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Capítulo cincuenta y cinco | VO

Un piso entero repleto de joyería no parecía suficiente para encontrar lo que buscaban. Se estaba haciendo cada vez más tarde, y como si el cansancio no fuera suficiente, Anna parecía ligeramente más quisquillosa que de costumbre.

―No es que quiera complicarlo ―musitó ella por cuarta vez―. He visto anillos bellísimos. Algunos son tan maravillosos que desearía comprarlos todos, pero nosotros debemos cumplir con un protocolo. No lo digo por mí, sino por ti, porque el Señor Perfecto no te dejará en paz.

―Mi boda no es un tema que al Primer Ministro le concierne.

―Pues díselo. Honestamente no lo soporto. Él tiene algo serio en contra tuya y en contra de lo que haces.

―Es solamente un político que...

―Un político que no quiere adaptarse a nuevas generaciones. Nuestro protocolo es uno de los más rígidos en las monarquías existentes, así como lo es nuestra política. Al parecer su deseo es que todo se mantenga exactamente igual.

―Eso no lo convierte en una mala persona.

―Oh, no, eso es justo lo que lo convierte en una. No se abre a las nuevas generaciones ni a una política un poco más de pueblo, que beneficien a los pobres y a los ricos por igual. El hombre no favorece el incremento al precario número de políticas públicas establecidas. Reino Unido sufrió de una carencia de viviendas desde el 1947 y todos los esfuerzos políticos por nivelar los números se convirtieron en un juego. Hace unos años leí un artículo de periódico donde se analizaba esa problemática social y recuerdo claramente la cita de un multimillonario: «Esto es una guerra de clases y es la mía la que va ganando». ¿Y te digo algo? El Señor Perfecto es el presidente del club de fans de los ricos. Él quiere que la clase adinerada gane. Es un nazi en contra de los pobres.

―¿Dices que el Primer Ministro estaría en contra de una monarquía neoliberalista?

―Por supuesto. Es un político rígido que no aprueba una balanza imparcial. No es por menospreciar la labor de tu abuelo, pero ciertamente fue tu padre quien empezó a impulsar este tipo de gobierno. Desde luego, sigue siendo un gobierno monárquico constitucional.

―No olvides parlamentario y unitario.

―Es difícil olvidarlo.

―¿Pero si recuerdas que el neoliberalismo es considerado más como una teoría, no es así? Además de que se ha considerado un fracaso.

―Charles, si el neoliberalismo fuera un fracaso, personas como la baronesa Tratcher de Kesteven no hubiesen luchado por su aplicación. Algunas teorías afirman que el ser humano es egoísta por naturaleza y yo le adjudico a tal egoísmo el supuesto fracaso del neoliberalismo. Todos quieren su pedazo del pastel. El que no pudo tenerlo, pues que se vaya al demonio. Es exactamente igual en la economía y en la política. Estoy segura de que es algo de lo que el Señor Perfecto está al tanto, pero como es del pequeño grupo que ya tiene su pedazo de pastel no le importa.

Charles dejó escapar una pequeña carcajada.

―Parece que alguien no se alejaba mucho de la enciclopedia cuando era más joven.

―No es por presumir, pero sí. Sé muchas cosas. Lástima que con los modales sea una mierda.

―Oh, ¿pero quién lo notaría?

―Los malos modales dejan un hedor espantoso que cualquiera los percibe.

―Con lo bella que estás esta noche, cualquier desplante o malos modales podría serte perdonado.

Anna lo golpeó en el hombro juguetonamente. Aprovechándola distraída, le estampó un rápido beso en la mejilla.

―¿Será que aún existe una forma de convencer a mi prometida para comprar los anillos de nuestra boda?

―¿No deberíamos escoger una fecha antes de comprar los anillos?

―O podríamos seguir nuestro patrón.

―¿Tenemos un patrón?

―Sí. Nuestro patrón es romper el patrón. Tuvimos sexo antes de ser novios. Dije que eras mi novia sin habértelo pedírtelo. Vivimos juntos antes de casarnos y compramos una casa...

compraste una casa ―enfatizó ella.

―Compramos una casa ―continuó, ignorándola― después de comprometernos y antes de formalizar nuestro noviazgo. Ni siquiera estoy seguro de que eso tenga lógica.

―Y tuvimos nuestra primera cita antes de que nos diéramos cuenta de que nos atraíamos el uno al otro. Bueno, no me sentía exactamente atraída por ti. De hecho, puede decirse que quería estrangularte.

Él la miró de reojo. Tenía una sonrisita burlona y la cabeza levemente alzada. Dejó escapar una carcajada casi infantil.

―Quizá me gustabas un poquito.

―¿Solo un poquito?

―Me gustas más ahora porque no eres tan arrogante. Tienes que estar de acuerdo conmigo en que...

Mientras ella hablaba, Charles no pudo ignorar la incontable cantidad de miradas que se posaban sobre ellos, como si escrutaran cada movimiento y cada gesto. Se preguntó si Anna también lo había notado.

Oh, pero desde luego que no, porque cuando fijó su atención por completo en ella, solo estaba sonriendo mientras hablaba.

Apretó sus manos entrelazadas y se las llevó hasta la boca para besársela.

―No quieres comprar los anillos, ¿no es cierto? ―inquirió con una sonrisa burlona, interrumpiéndola.

―Claro que quiero ―respondió enseguida―. Soy una mujer adulta que rara vez es racional. No me importa que llevemos poco tiempo como pareja. Si nos preocupamos por eso, lo bonito que tenemos podría dañarse. Si me dejaran escoger, podríamos casarnos mañana mismo, pero tenemos un protocolo que seguir.

―No lo hemos seguido apropiadamente desde el principio ¿A estas alturas qué más da?

―Vas a ser el rey. Lo sé. Es una idea a la que debo adaptarme. Me da un poco de miedo ―la vio hacer una mueca con la boca―. No me malinterpretes. No soy una cobarde de la que debes preocuparte. Tampoco daré dos pasos hacia atrás para poder huir. Todo lo que tienes que hacer es adaptarte a la vida real como rey, pero yo debo adaptarme a vivir como una dama elegante. Yo debo aprender mucho más que tú. Suerte para ti, soy una mujer increíblemente lista que aprende rápido. Puede que me tome un tiempo, pero me adaptaré.

―Pero grosera, gruñona y terca es como me gustaste.

―Seguiré siendo grosera, gruñona y terca, pero en privado. Aún me gustará comer la carne con los dedos. Oh, y quiero cocinar para ambos yo misma de vez en cuando. Cuando trabajaba para el sitio de taxis llegaba muy tarde y no podía cocinar, y de verdad me gusta hacerlo ¿Y sabes lo que pienso? Que podríamos arreglar tu casa de verano. Es un bello lugar. Solo necesita limpiarse y sembrar un jardín. Dijiste que a tu madre le gustaba. Creo que le haría muy feliz si la ponemos tan bonita como era antes.

Ignoró la pequeña punzada de dolor en su pecho.

―Tienes razón. Ni siquiera sé por qué la dejamos llegar a tales condiciones.

―Bueno, pero no importa. La arreglaremos. Podemos hacer un jardín con sus flores favoritas ¿Sabes cuáles son?

―Ella era muy amante a todo tipo de flores, pero mi padre sabe cuáles son las que más le gustaban.

―Oh, ¿ya ves? Lo tenemos todo cubierto.

Ella le apretó un poco la mano y le sonrió.

―Sé que la extrañas. Me gustaría hacer que doliera menos, pero...

―Lo haces ―la interrumpió de golpe―. Lo haces, Anna. Haces que todo en mi vida esté bien, que esté mejor.

Anna le obsequió una sonrisa tímida.

―Charles, tú también...

Anna se detuvo al percatarse de los cinco guardias que se abrían paso por las escaleras, alcanzándolos en cuestión de un parpadeo.

―Su Alteza, disculpe ―habló uno de ellos―. Temo que ha surgido una situación. Debemos llevarlos a una casa segura.

Anna sintió un escalofrío que le recorrió el cuerpo entero. Se aferró al brazo de Charles tanto como le fue posible. Él la sintió temblar un poco.

―¿Qué situación? ―inquirió, fijándose detalladamente en la expresión de su rostro.

Peligro. En su gesto había una advertencia de peligro.

―Recibimos una orden del nuevo jefe de seguridad. Indicó que los retiráramos inmediatamente del lugar donde se encontrase usted y la señora y los lleváramos a una casa segura.

―Muy bien, ¿pero por qué? ―reclamó con firmeza.

―Le explicaré todo, pero primero debemos llevarlos a un lugar seguro.

Charles se aseguró de mantener su preocupación a raya cuando se giró un poco hacia Anna para obligarla a mirarlo.

―Probablemente solo sea una farsa alarma, ¿está bien? Aunque lo sea, porque estoy convencido de ello, creo que es mejor que nos vayamos.

Anna frunció los labios.

―No es una farsa alarma y no intentes ocultar lo obvio.

―Su Alteza, por favor ―insistió el guardia.

Pero él no podía apartar la vista de sus enormes ojos verdes, ojos que estaban alertas. Alertas, pero no asustados.

―No me desmayaré, ni gritaré y tampoco tomaré decisiones impulsivas ―afirmó ella―. Pero tienes razón. Es mejor que nos vayamos.

Charles le apretó la mano con firmeza y avanzó por las escaleras, rodeados por tantos guardias que no pudo contarlos. Podía escuchar el murmullo de la gente al percatarse de aquel espectáculo.

Miró a Anna de reojo un par de veces para asegurarse de que estuviera bien. Tenía el ceño levemente fruncido y los labios tan unidos que no podía distinguir el superior del inferior. Por lo demás parecía increíble e inusualmente tranquila. No sabía si tomar aquello como una buena o mala noticia.

Los guardias los condujeron por una salida de emergencia en la parte trasera del edificio donde esperaba el auto. Apenas subieron a él, el auto emprendió la marcha. Los edificios y las calles parecían una pequeña mancha casi indistinguible. Las aceras estaban vacías. El camino estaba pobremente iluminado por los postes de luz que parpadeaban. Vio por uno de los espejos exteriores que dos autos negros de la guardia real los seguían ¿A caso Gray envió más guardias? Porque no recordaba haber solicitado tantos guardias para este viaje.

El viaje. Esto estaba pasando por el descuido de realizarlo. Porque el tiempo que estuvieron dentro de la seguridad de la villa, cosas como estas no sucedieron.

El maldito viaje fue la ventana entreabierta, permitiéndole una oportunidad al desastre de entrar en sus vidas. Maldijo en silencio mientras se frotaba la frente.

Anna se movió un poco en el asiento y apartó la vista de la ventana, concentrándose en los dos guardias acomodados en el asiento del pasajero y del conductor.

―¿Qué es lo que ha sucedido? ―inquirió, y aunque intentó evitarlo su voz tembló levemente.

El guardia en el asiento del pasajero los miró a través del espejo.

―No se nos proporcionó mucha información, señora. El nuevo jefe de seguridad simplemente nos ordenó que los lleváramos a una casa segura lo más alejada del pueblo. Dijo que apenas estén a salvo nos alcanzaría.

―No creo que el jefe de seguridad dé respuestas a medias ―gruñó, exasperada por la evasiva―. Dime exactamente que está sucediendo.

El guardia apartó los ojos del espejo retrovisor, levemente intimidado por la mirada fija de ella.

―Al parecer se trata de un secuestro, señora.

―¿El de quién? ―Anna abrió los ojos como platos―. ¿Es alguien de mi familia? ¿O la de Charles?

―El suyo.

Una punzada en el pecho la empujó hacia atrás, donde su espalda golpeó el asiento. Sintió a Charles moverse violentamente en el asiento, musitando palabras rápidas que no pudo entender.

Ella tembló cuando le soltó la mano.

―¿Cómo es que Gray sabe esto?

―No lo sé, Su Alteza. No nos ha dado detalles.

―¿No les ha dado detalles? ―repitió, levantando la voz con cada palabra―. ¿Así que ninguno tiene una maldita idea de lo que está sucediendo?

Ninguno de los guardias fue capaz de responderle. El ambiente se cargó de una electrizante tensión que casi podía saborearla en la boca. Comenzó a golpear el suelo con el pie derecho tan rápido como su intranquilidad le permitió. Cuando miró de reojo a Anna, esta se encontraba frotándose la sien con los dedos mientras miraba por la ventana.

―No es tan grave, ¿cierto? ―musitó ella. Después de unos segundos, movió la cabeza hacia él y lo miró con el ceño fruncido―. Si supo de esto, tal vez sabe quien lo hizo.

―Preguntarle a los guardias no sirve de nada ―les lanzó una mirada de advertencia, fija en el retrovisor―. Considérense despedidos.

Anna puso su pequeña mano sobre la rodilla de él.

―No los culpes. Si Gray no les dijo nada, ¿qué más pueden hacer?

―Es la guardia de la familia real y últimamente no están a su máximo desempeño. Si no, ¿entonces cómo explicas que Carter se haya metido en la gala? ¿O que ninguno pudo detenerte cuando decidiste actuar como la mujer maravilla?

―¿En serio discutiremos ese asunto nuevamente?

―¡SI! ―gritó, levantando ambas manos por encima de la cabeza―. Lo haremos cuantas veces sea necesario. Crees que hiciste lo correcto, y lamento decepcionarte, pero no lo fue. Nunca he visto cosa más estúpida.

Anna respiró profundamente y después dejó escapar el aire de golpe.

―¿Entonces piensas que soy estúpida?

―Ser estúpida y hacer cosas estúpidas no es lo mismo.

―Oh, pues pienso que discutir conmigo en este momento es estúpido. Suerte para ti que ser estúpido y hacer cosas estúpidas no es lo mismo.

―¿Ahora insinúas que soy estúpido?

―¡NO! ―echó la cabeza hacia atrás y gritó―. ¡Esto es una estupidez! ¿Por qué estamos discutiendo?

―¡Porque me preocupas, maldita sea! ―cerró la mano derecha en un puño y golpeó el asiento con toda la fuerza que le proporcionaba su rabia y su angustia―. Yo solo...

Anna atrapó su mano izquierda con las suyas y tiró de ella para llamar su atención.

―Anna ―comenzó a decir él―. No puedo olvidar... No puedo olvidar cómo te veías en la cama del hospital. No sentiste ese dolor, el dolor que me provocaba la simple idea de perderte. Ya perdí a alguien a quien amo. No puedo perder a alguien más. No tengo tanto valor para enfrentarlo.

―No te angusties. Está bien, también me da miedo, pero no perdamos la cabeza.

Él cerró los ojos para concentrarse en su voz.

―Iremos a un lugar seguro y entonces resolveremos esto juntos. Mientras lo estemos, todo estará bi...

El auto se detuvo, y lo hizo de una manera tan inesperada y valiente que ambos fueron impulsados hacia adelante, detenidos únicamente por los asientos delanteros.

Cuando Anna levantó la cabeza, observó, a pesar de la oscuridad, la boca del arma que apuntaba directamente a su cabeza. Siguió la trayectoria del brazo hasta encontrarse con los oscuros ojos del conductor.

―Como odio interrumpir un cuento de hadas, mi bellísima Quick-Fire, pero el dragón necesita a la princesa, y temo que el príncipe está demás.

Anna comenzó a hiperventilar. Oh, reconocía esa voz de alguna parte, de algún lugar. Estaba segura ¿Pero de dónde? Le era muy difícil pensar con el frío del arma enterrándose en su frente.

Dejó escapar un gritito cuando el hombre del pasajero se movió bruscamente en su asiento para apuntarle a Charles con su arma plateada.

―Casi puede decirse que era predecible ―lo vio sonreír, y aquel gesto le provocó un escalofrío―. No estamos aceptando príncipes encantadores que rescaten princesas. Vuelva a su asiento o empezaré a llenar a la chica con agujeros de bala.

Anna lo miró de reojo. Charles estaba al borde del asiento y parecía prepararse para intentar quitarle el arma. Sin embargo, dándole una mirada gélida, expresión que nunca había visto antes en su rostro, se arrastró en el asiento hasta que su cuerpo golpeó el espaldar.

Miró hacia todos lados, esperando encontrarse con los guardias, pero estaban varados en una carretera solitaria donde todo lo que podía verse era oscuridad y la amplia arboleda a ambos lados ¿Cuándo es que habían perdido a los guardias? ¿Y cómo?

Los ojos de Anna se concentraron en el conductor y en la manera que enarcaba la ceja derecha, como si disfrutara de alguna victoria.

Victoria...

Su mente la llevó un par de años atrás cuando, en compañía de su abuelo, se paseaba por el área de pruebas para novatos. Ella había aprobado la suya hace varios meses y la única razón para volver allí lo era su abuelo, el increíble Mawson, que había aceptado ayudar a los futuros corredores. Ambos detuvieron su caminata para observar al conductor número 45 en un fantástico Nissan Skyline.

Un buen auto ciertamente, pero un mal corredor.

―¿Es un GT-R, cierto? ―le preguntó ella.

Él sonrió con orgullo.

―Así es. Muy bien, Annie. Es un fantástico auto de carreras.

El auto tomó la tercera curva con mucha dificultad.

―No tiene manejo del vehículo ―puntualizó su abuelo―. Tampoco sabe manejar las curvas, y si pretende conducir un auto de forma profesional es algo en lo que debe mejorar.

―¿Lo conoces?

―Es el hijo de un viejo amigo. Me pidió ayuda con él.

―¿Enseñándole?

―No puedes enseñarle a quien no quiere aprender.

―¿Quién no quisiera aprender del mejor?

Él la acercó para abrazarla.

―Quiero que me hagas un favor, Annie.

―¿Sí?

Le acarició el brazo durante un rato, tanto que Anna pensó que no le diría nada después de todo.

―Quiero que no hables con ese muchacho. No hables con él, no lo saludes. Solo procura no tener ningún contacto con él.

Anna frunció un poco el ceño.

―¿Por qué?

Su pregunta quedó opacada por el chillido de los neumáticos al frenar. El corredor abandonó el auto y se quitó el casco. Sus ojos marrones tenían un brillo de furia que opacaba su atractivo.

Y miraba fijamente a su abuelo con un gesto de pura rabia.

―¡Esto es culpa tuya, maldito viejo! ¿Crees que me importa que tu sello de calidad Mawson no apruebe mi forma de correr?

Anna sabía que había algo mal con ese chico en el momento que su abuelo comenzó a retroceder con ella al mismo tiempo que él avanzaba.

―¿Crees que esta perra es mejor que yo? ―gritó.

Anna dio un salto hacia atrás cuando le lanzó el casco.

―¡Hijo de perra! ―chilló mientras se enrollaba las mangas de su sudadera―. ¿Te crees muy hombre? Te faltará hombría cuando te rompa las pe....

―¡Ya basta! ―gritó su abuelo, interponiéndose entre ambos. Apartó a Anna con un empujón y después desvió la mano para golpear al muchacho―. ¿Te gusta como golpea un maldito viejo?

Tomó a Anna del brazo y comenzó a caminar.

―¡Ya nos veremos otra vez, bellísima Quick-Fire! ―lo escuchó gritar, pero su voz se volvió cada vez más lejana a medida que avanzaban―. ¡No eres mejor que yo, perra!

Oh... Desde luego, ¡claro que lo recordaba! No era una discusión que olvidara fácilmente, pero su rostro... Era, por mucho, diferente a como lo recordaba, pero no podía decir certeramente qué había cambiado en él. Tal vez que su gesto era mucho más de loco que de rabieta y que su mirada era más oscura, más cruel. Así como disfrutaba gritar y amenazar, parecía disfrutar también de apuntar a personas a la cabeza.

Le aterró pensar cómo podría acabar aquello.

―No me recuerdas, ¿cierto? ―le sonrió―. Tienes esa expresión de no saber qué está pasando.

―Te recuerdo ―masculló―. Veo que lo poco hombre no se te ha ido.

―¿Sabes? En tu lugar no andaría de respondona.

La sonrisa se borró de su rostro, y Anna no podía decidir qué le asustaba más: la sonrisa de loco o el gesto frío de asesino.

Dio un pequeño saltito al sentir la mano de Charles envolviendo la suya.

―¿Qué es lo que quieres? ―masculló él.

La sonrisa de loco volvió, y cuando volteó a mirarlo, Anna temió que pudiese lastimarlo.

―A mí ―respondió Anna―. Y esta vez te doy la razón. La guardia real es un asco.

El pasajero se aclaró la garganta.

―¿Podemos irnos ya o quieres que traiga té?

El conductor devolvió la vista a Anna.

―Te gustan los brownies, ¿cierto? Te daremos un par si bajas del auto.

Charles apretó su mano con fuerza, provocándole una mueca de dolor. Él no estaba descuesto a soltarla, mucho menos a dejarla ir, y todo lo que ella quería hacer era aferrarse a él y que toda esta pesadilla finalmente terminara.

Percatándose de aquello, y exasperado por el gesto absurdo, el conductor abrió su puerta de forma violenta. Después, con la misma rapidez, abrió la de Anna. La tomó del cabello y tiró con tanta fuerza que cayó de rodillas sobre el suelo. Charles gritó su nombre, pero en cuando colocó el arma apuntando a la cabeza de ella, no fue capaz de moverse.

La mirada de loco se enfocó en Charles.

―No queremos nada de usted, Su Alteza ―sonrió―. Aún.

La tomó del brazo, obligándola a ponerse de pie. Anna dejó escapar un gruñido mientras forcejeaba por liberarse. El pasajero continuaba apuntándole a Charles con el arma. Él no podía moverse. Si lo hacía, podían dispararle. O podían dispararle a ella. Estaba atado de manos

―No lo lastimes, por favor ―imploró con la voz pequeña―. Por favor.

La fortaleza en el rostro de Charles comenzó a derrumbarse, y aquello la torturó más que el arma en su cabeza.

―¿Es dinero lo que quieres? Te daré cuanto pidas ―el comenzó a retroceder en el asiento hasta salir del auto. Lo miró por encima del techo―. Te daré todo el dinero que tengo si lo deseas, pero suéltala.

―Pensé que, después de todo lo que has gastado en esta perra, tu cuenta de banco estaría en cero.

Furioso, golpeó el techo del auto con el puño cerrado.

―Te juro por Dios que si le haces daño, te mataré yo mismo.

Le obsequió una sonrisa de loco.

―Ya me aburrí ―le apretó el brazo a Anna con tanta fuerza que dejó escapar un gritito―. Te llevaré con un amigo, bellísima Quick-Fire. Despídete de tu príncipe.

Una fuerte punzada en el pecho la sacudió, y mientras el loco tiraba de su brazo, apartándola de él, lo único que pudo hacer fue gritar su nombre con desesperación.

Todo ocurrió muy rápido.

Aunque detrás de él había un hombre apuntándole con el arma, Charles se las arregló para golpearlo con la nariz en dos ocasiones, haciendo que perdiera el balance y cayera al suelo. Sin dudarlo, tomó el arma en sus manos y avanzó firmemente hacia ellos.

Anna no esperó a tenerlo más cerca. Con la desesperación aumentando a gran velocidad, volvió a forcejear contra su atacante, recordando sus antiguas clases de boxeo.

Oh, a la mierda, no tenía tiempo de pensar. Movió los brazos hasta lograr asestarle un golpe y después, valiéndose de toda la fuerza posible, presionó el tacón contra su pierna. Lo escuchó gritar. El agarre de su brazo se hizo un poco débil, así que aprovechó la oportunidad para liberarse. Una vez que lo estuvo, corrió tan rápido como le fue posible hasta refugiarse en sus brazos. Aunque el peligro seguía frente a ellos, tenerlo cerca era un gran alivio.

Un alivio que no duró para siempre.

Charles la empujó hasta ocultarla tras su espalda, y como era muy pequeña solo pudo ver como él le apuntaba con el arma de aquel hombre con ojos de loco. Anna le tomó el brazo en un desesperado intento por parar aquello ¿Pero qué iba a hacer? Aquel hombre era un asesino y Charles jamás lastimaría a alguien de esa forma.

¿O sí?

Un escalofrío sacudió su cuerpo en cuanto descubrió aquel brillo siniestro en sus ojos marrones.

Él le dispararía, y no era algo que ella podría soportar.

―¡No! ―gritó desesperada mientras intentaba interponerse entre ambos.

Charles la empujó hacia atrás con tanta fuerza que ella perdió el balance y cayó al suelo.

El estruendo de dos disparos sacudió la tranquilidad del bosque. Con la incertidumbre retumbando en su garganta, se arrastró por el suelo, luchando por ponerse en pie a pesar del vestido. Una vez levantada, suspiró aliviada al ver a Charles de pie. Su atacante estaba en el suelo, presionándose la herida de bala en el muslo.

Una sonrisita de alivio se dibujó en su rostro cuando reconoció a Gray, abandonando la oscuridad del bosque, con el arma apuntando al hombre de ojos locos. Sin embargo, él tenía una sonrisa victoriosa dibujada en su rostro.

No supo el por qué hasta que se percató de la expresión de Gray.

―¡Charles! ―lo oyó gritar, y su semblante se tornó alarmante.

Anna condujo toda su atención hacia él. Sus ojos parecían cerrarse y su cuerpo se balanceaba un poco hacia adelante y hacia atrás.

Entonces lo vio.

Una enorme mancha de sangre en su camisa y en la chaqueta. Tanta que no pudo distinguir la herida.

Las manos comenzaron a temblarle hasta que finalmente el arma cayó al suelo, así como lo hico él.

Anna lo vio desplomarse en el suelo antes de que pudiera sostenerlo. Las rodillas y las manos le temblaban. Durante unos segundos no pudo moverse, pero cuando vio que sus ojos se cerraban, un horrible estremecimiento la envió también al suelo. Colocó ambas manos sobre su pecho y lo sacudió.

―¡CHARLES! ―gritó―. ¡NO, NO, NO! POR FAVOR, CHARLES. POR FAVOR.

Él no se movió. Sus ojos intentaron abrirse un poco. Creyó haberlo escuchado hablar, pero no pudo entenderlo.

―NO CIERRES LOS OJOS. POR FAVOR, CHARLES ―continuó llamándolo, en un desesperado intento por mantenerlo despierto. Volteó la cabeza hacia Gray―. ¡LLAMA UNA AMBULANCIA! TE LO SUPLICO, LLAMA UNA AMBULANCIA.

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