Capítulo cuarenta | VO
Hola, hola. Ya sé que les debo maratón. No he podido hacer nada porque no me he sentido bien. Así que me he tomado estos días para descansar. Les quise traer este capítulo porque han esperado mucho (y de verdad lo lamento). Intentaré actualizar mañana también. Besooooooooos.
PD: Disculpen los errores. Es tarde y estoy cansada, así que no los pude corregir :)
―Ya solo nos falta... ―revisó una vez más el contenido del carro de compras―. La harina y los huevos ¿Crees que nos falte otra cosa?
Charles negó con la cabeza.
―Me parece que hemos tomado todo.
Anna lo miró con una sonrisa de burla estampada en su rostro. Él parecía absolutamente fuera de lugar, en medio del pasillo de los lácteos, con la cremallera de la cazadora subida hasta el cuello. Detrás de él los cinco guardias que los acompañaban.
―Yo pienso que te sientes incómodo ―empujó el carro de compras y comenzaron a avanzar―. Nunca has venido a un supermercado, ¿cierto?
―No he tenido la necesidad.
―Por tal motivo lo digo.
―Y estás disfrutando verme totalmente fuera de lugar.
―Es divertido.
Charles se detuvo en seco cuando pasaron junto al pasillo de higiene femenina. Nunca antes le había inquietado la existencia de aquellos productos. De hecho, nunca había estado el suficiente tiempo con una mujer para pasar por esa etapa. Sin embargo, nada de ello era lo que lo incomodaba, sino el pequeño dispensario de pruebas de embarazo.
Introdujo las manos en los bolsillos de la cazadora e inició la marcha para darle alcance y evitar, tanto como le fuera posible, que ella notara su abrupta detenida.
Un bebé era una responsabilidad enorme para la cual no estaba ni remotamente listo. Todas las responsabilidades que había tomado recientemente tenían un contrapeso. En primer lugar, aceptar la regencia y así aliviar la tensión de su padre para una pronta recuperación. En segundo, pensar en dejar marchar a Anna después de todas esas cosas que había despertado en él le parecía inadmisible.
¿Pero un bebé? Es un nivel de responsabilidad al que ni siquiera estaba cerca. Un niño dependería de él para absolutamente todo. Sin contar que todo alrededor suyo cambiaría: su vida en familia, su entorno social, los momentos de intimidad. Una parte de él le temía ampliar el círculo de aquellas personas a quienes más amaba. El temor a perderlo, perder a alguien que ama, sin importar cuan pequeño sea, era intolerable.
Ni siquiera podía soportar la idea de perder a Anna ¿Pero arriesgar la vida de un bebé? ¿Cómo podría hacer semejante cosa? Sobre todo ahora, cuando solo Dios sabrá que loco está intentando asesinarla. No podía soportar la tensión y el pánico constante de perder a dos grandes amores de su vida.
No era un buen momento para tener un bebé.
Anna se detuvo justo frente a él, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
―¿Tú en qué estás pensando?
Él se encogió de hombros.
―En nada. Solo caminaba contigo.
―Prácticamente conozco todas tus expresiones. Sé que estás pensando en algo que te preocupa. Dime.
―No es nada, Anna. Solo pensaba.
―Ah, por favor. Los dos sabemos que terminarás diciéndome. Suéltalo ya.
Él hace una mueca. Tiene razón.
―Es posible que haya sido un poco brusco hace rato. No quiero que pienses que no quiero tener hijos. Porque quiero. Solo que no ahora. No significa que si estuvieras embarazada no me haría cargo. Lo haría aunque no me siento preparado para un bebé. Es solo que no es el momento. Ya de por sí nos saltamos muy rápido al compromiso, aunque para mí está muy bien. Me gusta que lleves mi anillo en tu dedo.
―Ni modo que lo lleve en la cabeza, ¿cierto?
Charles pone los ojos en blanco.
―Lo tenías que hacer, ¿verdad? No puedes quedarte callada.
―Me gusta hablar tanto como me gusta comer. Probablemente deba empezar a darle uso a ese posiblemente enorme gimnasio en casa.
―Deberíamos hacer ejercicio juntos.
―No sé si pueda seguirte el ritmo.
―Si lo haces en la cama, puedes hacerlo en un gimnasio.
Ella fingió no escucharlo.
―Te conseguiré hielo para la calentura, cariño ―bromeó―. ¿O prefieres carne congelada?
―Prefiero la tuya. Caliente.
Anna se giró bruscamente.
―Detente, ahora. Si alguien nos escucha...
Charles agitó los hombros.
―¿Qué puede pasar? Ya han publicado fotos donde estoy desnudo. No creo que una conversación erótica con mi prometida sea peor que eso.
―Tú estás muy erótico hoy. Quiero que te relajes ahora mismo ―lo señaló con el dedo―. No quiero ningún comentario. Ni uno solo.
Ignorándola, dejó caer el brazo derecho sobre sus pequeños hombros y la atrajo hasta su pecho. Anna presionó los labios sobre el mismo.
―¿Qué dijiste que nos faltaba? ―le preguntó él.
―La harina y los huevos.
―Entonces vamos por ellos.
Minutos más tarde se encontraban haciendo fila. Mientras esperaban, Charles se aseguró de envolverla tanto como pudo y ella, feliz, dejó que sus largos brazos escondieran su pequeño cuerpo. Se sintió muy calientita. Deseó estar en la cama para evitar que la soltara.
Charles no permitió que Anna cargara ni una sola bolsa hasta llegar al auto. Después de guardarlas, se instaló en el asiento del conductor y partieron de inmediato.
―Anna, ¿segura que no falta nada?
―Estoy segura.
―¿Lo revisaste bien?
―Sí.
―Eso espero, porque no quisiera venir dos veces en un día.
―Me parece que estás en tu modo príncipe.
―No estoy en ningún modo. Ahora, necesito que escuches con mucha atención lo que te voy a decir.
Anna despegó los labios para hablarle justo en el momento que el auto comenzó a reducir la velocidad hasta detenerse en la orilla.
―Espero que me esté equivocando, pero ¿estás deteniéndote por alguna fantasía sobre tener sexo en el auto en medio de la calle? Por favor dime que no, porque no puedo hacerlo.
Él la miró fijamente, lo que a ella la hizo temblar. Se preguntó cómo pudo encontrar sus ojos a pesar de la oscuridad.
―En serio, mujer ¿Por quién me tomas?
―Por el hombre que me dejaría en paz si pasaba tres noches en su cama.
―¿Eso qué tiene que ver?
―Que desde que nos conocimos todo lo que había en tu cabeza era sexo.
Charles pone los ojos en blanco.
―Está bien, tú te lo buscaste. Aclaremos esto: ¿cuántas noches has pasado en mi cama? Apuesto a que ni siquiera las recuerdas. La pasas bien conmigo, yo la paso bien contigo. No existe una sola parte de tu cuerpo que no conozca y me gusta. Tu cuerpo me gusta. Maldita sea, me gusta mucho, pero, si a esas vamos, me gustas entera ¿Qué hay de malo que me guste el sexo? ¿A caso a ti no?
Anna se cruza de brazos.
―Yo no he dicho que no.
―¿Entonces por qué siempre lo haces? Al principio, bueno, era un poco más comprensible, pero ahora me parece estúpido. Te pido que vivas conmigo, compro una casa para ambos, te doy el anillo de mi madre ¿Qué más tengo que hacer?
Anna inspiró bruscamente.
―¿EL ANILLO ES DE TU MADRE? ―chilló.
―¡SÍ, EL ANILLO ES DE MI MADRE! ―gritó en respuesta―. ¡EL AUTO ES MÍO, LA CALLE ES DE INGLATERRA Y TÚ ERES MI PROMETIDA!
Anna respiró la tensión de su pequeña rabieta, el aura pesada en torno a él. Aguardó en silencio unos minutos, hasta escucharlo suspirar, liberándose de lo que lo haya hecho gritar.
―Sí, te di el anillo de mi madre ―murmuró lo suficientemente alto para que ella pudiese escucharlo―. Tiene un valor sentimental para mí, ¿lo entiendes? Fue una de las pocas cosas materiales que ella adoraba. Siempre lo llevaba consigo. Tengo recuerdos de ella hablándome sobre lo que significaba ese pequeño anillo de plata. Me pareció buena idea dártelo porque...porque...
Anna lo escuchó suspirar. Casi parecía un animal herido en busca de auxilio.
―Te lo dije una vez, Anna. Me recuerdas mucho a ella. No físicamente, sino en esa encantadora forma de ser. Era astuta, leal, divertida y se conformaba con esas pequeñas cosas que le alimentaban el alma. Si alguien merecía llevar ese anillo eras tú.
―Charles ―susurró―. No me molesta llevar su anillo. Simplemente me sorprendió. No creí que me darías algo de tu madre, mucho menos cuando es tan valioso para ti.
Él sonrió, consciente de que ella no podía ver su expresión por la oscuridad que se cernía sobre ambos.
―Bueno, lo cierto es que también eres valiosa para mí.
Anna se inclinó un poco para besarle sonoramente la mejilla.
Entonces lo vio. Vio el destello del arma al otro lado del cristal en el asiento del conductor. Una sombra altísima estaba parada junto al auto. Anna despegó los labios para gritar, poniendo sobre aviso a Charles. Alarmado, giró la cabeza hacia su derecha.
No había de qué alarmarse. Solo era uno de los guardias.
Devolvió la vista a Anna, buscando sus manos temblorosas en la oscuridad hasta alcanzarlas.
―Vamos, tranquila. No te asustes. Solo es uno de los guardias.
Le soltó las manos para abrir un poco el cristal. El frío se coló al interior del auto. El guardia se agachó hasta que Charles pudo verle los ojos.
―Disculpe, Su Alteza. Solo queríamos asegurarnos de que todo esté en orden. El auto se detuvo y no volvió a avanzar.
―Hicimos una parada para conversar. Todo está bien.
«Todo está bien». Esas tres palabras resonaron en la mente de Anna como una burla. Si todo estaba bien, ¿por qué no podía parar de temblar? ¿Por qué sentía ese tonto impulso infantil por echarse a llorar?
Solo podía pensar en el destello del arma que le colgaba al hombre de la cintura. No, no se sentía segura. No mientras aún pudiera verla. No mientras Carter apareciera en su memoria, apuntándole con una directamente a la cabeza. No cuando recordaba con exactitud el sonido del disparo muy cerca de su oído.
Sintió como la frente comenzaba a cubrírsele por una capa de sudor.
―Nos iremos en un momento ―lo escuchó decir.
Se aferró a la cerradura con su mano temblorosa. Intentó abrirla calmadamente. Le costaba respirar, como si se encontrara en una habitación sin una sola ventana, a pesar de encontrarse abierta la ventanilla del conductor. Se desesperó al no poder abrirla, por lo que comenzó a dar golpetazos con las palmas abiertas.
Cuando Charles se percató de aquello, apresuró a quitarse el cinturón de seguridad para envolverla entre sus brazos. Anna no paraba de luchar. La vio despegar los labios para comenzar a gritar.
―¡Anna! ―gritó también en un intento por calmarla.
Ella giró un poco el rostro, pero lo único que vio fue, nuevamente, el destello del arma.
―¡NO, NO, POR FAVOR! ―chilló.
Charles aumentó la fuerza del agarre hasta que ella apenas pudo moverse.
―Anna, te...te vas a hacer daño ―musitó con dificultad, ignorando el dolor que comenzaba a nacer en sus muñecas.
Lejos de calmarse, todo lo que ella hizo fue continuar con el griterío. Gritó tan fuerte que a Charles comenzó a dolerle la cabeza. Ella mantuvo el forcejeo, y él sintió como los músculos de sus brazos se tensaban cuando pronunció su nombre.
―¡CARTER, NO, POR FAVOR!
Casi en automático, él la liberó. Anna se movió dentro del auto para alejarse de él. Tenía la espalda pegada a la puerta, las manos presionándole los oídos y los ojos cerrados.
―Anna ―pronunció su nombre con suavidad para no asustarla―. Abre los ojos. Yo no soy Carter. Soy Charles. Tienes que mirarme.
No pareció que aquellas palabras surtieran algún efecto en ella, porque se mantuvo exactamente igual. Temió que, si se acercaba, ella podría asustarse.
¿Pero cómo podía ayudarla? Ni siquiera sabía que había pasado. Aquello fue una secuencia de hechos disparejos: discusión, confusión, gritos. ¿Cómo habían llegado a aquello?
A una mujer que parecía muerta de miedo en una esquina del auto, intentando todo lo posible por mantenerse alejada de él, como si...como si le temiera.
Pero no era a él. Era a Carter. Todo ese griterío comenzó cuando ella vio al guardia, el mismo que se encontraba inclinado hacia la ventanilla preguntándose que era lo que estaba sucediendo.
Entonces la vio. Vio el arma plateada en su cinturón y las piezas de aquel enigma finalmente encajaron.
―¿Puedes, por favor, apartarte del auto? ―le pidió, intentando no levantar demasiado la voz―. O al menos desaparece el arma. Quizá es mejor si desapareces completo.
Charles golpeó el volante con fuerza en respuesta a su negativa.
―¡Regresa al auto!
Intentó acercarse a ella cuando, finalmente, el guardia obedeció la orden. Se aseguró de mantener la voz tranquila y no darle en ningún momento la impresión de que iba a lastimarla.
―¿Anna? ―la llamó―. No te voy a hacer daño. Tú lo sabes muy bien.
Ella ni siquiera se movió. Casi parecía una estatua.
―Me tomó un momento, pero lo entendí. Fue el arma. Te asustaste.
Él se movió un poco más cerca.
―Tal vez pensaste que era Carter, pero solo era uno de esos increíblemente inoportunos guardias que venían con nosotros. Dejaré que le des un puñetazo por haberte asustado. O puedo dárselo yo. Lo segundo me gustaría mucho.
Esperó unos segundos. La vio moverse un poco. Sus pequeños ojos parecían debatir entre mantenerse cerrados o abrirse.
―Sabes que no dejaré que nadie te lastime ―se movió un poco más hacia ella―. Puedes darme un puñetazo por ser el idiota que se le ocurrió la brillante idea de detenerse en medio de una calle oscura. Lo admito. No soy el de los planes brillantes.
Aunque estaba bastante oscuro, le pareció que una sonrisilla se le formaba en los labios.
―Anna, abre los ojos ―musitó suavemente para que no pareciera una orden.
Entonces ella lo hizo y un torrente de lágrimas abandonó sus cansados ojos verdes.
―Si realmente supieras los hermosos ojos que tienes nunca llorarías ―se le acercó un poco más, hasta que la palanca de cambios le impidió moverse―. Pero llorar no los arruina. Aún son un par de bellos ojos.
Anna saltó sobre él antes de darle la oportunidad de recibirla entre sus brazos. Aún así, se las arregló para sostener a la mujer que sollozaba en su cuello, murmurando un montón de disculpas que no tenían sentido.
Él echó un poco la cabeza hacia atrás para besarle la frente. Bajó los brazos hasta enrollarle la pequeña cintura, y ninguno volvió a moverse. Mientras ella sollozaba su miedo, oculta en su cuello, él la mantuvo tan cerca de sí mismo tanto como le fue posible.
Solo fue capaz de separársele un poco cuando la escuchó decir su nombre.
―Charles ―Anna levantó un poco la cabeza, pero nunca lo miró a los ojos―. Quiero irme a casa.
―Está bien. Te llevaré a casa, pero tienes que moverte, cariño.
Él pudo notar aquella sonrisita burlona estampada en su rostro gracias al tenue resplandor de la luna.
―Definitivamente no me estaba refiriendo al sexo ―dijo él―. Tienes que moverte al otro asiento.
―Yo jamás dije que te referías al sexo.
―Me conozco el significado de esa sonrisa.
―Está bien.
Se movió de vuelta a su asiento. Charles cerró la ventanilla mientras ella se ponía el cinturón de seguridad. Después, prosiguió a ponerse el suyo y partieron de inmediato.
Sin hacérselo notar, Charles se mantuvo todo el camino observándola de reojo. Parecía estar bastante más calmada ahora, lo que le permitió procesar todo aquello debidamente.
Probablemente haya tenido un ataque de pánico y lo único que necesitó para desatarlo fue el arma. Recordar el terror dibujado en sus ojos le creaba una enorme ansiedad en el pecho.
Ha perdido el control completamente con tan solo ver un arma. Eso es lo que Carter ha creado en ella: un constante estado de estrés y ansiedad que explotó en un ataque de pánico.
Aferró ambas manos al volante para controlar su furia.
«Maldito hijo de puta», masculló en su mente.
―¿Estás enojado conmigo? ―la escuchó.
Él frunció el ceño automáticamente.
―¿Por qué estaría enojado?
―Por la forma en la que sujetas el volante.
Casi al instante aflojó un poco el agarre, relajando sus músculos tensos.
―No estoy enojado contigo, Anna ¿Por qué lo estaría?
―Porque me comporté como una loca histérica.
Charles sacudió la cabeza.
―No estás loca.
―Tal vez no ahora, pero a este ritmo no tardaré en perder la cabeza. Sé que te has dado cuenta que tengo algunos problemas para dormir. También tengo pesadillas. Ahora resulta que me pongo a gritar solo por haber visto un arma. Todo ha cambiado desde...
―Desde el accidente ―la interrumpió―. Claro que lo he notado, Anna, pero no significa que estés volviéndote loca. Has estado sufriendo de mucho estrés y el mismo te provoca ansiedad.
Cuando le echó un vistazo de reojo, el asiento estaba hacia atrás y ella se acurrucaba consigo misma.
―¿Sabes de qué van mis pesadillas? ―susurró―. Al principio solo era el auto. Creí que podía manejarlo, pero después se sumó Carter. En mi última pesadilla, él estaba apuntándote a la cabeza con un arma. Me decía que, si me movía, tu muerte sería mi culpa. No recuerdo muy bien cómo termina. Solo sé que me desperté cerca de las tres de la mañana y que estaba aterrada. Quizá por eso no lo recuerdo.
Charles la miró fijo durante unos segundos antes de devolver la vista a la carretera.
―¿Por qué nunca me lo dijiste? ―gruñó.
―Creí que si no lo hablaba se me olvidaría. Es lo que hice una vez, cuando salí a prisión ―suspiró―. Lo cierto es que no me funcionó y mis padres decidieron que era buena idea que fuera con un psicólogo.
Charles lo comprendió al instante.
―No quieres que te vea un psicólogo ―dijo.
―No quiero contarle mis problemas a un extraño.
―Pero tampoco se lo cuentas a tu prometido.
A él le pareció escuchar una risita.
―A veces olvido que eres mi prometido. Es un poco extraño. Hasta hace unos meses era una mujer soltera que trabajaba en un taxi. También llevaba cinco años en abstinencia.
―Posiblemente algún hombre intentó algo, pero no se lo permitiste. No lo sé, un coqueteo tal vez.
―No quería confiar en alguien otra vez. Creo que estaba un poco asustada.
―Bueno, ciertamente no confías totalmente en mí. De ser así me habrías contado sobre esas pesadillas.
Anna lo observó fijamente. Él no parecía molesto, al menos ya no, a pesar de que sus palabras eran una clara acusación.
Charles pensaba que ella no confiaba en él.
Parpadeó, cansada, y separó los labios para bostezar. Entonces sonrió un poco.
―Yo si confío en ti ―musitó—. Confío en ti ciegamente.
A Charles le agradó escuchar aquello.
Después, no escuchó nada más. Cuando volteó la vista hacia ella, Anna se encontraba profundamente dormida en el asiento del pasajero. Charles puso los ojos en blanco antes de sonreír. Supuso que solo ella podía hacer tal cosa: tener un ataque de pánico, recuperarse de él y después, simplemente, quedarse dormida en medio de una conversación.
Él enfocó la vista en el camino y se concentró en llevarla a casa, mientras iba moldeando lentamente en su mente alguna estrategia para aliviar la ansiedad que torturaba al bello milagro dormida a su lado.
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