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Capítulo 7 | VP

Con la agenda sobre los muslos, Anna revisó la extensa lista de actividades para la siguiente semana. La primera del mes no pasó de un par de asistencias aquí y allá en eventos menores. Llegaba hora y media antes de que su jornada iniciara para obligarlo a ponerse en pie temprano. No era difícil despertarlo. Lo difícil era que lo hiciera con buen humor.

―¿Desayuno con quién? ―indagó desde el baño.

Anna se esforzó cuanto pudo por no mirar a través de la puerta entreabierta.

―Los reyes de Dinamarca ―respondió.

Hizo un círculo alrededor de los nombres. Aleksander y Lauren de la Casa Lauridsen.

―Desayuno familiar ―afirmó él―. Es más un desayuno familiar que una visita de estado. Somos familiares lejanos. Mi bisabuela paterna era hermana de su bisabuelo paterno.

Cuando la puerta se abrió, Anna traicionó su fuerza de voluntad y volteó hacia él. Ajustó mal los últimos dos botones de su camisa, así que tuvo que deshacerse del trabajo ya hecho y volver a comenzar. Tuvo un vistazo efímero del abdomen marcado y la pronunciada uve, como una flecha que marcaba el camino. Anna quiso aventurarse, porque sí lo valía; una rápida mirada a las puertas del infierno donde toda mujer quisiera quemarse. Los pantalones de lino ajustado de un traje a la medida marcaban siete puntos diferentes del pecado, desde el entalle muy leve de la cintura hasta la turbulenta opresión de su...

―Si la ropa te estorba, puedo quitármela.

Anna le montó mala cara para disimular, pero se vio tentada en aceptar su ofrecimiento.

―Me cercioro de que estés bien vestido ―le dijo, después le mostró la agenda―. Tu vestimenta casual es una de esas cosas que debemos corregirte.

―He hecho cada cosa que me has dicho en estas últimas dos semanas. Te tomas muy en serio el trabajo que te dio mi padre.

―Tranquilo, labrador.

Charles tomó la chaqueta de la cama al tiempo que la reprendía con la mirada.

―Sigues tentando a tu suerte.

Con una sonrisa de burla, Anna presionó la agenda cerrada contra su vientre mientras se ponía en pie.

―Puedo hacer lo que me plazca. Tu padre me dio inmunidad real ―le ajustó la chaqueta mal puesta por el desinterés―. Supongo que no se te pasó por la cabeza que después de lo ocurrido te tendría medida la agenda.

Él sonrió sin humor.

―No por mucho.

―En eso tienes razón, pero de momento tendrás que soportarme ―le dio un empujón en el hombro al apartársele.

Charles hizo cuenta de cuantos de esos momentos habían compartido en las últimas dos semanas, donde ella hacía comentarios para sacarlo de quicio y acababa la discusión con un empujón juguetón, como instándolo a seguirle el ritmo. Era un verdadero peligro andante: una boca floja respaldada por su padre. Ahora, si se sentía en el derecho de reprenderlo, lo hacía, sacando siempre su arma más poderosa. Habría querido decir que su innegable arte de coquetería natural ―porque le perdonaría hasta una puñalada en el pecho si en alguna ocasión le devolviese el mismo interés que él en seducirla ―, pero por desgracia se trataba de la inmunidad real.

Una boca floja que no podía ser contenida.

Él mismo se había buscado aquella situación al buscar una venganza infantil. El karma le estaba pasando factura.

―Tienes las siguientes tres semanas ocupadas ―le dijo ella―. Enhorabuena.

―¿De verdad?

―Tendrás los fines de semana libre. Son los únicos días que no te llevaré la agenda.

Terminando de abotonarse los gemelos, se paró frente al espejo para supervisar que su vestimenta estuviese completa. Vio el reflejo de su silueta ―marcada por un vestido gris que le instaba mandar a la mierda lo conseguido al vestirse y arrancarle la ropa en ese instante. Dios bendijera a su padre y maldijera sus ideas, porque ponerle a esa mujer como asistente era la perdición de su carne. Tantas mujeres que iban y venían de su vida y estaba estancado con ella; una fiera tentación ante la que ella no parecía querer caer. No supo entender el por qué esa actitud le parecía tan sexy.

―¿Por qué? ―le cuestionó.

Su reflejo alzó ambas cejas.

―No voy a manejarte las citas como si estuviese encargada de tu burdel.

A él se le curvearon los labios.

―¿Qué harás tú el fin de semana? Puedo invitarte un café.

―Cosas.

―¿El tipo de cosas que requieren un apartado?

―No, señor, y no abuse de su buena suerte.

―Me esperaba una de tus respuestas ingeniosas.

―He agotado mi inventario contigo. Eres un fastidio.

Él le guiñó el ojo a través del espejo.

―A una parte de ti le agrado.

Anna no quiso especificar cuál. Agradeció que el vestido la mantuviese oculta.

―Mi simpatía se limita al trabajo. Por cierto ―levantó la agenda para que pudiese verla―. Vas tarde al desayuno.

Charles deseó lanzar esa maldita libreta por la ventana. Era su excusa favorita para mantener una distancia ¿Por qué era una mujer tan difícil? Parecía inmune a cualquier técnica infalible de seducción, y a él lo que le restaba era desnudarse y ofrecerle directamente que tuvieran sexo ¡Había intentado de todo en las últimas dos semanas! Dios, con lo guapa que era y su conversión a diosa cuando se enfundaba en vestidos, su mente se desesperaba ante la posibilidad de acercársele y tocarla por accidente tan solo para sentir su piel. Con esa personalidad como de bomba a contrarreloj, debía ser una maravillosa compañera de cama.

Nunca le tomó tanto seducir a una mujer. Parecía requerir más energía de la pensada, lo que le provocaba el deseo de abofetearse hasta el cansancio ¿Cómo iba a imaginarse que él, buscando una venganza de niño, acabaría en una situación como aquella? Atrapado en el anzuelo que él mismo lanzó mientras ella tiraba de la caña.

Se ajustó el saco una última vez.

―¿Qué harás tú mientras nosotros desayunamos?

Anna abrió la puerta y le hizo una reverencia mientras le mostraba la salida. Tenía una sonrisa burlona estampada en el rostro.

―Cosas de plebeya.

―Creo que eres tú la que es un fastidio.

Emprendieron el camino por el pasillo, uno junto al otro, casi codo a codo. Charles tragó en seco por la extraña sensación de su cercanía, como si la bomba dentro de ella hubiese explotado y él sintiese el impacto mínimo, apenas un indicio de su fuerza ¿O era más como un corrientazo? No, definitivamente no. Un corrientazo no le habría afectado tanto. Todavía, en algunas partes de su cuerpo ―en las manos, la barriga y en el pecho― sentía pequeñas réplicas.

―Estoy buscando departamento ―le dijo ella.

Charles la miró de reojo.

―¿Ya encontraste uno que te guste?

―Algunos, pero la mensualidad no entran en mi presupuesto. Es más de lo que gano en el sitio de taxis.

―¿Qué hay de tu sueldo actual? Dudo que mi padre te pagara una miseria.

―Ciertamente no, pero es un trabajo temporal, así que tengo que ajustarme al sueldo que tendré cuando regrese a mi antiguo empleo.

―¿Cuánto va a durar el contrato que firmaste con mi padre?

―Es contrato abierto. Puede acabar cuando tu adiestramiento termine, o antes si renunciara.

―Entiendo.

―Tenía un departamento en la mira. Era pequeño, pero cómodo.

―¿Qué pasó?

Anna suspiró.

―Mis planes se fueron a la mierda.

―Cuida esa boca cuando estemos frente a los reyes.

―Si no te gusta mi boca floja, entonces no me montes conversación.

―Bueno, de acuerdo, perdón ¿Qué pasó con los planes de adquirir ese departamento?

―No pude hacer el pago inicial.

―¿No te alcanzó?

Ella lo miró de reojo.

―No, no me alcanzó. Iba a pagar esa semana, pero sucedió el incidente de ya-sabes-qué. Como no cobré esa semana, me quedé a medias con el dinero, y el arrendador no pudo esperar más. Lo rentó a una pareja que contaba con el pago inmediato. La casa que rentaba con mi mejor amiga ya tenía inquilinos pendientes, así que me mudé con ella y su novio mientras consigo donde vivir. He querido una residencia propia desde que salí de la cárcel. Iba y venía entre diferentes empleos hasta que Clayton me contrató. Comencé como su secretaria y cuando aprobé el knowledge me ofreció trabajo como taxista. Mi propio departamento implicaba una vida estable por fin. Me ha tomado cuatro largos y difíciles años ―la vio mover los hombros―. Supongo que tendrá que esperar un poco más.

Charles sintió las piernas pesadas, y se notó lento al caminar hasta que detuvo sus pasos. Percatándose de que él no la seguía, Anna se detuvo y lo miró. La sonrisa divertida y los gestos burlones se habían esfumado, y una sombra oscureció su rostro, añadiéndole un par de años.

―Lamento que hayas perdido el departamento por mi culpa.

Sintió que las palabras que salieron de su boca estaban vacías, porque un lamento no reparaba el amargo ardor en su estómago ni el incesante palpitar en su pecho; atroz, como si algo lo estuviese arañando desde adentro con garras de acero caliente. Le jodió un poco la sonrisita que le dio. No, le jodió bastante.

―No importa ―le dijo―. Estoy buscando otro. Ya aparecerá.

Movió la cabeza para instarlo a continuar el trayecto. Charles la tomó por la muñeca, deteniéndola, y dentro de él algo se detuvo también ―tal vez su corazón, o bien pudo tratarse de su cerebro, porque por un instante olvidó las premisas básicas de cómo respirar. No pudo evitarlo, sin embargo, cuando le miró los ojos verdes ¿Le habrán dicho ya lo bonitos que eran? ¿O es que no se había detenido antes a admirar su auténtica belleza?

―Escúchame un momento, por favor ―le pidió, y no fue hasta que la vio asentir que se animó a soltar su agarre―. He hecho algo imperdonable, y has tenido la razón desde el principio. Soy un poco hombre que jugó a dios, poniendo en riesgo tu estabilidad económica y la de tus allegados, todo porque no soporto que me digan la verdad.

―Lo fuiste ―asintió ella.

―Quiero disculparme de la manera más sincera posible, si es que mi falta de credibilidad me lo permite. He tenido la consciencia dormida durante un par de años, así que mis acciones dejan mucho que desear. No consideré la magnitud de los daños que estaba ocasionando. Trabajaste muy duro para llegar hasta donde estás y mi mala toma de decisiones te afectó injustamente. Si me lo permites, quisiera intentar reparar el daño. Puedo obsequiarte un departamento.

―No puedo aceptarlo por muchas razones. Primero, daría una mala impresión si la prensa llegase a enterarse. Segundo, porque no lo habré conseguido yo y la satisfacción de haber cumplido esa pequeña meta se extinguiría.

―Entonces déjame ayudarte a encontrar uno. Tengo un montón de contactos. No haré nada mas que ponerlos a tu servicio. Seleccionarás el que más te guste y se adapte a tu sueldo. Me limitaré a ser un enlace.

La abrumó la calidez de su voz, que reflejaba la calidez de sus palabras. Era el primer gesto gentil que lo veía hacer desde que se conocieron, precedido por la primera disculpa auténtica que le hubiese escuchado decir alguna vez. Vio por un instante como su coraza desaparecía y le agradó encontrar otro rastro de un buen hombre en él. Le brindó una sensación reconfortante.

―Puedo aceptarlo ―lo señaló con el índice―, si te limitas a ser un enlace.

Él sonrió, asintiendo. Anna le extendió la mano para cerrar el trato con un apretón, y al contacto con su piel se disparó por todo su brazo la quemazón de una chispa. Se apartó un poco, abrumada por la sensación.

―Insisto, vas tarde al desayuno.

―Ya me pongo en marcha. Puedes tomarte el resto de la mañana libre si gustas.

El desayuno ya estaba siendo servido para el momento en que llegó al comedor. Ocho espacios estaban dispuestos en la larga mesa: su padre en la cabecera izquierda y el rey Aleksander en la derecha, con las esposas de cada quien a su costado derecho. Las gemelas se ubicaban al lado opuesto de su posición, y junto a él vio una silla vacía.

―Buen día ―anunció.

Hizo una reverencia con la cabeza, y el Rey Aleksander le devolvió el gesto con una sonrisa.

―Tú debes ser el alma esquiva de la familia.

El comentario lo sorprendió por la poca formalidad con la que hablaba, aunque se recordó que no debía ser así. Lo poco que conocía de él es que era un hombre impredecible y a veces poco dado a los protocolos. La prensa responsabiliza a su esposa, una mujer que, previo al matrimonio, servía como panadera en un negocio que le perteneció a sus padres antes de ellos morir. Aleksander de Dinamarca era conocido por su impecable compromiso a cumplir con las normas básicas protocolarias, al menos hasta su boda. Después, se dedicó a ser un rey poco convencional, un marido comprometido con su matrimonio y un padre devoto.

Los unía una línea consanguínea antigua por el matrimonio de su bisabuelo con la tía bisabuela de Aleksander, colocándolo a él y a su padre en algún puesto muy lejano de la sucesión al trono danés.

―Por el asiento vacío, deduzco que tu pequeño dragón no vino con ustedes ―comentó él.

Aleksander se echó a reír.

―Se quedó en Dinamarca con mi hermana. Comenzó a practicar el violín y no quiere soltarlo. No sé cuanto le dure. Es el séptimo instrumento que intenta. Es muy inquieta para tener seis años.

―Probablemente no mucho ―comentó Lauren, su esposa―. Piper es un poco voluble y cambia de capricho cada tanto. Ya va siendo hora de modificar ese comportamiento, pero es difícil cuando tiene un padre que la consciente en todo lo que le pide.

El aludido se encogió de hombros.

―Lo sé, lo sé. No es bueno mal acostumbrarla.

―A veces lo hacemos sin darnos cuenta ―añadió Edward―. Piper aún es pequeña y puede ser moldeada. Lo difícil es cuando ya tienen mente y voluntad propia.

Charles lo miró con una sonrisa divertida en la boca.

―Me sorprendió saber que estabas en Inglaterra ―dijo―. ¿Qué te trae por aquí?

―¿Dónde está la sorpresa? Vengo cada tanto. La sorpresa es que estés aquí. Normalmente, tienes otros compromisos.

―Estoy reestructurando mi agenda. Luego de una serie de eventos recientes, he decidido retomar mi responsabilidad como príncipe de Gales.

―Ciertamente, me parece una decisión muy inteligente. La palabra clave es responsabilidad, no privilegio. Lo segundo se pierde con un descuido, y lo primero provee resultados del esfuerzo. Uno a veces no se toma eso tan en serio hasta que una situación nos pone a prueba. Mi reinado lleva tan solo cuatro años y he enfrentado situaciones que es mejor mantener a puerta cerrada para evitar la crisis del pueblo. Nuestros años de servicio como herederos son una mera práctica para el momento en que tengamos que ejercer el papel más importante. Tu padre y yo compartimos la lamentable proclamación prematura con la muerte temprana de nuestros respectivos padres. Deberías aprovechar las enseñanzas que él pueda darte ―se rascó la barbilla―. Eso me lleva a otro tema que me gustaría tratar. He venido a una de las tantas visitas que realizo al año, sí, pero partiendo de aquí deberemos tomar un avión a Suecia para un banquete de estado. Dentro de dos semanas, se realizará en Dinamarca un Foro Europeo de Formación Empresarial. A estas alturas ya debe haberles llegado la convocatoria.

―Lo hizo ―asintió Edward―. Charles irá en mi nombre. Temo que esa es una semana muy comprometida para mí. Son tantos mis compromisos que no tengo viajes pautados en lo que resta del año y de haber alguno, el príncipe de Gales asistirá como mi representante.

―Es una magnífica idea. Me alegra verte tan concentrado. Cuéntame, ¿qué te hizo cambiar de parecer?

―Lo único que sabe medirle la correa a un hombre ―musitó el rey―. Una mujer.

―¿Ya sentaste cabeza? Enhorabuena.

―No ―le corrigió Charles―. Habla de mi asistente. Me tiene medida la agenda.

―Pero supongo que has pensado en casarte en algún momento, ¿no es así? No es que debas hacerlo de inmediato, pero se espera que pronto.

―No lo tengo pensado de momento ¿Qué hay de ti? ¿Es Piper la única hija que piensas tener?

―Por ahora sí. No es secreto para nadie que mi boda con Lauren fue apresurada porque quedó embarazada fuera del matrimonio. No planeamos convertirnos en padres tan pronto, así que de momento queremos disfrutarnos más a Piper antes de tener otro hijo. Pero sí, definitivamente en el futuro lo queremos.

Edward levantó la mano, y los empleados comenzaron a servir el desayuno.

Anna levantó la cabeza al escuchar la puerta del despacho abrirse.

―Pensé que te tomarías la mañana libre ―Charles movió una de las sillas hacia atrás para sentarse.

―Me quedé, pero revisaba mis cuentas. Si me pongo lista y no malgasto el dinero a lo tonto, puedo ahorrar lo suficiente para comprarme un auto.

Charles levantó una de sus oscuras cejas.

―¿Tampoco tienes auto?

―Tenía, pero liqueaba demasiado aceite. La manga de gasolina se quebraba cada tanto y se metía el olor por las ventanillas. Lo vendí en piezas. Después, como trabajaba como taxista, se me permitía llevarlo a casa pagando algo extra, como un seguro. Sigo moviéndome en taxi para llegar al palacio, pero pagando al conductor. Se siente un poco raro estar de pasajero.

―Suena a que arreglarlo costaba más que un auto nuevo.

―Quise llevarlo con un mecánico pensando que sería más sencillo, pero quería cobrarme como si le hubiese pedido que me calculara la cilindrada de un V8 biturbo.

―Me perdiste después de cilindrada.

―Es la suma de los cilindros, una de las muchas cosas que determina la capacidad de un motor. Hace cuatro años lanzaron un superdeportivo con motor V8 de 7 litros con doble turbocompresor. Es para enamorarse, de verdad.

Ah, por favor ¿Por qué le parecía tan sexy usando vestido y hablando de autos?

―¿Qué tal te fue en el desayuno? ―le preguntó ella.

Charles asintió.

―Parecía que yo era el invitado especial. Aleksander ya ha venido un par de veces. Mi padre y él guardan una estrecha relación, pero yo solía ocuparme con otras cosas para no asistir a las reuniones.

―Menos mal no tuve que presentarme. Habría dicho alguna indiscreción y me habrías mandado a callar como siempre.

Charles levantó una ceja.

―¿No haces tú lo mismo conmigo?

―Lo mío es diferente. Tengo un contrato que me lo permite y la...

―Inmunidad real, sí ¿Hasta qué fecha está ocupada mi agenda?

Anna abrió la libreta y revisó a prisa.

―16 de julio, en Dinamarca, para el Foro Europeo de Formación Empresarial. No olvides que dura cuatro días. Regresarías el domingo 20 de julio.

―¿Después de esa fecha está vacía?

―Ya quisieras, labrador ―señaló un folder crema a su izquierda―. La reina consorte me envió esa lista hecha por tu padre. Son eventos a los que asistirás como su representante. Aún no lo añado a tu agenda.

―Está ocupando mis días a propósito.

―Por supuesto ¿Por qué te tomó tanto entenderlo?

Cuando la miró, tenía una sonrisa de burla estampada en el rostro.

―El Foro Empresarial es el primer evento en el exterior al que asisto como príncipe de Gales en más de dos años. Espero que al menos tengas una maleta porque viajarás conmigo.

―¿Tienes miedo de aburrirte sin mí?

―Terriblemente. No sabría que hacerme sin esa boca floja.

Anna lo reprendió con la mirada.

―¿Cuándo vas a dejar de llamarme así? Viniendo de ti suena tan sucio.

―Ahora que sé que te molesta, nunca.

Se aguantó el deseo de lanzarle la agenda. En su lugar, le extendió el folder.

―Revisa tus compromisos antes de que los pase de forma oficial ―lo vio moverse hacia adelante para tomarlo―. Dos de ellos son galas de caridad. Teniendo en cuenta tu historial, no tienes permitido ir de cacería.

―¿Cacería?

―Ir de conquista.

―Eso puede resolverse si vas como mi compañera.

―Iría como tu asistente, en todo caso.

―¿Qué tal de amiga?

―Todos saben que tú no tienes amigas, y no quiero ser confundida con una amiga con derechos.

―¿No te gustaría considerar algo así?

Le soltó aquella proposición como si nada, y Anna recordó que para él ya era costumbre abordar a mujeres para ese tipo de encuentros, lo que despertaba en ella una mezcla de emociones que la ponían de mal humor. En ocasiones, se sentía halagada ―si era posible usar esa expresión en situaciones como aquella― por la atención que recibía. Le hacía creer que era tan guapa que podía conseguir que se centrara solamente en ella. El éxtasis de esa contentura se iba a la mierda siempre que recordaba que, para él, ella no era mas que otro par de piernas que le gustaría abrir, y se enfadaba consigo misma por permitir que le hiciera sentir algo, sin importar que fuera.

―Lo que estás haciendo se llama acoso laboral y no creo que a tu padre le guste enterarse de que estás incurriendo en algo así.

―Ciertamente, no, y tampoco quiero que predomine tan mala impresión sobre mí.

―La impresión no la tengo solo yo, sino todo Reino Unido. Eres un miembro caliente, pero te recuerdo que no estoy aquí para convertirme en tu amante. Soy tu asistente, y ya está.

Un golpe más y me quedo sin orgullo, musitó él en su mente. Disimuló tanto como la sonrisa de coquetería fingida le permitió.

―Hablemos de trabajo ―abrió el folder―. ¿Por dónde comenzamos?

El olor de la comida hizo que su estómago se comprimiera del hambre al entrar por la puerta principal.

―Dios te bendiga por cocinar tan bien ―musitó Anna, acomodándose en la silla del comedor―. Te quiero contratar como mi chef privado, así puedo tener la comida lista al salir del trabajo.

Peete se echó a reír mientras cortaba la carne asada.

―La preparé en el restaurante. Compramos esta carne para un platillo especial. La vendimos casi toda, pero me las ingenié para traer a casa.

Zowie lo miró con ojos de enamorada. Si por algo la conquistó ―entre muchas otras cosas―, es por la magia que hacía en la cocina. La comida abría las puertas de cualquier corazón.

―¿Cómo fue tu día? ―le preguntó él, dejando sobre el plato de Anna el corte recién hecho.

―Estuve gran parte del día añadiendo eventos a la agenda ―tomó una monumental porción de papa majada con el cucharón y lo sirvió en el plato―. En la mañana hubo un desayuno con los reyes de Dinamarca.

―¡Oh, por Dios! ―masculló Zowie―. Cuéntame, ¿cómo son?

―No los conocí. Me quedé en el despacho sacando cuentas para comprar un auto.

―¿Te alcanzará? Pensé que lo que tenías ahorrado lo usarías en el departamento.

―Lo es, pero pienso aprovechar este empleo y ahorrar para comprarme uno ―se echó un trozo de la carne y la masticó lentamente, saboreándola―. Charles me ayudará a encontrar un departamento.

Por el silencio que hubo después, Anna se obligó a levantar la mirada. Ambos la observaban fijamente.

―Sé que parece extraño, pero no tiene malas intenciones. Quiere compensar lo del chantaje.

―¿Sin pedirte nada a cambio?

―Nada.

―¿No será que ya le diste lo que él quería?

―Qué vergüenza contigo ―estiró la mano para tomar el vaso con agua―. Pensé que me conocías mejor.

―¡Lo siento! Es que se me hace muy extraño que quiera ayudarte a conseguir un departamento.

―También me lo pareció, pero lo sentí sincero. Incluso me ofreció una disculpa por las cosas que ha hecho desde el incidente en el taxi.

Zowie y Peete retomaron su ingesta.

―Yo me habría sentido abrumada ―comentó la castaña―. Me agradaba más antes de que usara nuestros empleos y los de tu familia para chantajearte. Una acaba perdiéndole el respeto y la fe a gente así.

En silencio, Peete asintió.

―El panorama empeora cuando recuerdas que en un futuro será nuestro rey ―comentó él.

A Anna le molestó que hablara así, y no comprendió del todo el por qué cuando ella misma solía compartir su opinión.

―No creo que debamos perder esa fe todavía ―dijo, dejando el cubierto sobre el plato―. He trabajado con él las últimas dos semanas y media y he aprendido a descifrarlo un poco. No lo justifico, por supuesto que no, pero me identifico con algunas cosas que me ha dicho y otras que he observado. Creo que solo necesita tiempo y confianza en sus propias capacidades.

―Pensé que primero me cortaría el brazo y usaría mis huesos para hacer una estrella antes que oírte decir algo como eso ―dijo Zowie.

Anna agitó los hombros, como quitándole importancia.

―Sigo pensando que es un mujeriego miembro caliente y que en ese aspecto nunca cambiará, pero en lo demás tengo esperanza.

―Si lo dices tú, entonces debe ser verdad.

¿Debía? Ella no estaba segura. Quería tener en él la fe que pocos tuvieron en ella los pasados años. No tenía las de ganar. Acababa de salir de prisión y debía visitar el psicólogo para canalizar sus emociones ―aunque los primeros meses no le sirvieron de nada. Tardó lo suyo en abandonar la tormenta y emprender el viaje a mares más calmados. Charles lo hizo al revés. Dejó la calma del puerto para aventurarse a tempestades, y llevaba tanto tiempo perdido que no sabía como regresar. Anna quería creer que, con un poco de ayuda, él podría conseguirlo, pero ningún capitán podría manejar su barco sin confiar en sus capacidades. Él aún se veía ―y actuaba― inadecuado para su título. Si tan solo dejara de fortificar esa coraza que tenía...

Peete señaló a su plato después, como preguntándole si ya había terminado. Negó con la cabeza y se concentró en comer su cena.

―No he estado tan cansada en semanas ―escuchó a Zowie decir―. Mis compañeras están insoportables.

―Mándalas a la mierda ―Anna dio un largo trago al agua para evitar el hipo―. Me caen como patada en el culo.

―A ellas no les caes mejor desde la salida al bar.

Anna lo recordó vagamente. Era una salida entre Zowie y sus compañeras de trabajo, nadie más, pero ella insistió en que la acompañara para que tomara un descanso. Teniendo ella poca experiencia con el alcohol, al segundo trago lo vómito sobre una morena de cuyo nombre ni se acordaba.

―Me han estado preguntando por ti ―dijo poniéndose en pie. Comenzó a ordenar lo que Peete no se había llevado.

Anna frunció el ceño.

―¿Por mí? ¿Y por qué mierda preguntarían por mí?

―Porque trabajas con el príncipe. Hasta me pidieron que te invitara a nuestra próxima salida.

Movió el tenedor de un lado al otro antes de llevarse la carne a la boca.

―Veo que ahora sí les agrado, o más bien a mi jefe, pero yo no andaré de casamentera. Pueden ir a su Centro Internacional de Recolección de Putas y postularse.

―¡Dios! Qué boca tan sucia.

―Lo siento, damita de Disney.

Zowie le sacó la lengua y tomó su plato.

―¡Oye! ―masculló ella―. Aún no termino.

―Entonces deja de hablar como camionera. Dijiste que cuidarías tus modales ahora que trabajabas con la realeza.

―Mi turno ya terminó ―le quitó el plato y siguió comiendo―. Por cierto, ¿podrías comprarme mañana un nuevo cargador para mi teléfono? Se me volvió a dañar.

―Deberías comprar otro teléfono mejor. Añádelo a la lista de cosas nuevas que podrás tener con tu actual suelto.

―Sacaré cuentas mañana si tengo un momento libre.

Zowie dejó el resto de la vajilla sobre el gabinete e hizo a un lado a Peete para lavar lo que quedaba. Anna añadió su plato después, al terminar. Se sirvió un poco más de agua y la bebió mientras de frotaba la barriga.

―Gracias por la comida, cuñado.

Él le sonrió, satisfecho. Era un hombre que se conformaba con poco, como el agradecimiento y muestras de cariño.

―Tengo que levantarme más temprano mañana, así que me retiro ―anunció él.

Zowie revisó que todo estuviese en orden en la cocina antes de envolverle el brazo izquierdo.

―Me voy contigo. Muero por un baño y acostarme a descansar.

―Claro, descansar ―musitó Anna, fingiendo una tos―. Así le llaman ahora ―caminó hacia el fregadero.

―Siempre piensas que tendremos sexo. Tienes la mente más sucia de lo que pensé.

Anna se echó a reír mientras enjuagaba el vaso. Después, los despidió con una sonrisa que acabó perdiendo fuerza a medida que los veía alejarse por el pasillo hacia la escalera.

Que maldita envidia, pensó. Zowie se iría acompañada a la cama. No importaba si a tener sexo o a hablar hasta que los noqueara el sueño. Tendría compañía, y ella se iría a dormir sola como en los últimos años. No le había pesado tanto en mucho tiempo. Quería reconstruirse empoderada y auto suficiente. No necesitaba un hombre para salir del bache en el que había caído, pero en las noches, cuando el cuerpo imploraba descanso ―o intimidad―, no tenía más que el espacio vacío de una cama que debía ser para dos.

No le había mentido a su mejor amiga años atrás cuando le dijo que sin amor en una cama no funcionaba. Lo intentó hace dos, con un sujeto que conoció en el bar al que acompañó a Zowie. Hablaron por unos minutos. Era guapo, sí. Presumido, también, con un ego más grande que el tamaño de su boca floja. Cuando intentó besarla, retrocedió. El atractivo físico no le era suficiente, y pensó que estaba condenada a ser de esas mujeres que sólo se entregaban por amor. Una condena muy grave cuando ella estaba tan dañada. El amor parecía insensato para ella, que no estaba a su altura, o no quería que lo estuviera. No estaba lista para enamorarse, y le asustaba el quizá no estarlo nunca. Cinco años y aún se sentía jodida ¿Cuánto más tendrían que pasar antes de sanar? Era difícil responder con una confianza lacerada y un corazón receloso.

Dio fin a la lucha con un suspiro a medida que arrastraba los pies a una cama que no era suya, en una habitación que no era suya, que sólo albergaba soledad, su fiel compañera. Se dejó caer en la cama y fue quitándose la ropa como mejor pudo, sabiendo que se entorpecía la tarea porque quería. Pero su cuerpo estaba tan cansando que se negó a permanecer más tiempo de pie.

Movió las piernas para deshacerse del vestido, al que arrojó al suelo. Era muy parecido al que había usado en su primera día de trabajo como chofer de Charles, pero con menos escote. No se ponía uno desde los diecisiete. Pasaba más tiempo en las carreras que en fiestas o reuniones. Si cerraba los ojos, podía recordar el olor del asfalto, los neumáticos, el aceite de motor, los paños grasosos sobre su hombro, donde se limpiaba cada tanto. Le vino también a la memoria la sensación del uniforme ajustado a su cuerpo, el frío metal al que se aferraba para acceder al interior del auto, el temblequeo a través del volante cuando lo encendía...

Dios, sí que le gustaba torturarse con lo que ya no podía tener. Fueron años de pérdidas ―el hombre que amaba, su libertad, su reputación, el fallecimiento de su abuelo y maestro el verano pasado―, pero nada dolía tanto como haber perdido sus sueños por confiar en quien no debía. Tuvo que frenar cuando apenas acababa de poner el pie sobre el acelerador.

A eso se había reducido ella: a un puñado de sueños rotos, con una permanente incapacidad para confiar y una voluntad que se quebraba cada tanto, haciéndole cuestionar si era tan fuerte como se pensaba. En noches como aquella, sólo quería un hombro para echarse a llorar, un par de brazos que le hicieran sentirse protegida. Alguien que le hiciera sentir algo.

Tal vez no había nadie a su medida, o ella no estaba a la medida de nadie. Saberlo era imposible. No estaba abierta a posibilidades. Su corazón estaba cruzado de brazos mientras negaba con la cabeza. Le costó levantarse. No quería que otro martillo rompiera los pedazos que aún estaba pegando.

Liberó la pesadumbre de un suspiro y se levantó de la cama de un salto, rebuscando entre sus cosas algo de ropa limpia. Con una ducha caliente todo acabaría ―la pena, la añoranza y la inconformidad― y después el sueño apagaría lo demás.

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