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Capítulo cincuenta y dós | VO

Las dos horas de viaje finalmente culminaron. Aun así, él se aseguró de que ella no pudiese ver nada, pidiéndole, diez minutos antes de que la camioneta se detuviera, que cubriera los ojos con el pañuelo negro que había sacado del bolsillo de su pantalón. 

―¿Ya puedo mirar? ―le preguntó ella.

Charles suspiró a modo de respuesta. Había perdido la cuenta de cuantas veces realizó aquella pregunta en los últimos minutos.

―Ten un poco más de paciencia, mujer.

Pero ella ya utilizó parte de su paciencia durante los cinco minutos que llevaba de pie.

―Eres nuevo en esto de tener experiencia con una sola mujer, Charles, así que te daré un consejo: no le pidas paciencia a una mujer. Eso puede inquietarla más.

―¿Experiencia con una sola mujer? ¿A qué te refieres?

―Que no estás acostumbrado a compartir todo con la misma mujer. Especialmente la cama.

―Es muy sencillo. Lo hago contigo porque eres mi única mujer.

―No...sí...bueno. No soy tu única mujer. Quiero decir.... Has dormido con otras.

―No, no he «dormido» con otras. Solo he tenido sexo con ellas. Son acompañantes efímeras. Tú eres mi única mujer.

A Anna se le derritió el corazón, y no pudo reprimir la sonrisita boba.

―¿Soy tu única mujer? ¿En serio?

Se hizo un silencio de algunos segundos. Después, sintió los cálidos labios de él estamparse en su mejilla.

―Por supuesto ―lo oyó decir―. No sé por qué aún lo dudas.

El aliento de él le golpeó en el cuello. Olía a café, ese delicioso café que le ofreció en el camino.

―¿Ya puedo quitarme el pañuelo?―preguntó ella―. No sé si lo recuerdes, pero anoche dijiste que tenía un boleto para pedir lo que yo quisiera.

―No lo utilices ahora. Podrías darle un mejor uso más tarde.

―¿En la cama, por ejemplo? ¿En ese probablemente nuevo colchón sin estrenar dentro de la casa rodante? 

―Anna, tengo guardias por aquí y nos están escuchando. Además, si un colchón es nuevo desde luego que está sin estrenar.

―Ah, ¿entonces ahora eres el hombre cohibido que le avergüenza hablar de sexo y yo soy la pervertida que lo adora?

―No.

―Bien. Así que supongo que no te molestará seguir con esta conversación.

―Anna...

―¿Qué? ―dejó escapar una risita―. No deberías molestarte. Después de todo eres la máquina de preparen, apun...

―Muy bien, suficiente ―gruñó―. Todos ustedes, dispérsense en este instante. No los necesito tan cerca. 

Anna escuchó el sonido de los pasos hacerse cada vez más bajo a medida que se alejaban. 

―Muy hábil, Mawson. Eres experta en sacarme de mis casillas.

―¿Yo? Pero si no he hecho nada.

―Resolveremos este pequeño desacuerdo donde mejor sabemos hacerlo.

Él no le permitió la oportunidad de responder a su comentario, porque casi en el mismo instante que paró de hablar lo sintió desatándole el apretado nudo del pañuelo.

―Tienes que mantener los ojos cerrados de todas formas y no podrás abrirlos hasta que te lo indique.

―Comienzas a ser increíblemente molesto, querido. 

―Sopórtame un poco más.

―He ahí el problema. Me toca soportarte por el resto de mi vida.

―A mí también me toca hacerlo contigo y no me estoy quejando.

―Atrevido.

Él dejó escapar una carcajada. La sujetó del antebrazo y la hizo moverse un poco hacia izquierda.

―Muy bien, ya puedes abrirlos. 

Ella acató la orden de inmediato.

Oh...la vista le cortó el aliento, y se aferró a su mano para no desfallecer.

Frente a ella estaba el inicio del atardecer que se veía aún más encantador desde el acantilado, cubierto por el césped húmedo y los altos árboles, donde ambos se hallaban. También pudo observar el lago más allá, brillando por el reflejo del atardecer sobre sus aguas.

―Esto es maravilloso ―murmuró ella con una enorme sonrisa estampada en su rostro.

―Es un lugar muy apartado y tranquilo. La gente solo pasa por aquí en los veranos cuando hace un poco más de calor. 

Él apuntó el dedo hacia el lago.

―Ese es el lago Hechton, uno de los más pequeños del país.

―Espero que no lo menciones con la intención de ir a nadar un poco, porque tenemos dos problemas: hace mucho frío y yo no sé nadar.

Él la abrazó desde atrás, envolviéndola casi por completo.

―Por supuesto que no. Para eso tenemos una piscina en casa.

―Piscina o no piscina, yo no sé nadar. Punto final.

―Por suerte estás comprometida con un hombre multitalentoso que te enseñará.

―Pues yo no he visto al hombre miltitalentoso nadar ¿Qué tal es un pésimo nadador?

―Cariño, si algo no hago bien es no pensar en ti, desnuda. Lo demás se me da magníficamente.

―Tú sí que tienes tus capacidades en la cama en una calificación muy alta.

―Y es algo que tú puedes dar por hecho. 

―Yo y otras diez mil mujeres.

―Bueno, si de algo sirve ―él acercó su rostro hasta que los labios le tocaron la oreja izquierda―hay un par de cosas que le he hecho a tu cuerpo que no le había hecho al de nadie más.

Anna cerró los ojos y dejó que su cuerpo se sobrecargara con la excitación que le provocaban sus palabras.

―¿No te gustaría conocer el interior de nuestra pequeña casa?

A ella se le curvearon un poco los labios.

―Me gusta la forma en la que dices «nuestra». No es que lo digas en un tono especial, es solo que se siente bien. En realidad no sé cómo explicarlo. Debería ser fácil explicar lo que uno siente.

Sin pronunciar palabra, le estampó un beso en la mejilla y la tomó de la mano para llevarla hasta la casa rodante que se situaba a pocos pasos detrás de ellos. Revisó rápidamente que las ruedas estuvieran aseguradas antes de abrirle la puerta corrediza y permitirle entrar.

Se veía mucho más acogedora y amplia que en el catálogo. El diseño interior era rústico, donde los colores cafés, beige y azul predominaban en la decoración y los muebles estaban hechos de madera. El baño se ubicaba al final, en la izquierda, después de pasar la cocina. La misma tiene tres compartimientos para almacenar la comida y uno más pequeño para los platos, vasos y cubiertos. También posee un lavaplatos, una estufa y un refrigerador. Junto a la cocina había una pequeña mesa con dos sillas. A pocos pasos de la misma se encontraba el sofá café decorado con dos cojines azules y uno beige en medio. Frente al mismo, Charles vio el televisor colgado en la pared. 

Tres pequeños escalones al fondo de la derecha llevan hasta el abierto dormitorio donde no hay más que la cama y un armario café para la ropa y los zapatos. Arriba, donde debería haber una cabecera, hay una ventana rectangular, como el resto de las ventanas.

Vio a Anna dar saltitos mientras se cubría la boca con ambas manos.

―¡Es perfecta, me encanta! ―se le lanzó a los brazos, envolviéndole las piernas alrededor de la cintura y los brazos alrededor del cuello―. ¡Eres el mejor novio del mundo! Toda chica debería tener uno como tú.

Ella le forró el rostro de besos, y él, en silencio, agradeció que no los tuviera pintados con labial.

―No entiendo como tuviste tiempo de organizar mi cumpleaños y este viaje ¿A caso eres un mago? 

―No, pero soy un príncipe, uno al que le gusta mimar a su chica. 

De alguna manera, Charles se las ingenió para no soltarla y cerrar la puerta corrediza al mismo tiempo. Se tambaleó un poco hasta llegar al sofá donde se desplomó. Anna se acomodó, colocando las piernas a ambos lados de su cintura, pero nunca le quitó los brazos del cuello.

―Ya que mencionas lo de mirar y eso ―Anna torció un poco la boca―. Es lindo y todo, pero necesito un empleo.

Charles levantó una ceja.

―¿Tú para qué lo necesitas?

―¿Para qué uno necesita un empleo, genio?

―Para pasar malos ratos y envejecer antes de tiempo porque desprecias tanto a tu jefe que llegas a casa con dolor de estómago.

―Dramatismo no, por favor.

―Está bien. Pasemos al siguiente tema.

―No. Hablemos del empleo. Necesito uno.

―Es en serio, ¿para qué lo querrías? 

―He trabajado desde muy joven y eso de ser «la mantenida de un hombre» no va conmigo. 

―Tener que soportarme todo el tiempo ya es un trabajo bastante difícil. Todo lo que te doy es tu paga.

―Pues no está bien. Quizá no tenga un diploma universitario ni mucha experiencia en algo más que coches, pero seguro puedo trabajar en algo. Darcey es tu asesora ahora, pero yo podría ser tu asistente. 

―Apoyo la moción solo por verte en un apretado vestido.

―Bueno, es algo con lo que puedo lidiar, siempre que me des el empleo. Soy puntual, responsable y...

Él le pinchó la barbilla con los dedos y le acercó el rostro para estamparle un sonoro beso en la boca. 

―Bien, aunque no lo necesites, tienes el empleo. Pero ―sonrió contra su boca―, tendrás que utilizar un uniforme especial que pediré para ti.

Ella entrecerró los ojos.

―¿Debo preocuparme? ¿Tendrá grandes escotes? ¿Será muy ajustado?

―Tendrás que esperar.

―No puedo. Tienes que decírmelo en este momento.

―No, y en tu lugar disfrutaría de este momento y de este lugar, porque al volver me convertiré en tu jefe. 

Ella refunfuñó palabras que no pudo comprender. Se levantó torpemente y caminó hasta la cocina. 



Anna se llevó la taza de café a la boca mientras observaba el amanecer desde la ventana rectangular de la cocina. Vio que eran pasadas de las siete de la mañana en el teléfono de Charles. Las mañanas pasaban muy lentamente en aquel callado y tranquilo lugar. Mientras daba sorbitos al café, se preguntó que estaría haciendo su familia en este momento. 

Solo ha hecho una llamada diaria los tres días que ha estado allí, pero las conversaciones eran extensas y siempre hablaba con todos. Valerie le contó que Alice estaba un poco inquieta e insoportable aún, pero se distrae bastante con Abraham. Ambas saben que él lo hace para evitarle disgustos tanto a ella como a Charles. Tanto John como Valerie están considerando volver a Liverpool y retomar sus empleos. Abraham debía volver pronto a Paris para reorganizar su exposición. Aunque Alice estaba reticente en dejar a su hermana sola, tenía que cumplir con ciertos compromisos. Zowie y Peete se mudarán en una semana a su nuevo departamento. Pronto, su familia volverá a su vida normal. Al colgar, se lanzó a los brazos de Charles y lloró cerca de una hora. Se había acostumbrado a compartir con ellos todo el tiempo. La tarea de Charles fue hacerla sentir mejor por los siguientes dos días, y ciertamente era bueno cumpliendo con sus tareas.

La puerta corrediza del baño se abrió con lentitud, y él salió del mismo completamente desnudo, secándose el cabello con la toalla. Ella se mordió el labio y fingió que no se había percatado de su desnudez. 

―¿El desayuno ya está listo? ―preguntó él―. ¿O tengo que suplicar por él?

―No, ya está ―señaló hacia la mesa con la barbilla.

Él le depositó un sonoro beso en el cuello. Anna lo miró caminar hacia la mesa de reojo. 

―¿No piensas ponerte algo de ropa? ―preguntó ella sin mirarlo.

―No.

―¿Entonces andarás desnudo por toda la casa?

Charles asintió una sola vez. Se acomodó en la silla y atrajo hacia sí la tableta electrónica que descansaba sobre la mesa. Tomó uno de los panes tostados y se lo llevó a la boca. Al morderlo, un poco de la mermelada de uva se le escapó por las comisuras. Deslizó la lengua por sus labios para limpiarse. A Anna no le pudo parecer más sexi. 

Aparta la mirada y continúa bebiendo de su café. Casi al instante lo escucha silbar.

―Tú, la mesera sexi ―le guiña el ojo cuando ella gira la cabeza hacia él―. Ven aquí. Quiero mostrarte algo.

Anna dejó la taza de café en el lavaplatos y se le acercó dando pasos pequeños.

―¿Qué quieres de mí?

―La verdad, todo. Pero mira ―le acercó la tableta―. En la noche se estará celebrando un evento en el pueblo. Es la presentación de una colección de joyas.

―¿Y? ―agitó los hombros mientras hablaba.

―¿No te gustaría ir?

―Nunca he ido a una de esas cosas. Además, no tenemos ropa para un evento tan elegante.

―Afortunadamente existe un lugar llamado «tienda de ropa» y algo de nombre «dinero» que te permite adquirirla.

Anna le dio un golpecito en el hombro y después lo señaló con el dedo índice.

―Vamos, Anna ―le dijo él, y en su tono de voz había una súplica―. La pasaremos bien.

―¿Tanto te aburres aquí conmigo?

―No, por supuesto que no. Es solo que no he salido en un buen tiempo.

―Fuimos a un pub hace unos días.

―Pero no me divertí tanto como quisiera. 

―¿Y ver un montón de joyas es tu idea de diversión? 

―Habrá muy buena comida.

Ella hizo una mueca mientras lo pensaba.

―Comer es mi idea de diversión, así que hemos llegado a un trato, querido.

Él sonrió, victorioso. 

Se levantó de la silla al terminar de desayunar y buscó en el armario algo cómodo que ponerse. Anna permaneció sentada en la cama viéndolo vestirse con una sonrisa boba estampada en el rostro.

―No he recibido mi beso de buenos días ―murmuró ella―. Creo que lo merezco, ¿no? Te hice un rico desayuno. 

Él se dio la vuelta para mirarla, pero los ojos de Anna se desviaron hasta su cintura, para observar el juego de sus manos mientras se abotonaba el pantalón de mezclilla. 

―No me dejas besarte hasta que me haya cepillado los dientes.

A Anna le tomó varios segundos desviar la mirada hasta sus ojos azules.

―Pues ya lo hiciste ―sonrió coqueta―. Me muero por ese beso de b...

La boca de Charles estaba sobre la de ella antes de que pudiese terminar de expresar su deseo. Al instante, Anna le echó los brazos al cuello para acercársele más. Gimió victoriosa cuando sus pechos golpearon el pecho de él. 

Charles se separó un segundo para respirar, pero apenas se halló repuesto volvió a poseerle la boca.

―Bueno ―jadeó ella―. A eso le llamo un beso de buenos días.

Charles sonrió contra su boca. No fue hasta ese momento que se percató de la posición incómoda en la que estaban: la espalda de Anna doblada de acuerdo a los bordes de la cama y él cediendo todo el peso de su cuerpo sobre ella. La sujetó de la cintura y se puso de pie. 

Anna le estampó un beso en la mejilla. 

―Vamos, nene. Tenemos que ponernos algo decente para salir a comprar algo elegante. 



―¿Qué tan formal hay que ir? ―le preguntó ella, deslizando el dedo índice por los largos vestidos de gala colgados en el largo perchero.

―Formal, Anna ¿Qué significa ir formal?

Ella lo miró con los ojos entrecerrados. 

―Sé boxear. No lo olvides.

Él levantó ambas manos por encima de su cabeza. Caminó hacia el mostrador 

y cruzó un par de palabras con la muy guapa pelirroja. 

Charles señaló en dirección a Anna y después desapareció por el pasillo que llevaba hacia la sección de caballeros.

La pelirroja se le acercó segundos más tarde. Tenía una bonita sonrisa en el rostro y unos grandes ojos color chocolate.

―Bienvenida, señora. Soy Avery. Le asistiré en el escogido del vestido, los accesorios y los zapatos.

Señora. No importaba cuantas veces la llamaran de ese modo, le seguía resultando difícil de acostumbrarse. Desde luego, es parte del protocolo. Suelen referirse a las esposas de los príncipes como «señora», pero ellos aun no estaban casados. Sin embargo, todo el personal que mantenía contacto con ella parecía haberse adaptado a la idea contraria. 

O quizá Charles se los había ordenado. Era difícil saberlo. 

Se frotó la frente y le sonrió a la pelirroja.

―Soy Anna. 

―¿Está buscando un vestido en especial, señora?

―Mm, no. Nunca he tenido que escoger un vestido elegante para ir a un evento de ricos. 

―Tenemos un par de vestidos que de seguro le sentarán maravillosamente por su tipo de cintura.

Anna desvió la mirada hacia sus caderas. 

―¿Son muy anchas?

―¿Le parecen anchas?

―¿Lo son?

Avery dejó escapar una pequeña carcajada. Casi parecía una risita elegante. Al parecer hasta para reírse había que tener clase, y su risa podría despertar a casi media Inglaterra.

―Creo que sus caderas están bien proporcionadas. Por favor, no vaya a malinterpretarme. Es mi trabajo escrutar el cuerpo de nuestras clientas para hallar el vestido perfecto.

Aún así, Anna sintió su mirada inquisidora como una crítica. No estaba acostumbrada a que alguien la observase y analizase tanto.

―Su tono de piel es olivácea. Definitivamente el color perfecto para su piel es el rojo.

―Suelo escoger lo que me parezca bonito. Ni siquiera sabía que mi piel era olivácea. 

―Siempre es bueno saberlo ―inclinó la cabeza hacia el pasillo de la izquierda―. Venga conmigo. Le mostraré sus opciones.

Anna rechazó los primeros tres casi sin dudarlo. Los tres tenían un escote halter y se ajustaban demasiado a su cintura, pero cada negativa parecía motivar más a Avery para seguir en la contienda, trayendo uno tras otro hasta que el último logró captar la atención de Anna.

No era un vestido fuera de lo común. De hecho, era muy sencillo, sin ningún tipo de pedrería ni encajes bonitos. Solo un largo vestido de un rojo escarlata con un corte hasta poco más arriba de la rodilla en la pierna derecha, un escote sobre los hombros en la parte de los brazos y un escote palabra de honor en el pecho. Quizá lo que le gustaba de él era su sencillez, y por tal razón era el que quería. Ningún otro.

―Este ―le dijo―. Es perfecto. No me gusta la ropa extravagante. Mientras más sencilla, mejor luce.

Anna miró a Avery a través del espejo. Estaba de pie junto a un buró, y sobre él había unos zapatos de tacón de aguja, de un color crema y con correas sobre el dorso del pie y alrededor del tobillo. También había un bellísimo collar con seis flores hechas con diamantes y una perla blanca en forma de lágrima como pendiente.

Pero si algo realmente pudo despertar la curiosidad en ella, era la caja rectangular que Avery sostenía.

―Debería probarse esto ―le dijo mientras sonreía.

Anna levantó la falda del vestido para bajar del mueble tapizado donde se encontraba.

―¿Qué es? ―le preguntó cuando la tuvo enfrente.

―Se lo mostraré cuando termine de arreglarla. Peinado y maquillaje a la orden.

―Esta es una boutique muy completa.

Ella sonrió con orgullo.

―Deberá quitarse el vestido. Es para evitar el riesgo de mancharlo con maquillaje. 

―Está bien.

Casi una hora más tarde, Anna estaba parcialmente lista. Se miró en el espejo para descubrir su cabello castaño recogido, con algunos risos muy pequeños cayéndole en los hombros y en el rostro. Avery utilizó en ella un maquillaje ligero que le resaltaba los ojos. Tenía puesto un labial rojo del mismo color del vestido. Anna sonrió al reflejo de Avery en señal de aprobación. 

La vio moverse en dirección a la caja misteriosa y caminó con ella hasta tenerla en frente. Avery abrió la caja con suma lentitud, pero su contenido finalmente quedó expuesto. 

Oh...lencería. Sintió como las mejillas se le calentaban.

―Tampoco suelo usar lencería ―admitió.

―Pruébesela.

―¿Aquí permiten que las clientas se prueben la lencería?

―No, pero sé que una vez la tenga puesta la querrá. Tengo ese don especial.

Anna dudó un poco.

―¿No se verá? El vestido tiene un corte en la pierna.

―No, no lo hará.

Lo pensó un par de segundos más, pero finalmente la aceptó. Avery le entregó los tacones antes de que desapareciera tras la cortina del probador.

Colocó la caja sobre el asiento, puso ambas manos en su cadera y observó el conjunto de lencería dentro de la caja. Era de color crema, apenas un poco más oscuro que su color de piel, pero tenía bonitos diseños con encajes en ambas prendas. Venía con unas medias, también de color crema, y tirantes negros. 

Comenzó a morderse la uña del pulgar derecho ¿Debería ponérselo? La lencería siempre le había parecido tan intimidante, y está en particular era muy...sexi. El sujetador no tenía tirantes, así que pasaría desapercibido en el escote. 

¿Debería...?

Asintió y negó con la cabeza varias veces hasta soltar un «sí» en voz baja. Antes de que se arrepintiese, se deshizo del albornoz y se concentró en enfundarse con las prendas, evitando mirarse en el pequeño espejo de la pared. 




Charles se miró al espejo una vez más para asegurarse de que su atuendo estuviese en orden: camisa azul marino, chaqueta azul índigo y pantalón de lino blanco; la correa y los zapatos se combinaban con un color caramelo. Optó por no llevar corbata, sino un pañuelo rojo escarlata en el bolsillo de la chaqueta. 

Giró sobre sus talones y avanzó por el pasillo hasta llegar a la recepción, donde se encontró a la pelirroja.

―¿Anna ya está lista? ―le preguntó.

―Está poniéndose el vestido, Su Alteza.

―¿Y en dónde está?

La mujer señaló hacia el pasillo de la derecha con la barbilla y él le agradeció con un asentimiento. Movió los pies hacia esa dirección hasta toparse con una gruesa cortina gris. La deslizó un poco y la visión avasalladora de su hermosa mujer quedó al descubierto para él.

Anna estaba pasmosa, enfundada en un conjunto de lencería color crema con detalles en encaje negro que marcaba cada uno de los detalles favoritos de su cuerpo. El sujetador sin tirantes bordeaba la curva de sus senos y las bragas de cintura alta realzaban sus curvas. Los tirantes sujetando las medias a los muslos, y luego los tacones que alargaban sus piernas, fue más de lo que pudo soportar.

Oh, Anna nunca usaba lencería, salvo por el conjunto semi translúcido que utilizó en su cumpleaños, y se preguntó por qué. Por qué no la veía enfundada en tales conjuntos, si podía darse ese lujo ¿Será que ella no lo veía? ¿No veía lo arrebatadoramente bella que era? Porque él no podía evitar recorrer cada pequeña parte de su cuerpo, de arriba abajo, una y otra vez, con la boca entreabierta para ayudarse a respirar.

Anna se detuvo frente al espejo y giró varias veces, colocando las manos sobre los muslos y después moviéndolas lenta, muy lentamente, hacia arriba, por el vientre y después hasta los pechos.

―Oh, mujer, basta ―masculló con un suave quejido de súplica―. Estás matándome. 

Ella hizo una mueca a su reflejo.

―Tal vez es demasiado ―la oyó decir―. Debería usar algo menos...

―Oh, no ―masculló él, abriendo la cortina y haciéndose paso hasta ella―. 

Anna dio un saltito para voltearse hacia él, y él, tan guapo y sexi, el eslogan de su marca personal, la miraba como si se tratase de una divina aparición. 

―Yo necesito que te dejes ese bellísimo conjunto puesto. Casi podría implorarte ―agitó la cabeza tres veces―. Definitivamente te imploraría para que lo conservaras.

Anna se llevó las manos hasta los pechos.

―No me mires así ―balbuceó.

―¿Pero cómo me pides algo así? 

―Pues con palabras, obviamente.

Quizá era por la manera en que la miraba, o el tono seductor que empleaba al hablar. Sea por lo que sea, Anna se sintió avergonzada e intimidada, y el verlo acercarse más y más hasta que su cuerpo registró el calor del suyo no parecía ayudarla en lo más mínimo. Posicionó ambas manos en la cintura de ella y la acercó casi violentamente.

―Vas a dejártelo puesto ―le ordenó―. Te pondrás el vestido e iremos a esa lujosa presentación. 

Él sonrió, y Anna sabía perfectamente lo que esa sonrisa seductora y la ceja levantaba significaba. La anticipación se conglomeró en su vientre.

―Pero al llegar a nuestra pequeña casa rodante, te juro, Anna, que voy a demostrarte cuan excitado me has puesto desde el momento en que te vi vestida así.

 Anna despegó los labios, buscando un poco de aire con desesperación.

―Así que ―Charles se apartó de ella, llevándose las manos a los bolsillos― te dejaré a solas para que termines de arreglarte.

La tensión sexual comenzó a golpearle el vientre con fuerza, y mientras lo veía alejarse, dándole la espalda, condujo ambas manos hasta su vientre mientras luchaba por contener dentro de su boca los jadeos.

―Eres un desgraciado ―refunfuñó ella―. No estoy hecha de piedra y tus palabras sí tienen efecto en mí. 

Él se dio media vuelta únicamente para guiñarle un ojo. Después, desapareció tras la cortina.

Anna se llevó ambas manos a la frente mientras daba grandes bocanadas. 

―Necesito tener sexo con ese hombre. Ya ―echó la cabeza hacia atrás y enfocó la vista en el techo―. Por favor, que la noche no se haga eterna. 

Dio grandes pasos hasta el vestido y se concentró en entrar en él.

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