Capítulo cincuenta y cuatro | VO
Gray encendió su tercer cigarrillo en cuanto el reloj de su teléfono marcó las doce y dieciséis de la noche. Guardó el mismo en el bolsillo y echó un vistazo a la boca oscura que parecía tragarse el jardín de la casa número treinta y dos de la calle Hardem en el apartado barrio West Nurbury. Era la primera vez que visitaba el municipio de Lambeth. Antiguo y rústico apenas lo describía.
Junto a él estaba Novato, el nuevo miembro de su equipo. En realidad su verdadero nombre era Eddie Martínez, pero Novato parecía un buen apodo para el puertorriqueño que recientemente se había integrado al cuerpo de la policía londinense junto a su hermano mayor, Alejandro.
Parecía un tipo agradable. Aunque Eddie no era tan alto como él, no podía negar que sus casi subdesarrollados músculos lo sobrepasaban. Tenía el sello de ataque estampado en la frente.
Eddie condujo sus ojos marrones hacia él.
―Eh, jefe ¿Exactamente qué hacemos aquí?
Gray lo miró fijamente.
―Vamos a comparar unas flores para mi esposa ―lanzó al suelo el cigarrillo y lo pisó para apagarlo―. ¿Tú que crees que hacemos en una casa escondida en el bosque a esta hora de la noche? Tenemos que entrar y revisarla.
―No tenemos una orden para entrar a la propiedad.
―No, aún no.
―¿Y piensa conseguirla esperando detrás de un montón de plantas secas?
Gray puso los ojos en blanco. Alzó la mirada y contempló la parte más alta de los árboles que los rodeaban. Una arboleda aún más amplia bordeaba la propiedad.
Era una casa de madera bastante común. Tenía sólo una planta y su arquitectura llevaba un estilo victoriano muy marcado. Alguna vez debió haber estado pintada de blanca, salvo que en ese instante se veía bastante descolorida por las inclemencias del tiempo. Una vieja cerca de madera pretendía cubrir la propiedad, pero esta estaba prácticamente destruida. La pequeña puerta se encontraba tirada en el suelo húmedo.
Toda la tierra lo estaba. Debió haber llovido recientemente.
―Mira, Novato. No te he traído conmigo para que cuestiones mi proceder. Esperaremos aquí hasta que tengamos la orden.
―¿Y cuánto tiempo tomará eso?
Gray lo fulminó con la mirada. Eddie, en respuesta, alzó ambas manos por encima de su cabeza y sonrió.
―Lo siento, jefe. Es mi trabajo hacer preguntas.
―Yo no soy un criminal al que debes cuestionar ―aguardó en silencio durante algunos segundos―. ¿Donde está Alejandro?
―Lo enviaste a ocultar el auto.
―Pero eso fue hace casi quince minutos. Me pregunto por qué me habré traído a los hermanos Martínez.
―Porque somos buenos en lo que hacemos.
Gray hizo una mueca a modo de respuesta. Escuchó el crujir de algunas ramas muy cerca de su ubicación. Se llevó la mano derecha hasta el arma que ocultaba en la parte trasera del pantalón.
―La zona está muy limpia, jefe, y el auto está muy bien escondido.
Gray puso los ojos en blanco al reconocer a Alejandro.
―Imbécil ―gruñó―. Pude haberte disparado.
Alejandro tenía una descarada chispa de diversión en sus ojos oscuros.
―Jefe, jefe, jefe. Si yo hubiese querido agredirlo, mis pasos habrían sido increíblemente silenciosos.
―Algo así como los míos ―musitó una voz tras Gray.
Gray la reconoció de inmediato, pero los hermanos Martínez retrocedieron unos pocos pasos, tomaron su arma y apuntaron hacia el desconocido rubio de ojos plateados.
―Caballeros ―sonrió Carter.
Los hermanos Martínez miraron a su jefe en espera de una orden.
―Guarden sus armas, muchachos ―ordenó―. Perdonen a esta bestia. Olvidó lo que son los modales.
Los hermanos dudaron un poco, pero al cabo de unos segundos volvieron a guardar el arma entre sus ropas.
―Muchachos, les presento a Carter Stevenfield ―habló Gray, señalándolo. Luego apuntó hacia los hermanos―. Ellos son Eddie y Alejandro Martínez. Los recluté recientemente, tanto como hace unas horas. Vienen de Puerto Rico.
Carter abrió los ojos como platos.
―¿Cómo es que vienen desde tan lejos?
―¿Por avión? ―Eddie se encogió de hombros mientras hablaba.
―Han vivido en España por los últimos dos años. Vinieron a Inglaterra de vacaciones ―explicó Gray―. En Puerto Rico trabajaban en F.U.R.A., una agencia dentro de la policía de dicho país que tiene por objetivo, y cito: «Minimizar las actividades ilícitas del tráfico de drogas, armas y la entrada de indocumentados». F.U.R.A. son las siglas para Fuerzas Unidas de Rápida Acción. Y sí, sigue siendo un mejor nombre que el de tu organización de la muerte.
―Ya hablamos de eso ―se defendió Carter.
―Después de nuestra maravillosa conversación, pensé un poco en cuán profundas eran las aguas en las que nos estamos sumergiendo, así que decidí reclutar un equipo que se ajuste a nuestras necesidades.
Gray señaló a Alejandro, el mayor.
―Policía encubierto. Seis años de experiencia. Ha desarticulado cinco organizaciones de distribución y venta de drogas, atrapando a su respectivo cabecilla en plena faena.
Inclinó la cabeza hacia Eddie.
―El pequeño Eddie es una cajita feliz. Tiene amplios conocimientos en distintas áreas, pero lo suyo de verdad está detrás de una computadora. Puede localizar a una persona en cuestión de un parpadeo.
Carter inclinó la cabeza en señal de bienvenida.
―Me habría gustado que me avisaras con tiempo sobre esta fiesta ―musitó―. He estado observándolos durante un buen rato. No sabía si estabas tendiéndome una trampa.
―¿Por qué habría de tendértela?
―No es personal. Aprendes con los años a desconfiar incluso de ti mismo.
―Pero, si mal no recuerdo, fuiste tú quien me involucró en todo esto. Hasta hace muy poco estabas en mi lista de sospechosos.
―Tienes razón, pero no es a lo que venimos.
Carter señaló a los hermanos Martínez con la barbilla.
―¿Les has contado todo? ―preguntó.
―Saben que eres un hijo de puta al que no logro comprender.
―Entonces saben lo más importante ―bromeó―. Bien, será mejor que comencemos a trabajar ―apuntó hacia la vieja casa con el dedo índice―. Esa propiedad ha estado abandonada durante diecisiete años desde que su dueño, Travis Hallwood, murió a causa de un infarto. Sus únicos familiares con vida no quisieron tomar posesión de la misma, y tampoco la pusieron en venta. Vinieron hace tres años y la habitaron por un tiempo, pero nadie supo si se quedarían permanentemente o venían a realizar el papeleo para la venta. Ninguna de las dos cosas sucedió. Se marcharon de West Nurbury hace menos de un año. La casa ha estado abandonada desde entonces.
―¿Sus familiares tienen alguna relación con nuestro tema de interés? ―preguntó Gray.
―A mí no me lo parece, pero de todos modos les estaré enviando la información a través de una cuenta segura en estos días.
―Sigo sin comprender el por qué estamos aquí ―habló Eddie.
―Anna contactó a unos viejos amigos suyos pocos días después de su atentado ―comenzó a decir Carter―. Uno de ellos proporcionó los datos del vehículo que utilizaron para el mismo. Entre dichos datos estaba la dirección de esta casa. Al parecer, fue aquí donde se hizo todo el trabajo.
―Aunque esté abandonada, sigue siendo una propiedad privada y no podemos invadir sus terrenos ―les dijo Gray―. Por alguna razón, mi jefe negó la solicitud para una orden de allanamiento.
Carter introdujo la mano en el bolsillo de su cazadora de cuero negra, sacando de él un papel doblado varias veces.
―Afortunadamente ―dijo― mi jefe no es su jefe. Tenemos la orden, muchachos.
Le entregó el papel a Gray, quien lo guardó en uno de los bolsillos del pantalón. Carter ocultó ambas manos tras su espalda y continuó:
―Es necesario medir la línea de tiempo. Ha pasado más de un mes desde el accidente, o mejor dicho el atentado, y no sabemos exactamente qué podemos encontrar. Puede que sea nuestra única oportunidad de entrar a la propiedad. Debemos revisar cada rincón. No podemos omitir ningún detalle, aunque parezca pequeño. Quizá logremos encontrar algún indicio de quién ha estado creando tantos problemas.
Miró fijamente a Gray.
―Es tu equipo. Distribúyelo.
Él, en respuesta, alzó un poco la barbilla.
―Eddie ―lo llamó―. Rodea la propiedad. Ve si existe alguna otra entrada además de la principal. Alejandro, quiero que extiendas el perímetro. Revisa en caso de que la propiedad tenga algún almacén o bodega. No lo sé, incluso si tienen una pequeña casucha donde guardan la leña para el invierno.
Los hermanos asintieron una sola vez, e inmediatamente marcharon para cumplir la orden. Carter enfocó los ojos grises en la vieja propiedad.
―¿Quieres que permanezca aquí para avisar si alguien se acerca? ―preguntó con un deje de diversión en su voz.
―No pienso quitarte los ojos de encima, así que vendrás conmigo. Entrada principal.
Carter le sonrió mientras se llevaba la mano hasta el arma que ocultaba en su espalda.
―Después de ti ―musitó.
Gray se vio tentado a propinarle un golpe. En su lugar, tomó el arma con ambas manos y emprendió la silenciosa marcha hacia la vieja casa.
No había que pensárselo mucho para saber que la propiedad estaba vacía, y quizá ha sido así desde hace un mes, tal como lo había indicado Danila Harantova. Otra persona pensaría que todo aquello era una pérdida de tiempo, pero era la única pista que podría conducirlo al responsable del accidente. La casa, desde luego, y el maldito policía infiltrado que tenía junto a él.
Aprovechó unos pocos segundos para echarle un vistazo.
Carter parecía un matón, sosteniendo el arma con ambas manos, apuntándola hacia el frente, preparado para dispararle a cualquier cosa que se le cruce en el camino. Se detuvo y entrecerró los ojos, analizando la oscuridad. Inclinó la cabeza un poco hacia la izquierda y luego avanzó. Gray se preguntó por qué hacía aquello.
En un parpadeo había cruzado la cerca y se encontraba en el porche. La madera crujía por su peso al pisarla. Lo vio recostar la espalda de la pared y después realizó un extraño movimiento de cabeza, el que interpretó como una señal para que se acercara.
Gray avanzó a grandes pasos hasta posicionarse a un lado de la puerta. Movió la cabeza de arriba hacia abajo tres veces, y luego Carter lanzó una patada contra la puerta para abrirla. Se internó en la oscuridad. Gray deseó golpearlo hasta la muerte por ser tan imbécil.
―Despejado ―musitó Carter después de un par de segundos.
Gray entró a la propiedad a grandes pasos. Vio la sombra de Carter dirigirse a la parte este de la casa, donde parecía hallarse la sala y el comedor en una misma habitación. Él se fue por la derecha. Lo único que encontró fue una vieja y polvorienta cocina. No había una puerta que accediera al jardín.
―Nadie en la cocina ―anunció.
A su derecha observó el largo pero estrecho pasillo que parecía llevar a ningún lugar. Aún así, avanzó por él. La oscuridad lo abrazó y deseó haber traído una linterna consigo. Tanteó con la mano izquierda las paredes de madera. Nada. No era más que un largo pasillo sin ninguna pequeña mesa o alguna puerta.
Gray cambió la trayectoria del arma cuando escuchó unos pasos detrás de él.
―No hay nadie en la casa ―anunció Carter.
Él suspiró en respuesta, llevándose el arma hasta el nivel de las rodillas.
―Eso era más que obvio, ¿no te parece? ―se remojó los labios cortados por el frío―. La casa solo tiene una planta.
―Además de que posee pocas habitaciones ―añadió Carter―. Tiene un dormitorio bastante pequeño, comedor y sala en una misma habitación y un pequeño armario con velas y otras cosas inservibles en el estrecho pasillo que da al dormitorio. También hay un baño, y de igual forma es pequeño. Todo aquí es pequeño.
―La cocina también lo es ¿Revisaste si hay luz eléctrica?
―No hay. Tampoco agua. Creo que comienzo a entender porque no vendieron esta casa ¿Quien la querría?
―O quizá solo desconectaron los servicios porque nadie vive aquí.
―Tal vez.
Gray guardó el arma en su pantalón. Después, se rascó la nuca mientras observaba la poca luz que entraba a través de la ventana de la cocina.
―Comencemos a revisar detalladamente este lugar ―dijo―. Danila no nos proporcionó muchos detalles de la propiedad. Solo nos dijo que trabajaron en el jardín.
―Bien. Entonces que los Martillo revisen el exterior mientras nos encargamos del interior.
―¿Martillo? ¿Quiénes crees que son, Odín y Thor a caso? Martínez. Hermanos Martínez ―corrigió Gray.
―Está bien, lo siento ¿Tienes idea de con cuantas personas lidio al día? Tienes suerte de que recuerde tu nombre.
Exasperado, Gray da dos pasos hacia él.
―Voy a dejarte algo claro, Carter ―habló―. Tú y yo no somos amigos. Si me metí en este lío contigo no es porque me importes. Lo hice por Charles y por Anna. Así que puedes reservarte tus bromas. Vinimos aquí a trabajar. Limítate a ello.
Gray lo vio asentir una sola vez. Respira profundamente y camina a grandes pasos hacia la puerta de entrada.
Carter soltó una maldición en su mente mientras se frotaba las manos con rapidez para generarse calor. Después, se llevó las mismas hasta la sien donde comenzó a darse masajes.
«Concéntrate en el trabajo», dijo en su mente. Absorbió una gran bocanada de aire y procuró esconder el arma entre su ropa. Introdujo su mano derecha en el bolsillo de la cazadora y tomó la pequeña linterna plateada. Decidió que era buena idea continuar con la cocina.
Ayudándose por la brillante luz de la linterna, revisó cada uno de los compartimientos inferiores de madera en busca de cualquier rastro que pudiese situar a alguna persona en el lugar recientemente; todo apuntaba a que el lugar no había sido utilizado en mucho tiempo. Tampoco había platos o vasos en los compartimientos de arriba, y cuando abrió el refrigerador tuvo que cubrirse la boca con la camiseta para no respirar el desagradable olor que emanaba desde su interior.
En cuanto se aseguró de que allí no había nada, marchó hacia otra de las habitaciones.
No supo cuando tiempo pasó. De lo único que estaba seguro, después de haber recorrido una por una las habitaciones y los rincones más pequeños en varias ocasiones, es que aquella casa estaba completamente abandonada. En ella no había evidencia de que alguna persona la haya habitado en mucho tiempo.
Cerró los ojos con fuerza y respiró profundamente un par de veces para calmar el calor del enojo que comenzaba a crecer dentro de él. Tiene que haberse saltado algo. La escases de luz le estaba jugando en contra. Asintió desenfrenadamente antes de patear el viejo sofá. Se dejó caer sobre él y se presionó la cabeza con ambas manos.
Escuchó los pasos del los tres hombres al entrar en la habitación.
―Afuera no hay nada ―anunció Gray.
Carter despegó un poco los labios y habló:
―Revisé nuevamente las habitaciones. Aún no encuentro nada.
―Quizá no hay nada ―estableció Eddie.
―Tiene que haber algo. Sólo no...no lo hemos encontrado todavía.
―Ha pasado mucho tiempo desde el accidente. Tuvieron todo el tiempo del mundo para cubrir sus rastros.
―¡Y otra vez es culpa mía! ―gritó, levantándose bruscamente del sofá.
Soltó una maldición mientras lanzaba golpes al aire.
―Este hijo de puta...lo tengo metido en los nervios...
Gray lo devolvió al sofá con un pequeño golpe en el hombro.
―Supongo que maldiciendo y manoteando el setenta por ciento de tus problemas desaparecerán ―lo sacudió por el hombro para que lo mirara―. ¡Concéntrate, maldita sea!
Alejandro soltó una carcajada.
―En mi país habríamos dicho «¡Atiéndeme, puñeta!»
Gray lo miró con el ceño fruncido.
―¿Eso qué significa?
Eddie golpeó a su hermano en las costillas con el codo. Gray agitó la cabeza y devolvió su atención a Carter.
―Trataremos de resolverlo con lo que tenemos ―le dijo.
―El problema es que no tenemos nada ―masculló furioso―. Todo lo que sé es que Astori está involucrado.
―Entonces empecemos por ahí.
―Era uno de mis corredores favoritos ―comentó Alejandro.
―Los míos siempre serán los de Rápidos y Furiosos ―lo interrumpió Eddie―. En Puerto Rico se pegó una fiebre bien brutal de eso.
Gray los fulminó a ambos con la mirada.
―Pero Astori es malo ―dijo Alejando.
Eddie se encogió de hombros.
―Tiene razón. Es el diablo, mano. Definitivamente.
Gray puso los ojos en blanco y decidió que era mejor ignorarlos.
―Astori tiene un motivo para asesinar a Anna, ¿no? ―inquirió.
Carter lo miró con cara de pocos amigos.
―¿Desde cuándo lo necesita?¿Ser un hijo de puta que asesina sin razón no es un motivo?
―Tú lo eres, pero eso no significa que vaya a poner una bala en tu cabeza.
Él se encogió de hombros.
―Tienes razón, pero casi podría jurarte que él no ordenó el atentado.
―¿Entonces quién?
―¿Crees que estaría aquí o sería un policía en cubierto si lo supiera?
―No me hagas golpearte hasta matarte que intento estar en paz con Dios.
Carter sonrió tan ampliamente que Gray pudo verle los dientes. Ese gesto le cambió el rostro por completo, dándole la pinta de alguien confiable. Apartó esos pensamientos para concentrarse en el trabajo.
―Astori está involucrado, pero piensas que no dio la orden del atentado ―resumió Gray―. ¿Algo que no sean sólo sospechas?
Los hermanos se posicionaron más cerca de él, y Carter lo tomó como una advertencia. Tenía que contar todo lo que sabía.
―Astori abandona la propiedad una vez a la semana ―comenzó a explicar―. Lo hace todos los martes a la una y cuarenta de la tarde. Emilia no sabe por qué, pero dice que se marcha solo y nunca utiliza el mismo auto ―viendo la confusión en el rostro de los hermanos, explicó―: Emilia es su hermana.
―¿Tampoco sabe a dónde se dirige? ―le preguntó Gray.
―Toma el camino de la derecha, por lo que se dirige a Westminster.
―¿Y eso cómo lo sabes?
―Porque lo único que hay a la derecha es la carretera hacia Westminster. En la izquierda hay una vieja carretera que da a un pueblito con pocas casas y una cafetería.
―Entonces... ―Gray se rascó la barbilla―. Astori se reúne con alguien todos los martes a la misma hora en algún lugar del gran Westminster ¿Alguien más siente que estamos jodidos?
Los hermanos Martínez levantaron la mano derecha.
―¿Ninguno sintió que era una pregunta retórica? ―gruñó Gray.
―He intentado seguirlo ―habló Carter―. Es muy difícil cuando no sabes qué auto utiliza. Tampoco puedo ocultarme en el camino y esperar porque no hay donde. Es una carretera solitaria sin árboles, arbustos... bueno, nada.
―Casi parece una estrategia.
Alejandro dio un paso hacia adelante.
―Tal vez lo sea ―levantó ambas cejas un poco, y Gray deseó golpearlo por lucir tan arrogante―. Está situado prácticamente en medio de la nada donde nadie que no conozca su ubicación pueda llegar. La carretera es solitaria.
―Brillante, Ramírez ―lo interrumpió Carter―. Como si no lo hubiera pensado antes.
―Soy Martínez y no he terminado.
Gray se mordió el labio para no echarse a reír.
―Hay que preguntarse por qué debe usar un auto diferente cada semana ―continuó Alejandro―. También el por qué debe ir solo.
Eddie fue el primero en interrumpirlo.
―Es posible que la persona a la que va a ver sea importante, quizá reconocida, y no quiere que nadie lo vea junto a un delincuente. Cambiar de auto constantemente podría evitar que lo reconozcan. Ir solo puede ser una condición para que la reunión se dé.
Gray se mantuvo atento a las palabras de Eddie, pero nunca apartó la mirada de Carter. A pesar de la oscuridad, pudo distinguir el gesto pensativo en su rostro.
―Dilo ―gruñó―. Ya desconfío bastante de ti, no me hagas hacerlo también de tus silencios.
Carter acomodó los codos sobre sus rodillas y comenzó a darle golpeteos al pulgar izquierdo con el derecho.
―Estoy suspendido ―dijo sin más.
Gray podía escucharse a si mismo respirar con dificultad.
―¿Y me lo dices ahora, maldita sea? ―bramó.
―Pero es temporal. Bueno, eso creo.
―¿Desde cuándo estás suspendido?
―Tres semanas.
—¿Y cómo obtuviste la orden para entrar a esta casa?
—Fue un favor. Descuida, es legal.
Gray cerró las manos en puños.
―¿Qué diablos hiciste?
Carter levantó la cabeza lentamente para mirarlo.
―Mi jefe dice que me desvié y que no estoy cumpliendo con las órdenes que me fueron dadas.
―¿Es por Emilia?
Aguardó en silencio unos segundos. Después, se remojó los labios y habló:
―Es por Anna. Mi jefe supo del desastre que inicié en la gala benéfica de su prometido.
―Yo te habría metido a prisión.
Gray distinguió como el pecho de Carter subía y bajaba.
―¿A caso estás enojado? ―gruñó―. Esta mierda la iniciaste tú cuando dejaste que una chica inocente fuera a prisión. Una suspensión es un castigo pequeño en comparación a lo que hiciste.
Eddie se interpuso entre ambos.
―Vamos, jefe. Intentemos mantenernos calmados.
―Es difícil cuando tengo cerca a este imbécil. Cree que el haber perdido a sus padres le da el derecho de arruinar la vida de los demás.
Intentó avanzar hasta él, pero Eddie se lo impidió.
―Anna tenía solo diecinueve años ¿De verdad pensaste las cosas bien? ¿Era tu única opción? ¿Y si la hubiesen asesinado en prisión?
Gray respiró profundamente para calmarse.
―Esto no va a funcionar. Primero, porque no quiero seguir reprimiendo mi deseo por golpearte. Y segundo, ¡porque estás suspendido!
―¡Funcionaría si dejaras de atacarme! ―bramó Carter en respuesta―. Tienes que parar de repetir una y otra vez todas las porquerías que hice, ¡porque ya las sé!
Exhaló bruscamente.
―No te conté lo de mis padres para victimizarme. Además, me parece que todos aquí lo saben: la única víctima es Anna.
Dejó escapar una carcajada, pero la misma estaba cargada de tensión y angustia.
―Sé por qué me odias y eso está magnífico. No soy de fiar, tienes razón. Hice todo mal desde un principio. Miento, traiciono y hago daño. Cuando intento repararlo, solo empeoro las cosas. Por eso necesito tu ayuda. Trabajemos juntos en esto y podrás enviarme a prisión cuando todo termine.
―Estás suspendido, estúpido.
―Estoy suspendido, es cierto, y también soy estúpido, pero soy el único que ha estado tan cerca de Astori.
―Y de su hermana, imbécil.
―¿Nunca te cansas de insultar?
―No cuando tengo enfrente a un infeliz que piensa que todos en esta habitación son tan estúpidos para creer en su pequeña escena del niño huérfano dispuesto a ordenar su desastre.
Carter le sostuvo la mirada por varios segundos sin pronunciar palabra. Sonrió un poco y se levantó del sofá.
―Creo que, después de todo, tienes razón. Esto no va a funcionar.
―¿Y dirás que es mi culpa? Porque eres muy bueno culpando a los demás.
Carter se remojó los labios antes de continuar.
―Te enviaré toda la información que tengo a través de una cuenta segura. No la descargues en más de un dispositivo.
Avanzó hasta la entrada y azotó la puerta con fuerza al salir. Se pinchó el puente de la nariz con el pulgar y el dedo índice. Después, inhaló el tranquilizador olor de las montañas e intentó poner en orden sus ideas ¿Qué le hizo pensar que esta locura podría funcionar? Gray no era como él. Era honesto, un hombre de palabra y valores fuertes. Jamás podría trabajar con alguien cuya moral y convicciones no eran de fiar.
Y ahora estaba suspendido. No tenía idea que hacer. Astori se le escapaba de las manos otra vez.
Introdujo la mano en el bolsillo derecho y tanteó las llaves de su auto. Le dio una rápida mirada a la propiedad antes de internarse en el bosque.
Minutos más tarde llegó al lugar donde había escondido el auto. Cansado y frustrado, golpeó el cristal de la puerta tres veces con la mano cerrada.
―Si hay que empezar de cero, se empieza de cero ―musitó un par de veces.
Suspiró aliviado una vez que su respiración se calmó.
―De cero, Carter. No es la primera vez que empiezas de cero. Si hay que empezar...
Escuchó un pequeño golpe cuando comenzó a repetir aquel mantra, por lo que hizo silencio. Instintivamente, sacó el arma de entre sus ropas y apuntó hacia adelante. Revisó cada rincón con la mirada. Esperó que algún sonido lo guiara.
Segundos más tarde lo escuchó.
Provenía del maletero.
Sacó las llaves del bolsillo y lo abrió con rapidez. Apuntó a la cabeza de la mujer, quien cubría parte de su cara con las manos.
Jadeó al reconocerla.
―¡Emilia! ―gritó mientras guardaba el arma―. ¿Pero qué diablos estás haciendo aquí?
―¿Qué te he dicho sobre gritarme? ―lo regañó ella con su acento italiano muy marcado―. ¡Ayúdame!
Carter le tendió la mano para ayudarla a salir. Llevaba puesto un pijama de pantalón largo y camisa de tirantes. Estaba descalza.
―¿Qué hacías en el maletero de mi auto y vestida así?
―Tengo que hablar contigo. Es molto importante.
―¿Tanto que no podías...?
―Carter, cállate y escucha. De verdad es molto importante.
―¿Por qué no me llamaste en lugar de esconderte en el maletero?
―Porque tenías el teléfono apagado. Me escapé de la casa de mi hermano. Vi que junto a ti estaban uno de sus hombres. Me asusté, así que me escondí en el maletero para que no me vieran. Te grité y golpeé el auto para que supieras que estabas ahí, pero no funcionó.
―Estaba en una reunión de trabajo. Y este pedazo de basura hace ruidos extraños. Pensé que era algún fallo.
―Bueno, ahora escucha. Mi hermano estaba hablando con alguien por teléfono hace unas horas. Me pareció importante.
―¿Sabes con quién hablaba?
―No, pero grabé parte de la conversación.
Sacó un teléfono dorado del bolsillo de su pantalón. Deslizó el dedo índice a toda velocidad por la pantalla hasta encontrar lo que buscaba. La voz de Astori comenzó a escucharse.
«La última vez fue un maldito desastre. La seguridad fue duplicada gracias a tu hazaña de alertar a la guardia con tu fracaso ¿Has visto dónde vive? Ni siquiera la reina está tan resguardada.»
Se escuchó una persona. Supuso que la persona al otro lado de la línea debía estar hablando.
«¿Y de qué me sirve? Ni siquiera estoy seguro de lo que el jefe quiere.»
Notó un deje despectivo en la forma en que había dicho jefe.
«Primero la quiere muerta, después no. Sólo sé que tiene algo en contra de esa perra y aun no resolvemos su problema, lo que no lo tiene muy contento.»
Astori rezongó, exasperado.
«Escúchame bien. Ellos están en Longforth, es un pueblito rústico. Están de campamento en un acantilado cerca al río Hechton. Puedes dejar al príncipe. Sólo queremos a la encantadora Anna Mawson.»
Carter miró de reojo a Emilia.
«Ya me fallaste una vez. Hazlo de nuevo y te mataré yo mismo.»
La grabación terminó. Carter se pasó ambas manos por la cabeza mientras miraba la pantalla del teléfono.
―¿Hace cuando ocurrió esto?
―Dos horas.
―¡Dos horas! ¿Cómo es que llevas dos horas ahí metida?
―Enloquecerías si te dijera los lugares donde me ha encerrado mi hermano.
Carter masculló una serie de palabras que ni él msmo pudo entender. Sacó de su bolsillo el teléfono y se lo entregó a ella junto con las llaves del auto.
―Necesito que me des el tuyo.
Ella se lo entregó sin dudar.
―Tracé en mi teléfono una ruta hacia mi casa segura. Ve allí. Mantén el teléfono encendido y junto a ti todo el tiempo. No llames a nadie, ¿entendido?
Chasqueó los dedos al recordar algo importante.
―Para acceder a la ruta debes ingresar una contraseña. Es Dexter .
―¿Y de dónde has sacado ese nombre?
La miró con los ojos entrecerrados.
―¿Recuerdas que te dije que Carter no era mi verdadero nombre? ―alzó ambas manos―. Ahora sabes cual sí lo es.
Comenzó a alejarse.
―Casa segura. Vete ya.
―¡Ten cuidado! ―gritó ella mientras lo veía correr.
Para el momento en que llegó a la propiedad, tuvo que inclinarse y presionar las manos sobre su rodilla para recobrar el aliento. Respiró profundamente varias veces y se introdujo en la casa vieja, creando un alboroto de crujidos y pisadas.
Gray y los hermanos Martínez lo apuntaron con el arma.
―Dios mío ―gruñó Gray, mirándolo fijamente―. Un disparo. Déjame ser feliz. Todos tenemos un placer malvado al que deseamos sucumbir.
Carter levantó ambas manos.
―Sé que me odias, soy un hijo de puta, un imbécil. Te acabo de ahorrar el repertorio de insultos.
Le mostró el teléfono dorado.
―Tenemos un problema, y en serio es un gran, gran problema.
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Gray lo dijo...todos tenemos un placer malvado...el mío es dejarlas con la duda (?) pero no se preocupen que no me tardaré un siglo en actualizar. Recuerden que ya terminé la universidad wujuuuu.
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