Capítulo cinco | VO
Los días largos comenzaban a hacerse costumbre. Eso lo descubrió cuando llegó al departamento cerca de las siete de la noche. En vista de que no vio a Zowie por ninguna parte, solo pudo llegar a una conclusión. Ella se quedaría a dormir con Peete. Mejor, pensó. Ella siempre le preguntaba que tal el día y no tenía idea de cómo explicar lo sucedido con el Príncipe Charles.
Charles.
Si antes odiaba al hombre, ahora lo detestaba con muchísimas más ganas, y esta vez era totalmente justificado ¿Amenazarla con su familia? ¡Eso era algo muy bajo! Inclusive demasiado para él, el rey de las bajezas. Y como si fuera poco, también la amenazó con sus amigos. Si antes había actuado como un patán, hoy había excedido su cuota.
En lugar de lanzarse sobre el sillón de la sala, como era su costumbre, decide irse directamente hacia su habitación. Para su sorpresa, Zowie se encontrada acostada en la cama, usando su ya usual juego de lencería, con las piernas cruzadas mientras se echaba aire con una revista. Sobre la mesa de noche descansaba una vela encendida.
―Creo que voy a llamar a Peete ―dice apenas la ve entrar―. Solo hay luz en la sala y en el comedor, y hoy está haciendo mucho calor.
Anna comienza a deshacerse de los botones de la camisa.
―¿Qué pasó?
―Volvieron a robar el cobre, estoy segura. Te lo digo, Anna, debemos buscar otro sitio.
―¿Para qué? Te vas a casar con Peete.
―Nosotros no hemos hablado de eso. Yo lo amo y él a mí, pero necesitamos más tiempo.
Se quita los zapatos de un tirón.
―Sigo diciendo que son excusas. Llevan muchísimos años.
―Llevamos dos.
―Bueno, parece que llevaran juntos mil años. Se conocen bastante bien.
―¿Te quieres deshacer de mí? ¿Es eso?
Anna se deshace de la última prenda, quedando desnuda en medio de la habitación
―¡Mierda, Anna! ―chilla Zowie a son de broma―. Estás muy buena, bombón.
Ella suelta una carcajada y se lanza a los cajones para conseguir ropa limpia.
―Puedes llamar a Peete. Yo creí que estabas con él.
―Si lo llamo tendrás que venir conmigo. No te voy a dejar sola y sin luz.
―No necesito aire acondicionado para dormir. Además, en las noches hace frío. Yo me preocuparía más por tener calefacción.
―Pero yo sí necesito aire acondicionado y me pongo a sudar solo de pensar en pasar la noche expuesta al calor. Sabes que el frío no me llega. Soy más de sentir mucho calor todo el tiempo.
―Ya te dije. Llama a Peete. Yo me quedo.
―¡Ni de coña! ―se cubre la boca con ambas manos―. Mejor le pido un espacio a Peete. Ya se me están olvidando mis modales. Peete tiene una cama riquísima. Prefiero dormir allá. Y tú vienes conmigo.
Anna suelta una carcajada.
―Haz lo que quieras. Yo iré a tomar una ducha.
Antes de desaparecer en el interior del baño, ve a Zowie tomar el móvil entre sus manos, marcando frenéticamente el número de teléfono de Peete, quien no tarda en responder.
―Hola, pequeña ―musita―. Iba a llamarte en media hora. Lamento no hacerlo antes. El restaurante está lleno.
―Descuida. Peete, tenemos un pequeño problema.
Zowie lo escucha respirar de golpe al otro lado de la línea.
―Jesús, Zowie, ¿todo está bien?
Ella pone los ojos en blanco, divertida. Su absurdamente adorable y sobre protector novio Peete Morgan. Nunca va a cambiar.
―No hemos incendiado el departamento ni asesinado a nadie.
―¿Entonces?
―No tenemos luz.
―No puede ser ¿De nuevo? Saldré de aquí en media hora, una tal vez. Voy a ir por ustedes.
Ella sonríe.
―Iba a pedírtelo.
―Lo sé. Eres predecible. Además odias el calor.
Suelta una carcajada.
―Pequeña, deberían cambiarse de lugar. Esto ya es algo común. A veces en las noches me cuesta dormir sabiendo que están las dos solas. Ambas tienen buen sueldo. Pueden pagarse algo mejor.
―Se lo volví a comentar a Anna, pero es inadmisiblemente terca.
―¿Por qué no se cambian conmigo? Tengo mucho espacio.
―También se lo planté una vez. Dijo no rotundamente.
―Hablaré con ella.
―Te deseo suerte.
Zowie alcanza a escuchar el golpeteo insistente en la puerta de entrada.
―Peete, tengo que colgar. Están llamando en la entrada.
―Revisa quien es antes de abrir. Ten a la mano el gas pimienta.
―No va a ser necesario. Además, puedo frenar a quien sea con el AK-47 de Anna.
―¿El qué de Anna?
―Sí, el AK-47 de Anna es una patada muy fuerte en la entrepierna.
―Sí, muy bien, perfecto. Eso le dolerá. Ten cuidado, pequeña. Te amo.
―Yo también te amo, cariño.
Tras terminar la llamada, deja el móvil sobre la cama y sostiene con ambas manos la vela.
―Anna, voy a abrir ―dice―. Cuidado al salir.
―The world is in your palm now, so take a breath and calm down.
Zowie pone los ojos en blanco. Está cantando. Cuando canta nunca la escucha. Dando el intento como inútil, camina con mucho cuidado hasta la puerta de entrada, preguntándose quien podría ser a esta hora. No es que fuera muy tarde, pero después de las siete no suelen tener visitas, por lo que es excesivamente raro escuchar que tocaran la puerta.
―Ya voy ―grita.
Abre la puerta de golpe. Frente a ella había una mujer elegante, vestida completamente de blanco, de treinta y muchos o cuarenta y pocos años, acompañada de un hombre cerca a los cincuenta, que también viste de blanco.
―Busco a Anna Mary Mawson.
Anna Mary. Nadie la llamaba así, y a Zowie le gustaba. A Anna, sin embargo, no, por lo que había dejado de llamarla así desde los nueve.
―Está dándose una ducha ―entrecierra los ojos a la mujer―. ¿Quieres son y para qué la buscan? Si es la policía, ella no está.
Tanto el hombre como la mujer sonrieron.
―Ha dicho que está tomando una ducha. Mi nombre es Caroline Monroe ―señala al hombre tras ella―. Él es Landon Doyle. Trabajamos para el rey Edward y su familia.
Zowie abre los ojos tanto como le es posible.
―¿Usted es...?
―Me encargo del personal que atiende a la familia. El señor Doyle es el chofer que más tiempo lleva en la familia. Venimos a entregarle a la señorita Mawson el uniforme para mañana.
―¿Uniforme?
―¿No se lo ha notificado? Trabajará para el príncipe por...
―¡Zowie, me dejaste sin luz! No me obligues a pasearme desnuda por la casa ¡Zowie!
Pone los ojos en blanco.
―Estoy en la entrada atendiendo visitas ―se gira hacia el interior de la casa―. ¿Por qué no me dijiste lo del príncipe Charles?
―¿Me quieres terminar de fastidiar la noche hablando de ese inútil?
A Zowie se le suben los colores.
―Anna, en la puerta están sus empleados.
Anna se detiene en medio del pasillo, desnuda, deseando que la luz no sea suficiente para iluminarla.
―Mierda ―masculle, regresando a la habitación a toda velocidad, cubriéndose la desnudez con la toalla antes de volver a la sala―. Ya, este, hola.
Ella repara en la mujer, que sonríe, bien por el ridículo que hacía o bien por otra cosa.
―Debo suponer que usted es Anna Mary Mawson.
―Anna ―le corrige―. Solo Anna. ¿Y usted es...?
―Soy Caroline Monroe. Estoy a cargo del personal de la familia Queen.
―Bien, ¿y qué se le ofrece?
―Su Excelencia me ha pedido que le traiga su uniforme ―señala al hombre parado silenciosamente tras ella―. Él es Landon Doyle, uno de los choferes de la familia. Usted estará ocupando su puesto por dos semanas, pero él tiene la tarea de orientarla en cualquier asunto. Rutas, vías más cortas, etcétera.
Anna reparó en la bolsa negra que el hombre llevaba al hombro.
―Mm, claro, gracias. Es a las ocho, ¿no es así?
―Siete y treinta, si es posible. A Su Excelencia no le gusta esperar.
―No tendrá que hacerlo, pero gracias por la advertencia.
Caroline inclina la cabeza y Landon le entrega a Anna la bolsa.
―¿Eso es todo? ―pregunta.
―Su Excelencia solicitó que no nos marcháramos hasta que abriera el saco.
Anna levanta una ceja, pero se hace a un lado para dejarlos pasar.
―Nos disculparán por la falta de luz ―dice―. Creo que han vuelto a robar el cobre por aquí. Lo hacen casi todas las semanas.
Caroline se limita a asentir. Zowie se acerca a Anna, murmurándole muy despacio.
―¿Trabajo? ―musita―. No me dijiste nada.
―Fue al servicio de taxis ―responde con la voz pequeña, como si temiera que la escucharan―. Dijo que olvidaría lo sucedido si trabajaba para él dos semanas.
―¿Solo eso? Entonces no es tan malo.
Anna coloca la bolsa sobre el sofá y desliza la cremallera. Zowie le acerca la vela con cuidado de no quemar nada, dejándole ver el contenido de la bosa. El mismo hizo que Anna entrara en cólera y le hirviera la sangre, deseando tener cerca a Charles Queen para estrangularlo.
―Es un pervertido hijo de puta ―exclamó sin poder contener su enfado ni apartar la mirada de la ropa.
Uno más y es todo, pensó Charles mientras saboreaba el penúltimo trago de su delicioso coñac. Mientras daba medias vueltas en la silla giratoria, se regocijaba previo a la victoria. Iba a darle a esa mujer donde más le dolía: su orgullo. Cuando esas dos semanas se acaben, quedaría muy poco de la impertinente y pedante Anna Mary Mawson, lo que era un desperdicio, porque la mujer era guapa y tenía de esos nombres que pronunciarlos te llevaban al cielo.
La habitación se llenó con el sonido de los golpes contra la puerta.
―Adelante.
Sin voltearse, esperó a que el sonido de los tacones cesara.
―Excelencia ―la oye decir.
―Caroline, ¿qué tal mi pedido?
―Ya está hecho, señor. La señorita Mawson tiene el uniforme que ha mandado a hacerle.
Él sonríe.
―¿Y cuál fue su expresión?
―La de una mujer realmente ofendida. Temo que lo ha llamado... ―se aclara la garganta―. Retoño de mujer de la calle. En palabras menos refinadas, por supuesto.
―¿Entonces la has dejado fuera de sus casillas?
―De hecho ha sido usted, señor, pero sí. No cabe duda que estaba fuera de sus casillas.
Esta noche no hará otra cosa más que pensar en mí, se dijo a sí mismo en silencio.
―Muy bien, Caroline, es todo. Gracias.
―Un placer, señor.
Caroline hizo ademán de marcharse, pero se detuvo.
―Señor, hoy me enteré de un hecho lamentable.
Él hace girar la silla lentamente.
―Dime.
―El lugar donde ella vive junto a una amiga ha estado siendo atacado por ladrones. Al parecer ya es un asunto semanal. Creí que tal vez usted podría...intentar...ayudar un poco.
Charles la mira fijamente con los ojos entrecerrados.
―A su madre le hubiese gustado ayudar en algo así ―dice ella antes de permitirle hablar.
El rostro de Charles se relaja al instante.
―Hablaré con mi padre al respecto. Intentaremos reducir los robos ¿Está bien para ti?
―Sí, señor, excelente. Ahora, con su permiso, me retiro.
―Adelante, Caroline. Buenas noches.
Charles permanece en silencio mientras se va. Observa fijamente lo restante de su trago y se lo echa a la boca en un parpadeo.
―Tal vez uno más antes de dormir ―dice para sí―. No hay nadie en mi cama, así que puedo tardarme.
Con ese pensamiento, vierte otro poco del coñac en el vaso de cristal y deja que su cabeza se pierda en el alcohol.
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