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Capítulo 6 | VP

―...y que era solo un desmayo por el susto. Despertará en cualquier momento.

Zowie asintió.

―Lo siento. Debí suponer que esto pasaría.

Cruzado de brazos, el príncipe le sonrió con un gesto que parecía amable.

―No había manera de prevenir esto.

―No, yo sí podía. Ha sucedido varias veces.

―¿Su miedo a las serpientes es algo de siempre?

Zowie asintió.

―Lo descubrió en un campamento cuando una serpiente la mordió en el tobillo. Gracias a uno de los campistas ella está bien, pero desde ese día le asustan horrible. Ni siquiera puede verlas en caricatura.

―No soy precisamente amante de la vida salvaje. He aprendido a tratar con serpientes desde que mi padre volvió a casarse.

Zowie sonríe.

―La reina consorte Tessie es una excelente mujer. Anna la admira mucho. También a su padre.

Charles la miró de reojo.

―¿Lo hace?

―Sí. Además de los autos, la historia siempre le ha fascinado y su casa real está llena de ellas.

―Mm ¿Le gustan los autos?

―No, los autos no le gustan. Los adora. Tiene un...un... Dogde Dart del 1972. Terminó de repararlo hace un mes. Es lindo. Algo viejo para mi gusto, pero lindo. Le pertenecía a su abuelo.

―¿Le pertenecía?

―Murió el verano pasado. Ella lo quería muchísimo. En su testamento le dejó ese viejo auto.

―Tiene un valor sentimental al parecer.

―Es más que eso. En ese auto Anna descubrió que nació para conducir autos. Siempre me ponía muy nerviosa verla en el volante mientras subía del límite de velocidad, pero debía admitir que era lo suyo. Se le veía feliz y tenía ese fuertísimo color en las mejillas. Estaba con vida y extraño los días cuando nada podía lastimarla.

Charles frunció el ceño.

―Lo siento ―Zowie sonrió, nerviosa―. No debería estar diciéndole esto. Es sólo que ella es más que mi mejor amiga.

―¿Es su pareja?

Él la miró fijo mientras esperaba por la una respuesta.

―No ―dijo ella―. Todos piensan eso.

―Se ven muy unidas.

―Nos conocemos de toda la vida. Mi madre y la suya son mejores amigas también. Nosotras estábamos destinadas a serlo de igual manera ¿Y usted? ¿Tiene un amigo así o también los amenaza con quitarles los empleos a las personas que quiere?

Charles sonrió, divertido.

―No pediré una disculpa si es lo que busca.

―Yo no busco nada, en especial de usted.

―Y si Anna está en la cama es solo porque se ha desmayado en mi pasillo.

―Tampoco he mencionado nada al respecto.

Se hizo un largo silencio entre ambos, de modo que se cruzaron de brazos y esperaron de pie a que Anna se despertara.

Charles le recorría el rostro con la mirada, analizando a detalle los gestos de su cara mientras saboreaba el anhelo de que sus ojos se abrieran, ojos que revivían durante unos instantes el recuerdo de su madre por su fragilidad y la apariencia de alguien que necesitaba ser cuidado.

―¿Por qué lo dijiste? ―habló.

Zowie parpadeó, confundida.

―¿Decir qué?

―Sobre los días cuando nada podía lastimarla.

―Es algo privado.

―Puede contármelo o pediré a alguien que le brinde un significado a esas palabras.

Ella suspiró, frustrada.

―Entiendo por qué Anna acabó gritándole lo que pensaba de usted sin medir las consecuencias. Es un hombre exasperante.

―¿Le parece?

―Sí ¿Va a amenazarme como lo hizo con ella también?

―No.

―¿Por qué? ¿Sólo le satisface hacer miserable a quién ya lo ha sido?

Se vio a sí misma incapaz de contenerse.

―Anna tenía una pareja ―le dijo―. Su nombre era Carter Stevenfield. Los dos se conocieron en la escuela y al poco tiempo comenzaron a salir. Él no era mucho de mi agrado, pero Anna se veía feliz y era todo lo que importaba. Tuvieron una relación bastante estable por dos años. A los dieciocho comenzó a participar en carreras, todas oficiales. Siempre iba con su abuelo y Carter.

Zowie permaneció ausente durante unos instantes, mirándola, como si la mujer de la cama estuviera muy lejos de ser la descrita previamente.

―Carter tenía problemas con las apuestas ―continúa―. Le debía mucho dinero a un sujeto, así que le pidió el dinero prestado a Anna para deshacerse de esa deuda. Ella estaba increíblemente molesta porque no era la primera vez que lo hacía. Además, no tenía semejante cantidad. Acordaron que le ayudaría a pagar la deuda dentro de dos semanas. Iba a participar en una carrera y todos sabíamos que iba a ganar.

―¿Lo hizo?

―No llegó a la carrera ―se apartó el cabello del rostro. Charles pudo notar que recordar lo sucedido la enfurecía―. Una semana antes de la misma, Carter le avisó que había otra carrera. La convenció diciendo que, si ganaba esta, el premio de la otra sería solo suyo. Anna aceptó, pero Carter no quería que ella corriera. Él quería correr y después de una tensa conversación, ella le cedió el auto. Antes de que la carrera comenzara, Anna descubrió que era una ilegal. Estaba furiosa con él, faltaba menos, y entró en el asiento del pasajero para evitar que él corriera. Discutieron muy fuerte. Al final consiguió evitar que él corriera, pero al poner el auto en marcha golpeó a una chica de diecisiete años.

Los ojos de Charles se abrieron como platos.

―¿Falleció?

Zowie negó con la cabeza.

―Entró en coma. Temo que esa fue una de las cosas que empeoraron la situación de Anna. Cuando el auto golpeó a la chica, Carter frenó tan fuerte que Anna se golpeó la cabeza y quedó inconsciente. Carter intercambió a Anna de asiento y la hizo parecer culpable.

Hizo gestos con la boca, como si intentase buscar una manera de contener dentro de la misma palabras que podrían ser inapropiadas.

―En su declaración, Carter dijo que Anna estaba obsesionada con ganar y que no le importó que fuera una carrera ilegal. También dijo que al atropellar a la chica, se golpeó y quedó inconsciente. El juicio fue espantoso. Nadie los vio discutir, nadie vio a Carter conduciendo. La sentenciaron a veinte años en prisión. Ni siquiera fue la condena lo que le rompió el corazón. Fue la traición de Carter y el saber que ya no podía conducir autos en una carrera nunca más. Se lo prohibieron.

―¿Y cómo es que está libre?

―La chica despertó del coma un año después y confesó haber visto a Carter conducir, por lo que el caso fue reabierto y él resultó acusado por el crimen.

―¿Le permitieron volver a conducir?

―Sí, pero no profesionalmente ya que su auto estuvo involucrado en un crimen.

―¿Entonces estuvo un año en prisión?

Zowie asintió con tristeza.

―Solicitó a la prisión no recibir visitas. Estuvo un año entero sin dejarnos verla. Sus padres la enviaron a un psicólogo al salir.

Apenas podía creerse lo que estaba escuchando. En la información que le proveyeron sólo decía una pequeña parte de lo que acababa de contarle.

―Sé que Anna puede ser impulsiva y que cuando empieza a hablar no hay Dios que la pare, pero usted fue un poco hombre que abusó de su poder queriendo manejar vidas a su antojo. Había otras formas de resolver el incidente.

Charles se sintió regañado como un niño pequeño, al tiempo que su mente se ajustaba a la información recientemente descubierta ¿Cómo era posible que alguien pudiese ser tan cobarde para permitir que un inocente pague por sus crímenes?

¿Y no es eso lo que estaba haciendo él? Culpándola desde aquél día, haciéndola responsable de su bajo y absurdo anhelo de venganza, cuando no había sido más que sincera. Sí, no le había gustado lo que ella le había dicho, y sí, era una boca floja que no medía el impacto de sus palabras, ¿pero era eso razón suficiente para comprometerla a una situación así? La amenazó con su familia, abusó de su poder para doblegar su voluntad, la orilló a una prisión metafórica, obligándola a algo que, obviamente, ella no deseaba.

Solo por ser indefinidamente sincera, y porque él era un imbécil.

¿Y si tenía razón? ¿Si sus palabras poseían la verdad más absoluta? ¿Qué de provecho había hecho con su vida? ¿Algo productivo? Nada. Sexo, alcohol, dinero. Incluso años atrás, dejó la universidad para deshacerse de la presión de los medios. Una vida de libertinaje le dio el respiro que en su momento necesitaba. Ahora lo agobiaba.

―Discúlpame ―le dijo, y después abandonó la habitación.

Vagando por los pasillos, llegó hasta el comedor, donde su madrastra, la adorable Tessie, se encontraba tomando café. Al verlo le sonrió.

―Charles, cariño ―depositó la taza sobre el plato que descansaba en la mesa con la misma elegancia de siempre―. Creí que estabas en tus adiestramientos.

Él se le acercó para depositarle un beso en la frente. Tessie era guapa, de verdad: una belleza de piel oscura, cabello oscuro y ojos oscuros. Ella entera era un chocolate, con un carácter igual de dulce, como la bella sonrisa que siempre le daba o las caricias en sus mejillas. Le recordaba a su madre cada vez que la veía, aunque eran opuestas la una de la otra. Piel lívida, ojos claros, cabello negro. Pero ambas eran madres amorosas y muy comprensivas.

―Hubo complicaciones ―se acomodó en la silla junto a ella―. Fifta se escapó y resulta que mi «asistente y asesora real» le teme a las serpientes. Está en mi habitación inconsciente por un desmayo.

―Oh, Dios mío ―se llevó ambas manos al pecho―. ¿Has llamado al médico?

―Sí. El desmayo fue causado por la impresión.

―¿La has dejado sola? ―murmulló a modo de regaño.

―No ―rio suavemente―. Está en compañía de una amiga. Le pedí al resto de mi equipo de trabajo que se retirara. Dudo que la señorita Mawson esté en condiciones de trabajar.

―Pobre chica. Debió asustarse horrible.

―¿No oíste sus gritos?

―Sabes que es muy difícil que escuche algo desde aquí.

―¿Por qué no le pides a tus hijas que se consigan un perro? Siempre que se escapa va a parar cerca de mi habitación.

―Yo la detesto. Me la encontré hace unos días en la escalera. Tu padre le dijo que tenía que deshacerse de ella ¡Por fin!

Sonrió, divertido.

―Tessie... ―murmuró, con un deje de inseguridad en su voz.

―¿Sí?

Charles dejó escapar un suspiro.

―¿Cuándo crees que la relación con mi padre comenzó a resquebrarse?

―¿A qué se debe la pregunta?

―Desde hace un tiempo nuestras conversaciones son más bien discusiones ¿A qué crees que se deba?

―No metería las manos al fuego por ello, pero juraría que se debe a su indiscutible parecido en cuanto a carácter.

―Yo optaría por otra respuesta.

Tessie soltó una suave carcajada.

―Charles, tu padre y tú son más parecidos de lo que creen. Ambos nacieron para ser líderes. Es por eso que sus conversaciones amenas terminan siendo no tan amenas.

―A veces creo que soy yo quien las inicia.

―No te disgustes conmigo, pero es así. Tu padre solo quiere lo mejor para ti.

―Por eso me puso entre la espada y la pared. Sí, tiene mucha lógica.

―Solo quiere evitar que sigas por caminos equívocos. Todo padre quiere ver a sus hijos casados y con hijos. Nosotros añoramos nietos.

―Casarme no conforma ninguno de mis deseos.

―Porque no te has enamorado, niño.

―Ni lo haré jamás. Te lo prometo.

―Charles, cariño ―le dio un tierno golpecito en el rostro con la mano―. Cuando encuentres a una mujer que te descongele ese corazón, vas a retirar esas palabras.

―Te apuesto el departamento en París a que no será así.

―¿Me lo entregarías legalmente?

―Por supuesto.

Tessie expuso sus blancos dientes en una sonrisa de inequívoca contentura.

―Me emociona mucho saber que ese departamento será mío pronto. A tu padre le gustará tener unas vacaciones cuando tú seas rey.

Charles la miró de reojo.

―¿Por qué tomaría vacaciones? Como único lo sucedería es a su muerte.

―Sí, claro, por supuesto. Me refiero a que tomaremos unas vacaciones después, no cuando seas rey. Fue un sin sentido.

Tessie lo notó incómodo.

―¿Qué sucede, cariño? ―le preguntó.

―¿Y si no soy un buen rey? Bueno, si es que llego a serlo.

―Por supuesto que no serás un mal rey.

―¿Y si lo soy?

El ruido de los tacones llenó la habitación.

―No lo serás ―Anna se apartó el cabello del rostro―. No acabo de hacer el ridículo allá arriba en vano.

Charles parpadeó ¿Cómo podía lucir tan repuesta si acababa de despertar de un desmayo?

―Hubo un tiempo cuando la gente no creía que yo podría salir adelante sola ―dijo a prisa para evitar que la interrumpiera―. Tardé cinco años en hacerme de una vida medianamente aceptable. Fui juzgada por haber estado en prisión, haciendo que mi avance fuera cuesta arriba. Lo pensé bastante, y con bastante me refiero a los minutos que me tomó llegar desde la habitación hasta aquí, y me di cuenta de que he estado haciendo lo mismo contigo. Te estoy juzgando a base de mi trato años atrás, aún cuando te lo mereces por ser un cretino. Pero yo no hago milagros. Tienes que creer en que sí puedes ser un buen rey o al menos tener el interés.

Charles se cruzó de brazos.

―¿Te golpeaste en la cabeza?

―No, no ―jugueteó con sus dedos―. Creí que en el primer día debíamos iniciar con la apariencia, pero tengo una mejor idea.

Sin más comenzó a caminar hacia la salida. Charles permaneció en el asiento, mirando a Tessie.

―Creo que se ha golpeado la cabeza ―murmuró confundido.

―Charles ―lo regañó Tessie―. No está bien que digas esas cosas.

Los tacones comenzaron a sonar otra vez cuando reingresó a la habitación.

―Cuando dije «tengo una mejor idea» quería decir que me siguieras ―se cruzó de brazos―. Tres, dos...

Él se levantó del asiento, extendiendo ambos brazos por encima de su cabeza.

―Ya está. Tranquila.

Anna le hizo una inspección visual instantánea.

―Te conseguiré algo mejor en el camino. Vamos.

Sin decir más la siguió. Tessie colocó ambas manos sobre sus muslos y sonrió.

―Ese departamento será mío mucho antes de lo imaginado.

Extendió la mano hacia la taza de su café y tomó del líquido restante.

La ropa que llevaba puesta le recordaba el día que se conocieron: jeans ajustados, camiseta suelta, zapatos cerrados y una mirada de absoluta magnificencia, como si pudiese devorarse el mundo de un bocado. Él había vuelto a la seguridad de su camiseta, la cazadora y los jeans.

―¿Cuál es el plan con exactitud? ―preguntó en cuanto ella se estacionó.

Frente a él había una casita muy vieja, cubierta en ambos lados por musgos y arbustos crecidos por el tiempo de abandono. Estaba ubicada en medio de la nada, arropada por la tranquilidad del bosque. No parecía existir ninguna otra propiedad en kilómetros.

―En el taxi, cuando nos conocimos, usted...digo, tú... ―ladeó la cabeza un poco―. Es complicado.

―Sigue ―musitó, impaciente.

―Bueno, ust...tú querías que te llevara a un lugar tranquilo.

―Sí, recuerdo que dije «tranquilo» no «apartado» ¿Dónde estamos?

―Viví aquí cuando era niña ―tomó las llaves del auto y bajó de él―. Te gustará.

Charles lo abandonó también a regañadientes.

―No soy precisamente un amante del campo.

A pesar de sus quejas, Anna lo guio al interior. No era gran cosa, puntualizó él. Una sala pequeña, un comedor aún más y una cocina, que a lo sumo podía caber una persona. Vio dos puertas que supuso daban a un baño y a una habitación.

Levantó el interruptor.

―¿No hay electricidad? ―preguntó.

Anna negó con la cabeza.

―Lleva varios años abandonada. Aquí nada funciona ―la vio sacar una lámpara de la bolsa que había traído consigo―. Por eso traje esto.

Aunque encendida, la mayor parte de la claridad penetraba por la puerta entreabierta.

―Esperaré sentado el motivo del por qué estamos aquí, si te parece.

Anna soltó una carcajada cuando lo vio sentarse en el sofá más pequeño

―¿Qué? ―gruñó él a la defensiva.

―Nada ―se acomodó en el asiento contiguo―. Esa solía ser mi cama.

Charles frunció el ceño.

―¿Dormías en esto?

A él le costó lo suyo y lo ajeno imaginársela de pequeña durmiendo en esos duros muebles.

―Cuando era niña, mi familia tuvo muchos problemas económicos ―comenzó ella a decir―. Mis padres estaban en la universidad cuando se conocieron. Mi padre estudiaba historia del arte y mi madre artes escénicas. La universidad dio una noche un festival con todos los estudiantes que formaban parte de la facultad de arte. Mi madre, si bien era actriz, se presentó con una canción de Duran Duran, el grupo favorito de mi padre. Pocos meses más tarde, ella quedó embarazada de mi hermano mayor y ambos abandonaron la universidad para formar un hogar estable.

»Vivíamos antes en un departamento con calefacción y una pequeña terraza a pocos minutos del río Támesis, pero lo perdimos cuando yo tenía dos años. Desde luego, no me acuerdo de nada. Todos los recuerdos de cuando era niña los tengo de esta casa. Le pertenecía a los abuelos de mi madre y la recibió como herencia poco antes de que yo naciera. Nos mudamos aquí al perder el departamento. Mi padre la hizo funcionar con el sueldo que apenas alcanzaba para las cinco bocas que alimentar. Después, mi madre consiguió empleo.

»Con los años, mis padres comenzaron a ahorrar dinero para una casa, pero siempre debían usarlo para una emergencia: ropa, alimentos, medicinas. Se hacía muy duro. Fue mucho peor cuando despidieron a mamá. Casi un año más tarde, la fábrica donde trabajaba mi padre cerró, así que él también quedó desempleado.

»Ya no éramos niños, así que los muebles nos quedaban pequeños. Dormir en ellos era horrible. Sin embargo, no nos quejábamos. No podíamos tener nada mejor. Los tres teníamos problemas con nuestros compañeros de clase. A veces teníamos la ropa algo agujerada o los zapatos rotos. Lo bueno es que los Mawson somos rudos.

Anna sonrió ampliamente, como si lo que estuviese contándole la hiciera sentirse orgullosa de sí misma.

―Tenía once años cuando tu padre inició con las ayudas económicas ―continuó―. Eso les permitió a mis padres ir a la universidad y obtener un título. Las cosas súbitamente mejoraron cuando consiguieron buenos empleos. Ya no teníamos que usar zapatos rotos.

Charles hizo una corta respiración antes de hablar.

―¿Por qué me lo cuentas?

Ella comenzó a frotarse las manos contra el pantalón.

―No puedo esperar que seas más empático con alguien si no ves por ti mismo lo que aún es un estilo de vida muy pobre ―entendió las manos por encima de su cabeza, señalando la casa―. Esta vieja y pequeña casa albergó por años a una familia de cinco integrantes. Ella fue testigo de las muchas veces que no nos alcanzaba para comer, y no teníamos buenos vecinos que nos brindaran un plato de comida caliente. Mis hermanos y yo debíamos caminar poco más de una hora hasta la parada de autobuses y después media hora para llegar a la parada que nos llevaría a la escuela porque mis padres no tenían un auto.

Hizo una pausa. Ocupó unos instantes mirándolo. Él le esquivaba la mirada cada tanto, como evadiendo una amenaza ¿Qué temía él que alguien pudiese descubrir en sus ojos?

―¿Alguna vez has estado frente a alguien de un nivel económico inferior al tuyo? Y con inferior me refiero a pobre.

Charles negó con la cabeza. Si bien había malgastado su dinero al punto de perder un departamento, Richard no pertenecía a tal nivel. Sólo era un mal administrador de sus bienes inmuebles.

―Hay personas que están robando comida mientras tú desayudas alimentos recién preparados. Te sientas en una silla y esperas a que alguien te dé lo que necesitas. Otros deben trabajar muy duro para conseguirlo. Tú cumples un capricho en dos segundos. La mayoría de las personas tardan años en juntar la mitad del dinero que necesitan para dicho capricho. El mío es ir a Hawái y ni siquiera he podido comenzar a ahorrar.

―¿Podemos saltarnos al punto?

―El punto es que no conoces lo que sucede en tu propio país. Es como un chef que no sabe lo que pasa dentro de su cocina o el director que nunca se entera de las peleas entre estudiantes en las instalaciones de su propia escuela ―se cruzó de brazos―. No quieres ser rey por un interés genuino. Lo haces para probar algo que, francamente, es una tontería. Esto es un asunto serio.

―¿Crees que no lo sé? ―masculló ofendido.

―No lo sé ―admitió―. ¿Cómo puedo yo saber en qué crees? Lo que sale de tu boca rara vez es racional, y lo que sí prefieres reservártelo. Parece que para ti todo es un juego, incluso las personas.

Sus ojos se encontraron después de un rato. Los de Charles, tan vivaces como el topacio azul, parecían brillar con la misma intensidad que el fuego más vivaz.

―¿Un juego? ―gruñó―. Dime, ¿qué más sabes de mí apartando lo dicho por los medios?

―¿Cómo podría saberlo? Eres inexpresivo en muchos aspectos. Es como si no tuvieras sentimientos, como si en tu vida no hubiese problemas ¿Cuándo fue la última vez que fuiste humano y dejaste que alguien viera más allá de lo que aparentas ser?

Él se levantó con brusquedad del asiento.

―Obviamente no me conoces lo suficiente ―se apartó de ella agitando las palmas en el aire―. «Oh, soy Anna Mawson, la persona con el mayor derecho de juzgar a otros».

Ella ni siquiera se inmutó.

―Mi voz no es tan aguda ―cruzó las piernas―, pero entiendo el punto. No juzgo a nadie, solo....bueno, soy sincera. En mi caso, no es para nada una virtud, no si consideramos los últimos acontecimientos.

―De una cosa saltamos a otra ―giró hacia ella―. No estamos aquí para hablar de mí, ni siquiera de ti. En realidad no sé por qué estamos aquí.

―Te dejaré aquí durante una noche, sin nada de esos lujos a los que estás acostumbrado.

El rostro de Charles se volvió cenizo, y Anna no pudo hacer otra cosa más que echarse a reír.

―Dios, era una broma ―se presionó el estómago con ambas manos―. Por favor, no vayas a desmayarte.

Charles se cruzó de brazos.

―¿De verdad te parece algo gracioso?

―No es para tanto ―respiró profundo―. Sé que no sobrevivirías la noche.

―¿Estás muy segura?

―Dejemos ese tema de lado por un rato. Te traje aquí porque es bueno conocer los puntos ciegos de Inglaterra.

―¿Puntos ciegos?

―La mayoría no sabe que en este lugar hay un par de casas. Bueno, ahora son casas vacías. Está muy apartado de la civilización.

―¿Y eso qué?

Anna puso los ojos en blanco.

―De verdad no lo entiendes, ¿cierto?

―No. Lamento desilusionarte.

―No lo hago. Soy muy consciente de que ignoras los asuntos importantes. Los repasaremos como si esto fuese una escuela.

―Temo que no era amante a las instituciones.

―Da igual.

Ella lo miró desafiante.

―Supongamos que soy una niña de siete años cuyos padres salen a trabajar de madrugada y llegan muy tarde. Apenas puedo verlos porque el sueldo de ambos es poco y deben doblar horas laborales. Imagina que me acerco a ti y pido ayuda ¿Qué me dirías?

―Que hablaras con mi padre. Él es el rey.

―Eres el príncipe de Gales, por tanto serás el próximo rey, o simplemente supongamos que lo eres ya ¿Qué dirías entonces?

Charles permaneció en silencio por unos segundos ¿Qué diría él? No era sencillo tomarla en serio cuando tenía aquella expresión burlona en su rostro, como si lo supiese bajo su control. Vaya profesora de ensueño. A pesar de los pantalones largos que llevaba, no podía deshacerse de la imagen de sus piernas perfectas. Todavía añoraba una respuesta: ¿eran suaves como la seda o frías como el mármol?

―¿Qué responderías tú? ―levantó una ceja―. Supongamos que eres la reina.

Ella imitó su gesto.

―Ambos sabemos que estoy muy lejos de ser una reina.

―Si colaboras un poco podría cambiar ese estatus.

―Mi pregunta ―sonrió, ignorándolo.

Charles se acomodó la cazadora.

―Posiblemente algo diplomático como «analizaré la situación, ayudaré a tus padres».

―Pero esto no es una cuestión de diplomacia. Eres rey. Las decisiones que escojas no se pueden basar en promesas vacías.

Anna se acomodó el asiento, y Charles supo que aquella conversación estaba muy lejos de acabarse, así que se devolvió al sillón.

―Halleybrooks y Prince Heaven poseen los índices de pobreza más elevados de toda Inglaterra ¿Cómo ayudarías a cambiar su situación económica?

―Esos lugares no se encuentran en Inglaterra.

―Supongamos que lo están. Aunque, por cierto, es un alivio que sepas los lugares que se encuentran y los que no en tu país. Ahora, como decía, ¿alguna sugerencia para combatir los niveles de pobrezas tan bajos en dichos lugares?

Charles despegó los labios y dejó escapar un poco el aire, perplejo.

―Siendo tan brillante, ¿qué haces conduciendo taxis?

―Ya no conduzco taxis.

―¿Qué hacías conduciendo taxis?

―Me gustan los autos ―dijo, encogiéndose de hombros.

―¿Y eso es todo?

―Si quieres más información, envía a alguien a investigarme. Eres bueno acosando a las personas en lugar de intentar ganarse su confianza.

―Puedo hacerlo si me lo propongo, pero lo cierto es que eso requiere de un nivel de intimidad demasiado profundo para mí ―torció un poco la boca―. Sin embargo, podría hacer una excepción contigo, Anita.

―No sé qué te hace pensar que esos comentarios surten algún efecto en mí.

―¿No lo hacen?

¡Sí!, gruñó una voz en su cabeza. Tú cállate, le dijo en respuesta.

―No ―respondió.

Se descubrió a sí misma mirándole la boca, los labios, y la forma tan divinamente pecaminosa en que se movían mientras la mira.

―Bueno, eso sí causa un efecto en mí ―admitió él―. Un profundo golpe bajo a mi orgullo.

―No todas las mujeres pensamos en sexo.

―¿Y en qué piensas tú?

¿Aparte de tus labios y tu irritante pero seductora coquetería conmigo? En nada.

Se reprendió en silencio.

―Que Halleybrooks y Prince Heaven jamás saldrán de pobreza.

―Suerte para ellos que no existen.

―Pero Nottingham sí.

―¿Ahí que sucede?

―¿Qué sucede? Bueno, sus habitantes son los que menos dinero tienen ya que...

―Anna ―repuso tajante, interrumpiéndola―. Yo entiendo el punto, ¿sí? También entiendo el motivo que te empuja a entablar una discusión sobre eso. Cuando eras niña, tú y tu familia eran pobres. Quieres hallar una forma de erradicar la pobreza, pero eso no es posible. Una sola persona no puede hacerlo.

―Una sola persona no, pero si esa única persona ayuda a movilizar a los demás, sería...

―Una causa perdida.

El silencio se cernió sobre ambos como un cráter profundo. Charles la observó cuidadosamente. Tenía la vista clavada en los tablones de madera, como si ellos pudiesen explicarle qué andaba mal. Después, le vio la boca curveársele mientras dirigía la mirada de vuelta a él.

―Escuché en las noticias el rumor de un referéndum para que Reino Unido abandone la Unión Europea.

―También lo escuché.

Ella asintió.

―Estamos presentando un alza en el porcentaje de pobreza y estamos muy cerca de poseer el primer puesto como uno de los países desarrollados con mayor desigualdad económica. Saltándonos de las estadísticas, que son de todo menos oficiales, ¿te has preguntado qué opina la gente? En los últimos treinta años, muchos han sentido que tienen poca participación en la sociedad y en muchas ocasiones que están al margen de las oportunidades económicas. Tu padre aprobó una tontería aquí y allá que proveyó alivio al bolsillo de la clase trabajadora. No se necesitó mucho. Solo una persona que actuara y movilizara las masas, en este caso al parlamento.

Se hizo un silencio de pocos instantes. Anna parecía concentrada en sus pensamientos.

―Abraham era un adolescente muy problemático ―dijo.

Charles la miró extrañado por el abrupto cambio de tema.

―¿Quién?

―Mi hermano mayor ―acomodó ambas manos sobre sus piernas―. Cuando tuvo dieciséis, estaba obsesionado con encontrar trabajo y ganar dinero. Nadie en la familia sabía para qué lo estaba guardando. A mis padres les preocupaba que estuviera metido en drogas o robando. No podían decidir cuál de las dos opciones era peor. Un par de meses llegó aquí con un auto nuevo. Mamá le decía «Abraham, ¿qué hiciste? ¿De dónde lo sacaste?». Por supuesto, pensó que lo había robado.

Una pequeña sonrisa se le formó en los labios.

―Él les compró un auto. Así no tendrían que andar en bicicleta.

Charles se descubrió a sí mismo sonriendo.

―¿Qué tiene que ver tu hermano con lo que estábamos hablando?

―Cuando les entregó el auto, mis padres desde luego le cuestionaron lo que había dicho. Él les dijo: «Necesitan un auto para moverse. Sé que yo no puedo cambiar nuestra situación económica, no solo, pero con ayuda lo conseguiremos como una familia».

Sus grandes ojos verdes lo miraron.

―Solo compró un auto ―continuó―. Con él, mis padres pudieron terminar la universidad, graduarse y encontrar empleo ¿Ves lo que una sola persona pudo hacer? Cambió nuestras vidas. Como tu padre. Autorizó ayudas económicas que nos permitieron tener nuestra primera casa real en años.

―¿Existe una razón exacta del por qué has decidido revelarme básicamente la historia de tu vida?

Una sonrisa tímida se le formó a ella en los labios.

―No sé que tanto investigaste sobre mí, pero estuve un año en prisión.

Charles contuvo el impulso de decirle que había adquirido la información completa de su mejor amiga. Todavía recordaba la frustración y la pena reflejados en sus ojos mientras hablaba. Anna parecía indiferente ante el tema, ¿pero lo era realmente?

―Yo no cometí el crimen, pero de todas formas cumplí un año en prisión hasta que el caso fue reabierto. Al salir, me enfrenté a un panorama muy difícil. No podía conseguir un trabajo. Me rechazaban al instante o me despedían después cuando se enteraban de lo sucedido. He tenido que armarme de un valor que tenía perdido para seguir adelante. La gente puede ser muy prejuiciosa, señalando a una persona y suponiendo que tiene el derecho de juzgar sin demostrar un rasgo tan importante como la empatía. Ocultamos nuestras batallas porque nos pensamos guerreros independientes e indestructibles, olvidando buscar un soporte. Creemos que bastamos con nosotros mismos. A veces, eso se convierte en una coraza impenetrable y pasamos de ser guerreros a víctimas de nuestras decisiones. Juzgué a todos aquellos que me juzgaron a mí, y acabé convirtiéndome en uno de ellos al hacerte lo mismo. Te prejuzgué cuando apenas alcancé a ver la superficie de tu coraza.

Charles sonrió un poco.

―No te preocupes. No hay mucho que ver de todos modos.

―No estoy esperando el tipo de avance donde comienzas a decirme qué te hace ser tan particularmente tú. Supongo que entiendes a qué me refiero.

―Algo ―sonrió burlón.

―Pero creo que tu madre tiene mucho que ver.

Él apartó la mirada rápidamente, protegiéndose una vez más detrás de su coraza. Ella lo sabía. De alguna manera podía intuirlo. La muerte de su madre a tan temprana edad debió haberlo cambiado ¿Quién era Charles antes de esa tragedia? ¿Qué le hizo a su alma dulce de niño, qué dolor soportó, para convertirlo en el hombre que tenía en frente?

―Podemos irnos si quieres ―susurró ella.

―No, descuida. Me encanta el campo y el silencio, sobre todo el hecho de no tener electricidad. Esa es mi parte favorita.

Anna soltó una carcajada.

―Pensaré en algo mejor la próxima vez.

El silencio volvió a formarse entre ellos. La conexión visual se hizo intensa, tanto que comenzó a ser palpable. Hubo un cambio repentino en su mirada, que se había vuelto un poco menos esquiva. De repente, el silencio parecía perder importancia. La brisa al moverse era una suave melodía que los acompañó hasta que lo escuchó hablar.

―Dijiste que caminabas una hora para llegar a la parada de autobuses.

Anna asintió una sola vez.

―Pasábamos junto a una cafetería. Preparan unos postres maravillosos.

―¿Por qué no hacemos una parada? Mi padre no tiene ningún tipo de tolerancia hacia el chocolate. No le gusta. Así que debemos prohibirnos a nosotros mismos comerlo.

―Creo que los postres de chocolate de ese lugar te gustarán.

―Bien. Pero yo conduzco.

La cafetería era muy pequeña, al menos más de lo que estaba acostumbrado a visitar, pero en su interior había un delicioso aroma a café y pan de maíz que le abrió inmediatamente el apetito. Anna se paseó por el suelo de madera de aquí para allá, como si estuviese en busca de alguien en específico. Extendió los brazos al aire y los agitó, atrapando la atención de una mujer de robusta complexión que sostenía en una de sus manos la jarra de café recién preparado.

―¡Cecile! ―gritó Anna.

La mujer se acercó de inmediato, dejó la jarra sobre el mostrador y abrazó a la chica. El saludo se extendió por varios segundos antes de separarse.

―Anna, cariño ¡Qué sorpresa! ―Cecile le tomó una de las manos―. Estás bellísima. No te he visto en meses ¿Cómo está tu familia?

―Están maravillosamente bien.

―Pero dime, mi niña ¿Quieres comer algo? Acabo de sacar del horno unos brownies de chocolate y nueces de macadamia ¿Sigue siendo tu favorito?

―Siempre ―se apartó un poco, haciéndole una señal a Charles para que se acercara―. Vine acompañada. Estábamos cerca de aquí y pensamos en...

Cecil se limpió la mano libre con el delantal antes de hacerle a Charles una reverencia.

―Su Alteza, bienvenido a mi humilde café.

Charles hizo una pequeña reverencia con la cabeza en respuesta.

―¿Tienes esa jarra comprometida para otros clientes? ―preguntó Anna―. Si no es así, ¿crees que podrías servirnos dos tazas y traernos un par de brownies?

―Toda la bandeja si quieres.

―No, no. Dos estarán bien. Si se nos antoja otro te lo pedimos.

―¿Seguros?

Charles asintió una sola vez.

―Entonces por aquí. Les daré la mesa que les ofrezco a ti y a tu familia.

Charles parecía dudar, incomodado por la atención recibida de los clientes, pero al final se decidió por seguir a ambas mujeres. Después de acomodarse, vio a Cecile desaparecer y aparecer un par de veces, siempre llegando con café, brownies, pan de maíz y otras delicias que no pudo resistirse a probar.

―Rico, ¿no? ―preguntó Anna, limpiándose la boca con la servilleta―. Cecile tiene buena mano para los postres.

―Lo está ―afirmó él, llevándose un trozo del brownie con ayuda del tenedor. Al terminar de masticarlo, tomó una servilleta y se limpió con ella los labios―. No recuerdo la última vez que comí algo de chocolate. A mi padre no le gusta, Tessie es alérgica y las gemelas... Bueno, ellas están en una dieta permanente. El consumo de azúcar es extra limitado.

Anna lo miró fijamente durante unos minutos.

―Hablas de ellas con cierto desdén ―dijo―. ¿No te agradan?

Los ojos de Charles se empequeñecieron un poco.

―Es complicado ―respondió con firmeza―. ¿Has oído de Cenicienta?

―¿Quién en esta vida no lo ha hecho?

―Supongamos que Cenicienta, en esta historia, es hombre y en lugar de perder a ambos padres solo perdió a su madre. Mi madrastra no es malvada, pero sus hijas... ―puso los ojos en blanco―. Esas dos son insoportables. No hay manera de tratar amablemente con ellas.

―¿Lo has intentado de verdad?

Charles entrecerró los ojos, ofendido.

―Por supuesto. Éramos niños cuando nuestros padres se casaron. Las gemelas son tres años menores que yo.

―Eres el hermano mayor ―dijo antes de darle un trago al café.

―Hermanastro ―la corrigió.

―La sangre no siempre hace a la familia. No creo que te desagraden tanto como dices. Pienso que haces con ellas lo mismo que con el resto. Ya sabes, lo de la coraza.

―¿Esa es otra de tus obsesiones? Primero las esquinas, y ahora las corazas.

―Lo digo porque yo también tengo una. Temo que doy la sensación de que soy fría y de poco tacto, pero la verdad es que soy bastante afable. A veces. Quizás tus hermanas no te agradan porque no has intentado llevarte bien con ellas sin tener puesta tu coraza.

―Lo hice. Varias veces. El Duque de Morland es mucho más afable que esas dos.

Anna pestañeó un par de veces.

―¿El Duque de Morland no es uno de los personajes de Andrea Kane? ―preguntó.

Charles la miró con cautela y curiosidad.

―¿Conoces a Andrea Kane?

―¡Adoro a Andrea Kane! ―soltó una carcajada―. El legado del diamante es mi libro favorito.

―El mío también ―sonrió―, y no es por las escenas de sexo.

―No. De ser así, tu libro favorito sería Cincuenta Sombras de Grey.

Charles le dio un trago a su café caliente.

―Aún no me lo leo.

―No pensé que fueras de leer libros.

―No me conoces muy bien. Soy muy quisquilloso con la selección de mis lecturas.

Ambos se sostuvieron la mirada durante unos minutos. El calor estalló en él y en ella, igual de intenso, estalló algo parecido a una espuma ardiente, quemando todo a su paso. Charles se impulsó hacia adelante y sostuvo un mechón de cabello rubio que se le había escapado del moño. Anna contuvo el aliento.

―Sin pensarlo, alargó la mano y le cogió unas guedejas de pelo y las miró, sorprendido de sí mismo ―comenzó él a decir―. Otro primer gesto. Jamás en su vida había sentido el impulso de tocarle el pelo a una mujer. La verdad, no era nada dado a tocar, a no ser durante una relación sexual, e incluso entonces, su deseo de contacto físico era puramente carnal, no de intimidad, y se limitaba a esos momentos en que el deseo dominaba todo lo demás.

Anna expulsó el aire cuando comprendió el origen de dichas palabras.

―¿Te sientes identificado con Slayde? ―preguntó burlona, intentando encontrar una excusa que ocultase su nerviosismo.

Ella esperó a que él dejara de tocarle el cabello, pero eso no sucedía. Charles, por el contrario, seguía mirándola. Desde los ojos al cabello, una y otra vez, cada vez más frecuente.

―Te percibí entre batallas y guerras, tú, de mirada lozana ―susurró―. Yo, de insolencias perdidas, surqué el camino que anduviste, y te encontré, dulce y celeste, insensata.

Anna sintió como sus mejillas se tornaban rojas. Apartó la mirada y decidió, después de algunos segundos, concentrarse en comer lo que restaba del brownie. Casi al instante, los largos dedos de Charles cesaron el juego con su cabello.

―¿No te gusta ese poema? ―preguntó burlón.

Ella masticó con mayor lentitud para ganar tiempo. Era un poema, desde luego que sí, ¿pero cómo podía pensar? Había olvidado lo que era usar el cerebro. Solo podía recordar su voz aterciopelada hablándole mientras la miraba a los ojos, mientras tocaba su cabello.

―Nunca lo había escuchado ―respondió con la voz entrecortada.

―No es un poema conocido. Fue publicado por un aficionado a la poesía en una página web.

―Mm. Yo no tengo internet.

Charles parpadeó.

―¿En serio?

―Bueno, sí, pero gasto mi plan en un parpadeo. Suelo usar el que me asignaron en el sitio de taxis.

―¿Anna la rubia rabiosa está desconectada del mundo moderno?

Anna dejó escapar una carcajada.

―No realmente ―levantó un poco la vista―. No me hace falta un teléfono. Tengo la línea casera. Con respecto al internet, me gusta buscar información en la biblioteca. Nada es confiable en las redes.

―¿Lo dices porque Wikipedia es una fuente editable? Sí, lo comprendo. Dice que tuve una relación con Miley Cyrus.

―¿Y no fue así?

―No. Solo me confunden con Liam Hemsworth.

Anna despegó los labios para dejar salir una carcajada tan estruendosa que consiguió atrapar la atención de los comensales.

―No sé quién eres ―balbuceó él, burlón―. No te conozco. Yo no he venido contigo.

Se cubrió la boca con ambas manos para controlar su risa.

―Lo siento ―susurró ella casi sin aliento.

Aunque lo intentó, cada vez que apartaba las manos de su boca emitía otro gritito parecido a una carcajada. Charles agradeció haber tenido la cartilla de los postres, porque con ella pudo cubrirse el rostro.

Pero la risa de Anna era tan increíblemente contagiosa que terminó sumergido en un ataque de risa.

―Voy a parar ―Anna absorbió una gran bocanada de aire―. Ya me duele el estómago.

Charles consiguió reponerse varios minutos antes que ella.

―Creo que el comentario no merecía diez minutos de risas sin fin ―se burló él.

―Sí, lo siento ―se frotó lentamente el estómago―. Debe ser el exceso de cafeína. Mi límite es un café por día, sino me pongo algo...inestable. Ya he olvidado cuantas tazas llevo.

―Cuatro.

―Vaya ―apartó la que tenía frente a ella―. Si cuento la taza de la mañana son cinco. Ya ha sido demasiado café.

―Yo podría tomar café todo el día, aunque me guste intercambiarlo por coñac.

―Yo no sé tomar nada. Una vez me embriague con media copa de champagne.

―Debe ser porque no tienes tolerancia al alcohol.

―Soy poco tolerante a muchas cosas.

―Lo sé.

Anna sonrió, burlona. La conversación continuó amenamente hasta pasada la hora, cuando el teléfono de Charles comenzó a sonar.

―¿Bueno? ―respondió.

―Charles ―reconoció la voz de su padre―. ¿Podrías, en nombre de todos los cielos, decirme donde te has metido?

―Salí a tomar un café.

―Deben haberte servido la taza más grande del mundo entero para haberte tardado tres horas.

―¿Tres horas? ―miró el reloj de su muñeca. Demonios, ¿cómo pudo habérsele pasado tan rápido el tiempo? Lanzó una mirada rápida a Anna, que esperaba por una explicación―. Lo lamento, se me ha ido el tiempo.

―Está bien. Estaba preocupado, es todo ¿Qué tiempo te tomaría regresar?

―No lo sé ―apartó el teléfono un poco―. ¿Cuándo tiempo nos toma el camino de regreso?

―Con el poco tráfico, diría que una hora, incluso menos si tomamos la principal ―respondió Anna.

Charles volvió al teléfono.

―Estaré de vuelta en una hora.

―Charles ―su padre suspiró―. ¿Estás acompañado?

―Sí ―respondió con cautela―. Estoy con Anna. Tessie debe habértelo dicho.

―Sí, lo hizo. Solo quería que me confirmaras que era ella. Salúdala de mi parte.

La voz de su padre comenzaba a inquietarlo. Se escuchaba tan extraño...

―Padre, ¿todo está bien?

―Sí, por supuesto. Estoy cansado. Ya es tarde.

―Bien ―respondió, dudoso―. Te veo en un rato, entonces.

Al colgar, la mirada pensativa de Charles comenzó a deambular por los campos apenas visibles a través de las paredes de cristal.

―¿Ha sucedido algo? ―preguntó Anna con cautela.

―No lo sé ―suspiró―. Se escuchaba un poco extraño ―metió la mano en el bolsillo y tomó su billetera―. Es tarde, de todos modos. Es mejor regresar. Te llevaré a casa.

Anna lanzó los billetes sobre la mesa. Charles enarcó una ceja, pero ella ignoró su gesto.

―Deja que pague yo ―le dijo ella―. Comenzamos mal el día, pero me has hecho pasar una buena tarde. Mereces una recompensa por haberte quitado la coraza un rato.

Después de pagar la cuenta, ambos regresaron a Westminster. Durante el camino, Charles estuvo particularmente callado, mirando por la ventana, absorto en sus pensamientos ¿Qué era eso que inquietaba a su padre? Porque podía percibirlo en su voz a pesar de que la llamada duró poco. Le notaba un desánimo que le dolió. A su mente comenzaron a acudir tantas teorías que la cabeza comenzó a dolerle.

―Pareces pensativo ―dijo Anna―. Más que pensativo, en realidad luces preocupado.

―Lo estoy ―admitió.

―¿Por la llamada?

―La última vez que lo noté tan desanimado fue cuando me dijo sobre su cáncer.

―¿No creerás que es algo así de importante, o sí?

―No lo sé.

La respuesta le pareció tan fría que consideró la idea de callarse, pero una vocecilla en su cabeza le aseguró que era mejor si continuaba. A las personas con corazas no se les deja solas con su dolor.

―Es difícil saber que algo se avecina y no estar al tanto de lo que es ―se aclaró la garganta―. Me sucedió en el juicio.

―¿Qué juic...? ―él asintió al comprenderlo―. Lo siento.

―Está bien. Sentirse impotente es algo muy de humanos.

―No me siento impotente.

―¿Ni siquiera por no saber qué desanimó tanto a tu padre?

―Ese sentimiento sería, en todo caso, inquietud.

―Inquietud, impotencia ¿Qué más da? Ambas son molestas.

―Eso es cierto ―suspiró, y luego añadió―. Pero sigue habiendo una diferencia entre ellas.

―Por supuesto. Como sea.

―No quisiera pensar en nada lo que resta del camino.

―Apuesto a que eso no te será difícil.

Charles la fulminó con la mirada.

―¿Vamos a empezar?

―Ni siquiera hemos terminado.

―¿De verdad?

―¿Es posible que el café lo haya hecho cambiar de parecer con respecto a mi persona, Su Alteza?

La formalidad en ella se escuchaba tan extraña, como si ya se hubiese acostumbrado a que lo tuteara.

―No lo sé ¿Lo ha hecho con la mía?

―No lo sé.

Charles agitó la cabeza.

―Ha salido mejor de lo que esperaba ―confesó él―. No hemos terminado sacándonos los ojos.

―Yo no hago eso. Tal vez soy un poco intensa en algunas cosas, pero no soy tan mal portada.

―Eres arisca. Esa es la palabra que deberías haber pronunciado.

―No soy arisca ―gruñó a la defensiva.

―Claro ―repuso burlón.

―¿Has visto lo que le pasa al metal cuando se enfría? Se vuelve duro y solo una llama muy fuerte puede calentarlo. Yo soy como el metal, un metal muy raro que no hay fuego que pueda derretir.

―No has encontrado la llama correcta ―se aclaró la garganta―. Es lo que mi padre diría.

Anna concentró su atención en el camino, sujetando el volante con tanta fuerza que los nudillos comenzaron a volverse blancos.

―No pude dejar de notar una cosa ―lo escuchó decir.

Ella contuvo la respiración por unos segundos antes de responderle.

―¿Qué cosa?

―El tiempo que estuvimos tomando el café y comiendo pastelillos, no me diste el trato correspondiente a la realeza.

Anna puso los ojos en blanco.

―Vamos, labrador. Ponme un impuesto.

Él se echó a reír.

―Iba a decir que es agradable ―se encogió de hombros―. No creí que lo fuera, pero así fue.

Ella sonrió, victoriosa.

―Bienvenido a la vida de plebeyo.

Mientras ella conducía, Charles decidió que quería pasar el resto del camino sin pensar en otra cosa que en el café y la buena compañía.

Edward miró el teléfono hasta que la pantalla se apagó, ahogando un suspiro al tiempo que dejaba el aparato sobre la mesa y se rascaba la cabeza.

―¿Cuándo le dirás? ―la pregunta de Tessie desató un infierno en su pecho.

―Todavía me restan unos resultados por recibir. Cuando los tenga y sepa que tan grave es, lo haré.

Ella le apretó la mano, brindándole un poco del consuelo que necesitaba.

―¿Le pedirás la regencia?

―No voy a tomar ninguna decisión hasta hablar con el médico. Charles no cree estar listo, y siento que sucederá lo mismo que cuando le hablé del cáncer. Me preocupa que se aísle.

―Era un jovencito para ese entonces. Ahora es un adulto.

―Dime, mujer ¿Te parece que se comporta como uno responsable?

Tessie suspiró, negada a responder.

―No perdamos la fe en él. Nos necesitará para reestablecer la suya en sí mismo.

―Le pido a Dios que suceda, cariño.

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