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Capítulo catorce | VO

―Cuidado, está caliente ―dice al pasarle la taza de té―. Te gustará. Bebí mucho de esto mientras tomaba terapia.

Charles sostiene la taza cuidadosamente.

―¿Ibas a terapia? ―sopló el líquido.

―Mis padres me obligaron a ir después que salí de prisión.

Cuando notó que estaba un poco menos caliente, Charles le dio un trago al té. Ligero toque a vainilla, canela y algo que no alcanzó a descubrir.

―¿Cómo es? ―inquirió él.

Anna frunce un poco el ceño.

―Es caliente, dulce y muy relajante.

Charles le sonríe burlonamente.

―No hablaba del té.

A Anna le costó un minuto entero comprenderlo. Le dio un pequeño sorbo a su té y dijo:

―Es el infierno ―afirmó con vehemencia―. Literalmente el infierno. La comida era muy mala, la ropa incómoda, la cama muy dura y las demás reclusas una pesadilla completa ¿Has visto estas películas donde uno de los personajes es arrestado y viene este enorme y feo sujeto a fastidiar?

Charles asiente una sola vez.

―La ficción no está tan alejada de la realidad. Lo hacen para marcar territorio. Se creen dueños de la prisión.

―¿Te topaste con alguien así?

―Dos.

Deja la taza en el sueño, desabrocha los últimos dos botones de su camisa y deja expuesta una pequeña cicatriz en el vientre.

―Esto fue en las duchas. Yo solo le dije que no quería compañía en mi cubículo.

Charles palideció un poco.

―¿Solo por eso?

―Sí. Afortunadamente solo rosó la navaja.

―¿Y cómo la consiguió?

―Las guardias de la prisión. La mujer tenía recursos.

―Yo tengo recursos ―gruñó él molesto.

Anna no alcanzó a escucharlo. Su concentración estaba en olvidar los días que estuvo en prisión.

Charles percibió la tensión en ella. Probablemente porque el ambiente se sentía de ese modo o por los hombros tiesos, incluso por la delgada línea que se le había formado en los labios.

―Hay una cosa que no entiendo ―dijo―. Si te retiraron los cargos y quedó comprobado que no causaste el accidente, ¿por qué tienes prohibido correr un auto en carreras oficiales?

―Porque el auto era mío. Concluyeron que di mi autorización para el uso del arma utilizada en el crimen. Indirectamente fui cómplice.

―Correcto. Eso es estúpido.

Anna agitó los hombros, fingiendo indiferencia.

―Yo no hago las leyes.

―Mm.

Charles soltó un resoplido.

―Era un auto no un cuchillo ―gruñó.

Anna soltó una carcajada.

―Eso mismo le dije al juez. Después mi abogado me dio un regaño porque esa pequeña declaración me hacía ver culpable. Algo así como que intentaba justificarme o quitarle importancia ―soltó un largo suspiro―. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.

―Te refieres a mí ―musitó burlón.

Ella torció la boca para no reír.

―No eres mi enemigo, solo el tipo de hombre por el cual siento algo de rencor.

―¿Podría saber por qué?

―Porque te tomas a las mujeres como un juego.

―No las tomo como...

―¿Cuándo fue la última vez que miraste una mujer a los ojos y dijiste que ella no merecía pasar unos minutos de placer contigo y después marcharse?

―Hasta ahora ninguna se ha quejado.

Anna agitó la cabeza.

―No entiendes la lógica de las mujeres. Somos expertas fingiendo estar bien cuando en realidad no es así.

―Siempre hablas en plural, como si pertenecieras al mismo código.

―Tal vez no, pero se llama empatía. Deberías intentarlo.

Él hace un gesto de desaprobación. Anna aparta la mirada lentamente.

―No he estado con un hombre en cinco años ―admitió en un susurro. Oh, Dios ¿Por qué lo había dicho?

Charles la miró de reojo. Notó su pequeño rubor en las mejillas.

―El juicio desempolvó muchos secretos ―dice―. Antes de que me leyeran la sentencia, Carter fue a verme.

Los ojos de Anna se empañaron por una capa cristalina.

―Soy de ese tipo de mujer que lo da todo en una relación ―sollozó. Al descubrir las lágrimas saliendo de sus ojos prosiguió a secarlas con los dedos―. Pero supongo que no doy lo que un hombre en realidad quiere. Carter me confesó que me fue infiel un par de veces.

Charles, involuntariamente, frunce el ceño.

―¿No has pensado qué es aquello que lleva a una mujer a pasar una noche de sexo exprés con alguien? ―continuó ella―. Es que por alguna razón creen que el sexo es una necesidad exclusivamente de los hombres. Nosotras también queremos sentirnos mimadas, saber que podemos despertar algo en alguien. Pero con Carter, de una u otra forma, siempre me sentí tan poca cosa, tan poco mujer.

―No creo que lo seas, Anna ―pinchó los dedos en la barbilla de ella―. Me pareces una mujer demasiado fuerte para tener ese tipo de pensamientos.

Ella soltó una risa falsa.

―No lo soy.

―Anna, por supuesto que lo eres ¿Cómo puedes dudarlo?

―En el fondo sabes que no lo soy.

―¿Y desde cuando te importa lo que piense?

Agita la cabeza frenéticamente.

―No deberías tratar de hacerme sentir mejor. Tú eres quien tiene problemas. Además, siempre he sido muy arisca contigo desde el principio.

―Supongo que debo reconocer que tampoco soy hombre fácil.

―Eso es muy cierto.

Él deja escapar una pequeña risotada. Al mirar los ojos de ella, vio algo que le secó la boca.

Desde que la conoció, Anna le había parecido una mujer bastante fuerte, de esas que plantaban el pie y se hacían sentir. Quizá no tenía mucho dinero ni acostumbraba a usar elegantes vestidos y peinados sofisticados, pero definitivamente tenía lo suyo. Sí, ella sabía cabrearlo en serio, pero demostraba ser lista y tener algo que él no: un corazón.

Pero allí estaba ella, llorosa y temblorosa, tan rota como él hace unos minutos.

La piel que aún tocaba la suya comenzó lentamente a picarle. Extendió el pulgar por la suave mejilla de ella y Anna, cerrando los ojos, dejó que la caricia le alborotara la piel. Mientras lo hacía, se preguntó que estaba sucediendo ¿Por qué la tocaba así, como si pudiera romperse?

―¿Qué cambió, Anna?

Ella se dejó llevar por la suavidad de su voz.

―Podríamos intentar despedazarnos día y noche, el uno humillar al otro, pero creo que estoy cansado de hacerlo. Lo hemos hecho ¿qué? ¿Un par de días?

Anna asiente lentamente.

―Compartimos diferentes puntos de vista. Es por eso que peleamos.

―Yo comparto el punto de vista de un ciudadano promedio que trabaja y tú el de un bebé.

Él sabía una cosa por hecho: ese comentario lo haría cabrear, pero en ese momento...nada. Solo consiguió hacer que sonriera. Experimentó una dicha coqueta mientras la miraba.

Después, cuando la misma desapareció, simplemente se inclinó hacia ella y la besó.

Anna explotó y lo hizo muy lejos, en campo abierto, donde no había nada, solo ella. Contuvo la respiración bruscamente y permaneció quieta ¿Qué estaba pasando?, se preguntó. Supuso que estaba teniendo de esos viejos ataques de pánico que le hacían imaginar cosas, porque de ninguna otra forma Charles Queen podría tener sus suaves, dulces y cálidos labios junto a los...

Abrió los ojos de golpe y soltó el aire dentro de su boca. Eso fue todo lo que bastó para que él reclamara más, porque más es lo que él quería y era más lo que ella quería darle a alguien.

Los largos brazos de Charles acunaron cuidadosamente su pequeña cintura y la atrajo hacia él, hasta que el cuerpo de ella estuviera perfectamente acomodado sobre el suyo. Anna extendió los brazos por encima de su cabeza, acomodándolos alrededor de su cuello.

Y luego volvió a explotar, pero esta vez estaba decidida a llevárselo consigo. Así que explotó una vez más, y otra vez, y otra vez. Explotó total e irracionalmente, aferrándose a él desesperadamente. El calor del beso se extendió por cada pequeña parte de su cuerpo, metiéndose en su sangre y temió que jamás pudiese conseguir apartarse.

En su mente aturdida, muy lejos de allí, se preguntó en qué estaba pensando ella al dejarse besar por este hombre, el mujeriego de Inglaterra, su verdadero y total némesis personal. Pero ahí estaba, aferrándose a él como si en ello se le fuera la vida.

Los pensamientos de Charles han quedado en blanco apenas tocó sus labios. Quiso convencerse a sí mismo que fue un impulso estúpido provocado por la vulnerabilidad del momento, pero a medida que el beso se iba prolongando y que ella y su piel estaban más y más unidas a él, sabía que estaba perdido.

¿Qué estaba pasando? Esta mujer era un dolor de cabeza, sin contar que es terca y de boca floja. Pero, maldita sea, que el cielo lo amparara. Ella podría ser veneno, pero no había una manera de apartarse de ella.

―Anna ―gruñe él.

Ella escuchó su voz muy lejos, pero la notó ahogada y profunda. La piel se le erizó, pero no pudo detenerse. Solo quería continuar allí, caliente en sus brazos, flotando en una fantasía que era mucho mejor que la realidad. Por unos minutos volvería a sentir lo que es ser deseada por un hombre. Después, al despertar, sería de nuevo lanzada a la caldera y el dolor sería peor, pero al menos habría alcanzado el cielo antes de volver al infierno.

Deslizó las pequeñas manos por su cuello y después presionó sus manos contra el pecho y se apartó de él.

―No ―gimió temblorosa―. No. No. Lo siento.

Temblando de pies a cabeza, Anna se impulsó hacia atrás y se puso en pie.

―Hay muchas razones que demuestran que esto está mal ―balbuceó nerviosa―. Somos como perros y gatos. Ese es el primer motivo. Alguno de los restantes podrían ser que estás...estás algo sensible, afligido por muchas emociones y...y...bueno, lo demás no importa. Solo está mal.

Salió disparada fuera de la habitación sin decir una palabra. A Charles le tomó unos segundos levantarse del suelo y correr detrás de ella.

―¡Anna! ―gritó.

No había nadie cerca del pasillo. O era realmente rápida o se había ocultado en una de las habitaciones. Lo único cierto es que debía hablar con ella antes de que se marchara. Por primera vez en su vida odiaba que el palacio fuese tan extenso en terreno. En una propiedad promedio la hubiese encontrado apenas cruzara la puerta.

Y a todas estas, ¿qué planeaba? ¿De qué iba a hablar con ella? ¿De un beso que no significó nada?

¿Lo habrá hecho? ¿Habrá sido así de insignificante? Porque si alguna pequeña parte de él es sincera, nunca antes en su vida un beso lo había hecho temblar así, como si estuviera muriendo y viviendo al mismo tiempo.

―Un taxi, caramba, ¡un taxi! ¡Sí, en Buckingham! ¡El palacio! Si tengo que volver a decírtelo...

Sí, era su voz. Estaba seguro.

¿Por qué se escuchaba tan cerca y tan lejos al mismo tiempo?

―Tárdate más de diez minutos y te romperé los huesos uno por uno. Sí, tengo prisa.

No es que se escuchase lejos. Es un eco. Está...

Claro. Un par de pasos después se encontró frente a la puerta de la lavandería. Giró la cerradura una vez y una Anna asustada volteó hacia él con el teléfono pegado a la oreja.

―Si puedes en cinco minutos sería la gloria. No, envía ese taxi y listo.

Los ojos de Charles se volvieron oscuros de un segundo a otro.

―¿Te vas? ―preguntó secamente.

Anna se aferró el viejo teléfono con ambas manos.

―Lo esperaré ―musitó ahogadamente antes de devolver el teléfono a su lugar.

Mientras planeaba un limpio escape, sobre su piel saltaba la divina tensión entre ellos. Y en ese pequeño y reducido espacio, esa tensión se disparó hasta herirla.

―Ya es tarde y debo volver a casa ―dijo.

Charles, sin embargo, parecía no comprender sus palabras. Solo se quedó ahí, de pie, impidiéndole escapar.

―Charles ―susurró―. Estoy haciendo esto lo más fácil que puedo.

―No quiero lo fácil. Quiero una conversación.

―No hay nada de qué hablar.

―Pero yo quiero hablar.

Ella agitó la cabeza frenéticamente.

―¿Qué quieres que te diga? ¿Qué lo disfruté? Sí, lo hice, pero eso se acabó. Lo sabes.

―¿Cómo algo que ni siquiera empezó ya puede terminar?

―¡Yo que sé! ¿Qué es lo que querías? ¿Qué me desnudara y te dejara hacer sabrá Dios qué cosa conmigo?

―Sabes muy bien lo que haría contigo. Habría pasado si no te arrepintieras en el último segundo.

Ella agitó los brazos en el aire.

―No voy a hablar de sexo con la máquina de preparen, apunten y tiro. Apártate de esa puerta y déjame salir.

Él se cruzó de brazos.

―¿Soy una máquina de preparen, apunten y tiro?

―Siempre listo para disparar. Ahora muévete.

―Al parecer se te da bien esquivar balas.

―¡Charles!

Se limitó simplemente a mover la cabeza de un lado a otro.

―Hablemos.

―¡Tú no hablas!

―Cierto. Yo preparo, apunto y tiro.

Ella se cubre el rostro con ambas manos.

―Ahora solo quiero hablar ―dice él, suavizando su tono―. Puede ser aquí, en la sala, el comedor, mi habitación, mi cama.

―Creo que te arriesgarías a tener sexo incluso sobre una cama de espinas.

―Siempre que tú estés abajo.

Intentó apartarlo de un empujón.

―¡Ya déjame salir! ―chilló.

Charles observó la cesta detrás de ella.

―Hecho.

Dio unos pocos pasos hasta ella, empujándola hacia la columna, y lo que sucedió después pasó tan deprisa que a ella no le dio tiempo a responder. Con una de sus corbatas ató con rapidez las muñecas de Anna.

―Si me tocas un solo pelo gritaré y gritaré ―chilló Anna―. Todos sabrán que me violaste, te lo juro.

―No es lo que planeo.

―¿Entonces?

Charles tomó una corbata azul marino y la extendió frente a ella.

―Averígualo cuando lleguemos.

―¿A don...?

Enroscó la corbata dos veces hasta cubrirle la boca. Anna comenzó moverse y patalear, pero él simplemente se arrodilló, la levantó por la corva y se la echó al hombro.

―El asiento trasero de mi auto te parecerá muy cómodo por las próximas dos horas.

Abrió la puerta y abandonó el pequeño cuarto, con Anna pataleando y gimiendo sobre su hombro, mientras él cruzaba el pasillo silbando una vieja canción.

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