia. Apuesto a que no pasó de la segunda página.
―Usted no debería estar aquí ―protestó.
Charles levantó la cabeza para mirarlo.
―La dama se queda ―sentenció.
―La dama va a sentarse para mostrarle como hacer su trabajo ―se acercó hasta el escritorio de madera en medio de la habitación y rebuscó hasta encontrar una carpeta negra.
Al abrirla, leyó el título de su propuesta:
Una visión a una posible reestructuración política, económica y social en vía a una modernización del Reino Unido de antaño
Despegó los labios un poco para exhalar un largo suspiro. A simple vista, la propuesta parecía contar con no más de veinte páginas. Mientras pasaba las hojas, la curiosidad en ella comenzó a aumentar con absurda rapidez.
Al llegar al índice, descubrió a Charles junto a ella, levemente inclinado.
―¿Te volviste loca? ―gruñó―. Anna, vámonos a casa.
―No.
Pasó las hojas del índice. El aliento de Charles le golpeó el rostro.
―Hiciste enojar en serio al Primer Ministro.
―El asno se enoja porque quiere.
Charles contuvo un grito de histeria.
―Puedes leer esto en casa, en nuestra cama, con ese ridículo pijama que tanto adoras.
―Te dije que lo leeré aquí.
―¿Pero en el asiento del Primer Ministro? ¿Esos son tus planes? ¿Sacarlo de quicio?
―Quiero que tenga las pelotas azules del coraje.
―¡No hables de los testículos de otros hombres! ―gruñó bajito.
Anna despegó la mirada de los papeles para observarlo.
―Charles, he dicho que leeré esto y lo haré aquí, ahora. Puedes irte o puedes sentarte y esperar a que termine. No puedo debatir con ese hombre si no sé de lo que estoy hablando. Si sigues insistiendo en que nos vayamos me enojaré tanto contigo y comenzaré a cuestionarte por qué jamás me contaste que habías hecho esto.
―Porque tuviste el accidente y no quería abrumarte con lo que claramente son tonterías.
Anna tomó la carpeta y le golpeó el brazo con ella.
―Una propuesta de veinte páginas no es una tontería. Tú eres el tonto. Ahora siéntate, cállate o ambas.
Él decidió permanecer de pie, por lo que ella volvió a lo suyo. Apenas llegó a la primera hoja de la propuesta, tomó un marcador amarillo del lapicero del primer ministro y comenzó a leer.
La burbuja de irritación estalló en cuanto terminó con aquellos papeles. Se echó hacia atrás y miró todas aquellas palabras u oraciones que había tachado con el marcador amarillo.
"Algunas normas protocolarias han sido olvidadas en un intento por modernizar al Reino Unido, pero al descartarlas parte de nuestra esencia ha sido extinguida. El baile de los debutantes, por ejemplo, les brindaba a los jóvenes un aire de magia y esperanza de que sin importar la posición social a la que pertenece, tiene la misma posibilidad a dicho privilegio. Esta tradición ha menguado, realizándose con menor frecuencia con respecto al pasado."
Retrocedió dos páginas.
"La desvinculación de los políticos con respecto a los actos benéficos sugiere que nuestra ya conocida rigidez inglesa desliga la conciencia humana de la política en lo que denomino inconsciencia humano-política."
Pasó varias páginas hasta hallar la conclusión de la propuesta.
"...porque el bienestar económico, político y social no recae únicamente en los líderes monárquicos o políticos, sino en la misma sociedad. Para ello, debemos hacer partícipe a la misma en los procesos más sensibles del país (a modo general, en todo el Reino Unido). De esta forma se establece una saludable relación pueblo-gobierno. Lo antaño no debe representar estancamiento y la modernización no debería pretender destruir las viejas costumbres inglesas. Tan solo es necesario establecer una reestructuración viable."
Santa mierda ¿Era este el mismo Charles? ¿El que dormía con distintas mujeres todas las semanas? ¿El que despertaba desnudo en la fuente del hotel de su familia? ¿El mismo que en toda su vida jamás ha donado siquiera la ropa que ya no usaba?
Oh, Dios mío. Ese hombre se ha ido. Aquel irresponsable e inmaduro hombre ha desaparecido.
Y tenía la prueba justo frente a ella, pruebas que podía palpar. Veinte cortas pero concisas páginas que consolidaban una prueba irrefutable de los frutos de su fe en él.
Ese era su gran proyecto. Ese era su secreto. Una serie de ideas positivas sintetizadas en una propuesta de veinte páginas. Cada palabra, cara oración, cada idea pensada con mucho cuidado.
Y el hombre trajeado al fondo no se ha tomado la molestia de leerlo.
Decir que estaba irascible significaba quitarle vital importancia a su opresión en el pecho, la furia efervescente en sus venas casi parecía matarla por dentro. Se levantó del asiento, golpeando la superficie de madera con los puños cerrados. Los ocho incompetentes en la habitación dieron un salto en sus asientos.
―Solo eran veinte páginas, Primer Ministro ―gruñó―. Veinte páginas de ideas brillantes, ideas frescas y proactivas. Ni siquiera puedo ver en una sola hoja alguna palabra que pueda suponer un golpe de estado. Solo es una propuesta que sugiere mantener las viejas tradiciones y emplear nuevas ―cerró la carpeta y la levantó para asegurarse de que él pudiera verla―. Sugiere hacer partícipe a la gente común y corriente como yo en los procesos que al final del día nos afectan. Sugiere que los políticos deberían humanizarse un poco más en lugar de estar pensando únicamente como hacer que Reino Unido genere y obtenga más dinero. Y, Santo Dios... ―azotó la carpeta contra el escritorio―. El país entero estaría decepcionado de lo que ha sucedido aquí. Estaría decepcionado de su Primer Ministro y de los miembros de ambas Cámaras.
Ella quiso parar. Rogó por volver control de sí misma, pero lo único que podía hacer era gritar. Gritar para liberarse de esa opresión en el pecho.
―Solo un ciego como usted y sus 1,500 lores y comunes serían incapaces de notar lo que este proyecto realmente representa ―señaló a Charles―. Pero usted no cree en él, ¿no es así? Nunca lo ha hecho. Pues permítame decirle algo desde el fondo de mi alma: váyase al diablo. Porque el poco respeto que le tenía ha muerto en esta sala. Debería decepcionarse de su trabajo, Primer Ministro. Yo lo estaría.
Se apartó del escritorio emitiendo una serie de palabras que nadie salvo ella pudo comprender. Tomó a Charles de la mano y lo condujo fuera de la Cámara de Lores.
―Prepáreme una celda si quiere ―le gruñó antes de marcharse―. Esa la aceptaría con mucho gusto.
Charles decidió que lo mejor que podía hacer era llevársela de allí, así que tiró de su mano para hacerla caminar con mayor rapidez.
Oh, por Dios ¿Qué es lo que estaba ocurriendo? ¿Quién era el demonio que llevaba de la mano? Esa atractiva mujer, enfundada en un traje azul cobalto, toda ella muy bella, pero furiosa como el mismo infierno, con los ojos encendidos en dos potentes y peligrosas llamas.
Verla de reojo le parecía doloroso. No podía recordar haberla visto tan furiosa alguna vez, ni siquiera el día que se conocieron. Su enojo le parecía adorable, pero... ¿qué era aquello? Era un estallido de furia que le tensaba cada músculo.
―¡Por el amor a Dios! ―la escuchó gritar―. Déjame volver. Déjame matarlo.
―Creo que ya ha sido suficiente.
―Es un idiota ¿Quién infiernos se cree? ¡Es un poco hombre! ¡Qué político más inútil!
―Anna ―gruñó él―. Tienes que calmarte.
―¡Yo no me calmo una mierda! ¡Y quiero que sepas que estoy muy orgullosa de ti!
Él la miró casi fijamente.
―¡Ya me oíste! ―continuó ella gritando a todo pulmón―. ¡Eres un hombre brillante y estoy orgullosa de todo lo que escribiste!
Charles la miró enternecido, mientras al mismo tiempo comenzaba a experimentar un dolor de cabeza agudo por sus fuertes gritos.
―¿Pero tienes que gritar?
―¡Es un reflejo! ¡No puedo parar de grit...! ―le tomó la cabeza entre las manos y la besó, y los gritos cesaron al instante.
Se sentía muy bien, convino ella en su mente. Era ese toque cálido y suave de sus labios y su aliento sobre su boca. Era su veneno favorito. Veneno por el cual estaba dispuesta a morir dichosamente.
―Asegúrate de que sí me asignen un horario de visita ―musitó ella contra su boca.
A él le tomó lo suyo comprenderlo.
―No van a enviarte a prisión ―mordisqueó un poco su labio. Ella retrocedió hasta que su espalda golpeó una pared―. Yo jamás lo permitiría.
―Me gustaría recibir visitas conyugales. No voy a poder soportar cinco años más de abstinencia.
―Que no irás a prisión.
―Le falté el respeto a 1,500 personas. Es un número gigantesco.
―Debe ser tu nuevo record.
―Mi record ya estaba bastante afectado. Deberías comprarme un bozal.
Él la hizo callar otra vez con un beso más largo, más ruidoso y más apasionado.
―Anna, lamento no haberte dicho. Quería tener un proyecto sólido antes de mostrártelo. Pero ha salido mal. Ellos ni siquiera pensaron que fuera capaz de...
Ella puso el dedo índice sobre sus labios.
―Eres muy capaz. Eres inteligente y tienes una habilidad natural. Yo lo sé Charles, y ahora estoy más segura que nunca, que algún día vas a ser un magnífico rey.
Anna vio una capa húmeda empañar sus ojos azules.
―Me basta escucharlo de ti ―presionó su boca contra la de ella―. Ya vámonos a casa.
Anna le tomó la mano en cuanto se separaron. Expuso una amplia sonrisa cuando pasaron frente a un par de personas de pie a las afueras del Parlamento, totalmente orgullosa de su hombre.

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Son las 2:50 am. Terminé este capítulo hace 15 minutos. Son 10 páginas en word. No se atrevan a dudar de que las quiero:(

Anna PutaAma Mawson ¡ha vuelto!

Así que... Adivinen de donde saqué la descripción del traje de Charles :) :) :)
Por cierto...si ven errores no duden en hacérmelos saber. No sean tímidos, no muerdo :3
Y gracias por los comentarios entre líneas (la cosa esa de marcar y comentar, ahre). Me hacen reír mucho e.e

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